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Echando la vista atrás por Ane Pérez
Me acuerdo perfectamente del primer día que llegué al Alfonso. Fue el lunes 27 de septiembre del año 2004. También me acuerdo de las sensaciones tan extrañas que invadían mi cuerpo en aquel momento, que iban desde la pereza de tener que hacer nuevas amistades, hasta el acojone de no saber qué me espe-raba, la tristeza de dejar mi casa, el estómago revuelto, etc. En fin, que aunque estaba contenta porque iba a estudiar lo que quería y estaba convencida de que iba a ser una buena experiencia, si en aquel momento me llegan a decir que tenía la posibilidad de regresar a casa, yo lo hubiese hecho con los ojos cerrados. Aquel primer año de novata pasó tal vez más despacio. Es especial porque descubres muchas cosas, conoces mucha gente, te diviertes mucho, descubres la independencia, pero aún así muchos días sientes añoranza de tu casa y procuras ir siempre que puedes, porque lo necesitas y te gusta, sobre todo al principio. El segundo curso y segundo año en la Resi pasa mucho más rápido que el primero. Ya tienes un grupo de amigos muy establecido que te está esperando ansiosamente para hacer los primeros pinitos en novatadas, conoces a casi todo el mundo y la vida social fuera de la Resi empieza a ser importante. Tu grupo de amigos y conocidos se hace grandísimo y Valladolid va siendo una ciudad conocida en la que te empiezas a mover medianamente bien. De repente un día te das cuenta que hace mucho que no pasas por casa y que ya sólo lo haces cuando hay un puente largo o a recoger los regalos de tu cumple. El saber que tienes amigos por todos los pisos del Alfonso te da mucha seguridad y te hace sentir querida. Si un día te encuen-
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tras mal, sabes que basta con descolgar el teléfono y llamar a alguien para que te acompañe a urgencias. Siempre que tengas algún problema de cualquier tipo, sabes que habrá alguien que esté dispuesto a ayudarte entre los más de 250 residentes. Tercero para mí fue el mejor curso. Era consciente de que ese iba a ser mi último año de independencia viviendo en el Alfonso, por lo que desde el primer día lo disfruté plenamente e intenté hacer más vida social que nunca. Me apunté a muchas comisiones, a tantas que incluso a veces se me solapaban las reuniones. Todos los días había algún plan para hacer, y sólo el pensar que el tiempo iba pasando y cada vez me quedaba menos como residente, me hacía poner los pelos
de punta y una sensación de tristeza me invadía. Intenté disfrutar al máximo de mis compis de Resi y de los de clase, fui a todas las cenas, paseaba por Valladolid yo sola disfrutando de mi independencia, intenté conocer la ciudad más a fondo. Este tercer año, mi habitación ya se había convertido en un lugar muy especial para mi. Mi querido cuarto, donde me reunía con mis amigos para charlar, hacer bromas por teléfono a los novatos, donde tantas veces me junté para hacer trabajos de clase hasta las tantas con agob-
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