Octava Planta número 39

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Día del Campo Rocío Carrero Como todos los años, llega la Semana Cultural de la Residencia, y así también nuestro esperado 23 de abril, fecha en que los alfonsinos nos alejamos de las paredes que separan nuestras habitaciones para juntarnos y convivir un día en el pinar de Viana de Cega.

Al llegar la tarde, algunos seguían en su sobremesa, otros iban de visita de mesa en mesa, otros optaron por echarse una dulce siestecilla, jugar a las cartas o tumbarse a tomar el sol, cosa para la cual el tiempo nos acompañó.

En esta ocasión hubo tres autobuses para llegar al lugar y, según las plazas, en cada uno nos tuvimos que repartir para poder así alcanzar nuestro destino. Cada uno de nosotros cargaba con un montón de provisiones compradas la tarde anterior para conseguir sobrevivir todo el día que nos esperaba por delante.

Más adentrada la tarde, unos cuantos nos colocamos para jugar a Cementerio (o Bridle, o como cada uno lo llame en su pueblo) y, poco a poco, iban apareciendo más personas, tantas, que los campos de cada equipo estaban saturados y llegando al punto de no saber quién estaba a cada lado. Nada más llegar al merendero, todos los grupos nos pusimos a elegir mesas y parrillas. Después de ubicarnos y de estar de charla, empezaron a dejarse ver por las mesas las provisiones camufladas anteriormente por el plástico de las bolsas, y así, aparecían los bocadillos, o si no las parrillas con su correspondiente carne y carbón. Al mismo tiempo o, mejor dicho, un pelín antes, ya asomaban por las diferentes mesas los litros de vino, de sangría (con o sin vino), latas de cerveza, etc. Ya iba llegando la hora de comer, y por tanto, el momento de ir preparando las brasas y la carne que, próximamente, y si era posible, llenara nuestros estómagos. Quien no optó por parrillada, llevaba bocadillos o similares en la mochila porque este año, aunque también se había convocado concurso de paellas, nadie se atrevió. Las parrillas iban siendo preparadas y para hacer el fuego había que ingeniárselas. Nos encontramos con tres posibilidades: que lo hiciera una persona que supiera más o menos, currártelo aunque no tuvieras ni idea o que te ayudara algún veterano con experiencia. Al final todas las mesas prosperaron en su cometido.

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Después de un poco de movimiento y con tanto calor, a algunos les apetecía un pequeño chapuzón o, simplemente, juguetear con el agua del río y, si no llegabas a atreverte, seguro que ya tenías al lado a un amigo para “ayudarte”. Como niños pequeños correteando por el parque, hubo algún percance, incluyendo alguna herida que otra, pero para eso ya teníamos a nuestra médica particular con sus gasas y Betadine y, por supuesto, su espíritu de madre. Gracias a ella no apareció ninguna hipotermia ni infección en nuestros residentes heridos. Se vio llegar el primer autobús y, por tanto, también la hora de volver a la Residencia, a unos pocos les tocó recoger e irse y a los demás aún nos quedaban una o dos horas más de campo para así poder disfrutar un poco más del aire libre lejos de la ciudad. Este día, en que nos reunimos muchos residentes, incluyendo los nuevos y los que ya se han ido, es la prueba del gran espíritu de amistad y convivencia que tiene nuestra Residencia. Este tipo de actividades son las que se tienen que repetir hasta que se pueda.

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