Octava Planta número 42

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24/05/2010

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Romeo y Julieta Diego Blanco Lunes diecinueve de abril. Diez y cuarto de la noche. El telón de la Sala Borja se cierra por tercera y última vez entre los aplausos del público. Al fin, hemos terminado. Sin embargo, para llegar a este punto tenemos que remontarnos seis meses atrás y recordar todo el esfuerzo realizado y todos los momentos vividos. Comenzamos esta nueva aventura en octubre con más fuerza e ilusión que nunca. La primera gran noticia no se hizo esperar: tras arduas negociaciones, Héctor volvía con nosotros. La maquinaria se puso en marcha y empezamos a organizar cosas. La obra que íbamos a representar este año llevaba ya un tiempo decidida, aunque hiciéramos creer a la gente que tenían alguna opción de dar alternativas (sí, nuestro querido Ochoa se hizo de rogar). Romeo y Julieta, la obra magna de William Shakespeare, fue el reto que nos impusimos este curso. Llegó noviembre y cada martes por la noche nos reuníamos en el gimnasio. Empezamos con el ya clásico cursillo exprés de teatro a cargo de Héctor, en el cual nos enseña las técnicas básicas de expresión corporal; además de servir de ayuda para que los nuevos se integren en el grupo. Sin más demora, empezamos a analizar la obra y ver posibles escenografías y personajes. Los papeles importantes se dieron los primeros. Aquello parecía Tú sí que vales u Operación Triunfo… haciendo pases de texto unos y otros hasta que el mejor se quedaba con el papel. Aquí hubo de todo: desde gratas sorpresas en forma de novatos, a grandes papeles para grandes veteranos. Mientras todo esto sucedía no nos podíamos olvidar de atrezo. Para evitar problemas y tener todo bien atado desde el principio, saltó la noticia de otro de nuestros fichajes: Patiño sería el director de atrezo. Y como más vale tarde que pronto, el escenario fue uno de los problemas que más nos atormentó a lo largo de los meses siguientes. Este año, para variar, Héctor vino con nueva compañía. Carlos sería nuestro nuevo profesor de canto… ¿de canto? Sí. Había muchas expectativas puestas en esta representación y queríamos hacer algo grande, así que nada más y nada menos que música en directo sobre el escenario; para chulos, nosotros. Julen fue el elegido para desarrollar esta labor que, al principio, nos tenía a todos un poco asustados. Además, en el último momento, le salió una inesperada pareja ya que la madre de Romeo se apuntó al carro de la canción y formaron un dueto excepcional. Durante las siguientes semanas, tuvi-

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mos banda sonora gratuita por los pasillos ya que nuestros residentes cantarines no dejaban de ensayar día y noche. “Love is in the air” y “El lado oscuro” de Jarabe de Palo fueron las canciones que todos tarareamos hasta el final de la obra. Llegaron las vacaciones de Navidad. Todos los papeles repartidos y muchos días para aprenderse el papel; pero en enero el panorama era desolador: no teníamos una idea clara sobre el escenario, nadie sabía nada sobre vestuario o peinados, los actores no hacían bien su trabajo y los tutores nos subíamos por las paredes. Menos mal que llegó un gran descanso para todos con la época de exámenes… aunque no estoy muy seguro de que “descanso” sea la palabra adecuada. Tras el mes de parón todos nos dimos cuenta de que quedaban dos meses escasos para el estreno, así que nos pusimos manos a la obra. La histeria comenzaba. Los que aún no se habían aprendido la obra se afanaban en memorizar el texto para no recibir una bronca de Héctor. El gimnasio se convirtió en un hervidero de gente cada martes por la noche. Empezaban los ensayos serios y nadie quería perdérselo. El monólogo de Mer-cucio y la escena del balcón fueron repetidas hasta la saciedad, aunque supongo que tener a Romeo paseándose en calzoncillos tenía mucho tirón para el público femenino. Llegó marzo y con él las buenas noticias. Como si de la lotería se tratase, al grupo de teatro le llovió dinero desde la dirección de la Residencia. Tras recibir la petición para la compra de unas herramientas y unas maderas, se aprobaron los presupuestos y los integrantes de atrezo fueron felices con su taladro nuevo. La verdad es que merecía la pena, porque el proyecto de escenario que teníamos para este año era una auténtica obra de ingeniería. Solo tendría que soportar a Julieta; pero el miedo que teníamos todos a que se viniera abajo era evidente así que, ni cortos ni perezosos, gastamos las existencias de escuadras y tirafondos de las ferreterías de medio Valladolid para asegurar nuestra particular estructura. Otra noticia importante fue la elaboración del cartel a cargo de Nuria y Rubén. Costó unas cuantas semanas perfilarlo pero mereció la pena porque el resultado fue verdaderamente impactante y atractivo, justo lo que queríamos conseguir. ¡Enhorabuena a los artistas! Dice el refrán que después de la tempestad viene la calma, pero para teatro ha sido al revés. Después de la calma proporcionada por unas merecidas vacaciones de

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