Revista Zoque Nº 11

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R E V I S T A

ZOQUE S T A F F

N Ú M E R O

11 iINVIERNO 2016

La Portada Autor: Paloma de la Teja Título: Ella y sus imposibles Técnica: Mixta Inspiración: Imposibles de Inma Bosch Web: @palomadelateja (Instagram) email: palomadelateja@gmail.com

El Sumario 04 / VETERINARIA, ASTRONAUTA O COCINERA 06 / IMPOSIBLES 08 / LAS BICICLETAS DE MI VIDA 10 / CÓMO PUDISTE HACERME ALGO ASÍ 12 / COMPAÑEROS DE PISO 13 / MASCOTAS 14 / DESPEDIDA 15 / NOCTÁMBULOS 16 / NADA 17 / ERROR HUMANO 19 / LO TERRIBLE DE LA NADA 20 / UNA SERVICIAL DONCELLA CONTRAPORTADA / LOLA LÓPEZ-CÓZAR

Málaga. España © De los autores www.revistazoque.com RevistaZoque @Revista_Zoque @Revista_Zoque

ISSN 2174-565x Depósito Legal: MA 1370-2011 Edita A. C. Proyecto Zoque info@revistazoque.com

Dirección: Gabriel Vargas Zapata Correcciones: Pilar Arijo Dirección de arte: Sacha Reyes Marketing: Mary Iribarren Ayudante de dirección: Nacho Mayorga

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Veterinaria, astronauta o cocinera POR Mike Medianoche FOTOCOMPOSICIÓN ImatChus

Caliento la heroína en una cucharilla que lleva mi nombre. No sé quién fue la primera hortera en regalar cubiertos con el nombre grabado en una primera comunión. Cuando eres pequeña quieres ropa de marca, o discos, o muñecas. Yo quería una Nancy como la de mi vecina, pero me regalaron una cuchara de alpaca. Siempre pensé que era de plata, no descubrí el engaño hasta que intenté vendérsela al viejo de la esquina en el “compro oro”. Me dijo que si fuera buena me podría dar hasta cuatro euros, pero que el regalo de mi tío el rico era una basura y no me la podía comprar, que la vendiese en la chatarrería.

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Mientras la droga burbujea vuelvo a ver el columpio en el fondo de la cucharilla. Veo el asiento sin respaldo, y ese otro columpio roto de al lado que no sé si alguna vez balanceó a alguien. Veo el parque vacío, porque en el pueblo eran todos viejos y no había niños con los que jugar, y me veo levantando las piernas de atrás hacia adelante, una vez, y otra. Entonces yo era pequeña y reía, de mayor quería ser veterinaria, astronauta o cocinera; nunca lo tuve muy claro. Hoy día creo que cocinera habría sido lo más sencillo, porque para lo otro hay que estudiar mucho y con la crisis, la gente abandona a los animales en vez de cuidarlos, y al espacio solo van los ricos. Paso la gomilla por mi brazo y aprieto el nudo con los dientes. El día que cumplí dieciocho años, fui a un autobús de donación de sangre. Una enfermera me hizo lo mismo, y pasando su dedo por mi brazo con suavidad me dijo que tenía muy buenas venas, que se notaba que me cuidaba y que no fumaba. Nunca me gustó fumar, por eso me chuto, porque las niñas buenas no fuman. Preparo la jeringuilla. Mientras la aguja absorbe la heroína el columpio se va, y aparece la cara de mi abuelo el primer día que me tocó, allí, en el parque, en el columpio, cuando me dijo que me quería y que era un juego muy divertido, pero yo nunca le creí. Ni mi madre me creyó a mí cuando se lo conté años después, cuando mi abuelo, su padre, había muerto, y ya no buscaba mi vaivén en el columpio, ni me metía su gusano duro mientras el sol me daba en los ojos, y las cadenas rotas observaban inertes esa forma tan rara de querer a una nieta. Me ha costado, pero al fin encontré una vena. Me pincho, y empiezo a notar la paz, y perdono a mi abuelo, también a mi madre. Esta mañana, en la puerta del supermercado un tío cachas me llamó yonqui. “Cuidado con la yonqui”, le dijo a su mujer, e hizo un gesto para que se pusiera las manos delante del bolso, a modo de escudo. Y me hizo llorar, porque yo no soy una yonqui, yo aún soy una niña que juega a ser una heroína que busca dinero para pagar el superpoder de perdonar a los malos.

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Imposibles POR Inma Bosch ILUSTRACIÓN Paloma de la Teja

Ella me cortó las alas y dijo: “Vuela”. Rompió mis huesos y dijo: “Ven”. Tapó mis ojos y me dijo: “Mírame”. Me atragantó con promesas y dijo: “Diles”. Me rajó los labios y dijo: “Estás tan guapa cuando sonríes…”. Me arañó la espalda y dijo: “Llévame”. Se perdió en mis muslos y me dijo: “No grites”. Enloqueció mi reloj y dijo: “No tardes”. Hizo a mi brújula perder el sur y me dijo: “Baja”. Mordió mis pies y dijo: “Baila para mí”. Embriagó mis oídos con boleros y me dijo: “Nunca escuchas”. Me cortó los dedos y dijo: “Hazme temblar”. Me cosió la lengua y dijo: “Uno de Neruda”. Me apagó la voz y dijo: “Más fuerte”. Ella me vestía de imposibles e invitaba a mi espejo a no mirarme. Llenó mi papel de versos frustrados y mi memoria de su nombre. Y me dijo: “Ahora, bórrame”.

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Las bicicletas de mi vida POR Yolanda Navas ILUSTRACIÓN Juanlu López Anaya

Confieso que hubo muchas, aunque ninguna tan especial como la primera. Apareció junto a mis zapatos un seis de enero de un año en el que –por fin- los reyes recibieron mi carta. Fue un flechazo. Supe que ella me conduciría por aquellos caminos que nunca habría afrontado solo y no me defraudó. Además era paciente. Expuesta a los rigores del verano o al hielo de diciembre, esperaba a que terminasen mis partidos de fútbol o mis interminables cazas de ranas, y soportaba con estoicismo mis embates subiendo pendientes o atravesando barrizales. Pero el tiempo avanzó y ella no supo adaptarse a los cambios que provocó en mí. Una pátina de soledad la hizo invisible colgada en un rincón al fondo del garaje. Después llegó una flamante mountain bike con velocidades que conectó con mi parte más aventurera. Hubo más. La de carreras, que transformó las abúlicas mañanas dominicales y soportó los últimos coletazos de mi juventud, conduciéndome a mí mismo por carreteras secundarias. Todas fueron especiales, y a todas guardo en mi memoria mientras pedaleo en esta que, varada en medio de la sala, suma nostalgia y resta calorías.

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Cómo pudiste hacerme algo así POR Susana Násera ILUSTRACIÓN Miriam Jordán

No lo puedo creer! Sinceramente, no puedo creer que hicieras algo así. Sabías que estaba loquita por él, te lo había dicho infinidad de veces y me lo has quitado sin más. No te han importado ni mis sentimientos, ni el dolor que me has causado. Eres mi hermana y te da lo mismo verme mal. No le voy a contar nada a mamá, ella como siempre, intentaría interceder entre nosotras, pero esto es imperdonable, no cabe la mediación. Al mirar tu facebook he visto las fotos, en todas estás con él feliz y dichosa. Ajena a tu alrededor. Me parte el alma tu indolencia. ¿Te ríes? ¡No, no tiene la más mínima gracia! ¿Crees que no me duele ver cómo te arropa mientras yo me siento desnuda? No, no es igual que cuando éramos pequeñas y nos peleábamos por una sudadera. Somos mujeres adultas, con responsabilidades, tenemos que ser consecuentes con lo que hacemos, debemos distinguir el bien del mal. Lo que has hecho es deplorable. No sé cómo puedes mantener esa sonrisa en tu boca. Sinceramente, no me lo explico. Yo hubiera sido incapaz de hacer algo así a sabiendas de tu interés por él, y mucho menos regodearme en tu dolor. Ahora siempre será tuyo, aunque lo dejes nada será igual, la primera vez fue contigo y eso no lo podríamos olvidar. Siempre has sido más decidida, actúas mientras yo pienso las cosas serenamente, quizás ese sea mi error. ¿Quieres dejar de reírte? ¡No le veo la gracia! ¡Pedazo de zorra! ¡Yo vi primero el jersey de cachemir!

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Compañeros de piso POR José García Parra FOTOGRAFÍA Karla Martínez

La soledad del fondo del mar es comparable a la que sentía en aquel dormitorio. Su compañero cerró la puerta pintada de un extraño color mostaza. Sintió una sensación de peligro. Al quedarse solo, escuchó el relinchar de muelles de la cama en la habitación de al lado. Dos voces femeninas surgieron entre el silencio abriendo una firme brecha. Era un sonido entre un grito de socorro y un éxtasis místico. En aquel momento Juan, el Moro, supo que no tenía escapatoria. La salida por la ventana daba a un patio interior sin evasiva; tan vacío, que solo con mirarlo era capaz de absorberte un trozo del alma. Al coger el móvil vio su fondo de pantalla de gatitos, pero el pánico le hizo ser incapaz de marcar algún número con lógica. Era miedo lo que sentía, lo que estaba viviendo. Notó moverse el pomo de la puerta. Giraba de manera pausada. La tensión provocó tal crisis nerviosa en Juan, que le hizo coger un lápiz para clavarlo con rabia en el pedazo de carne que apareció tras la puerta. El compañero cayó al suelo con el trozo de madera atravesando la nuez de su garganta. Se desplomó como un saco de patatas. Tras un último suspiro, dejó caer levemente de su mano izquierda, el recibo del gas correspondiente al mes de octubre.

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Mascotas POR Charo Matas FOTO Nía Fields

Con el paso del tiempo, todos esos detalles especiales que en un principio habían propiciado el enamoramiento mutuo se fueron traduciendo en manías insoportables, y la animadversión era más que evidente. Ya no parecían una pareja, sino un par de compañeros de piso que procuraban evitarse a toda costa para no andar soltándose reproches a cada rato. Estaba claro que aquella relación no daba para más, así que decidieron dejar de vivir juntos y repartirse todo lo que tenían en común, cosa que hicieron de manera equitativa. Solo les supuso un ligero inconveniente el tema de la mascota. Tras una acalorada discusión, finalmente llegaron a un acuerdo: él se desharía del cadáver, mientras que ella limpiaría la sangre del suelo y del serrucho.

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Despedida POR Sandra Sánchez COLLAGE Nacho Mayorga

Al abrir el contenedor se dio cuenta de que estaba empezando a olvidar el nombre de las cosas que le habían contado de pequeña: el nombre de las hadas, de los países lejanos, de los dragones, de las princesas… Miró aquellos juguetes por última vez y los lanzó esperando escuchar el chasquido del plástico al quebrarse, pero no oyó que se rompiera nada; solo sintió dolor en el pecho y la sensación de que la niña que llevaba dentro se había convertido, de repente, en una anciana. 14 / ZOQUE / Nº11 INVIERNO 2016


Noctámbulos POR Fernando García de la Cruz Dávila FOTOGRAFÍA Laura Villargordo

Una maldición, un cruel encantamiento. Ocurre cada noche a las cuatro de la mañana. Despierto y ella está a los pies de la cama, mirándome, toda vestida de blanco… fantasmal. Dice mi nombre muy bajito, igual que un susurro, y me pregunta si sigue siendo guapa, si la echo de menos. Yo contesto con la voz ahogada de sueño que siempre será guapísima, pero ha pasado mucho tiempo. Con unos ojos que parecen besos amarillos, ella me observa durante largo rato sin comprender. Luego, gira sobre sus talones y se marcha del cuarto muy despacio, abatida. Entonces corro a cerrar la puerta con la promesa de un divorcio que nunca llega.

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Nada POR Raquel Lozano Calleja COLLAGE Adrián Escribano

Varias veces al día me dejo morir, le hago una pausa a la vida y me adhiero a la nada. Soy capaz de despojarme de los sentidos, envolverlos a modo de crisálida y anidarlos en mi ombligo. Él dice, muy poético y a lo Neruda, que le gusta cuando callo, cuando estoy como ausente, y lo hace sorbiendo la sopa, sin mirarme siquiera a los ojos. Es en esa metamorfosis carente de todo tacto, cuando mi sangre lorquiana se derrama por la cuchara y mi piel se vuelve yerma.

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Error humano POR Vk’ Curtin ILUSTRACIÓN Erik Pall

Llevaba un rato corriendo en círculos para intentar huir de su fatal destino. Orientarse por el olfato no era la mejor opción. Una y otra vez veía el mismo árbol caído, una y otra vez los cadáveres de sus compañeros, una y otra vez la madriguera de la que había salido despavorido... Allá donde iba, los candentes muros le prohibían el paso; sintió cómo el pelo le abrasaba y se fundía con la piel cuando saltaba sobre un ciervo; tropezó y rodó hasta chocar con una roca. Jadeaba de dolor intentando alargar el último aliento que le quedaba, viendo cómo caían las estrellas del cielo y se apagaban en el charco de su sangre. Quería mover las patas, levantarse e irse antes de que el monstruo le atrapara, pero ya no sentía nada, tan sólo los pulmones consumiéndose por el humo. Una pequeña hoja manchada de ardiente rojo, revoloteó a su alrededor, al mismo tiempo que su corazón se iba parando... Al día siguiente, todos los periódicos hablaban del loco que quemó los cerros; lo atraparon rápido, igual que el fuego al crecer, no como los animales al morir.


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Lo terrible de la nada POR Olga Colmenero Artal

Lo peor que puede sucederle a un poeta es que sus versos no evoquen a rosas y espinas, a naufragios en bañeras con velas apagadas, a islas desiertas en un desierto sin sol. Lo peor que puede sucederle a un poeta es que no sepa quién es, no sepa quién le hace ser lo que escribe. Que anochezca en un crepúsculo eterno que nunca más sea primavera, que la belleza se diluya en acuarelas de gris mate y no vea las palabras, ni escuche los silencios, ni palpe la ausencia hasta esculpirla en mármol. Lo peor que puede sucederle a un poeta es abandonarse al calor de una dama de belleza delirante que señala con rojo carmín las copas vacías, y jamás revela su nombre. Lo peor que puede sucederle a un poeta es que la lluvia ya no le sepa a fuego que las cerillas no calcinen el olvido y ya no le deslumbren unos ojos verdes en la oscuridad del recuerdo,

Lo peor que puede sucederle a un poeta es que se trasforme en un gato elegante, que pasea por mil tejados sin resbalarse. Lo peor que puede sucederle a un poeta es que sus estrofas se agrieten que las silabas pierdan su sabor, que el frío se transforme en hogar y la lucidez desahucie quimeras. Lo peor que puede sucederle a un poeta es que sus rimas pierdan pulsación, que su soledad le abandone y sus versos palidezcan. Lo peor que puede sucederle a un poeta es que no sienta nada.

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Una servicial doncella POR Cristina Molina Molero ILUSTRACIÓN Esteban Isaza Montoya

Aquella fue la primera noche que vio la luna llena desde la ventana de su cuarto. El calor del verano le impulsó a abrir el postigo y la luz se derramó por la habitación, proyectando sombras de objetos desconocidos. Había llegado allí como doncella de la señora, una entrañable y refinada anciana. Los estudios de maestra y su delicado aspecto, le ayudaron a conseguir el trabajo que tanto necesitaba; después de todo, acompañar a aquella dama a cenas, a la ópera y otros actos sociales, era una buena oportunidad para conocer a lo más selecto de la sociedad parisina. Tras un día agotador se quedó dormida plácidamente. Un escalofrío la despertó de madrugada, había refrescado y cerró la ventana. Continuó durmiendo hasta bien entrada la mañana, ya que era su día libre, pero despertó más cansada de lo habitual. Poco a poco iba adaptándose a los hábitos de la señora, quien se propuso hacer de ella una auténtica dama: refinando sus modales en la mesa, instruyéndola en arte, enseñándole idiomas extranjeros…, todo lo que una chica debía conocer para moverse en aquel ambiente. Se mostraba de muy buen humor, e incluso se diría que era afectuosa con ella, por lo que le estaba inmensamente agradecida. La señora recibió una visita especial: su hijo iba a pasar unos días en la ciudad y se hospedaría en la casa. Era un joven apuesto que, desde el primer momento, llamó su atención. Los tres compartieron intermina20 / ZOQUE / Nº11 INVIERNO 2016



bles veladas, tras las que se encontraba exhausta. A veces soñaba con él. Nunca advirtió que unos celosos ojos la observaban con avidez mientras dormía: cada movimiento del pecho al respirar, la fina piel de su cuello marcando el pulso, su juventud… La señora dio una cena para despedir al hijo, quien prometió un pronto regreso. Ella se sentía triste; pero era el momento de divertirse, y bailaron juntos hasta bien entrada la noche. Una vez que se hubieron ido los invitados, la dama sirvió la última copa de vino para los tres. Estaba radiante, con un brillo en la mirada más propio de una adolescente que de una anciana. Se retiró, dejando solos a los jóvenes. Un beso y la promesa de reencontrarse sellaron aquellos días felices. Al llegar a su habitación la cabeza le daba vueltas, no estaba acostumbrada a beber. Se tumbó en la cama apoderándose de ella un sueño profundo, tanto, que no despertó. Nunca más se abrieron sus ojos por efecto del fuerte somnífero. No pudo sentir el inmenso dolor. Su cadáver, irreconocible, fue encontrado flotando en las alcantarillas salvajemente torturado, lleno de cortes, casi seco. No era la primera muchacha que así aparecía en los últimos tiempos. Tampoco fue el primer baño de sangre de doncella que se dio la señora.

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Al final del verano y a escondidas, una hormiga le dio las gracias a la cigarra por haberle hecho el trabajo m谩s llevadero. POR Lola L贸pez-C贸zar


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