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Tres días en Oporto Aida Peláez Durante el puente del 1 de mayo, los treinta y un residentes más aventureros y fiesteros expandimos nuestros dominios hasta más allá de las fronteras de nuestro país, nos fuimos a Oporto. Nuestro autobús comenzaba su camino a la intempestiva hora de las tres de la madrugada, y por las caras que había dentro de él parecía que el dormir no había sido una prioridad esa noche para muchos de los residentes. El primer susto nos lo llevamos en el autobús, aparte de la larga travesía hasta allí, y del estado mejorable de las carreteras portuguesas, nuestra mayor sorpresa fue ver al conductor comprarse en nuestra parada durante el camino un mapa de Oporto, lo cual nos daba mucha seguridad de que sabría llevarnos hasta el hotel. Esa mañana la dedicamos a ver la ciudad, muy bonita, y además, con el sol que hacía daba gusto caminar por las calles. La catedral, el río Duero, un puente, y otro puente y otro más, el tranvía, cada uno tuvo tiempo para ver lo que más le interesaba de la ciudad. Y esa tarde llegó uno de los momentos más esperados del viaje: la visita a las bodegas y la cata de vinos. Visitamos dos bodegas de vino de Oporto, en las que nos explicaron los procesos y las peculiaridades de este vino, lo que más nos sorprendió fue enterarnos de que durante su fermentación le introducen Brandy y por eso tiene ese sabor tan distinto y esa graduación tan alta. Para terminar la visita tuvimos una cata de vino en cada una de las bodegas, que a alguno le supo a poco.

que se quedaron más tiempo conocieron una costumbre que aún no sabemos si es típica de Portugal o no, la de que unos chicos se os acerquen, os llamen amigos y se lleven parte de vuestro alcohol y todo con una sonrisa, ¡Qué bonito es hacer amigos! El sábado tocaba día cultural, sin madrugar demasiado nos fuimos hasta la Casa de la Música, un edificio muy bonito, y por la tarde visitamos el Museo de Arte Contemporáneo. Para acabar la tarde y, tras nuestro momento cultural, nos acercamos hasta la costa. La playa era bastante grande y muy bonita, y el agua del Atlántico estaba bastante fría. Muchos se atrevieron a mojarse los piececillos pero fueron muy pocos los valientes que se metieron en el agua. Llevábamos todo el día encontrándonos con gente joven vestida con un atuendo fuera de lo común, trajes negros y unas capas clavaditas a las de Harry Potter que les impedían pasar desapercibidos, les llamábamos de muchas formas: los de Hogwarts, los tuneros, los cuervos... Pero eran los universitarios de Oporto que durante la semana de fiestas universitarias de allí, la Queima das Fitas, se visten así y ese era el primer día de festejos. Durante siete días, cada noche, las diferentes carreras y facultades montan sus puestos de bebida y música en un recinto llamado el Queimódromo.

Tras saciar nuestro interés vinícola nos dirigimos hacia el río para dar un paseo en barco por el Duero y ver su desembocadura. Durante la travesía todos disfrutamos como niños, no faltaron escenificaciones de Titanic en la parte delantera del barco, ni fotos con los pelos al viento por la brisa y el movimiento del barco. Afortunadamente nadie se mareó y llegamos sanos y salvos a la orilla opuesta del río, dejando atrás el barco y las bodegas nos encontramos con una especie de concierto del que parecía ser el Georgie Dann portugués, así entre bailes, canciones y unas cañas llegó la hora de volver al hotel.

Ese era nuestro destino para esa noche, ya conocíamos el vino, el río, los museos, la playa... Nos faltaba conocer a sus universitarios y sus fiestas. El viaje hasta el Queimódromo no fue tan fácil como esperábamos, pues en el metro el grupo de residentes que se hacen llamar los “Askins” fue expulsado del metro por seguir la tradición española de beber en todas partes durante las fiestas. La tontería de llevar unos vasitos de plástico con bebida en la mano les costó tener que bajarse y salir de la estación, así que se fueron a la anterior y se montaron en el siguiente. Mientras tanto el resto del grupo esperábamos al final del trayecto. Una vez allí, entre música, atracciones, bebidas, ambulancias y tuneros se nos pasó la noche y, a la vuelta los que habíamos aguantado hasta esa hora nos fuimos a desayunar al bufete del hotel, para luego poder aprovechar las pocas horas que pudiéramos de sueño con la tripa llena.

Esa noche nos dividimos, los rendidos por el cansancio se quedaron en el hotel y otros salieron a ver lo que les ofrecía la noche portuense. Unos con más ganas de fiesta que otros fueron volviendo al hotel, pero aquellos

El domingo, y tras recoger nuestras cosas de las habitaciones, nos fuimos otra vez al centro a pasar la mañana y por la tarde, volvimos al mismo autobús y con el mismo conductor con el que habíamos ido.

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