Revista Awen Número II

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AWEN REVISTA LITERARIA NÚMERO II DICIEMBRE 2017

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EDITOR EN JEFE

JORGE MORALES CORONA @JORGEMORALESCORONA

EDITORA ADJUNTA VERÓNICA TORRES @VERONICAT2727

JEFE DE REDACCIÓN IGNACIO POVEDA

DIAGRAMACIÓN Y DISEÑO EDICIONES PALINDROMUS @EDICIONESPALINDROMUS

CONSULTOR GRÁFICO MAURICIO GARCÍA

IMAGEN DE PORTADA MARLOS BORGES

Los textos e imágenes que acompañan este número no pueden ser reproducidas bajo ningún motivo sin la autorización del propietario. El copyright pertenece a los creadores.


La escritora española María Zambrano se refería al acto de crear mediante la escritura como el proceso donde al escritor le toca «defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota desde un aislamiento efectivo, pero desde un aislamiento comunicable, en que precisamente por la lejanía de toda cosa concreta se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas». A partir de ese estadio de conciencia podemos discernir el papel de la emoción dentro de la inspiración que conlleva al escritor a plasmar en una hoja en blanco una palabra; luego otra, y después otras más para que la soledad se componga de compañía y se ilumine entre recuerdos y reminiscencias espirituales de la comunión que cada uno experimenta al momento de imprimir su voz y su alma en un determinado idioma.

EDITORIAL

La compañía solitaria

Es necesario aclarar que la soledad del escritor no viene a ser una mundana característica del oficio. No, esta va más allá; nace desde el espíritu y traspasa los límites de lo percibido. Pero cuando la habitamos entendemos que posee cuerpo y una psicología que, aunque caprichosa,


goza de ciertos patrones de comportamiento que nos hacen diferenciarla entre una soledad alegre cuando escribimos una comedia, una triste al momento de crear un drama o hasta una soledad satírica cuando el escritor así se lo propone. Así pues, el escritor se comunica a través de su aislamiento creador; el mismo desde el que parte el entendimiento de su universo y sus vicisitudes. Dentro de este análisis minucioso podemos encontrar el silencio necesario para darle forma a esta compañía solitaria que somos y que nos invade; porque, a pesar de todo, no debemos tratar la soledad como un ente externo a nosotros y nuestra creación pues ella sólo es un rasgo de nuestro feudo intelectual. Ella vive con nosotros.

EDITORIAL

La compañía solitaria

Dentro de los siguientes textos podrán entender y experimentar a través de la palabra escrita lo comentado anteriormente, palpando una realidad que, a pesar del distanciamiento necesario del escritor, es redescubierta con una visión más amplia de la consciencia. Es por ello que los invitamos a sumergirse junto a su compañía solitaria en este número que le dedicamos a esa imperecedera inspiración; y así se puedan deleitar de esta experiencia dentro de la comunión del escritor y la hoja en blanco.

Jorge Morales Corona


SUMARIO LA SOLEDAD Y LA LITERATURA: ENTRE EL EXILIO Y EL INSILIO CRISTIAN MÁRQUEZ

pág. 08

LA SOLEDAD O LA SUBORDINACIÓN DEL MAR FERNANDO GALINDO

pág. 14

REFUGIO

ANSELMO MOLINAS

pág. 18

DESNUDO EN MI HABITACIÓN JAIR GAUNA QUIROZ

LA VOZ DE GARDEL

pág. 22

NATALIA GORRITI

pág. 28

ANA SOLEDAD

ANA CECILIA GARCÍA

METAMORFOSIS FORZADA

pág. 32

PEDRO FONSECA

pág. 34

LA VELA

ANGÉLICA SANDI

SOLAMENTE

pág. 36

CARLOS FRANCO

pág. 38

PUERTAS

ADRIANA VANINETTI

CARTAS AZULES RAQUEL TIRADO

pág. 42

pág. 40


COLABORADORES JESSICA CARRASCO

(Cerro Navia, Chile, 1972). Reside actualmente en Oakville, Ontario, Canadá. Escritora e ilustradora, ha obtenido varios reconocimientos en el área de la poesía,

ha publicado dos libros bilingües para niños. Escribe una columna para el periódico Presencia Latina. Ama a los niños, el canto y la cocina.

ÁLVARO FERNÁNDEZ (Bahía de Algeciras, España. 1990) Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla, especializado en Relaciones Internacionales, Desarrollo y Gestión

Portuaria. A través del texto, la fotografía y el video, explora conceptos como la evolución del pensamiento, la identidad y el futuro.

ELIO BENÍTEZ (Caracas, Venezuela. 1997) Estudiante de Publicidad en la Universidad Alejandro de Humboldt, ligado a una constante formación fotográfica que cursa en La

ONG y en Roberto Mata Taller de Fotografía. Siempre busca una vista real de su entorno y situación que le rodea.

MARLOS BORGES

(San Pablo, Venezuela. 1995) Estudiante de Artes Audiovisuales en la UNEFM, fotógrafo (admirador de Dorothea Lang por su ecuanimidad de trabajo y por su adoración por la belleza y enormemente

agradecido con Adriana Lanny). También se desempeña como actor teatral en el grupo “El otro espacio”, director de arte y bailarín de danza contemporánea y ballet clásico por pasión.

CRISTIAN MÁRQUEZ (México, 1989). Estudiante del Máster en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Salamanca, licenciado en Ciencias Políticas por el ITESO. Actualmente es becario de la revista

científica América Latina Hoy. Ha colaborado con publicaciones de Europa y América Latina, tales como Replicante, Fuimos Peces o Hipótesis Alternativa.

FERNANDO GALINDO (Colombia,1978) Profesor y conferencista en Bogotá. Se graduó con méritos de la Universidad Nacional de Colombia en el departamento de filosofía. Ha publicado

artículos y relatos en distintas revistas de la capital.

ANSELMO MOLINAS (Argentina, 1945) Investigador y Docente Universitario. Directivo y Educador de Enseñanza Media. Antecedentes literarios: más de veinte premios, fue finalista y obtuvo menciones. Autor de: “Confidencias

Entramadas” (2015). Miembro del Grupo Literario “La Puerta Verde”. Participó en cuarenta antologías en España, EEUU. México, Uruguay, Perú y Argentina.


COLABORADORES JAIR GAUNA QUIROZ

(Venezuela, 1992). Escritor y ensayista, miembro de la Cátedra de Literatura Agustín García desde el 2014. Además, investigador y crítico de arte que ha

realizado varios textos curatoriales para exhibiciones individuales y colectivas del Instituto de Cultura del estado Falcón y el Museo de Arte Coro.

NATALIA GORRITI

(Barcelona, España. 1983) es Doctora en Filología Española por la Universitat Autònoma de Barcelona. Poeta y narradora que ha publicado entre otros: “Caducidad de la huella” (2007), “(Re)Cuerdos” (2010),

“La frontera” (2015) y “Autobiografías: Postergaciones, Realidad y Deseo” (2017). Actualmente ejerce como editora en jefe de la Editorial Insilio en Barcelona.

ANA CECILIA GARCÍA (Coro, Venezuela. 1995) Estudiante de Nutrición y Dietética, comienza a escribir desde niña, talento que fue premiado en

su escuela primaria. Actualmente se dedica a la narrativa y está en la creación de su primer libro de cuentos de terror y horror.

PEDRO FONSECA

(Cuba, 1976) Sociólogo, Periodista y Escritor. Varios de sus cuentos, poesías, epigramas y aforismos han sido publicados en antologías por prestigiosas editoriales

del mundo como la Editorial Verbum y Lunaria Ediciones. Ha colaborado también con varias revistas digitales y sitios web.

ANGÉLICA SANDI (Santa Cruz, Bolivia. 1991) Es Abogada, gestora cultural y poeta. Autora de los poemarios “ambidiestros” (2014), junto a Quincho Terrazas. En el (2016) “La luna lleva sal” de ediciones Jota (Potosí), participó

en el libro “El tiempo está después” Uruguay (2016). Ha sido colaboradora en las revistas Monolito, Caracol Azul (México) y Ojos verdes (España).

CARLOS FRANCO (Brasil, 1959) Es periodista y escritor. Es autor, entre otros, de los libros “El Infierno de Zaragoza” (Francis Editora) y “La Bolsa de los Brasileños” (Bovespa) y editor de

Plurale (en sitio y en revista). Trabajó en Jornal do Brasil, Folha de S. Paulo, O Estado de S. Paulo e Correio Braziliense.

ADRIANA VANINETTI (Bs.As. Argentina-1956) Docente y escritora. Publicaciones: Poemas de la Madre Tierra (formato papel por primer premio poesía clásica internacional JUNÍNPAÍS-digital por Biblioteca de las Grandes Naciones,

País Vasco). Poneme la oreja (cuentos para niños). Poemas del arcoíris (canciones para niños con ilustraciones propias). Premiada con publicaciones en Argentina, Venezuela, Colombia y España.


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K A F K A

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J O S É

K O Z E R

LA SOLEDAD Y LA LITERATURA: ENTRE EL EXILIO Y EL INSILIO

Cristian Márquez

El exilio es, en el caso de los intelectuales críticos, una circunstancia que provoca por la represión que ejerce la fuerza opresora, que un individuo se desplace para desempeñarse en un entorno que puede ser, aunque no siempre, más cercano a sus concepciones políticas (Ingenschay, 2010: 2). Esta concepción, raramente exenta de matices, explica que el exilio suela ser relacionado con periodos dictatoriales o revolucionarios, desde la revolución rusa o la cubana, hasta la dictadura de © 2017, Jessica Carrasco


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Alfredo Stroessner en Paraguay, o Francisco Franco en España. En estas circunstancias suele florecer la poesía y la literatura política, a través de una vasta gama de discursos literarios que van desde el libelo provocador, hasta las formas más subrepticias normalmente minoritarias durante periodos previos a las dictaduras (Nómez, 2010: 107). El insilio, como contraparte del exilio, si bien suele ser relacionado con la emigración que dejó insondables huellas en la historia cultura cultural cubana desde el siglo XVIII, puede tener la misma causalidad, pero tiene como consecuencia ya no el desplazamiento físico, sino el repliegue deliberado de intelectuales que objeto de una omisión que obnubila sus respectiva obras (Fuentes de la Paz, 2017). En este sentido, ejemplos como el del poeta cubano José Kozer y el escritor checo Franz Kafka, distantes cultural e históricamente –aunque ambos con ascendencia judía–, llaman la atención dado su excepcionalidad como exiliado el primero, su relación con el

insilio el segundo, así como por su particular y divergente forma de concebir la soledad y su relación con la literatura en ambos casos. En el caso de Kozer, si bien su exilio se ajusta a esta concepción más generalizada planteada en un inicio, su vida y su obra se salen de los cánones discursivos más generalizados. Aunque Kozer se vio obligado a exiliarse en Estados Unidos luego del triunfo de la revolución cubana, manifestó nunca haberse reconocido como un poeta con escritura política, sino como un poeta comprometido con el acto de la escritura por sí misma. Asimismo, dentro de su condición de exiliado múltiple, Kozer afirmó que de forma paralela a su temprana pasión por la escritura, comenzó a experimentar un sentimiento que como escritor lo acompañó a lo largo de su vida: la soledad. Como él mismo afirmó en su momento: ‘‘quiero, por tanto, expresar una opinión que he ido configurando en este último sexenio (...) Un tedio que viene acompañado de una brutal soledad. Una soledad que el ciudadano de a pie disimula, ante sí y ante los demás. Disimulo que implica un autoengaño que tiene por justificación el estar siempre ocupado, no darse abasto


© 2017, Jessica Carrasco

de trabajo, sentirse abrumado de cosas que hacer, tareas inevitables que cumplir’’. Por consiguiente, Kozer encontró en el génesis de su pasión por la escritura, desde el momento en que leyó por primera vez Robinson Crusoe, una ineludible soledad que lo llevó a identificarse con una persona que constantemente debe comenzar de cero (Kozer citado en Márquez, 2017). Como tal, el poeta aceptó la soledad como una circunstancia inherente a su condición de exiliado, pero al mismo tiempo, como un elemento que le hizo posible desarrollar su mayor pasión: la escritura. Así, el lenguaje para Kozer se convirtió en un arma para

reinventar el mundo, aceptando la soledad como parte de su condición de exiliado, así como una forma de destino, un medio de escritura, una forma de hacer literatura. Al hacerlo su obra quedó al margen de todo contenido político, llegando a plantear, como puede ser constatado en su obra Exilio y Buganvilia, que el exilio no es una condición de sufrimiento e impotencia, sino que se trata de una situación histórica que si bien no es confortable, no es tampoco es devastadora ni maravillosa, sino que fundamentalmente carece de magnificencia (Márquez, 2017). Por tanto, más que utilizar en lenguaje como herramienta política o como medio para reivindicar su desplazamiento involuntario desde

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el exterior, para Kozer la literatura se convirtió en un medio para aceptar su condición de exiliado, así como una forma de garantizar el desarrollo de su obra.

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Por otro lado, la vida de Franz Kafka es una muestra de cómo el insilio es una situación que no necesariamente surge de manera deliberada. Dicho de otro modo, el caso del escritor checo es una evidencia de cómo el insilio no es exclusivamente producto del ejercicio del poder político ante el hecho cultural. Si bien el insilio suele vincularse con una situación en la cual las instituciones oficiales excluyen deliberadamente a ciertos intelectuales –como en el caso de los escritores cubanos Dulce María Loynaz, José Lezama Lima o Gastón Baquero–, la situación histórica que vivió Kafka ante la ausencia de estructuras existentes para desarrollar su obra, y no necesariamente la exclusión, hostilidad y/o silenciamiento por parte de las mismas, lo llevó a vivir una situación similar a la del insilio. En suma, dicha circunstancia puede ser ilustrada a partir de lo que Michel Foucault identificó como violencia estructural, un fenómeno analizado en Vigilar

«Para Kozer la literatura se convirtió en un medio para aceptar su condición de exiliado, así como una forma de garantizar el desarrollo de su obra.» y Castigar, sobre el cual Kafka reflexionó cincuenta años antes en El Proceso o El Castillo. A través de esta situación difusa, pero ante la necesidad de concentrarse en sí mismo y autoanalizarse al sentir una constante soledad en el mundo, Kafka trató de liberarse de esta condición a partir de la escritura. Para poder desarrollar su obra, no obstante, paradójicamente sabía que era necesario el sufrimiento producido por la soledad, que estaría dispuesto a amar, incluso si cercenaba la posibilidad de ligarse a persona alguna. En su momento, Kafka llegó a decir que ‘‘desearía habitar una cueva absolutamente solo para poder escribir’’ (Walde Moheno, 2008: 4), y al tener que optar por su matrimonio o por la escritura, optó por la última, al entender que la soledad es


«La situación histórica que vivió Kafka ante la ausencia de estructuras existentes para desarrollar su obra, [...] lo llevó a vivir una situación similar a la del insilio.» un elemento inseparable de su existencia, y por tanto, de su obra. Así, dado que la literatura es lo que le permitía vivir, si con ella respira, tenía que dedicarse a ella con exclusividad; de lo contrario, incurriría en su perdición (Walde Moheno, 2008: 3-4). En todo caso, a pesar de que amaba la soledad, dado que era el único medio a partir del cual podría crear su literatura, era al mismo tiempo el medio en el que se acercaba, en constante tensión con la vida, a la muerte. Por último, a pesar de que

© 2017, Jessica Carrasco

ambos autores entienden a la soledad como una condición inherente a la literatura, partir del exilio y el insilio les lleva a establecer una relación distinta con la manera de dar continuidad de su obra, y por tanto, de entender el binomio soledad-escritura. Contrario a Kozer, quien concibe a la soledad como producto de su exilio y a la vez como una condición inherente para la continuidad de su obra, Kafka vivió convencido de que la soledad no era ni un factor más, ni una circunstancia histórica en la cual se encontraba inserto, sino el elemento a partir del cual nacía su literatura. Al final, uno muerto y otro aún con vida, ambos autores, a caballo entre la soledad y el desarraigo, arrojan lecturas interesantes acerca de cómo entender la relación existente entre soledad y literatura.•

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[REFERENCIAS]

BIBLIOGRÁFICAS Y HEMEROGRÁFICAS 13

•Foucault, Michel. (1976). Vigilar y castigar. Argentina: Siglo Veintiuno Editores. •Fuentes de la Paz, Ivette. (2017). Exilio e insilio en la Cuba de hoy: voces poéticas olvidadas. Programa de Estudios Abiertos. Instituto de Iberoamérica. Recuperado el 10 de agosto de 2017 de: http://americo.usal.es/iberoame/sites/ default/files/Ivette_Fuentes_programa_ PEA_2016-2017.pdf

•Ingenschay, Dieter. (2010). Exilio, insilio y diáspora. La literatura cubana en la época de las literaturas sin residencia fija. Angulo Recto. Revista de estudios sobre la ciudad como espacio plural, II, (1). Recuperado el 8 de agosto de 2017 de: https://revistas.ucm.es/index.php/ANRE/ article/viewFile/ANRE1010120004A/6101

•Marquez, Cristian. (2017, 27 de agosto). El lenguaje en José Kozer: A caballo entre la nostalgia y el desarraigo. El Caimán Barbudo. La revista cultural de la juventud cubana. Recuperado el 8 de agosto de 2017 de: http://www.caimanbarbudo.cu/ articulos/2017/07/a-caballo-entre-la-nostalgia-yel-desarraigo/

•Nómez, Naín. (2010). Exilio e insilio: representaciones políticas y sujetos escindidos en la poesía chilena de los setenta. Revista Chilena de Literatura, (76), 105-127. •Walde Moheno, Lillian von der. (2008). Franz Kafka. Entre la soledad y el mundo. Destiempos, III, (16), 1-9. Recuperado el 8 de agosto de 2017 de: http://www. destiempos.com/n16/waldemoheno.pdf


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LA SOLEDAD

O LA SUBORDINACIÓN

DEL MAR Fernando Galindo

En la dispersión de nuestro cuerpo, en el curso de los años, ad portas de la muerte, la soledad alcanza a la persona y gradualmente la atrapa por completo, lo refugia dentro de sí, testigo de tristezas y alarmas. Montaigne lo supo y lo enseñó de una manera ejemplar, no solo en su ensayo: no podemos ser unos extraños a nuestra soledad, debemos habitarla antes de que seamos forzados a estar dentro de ella Fotografía: © 2017, Álvaro S. Fernández

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Para Montaigne la soledad era un tema inevitable. Las suyas eran las reflexiones de los estoicos que añoraban una persona de una sabiduría casi inhumana, que reconociera por doquier las amenazas de una fortuna que no permite los sobornos y tampoco atiende los caprichos. La virtud que persiguen resulta estremecedora: por un lado buscan arrojar una sombra sobre cualquier de los dones del mundo, una suerte de desapego latente que prohíbe cualquier entrega; por otro, buscan un gobierno de sí para la intimidad. Ambos aspectos versan sobre una soledad diferente del retiro. En esa soledad se abre una

introspección que mira con recelo las seducciones del mundo. Siglos después Ralph Waldo Emerson, uno de los discípulos de Montaigne, prolongó esta diferencia: en el retiro nos pueden acompañar los libros y los recuerdos; los murmullos de la sociedad quizá alcancen al más distante; los ecos del recuerdo son suficientes. La soledad es una introspección de una valía particular: inicia cuando las distracciones del mundo y la memoria terminan. No es extraño el miedo que despierta, tampoco su fascinación. Sin embargo la relación entre la realidad y el individuo no se parece a la que muestran la playa


y las olas. Lo reconocen quienes meditan: en el tren de nuestro pensamiento cada elemento goza de una intensidad en particular, de una resonancia en la conciencia. La práctica contribuye a que el paso de este desfile sea más tranquilo, que incluso las huellas más profundas del mundo se dispersen. Lo sabe el artista también, la relación no se parece a la playa y las olas porque hay un corriente inversa. Acaso ese temor por la soledad sea el temor por perder los mandatos del mundo, el gobierno de la vida ordinaria, los ritmos de las multitudes que no sólo se sienten en los pasos. La fascinación, por el contrario, pareciera proceder de ese momento cuando nuestras capacidades se tornan más activas, cuando nosotros logramos el gobierno de nuestro pensamiento a plenitud, cuando la pasividad frente al mundo termina, como lo señaló Spinoza. Allí el artista

«Como con la muerte, existe una paradoja con la misma soledad: buscamos creencias y posturas absolutas, firmes [...] perseguimos, en suma, un absoluto. »

empieza sus conjuros. Desde ese punto comienza la otra corriente: la metáfora de las aguas que llegan termina. Como Próspero en The Tempest empieza la subordinación del mar. Pero la soledad no sólo se busca. El sabio estoico que añora Séneca y Epicteto gobierna sobre sus sentimientos de una forma casi inhumana. Pronto advierte que en el desfile de ilusiones del mundo, entre los apegos y las rupturas, existe una inevitable verdad, que ese estado del que Emerson hablaba no sólo es el lugar donde ocurre la alquimia del artista, también es el punto de inflexión, también es la verdad última del individuo. Como con la muerte, existe una paradoja con la misma soledad: buscamos creencias y posturas absolutas, firmes, dones que no sufran accidentes, amores que no entrañen faltas; perseguimos, en suma, un absoluto. La muerte tiene en su seno eso que tanto añoramos en diferentes lugares, en distintas convicciones. La soledad se busca, pero también llega, surge, aparece, se hace más fuerte, se vuelve inevitable; ese momento del que hablaba Emerson gana más fuerza, tanta que frente a ella el mundo se

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torna ilusorio. La paradoja es similar: buscamos en las ilusiones lo que solo tiene la verdad.

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El arte es un episodio notable en la historia de la soledad, pero no es el más sobrecogedor. La historia del artista que pasa su vida en una soledad casi obligada, en un ejercicio de expresión continua, donde se añora un lector, un espectador, una persona que descifre esos símbolos, alguien cuya sensibilidad responda a la suya, vive en medio de dos puntos disimiles y asimismo fascinantes: entre la soledad, donde el artista practica sus conjuros; y en la añoranza por un tercero, que presencie sus sortilegios. La expresión nace en la intimidad pero busca a otro. Pero la enfermedad y su inmensa variedad brindan un testimonio más profundo e inevitable. En la dispersión de nuestro cuerpo, en el curso de los años, ad portas de la muerte, la soledad alcanza a la persona y gradualmente la atrapa por completo, lo refugia dentro de sí, testigo de tristezas y alarmas. Montaigne lo supo y lo enseñó de una manera ejemplar, no solo en su ensayo: no podemos ser unos extraños a nuestra soledad, debemos habitarla antes de que seamos forzados a estar dentro de ella. Las enseñanzas

del arte y la filosofía brindan ese camino: buscan prepararnos para ser a plenitud esa única verdad.•

«La soledad es una introspección de una valía particular: inicia cuando las distracciones del mundo y la memoria terminan.»


R E F U G I O Anselmo Molinas

18 «El secreto no es correr detrás de las mariposas… es cuidar el jardín para que ellas vengan hacia ti.» Mario Quintana

Efecto de vivir a la sombra de la montaña, sometidos al frío nocturno y del invierno; Pinos, abetos, hiervas indomesticadas, helechos achaparrados, tréboles plebeyos, pequeños cactus, todos azotados por la brisa marítima, pero


vivos, se rendían ante el encanto de erguidos tallitos verdes que surgían enhiestos entre ellos. De tanto en tanto, terminaban en un ramillete de florecillas de cinco pétalos azules, casi violetas festoneadas con un borde blanco. Entre la imponente roca y el mar inmenso y calmo, el rústico camino sinuoso y rocoso era custodiado por aquellas agrestes arbustivas.

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Por allí pasaba, fijando su vista en el horizonte, María Trillo. No importaba la crueldad del clima. Ella, una vez al día, recorría aquel primitivo sendero que rodeaba la arbolada colina. En las pequeñas curvas que escondían su continuidad, aparentaba desaparecer para luego surgir creando la ilusión de llegar, algún día, al inhallable fin. En la ladera, dentro de la espesura sombría, hizo María construir su pequeño hogar incorporándolo al paisaje con todos los atributos de la pertenencia. Los lugareños decían conocerla solo por la amabilidad de su saludo

diario y una que otra mirada lejana rápidamente olvidada. Pero así era el trato entre los montañeses aislados en las viviendas, dispersos y alejados en sus trabajos. La mujer de ojos verdes y mirar profundo era percibida, a pesar de su ancianidad indefinida, como inmortal. Fallecieron abuelos, padres, hijos; pasaron generaciones y María Trillo permanecía y aún lo hace, detenida en el tiempo. Los jóvenes curiosos solían esconderse entre las grandes rocas y observar su casa. Nadie sabría responder qué buscaban ver, pero el rito se repetía. A las seis de la tarde, en la pequeña galería de su minúsculo hogar de madera, se presentaba un cuenco de crocantes biscochos de hojaldre elaborados por sus manos rugosas, manchadas y se servía el té de hierbas silvestres que perfumaba los alrededores. Una ceremonia prologada y lenta cuyo misterio visual lo aportaba la claridad vaga de un sol en retirada cuyos rayos, ralos, se abrían paso entre las ramas del pinar para iluminar a la anciana.


Desde que lo recuerdan por aquí, así fue siempre. Ha venido escondiéndose, procurando liberarse de los ataques arteros, hipócritas, buscando la sanación en lo bello, lo sencillo, y en el equilibrio entre el sonido y el silencio que en estos lugares la naturaleza brinda. En realidad, los habitantes tratan de convencerse que están equivocados. Saben que no es así, pero necesitan creerlo. Hace tiempo que ha muerto pero la esperan. Y por eso, en la galería de su casa de madera, todos los días se pueden ver un ramillete de florecillas de cinco pétalos azules, casi violetas festoneadas con un borde blanco y el té servido junto a crocantes biscochos de hojaldre que seguramente alimentan a animales del bosque. Todos necesitan hallar su interior y verse. María Trillo mostró cómo era estar con sí misma, disfrutando lo que la rodeaba y sintiendo que no estaba sola sino colmada. Se huele la fragancia de su té, de la harina de sus panes, de la lumbre de aceite y del fuego de

leña; a su alrededor se huele vida. No ha dejado aquí su inmortalidad, sino la ilusión de encontrarla cuando se la necesite. El exterminio total es la posibilidad temida. Quizá sólo quedará la compañía del aterrador desierto. Pero antes que eso ocurra, a lo lejos, desdibujados por la bruma que levanta no se sabe bien si el brutal enfrentamiento de la última batalla o el frío de los terminales cadáveres, los habitantes de estas latitudes están seguros de ver a María Trillo guiarlos en silencio por el sendero de la montaña, el del inhallable fin, el de la creativa soledad de aquella anciana. •

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© 2017, Jessica Carrasco

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DES{NUDO} EN MI HABITACIÓN Jair Gauna Quiroz

«Escribir significa abrirse desmesuradamente, la más extrema franqueza y la más extrema entrega» Cartas a Felice (1967), Franz Kafka.

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Crecí en una familia marcada por la idiosincrasia coriana y todo lo que eso implica, incluyendo sus apreciaciones filosóficas sobre la soledad. En casa de mi abuela, sus cuatro hijos habían superado la adolescencia y ella, reaccionando ante su temor a la soledad, les alentó a vivir bajo la casa materna del barrio Pantano Abajo, y por ello, mi madre recién casada se mudó con los Gauna: mi padre, sus cuñados y su suegra. Durante mi niñez, abuela siempre se lamentaba sobre el aislamiento de una pareja de ancianos, quienes luego de criar a sus hijos, permitieron que estos se fuesen y luego vivieron en un hogar sin mayor compañía de la que proporcionaba su matrimonio. Nos enseñaba que debíamos formar una familia grande, para así evitar llegar a la vejez en la más aterradora soledad. Entonces pensaba que debía evitar esa desdicha a toda costa. Cuando me pedían que me quedase solo en la habitación, mi imaginación de niño creaba una sombra escurridiza que tomaba la más inverosímil de las formas: era un fantasma que me advertía sobre los peligros de vivir en medio del silencio absoluto. Pero tener una familia extensa

no era garantía para evitar largos días de soledad. Mi abuelo Nicolás Faneite era prueba de ello. Él vivía en el barrio Cinco de Julio, en una casa de piso rústico y techo de lata donde funcionaba su sastrería y bodega. Tenía muchos hijos, como luego pude enterarme, y a pesar que destinaba una habitación a una de ellos, siempre que lo visitábamos estaba íngrimo, ofreciéndonos una charla animada y comida que él mismo había preparado. Pequeño como era, comenzaba a preguntarme quién cuidaba de él cuando enfermaba, qué hacía cuando sentía ganas de charlar, pero supongo que mis preguntas jamás serán respondidas. Murió hace un par de años, dejando tras de sí unos muebles viejos que sólo fueron de interés para mi padre y los relatos biográficos que nos había narrado durante nuestras visitas. El aislamiento y muerte de mi abuelo me recuerdan que “en la soledad no se vive, en ella se aprende a morir” (Der Walde: 2008) y siento que vivir sin compañía lo dotaba de una conciencia peculiar sobre la finitud de su existencia. No obstante, mi abuelo no fue el único que me ayudó a explorar la soledad. En mis vacaciones viajaba


a Paraguaná, donde me privaba del gentío en la casa Gauna y me sumergía en la vida íntima de Mary Jane Taylor. Ella aún despide una esencia a soledad excepcional, sus largos viajes alrededor del mundo me mostraban que las amistades nacen, las traiciones surgen, la familia se aleja; pero ella prevalecía con su obstinación constante por pertenecer a un lugar donde aún no habla el idioma ni obedece las costumbres. Aprendí inglés para comprender el aislamiento angustiante que la envolvía, entonces ella me crio sólo para enseñarme que las cosas salían bien si las hacía uno mismo, que jamás debía depender de manera absoluta en alguien. Durante las noches paraguaneras no solo comprendía su soledad, sino que la abrazaba, quería ser como ella: aventurarme a tierras desconocidas y dejar atrás a todas las personas a las que estoy habituado, no solo aprender nuevos idiomas, sino para mantenerme íntegro, fiel a mí. Con la llegada de mi adolescencia sobrevino mi despertar sexual. La soledad de M.J. Taylor me enseñó a ser auténtico, que a nadie debía

«Lo más cercano a la soledad y la nada es la muerte, porque ontológicamente, es la posibilidad de la drástica imposibilidad de existir.» afectarle mi privacidad y que mi personalidad no podía amoldarse a otros; después de todo, así opera el sentido común de un estadounidense. Entonces comenté en el liceo a un par de amigos que era homosexual, y esa declaración voló como una ráfaga entre maestros y estudiantes. Los días de tormento e intimidación en la escuela me obligaron a refugiarme en mí mismo, a no volver a confiar en alguien con tanta facilidad. Nunca se me ocurrió desmentirme, nunca negué mis propias palabras que entonces zumbaban en bocas ajenas bajo la forma desagradable del chisme. Rechacé a muchos compañeros de clases que querían ser mis amigos mientras intentaba huir de todos los demás, y aunque a veces declaraba mi voluntad de permanecer solo, siempre me seguían tres o cuatro personas, como si andar solo en el mundo me sobrepusiese en un paisaje de

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elementos yuxtapuestos, donde solamente resaltaba mi contorno.

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Por otro lado, comprendí en la casa Gauna que se puede vivir rodeado de personas y aún así sentirse solo. Por el único hecho de haber creado desconfianza en mis padres, retomé mi posición como el segundo hijo ignorado; mi adolescencia fue vana y absurda, llena de una desmotivación tremenda que intenté compensar en los primeros años de la universidad. No estoy seguro si soledad y vacuidad sean sinónimas, pero les aseguro que en esos tiempos, ambas se sentían justamente igual. Mi soledad tomó otro matiz cuando ocultaba mi sexualidad ante los jóvenes que me gustaban, la vergüenza se hincaba tanto en mi panza que auguraba el rechazo. Comencé a explorar mi cuerpo y supe que todo el

«Cuando me dispongo a componer relatos y ensayos, no obedezco a rituales ni misticismos; la redacción puede iniciar en plena calle»

placer que me negaba al ser invisible sería superado a través de la masturbación. Entonces jugaba con mi falo en cualquier lugar y momento que encontrase conveniente, inventándome fantasías desmedidas con el muchacho que fuese mi predilecto en ese momento. Finalizando mi adolescencia tuve novios y seguí dándome pajas, estuve en un trío y seguí prefiriendo el ritmo de mi mano; incluso en una oportunidad me vi rodeado por cuatro hombres que se turnaban para besarme, pero todo aquello nunca trajo verdadera satisfacción. Nada parecía superar el juego entre mi imaginación y mi cuerpo. A medida que escribo estas líneas, me doy cuenta que mi escritura creativa subyace en la pulsión sexual. He llegado a creer incluso que en lugar de escribir con la mano, escribo con la verga, haciendo que todas las palabras que redacto y declamo sean tan homosexuales como yo. Cuando me dispongo a componer relatos y ensayos, no obedezco a rituales ni misticismos; la redacción puede iniciar en plena calle, apenas la idea llegue a mí a través de algún estímulo y continúe en mi oficina


o mi habitación. “Cuando estoy ausente, en vez de mí, hablan las flores del cielo, las florecientes constelaciones, y las de la tierra brotan multiplicadamente” (Hölderlin citado por Sandoval: 2010), de tal manera que, aunque la soledad ha influido en mi personalidad y mi forma de ver el mundo, ésta no forma parte del proceso creativo, sino que tomo de mi memoria todo lo que he observado y sentido durante el día. Cada individuo es un diccionario, una enciclopedia, un bestiario, una suerte de compilación de memorias y objetos a los que recurre el mismo mientras se da a la tarea de componer algún texto. Sólo quien ha sufrido un grave retraimiento durante algún momento de su vida consigue el valor suficiente para convertir la soledad en una herramienta útil y no en un estado lamentable. La escritura creativa en la más abrumadora soledad, es una manera de trascender, de mantenerse arriba a pesar de las calamidades de la vida (Der Walde: 2008). Cuando completamente

escribo desnudo en

mi habitación, puedo ser quien realmente soy y hacer lo que verdaderamente quiero. Surgen agallas imperceptibles que me permiten explorar las aguas entre el ser y la nada. La filosofía contemporánea consideraría que la vacuidad, la nada y la soledad son imposibilidades, el dasein las delimita como elementos que pueden ser nombrados, pueden ilustrarse y representarse, por lo que entran en la categoría existencial del ser (Heidegger: 1927). Parafraseando a Heidegger, lo más cercano a la soledad y la nada es la muerte, porque ontológicamente, es la posibilidad de la drástica imposibilidad de existir. La muerte se devora a sí misma.•

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[REFERENCIAS] BIBLIOGRÁFICAS

27 •Der Walde, L. (2008) Franz Kafka: entre la soledad y el mundo. Destiempos 3 (16), p. 1-9. •Hölderlin citado por Sandoval. Del libro: Sandoval, E. (2010) Poesía, escritura y lenguaje: comunión y soledad. CONCYTEG 5 (66), p. 1253-1263. •Heidegger, M. (1927) Ser y tiempo.


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LA VOZ DE

GARDEL

Natalia Gorriti


Mi madre siempre decía que la radio era para pobres. Aquel que escuchaba los boleros, las milongas o los tangos era porque no podía costearse el gasto excesivo de la televisión por cable. Mi madre solía denigrar a la gente por su forma de entender las comunicaciones. Noticiero por radio era signo de desinformación. Noticiero de las once por televisión: lo primero en noticias y evolución informativa.

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A pesar de la recurrente cantaleta y los sucesivos intentos de mi madre, yo comencé a amar la radio y en secreto a Gardel cuando cantaba: El día que me quieras/ la rosa que engalana,/ se vestirá de fiesta/ con su mejor color./ Y al viento las campanas/ dirán que ya eres mía./ Y locas las fontanas/ se contarán su amor. Durante más de una tarde me senté en el suelo de la sala de mi abuela, siendo una niña, a jugar con un puzzle mientras secretamente comenzaba a memorizar las letras, los ritmos y tonos de ese hombre que me dedicaba ocasiones tristes pero hermosas al oído. Mi abuela se sentaba en una poltrona tapizada en terciopelo rojo escarlata, en el mismo rincón al oeste de la habitación donde, según me contó años después, se solían sentar ella y

mi abuelo, y del cual sólo yo sabía el secreto que guardaba: esa poltrona era el símbolo del comienzo. Ese mueble había sido el primero que habían podido comprar cuando tenían quince años y recién se habían casado. Ahí, todas las tardes, se servía té negro, dos cucharaditas de azúcar, encendía la radio y se sentaba a derramar lágrimas dispersas mientras veía hacia la nada. Algunas veces le seguía la mirada pero no encontraba un punto fijo y, en cambio, se perdía en la habitación llena de fotografías con el color algo vencido, de iluminación naranja, con una enorme alfombra donde yo jugaba a amar a una voz, las dos mesas de madera compradas en Turquía con adornos de porcelana, la pintura de un viaje lejano a Europa del Este y el fantasma de mi abuelo en silencio conformaban esa imagen que, aunque no la quisiera, formó un cuadro difícil de borrar en mi vida. Mi madre, entendí tiempo luego, no quería ver llorar a mi abuela; y por ello su guerra contra la radio. Mi abuela realizaba el ritual que hacían juntos todas las tardes antes de él morir y que la había dejado encerrada en unas horas


eternas cuando el sol comenzaba a descender. Y mi madre no entendía que la causa del llanto no era la soledad ni la nostalgia, sino la falta de poesía. Mi abuelo había sido un reconocido poeta argentino, con una mente brillante que devino en demencia y cáncer; pero que a pesar de todo escribía cada tarde, aupado por los ritmos lentos y lúgubres que soltaba la pequeña radio comprada en un bazar durante la década de los 80’. Era rectangular, con una pequeña bocina en la tapa superior, enchapada con un falso tapiz de madera; en el frente tenía un reloj con números iluminados en rojo que desde hacía años se había detenido en las 16.47 hrs. Al lado, el pequeño panel con las frecuencias para sintonizar; del lado derecho dos pequeñas ruedas fungían para la sintonización y el volumen. Y aún con ese cuidado acabado de antaño mi madre se había declarado enemiga de ese aparato. Aunque lo negara, su pasado de necesidad y pobreza había sido un obstáculo para ser feliz. El recordar, más que gratificar su aprendizaje, la seguía lacerando.

«El mudarme y vivir sola, con amantes esporádicos, fiestas irrefrenables y pasiones desmedidas me hizo anhelar de nuevo la paz que sentía con la voz de Gardel.» Mi abuela por su parte seguía recordando el mismo poema de mi abuelo, la misma tarde, a la misma hora: 16.47 hrs. Sin sospecharlo, las tardes se me fueron y desarrollé mi cuerpo con la convicción de que algún día sería como mi abuela, detenida en el tiempo en el que fue feliz. Vinieron novios, traiciones, llantos, alegrías, celebraciones, encuentros sexuales, desamores y la imagen congelada de mi abuela siguió ahí: con su tono naranja, con la mirada perdida y las lágrimas derramadas sobre el té. El destino me llevó a otra ciudad a estudiar en la universidad. Aunque ya casi no visitaba la casa de mi abuela, el mudarme y vivir sola, con amantes esporádicos, fiestas irrefrenables y pasiones desmedidas me hizo anhelar de

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nuevo la paz que sentía con la voz de Gardel. Ya hasta su nombre se me había olvidado; la voz sólo parecía un espectro de otro tiempo. El recuerdo de ese primer amor me llevó a verme luego cantando en bares y ganando algo de dinero extra en una agrupación de tango.

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De esas noches quedó un hombre, un poeta. Se llamaba Carlos. Como Gardel, pensé emocionada al recordar su nombre al fin. De su nombre nacieron varios poemas y una novela. Y la inspiración no provenía de la persona como tal, sino del recuerdo que surgía con el nombre; con la memoria evocando lágrimas, sonrisas secretas y tarareos de una voz que me invitaba a llorar para reír; que me llevaba, sin remedio, a acompañar a mi abuela en el llanto detenido de las tardes eternas. El poeta siguió su camino dejándome un hijo al que le dediqué el recuerdo y lo nombré Carlos de igual forma. El paso fugaz de las personas en mi vida fue tan rápida que, junto al tiempo y el trabajo, me llevó de vuelta a mi ciudad natal. Ahí encontré a mi abuela, con su bisnieto Carlitos

jugando en la alfombra y leyendo el cuaderno del abuelo mientras la radio se lamentaba en tangos. Una vez más, detenida en la tarde, la vida dentro de esa sala no había perdido su cariz ni su esencia. Pasaron los días y volví sobre mis pasos, mientras el tiempo nos pasó por un lado sin siquiera nosotras darnos cuenta. Durante las tardes, a las 16.00 hrs, conduje un programa de radio donde leía los poemas de mi abuelo e intercalaba boleros, milongas y tangos, haciendo de ese simple trabajo un acto de amor a la eternidad que seguía compartiendo con mi abuela. Pero llegó la tarde, irremediablemente, en la que llegué a la sala y Carlitos no estaba; se había mudado de ciudad para comenzar la universidad. La poltrona estaba vacía y el cuaderno sobre el asiento frío me reveló una verdad amorosa. Me resumí a sonreír y procedí a escuchar a Gardel cantar: Vivir/ con el alma aferrada/ a un dulce recuerdo/ que lloro otra vez, antes de apagar la radio a las 16.47 hrs. Esta vez para siempre.•


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ANA SOLEDAD Ana Cecilia García


33 Se sentía desolada y vacía, carente de todo lo que la rodeaba. Todo estaba a oscuras y era infinito como el universo, mientras el sentimiento se expandía más y más lejos. A punto de la decadencia, el alcohol se convirtió en su refugio; una guarida blindada para despegarse a ratos de ese sentimiento devastador. El declive, la muerte persiguiéndola… la hizo despertar y notar que debía cambiar el tránsito de ese gusano que estaba comiendo su carne como si ya estuviera podrida, a que fuera la oruga que finalmente

se convertiría en una hermosa y flamante mariposa. La firme decisión llegó justo en el momento más doloroso: el parto. 12 horas y 58 minutos de ensanchamiento uterino brutal, que cedió el paso a la más bella criatura: el hijo. Renació y con ella soledad también, para ser de ambas la mejor fortuna; pues, a diferencia de muchos, decidió alojarla en su corazón como una verdadera compañía, su grata compañía. Todo se iluminó; y así como los naufragios sienten la dicha de ser encontrados, así se sintió.•


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METAMORFOSIS

F

O

R

Z

A

Pedro Fonseca

D

A


De un árbol cercenado es este libro más nadie lo recuerda prendido a la tierra con las hojas al viento y flores en la cima•

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Fotografía: © 2017, Elio Benitez


LA VELA Angélica Sandi

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Es de noche cuando la carne oscurece y el incienso lleva en su humo el olor de lágrimas por toda la casa. Colgada

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la mañana el sueño se ausenta Partidas mis uñas crujen maderas. Mojadas están mis manos para encender la vela.

A la orilla cae el cuerpo entra el desvelo. Salado retorno del incienso a mi almohada Tiene tapiz de sombra mi pared Y a este cuarto sólo llega la noche.•


SO

L os A

Ca rl

Fra nco

ME

NT

E 38

Solamente solo, la bailarina ha arriesgado un paso en la cuerda floja de sombrilla. Solamente solo, el trompetista arriesgรณ una nota en el arreglo de la banda jazz.


Solamente solo, el actor arriesgó un monólogo dramático en el escenario del teatro.

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Solamente solo, el payaso arriesgó una lágrima, del tamaño del mundo, en el circo. Solamente solo, imagina lo que sucedió con la bailarina, el trompetista, el actor y el payaso.•


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PUERTAS Adriana Vaninetti


A veces mi espíritu desnudo transita las calles de sombra de mi pueblo. Me pregunto si tras de cada puerta habrá alguien que espera. Si hay canciones de cuna o póstuma exhalación. Jadeos de amantes. Risas. Soledad. Vida en celebración.

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Paz. Angustia. Miedo. A veces, en el sonoro silencio que acompaña mis noches, imagino que afuera, por las calles de escarcha transita un caminante y se pregunta en qué estará pensando esa mujer que escribe detrás de esta, mi puerta.•


C A R TA S A Z U L E S DE RAQUEL TIRADO*

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* Autora invitada (1953) Coro, Falcón, Venezuela. Profesora de Semiótica en la Universidad Nacional Experimental “Francisco de Mirada”, UNEFM. Ganadora de la primera edición del concurso de cuentos de la Universidad “Francisco de Miranda” en el año 1997. Ha publicado en poesía “Sueño repetido” (2004), “Notas marginales” (2008), “La casa que no está” (2012), “Cartas azules” (2017). En ensayo “Francisco Domínguez Acosta. Palabra poética en teosofía” (2017). Perteneció a la comisión de la creación de La Casa de la Poesía de Coro, ha sido jurado de diferentes concursos de poesía en la región, ha publicado textos poéticos en diferentes revistas literarias. Directora de la Biblioteca de Autores y Temas Falconianos, en el Ateneo de Coro.


TODOS SOMOS UNO Comienzo este día sabiéndome inocente. Me declaro inocente y declaro inocente a todo el mundo. Somos humanos estar vivos supone un ámbito en el que todos somos uno.

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Nos queda la conciencia. Lo que somos hoy ya otros lo fueron lo que seremos mañana otros lo están siendo lo que fuimos ayer otros lo serán.

MUJERES INVENTADAS Quizá nunca resuelva el misterio de haber llegado aquí sin yo pedirlo Quizá llegue hasta el fin sin vislumbrar lo bueno de lo malo Quizá me quede esperando a ese que inventé para quererme Quizá soy el reflejo de todas las mujeres inventadas.


ME SALVO SOLA Un día extraño amanezco con rabia. Las horas me van dando lucidez para desentrañar memorias negras, esas que alimentan los trazos de amargura. Entonces la amargura es conmigo. Me regaño mil veces por mi ilusoria y eterna estadía en el limbo protector

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de mi inocencia. No me salva nadie. Me salvo sola.

PASOS Mis pasos me llevan a una empinada colina. Volteo y puedo ver algunas de mis huellas. Suspiro. Ya ni puedo perderlas.


BORDES DE PIEL I El mundo comienza y termina en el borde de mi piel. En ella está la clave del sol compañero del viaje que hoy repaso con nostalgia y asombro. Mi mundo se desgasta con la huella que dejo, con la lenta y eterna permanencia del instante,

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que encierra la vida completa en mí.

II Más allá, los otros bordes de piel de todos los que viven completan la certeza de mi existencia efímera y constante como la flor eterna como el agua que fluye y se estanca y se congela y se condensa y vuelve como lluvia para regar la tierra que somos. Volveremos a ser por los siglos de los siglos amorosos Amén.•


AWEN

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