Octava Planta numero 32

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Alfonsinos sin fronteras: Londres

¿Del Alfonso al… Excuse? Lara Cepa Serrano Durante mis años de carrera, alguna vez pensé irme de Erasmus, pero por una razón u otra no lo hice. Y ahí me quedaba el “gusanillo” de estar en el extranjero una temporada. Así que, aplicándome el dicho de “más vale tarde que nunca”, decidí marchame en verano, después de acabar el curso académico. Mi historia comienza casi a mediados de Julio en el aeropuerto de Valladolid, con destino a Londres. Mi equipaje, una maleta con poca ropa (sólo iba para lo que restaba de Julio y el mes de Agosto) y algo de comida (principalmente embutido, que me vino de maravilla). Ah, y sobre todo, mucha ilusión por aprender, mejorar y practicar el inglés, ganas de sumergirme en el idioma, de adaptarme a su horario, a sus costumbres, a sus comidas… ¡Todo eso en un mes y medio! Sin embargo, sólo me hizo falta estar aquí una semana para ver que mi objetivo era imposible. Quería vivir con una familia británica. Mi opción por la familia británica fue porque en el periodo de tiempo para el que iba, la familia me iba a dar la posibilidad de hablar todo el día en inglés: levantarme, y hablar inglés, estar cenando y hablar inglés, irme a la cama y despedirme en inglés, etc. Si me hubiera ido a un piso compartido o residencia, me hubiera juntado con españoles o con gente de otros países que hubieran hablado igual de mal el inglés que yo. Así que empecé a vivir con una familia compuesta por el matrimonio y tres niñas (Mady, Katrina e Isabella) con la que estoy muy contenta y con la que tengo la suerte de poder llevar a cabo todo lo que me propuse. Antes de llegar a Londres, pensaba que iba con un nivel

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de inglés suficiente para desenvolverme, pero nada más pisar territorio inglés descubrí que no era cierto. Querías preguntar cómo ir a un sitio, dónde estaba la parada de metro más cercana, o el bus y tropezabas con gente que se desvivía por hacerse entender y otros que de una manera más o menos educada, decían, “Sorry, I don´t understand you” y ahí te dejaban. Así que os podéis imaginar cómo fue mi primera semana: ¡horrible! Llegas a un país donde crees que puedes hablar y la gente no te entiende y tú no entiendes lo que te dicen. En cierta medida, tú te conviertes en mudo (aunque puedes hablar eres incapaz de comunicarte) y sordo (ya que en muchas ocasiones no puedes entender lo que te dicen). Aventuras al respecto, os puedo contar miles, desde perderme en Royal Courts of Justice o aparecer en una parada de metro opuesta a donde quería ir. Y eso que mi mejor amiga del colegio, Ana, vive aquí en Londres y me ayudo mucho. Ahora, después de casi ocho meses desde que aterricé en el Reino Unido, reconozco que a la primera semana de estar aquí, si hubiera podido coger un vuelo, al igual que cuando estaba en Valladolid cogía un tren para ir a Burgos, me hubiera vuelto para España. ¡Pero tenía que a p r e n d e r inglés! Es duro, pero tiene su recompensa. Poco a poco te vas acostumbrando y vas viendo los frutos de tu esfuerzo y te va gustando y

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