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Cosas de Don Bosco LA VIRGEN DEL CASTILLO

Nota

En la zona alta de Castelnuovo se levanta la iglesia de la Virgen del Castillo, construida en acción de gracias tras la peste de 1631. Los agustinos la dedicaron a la Virgen del Cinturón. En este lugar, Mamá Margarita ofreció a la Virgen a Juanito cuando era un bebé. “Cuando viniste al mundo, te consagré a la Santísima Virgen…”. Don Bosco lo visitó frecuentemente (M.O. 2ª década,2; MBe I,192-193).

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La Virgen del Castillo

Acunando un recuerdo

Soy un santuario construido en honor a la Virgen. Me alzo sobre las ruinas de un antiguo castillo. Desde mi altura contemplo la pequeña población que me acoge desde hace varios siglos: Castelnuovo.

En los días claros, me pongo de puntillas para otear sus campos de maíz, sus trigales y viñedos; paisajes por los que nunca transitaré. Los santuarios estamos anclados al suelo y nuestro horizonte es el cielo. Cuando me siento cansado me abrazo a la antigua torre de ladrillos macizos que se yergue junto a mí. Nostalgias del ayer.

Nunca olvidaré aquella mañana de otoño. Un murmullo lejano comenzó a crecer sobre el silencio. El rumor ascendió por la empinada calle que conduce hasta mis cimientos.

Cuando quise darme cuenta, ellos ya me rodeaban. Sus gritos y sonrisas resonaron sobre mis muros. Creció el eco. Iniciamos un diálogo de alegría.

Fue maravilloso. Los santuarios estamos habituados a escuchar tan sólo el musitar de oraciones dichas a media voz. Aquellos muchachos me regalaban el milagro joven de sus vidas.

Abrí mis puertas. Entraron. Un vigor nuevo fortaleció mis vetustas paredes. En vano protestó el cuadro de San Grato, que observaba atónito aquel revuelo. Él, protector del pedrisco y las tormentas, era incapaz de contener aquella avalancha de vida. En vano suplicaron calma y quietud el altar, los candelabros dorados y las columnas barrocas…

Sin embargo, la Virgen del Cinturón les acogía con ternura. La estatua sonreía. Era como si guardara un secreto entre la comisura de sus labios.

El joven sacerdote que les guiaba hizo un gesto. Callaron los jóvenes. Fue entonces cuando reparé en él. ¡Era Don Bosco! Recordé las veces que él, siendo muchacho, había ascendido la pesada cuesta para orar ante la Virgen.

De improviso, desde las brumas del pasado, apareció un nuevo recuerdo. Presté atención a las figuras que surgían por entre las hendiduras de mis piedras. Era la imagen de dos jóvenes esposos que portaban en brazos a un bebé.

Poco a poco su forma se tornó nítida. Les reconocí. Mamá Margarita y Francisco, su esposo, ponían bajo la protección de la Virgen del Cinturón a su pequeño… un recién nacido con nombre apenas estrenado: Juanito Bosco.

Poco a poco se desvanecieron los recuerdos del pasado. Volví a observar a los muchachos. Ellos seguían prendidos de las palabras de Don Bosco. Porque, mientras yo había transitado por los senderos del ayer, él les hablaba de un futuro cargado de dignidad y oportunidades… Un tiempo nuevo arropado bajo el manto de la Virgen: madre ayer, hoy y siempre.

José J. Gómez Palacios, sdb