Libro Concurso Literario UC 2015

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obras ganadoras CO NC UR SO L IT E R A R IO UC 2015

Organizado por la Direcci贸n De Asuntos Estudiantiles y La Biblioteca Escolar Futuro UC


© Pontificia Universidad Católica de Chile Dirección de Asuntos Estudiantiles y Biblioteca Escolar Futuro UC Vicuña Mackenna 4860, Macul, Santiago, Chile Derechos reservados Primera edición, octubre 2015 Dirección editorial Cinthya Castañeda Edición general Rodrigo Cantillana Colaboración en Revisión de Textos Luz Márquez de la Plata Diseño Pampa Estudio Impreso por Andros Impresores Santa Elena 1955, Santiago, Chile Prohibida su reproducción


obras ganadoras



Creación que nutre el espíritu

La Pontificia Universidad Católica de Chile presenta con mucha alegría este libro que reúne 30 obras correspondientes a los ganadores del Concurso Literario UC 2015 organizado por la Dirección de Asuntos Estudiantiles —DAE— y la Biblioteca Escolar Futuro con el fin de estimular la creación literaria entre los alumnos. A las categorías de cuento breve y poesía que consideraba el certamen hasta el año pasado, en 2015 se incorporó el cuento infantil. Esta mención forma parte del renovado impulso que la dae ha querido darle al Concurso al invitar a participar a los alumnos de enseñanza básica y media que pertenecen a la red de colegios del Programa Biblioteca Escolar Futuro que puso en marcha la Universidad en 2014. Con ello, se estimula el talento artístico de estos niños y jóvenes y se fortalece el vínculo entre ellos y el mundo universitario. El Concurso Literario UC merece todo nuestro reconocimiento, ya que colabora con el desarrollo integral de los alumnos de nuestra Universidad al ofrecérseles una oportunidad para que manifiesten distintas facetas de su personalidad, más allá de la vocación profesional que hayan volcado en una determinada carrera. A la vez, es una forma de conocer otras áreas temáticas de interés para ellos, las que dan origen a una inspiración literaria que se plasma en un cuento o en una poesía. El entusiasmo que ha despertado este concurso entre los estudiantes es enorme. Sólo en los últimos 5 años se han presentado más de 2.000 trabajos de alumnos de pre y postgrado que provienen de carreras como Derecho, Medicina, Periodismo, Letras,

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Agronomía, Filosofía, Ingeniería Civil y otras. En el caso de la poesía, que fue incorporada en 2009, ya son cerca de 500 los poemas que han participado. Hay muchos alumnos y exalumnos UC que dieron sus primeros pasos en el arte de la narración y la lírica gracias a este Concurso Literario, cuyas obras más destacadas han ido quedando registradas en esta colección que cada año publica la Dirección de Asuntos Estudiantiles con 10 cuentos breves y 10 poesías creadas por nuestros alumnos y que, en la edición de este año, ha incluido también las 10 obras ganadoras en la categoría cuento infantil. Los cuentos y poesías reunidos en este libro representan manifestaciones literarias diferentes que dan cuenta de la capacidad creadora de nuestros alumnos que, gracias a este Concurso, nos permiten conocer facetas desconocidas de ellos, y que dejan en los campus una huella de inspiración que nos nutre el espíritu.

Ignacio Sánchez Díaz Rector

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CUENTOS

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qué aburrida es la muerte Albeiro Arias, Arte Primer Lugar

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La f ábula de Poseidón y e l día EN qu e quiso darse un disparo e n la cab e z a Alexis Baros, Enfermería Segundo Lugar

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Última- Última vez José Manuel Torres, Ingeniería Comercial Tercer Lugar

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el gorobadito Claudia Cattaneo, Doctorado en Arte Mención Honrosa

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EL SECRETO Santiago Meneses, Magíster Historia Mención Honrosa

55

londres Simón Miranda, Agronomía Mención Honrosa

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Pinigol Tomás Herrera, Filosofía Mención Honrosa

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siete Consuelo Escobar, Psicología Mención Honrosa

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te banco viejo Benjamín Mujica, Ingeniería Civil Mención Honrosa

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una historia sobre la edu cac ión Francisco Parra, Construcción Civil Mención Honrosa

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P OESÍAS

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c uerpo de noc he Micaela Paredes, Letras mención Literatura Hispánica Primer Lugar

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la tumba será de los libr e s Germán Alcalde, Letras mención Literatura Hispánica Segundo Lugar

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una noche c ualquiera Joaquín Miranda, Letras mención Literatura Hispánica Tercer Lugar a-trópico Vicente Baeza, Arte Mención Honrosa

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ars memorativa Paulo Lorca, Letras mención Literatura Hispánica Mención Honrosa

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Diatriba contra la Escritu ra Terapéutica Fernando Rivera, Doctorado en Filosofía Mención Honrosa

1 03 f ragmento de un sueño Francisca López, Teatro Mención Honrosa 1 07 las cruces María Dulce Subida, Doctorado en Ciencias Biológicas Mención Honrosa 111

Poemas de Gimnasio nº5: cic le te ro Alexis Baros, Enfermería Mención Honrosa

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Ya ha volado el Zorzalito Cristopher Méndez, Construcción Civil Mención Honrosa

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CUENTOS estudiantes biblioteca escolar futuro uc

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Desamor Giovanni Da Venezia, Liceo República de Siria Primer Lugar

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El suc esor Benjamín Alcántara, Escuela Particular Regina Mundi Segundo Lugar

135

Fénix y Dragón Anaíh Ramírez, Colegio Ciudad de Frankfort Tercer Lugar

1 43

El Mago y su Hada Miguel Ángel Zapata, Liceo Industrial A-22 de Santiago Mención Honrosa

1 47

EL perro y el zorzal Nicolás Vera, Complejo Educacional San Agustín Mención Honrosa

155

ERES mi Angel Scarlet González, Liceo Industrial A-22 de Santiago Mención Honrosa

1 59

La fasc inación del sueño Alejandro Orrego, Liceo República de Siria Mención Honrosa

1 65

Me gustas Martín García, Colegio Ciudad de Frankfort Mención Honrosa

1 69 Mi vida, mis decisiones Francisca Cisternas, Colegio Ciudad de Frankfort Mención Honrosa 1 75

Un día, El día Gonzalo Contardo, Liceo Industrial Chileno Alemán Mención Honrosa

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CUENTOS



quĂŠ aburrida es la muerte Al be i ro Ari as, Art e Pri me r Lu g ar


Albeiro Arias

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aburrida es la muerte. Llevo tres días horizontales y estoy “muerto” de tedio, aunque suene redundante. Si por lo menos pudiera ver algo de televisión, así sean esos programas que tanto he odiado; o fumar un cigarrillo, como lo hacía frente a la biblioteca aguardando la llegada de Javiera. Pero aquí no sé qué esperar. Sólo sé que uno espera, y espera, y no pasa absolutamente nada. Yo siempre creí ser el Raskólnikov de “Crimen y Castigo” y salvar el mundo, sentía ser el Rodiak al que la sociedad le quitó todas las oportunidades, pero nunca tuve el valor para matar a una usurera y ser condenado. Sin embargo, no dejé de pensar que yo era un ser excepcional, y por lo tanto, debía ser el mártir de alguna causa. Simplemente me arrolló un Transantiago. Lo recuerdo bien: el sol relumbrante, no miro el semáforo para no encandilarme, no escucho los ruidos urbanos por mis audífonos, no siento mi cuerpo. Estoy tirado a metros de la vereda, fragmentos de parachoques en el piso, los ojos indeterminados, los transeúntes gritando, mirando, murmurando. “El tipo debía estar drogado ¿cómo no se iba a dar cuenta que venía semejante vehículo?”, decía alguien. Luego los bomberos, los carabineros, la ambulancia llegando tarde, el hospital, la recepcionista diciendo que no me podían atender porque no tenía el carné del seguro. Alguien me sacó la billetera, me quitaron el reloj y el anillo, pero eso no me importa, lo que me duele es el mechón de cabello que le corté a mi hija Angélica el día de sus quince años y que terminó en un cesto de basura. Posteriormente la morgue, el congelador, el coche y ahora el hueco. Qué aburrida es la muerte. En la funeraria me probaron varios cajones pero ninguno me sirvió. Mi esposa actual optó por el más barato y como no entraba bien, me ué

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q u é a b u r r i da e s l a m u e rt e

doblaron los pies. “Este ya no siente nada”, murmuró uno de los funcionarios de la funeraria. Al principio mi mujer lloró lo justo, pero cuando le dijeron que yo tenía un seguro que había comprado la empresa para todos sus empleados, y cuando hizo las cuentas calculando que eso equivalía a dos años de trabajo mío, se calmó: “Aquí no pasa nada, en realidad es como si se fuera a morir dentro de veinticuatro meses”, y secó sus lágrimas. Desde entonces empezó mi hastío. La gente pasaba, me miraban por el cristal del ataúd y se santiguaban. A otros ni siquiera los conocía. Algunos decían: “quedó feo” o “al fin se murió este conchesumadre”. Luego caminaban despacio hacia mi mujer, la abrazaban, le besaban la mejilla y decían “lo siento mucho”. Alcancé a contar diecisiete. Luego me aburrí y dejé de contar. Otra cosa que me desesperó fueron las mujeres desconocidas pasando a cada rato por el frente de la sala, para mirar en qué momento me quedaba solo para poder robarse los cirios, dizque para pedir milagros. Ojalá se los hubieran llevado para no tener que soportar el humo y el calor. Insoportable, fueron también las coronas baratas, hechas con esas flores de mierda, que crean con su olor un ambiente de tristeza así uno esté feliz. De los compañeros de la oficina, me alegró ver a William Fernando, le debía muchos favores y siempre fue cercano a mi casa. Éramos amigos desde hace catorce años. ¡Qué costumbre esta que he cogido después de muerto de estar contando los años y las cosas! Él, llegó a la funeraria, y antes de venir a verme, se fue a consolar a mi mujer, aprovechando el momento para tocarla disimuladamente, y desde entonces, no se le ha apartado ningún momento. ¡Desgraciado! Y eso que era mi mejor amigo. De las cosas que me conmovieron fue cuando vino mi hijo de cuatro años y se puso a jugar con los carritos debajo del

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Albeiro Arias

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ataúd, al rato miró a todas las personas y preguntó: “¿mamá, y mi papi dónde está?”. Todos se quedaron callados. Pero les decía que la muerte es aburrida, ahora deseo con ansias un café cargado como el de doña Tulia, nadie hacía el café como ella. Y ni siquiera pude decirle adiós. Javiera también vino a verme. No entró, pero se sentó al frente. Hizo como si viniera al velatorio del muerto de al lado. A ella la conocí hace dos años, cuando hacía su pasantía dentro de la empresa. Sé que en un principio salía conmigo sólo para que yo le regalara un smartphone o una tablet, pero después se fue acostumbrando a mí y me tomó afecto. A mi mujer nunca le dije nada porque sus lógicas siempre fueron elementales, jamás habría entendido que no se trataba de sexo, que lo mío con Javiera era otra cosa. Qué aburrida es la muerte. Si tan sólo hubiera muerto hoy domingo, las cosas serían diferentes. Finalmente los domingos siempre son aburridos. De ser así, el viernes habría pasado un rato con Javiera, y ayer sábado hubiera salido a tomarme unas cervezas con algunos de mis amigos. Pero no, pasé el fin de semana dentro de un cajón y para colmo, esta mañana me abandonaron en este hueco. Me trajeron dentro de un Cadillac negro que caminaba muy despacio, como si el conductor adivinara que ya no tengo ningún afán. El cura cobró por adelantado. Roció su agua bendita y echó su sermón de veinticinco minutos mientras la gente bostezaba. Me dejaron en el sector trasero del cementerio, el que se caracteriza por el desorden, el amontonamiento y la multiplicidad de tamaños y formas; desde una cruz de madera hasta el monumento en piedra, mármol o bronce. Todo es un montón de nombres propios con sus fechas de natalicio y deceso. Estercita Rodríguez 1955-1991, An-

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Albeiro Arias

drés Mora González 1911-1987, Francisco Martínez Cruz 19992001. Innumerables mensajes tardíos grabados en las placas de los muertos por quienes en vida no alcanzaron a decir lo que pensaban o lo que sentían. En algunas placas la gente deja fotos de sus difuntos como para que el nombre del desconocido adquiera un rostro. Otros pegan un escudo del Colo-Colo o de la Universidad Católica, también con el ánimo de darle alguna identidad al difunto. A mi todavía no me han colocado nada, ni el nombre, ni una flor. El sector de adelante es para los ricos, ¡qué tontera! Aquí también la lucha de clases. Esa parte la llaman los jardines, ahí las tumbas son uniformes y simétricas frente a lo heterogéneo, abigarrado y disperso de esta área. Cada jardín esta diseñado en secciones y cada sección tiene el mismo número de tumbas, todas iguales, de tres metros por uno con noventa, dispuestas a una distancia exacta, con lápidas del mismo tamaño, jarrones grandes, siempre rebosantes de flores y rodeados de verdes prados. Qué empalago. En el rato que llevo aquí, he visto gente que después de rezarle a su familiar (visita más bien corta) rápidamente se dirigen a la tumba de quien se ha ganado la fama de realizar milagros. Irónicamente quien fuera un delincuente en vida termina haciendo favores celestiales en la muerte. Así, el muerto que me tocó de vecino ha tenido que escuchar súplicas durante toda la mañana, por eso ni siquiera he podido intentar hablarle. Siento que extraño mis días monótonos de la vida, archivando papeles en la oficina, sacando cuentas de cobro, expidiendo boletas, esperando a que el reloj marque las seis de la tarde. Porque las seis eran una moral, una esperanza. Está oscuro, algo se mueve en mi estómago, siento frío y no tengo sueño, nada de sueño. Qué aburrida es la muerte.

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la fábula de poseidón y el día en que quiso darse un disparo en la cabeza Al e xi s B aro s, E n fe r me rí a Se g u n do L u g ar


Ale xis Baros

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l día en que Poseidón quiso darse un disparo en la cabeza, su hija le había dicho que no se casaría con aquel apuesto tritón con quien le habían arreglado el matrimonio, puesto que realmente estaba enamorada de su mejor amiga sirena y que se marcharía con ella a los mares árticos, lejos de los dominios de su padre. Poseidón sin saber qué hacer, se desplomó en su trono y se le cayeron dos lágrimas que no pudieron ser vistas por su hija. Ese día Poseidón aprendió que no vale la pena llorar bajo el mar. El día en que Poseidón quiso darse un disparo en la cabeza, cinco de sus consejeros reales, cada uno montado en altivos corceles de mar, vinieron a arrebatarle su corona diciendo que su pueblo marino ya no podía seguir hundiéndose cada día más en las profundidades del océano. Lo derrocaron sin que se pudiera defender; lo golpearon y le escupieron tres veces, mas los escupitajos no le tocaron el cuerpo de rey magullado. Ese día Poseidón aprendió que no vale la pena escupir a los enemigos bajo el mar. El día en que Poseidón quiso darse un disparo en la cabeza, se dio cuenta que por más que jalara del gatillo, la bala no podía salir del cañón al no poder hacer explosión la pólvora bajo el agua. ¡Mierda!, gritó Poseidón decepcionado por no poder acabar con su vida de un tiro, pero sus palabras no pudieron oírse bajo el murmullo submarino. Desesperado corrió hacia el acantilado más profundo de las profundidades de su ex reino y sin pensarlo cinco veces, se arrojó en él esperando que al golpear su cabeza contra el suelo, esta se partiera en mil pedacitos y que los peces pudieran alimentarse de ellos. No obstante, el roce del agua fue deteniendo su caída lentamente. Ese día Poseidón aprendió que es imposible suicidarse bajo el mar.

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la fábula de poseidón y el día en que quiso d a r s e u n d i s pa r o e n l a c a b e z a

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Ale xis Baros

Poseidón entonces, sin tener otra opción, nadó lo más rápido que pudo a la superficie y de un gran salto se arrojó sobre la arena de la playa. Ahí se quedó, inmóvil, escuchando el cantar de ocho ballenas tristes, que lamentaban su partida. Lentamente el sol le secó sus escamas y el aire colapsó sus pulmones. A las 01:45 de la tarde, Poseidón murió de asfixia por oxígeno. Los bañistas consternados, al darse cuenta de que el rey del mar había muerto, tomaron su cuerpo y lo llevaron al museo de la ciudad, donde lo pusieron en la entrada principal. Todos los años, miles de personas visitan el cuerpo del soberano caído y se lamentan de que el día en que Poseidón quiso darse un disparo en la cabeza, haya aprendido que la muerte solo se encuentra entre nosotros.

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ú lt i m a

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vez

Jo sé M an u e l To r re s, In g e n i e rí a Comerc ial Te rce r Lu g ar


José Manuel Tor res

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oy, después de cinco años y medio (11 semestres para algunos), fui por última vez a la Universidad. Seguramente iré de nuevo, pero hoy fue la última en un sentido académico. O tal vez ni siquiera sea así, pero para mí es la última. La última-última. Hoy fui y me devolví en metro, al igual que el primer día. También he ido en auto y en micro. En bici no. A pata menos. He hecho turno, me han llevado a dedo y me ha llevado gente que ni se lo he pedido. He llevado a gente yo también. Algunos no pararon de hablar en todo el camino, otros sólo hablaron dos cuadras antes de bajarse. Siempre he preferido el metro empero. Tiene un no-sé-qué, un qué-sé-yo. Será el que puedo leer un libro en el camino, será el que puedo espiar a la gente, será el que cuesta $210 el viaje. Algo será. Me he demorado 20 minutos y me he demorado hora y media. He ido cagado de calor, he ido tiritando de frío, he ido lloviendo y una vez fui nevando. He ido y me he devuelto sin siquiera llegar a la Universidad. Incluso hay días que he ido dos veces. De huevón. Me han llamado Tote, Toti y Teto. José Manuel, José Miguel, Juan Manuel, Juan Gabriel. Torres, Negro, Valdivia, Tú, Oye. Me han dicho que soy irresponsable, mateo, flojo, tontito, tela, gil, egoísta. Gay, facho, hippie, fashion, resentido, idealista, roto, distinto. Buena onda, apático, chistoso, poco sociable, desatinado. Me dijeron que muchas manos matan la guagua. Que no importa la repartición de la torta sino que el tamaño de ésta. Que si hay más autos, entonces al país le está yendo bien. Que la vida de alguien tiene precio, que por algo existen los seguros. Que $1.000 para un rico puede que sea más beneficioso que $1.000 para un pobre, dependiendo de la curva de utilidad, pero que como no

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ú lt i m a - ú lt i m a v e z

podemos calcularlas, sería irresponsable decir que sí o que no, así que mejor dejémoslo en “depende”. Que si la felicidad no se puede transformar en una función numérica, entonces no vale la pena considerarla. Que un amigo mío se murió, pero que no me preocupe, que continúe haciendo mi examen, que después nos cuentan los detalles. Que mi arancel mensual son dos sueldos mínimos, pero que obvio que la Católica es pro-inclusión, que cómo se te ocurre. Pasé ramos holgadamente, otros justito y otros no. Hice trampa y me fue bien, estudié dos días y me fue mal. Fui el “pasta” del grupo, fui jefe de grupo, fui un grupo individual. Odié a los

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José Manuel Tor res

que no hacían nada y odié a los que me odiaban por no hacer nada. Hice controles, pruebas, interrogaciones, exámenes, casos, trabajos, tareas, ensayos, tests, y quizás qué otra cochinada habré hecho. Certámenes y solemnes no. Eso si que no. Me pusieron azules que no merecía, me pusieron rojos que sí merecía. Para qué hablar de los morados. Falté a ramos con asistencia y fui a ayudantías voluntarias. Nunca presenté un justificativo falso y siempre me puse nervioso antes de una prueba, incluso hoy. Conocí gente. Mucha. Con algunos me río, con algunos me siento incómodo. A algunos no los he vuelto a ver y me gustaría hacerlo, a otros los ignoro en mis viajes metrísticos, otros me ignoran. Algunas relaciones duraron, otras no, otras nunca fueron (pero quise que fueran). Tuve una relación seria-seria, una seria, dos semi-serias, cuatro no-serias, ocho platónicas, 17 whatsapperas (o “whatsaperras” como diría una de las semi-serias), nueve piquitos, 31 bailes intensos, 54 no-tan-intensos, 198 cruces de miradas. También me hice amigos. No muchos. Los precisos. Unos andan siempre dando vueltas por acá. Otros no tanto. Otros nunca. Pero están. Unos cerca. Otros lejos. Lejos-lejos. Son buena onda. La Cato. Es chistosa.

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el gorobadito C l au di a C at t an e o, D o ct o rado en A rte Me n ci 贸 n Ho n ro sa


Claudia Cattaneo

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oy me desperté más temprano que nunca debido al insistente maullido de mi gato Cuanito, peludo sinvergüenza que no perdona su hora de comer. Ante tales reclamos, abrí un solo ojo, para analizar la urgencia de la situación o para ver si tal vez podía engañarlo y ganar así unos cinco minutos, que ante mi deplorable estado, son como una encantadora eternidad. No hay caso, me mira y chilla con más fuerza. Finalmente lo logra, me levanto con la energía de un muerto viviente. Hace frío, me pongo un suéter de lana absolutamente deshilachado y me dispongo a comenzar el día alimentando a Cuanito. Tomo su plato, me dirijo a la cocina donde guardo su comida en un tarro que dice azzor… sí, azzor, no arroz. Lo compré en Franklin… y era alternativo, siempre pensé que el que le había pintado las letras era una especie de disléxico. Claro que cuando lo compré la disléxica fui yo, pues no noté el error hasta llegar a mi departamento para llenarlo con arroz. Al darme cuenta, me pareció un pecado mortal darle un lugar importante en la cocina y honrarlo con el noble grano blanco grado dos que posiblemente un chino había cultivado con tanto esfuerzo metido en el humedal. Así es que decidí castigarlo con la ingrata misión de guardar la comida de Cuanito. Mientras iba a buscar el tarro de azzor de Cuanito pasé frente al espejo de mi ropero, un espejo pequeño que muestra sólo partes del cuerpo pero que sirve al menos para dar la ilusión de que mi diminuto departamento tiene más espacio del que realmente prometió la corredora de propiedades. Debí sospechar cuando me llamó unas cinco veces para que lo arrendara, pero tal como me sucedió con el tarro de azzor de Cuanito, me di cuenta cuando ya estaba adentro rodeada de cajas de mudanza llenas de diversos tipos de diccionarios. ¡Y bien, aquí

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me encuentro!, todos los espacios útiles están a menos de dos metros de distancia, por un lado, eso es muy conveniente, pero por otro, debo confesar que he comenzado a atrofiarme. No exagero, he notado cambios en mi cuerpo, cambios serios, mis brazos, por ejemplo, se han comenzado a alargar y me crujen las rodillas. Me compraría en cuotas una maquinita de esas que venden para hacer ejercicios pero no tendría dónde ponerla. Y odio los gimnasios y la gimnasia, la verdad es que prefiero sentarme y estirar las manos para alcanzar todo lo que necesito. Cuanito lo sabe y es por eso que se venga despertándome de día, de noche, en las madrugadas y de la manera más criminal. Cuando no respondo a sus chillidos, me golpea, me araña, recurre a cualquier estrategia para lograr su objetivo. Ahora, por ejemplo, mientras doy los 10 pasos que me toma llegar a la cocina para abrir su tarro de azzor, se cruza frente a mí con una actitud sospechosamente matonesca. Temo que si le grito para que no se cruce, me comerá. Porque si yo me he encogido, Cuanito ha sufrido un proceso inverso, se ha estirado, debe ser porque entre todos los estantes llenos de diccionarios, su caja de arena y su plato de comida, sólo puede moverse entre los huecos que quedan. Se ha estirado y adelgazado. También puede ser porque a veces olvido alimentarlo. Es que cuando llego a la cocina y veo el tarro de azzor de la comida de Cuanito no resisto la tentación de buscar entre todas las cosas que tengo amontonadas por ahí, algún plumón permanente para corregir tal error ortográfico. Debo confesar que tengo una extraña obsesión ortográfica y gramatical, he llegado a sentir escozor incluso ante el maullido gramaticalmente incorrecto de Cuanito. Porque un gato que se expresa con propiedad debe decir miau y no mau. Eso es algo que realmente me altera. La falta de esa i, no puedo

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Claudia Cattaneo

soportar la falta de esa ínfima vocal que haría que Cuanito, comiera más seguido. Creo firmemente que él lo sabe y lo hace con la intención de vengarse. Pero hoy comerá, es mi firme propósito, porque si tengo un gato llamado Cuanito es justamente para alimentarlo y cuidarlo y permitirle que diga mau en lugar de miau. Después de todo ¿quién soy yo para negarle la libertad de expresión a un gato llamado Cuanito? Creo que lo que más me molesta, además de su incorrección gramatical al maullar y el tarro de azzor, es su nombre. Yo lo había bautizado como Juanito, es un nombre común, fácil de pronunciar, Juanito, Juanito, hasta se me hacía agradable llamarlo para comer, ¡ven Juanito, a comer Juanito!... pero el veterinario que lo atendió cuando pequeño tenía el paladar fisurado y sólo podía llamarlo Cuanito. Eso no habría sido un problema si es que lo hubiese visto sólo una o dos veces, pero Cuanito estuvo hospitalizado por un mes, debido a su maullido gramaticalmente incorrecto. La primera vez que dijo mau en lugar de miau, yo no pude evitar soltar el primer tomo de la enciclopedia de Diderot sobre él, de la pura impresión. Con mi pequeña obsesión ortográfica y gramatical, no era posible que de todos los gatos del mundo, yo y precisamente yo, tuviera la desgracia de escoger a un gato con semejantes incorrecciones en el lenguaje gatuno. Lo peor fue llegar de la clínica a mi departamento diminuto con Cuanito y no con Juanito, pues ya se había transformado en una completa incorrección. Tal vez por eso olvido ocasionalmente alimentarlo. Pero hoy será su día, hoy alimentaré a Cuanito con su comida guardada en el tarro de azzor mientras me chilla mau insistentemente. La cocina no está tan lejos, pero el sólo hecho de pasar frente al espejo del ropero que queda en el camino me provoca terror, compruebo que hoy estoy más encor-

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vada que ayer, y que me está apareciendo un bultito diminuto sobre el omóplato izquierdo. Me quito el suéter para verlo mejor. Efectivamente es un bultito horrendo, con vida propia, es como un gemelo no desarrollado, creo que hasta puedo verle un mechón de pelo negro asomándose tímidamente. Cuanito ha quedado perplejo, silente, tal vez hasta asqueado frente a este nuevo inquilino. Intento ver si tiene ojos o dientes o algo que me oriente sobre la clasificación del bultito, pero este espejo diminuto no me lo permite. Me invade un miedo casi ancestral. ¿Será que ahora pasaré a ser un Rigoletto más, como en el cuento de Arlt?, no sería tan dramático si la gente lo pronunciara con corrección, pero no, me dirán Rigoberto, lo visualizo, ahí viene Rigoberto, y yo estallaré con la furia del jorobado de Víctor Hugo, que todo el mundo conoce por la película de Disney, no por Víctor Hugo, tal vez porque él escribe con una corrección casi eclesiástica. Debe ser por eso que ante esa sola idea me he calmado. Ante la imposibilidad de ver mi bultito —ya le he agarrado cariño—, me vuelvo a poner el suéter y sigo camino a la cocina. Increíble que 10 pasos le tomen a uno una eternidad. Cuanito, sin embargo, ha ido y regresado unas 100 veces. Ha vuelto a emitir ese insoportable mau tan incorrecto como su tarro de comida, ese infernal tarro de azzor que conservo obligada, porque quién podría tirar a la basura un tarro con semejante falta ortográfica, sería un crimen para quien se lo encontrara, algo injusto. No podría pasarle la cruz a otro infeliz que, como yo, tenga una leve obsesión ortográfica y gramatical… Cuanito me acaba de clavar los colmillos en la pantorrilla…. Sospecho que con la férrea intención de apresurar mi paso. O tal vez con un hambre feroz. Por la duda, apresuro el paso y llego finalmente a la cocina. Tomo el tarro de azzor para llenarle

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el plato de comida a Cuanito y así deje de mordisquearme la pantorrilla con sospechosa intención. Pero en ese preciso momento, y para desgracia de Cuanito, escucho un ruidito extraño que proviene de mi espalda. Suelto el platito de Cuanito y el tarro de azzor. ¿¡Aló!?... silencio…. De pronto vuelvo a escuchar el ruidito, esta vez más definido, es como un leve “oroaiooo”. Me quito lo más rápido que puedo el suéter —con los brazos alargados es lo único que logro hacer con rapidez—, y comienzo a retroceder hacia el espejo. El ruidito se hace cada vez más ronco, áspero, desagradable… oroadito… orobadito... Llego finalmente al espejo y veo, asomándose decidido por mi omóplato izquierdo, una enorme boca sin dientes, con un mechón de pelo negro interfiriendo en la comunicación. Temo preguntar, pero la curiosidad mató al gato, respiro hondo para cobrar valor y pregunto: ¿qué… dijiste?... con la boca completamente abierta y el mechón de pelo grueso y negro enredado en la insipiente lengua, mi bultito me responde: ¡Gorobadito, me llamo Gorobadito!.... Y ahí, frente al pequeño espejo que cuelga en el ropero de mi diminuto departamento, frenética ante la espeluznante falta ortográfica del endemoniado bulto adolescente, lanzo un aullido ensordecedor, me cuelgo a Cuanito en el omóplato y por fin, alimento a mi gato famélico mientras tomo un libro de la estantería, también diminuta, y leo en voz alta, casi como una declaración de principios: “El Jorobadito” de Roberto Arlt.

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el secreto S an t i a g o Me n e se s, Ma g 铆 st e r H istoria Me n ci 贸 n Ho n ro sa


Santia go Meneses

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acercaba el mesero con una ensalada. Rafael se encontraba en una esquina del restaurant y cuando vio que se acercaba su plato de entrada, no pudo hacer otra cosa que sonreír. Lo notaba bastante contundente para ser una simple ensalada, por lo menos comparada con la que le preparaba su señora en la casa. Mientras empezaba a comer, pensaba en esos primeros años de matrimonio: felices. Esa vida con su pareja, enamorado hasta las patas. No sólo estaban casados, eran cómplices en todo. Su hijo recién nacido, Francisco, estaba creciendo sano. Sabían que querían tener dos hijos más. Preparaban una vida de trabajo y esfuerzo enorme, para darles todo lo que ellos, Rafael y Graciela, no pudieron tener en la vida. En su primer día en la fábrica, Rafael llegaba de traje formal, recién comprado con un préstamo de su papá. Aunque no lo utilizaba para trabajar, siempre llegaría y se iría de su trabajo como si fuese el lugar más importante del mundo. — “¿Qué le pareció la ensalada, don Rafa?”, interrumpió el mesero mientras retiraba el plato de entrada. — “Buena, buena”, le respondió. “Oiga, ¿y a este lugar viene gente muy importante?” — “¡Uf!, por acá han pasado presidentes, empresarios, senadores…” — “Con razón”, comentaba Rafael, mientras pensaba en lo cara que era la comida, pero que, hasta el momento, con una simple ensalada había valido la pena. “Tráigame un buen vino, para esperar el plato de fondo”, agregó. — “Enseguida, don Rafa”. — “Dígame Rafita nomás, si nos conocemos hace años”. — “Sí, don Rafita, lo que pasa es que desde este lado del local hay que tratar a los clientes de manera más formal”. A Rafael le parecía extraño ver a Joaquín atendiéndolo con tanta e

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atención. Hace unos dos o tres años lo había conocido trabajando en el mismo rubro, pero en la parte de atrás, que es un local aparte del lujoso restaurant. Ahí se preparan almuerzos rápidos para los trabajadores de la fábrica y se encuentra a un par de cuadras de la Plaza de las Velas. Pertenece a los mismos dueños, pero no atiende al mismo público. Joaquín había demostrado ser un excelente empleado, y pasó de limpiar el piso del “Juanito” a trabajar como mesero en el “Culinarié”, y en el mejor sector de reservas del local. Así atendía a los más importantes clientes que podría recibir el distinguido restaurante, a pesar de tener sólo diecinueve años. Rafael era querido por la gente que le rodeaba, especialmente los jóvenes que conocía, tanto en la fábrica como en los lugares cercanos a ésta o su casa. Lo trataban con respeto y acudían en su ayuda, ya sea por un consejo o por problemas económicos. Siempre estaba dispuesto a apoyarlos, sin esperar nada a cambio más que reconocimiento o bien, en ciertos casos, protección. Recordaba, de cuando ya tenía 35 años, cómo había logrado que la pandilla de narcotraficantes de su vecindario no siguiera acosando a los vecinos, después de haberse enfrentado contra el jefe de los muchachos. Estos últimos tenían todos 14 o 15 años. El canalla ni siquiera vivía en el lugar, no conocía a nadie, sino que simplemente llegó y creyó que podía apropiarse del lugar. Rafael no lo amenazó, ni siquiera logró que dejara la actividad; simplemente, por conocer a los niños, y haber siempre ayudado a sus madres y a sus familias, aceptaron no meterse con su casa, con sus cosas, ni con su propia familia, ya formada y en desarrollo. Cuando llegó Joaquín con el plato de fondo, Rafael no podía creer lo que tenía frente a él. Antes, cuando leía la carta, ni siquiera pudo pronunciar el nombre del plato que había elegido,

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Santia go Meneses

pero le pareció tan elegante que lo pidió. Podía ver que tenía un gran pedazo de carne, sazonado con quién sabe qué condimento utilizado por los millonarios. El acompañamiento no era posible de reconocer, pero tenía un aroma magnífico. La gente del restaurante, todos elegantes y de finos gestos, quedaron mirando a Rafael porque se puso la servilleta colgada del cuello, y no en el regazo, como acostumbran los clientes. A Rafael no le importó. Pensó que, si hubiese estado comiendo con Graciela, ella le hubiese pateado la canilla para evitar la vergüenza de no estar al nivel de quienes estaban a su alrededor. Era la primera vez que entraba a este restaurante. Siempre pasaba por fuera, en las mañanas y en las tardes, durante el transcurso entre el paradero y su trabajo. Uno de sus sueños había sido siempre comer en ese lugar, pero nunca se había preocupado de esas cuestiones. — “Joaquín, tráeme el resto de la botella”, dijo Rafael limpiándose la boca. — “Sí, don Rafita, enseguida”, le respondió apurado, caminando hacia la cocina. Mientas tomaba lo que le quedaba en la copa, recordaba otra etapa de su vida. Su hija Raquel, aún de dieciséis años, había quedado embarazada. La pobre estaba destrozada, pero no por haber arruinado su vida, sino por la decepción que creía provocar en sus padres. Ellos ya tenían cincuenta y tantos años y aún tenían que mantenerla a ella y al más chico, de sólo trece. El pololo, compañero del liceo, se había comprometido a estar siempre al lado de su hijo y de Raquelita, ya que los padres del muchacho lo obligarían a trabajar y estudiar. Pero para Rafael y Graciela, la noticia no había sido más que alegría. Desde que el mayor había anunciado que se iba a casar, no podían pensar en otra cosa que

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en nietos. Y no les importaba el costo que significara. Tendrían que sacrificarse aún más, pero habían prometido que ninguno de sus hijos se iba a quedar atrás, sin importar la razón. Terminando el plato, se sentía satisfecho. Pensaba en lo que sus compañeros de la fábrica le habían dicho: que en ese lugar se servía comida para ricos, desabrida y que en el plato había más decoración que comida. Nunca le había importado mucho qué decían sus colegas, ni siquiera le interesaba si la comida era buena o no. Simplemente quería experimentar qué se sentía comer algo que valía más de cincuenta mil pesos. Estaba feliz, y aún quedaba por probar el postre. Vio a Joaquín retirar la mesa y le dijo: — “No, todavía queda pan. Usted sabe, hay que aprovecharlo todo”. Joaquín sonreía mientras retiraba el resto de las cosas. Normalmente hubiese regañado al cliente por no seguir las costumbres del restaurante, pero era don Rafita quien le pedía eso, así que no le importaba. — “¿Y cómo está la familia, don Rafita?”, le preguntó con la comodidad y tranquilidad de quien le conociera de toda la vida. — “Bien, bien. Francisco está de viaje por unos negocios y la señora lo acompañó. Los chiquillos se están quedando en nuestra casa. La Graci está feliz. El segundo de Marcos nació hace un par de semanas y está bien. La Raquelita está postulando a un magistrer, o algo así”. — “Magíster”, corrigió Joaquín. — “Sí, eso, otro estudio más. Se ganó una beca”. — “¡Qué bueno pues!, ¿y la Rafaela?”, preguntó Joaquín, esta vez, con los ojos muy abiertos. — “Eso a ti no te importa”, respondió Rafael sonriendo. “Anda a buscar mi postre mejor y no seas jote”.

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A Rafael se le olvidaba que Joaquín y Rafaela se habían conocido en el colegio, sólo que él había salido un par de años antes. De pronto vino a su memoria Graciela. Habían estado juntos desde los diecisiete años, cuando estaban en el liceo. Empezaron a pololear después de que ella se graduó del colegio. Se pusieron a trabajar, compraron una casa y se casaron. Su mujer lo ha acompañado en todos los momentos, buenos y malos. Buena esposa y buena amante —hasta que la edad de ambos ya no pudo sostener la pasión de la juventud—. Ha sido la persona más fiel que ha conocido en toda su vida, y ella nunca ha pedido nada a cambio, más que el esfuerzo por sacar adelante a su familia. Rafael ha trabajado desde los dieciocho años. Durante gran parte de su carrera en la fábrica, dobles turnos. Trabajaba incluso cuando los flojetes —como él les llamaba— del sindicato hacían huelgas. Claro, posiblemente porque ellos no tenían cuatro hijos que alimentar, o no tenían altas expectativas de ellos —por lo menos él creía eso—. Graciela lo esperó todos los días con la comida en el comedor, con los hijos habiendo terminado las tareas. Los más grandes sentados en la mesa y los más chicos durmiendo. La casa se mantenía limpia, el patio ordenado y lindo. La Graci se preocupaba de todo lo que significara el hogar y la familia, mientras que él trabajaba todo el día. A sus hijos nunca les faltó nada. Tenían ropa para cambiarse, libros para estudiar y cuadernos para rayar. No pasaron hambre. Tampoco sus nietos, cuando Francisco estaba en sus peores momentos, sin trabajo y con su señora enferma. Ahora estaban trabajando, formando a sus propias familias. Se acordó de cada uno de sus hijos: Francisco, Marcos, Raquel, y Andrés. Una pena lo de Andrés. Fue un día en la tarde. Estaba saliendo de la fábrica cuando

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se enteró de lo que había pasado. Rafael solo sabía que Andrés había ido a un paseo del curso al museo o al zoológico, alguna de esas cosas educativas, y él había tenido que poner un poco de plata para aportar al almuerzo. La junta de padres había preguntado cómo se iban a ir los niños a esa actividad, el director del liceo les dijo que tenían un bus arrendado. Lo que no sabían, era que el bus arrendado era de la empresa del hermano del director. Una empresa de transportes que había reprobado al menos seis veces las pruebas de seguridad y calidad, pero que gracias a un contacto en el Ministerio de Transportes, aprobaban sin problemas. Y no es que el director haya aplicado pitutos solo para ayudar a su hermano, sino que además el liceo estaba corto de presupuesto para poder contratar a un transporte de buenos estándares. La visita era a unas parcelas agrícolas a dos horas de la ciudad, la ruta no tenía muchos vehículos y el chofer tenía el apuro de llegar para ir al baño y después revisar por qué el termómetro del motor marcaba más alto de lo normal. Tomó una curva que era muy cerrada a ciento diez kilómetros por hora, no vio el auto que venía en contra. El conductor del auto murió instantáneamente, aplastado por el bus. El chofer salió disparado por el parabrisas. Andrés estaba jugando a las cartas, por eso estaba en el pasillo para usar su asiento como mesa. Estuvo en la posta de urgencia. La noche del tercer día después del choque, los doctores que revisaban su estado se acercaron a Rafael y a Graciela. Ella no lo soportó. A la familia completa le costó mucho recuperarse de esa noche, después del accidente. Pero salieron adelante, y se encomendaban a Andrés cada vez que un nuevo desafío surgía. Sentado en una banca de la Plaza de las Velas, prendió un cigarrillo y arrugó el paquete vacío. Graciela le seguía molestando

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por el vicio, y eso le llevó a pensar un poco en sí mismo. Estaba a solo un par de días de jubilar y era la primera vez que faltaba al trabajo, ni siquiera lo hizo cuando se enfermó o cuando Andrés murió. Una vida completa de trabajo y esfuerzo le había enchuecado un poco la espalda, y el estar dentro de la fábrica tantos años le afectaba un poco a sus pulmones. No tenía ninguna enfermedad, pero tanto trabajo ya se notaba en su cuerpo. Llevaba puesto el mismo traje cuadrillé café que se había comprado hace más de cuarenta años para ir a trabajar. Seguía siendo el único que tenía. Estaba orgulloso de su vida. Nunca había sido deshonesto, ni había ocultado algo a su esposa e hijos. Siempre cumplía con su labor en la fábrica, lo que le llevó a ser ascendido una vez a capataz y otra vez a supervisor de piso. Se consideraba humilde y solidario. Recién había terminado de comer la mejor comida —y la más cara— que hubiese probado en toda su vida. En cualquier otro momento de su vida, no se hubiese siquiera imaginado la posibilidad de gastar tanto en sí mismo, mucho menos en algo tan poco necesario como una comida en un restaurante fino. Le quedaban aún años de vida, sobre todo junto a Graciela. Su pensión sería también la de ella, y esa también fue una de las razones por las que tanto se esforzó en trabajar cuando era joven —y no sería una gran pensión—. Dependería de sus hijos, a pesar de que no esperaba de ellos pago alguno, sino la satisfacción de saber que ellos trabajarían tanto como él lo hizo. No sabía qué decidir. Estaba confundido. Por primera vez en su vida, no sabía qué hacer. La comida había sido un placer, un capricho personal y egoísta. Pero no se sentía culpable, había hecho un recuento de toda su vida y se daba cuenta de que había cumplido su propósito, era feliz. Tenía una familia y amigos

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que lo querían y gente que lo respetaba. Había dedicado toda su existencia a su esposa, hijos y amistades, a través del trabajo, el conocimiento y la experiencia. Este era, quizás, el momento más difícil de su vida. Estaba convencido de que la culpa lo iba a hacer tomar una decisión, pero se dio cuenta de que no sentía culpa alguna. Rafael se levantó de la banca y empezó a caminar. La gente que lo veía andar no se podía explicar la sonrisa que llevaba, y eso le daba más satisfacción. Sólo él sabía y no le contaría a nadie. Actuaría como si absolutamente nada fuese distinto. Su único y gran secreto, sería que se había ganado la lotería.

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londres Si m贸 n Mi ran da, Ag ro n o m 铆a Me n ci 贸 n Ho n ro sa


Simón Miranda

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oña María, al igual que muchos, vive en una población en la periferia de Santiago. Todos los días madruga para llegar a cuidar al José y a la Angelita que viven en la parte acomodada de la ciudad. Ella dice que no podría trabajar en otra cosa que no fuese cuidando a estos “pirigüines”. La confianza entre ella y sus “patrones”, como ella los llama, es el resultado de muchos años cambiando pañales, limpiando las murallas pintadas con crayones, llenando mamaderas con leche, con jugo, con bebida o con agüita de yerba para el dolor de estómago, de esas que venden en la feria de su población, entre muchas otras cosas. La señora María no tuvo hijos, pero nunca sintió que eso le afectara. Tampoco encontró a su media naranja. “Aún no”, recalca optimista a sus 47 años, siempre entre sonrisas. Ella siente que fue bendecida por haber criado al José y a la Angelita, los siente tan suyos como de sus “patrones”. “Es que es difícil no encariñarse con estos diablos”, dice ruborizada, cuando en su familia sus hermanos la molestan. Debido a los constantes viajes de negocios de sus jefes, ella se ha tenido que quedar incluso semanas enteras cuidándolos. Piensa que si no tuviesen la piel tan clara, perfectamente pasarían como sus hijos. Les ayuda en sus tareas, en sus problemas, en sus dolores de huesos o en sus cartas al Viejito Pascuero, ningún desafío es menor si se trata de ellos. Doña María siente que cada día aprende algo nuevo, o simplemente recuerda algo que el paso de los años había borrado. Ella vive al otro extremo de la ciudad, pero cruzaría la región si fuera necesario para ver a sus angelitos. “Ellos me llenan de vida”, piensa para darse ánimo, cuando suena el despertador

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lo n d r e s

en las mañanas de invierno, y las sábanas tratan de atraparla para mantenerla “cinco minutos más”. A la “Mari”, como la llaman en la villa, le gustan los días de lluvia porque dice que todo Santiago se ve de otro color, más vivo. Esos días su “patrón” le paga un taxi, por lo que es mucho más cómodo para ella. Además, disfruta de una buena conversación con el “Toño” que la pasa a buscar a su casa en el auto. Se maravilla mirando este Santiago renovado, la gente con sus paraguas, las micros salpicando agua a las veredas y a alguno que otro desafortunado peatón. Disfruta ver las gotas en la ventana, y también, cuando se empaña el vidrio por el calor de la calefacción. Al volver de su trabajo, en estos días lluviosos, se queda un segundo mirando el agua caer en la luminaria pública. Ella dice que es como un baile del viento y la lluvia. Mientras camina por el pasaje, imagina que está en otro país. Su población no parece la misma. Esa atmósfera hogareña que invade la ciudad en los días de lluvia, hace que doña María se sienta como en una de esas películas del cable, en Londres tal vez. No sabe dónde queda, pero según sus “patrones”, es un lugar bonito.

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pinigol To más He r re ra, Fi l o so fía Me n ci ó n Ho n ro sa


Tomás Her rera

Y la conchasumadre. Y la conchasumadre. Y la reconchísimaputadesumadre. Pinigol y la recontraremilreparidadesumadre. 5 Centímetros. 3 Milímetros. 5,3 Grados de inclinación. 9,8 Joules de fuerza. 1,3 Newtons de fuerza. 7,6 Pascales de presión. Dicen que en las noches, cuando duerme: no duerme. Que aún saca las cuentas. Que en otro mundo él grita y desde acá se escucha. Algunos dicen que cuando sueña les llueve bengalas sobre las sábanas y las lágrimas del hincha. Dicen que ese día las vírgenes lloran y que nacen nuevos santos. Que la vida deja de pasar, que los relojes se paran; que Dios baja del cielo, se sienta en un bar bien cuma y se toma una chela para ver el tiro él mismo con sus propios ojos. Los ángeles se juntan en la casa de San Pedro, dicen que San Gabriel trae las papas fritas —siempre verdes—, Santo Tomás trae la Coca-Cola y San Anselmo se trae el pisco. Que invitan a Belcebú quien se hace unos combinados mortales y les pone malicia. Que ese día es el único día que se pone feliz después de fumarse unos caños que se trajo directos del inframundo. Que incluso, Dios y Satanás se dan la mano y juegan al nunca-nunca. Se fuman los caños del inframundo y el ron que San Pedro tenía guardado. Que huevean tanto y se ponen a dar jugo joteándose a las santas. Les tiran tallas y se las engrupen. Las santas se ríen no más y, a veces, se rajan con un piquito.

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pinigol

Y la conchasumadre. Y la conchasumadre. Y la reconchísimaputadesumadre. Y la recontraremilreparidadesumadre. Dicen que en las noches, cuando duerme: no duerme. Dicen que se peina una vez más y se prepara frente al arco. Que apunta con tanta precisión que es casi de otro mundo. Dicen que hay bares donde lo único que dan es ese gol en pantallas de 40 pulgadas. Que quien abre la puerta lo queda mirando y de ahí nadie sale. Dicen que a esas tabernas nadie entra, porque aún nadie ha salido y ya no entra nadie más. Con los vasos en alto, con las chelas frías y el pedazo de maní entre los dientes. Que incluso ya nadie grita, porque todos perdieron la voz. Que el tiempo no pasa adentro del bar donde se junta Dios, los ángeles, los demonios y las santas. Pinilla siempre vuelve a meter el gol y que siempre se repite. Una y otra vez. Dicen que desde que la metió, a Pinilla le cortaron la pata y la pusieron en un museo. Que Pinilla no duerme aún recordando el gol bañado en oro. El gol entre el bosque de piernas y el amague en media cancha. Dicen que ya nadie sabe dónde Pinilla duerme. Quizás ya murió enterrado en el olvido dicen, otros creen que lo han visto caminando en la calle, desnudo, sin voz. Algunos dicen que vive en un manicomio donde locos poetas aún lo recuerdan. Que Pinilla se convirtió en poeta y que escribe sonetos a su gol de oro. Que se casó con ese gol y le puso un anillo. Dicen que Pinilla, desde entonces, escribe poesía con los pies.

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siete C o n su e l o E sco bar, Psi co l o g铆a Me n ci 贸 n Ho n ro sa


Consuelo Escobar

L

os tambores retumbaban como corazones, marcando el siete cada siete golpes. El chamán levantó la daga y la niña dibujó una mueca pícara, que ocultó la punzada de dolor que escapó de la palma de su mano. Los otros niños la observaban con la vehemencia hambrienta de los mediocres y Arimba les respondió haciéndose aún más resplandeciente. La voz de su madre la llamó y la niña obedeció, con la pasiva gracia de una pelusa ante una brisa, aunque por dentro su sangre fuese lava y sus pensamientos, supremos. El Círculo de las Ofrendas acababa en siete puntas y Arimba estaba sacando la maleza. Una risa cansina, de esas que han perdido carne y rabieta, la hizo indignarse. A diferencia del resto, Arimba era siete veces siete y su conjugación era hija primogénita. Alguien como ella debería estar en lo alto, no limpiando pisos con las manos encallecidas. Pero no importaba. Aunque el resto de los niños considerasen divertido verla sometida, no podían cambiar que sobre su cabeza pendían los frutos del triunfo. Siete vendría luego de muchos otros siete años y sólo ella no era un espejismo, aunque en esos instantes estuviese ayudando a limpiar el centro ceremonial. En la tribu de Arimba existía el mito del Primer Hombre, aquel que había enfrentado a los Dioses. En el origen se encontraba la Nada Madre. La Diosa, solitaria en su vacuidad, parió siete hijos y a cada uno le dio un fragmento de su infinita existencia. Los siete Dioses, no contentos con los regalos, se alzaron contra su madre, la pisaron e hicieron de su cuerpo un valle que se extendió hasta más allá de los nunca nacidos. Ese valle era la tierra y en ella los Dioses vivieron de placeres enrojecidos, creando criaturas para su entretenimiento: una de ellas fue el Primer Hombre. Sometido a tormentos incon-

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siete

mensurables, el Primer Hombre urdió un plan que le permitiese disfrutar de los mismos goces de los Dioses. Para ello, usó siete años en derrotarlos. Entregó consejos, abrió corazones, vociferó espantos, acicaló enredaderas y rompió huesos. Pero cuando llegó el séptimo año y enfrentó al último Dios, no pudo vencerlo. Sin su amor o su miedo, el Primer Hombre optó por esconderse, embriagándolo con siete jarras de su sangre, hinchándole el vientre con siete comestibles y durmiéndose tan serenamente que no había diferencia entre él y la tierra. La tradición dice que cada siete años, Siete se despierta de su embriaguez y sale en la búsqueda del Primer Hombre, por lo que aturdirlo es menester. Ser el vacío de sus antepasados, desteñir las sombras de sus huellas, desaparecer: eran las metas más ansiadas por los integrantes de la tribu. De todos menos Arimba. Cuando se hizo la hora siete y habían terminado los preparativos, se escondieron en la cueva más lejana y profunda, serenos como corderos. Arimba, en cambio, era un volcán. Ella había cumplido siete años el Día Siete, y en sus hombros caía el rocío que engrandecía a los héroes. Si había alguien que no necesitaba morir en sus sueños esa noche, era ella. El chamán convidó del brebaje que hacía tener sueños de muerto y se cubrieron con pajas y tejidos, volviéndose nada más que despojos. Arimba había degustado el brebaje pero sus labios se mantuvieron cerrados. Cuando los corazones se apaciguaron, la niña se mantuvo recostada, esperando con la tenacidad de un cazador experimentado. Un suspiro, dos gotas, tres grillos, cuatro rugidos, cinco serpenteos, seis golpes, siete gritos. El silencio y la atención de Arimba eran tales que la niña ya conocía el ronronear de la tierra y se sos-

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Consuelo Escobar

tenía en sus insinuaciones. Ella era siete veces siete, era la heroína ungida en laureles y no necesitaba disfraces para estar presente. Cuando el ambiente cambió, Arimba lo supo de inmediato. No había un olor especial, ni una temperatura desbordante. Nada era distinto, pero ella sabía que Siete estaba ahí, de la misma manera que podía asegurar que ella existía. Lo notó avanzar hacia ellos, arrebatándoles las pajas de los cuerpos. Lo percibió posándose sobre sus cabezas, hurgueteando en sus orejas para ver si hallaba algo. Lo descubrió sobre ella, abarcándola de pies a cabeza, apoderándose de su minúsculo fragmento de existencia infinita. Frente, mentón, hombro, vientre, muslo, rodilla y pie. El tacto de Siete era tan suave que su lógica naufragaba. Arimba se mordió el interior de las mejillas, conteniendo ácido en la garganta. ¡La habían descubierto! ¡Había sido derrotada! Arimba. La niña abrió los ojos y lo ominoso entró a través de ellos. Se arrepentía. Por pensar que tenía madera de héroe, moriría y no podría pedir auxilio ni a su madre. Una risita atrajo su atención y la niña vio una silueta en la distancia. Sus huesos rechinaron mientras se acercaba, pero antes de que pudiera alcanzarla, ésta corrió fuera de la cueva. La niña vaciló, pero los semblantes de sus familiares la convencieron. Si no enfrentaba a Siete, el Dios los castigaría y no lo podía permitir. Sacando valentía de lugares recónditos, abandonó la cueva y siguió a la figura que se adentraba en la selva, riendo con la misma carcajada ponzoñosa que los demás niños soltaban cuando la veían engrandecida. Arimba corrió tras de ella y se detuvo ante el Círculo de las Ofrendas. En el centro había una niña con sus mismos ojos vivaces.

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siete

Arimba contuvo un grito al verse a sí misma, con las estrellas peinadas en el cabello, y los dientes mostrando una sonrisa repugnante. Ven aquí, cuna de héroes. La mano alzada le recordó la daga del chamán. Arimba avanzó hacia ella y cuando sus dedos estuvieron sobre su cuello, la presión la hizo palidecer siete colores y borrarse de siete vías. Cuando el mundo se detuvo ya no estaba más en la selva, sino que en el interior de una garganta sin fin en donde siete de sus clones danzaban usando de atuendo, vísceras. ¿Así sería su batalla? ¿Marchitada en un siete maldito? Su cuna de héroes hedía a cadáver y ella era una no nacida. Un movimiento brusco la hizo caer de rodillas. Cuando alzó la mirada se vio a ella, con la sonrisa ardiente, gritándole a los cielos. ¡Ven por mí, héroe! ¡Ven y conviértete! ¡Ven y nace! El llanto de Arimba se desmoronó en una sonrisa. Su deseo más oscuro sería posible. Limpiándose el rostro, se colocó de pie y le hizo un gesto de agradecimiento. Puede que fuese una niña pero en esos momentos era alguien. Vencería a Siete, lo enamoraría o lo destruiría, y volvería a su hogar envuelta en alabanzas. No desaprovecharía la oportunidad de convertirse en una heroína. Fin.

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te banco viejo B e n jamí n Mu ji ca, In g e n i e rí a Civil Me n ci ó n Ho n ro sa


Benjamín Mujica

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staba sentado en la misma banca que el día anterior, a la misma hora que la semana pasada y con el mismo ánimo que hace 2 años, viendo gritos de pequeños hiperquinéticos que corrían por el pasto mientras se tiraban tierra, oliendo la textura de la madera reseca donde apoyaba mi mano, mi espalda, mis piernas y el brazo. Nada me molestaba más que dos enamorados besuqueándose a mi lado, haciendo esos ruidos mojados, salpicando libido hacia todos lados, ¡miento! Los perros siempre fueron más molestos, esos pulgosos que se suben y tienen el descaro de apoyar su asquerosa cabeza en mis piernas aprovechándose de que yo no me muevo. “Viejo”, “cómo es que aún sigue aquí”, esos eran los comentarios que se saboreaban, y la verdad es que sí estaba viejo, ya eran muchos los años que llevaba ahí, mi rodilla derecha ya estaba a punto de explotar, para qué decir cuando alguien se sentaba, por alguna razón me daban insufribles crisis de dolor hasta que se fueran. Fue así como terminé aquí, el gordo que vendía completos se sentó, no alcanzó a pasar un segundo y explotó, la rodilla se rindió ante semejante bola de grasa, volaron clavos y astillas, ¡Cuánto dolor! Además que al gordo se le ocurrió caer justo sobre mí, aún siento su grasosa espalda en mi cara, como una manta gelatinosa tapizada en sudor. Rápidamente comenzaron a llegar los visitantes del parque, en un minuto pararon al gordo y al siguiente minuto desaparecieron, me dejaron ahí tirado, con mi rodilla por todos lados y mi espalda trizada en veinte partes. ¿Por qué me dejaron así? ¿Qué había hecho el gordo y yo no que merecía ser levantado? Ahora ya lo comprendo, pero en aquel entonces esas preguntas me mareaban, me carcomían la cabeza cada segundo que estuve acostado en el suelo.

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t e b a n co v i e j o

Pasaron los minutos, pasó una hora. Ya iba a cumplirse la segunda cuando llegó una camioneta, bajaron dos tipos que, con la delicadeza de un rinoceronte extraviado en la mitad de la sala de estar de una casa en Brasil, me tomaron y lanzaron a la parte trasera de la camioneta, yo simplemente perdí la conciencia, y la fui a encontrar quién sabe cuántas horas después, tirado sobre un montón de viejas maderas, inútiles, todas rotas, chatarra de parque. Ahora ya lo comprendo, para eso estaba yo, para soportar a los pulgosos, escuchar salivas compartidas, recibir pelotazos y aguantar gritos, pero ya no, hoy sólo soy chatarra de parque.

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una historia sobre la educaci贸n Fran c i sco Par ra, C o n st r u cci 贸 n Civil Me n ci 贸 n Ho n ro sa


Francisco Par ra


u n a h i s to r i a s o b r e l a e d u c a c i ó n

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llá por los años mozos, me robaron un libro, mientras iba soñando despierto en la micro. Era mi libro favorito, ese libro tenía de todo, poesía para ingenieros, historia para militares, matemática para escritores, verdades disfrazadas de mentiras y mentiras que se hacían realidades, si uno las leía de costado, así como lo digo, la pulenta, es casi mágico. Tras un largo rato de llorar su ausencia, me contaron que el ladrón no pudo vender el antiguo montón de papel. Pasaron años y no conseguía comprador. Frustrado, el ladrón tomó el artilugio y empezó a hojearlo, su postura empezó a cambiar, pasó de ser la de un niño enojado con la mala suerte, a la de un adolescente intrigado por la inmensidad de la imaginación. Pasaban y pasaban las páginas, pero las palabras no pasaban, se le quedaban ahí y de a poco le llenaron la guarida, que tenía en un exclusivo peladero que hay en la avenida Santa Rosa, por ahí por La Pintana. Con el tiempo supe que ese libro es la última cosa que se robó, ahora es cuentista, historiador y médico loco, según sus propias palabras. Una especie de Indiana Jones pero con delantal de doctor. Nunca me devolvió el libro, se lo regaló a un niño de Puente Alto, y ese niño, que ahora es un Rey Poeta, como Nezahualcóyotl, se lo entregó a una joven madre soltera de La Pincoya, con quien comparte la más hermosa de las amistades. Cada 5 de noviembre se mandan por correspondencia una fotografía de sus rostros, con un bigote dibujado, como recordatorio de que la lucha no ha terminado. El doctor asegura, que el libro ese, siempre fue suyo y de todos. Que el ratero egoísta era yo.

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POESÍAS



cuerpo de noche Mi cae l a Pare de s, Le t ras Pri me r Lu g ar


Micaela Paredes

Sólo la noche sabe cuánta noche cría un cuerpo atizado por la pena. Los dos ojos vaciados buscan cielo a la espera de un nombre, y sólo el eco de su voz y del llanto de las horas, ven arder sin memoria entre la sombra. La luz del día sólo engendra sombra y no es más que el augurio de la noche. Sin nombre ni concierto van las horas. Desierta es la humedad cuando la pena no encuentra ya su origen, cuando el eco nacido del olvido inunda el cielo.


cuerpo de noche

Si toda claridad viene del cielo y sólo somos cuerpos dando sombra; si somos sólo el eco de otro eco y nuestras aguas siempre están de noche llorando sin saber de quién la pena ni a dónde el cauce lento de las horas; ¿a qué seguir llenando instantes, horas, y con la voz quebrada hablar al cielo para que extinga el rayo de esta pena, si el cielo se ha tornado un mar de sombra y no es más que el reflejo de otra noche, la noche en que Dios quiso oír su eco? Quizás fuera más fácil, siendo eco, dejar de preguntar por qué las horas laceran en silencio día y noche la verdad que creímos en el cielo… Y ser en el abrazo de la sombra, y darse en el oficio de la pena. Dios hizo a semejanza de su pena la voz del hombre; las palabras eco son del llanto que, oculto entre la sombra, derramó para dar nombre a las horas. No existen las distancias en el cielo: sin tiempo, todo empieza hacia la noche. Quizás las horas muertas en la sombra un día abran el cielo con su eco. Y tanta noche nos valdrá la pena.

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la tumba serรก de los libres Ge r mรกn Al cal de, Le t ras Se g u n do Lu g ar


Ger mรกn Alcalde

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l a t u m b a s e r á d e lo s l i b r e s

¿Quién puede culpar a la rabia del cráneo en el piso esparcido? La sangre relincha en la calle y el hambre del cuerpo responde. No digan que son solo ideas, los cuerpos ausentes aún sufren; aún sufre la herida de Chile, oculta en los campos de espinas bordados, en blancas montañas o en años llorando los rostros. Y en ciclos regresa el ardor del cuerpo sangrante que cambia, tan solo en el rostro que lleva. ¿Existe futuro o pasado, o la piedra es siempre la misma? Lo siento, pero la esperanza marchó: solo queda la sangre vertida en las calles. ¿Acaso la tumba será quien nos libre del asilo de su opresión?

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una noche cualquiera Jo aqu Ă­ n Mi ran da, Le t ras Te rce r Lu g ar


Joaquín Miranda

Algún Dios manco y sordo sueña un mundo donde todo es crujido de un ocaso, alumbra torpemente en un susurro y un niño nace en barro. Los árboles se pudren del olvido, los ángeles protestan endiablados, pero Dios los degüella de un suspiro y un niño crece en barro. Los mares se derriten por la rabia y se caen al cielo los desgarros. Hasta en sus propios sueños Dios fracasa y un niño muere en barro.

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u n a n o c h e c u a lq u i e r a

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a

-tr贸pico

V i ce n t e B aez a, Art e Me n ci 贸 n Ho n ro sa


Vicente Baeza

Un estampado florido ondula al ritmo del mar. Posado delicadamente sobre el deslavado horizonte. El Pacífico, revoluciona las artificiosas flores que bailan violentas y coloridas, resguardadas entre las enormes olas de papel de lija. En tierra no hay rastro de humano alguno, y la mancha afro-botánica se extiende por kilómetros a la deriva. Diversas especies marinas acuden a examinar aquel objeto, tan impropio del lugar. E inmediatamente, con sus espinitas mandíbulas, desgarran la tela.

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A-TRÓPICO

Al traspasar por los agujeros hacia la superficie, no son peces los que emergen. Son miles, millones de personas, que como recién nacidos aletean, gritan y golpean sobre la rajada sábana tropical. Ésta, rápidamente empieza a hundirse, engullendo en su quebrado interior como anaconda de floridas escamas, la nación incipiente.

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a r s m e m o r at i va Pau l o Lo rca, Le t ras Me n ci 贸 n Ho n ro sa


Paulo Lorca

I ¿Por qué no simplemente la memoria, el recuerdo desvencijado de materia y arreboles? II Las palabras se posan con torpeza sobre la práctica de todos los días; irrumpen la intimidad de las cosas, que nada tiene que ver con odiosas privacidades. Es el ojo agonista quien le designa un instante a las cosas y hace de ellas imagen espuria, para robustecer al famélico recuerdo, que de ideas se sirve. Insaciable. III Signo velado es el sueño; osario de egoísmos. Signo velado es el sueño, y el recuerdo del sueño.

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a r s m e m o r at i va

IV Aunque ha sido acusada la memoria de calumniar al Universo, es ella misma quien se ha cansado de asociar con formas lo perdido. V Memoria sin objeto es olvido, fuga y vacĂ­o.

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d i at r i b a co n t r a l a escritura terapéutica Fe r n an do Ri v e ra, D o ct o rado e n Filosofía Me n ci ó n Ho n ro sa


Fer nando Riv era


d i at r i b a c o n t r a l a e s c r i t u r a t e r a p é u t i c a

La escritura terapéutica está condenada, por su propio ímpetu, a una pertinaz forma de absurdo. La de quien intenta quitarse una intensa comezón, rascándose con las manos de otro, usando las uñas de otro y haciéndolo sobre el cuerpo de otro, esperando con ello, inconexamente, obtener alivio en su propia carne. El escritor es un perro tiñoso atendido por un veterinario principiante cuyo recetario magistral prescribe: ladrar a los autos tres veces al día, perseguir a gatos y conejos, aullar en jauría cada madrugada, orinar postes, arboles y grifos. En resumen: ser un perro. Olvidamos la respuesta de Rilke, negándose a toda forma de terapia con la certeza de que al morir sus demonios migrarían también todos sus ángeles. Lo saben bien los escritores veteranos: escribir es cura absolutamente de nada. O si me permiten ser más exacto: La palabra sutura a un cuerpo ausente.

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fragmentos de un sue帽o Fran ci sca L贸 pez , Te at ro Me n ci 贸 n Ho n ro sa


Francisca López

I Una joven demacrada y débil, no, triste y cansada. Un hombre joven, aburrido, triste y cansado. Un camino a casa y paisajes desconocidos y familiares rodeados por el mar. Una mujer madura, morena, quemada por el sol y la vida con una joven bella, nada de débil, nada de triste, nada de cansada, llena de vida. Un viaje que los teletransporta, los celos de la joven triste, las miradas del hombre triste y cansado, la violencia de la mujer triste e indiferencia de la mujer madura. Un viaje al hogar, se teletransportan o se edita el corte en la posproducción del corto. Surrealista. II Una cama en medio del patio de la familia, el viento, el cielo nublado y el pasto en el lugar donde debería haber agua. El hogar y la familia. Los jóvenes tristes. La mujer madura y la joven bella de espectadoras. Los celos de la mujer triste. La evidencia del asunto. La pena más triste de la mujer triste. La pasión del joven triste. Sólo la pasión. Vanidad, vaticinio, banal, vano. En vano. El destierro del hombre joven. La joven bella se transforma en perro y camina por el cerco al patio de al lado. Imágenes, colores, sensaciones. Todo se va. La tristeza nunca se va. La mujer triste es por siempre la mujer triste. La desilusión del hogar. Una pasión banal y un amor en vano. III Una caminata de la joven triste por las calles nubladas. Dinero en la mano. Destino extraño. Un bar. Un plano secuencia de la mano del viento. Viejos conocidos. Oscuridad y mal olor. Cigarrillos varios. Humo, humo y más humo que humea. El joven triste. Todo se va. La tristeza nunca se va. La indiferencia y el dolor de la mujer triste. Sólo la indiferencia del hombre triste. El crimen y la humillación. La huida. La huida del dolor.

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f r a g m e n to s d e u n s u e ñ o

IV Nueva caminata de la mujer triste por las calles nubladas. Una llamada. El viaje y el hogar. Luz otra vez. V La anciana que sonríe, el anciano indiferente. El boliche de barrio. La joven triste. Luz otra vez. El pelo blanco, el alma blanca, el papel blanco. Una hoja vacía por llenar. La confianza. Luz otra vez. Lo cotidiano. La joven triste menos triste. Lo cotidiano que la hace olvidar. Se acaba el plano secuencia y se acerca la cámara a la hoja en blanco. Algo a grafito. Corte. VI Alguien en algún lugar despierta e imagina el final de estos fragmentos.

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las cruces Mar铆 a D u l ce Su bi da, D o c t o rado e n C i e n ci as B i o l 贸gic as Me n ci 贸 n Ho n ro sa


María Dulce Subida

Te soñé antes de verte. No sé si mi sueño te creó, tal como eres, o si fuiste tú quien, sin permiso, entró en la intimidad de mi imaginación. Ese polvo, ahora de tus calles, lo soplaron tormentosos puelches y otros nortes, después que los desvaríos del tiempo rompieran en mil pedazos el barro de mi creación. Espejismo, si te ve la cordillera, por las bocanadas de niebla que lanzas en ese intento de ocultar tus tesoros de ávidas y humanas manos como las mías. Pero la salada espuma de tus olas refleja, refracta y reduplica la luz de Antu, descubriéndote bajo el disfraz de dama gris que otros perpetuarán con pinceles y poesías.

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las cruces

Recortaste piedras con espadas de agua, buscando contornos perfectos para Pu-am. Regalo que, sin querer, nos diste a los que descansamos en tus recodos. Sembraste verdes que creciendo salpican el apetecible dorso de tus laderas, cuyos marinos olores a polen esparcen inquietos colibrĂ­es entre sus vuelos. Negando blancas playas y negras piedras, clavamos la cruz de duelo que lleva tu nombre para que a Lauquen le llegaran las lĂĄgrimas de naufragios de ahora en ojos ancestrales. Y es pura magia que emana tu tierra, la que, desde el cerro a la quebrada, separa costumbres, culturas y voluntades, de esa gente que por siglos lleva pisando tus conchales.

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poemas de gimnasio n°5: cicletero Al e xi s B aro s, E n fe r me rí a Me n ci ó n Ho n ro sa


Ale xis Baros


p o e m a s d e g i m n a s i o n °5: c i c l e t e r o

Tengo miedo que el joven cicletero se me pierda entre casas adornadas en la calle de frío encementado o que un perro hambriento de colmillo manche su hocico con sangre de pantorrilla enternecida. Si no llegara mañana al gimnasio si no lo viera entre el brillo de las pesas su sonrisa de dientes doblados su voz exagerada de hombre fortachón su olor de vellos pubescentes. Por eso las noches con la luz apagada al no reflejar mi músculo en el espejo al no escuchar el ruido de las máquinas veo a mi joven cicletero y sus piernas fatigadas de cuerpo acalambrado alejarse de mi mano y de mi pecho marcharse al giro de rueda delgada haciendo sonar su campanilla retumbante en mi carne y corazón.

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ya h a vo l a d o e l zorzalito (tonada

)

Cri st o phe r M茅 n dez , C o n st r u cci 贸n Civil Me n ci 贸 n Ho n ro sa


Cristopher MĂŠndez


ya h a v o l a d o e l z o r z a l i to

( to n a d a )

Ya ha volado el zorzalito, en busca de nueva rama, cansado de aquel rosal que le cortaba las alas. Se pasaba el día entero llorando por sus dolores, sacándose las espinas de aquellas ingratas flores. Prometiste tu cariño sin hacerme ningún mal, y ahora con tantas espinas, me das sentencia mortal. La flor, aunque sea bonita, puede ser mal pagadora, por eso la’ aves del campo son tan buenas voladoras. Para el descanso ‘e las aves, fresca es la sombra ’el nogal; aquí se acaban las penas y los cantos del zorzal.

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Cuentos Estudiantes Biblioteca Escolar Futuro UC



desamor Gi o v an n i D a Ve n ez z i a, Li ce o Re pĂş bl i ca de Si ri a Pri me r Lu g ar


Giovanni Da Venezia

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desamor

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vereda húmeda tenía un color opaco, los autos salpicaban pequeñas gotas y las grandes lámparas de la calle alumbraban tenue la calle solitaria y yo solo, caminaba por la vereda, estaba ahí caminando sin esperar algo, sin ir a algún lugar, la calle tenía cruces y no sabía cuál tomar. Tomaba el que más parecía, de improvisto, la lluvia vuelve a caer y sólo me quedaba caminar más rápido, como si tuviera un destino con algún techo, seguí caminando y el día todavía no asomaba, tu sombra asomaba entre un montón de carne viva que no sé de dónde salió, te acercaste a mí y seguiste caminando, te miré y me pareciste, seguí caminando, quizás contigo. De tu chaqueta larga y pesada, por la altura de tu pecho, sacaste un lápiz, y yo no sabía por qué, jugaste un tiempo con él y yo te empezaba a sonreír. Ya las lámparas empezaron a apagarse de a poco y la niebla se dispersaba junto a la densa oscuridad, mas no había luz todavía, los autos pasaron menos seguido, y la vereda me parecía más agradable. Seguí, casi contigo ya, tomaste el lápiz, le sacaste la tapa y me dibujaste sobre el pecho un corazón, más aún, te diste el tiempo de pintarlo burdamente. Cuando terminaste, me miraste, por primera vez a los ojos e inmutable me apuñalaste el dibujo con el mismo lápiz, un hilo de tinta corrió por mi pecho, y luego en otro montón de carne viva que nuevamente no sabía de dónde salía, te escabulliste, miré mi pecho y seguía corriendo el duro tinte, las sucias lámparas volvieron a encenderse con más ahínco, se puso más oscuro y se hizo de completa noche. La niebla parecía más densa, los autos siguieron más frecuentes y la vereda me parecía fea y seguí caminando. Comenzó a llover y el agua de muy poco a poco fue quitando el tinte del pecho apuñalado y seguí caminando, como si tuviera que llegar a algún lugar, como si tuviera que hacer algo caminando. a

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el sucesor B e n jamí n Al cán t ara, E sc u e l a Part i cu l ar Re g i n a Mundi Se g u n do L u g ar


Benjamín Alcántara

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odavía me acuerdo cuando Sofía me lo dijo, no salí de casa por varias semanas, aún resuena en mi cabeza, “sucesor”. Cuando pude recuperarme salí a un concierto a distraerme. Al llegar a casa vi a un hombre sentado en el sillón, me refregué los ojos pero no salía de ahí, era raro estaba todo cerrado, él dijo: “Parece que amabas mucho a mi hija, hizo una sabia elección”. Luego desperté, era un sueño y me sentí aliviado. Bajé a tomar un vaso de leche, pero la sorpresa fue mayor cuando vi a Sofía sentada en el mismo sillón que el hombre. Asustado dije: “So, So, Sofía qué haces aquí”. “Amor qué bueno verte otra vez, pronto llegarán respuestas, lo siento”, respondió con una voz tranquila. Pero espera, ¡se marchó!, no lo podía creer estuve ahí con ella y no hice nada. En la mañana partí a la casa de su hermana Elizabeth a ver si sabía algo de lo que sucedió. Cuando iba llegando miré y parecía como si me estuviera esperando. Estaba tomándose algo apoyada en la entrada de su casa. “Hola Tomás, te estaba esperando”, dijo. Eso parece. La casa era bastante alegre, de un tono rojo afuera y adentro hecha con madera y las paredes de color blanco y una chimenea enorme. Me invitó a desayunar, al terminar ella se paró y dijo: “Creo que necesitas respuestas ¿no?”. —“¿Qué?, ¿cómo sabes?, supongo que sí ¿por qué se apareció ella y su ‘papá’?”, le pregunté. —“Bueno creo que eres el ‘sucesor’”, respondió. —“¿El qué?, ¿sucesor dijiste?” —“Sí, al principio parece algo extraño pero a la larga te vas a acostumbrar”, me explicó. “Ella tenía un par de ‘poderes’, te amaba y te los dejó a ti”.

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el sucesor

—“¿A mí?”, respondí sorprendido. “Sabes, se me hizo tarde, te veo luego”. Me fui corriendo pensando: ¿estará “loca” por la muerte de su hermana? no creo… ¿entonces cómo sabe que yo iba para allá y cómo sabía que quería respuestas? Me hice preguntas una y otra vez. Cuando volví del trabajo me senté en el sillón y lo acaricié como si todavía estuviera Sofía. En ese momento escuché un ruido en la cocina, me paré sigilosamente y vi a un hombre alto con una chaqueta negra. Cuando estuve lo bastante cerca lo agarré del cuello y lo boté, no sé de dónde saqué esa fuerza. El hombre me dijo lentamente: “Así que tú eres el tal ‘sucesor’”. Le pregunté cómo sabía eso y lo azoté contra el piso. “Ella trabajaba para el jefe y queríamos saber a quién le dejó los ‘tempus potestates’”, respondió una vez que volvió en sí para luego desaparecerse en menos de un segundo. Sólo quedó su chaqueta… ¡cómo desapareció tan rápido! No podía más, así que fui a mi cama a dormir. Cuando desperté me dirigí adonde mi amiga Marisol y le pregunté si sabía qué era “tempus potestates”. Ella dijo que para la tarde me iba a decir qué significaba. Fui en el auto rápidamente a la fábrica donde “trabajaba” Sofía, me dijeron que había una Sofía pero no de apellido Crown. No tenía sentido. ¿Me habrá mentido? no creo… ¿por qué ese hombre me dijo que trabajaba para el “el jefe”? Fui donde Elizabeth, ella dijo algo preocupada: “Bueno creo que es hora de contarte. En la década de los 60 el gobierno hizo una ‘alianza secreta’ contra el crimen, mi padre fue uno de los elegidos, la verdad no sé por qué y delirando dijo: Sofía eres mi sucesora. Todos sabíamos de eso, ella te mintió todos estos años,

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Benjamín Alcántara

pero porque te amaba y no murió por un infarto. Le dije al doctor que la cubriera y mantuviese en secreto la realidad de la situación, pero ella murió con un rebobinador de tiempo, luego lo entenderás”, explicó Elizabeth. En ese momento recibí la llamada de Marisol. “Tomás ya sé lo que significa, es ‘poderes del tiempo’”. Me explicó y le agradecí.

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el sucesor

—“¿Quién era?”, preguntó Elizabeth extrañada. — “Era una amiga, hablando de eso, ¿sabes qué significa ‘poderes del tiempo’?”, le pregunté. — “Sí, eran los poderes que tenía Sofía, pero te los dejó a ti”, dijo suspirando. “Mira, debes ir a la fábrica ‘Spandex’ y decirle a la persona que atiende ‘concursum parallel’”, agregó. Le pregunté qué significaba eso. — “Convergencia paralela”. —“Entonces ¿es como unión de líneas o puntos pero paralelamente?”, acoté. —“Algo así, bueno se te hace tarde Tomás”. Desperté y salí rápidamente hacia “Spandex”, se escuchaba una música muy buena y acogedora, creo que era Jorge Drexler. Cuando estuve al frente de la señorita que atiende le dije: —“No me tome como loco pero ¿conoce la palabra ‘concursum parallel’?” —“Domini est new”, dijo. “Pase, piso cuarenta y cinco”. Le agradecí y cuando subí al ascensor no encontraba el botón indicado. Pestañé y aparecieron cientos de números (¿cómo era posible?), apreté el botón, se abrieron las puertas y subí la mirada, parecía un piso futurista, habían armas muy raras y unas personas con trajes que desconocía. Se me acercó un hombre que me parecía conocido, era el hombre que estaba en mi casa y me dijo: “Nos volvemos a ver, pero ahora como amigos ¿cierto?”. “Supongo”, le respondí. “Ven sígueme te presentaré a Marcus, nuestro comandante o jefe como quieras decirle”, indicó. Caminamos unos minutos hasta que por fin llegamos, era una oficina bastante grande. Arriba había unos tubos enormes donde viajaban cosas. Cuando entramos un hombre ya anciano, pero

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Benjamín Alcántara

incólume sentado en una silla y detrás de un escritorio enorme, nos esperaba. —“Así que tú eres el ‘sucesor’”, me dijo. “Supongo que te parece todo muy extraño, sin embargo, te vas a acostumbrar, ven quiero mostrarte algo. Daniel quédate aquí”, agregó y ordenó a mi acompañante. “Sofía fue mi mejor alumna, aprendió muy rápido y la manera en que manejaba las armas era como ver a su padre”, reveló mientras caminábamos. En eso le salió una lágrima pero no de pena sino que de alegría por ella. Cuando llegamos a la habitación señalada estaba oscura llena de polvo y telarañas, demostraba abandono. A lo lejos se veía un cuadro gigante, me explicó quienes salían ahí: eran él y el padre de ella en la guerra “crono ruptura”. “Fue ahí donde él murió, pero no sin antes decirme que dejaba como sucesora a Sofía, su hija. Ella se preparó dos años para la guerra, lamentablemente no pudo estar en ella pero te eligió a ti, así que voy a tener que prepararte. Además sólo queda un mes, pero será suficiente. Antes de que digas algo, piensa que lo que más quería era estar en esa guerra, así que hazlo por ella”, explicó antes de desaparecer. Estuve pensando todo el día en lo que me dijo, hasta que llegó la noche y el sueño se apoderó de mis ojos. Pasó un mes, fue un entrenamiento muy duro. Me enseñaron a utilizar bien mis poderes y las armas. Cuando Marcus hablaba de Sodiac, el emperador del otro mundo, sentía como un odio por todo lo que hablaban de él. Cuando se abrió el portal hacia el mundo de Antares o del dios Scorpius me llené de orgullo y corrí hacia éste mientras gritaba. La guerra avanzaba, ellos no tenían soldados, pero sí bestias enormes. Lo único que quería era matar a ese maldito que asesinó a “Sofí”, con un rebobinador de tiempo. En eso aparece Sodiac arriba de

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el sucesor

dos tipos de “elefantes”, así que maté todo lo que se me cruzara hasta que estuve frente a él y me dijo: “Sé que detienes el tiempo, pero algo más me escondes. Algo que nadie más sabe hacer. A lo mejor eres el sucesor de esa mujer que retrocedía el tiempo”, dijo y agregó: “si la maté una vez, ¿por qué a ti no te mataría?”. Todo mi cuerpo se llenó de furia así que lo ataqué con todo lo que tenía, pero Sodiac se teletransportó detrás mío y me golpeó varias veces, aunque no me iba a dar por vencido tan fácilmente. Cuando me derrotó por completo recordé una frase que siempre repetía Sofía: la gente mala se alimenta del odio. A lo mejor era literal cuando se refería a eso, así que apacigüé todo mi cuerpo y sentí cómo una energía me rodeaba todo, me paré rápidamente y le propiné un golpe letal. Ni se inmutó, retrocedí diez segundos, y pensé: en la cara no le va a doler, intentaré en las piernas. Así lo hice y no funcionó. Me golpeó nuevamente, retrocedí el tiempo, esta vez me sentía mucho más cansado y ahora no pensé dónde golpear sino que me dejé llevar por la energía que me rodeaba. Vi cómo se empezaba a deshacer todo su cuerpo mientras gritaba, pero algo hizo con su mano y me dio un escalofrío. Se deshizo, me sentí aliviado pero duraría poco, el cielo empezó a aborregarse pero las nubes no eran blanquecinas sino que rojas y de un aspecto diabólico. Se empezó a formar un cuerpo en las nubes que luego fue bajando y tuvo forma definitiva: era Sodiac, gigante y más tenebroso. —“Ya sé lo que haces, retrocedes el tiempo. Ahora no podrás, eres un alfeñique comparado conmigo, ven golpéame”, me dijo. En eso tuve una idea, podría hacer una crono ruptura pero moriría en el intento. No me importó y grité: “Chrono confractus”, y apareció un clon mío pero digital. Empecé a correr lo más rá-

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Benjamín Alcántara

pido hasta que Sodiac estuviera encima del clon. Cuando por fin estuvo lo bastante cerca debía decir: “crepitus”. En eso vi todos mis recuerdos muy rápido y sentí como si me estuviera deshaciendo, una explosión se vino sobre mí y vi una luz blanca hermosa mientras unas manos acariciaban mi cara. Ahí escuché: “Tomás destruiste a Sodiac pero todavía no es tu tiempo”. Era la voz de Sofía. “¡Pero quiero estar contigo ya cumplí mi labor!”, aullé casi sin aliento. Cuando al fin pude oír algo sólo escuchaba sirenas de la policía o de la ambulancia, y luego de eso me dormí. Al despertar vi a Elizabeth, la hermana de Sofía. Me vio, lloró y dijo: “Vaya ya te daba por muerto, qué bueno que salvaste a todo el mundo, pero a una persona no. Marcus murió en la guerra y te dejó a cargo, así que, ¡buenos días comandante!”, me dijo mientras se reía.

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fénix y dragón An aí h Ramí rez , C o l e g i o C i u dad de Fran kfort Te rce r Lu g ar


Anaíh Ramírez

V

y Evan, eran dos jóvenes asesinos. Desde pequeños fueron arrancados violentamente de sus familias, llevados a organizaciones rivales donde fueron entrenados para acabar con su objetivo. Jamás se habían visto, sólo sabían que su última misión para ser libres era acabar con el rival. Viveka era apodada “Fénix de Cobre” y Evan, “Dragón Negro”. Viveka tenía el cabello rojo cobrizo, de ahí su apodo, ojos verdes como esmeraldas que conocían la muerte, opacos y sin brillo. Su piel era blanca y pálida, ya que sólo salía a cumplir sus misiones de noche y volvía a la organización al amanecer. Por más difícil que fuera la misión, volvía para dormir. Por primera vez podría volver a usar su nombre y podría volver a ser la chica de hace once años. Sería nuevamente Viveka Nóvikov. Evan tenía el cabello negro como el azabache, su apodo también por su cabello, ojos azules, de un azul profundo como el océano, llenos de secretos y tormentos, de piel ligeramente bronceada. Él hacía sus misiones a toda hora, aprovechaba su tiempo de ocio para salir con chicas e ir a la playa. No volvería a ser el mismo, pero tendría su verdadero nombre: Evan Fairfax. Las clases en la Universidad de Tokio pasaban con frecuencia. Hoy sólo había una mínima diferencia: dos nuevos alumnos se presentaban para la carrera de Psicología, una chica y un chico, Viveka y Evan. Ambos eran muy unidos y mejores amigos, aunque Viveka no le demostraba mucho apego, aun así lo consideraba su único y mejor amigo. Evan lo sabía perfectamente, hacían trabajos juntos y también investigaciones. Muchas chicas se acercaban a Evan, pero él solo tenía la vista enfocada en una chica, Viveka, en sus ojos ensombrecidos y en su actitud fría, siempre tajante con sus respuestas, la mejor de toda iveka

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fénix y dragón

la clase. Su belleza, inteligencia y lo difícil que era que aceptara un cumplido sin enojarse. Para él todo de ella era perfecto, sentía que se enamoraba por primera vez. Para ella la situación no era distinta, muchos chicos se le acercaban pero a ella no le importaba en lo más mínimo, no le importaba salir con chicos, ella sólo quería estudiar, acabar con su misión y ser libre para volver a Rusia. O eso quería hasta que Evan se acercó a ella. En todos los descansos, le decía que le quedaba bien lo que traía o cómo se tomaba el cabello. Ella jamás había recibido ese tipo de comentarios, no sabía cómo reaccionar ni qué decir, así que fingía enojarse con Evan. Lo peor de todo es que sentía que la sangre subía a su cabeza cuando Evan le decía que era linda o tierna. Sentía una enorme opresión en el pecho cuando lo veía con otra chica, tanto así que creyó que era algo físico. Fue a un médico, pero resulta que no tenía nada. Entonces, usó su última carta; hablar con una de sus compañeras, la más cercana a ella era Kiyori. Cuando terminó de relatar sus “síntomas”, Kiyori le dijo que estaba enamorada. Viveka no lo creía, para ella el amor no existía, para ella el amor no era más que la sombra del dolor. Pasaron semanas nuevamente, Viveka había recopilado bastante información, al igual que Evan. —“Viveka”, llamó Evan. “¿Quieres que vayamos luego por un café?, necesito hablarte de algo”, dijo el joven de cabellos negros. A Viveka casi le dio un infarto, una cosa es que le dijera cosas y otra totalmente distinta, es que la invitara a salir. —“¿Es muy importante?”, preguntó Viveka, tratando de zafarse de la invitación. Evan le confirmó que era urgente. Entonces, acordaron juntarse durante la tarde. —“¿Y…?”, preguntó Viveka, bebiendo un poco de jugo. Evan dio un largo suspiro.

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Anaíh Ramírez

—“Bueno…cómo empezar… ¡me gustas! Desde hace ya bastante tiempo…y quiero saber qué sientes tú”, dijo Evan bastante serio, mientras pensaba ¿estaría enfadada? o ¿ya no querría ser su amiga? o ¿no podría corresponder y se alejaría? Se sentía fatal ya no podía articular palabra alguna, mientras el corazón de Viveka latía fuerte, se sentía como si hubiera corrido horas sin parar. Se sentía feliz, ansiosa, eufórica, quería gritar y saltar. —“No sé exactamente qué siento, aquí adentro parece haberse desatado algo inmenso… siento felicidad, siento ganas de abrazarte, siento mil cosas que no sé describir, mil cosas que no sé qué son”, dijo y por primera vez estaba como alterada. Evan tomó la cara de Viveka y la besó. Era de dominio público que Viveka Nóvikov y Evan Fairfax salían juntos, se veían una pareja feliz, Evan al parecer era el único que lograba sacarle sonrisas a Viveka. La chica que parecía siempre desconfiar y estar alerta de todo parecía haber bajado la guardia al igual que Evan. Eran muy felices juntos, olvidaron quiénes eran, cuál era su pasado, mientras pudieran estar con el otro era suficiente. Pasaron pocos días más de verdadera felicidad. Esa noche por fin serían libres, el plan era fingir una reunión familiar y esperar a ser atacados. Todo marchaba a la perfección, de pronto explotó la puerta y entraron unas quince personas. Viveka corrió por los pasillos para esconderse y esperar, de seguro no la dejarían escapar tan fácil. —“Viveka”, dijo una voz que se le hacía extremadamente conocida, cuando se dio la vuelta por fin vio unos ojos azules. —“Evan”, dijo la chica incrédula, sorprendida y triste, ambos corrieron hacia el contrario y se abrazaron, lo habían entendido: su rival, la persona que debían odiar, era la persona que más ama-

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fénix y dragón

ban. Sintieron que más personas entraban por la puerta, pero no quisieron mirar, no querían separarse. —“¡Fénix de cobre! ¡Dragón Negro!” Ambos miraron a quienes los llamaban, sus cuidadores, los que los habían llevado a la organización, los que les habían enseñado a no sentir, a rebanarle la garganta a cualquiera, sin sentir una pizca de remordimiento, apuntándose entre ellos. “Bien Fénix ya lo tienes…ahora mátalo…siempre me impresionaron tus dotes como actriz… quieres tu libertad… ¡acábalo!, es la única forma de ser libres, uno de los dos muerto”, dijo un hombre con gafas. —“Dragón… no más juegos y ¡mátala!, uno de los dos debe morir, es la única forma de ser libres”, dijo otro hombre.

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Anaíh Ramírez

Los chicos dejaron de abrazarse, Viveka lloraba, Evan secó sus lágrimas y besó sus labios. Sacó un arma de entre su ropa y apuntó a su cuidador. Viveka sabía que no funcionaría… aunque mataran a toda la organización, todo era un señuelo, detrás manejaban los hilos. Entonces, de entre su vestido sacó un revólver y se lo puso en la sien. Evan le dijo que no lo hiciera…pero una mirada bastó para que ambos entendieran: la única libertad estaba con la muerte. —“Sé libre”, dijo Viveka y luego se oyó un disparo seguido de un golpe seco. El hombre de gafas le dio un tiro a Viveka en el hombro y ésta cayó al suelo. El otro hombre le disparó a Evan en el estómago. Evan cayó junto a Viveka y usaron sus últimas fuerzas para abrazarse. Lo último que oyeron antes de cerrar los ojos fue… —“El Fénix siempre renace de sus cenizas…y el Dragón Negro es inmortal…”.

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el mago y su hada Mi g u e l テ] g e l Z a pat a, Li c e o In d u st ri a l A-22 de Santia go Me n ci テウ n Ho n ro sa


Miguel Ángel Za pata

É

rase una vez un mago que era dueño de un gran bosque encantado, lleno de criaturas mágicas. A pesar de esto, se sentía terriblemente solo, porque sentía que nunca podría encontrar el amor. Entonces, para olvidar sus penas, decidió salir a dar una vuelta al bosque. El mago caminó y caminó sin rumbo fijo hasta que decidió parar a descansar. Él se sentó en un gran tronco a esperar que se le quitara su pena. Estuvo ahí llorando hasta que se hizo de noche. La Luna, al oír los lamentos del mago, le pregunto qué le sucedía y él le contó que no tenía ninguna compañía y que no había ningún ser que lo amara. La Luna le decía que todos alguna vez pueden ser amados, sólo le falta esperar y saber reconocer el amor cuando toque a su puerta. El mago más tranquilo se retiró a su casa a pensar lo que la Luna le dijo. Pasaron los días y el mago decidió salir a caminar. Caminó y caminó. En un momento se encontró con un hada muy bella. Él la miró fijamente a los ojos y ella también a él, encontraron una conexión entre ellos y en ese mismo momento los dos supieron que iban a estar juntos por siempre. Pasaron unos cuantos meses, el mago y el hada tenían juntos una vida feliz. Pero un día otro mago malvado, celoso de la felicidad de esta pareja, decidió separarlos e ideó un plan para lograrlo, decidiendo raptar al hada. El mago, al no encontrar a su amada, salió a buscarla y la encontró al final del bosque, pero ella había sido hechizada por el mago malvado, la maldición no le permitía moverse, era como si el hada se hubiera convertido en piedra. El mago desesperado buscó y buscó un truco de magia en su libro de hechizos para poder liberar a su amada de esa maldición.

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e l m ag o y s u h a da

Así pasaron muchos meses sin encontrar una cura para el maleficio. Sólo había una solución, pero era muy arriesgado el hechizo, pues podía quitarle la vida. Sin embargo, el mago se atrevió. No obstante, éste no tenía los ingredientes para poder hacer la pócima necesaria para efectuar el hechizo, así que se dispuso a hacer un viaje para poder encontrar dichos remedios: una rosa negra de cementerio, una garra de dragón, una lágrima de sirena y una pluma de águila. Después de dos largos años de búsqueda, el mago encontró sus elementos y preparó su pócima, le dio de beber al hada y lo que restó también él lo bebió. Luego lanzó el hechizo con estas palabras: “Por favor, espíritus de los magos antiguos, despierten y denle vida y fortaleza a esta hada para que pueda continuar su vida al lado mío por siempre”. En ese preciso momento el hada flotó y se iluminó su cuerpo, abrió sus ojos y volvió a vivir. Mientras él contemplaba lo que había sucedido, ella le dijo al mago: “yo estaré contigo por siempre”. El mago, que estaba muy débil, cayó al suelo. Luego de unos minutos se levantó, tomó la mano de su tan amada hada y se quedaron juntos para siempre. FIN

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el perro y el zorzal Ni co l ás Ve ra, C o m pl e jo E du caci o n al San Agustín Me n ci ó n Ho n ro sa


Nicolás Vera

E

una antigua y vieja granja, donde se encontraban muchos animales como gallinas, vacas, cerdos, ovejas, cabras y conejos. La granja era muy vieja, color madera, pero con los años perdió el color y quedó con un tono gris claro. Esa antigua granja le pertenecía a un triste señor estadounidense llamado Jack Wellington, pero todos lo conocían como el señor Wellington, un anciano delgado con cabellos blancos. Vivía solo en una gran casa al lado de su granja, su esposa falleció y sus dos hijos abandonaron el nido, por lo tanto, vivía en total soledad. El señor Wellington tenía una elegante perra labradora de raza pura con la que iba a todas partes. Wellington se dio cuenta de que su perra estaba muy extraña, poco tiempo después le vio su inflada barriga: estaba preñada. ¡Cómo podía haber sucedido, si el perro más cercano estaba a un kilómetro! Era un labrador negro que le pertenecía a la señora María. Los días pasaron volando, y una tarde la perra desapareció, el señor Wellington la buscó por todas partes hasta encontrarla. Estaba escondida en el pajar de los caballos, acostada de lado como si protegiera algo. La perra al escuchar ruidos volteó, era el señor Wellington. Ésta lo miró con una cara de que había hecho algo muy malo, el señor la observó bien y se dio cuenta que al lado suyo estaban cinco pequeños perros labradores recién nacidos: eran tres dorados, uno blanco y el otro era muy desorientado, se podía ver por su distintivo color negro. El señor Wellington lo llamó Black. Al poco tiempo los perros ya caminaban y podían jugar. Black sólo jugaba con su hermano de color blanco al que lo llamaron Copo de Nieve. Tiempo después los perritos estaban aptos para ser regalados, el señor Wellington le dijo a toda la gente del camra

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el perro y el zorzal

po que regalaba perros labradores, la gente no esperó más y fue a recibir un perro. El señor Wellington era muy amable al regalar y no vender los perros, ya que los labradores son perros un poco caros. La gente se llevó los tres perros de color dorado, sólo quedaron Black y Copo de Nieve. Un día cualquiera llegó una joven de pelo castaño y ojos verdes y que decidió adoptar a Copo de Nieve. El señor Wellington le preguntó su nombre. “Me llamo Daniela”, contestó la joven. “Bueno Daniela, ¿cuál quieres llevarte?”, le dijo el señor. “Quiero el perro de color blanco”, respondió con voz de alegría. El señor Wellington tomó al perro y se lo pasó en las manos con mucho cuidado. Le agradeció y se lo llevó con mucha alegría, pero con un poco de angustia por el pequeño perro negro que se quedaría solo. El día estaba lluvioso, Black sintió algo afuera, echó un vistazo por la ventana y de lejos se veían dos tipos con aspecto extranjero que venían a la casa del señor Wellington. Eran cazadores, se notaba por sus grandes escopetas. Black empezó a ladrarles. Tocaron la puerta, el señor les abrió y los cazadores le preguntaron si le quedaban perritos labradores. Él asintió con voz de cansancio. “¿Cuántos perros le quedan?”, dijo un cazador con voz de ansiedad. “Sólo me queda uno, este”, habló apuntando al perro que les había ladrado. “Lo llevamos”, clamaron con voz de engreídos.

segunda parte: la nueva vida de black

Los cazadores eran dos hermanos que decidieron huir de la casa cuando uno tenía catorce años y el otro dieciséis. Encontraron trabajo vendiendo venados y aves que ellos mismos cazaban, y

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Nicolás Vera

con sus ganancias se compraron unas escopetas. Pero para que la caza fuera más efectiva, necesitaban de un perro, pero no tenían uno. Por eso adoptaron a Black. Vivían juntos en una cabaña abandonada que ellos remodelaron a su gusto. Los dos ya eran adultos, el mayor tenía veinticinco años y el otro veintitrés. El mayor se llamaba Robert y el menor Andrés, el mayor era artista y el menor deportista. “Bienvenido a tu nueva casa Black, aquí dormirás adentro”, le dijeron al can como si fuera una persona. Black fue al living de la casa y observó un gran ventanal que tenía vista a un bosque. Al contemplarlo se fijó que había muchos árboles. En uno de ellos que estaba muy cerca, desde lo más alto se veían una pareja de zorzales cuidando un nido con tres huevos. El zorzal macho llamó mucho la atención de Black. Era color gris claro con elegantes patas color amarillo. Black no quería atacarlo ni comerlo, sólo quería jugar con él, así que salió inmediatamente para afuera a conocer al zorzal. Intentó escalar el árbol pero no pudo y se puso a aullar, el cazador Robert lo escuchó y lo fue a ver. “¿Qué haces aquí Black?, tenemos que ir a cazar”, le dijo. Le pusieron un collar con púas, una correa de cuero negro y lo llevaron a un pantano con muchos patos. Andrés le disparó a uno y cayó al agua. “¡Ve por él Black!”, le dijo al perro, quien no dudó y fue nadando a buscar al pato y lo trajo con mucha rapidez. Volvieron a casa con muchos patos, la mitad los comieron y la otra mitad los vendieron. Al llegar a casa, Black lo primero que hizo fue observar al zorzal cuidando sus huevos. La mamá zorzal se había ido a buscar alimentos, pasaron las horas y nunca volvió. El zorzal macho no sabía muy bien cómo calentar los huevos, Black se percató de eso y quiso ayudarlo llevándole su cobija favo-

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el perro y el zorzal

rita. El zorzal sin miedo fue donde el perro para buscar la cobija y Black se emocionó, nunca había visto tan de cerca al zorzal. Este sin dudar pensó que esa cobija le podía servir para calentar los huevos, y con sus elegantes patas empezó a fabricar motas de lana con la cobija y las subió a su nido para que le fuera más fácil. El zorzal se sentía muy agradecido por lo que Black había hecho. Dos semanas después los pequeños zorzales rompieron el cascarón. Los tres zorzales tenían las plumas de su madre y las patas de su padre. Este último siempre les traía gusanos e insectos. Tiempo después como la ley de la vida, los zorzales abandonaron el nido. Black y el zorzal estaban muy tristes por aquello.

tercera parte: la fuga de black

El zorzal pensó entrar en la casa donde vivía Black porque tenía mucha curiosidad. A esa hora el perro y sus dueños estaban cazando patos, por lo tanto el ave entró ágilmente por la única ventana abierta. Dentro de la casa había cosas que al zorzal lo sorprendían, y en una pared había unos zorzales muertos dentro de una malla de plástico. El ave observó con pánico, quiso saber si conocía alguno, y pronto quiso salir de esa casa, pero la ventana estaba cerrada y no había salida alguna. Algunos ruidos alertaron al zorzal. Eran los cazadores que ya habían llegado. “Mira Robert, un zorzal dentro de nuestra casa”, dijo Andrés percatándose de su presencia. Robert, con agilidad de cazador, lo atrapó en sus manos. “¿Lo mato?”, le preguntó a Andrés con voz de maldad. “Bueno”, le respondió sin preocupación. En ese momento Black intervino, no quería que le hicieran daño

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Nicolás Vera

a su amigo y lo defendió mordiéndole el brazo a su dueño Robert. Saltó sangre por todas partes. “Mañana por la mañana tenemos que deshacernos de este perro poco agradecido, por mucho que nos cueste debemos sacrificar a Black”, le dijo Andrés a su hermano mientras le vendaba el brazo. Black sabía del sacrificio y se sintió muy asustado y se escapó. Dos horas después del incidente con sus dueños, se marchó a la calle con su amigo el zorzal. Los cazadores jamás lo volvieron a ver. El zorzal y Black no pararon de huir por dos días. El perro estaba delgado, hambriento y cansado; ya no pudo más y se desplomó. Sólo quería comer, y al lado suyo estaba el zorzal acompañándolo. Rato después el ave se fue volando quién sabe dónde. Black tenía demasiada hambre y su amigo no volvía. Media hora después apareció el zorzal con un gran trozo de pan y lo compartió con Black, de todas formas le había salvado a los polluelos del zorzal. Black se repuso con ese gran trozo de pan y siguieron caminando, su meta era llegar a la casa del señor Wellington. Encontraron una casa de ladrillos y con muchas plantas. Black rasguñó la puerta y abrió, era una joven idéntica a la que se llevó a Copo de Nieve, pues ¡era ella!, Daniela. Ella lo reconoció de inmediato, lo adoptó y lo alimentó. Ahora Black estaba con su hermano y el zorzal, quien estuvo siempre en el árbol del jardín esperándolo.

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eres mi รกngel Scarl e t Go n z รกl ez , Li c e o In d u st ri a l A-22 de Santia go Me n ci รณ n Ho n ro sa


Scarlet González

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la primera vez que lo vi estuve interesada en conocerlo, ya que era una persona extraña para mí. Ese chico que cada vez que entraba a algún lugar me dejaba sin aliento. Ese chico, de nombre Michael Clifford, era muy especial, ya que nunca hablaba en clases ni tampoco hablaba con otras personas, excepto con Calum Hood, quien era su mejor amigo. Michael, el chico de las camisetas de Green Day, era extraño para mí, nunca llegué a hablar mucho con él, ya que yo era igual de tímida que él, cada vez que tocaba mi mano me sentía bien conmigo misma, era como si él fuera la pieza que faltaba en mi vida. A medida que pasaba el tiempo me enamoraba más de él. Un día cuando el profesor Lucas Hemmings nos decidió cambiar de lugar a todos, ya que según él siempre interrumpíamos su clase, el profesor me sentó junto a Michael. Yo estaba nerviosa, ya que era el chico especial que hacía que mi corazón se acelerara. Cuando tomé asiento junto a él sentí algún extraño cosquilleo. Así pasó la clase hasta que de repente decidió hablarme: — “¿Cómo has estado Samantha?”, dijo con su tierna voz que hacía que me derritiera. A lo cual yo con timidez respondí: “Bien, ¿y tú, Michael?” Michael, quien era muy tímido con las personas de su alrededor, me habló. En ese momento estaba muriéndome de ternura ya que me hablaba muy tiernamente. Así siguió nuestra conversación hasta el resto de la clase. Yo estaba feliz, había hablado con Michael y parecía un poco interesado en mí. Pasaron los días y seguíamos hablando y pasando tiempo juntos. Me presentó a su mejor amigo, Calum, quien era muy simpáesde

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eres mi ángel

tico por cierto. Al poco tiempo me hice muy amiga de Calum, le conté cosas que las demás personas no sabían, como por ejemplo que antes me autolesionaba por problemas en mi hogar y que además sufría de acoso escolar. Michael un día me invitó a tomar un helado, ya que según él me tenía que contar algo muy importante. Me llevó al parque y tomamos los helados juntos, comenzamos a caminar por el parque hasta que él se detuvo y me dijo: —“Sam yo te quería decir que tú me gustas mucho”, dijo con cierto nerviosismo. Yo un poco asombrada le respondí con dificultad: —“Mikey, tú también me gustas mucho y me gustaría estar contigo. Bueno, sólo si tú quieres”, dije casi tiritando. Michael muy contento me dijo, algo nervioso: —“Claro que me encantaría estar contigo, pero tengo que preguntarte algo”. —“Mikey, pregunta lo que quieras”, lancé. —“¿Sam, quieres ser mi novia?”, balbuceó muy ansioso. Yo le respondí que sí quería ser su novia. ¡Estaba muy feliz porque al fin estaba con el amor de mi vida!, pero ahora que estábamos juntos no podía seguir ocultándole el secreto. Le conté que antes me autolesionaba, ya que siempre me molestaban por mi estatura y todo lo que hacía; él me dijo que me ayudaría a superar esto y que él sería mi ángel que me ayudaría en todo. Y desde ese momento él es mi ángel quien me ayuda a ser mejor cada día.

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la fascinaci贸n del sue帽o Al e jan d ro O r re g o, Li ce o Re p煤 bl i ca de Si ri a Me n ci 贸 n Ho n ro sa


Alejandro Or re go

londres, martes

6 de julio de 2067

“A veces tengo mucha envidia —que irónicamente algunos llaman sana— de las personas que sueñan cada noche o hasta de vez en cuando, y mucho más de aquellas que recuerdan detalladamente sus sueños. Tengo un compañero en el liceo que me contaba sus maravillosos sueños, en los cuales –según él— experimentaba sensaciones de frío, calor e impresionantemente, olores. Él es una de esas personas. Yo sueño una vez en mucho tiempo, o mejor dicho, los que recuerde, porque son poquísimos. Sin embargo, no me quejo. Una vez leí un artículo sobre los sueños y decía, de forma muy sencilla, con respecto a tecnicismos científicos, que éstos son producto de nuestro cerebro que sigue procesando lo que hacemos, decimos, pensamos y sentimos, llegando a ser llevados a la memoria mientras dormimos. Este tema me llama demasiado la atención, que si tuviera la oportunidad, dedicaría años de vida en investigarlo a través de la ciencia. Cada vez que sé más, más anhelo soñar y recordar aunque sea detalles claros. Pero no soy alguien que nunca sueña. Una vez en muchas, pero sí sueño, prácticamente. Tengo en mi mente fragmentos de sueños o hasta pesadillas de cuando era niño. Recuerdo imágenes bien extrañas, confusas y algo fantásticas. Durante algún tiempo, en mi niñez, soñaba casi todas las noches que caía de un edificio muy alto, y que nunca tocaba el suelo. Era infinito. Despertaba perturbado y con una tremenda sensación de vértigo. Se lo conté a mi mamá y amigos, y me miraban como un loco o con cierta extrañeza. Nunca me expliqué qué significaba lo que me estaba pasando, ya que alguna causa debe

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l a fa s c i n a c i ó n d e l s u e ñ o

tener. Las cosas no pasan porque sí, creo yo; todo pasa por algo, algo que va más allá de nuestras capacidades humanas, y por lo tanto, limitadas. Años después intento reflexionar sobre qué me sucedió realmente y a causa de qué soñaba eso. Además me llevó a desear más experimentar soñar como debería ocurrirme. Algo debería hacer la ciencia al respecto”. Este extracto es parte del cuaderno de apuntes del Dr. Alex Chebkoski, escrito aparentemente en su juventud, hace cuarenta años atrás, quien es un renombrado científico de ascendencia alemana-rusa, pero radicado en la esplendorosa Inglaterra del siglo XXII, el cual dedica su vida al estudio de la Neurociencia y la Ciencia de los Sueños, ambas objeto de estudio constante hasta hoy, gracias a sus investigaciones y específicamente a la creación del neurocanescopio, su mayor invento, que permite grabar y analizar imágenes de la actividad cerebral y a todo nivel neuronal para observar el trabajo del cerebro en cualquier ocasión. El cuaderno de apuntes fue encontrado en su laboratorio en Londres hace seis meses al investigar su extraña desaparición. La última vez que se le vio en público fue en la Conferencia Mundial de Neurociencia que tuvo lugar en Berlín hace un año atrás. Destacados investigadores de todo el mundo han trabajado duramente en hallar su paradero, luego de intensas averiguaciones de la Policía de Londres. En medio de la investigación se constató de la existencia de imágenes de su cerebro en el neurocanescopio que poseía en su laboratorio. Este instrumento arrojó resultados muy misteriosos que se codificaron e interpretaron, mostrando abundantes y claras imágenes de la actividad cerebral del Dr. Chebkoski hace algún tiempo:

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Alejandro Or re go

“Era una oscura noche luego de un fugaz atardecer, paseaba por las maravillosas calles de Londres. Siempre me han asombrado y por eso vivo aquí: me encanta esta ciudad. Camino contemplando los elegantes y llamativos edificios, de los cuales me gustan mucho el Big Ben y algunos de Baker Street, mundialmente conocida como lugar de residencia del famoso detective Sherlock Holmes. Cuando volví a casa, muy tarde, llegué cansado, los ojos me pesaban. No me resistí más y me dormí. Al otro día, desperté con la vaga remembranza de un sueño que me parecía conocido y que no soñaba hace años, sin embargo, comenzó de manera diferente a los anteriores: estaba en el último piso de un alto edificio a punto de caer, en la orilla, pero por un rápido reflejo alcancé a retroceder. Me sorprendí al verme en esa situación, de la razón de estar allí. En el sueño, me veía angustiado y confuso. Escuché un raro chasquido, fui empujado, y caía, y caía, sin tocar nunca la superficie. Fue una experiencia terrible. Ya en mi cama, me sentí angustiado por el sueño que había tenido. Me hice muchas preguntas: ¿Por qué caía y caía infinitamente? ¿Qué experimenté para llegar a eso? ¿Qué me afligía tanto? Nunca lo sabré. Sólo sé que alguien me lanzó, pero… ¿cómo es posible? ¿Era sólo un sueño? ¿Un sueño como cualquier otro?”.

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m e g u s ta s Mart í n Garcí a, Co l e g i o C i u dad de Fran kfort Me n ci ó n Ho n ro sa


Martín García

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una noche tranquila, un 12 de febrero, y yo seguía pensando en ella. En su cara, su piel, sus manos y todo lo que tenía que ver con ella. Hasta pensaba en el día que la vi por última vez, hace varias horas atrás, en el bar de la esquina de la calle Ureta Cox. No digo que estoy obsesionado con ella, pero la quiero tanto, que sería capaz de morir a su lado. Ella estaba tan presente en mis pensamientos, que al otro día decidí llamarla. —“¿Hola?”, dijo ella. —“¡Hola Camila!”, dije con entusiasmo. —“¡Ahhh! eres tú… hola Franco”. —“Te llamaba para saber si querías salir algún día”. —“Claro, nos vemos a las 8:00 en el bar del otro día”. —“Sí, bueno… ahí nos vemos. Adiós”. —“¡Adiós!”. En la noche no pude dormir pensando en el día siguiente, pero finalmente logré descansar. Al otro día, me vestí formal pero con zapatillas, no quería que ella pensara que soy alguien con muchos recursos o algo por el estilo. Llegué unos minutos antes, que fueron los más largos de toda mi vida. Pasaban los minutos y ella no aparecía. Decidí llamarla por teléfono, pero no me contestaba. Entonces, me alteré, fui a su casa, toqué la puerta y nadie respondía... Sin esperanzas, volví a mi casa. Ya estaba oscuro y me puse a ver televisión. Fue entonces cuando sentí una presencia a mi lado y vi a Camila muerta al lado del sillón. Me asusté mucho y de pronto, escuché a la policía fuera de mi casa, pidiendo por favor que saliera con las manos en alto. En ese momento no entendía nada, estaba confundido, pero salí con las manos en alto y me arrestaron por homicidio en primer grado. ra

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m e g u s ta s

Cuando ya estaba tras las rejas, pude escuchar la radio de los policías que decía… “Esta noche, una chica llamada Camila, fue brutalmente asesinada por la locura de su amigo. El acto ocurrió en la casa de la joven, donde fue descuartizada y luego, trasladada a la casa del asesino. Éste ya se encuentra encarcelado y está siendo juzgado por este espantoso delito”.

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mi vida

,

mis decisiones

Fran ci sca C i st e r n as, Co l e g i o C i u dad de Fran kfort Me n ci 贸 n Ho n ro sa


Francisca Cister nas

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na chica perfecta, eso es lo que quiere mi familia, pero como siempre: ¿alguien ha preguntado qué quiero yo? Claro, nadie me ha preguntado, ¿para qué Charlie?, si no tiene importancia, no vale para nada mi opinión. Mi familia, desde que cumplí cuatro años, ha soñado con la hija perfecta. Hermosa y educada, sexy y tierna, lista y perspicaz, sofisticada y elegante. ¿Qué me relaciona con eso? Nada, no soy ni sofisticada, ni elegante y menos educada. Yo soy como quiero, me visto como quiero y no me importa la opinión del resto, cosa que molesta mucho a mi familia. Yo estoy a gusto conmigo misma, tengo el pelo castaño con pequeñas ondas, unos enormes ojos color aceituna (es lo que más me gusta de mí), soy alta, delgada, de piel bronceada, de carácter fuerte, aunque a veces demasiado, puedo pasarme de la línea, pero así soy yo. Por culpa de mi tía y su idea de sobrina perfecta, tengo que ir a un internado, donde se supone me convertirían en lo que mi familia quiere. Aunque es terrible, no es lo peor. Lo peor es que tengo que dejar Chile para vivir en Londres. Sola, en otro continente, sin amigos, con otro idioma. ¿En qué pensaban mis padres al aceptar la propuesta de mi tía? ¡Ah sí! En una chica perfecta. Mi sueño es que me dejen ser como yo quiero, pero sé que mi familia no lo aceptará. Mi mejor amigo Xav, me entiende porque su caso es el mismo, sólo que sus padres quieren un “chico perfecto”, no una chica como mis padres. Xav y yo hemos estado planeando un escape, nuestro escape, cosa que nuestros padres, por supuesto, no saben…

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m i v i da , m i s d ec i s i o n e s

un día antes del viaje a londres

Hoy me iré en la noche y no hay vuelta atrás, viviré mi vida a gusto, daré mi opinión al mundo y lo mejor de todo, nada ni nadie me detendrá. Yo soy Charlotte Collins y junto con Xav Henman, seremos invencibles en Miami. Tal vez sea un agente o de la FBI, siempre me han gustado los misterios, las pistolas y la acción. Algún día seré un agente… Sí, eso quiero…

señores pasajeros: favor de abordar vuelo con destino a miami

Estoy en el aeropuerto abordando mi avión con Xav a mi lado. Estoy emocionada de ir a otro país a vivir mi vida como siempre lo quise, tal vez conozca a un chico, no sé lo que pasará… no sé si tendré novio, no sé si tendré trabajo, pero sí sé que en Miami hay un departamento que arrendó Xav. Pagaremos los dos, así que no viviremos en la calle, eso es seguro. Bien… estoy cansada así que me dormiré, ya que es de noche y tengo sueño… —“Charlie”, escuché que me llamaban. “¡Charlie, ya llegamos, despierta!”. Sí, me hablaban a mí. Abrí los ojos encontrándome con un Xav despeinado. —“Xav, ya estoy despierta”, dije parándome. —“¡Toma tus cosas! La azafata se ha caído con tu skate”, dijo entregándome mi maleta. Tomé mis cosas, incluyendo mi skate y bajamos. Al salir del avión, respiré hondo y una nueva vida…, ese era el aroma que sentí.

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Francisca Cister nas

años después

Si me hubieran dicho: “Charlotte, tú serás un agente y vivirás en Miami”, no lo hubiera creído, me hubiese puesto a reír como loca; pero amo mi vida, tengo novio, soy un agente, tomo mis decisiones y nadie me lo ha impedido. Xav es agente al igual que yo, no tiene novia pero conoció a una chica muy guapa. Mi novio se llama Ryan y lo quiero mucho, ya que siempre me ha apoyado en mis decisiones. Tengo la vida que siempre quise y soy feliz.

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un día

,

el día

Go n z al o C o n t ardo, Li c e o In d u st ri a l C hi l e n o Al emán Me n ci ó n Ho n ro sa


Gonzalo Contardo

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un día martes, en medio de un invierno lleno de brisas frías y hojas secas en el piso, me encontraba yo con mi sweater y mi gruesa bufanda que ocupo en estas fechas. No era un buen día, hoy cayeron todas las injusticias sobre mí, estaba aburrido de las mismas personas en el liceo, me cansaba de hacer lo mismo durante todo el año, las discusiones con mi familia y los mismos diarios recorridos; ocurría que durante la tarde estaba pegado en la ventana de una micro, pasando por la avenida Irarrázaval, viendo el camino pasar, escuchando a uno que otro charlatán persuadiendo a la gente que compre sus productos, y cuando cruzaba Antonio Varas sabía que ya era hora de bajarme y dar unos pasos hasta llegar a mi casa. Quería respirar distinto, quería escaparme de esta monotonía. Al día siguiente decidí cambiar esto, así que no fui al liceo y me dirigí a un lugar donde estuviese tranquilo, ordenando mi cabeza de tantas ideas y alejándome de lo que veía siempre. Caminando sin rumbo planeado y mientras atravesaba la calle Suecia, vi a Mariana, con quien tenía cierta atracción y un cariño muy especial. Nos saludamos, nos largamos a conversar y compartimos risas, sus acogedores abrazos me hicieron agitar mis pensamientos y transportarme a un inhabitado, pero realmente fantástico lugar. Me contaba que iba a trabajar, así que no la molesté más y la dejé ir. Continué mi camino hacia una plaza de mi niñez, estaba inhóspita y corría la casualidad que no transitaba gente en las calles de ese lugar, me senté bajo un árbol y me puse a leer poesía, de a poco me pesaban los ojos y mi cuerpo se debilitaba, hasta que me quedé dormido; desperté de un susto y por unos segundos no tenía idea donde estaba, vi la hora y me di cuenta que ya tenía que irme, caminé hasta el lugar donde me encontré con Mariana, ra

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un día, el día

y de un abrir y cerrar de ojos se me ocurrió ir a buscarla, cayó la suerte que estaba por salir así que nos fuimos conversando hasta el paradero. Lamentablemente ella tenía que ir a la universidad a seguir estudiando, se dirigía a la Alameda, así que tuvimos que esperar una micro que la llevase allá, nos subimos a una de color anaranjado, estábamos en el medio de ésta, abrazándonos y regalándonos caricias que me empezaron a volver loco. Hasta que cruzamos Antonio Varas, era hora de despedirse, me bajé y dando unos pasos me acordé que tenía que juntarme con una chica, era para conocerla y conversar en el metro Santa Isabel, por lo cual la micro que había tomado recién me servía. Mientras la veía partir, me puse a correr con todas mis fuerzas hasta el otro paradero para volver a subirme, lástima que mis piernas no se lograban comparar con la rapidez de una máquina como esa. Llegué al paradero y vi la micro partir, no logré alcanzarla, y pasó otra distinta con otra dirección y color, fue en eso cuando pensé como nunca lo había hecho, al ver que esta tenía pocos pasajeros, iba a ir más rápido que la otra, así que me subí. Ocurrió tal cual como lo esperaba, la micro que tomé pasó a la de color naranjo, y al parar en el paradero, me bajé rápidamente y me volví a subir a la micro junto a mi querida; avancé y la volví a ver, me quedó mirando y no entendía nada, no sabía cómo lo había hecho ni por qué. Me preguntó “¿Qué haces aquí de nuevo?” Le contesté un poco ahogado, por la corrida que había hecho para llegar, y le expliqué lo de la chica con que me iba a juntar. Se sintió un poco disgustada con lo que le dije pero no era impedimento para continuar con los abrazos. Nos dimos unos “besos esquimales”, algo muy tierno de nosotros, al parecer le agradaba estar conmigo y a mí me fascinaba

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Gonzalo Contardo

cada segundo con ella; para ser sincero no quería bajarme, por mí que ese viaje hubiese sido eterno, pero nuestros senderos se tenían que desviar, nos dimos un último apegado abrazo y me bajé. Entonces, bajé a la estación Santa Isabel y me encontré con esta muchacha llamada Javiera. Nos retiramos de ahí y caminamos por el Parque Bustamante, conversando pequeñas cosas nos empezamos a conocer de a poco, pero fue más aburrido de lo que esperaba, podría llamarle una pérdida de tiempo. Hubo momentos en los que había un vago silencio incómodo, donde el pasto cargado de hojas caídas era más interesante que esa compañía. Hasta que por fin llegó el momento en que se tenía que ir, como buen caballero la acompañé hasta el mismo metro, la dejé abajo y se fue. Subí por las escaleras sin saber qué hacer ni adonde ir, en eso saco el celular para ver la hora y me percato de una llamada pérdida de la mujer que me estaba llenando el estómago de inquietas mariposas. Sí de ella, de Mariana, le devolví el llamado y concordamos juntarnos, ya que no nos hallábamos tan lejos. Así que partí acompañado de mis fieles audífonos y música que inspiraba felicidad. Llegué a metro Moneda, lugar donde acordamos vernos, y me envía un mensaje que ella está por llegar, por lo que me hice a un lado y la esperé. Pasaron centenares de personas a mi alrededor, todos con pálidas caras de no estar a gusto con sus vidas, sus miradas de desprecio lo decían todo. De repente, en la lejanía resalta una joven dama, la más hermosa que hayan visto mis miserables ojos, usaba tacos y con su dulce y único caminar noté inmediatamente que era ella, me fue imposible evitar la escapatoria de una sonrisa, es que de verdad ella es maravillosa. Salimos y dimos una extensa caminata sin sentido, adonde nos llevara el viento, pero a mí no me importaba, ya que estaba con

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un día, el día

ella y nada sería mejor. Nuestros ojos captaron muchas cosas llamativas, vimos el arte de la calle, conocimos la sabiduría de un vago y la cantidad de restoranes vacíos, como si estuviesen reservados para nosotros. Y llegó un momento en el que nuestros dedos no sólo se pasaban a llevar, sino que ya rompían el muro de la timidez y osaban tomarse y acariciarse sin duda alguna. Finalmente, como hasta lo más bello llega a su fin, llegó la hora de despedirse. Terminamos en un paradero desconocido, sin saber la hora ni lo que pasaba con nuestros seres queridos, éramos sólo ella y yo. Me quedé mirándola y su sonrisa no se iba de su cara. Ahí fue donde nos dejamos de ver, llegó la micro en que se tenía que ir, nos despedimos como si no nos fuéramos a ver nunca más, nos abrazamos cálidamente y se marchó. Mientras me hallaba solo, miré al oscuro horizonte, me abroché el botón del cuello de mi camisa, di un par de pasos y se me salió una sonrisa. Y fue cuando reflexioné y me di cuenta que este no era solamente un día, era el día en que encontré a quién sería mi compañera para refugiarme de los pensamientos y la vida que me atormentaban.

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JURADO CATEGORÍA C UENTO

Danilo Santos Doctor en Literatura, docente de la Facultad de Letras UC. Ha participado como colaborador y como investigador principal en Proyectos Fondecyt y publica artículos en diversas revistas académicas. Sebastián Schonnenbeck Profesor de Literatura de la Pontificia Universidad Católica de Chile y doctor en Literatura Hispanoamericana y Chilena (U. de Chile). Ha realizado investigaciones en torno a la obra de José Donoso y sus relaciones con la literatura anglosajona. Macarena Areco Periodista, licenciada, magíster y doctora en Literatura. Ha publicado una treintena de artículos en revistas especializadas y es profesora de narrativa chilena e hispanoamericana en la Facultad de Letras UC.

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J URADO CATEGORÍA POESÍA

Roberto Onell Licenciado en Sociología UC y doctor en Literatura. Enseña poesía en la Facultad de Letras UC. Ha publicado artículos en medios académicos dentro y fuera de Chile, y crítica literaria en El Mercurio. En 2010 publicó el poemario Rotación (Ediciones Tácitas) y actualmente prepara su segundo libro de poemas. Paula Miranda Magíster y doctora en Literatura, académica asociada de la Facultad de Letras de la Universidad Católica, donde también es coordinadora del Proyecto Chile mira a sus poetas. Es investigadora asociada del Centro Interdisciplinario de Estudios Interculturales e Indígenas, miembro del directorio de la Fundación Pablo Neruda y socia honoraria del Grupo Literario Ñuble. Patricia Espinosa Doctora y magíster en Literatura chilena e hispanoamericana y licenciada en Letras mención castellano. Se dedica a la investigación de la literatura chilena posdictadura y ejerce como crítica literaria en medios de comunicación. Ha publicado los libros La crítica literaria chilena (2005), Territorios en fuga (2013) y Los detectives salvajes de Roberto Bolaño: la posibilidad de una comunidad (2014). Sarisssa Carnero Doctora en Literatura y profesora asociada del Departamento de Literatura de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Se ha dedicado al estudio de la retórica y de las letras iberoamericanas de los siglos XVI y XVII.

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Ju r a d o C ue n tos E st u d i a n t e s Bibl iot eca E scol a r F u t u ro U C

Verónica Guarda Directora de Comunicaciones de la Universidad Católica. Periodista y Licenciada en Comunicación Social de la misma casa de estudios. Paz Corral Cuentacuentos desde el año 2003. Dentro de su repertorio destacan los cuentos tradicionales, leyendas universales, relatos rescatados del mundo rural chileno, adaptaciones de novelas y cuentos de autor. Carola Oyarzún Profesor Titular Facultad de Letras UC. Magíster en Letras con mención en Literatura Hispánica, Pontificia Universidad Católica de Chile. Especialización en teatro chileno y estudios teatrales.

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Este libro se termin贸 de imprimir en el mes de septiembre de 2015 en Santiago, Chile. Los textos fueron compuestos por las tipograf铆as Baskerville y Whitney HTF. P谩ginas interiores impresas en papel bond ahuesado de 80 grs. Portada impresa en cartulina de 250 grs. con polilaminado mate. Pantone 603 y 7417. Encuadernaci贸n hotmelt. Tiraje de 600 ejemplares.

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