Octava Planta número 38

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Patiño

15/03/2009

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Cenita navideña

Como todos sabéis, un año más en nuestra amada Residencia se ha celebrado la ya tradicional cena de navidad donde se da por concluido el año con una fiesta digna del Olimpo; este año en particular, se celebró el día dieciocho de diciembre del pasado año 2008, penúltimo día de clase. Aunque la cena se celebra ese día, la gente ya empezó a hablar de ella días antes: que si me voy a pillar una, que si tienes que ver a Miguelito, que si no sé qué chico tiene un traje rosa que es la caña… Lo típico que se dice en esta resi cuando se acerca una fiesta de las buenas. Este año uno de los temas que nos acuciaba era: ¿conseguirá el 100% de los residentes llegar a los postres?, ya que en años anteriores algunos habían roto el motor en el transcurso de la velada. El tiempo fue pasando y por fin llegó el gran día, la gente con más suerte que tenía clase por la mañana optó por no ir y tuvo toda la tarde para ultimar detalles y acicalarse para estar imponentes; otros con clases por la tarde tuvieron que llegar corriendo de la facultad y hacer lo que pudieron para estar lo mejor posible. Sobre las nueve de la noche los distintos grupos de residentes fueron llegando al vestíbulo entre piropos de unos a otros. Una vez allí, comenzó la lluvia de flashes en plan futbolista desde siete ángulos diferentes. Momentos después, aún deslumbrados por las fotos y los trajes de lentejuelas pasamos al comedor donde nos sirvieron un ligero aperitivo para abrir boca. A algunas personas les empezaron a chispear los ojos solo con la sangría que acompañaba al aperitivo. Con el paso de los minutos, los grupos más numerosos y precavidos se fueron acercando a la zona de las mesas para poder coger sitio todos juntos. Como era de esperar, dada nuestra inteligencia, en cuanto vimos al primer grupo moverse, todos fuimos en una ordenada avalancha a coger hueco dando lugar a las primeras discusiones de la noche. Una vez sentados, empezamos a entonar los primeros cánticos mientras esperábamos la llegada de la cena. Pudimos disfrutar de grandes éxitos como “¡pucelano el que no vote!”, “¡ese Alfonso, ese Alfonso! ¡Eh! ¡Eh!” y demás canciones ya conocidas por medio Valladolid gracias a las novatadas. Mientras todos cenábamos, comenzó el recuento público de votos de la decoración de pasillos, dando lugar al apiñamiento de la gente por pisos para dejarse la voz animando al suyo e intentar influir en el jurado. Hay

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quienes aseguran haber visto algún guiño de ojo y algún pecho al descubierto, pero la gran decisión era un secreto a voces: el cuarto piso había realizado una representación digna del mejor musical, en parte debida a la ayuda del atrezo de teatro y contar con la presencia de Ismael Medina, flamante imitador del rey Juan Carlos. El sexto piso, ganador de la anterior edición, no pudo revalidar su título, pero obtuvo un meritorio segundo puesto tras una igualada lucha con la original idea del segundo. Al terminar la votación se llevó a cabo la entrega de botellas de champán como premio. Esto dio lugar a que la gente que ya estaba tocada antes y durante la cena, terminase de perder el pudor y estuviese preparada para enseñar al mundo su derroche de arte en el baile. Todos juntos en amor y compañía salimos de la Residencia hacia Mahogany, bar con el que teníamos un acuerdo para poder beber un poquito más barato. Aunque la salida fue grupal, la llegada fue escalonada debido al desconocimiento del camino y a la nueva técnica de marcha de algunos residentes que consistía en dar dos pasos hacia delante y uno hacia atrás. También había otras modalidades que consistían en andar en “S” para darle un nuevo aliciente al paseo. Finalmente, en el bar nos volvimos a encontrar la mayoría de amigos y siguió la fiesta. Debido a que el bar no estaba reservado solo para la Residencia y que éramos muchos, nos empezamos a apiñar en una esquina y nuestros abrigos parecían una montaña hasta el techo. En esta parte de la noche pudimos apreciar muestras de cariño entre residentes que no comentaré aquí por no quitarle prestigio al Señor C. Para parte de los residentes llegó ese momento de decir: “me rindo” y marchar a la cama solos o acompañados (más bien solos). Sin embargo, otra sección de los residentes incansables e insaciables de fiesta, decidieron seguir la fiesta por su cuenta en otros bares de la zona de San Miguel. Al día siguiente, más o menos hasta las doce del mediodía fue un cementerio convirtiéndose más tarde en un hervidero de cuchicheos y de gente preparando maletas y equipajes para irse a sus respectivas ciudades para poder contar a sus amigos los pocos recuerdos guardados de esa noche inolvidable.

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