Octava Planta número 36

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LIVING VALENCIA Aida y Denise

Cuarenta estudiantes con ganas de fiesta y una gran ciudad ante sus ojos. Doce de la noche, o puede que un poco más, en el autobús que nos llevaría hasta Valencia. Calculábamos pasar más de nueve horas allí dentro, pero eso no evitaba que la alegría se palpara entre todos los que con ansias esperan el momento de llegar y hacer por fin ese viaje largo con la resi. Del que tanto habíamos oído hablar pero que rara vez se llegaba a realizar. Ya habíamos superado el impedimento del número de plazas, éramos suficientes como para que la resi nos proporcionara el transporte. Una vez conseguido esto, nos pusimos manos a la obra y, en varias reuniones, promovidas por la comisión de actividades culturales, nos fuimos poniendo de acuerdo y sacando adelante poco a poco el proyecto. Puestos ya en marcha y con las ilusiones en la mochila, nuestra ruta resultó ser más rápida de lo que esperábamos. Al conductor podríamos llamarle Bill “El rápido”, nada ni nadie podía pararle, y en no más de siete horas estábamos en Valencia vivitos y coleando. A esas intempestivas horas, nos encontramos con la puerta de nuestro albergue cerrada. Así que pasamos el tiempo acompañando en el autobús a nuestra pareja del año, los conserjes Yolanda y Óscar, hasta su hotel de lujo.

Cabe reseñar que en ese hotel también se alojaba Bill El Rápido. Por supuesto, a nuestra cuenta. Cuatro estrellas con puerta dorada giratoria y portero, frente a la reja de hierro, los baños compartidos, las literas sin sábanas y la poca libertad (sobretodo por la noche), al estilo Prision Break, que nos esperaba. Pero bueno, lo que más nos importaba es que ya habíamos llegado y dejado nuestras maletas, que, aunque sólo eran para unos días, pesaban lo suyo. A lo que hicimos esa mañana podríamos llamarlo Perdidos, no era una isla, no teníamos avión y no necesitábamos utilizar nuestro instinto de supervivencia, pero el adjetivo nos venía al pelo. La mayoría no conocíamos esta ciudad mediterránea que estábamos a punto de visitar y, por supuesto, fueron pocos los que recordaron llevar el plano que nos habían proporcionado. Los naranjos, el agua de Valencia y la paella eran los tópicos que esperábamos encontrar y, aunque los buscamos, no nos topamos con todos ellos. A cambio, nos fuimos dejando sorprender por lo que veíamos a nuestro paso. Esa tarde nos acercamos hasta la playa, aunque ésta no estaba nada cerca. Algunos, al ignorar la distancia a la que se encontraba, al estilo Forest Gump, comenzamos a andar. El Mediterráneo nos esperaba. Una vez allí, jugamos a ser los vigilantes de la playa: mientras cuatro se bañaban, veinte vigilaban desde la arena, eso sí, a ninguno nos pasó nada. No estábamos todavía en verano y el sol sólo acompañaba por momentos. Sin embargo, ni el frío ni la época nos impidieron pasarlo bien en ese rato entre la arena y las toallas. Para la vuelta habíamos aprendido la lección: aquéllos que quisimos utilizamos el transporte público. Mientras la noche se acercaba, el cansancio iba haciendo mella, pues en el autobús unos durmieron más que otros.

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