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DON PABLO ALBERA, EL “PEQUEÑO DON BOSCO”

(2ª parte)

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En 2021 se celebra el centenario de la muerte del segundo sucesor de Don Bosco. Recordamos los años 1910 a 1921, cuando fue Rector Mayor de la Congregación.

En los primeros años del S. XX, en la Congregación se produjeron importantes acontecimientos: El X Capítulo General (CG) en el que don Albera fue reelegido, con una mayoría absoluta de votos (66 de 72), como Director Espiritual de la Congregación; la separación jurídica de las FMA de la Congregación; los tristes hechos de Varazze; el trágico terremoto de Mesina; la larga enfermedad de Don Rua, la actitud anticlerical del gobierno italiano; la muerte de León XIII y la elección de Pío X... Todo esto afectó muy de cerca a todos los miembros del Consejo Superior. Don Álbera, como director espiritual, multiplicó los esfuerzos para que no se viniera abajo el nivel espiritual de los hermanos, sobre todo, a partir de haber sido Don Bosco declarado Venerable.

Rector Mayor profetizado por Don Bosco

En 1910 murió Don Rua y se convocó el XI CG para elegir al nuevo Rector Mayor. Dos eran los principales candidatos: Don Rinaldi y Don Álbera. El primero tenía la autoridad de ser el Prefecto General; Don Álbera, por su parte, el prestigio espiritual que le daba su cargo y las grandes simpatías que se había ganado en su visita a las casas de América. Fue elegido Pablo Albera por 46 votos, frente a los 19 de Don Rinaldi.

Al terminar la votación, Don Rinaldi mandó abrir un sobre sellado que contenía unas palabras de Don Bosco de 1877 en las que profetizaba que Albera sería su segundo sucesor. La elección fue un trauma para él, que de ningún modo la deseaba. Durante el Capítulo se mostró reservado, prefiriendo que fueran otros los que llevaran la iniciativa y cuando intervenía evidenciaba su bondad de corazón, su deseo de armonía, lamentando cualquier palabra o actitud poco moderada y apoyando siempre sus palabras con la autoridad de Don Bosco.

Como Rector Mayor, le tocó dirigir la Congregación en los años difíciles de preparación, desarrollo y consecuencias de la I Guerra Mundial. A pesar de ello, realizó múltiples iniciativas: el gran congreso de Antiguos Alumnos en

Le tocó dirigir la Congregación en los años difíciles de preparación, desarrollo y consecuencias de la I Guerra Mundial.

1911, en el que se tomaron algunas decisiones que marcarían las líneas generales de su gobierno, como la organización de la Asociación de los Antiguos Alumnos; la erección de un monumento a Don Bosco frente a la Basílica de María Auxiliadora de Turín; la celebración del primer centenario del nacimiento de Don Bosco y de la institución de la fiesta de María Auxiliadora.

El estallido de la guerra en 1914 hizo que todas estas iniciativas, y, en general, la orientación de su rectorado, tuvieran que reducirse a celebraciones internas, sin grandes demostraciones externas, lo cual fue aprovechado por Don Albera para insistir una vez más en la dimensión interior y espiritual de la Congregación. Se mostró muy generoso en la acogida de los numerosos huérfanos de la guerra y paternal en la atención que prestó a los salesianos llamados a filas.

Debido a la guerra no pudo celebrarse el CG previsto para 1916 y el monumento a Don Bosco tuvo que retrasarse hasta 1920. Durante su rectorado visitó las casas de Italia y de Europa. En 1913 lo hizo a las de España, donde fue recibido con extraordinario fervor popular y el acompañamiento de las más altas autoridades eclesiásticas y civiles.

En 1910 fue elegido Rector Mayor en el XI Capítulo General celebrado en Turín-Valsálice. Don Albera es el sexto por la derecha de la primera fila sentados.

Místico y trabajador incansable

Su gran preocupación fue, sin embargo, la de incrementar la piedad y la cultura ascética en los salesianos a través de sus circulares y sus contactos personales. Cuantos lo trataban veían en él a un místico, pero no un contemplativo, sino un místico de la acción: “un santo que ora y trabaja; un santo luchador, es decir, dos veces santo”. Toda su vida no fue más que un amor traducido en obras, en trabajo incesante hasta el agotamiento.

Su salud fue siempre precaria, pero no le impidió trabajar sin descanso hasta el final. Solo en la víspera de su onomástico, el 28 de junio, sufrió un leve ataque cardíaco, pero logró recuperarse. Las muertes sucesivas de Mons. Costamagna y Mons. Marenco, le afectaron, pero supo sorberse sus lágrimas y continuar su trabajo.

La noche antes de morir, despachó con don Rinaldi varios asuntos de la Congregación, pero a la mañana siguiente, al ir a celebrar misa, se sintió sin fuerzas. Su secretario lo hizo acostar, pero no logró recuperarse y murió poco después. Era el 29 de octubre de 1921 y fue enterrado en Valsalice, junto a las tumbas de Don Bosco y de Don Rua. Santo entre santos, pues Don Álbera, aunque no esté en los altares, fue verdaderamente santo.

Jesús-Graciliano González, sdb