Una habitación y media (de Brodsky) vacía

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Escrituras Las cartas de Karen Blixen La autora conocida como Isak Dinesen revela sus inquietudes literarias en su correspondencia con amigos, críticos, editores, colegas y admiradores Página 6

Espacios La casa rusa El espacio vital de una persona en la antigua URSS era de 9 m2. Este modelo de vivienda, y de relación humana, aún subsiste en la nueva Rusia Página 16

Pantallas Jonas Mekas Es un director de referencia para muchos jóvenes creadores, quizás porque creyó desde el principio en el poder de la cooperación artística MIÉRCOLES 16 DE ENERO DEL 2013

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¿Apocalipsis pop? El impacto digital y la sensación de ‘revival’ continuo anuncian un estancamiento de cierta música popular Páginas 2 a 5


Tendencias

Una habitación y media (de Brodsky) vacía

Espacios

ESPACIOS 16

Cultura|s La Vanguardia

Miércoles, 16 enero 2013

Fotogramas del documental ‘The Age of Kommunalki’ (2013), dirigido por el cineasta Francesco Crivaro y la arquitecta Elena Alexandrova. En proceso de posproducción, la cinta recoge la vida de veinte ‘kommunalki’ de la ciudad de San Petersburgo, la que más viviendas comunales acogió por las características de su centro histórico y densidad de palacios y mansiones. Parece haberse despertado el interés de

artistas, investigadores y arquitectos por este reducto del modo de vida soviético, hasta ahora poco explorado. Destacar el documental ‘Kommunalka’ (2008) de Françoise Huguier, también en San Petersburgo. Las tensiones entre nuevas y viejas tipologías en Rusia se retratan magistralmente en la película ‘Elena’ (2011) de Zvyagintsev. La organización cotidiana de la URSS ha sido una gran desconocida en Occidente. “Después de la Perestroika, las ‘kommunalki’ se percibieron como una reliquia del

FERRAN MATEO

El espacio vital de una persona se fijó, en la antigua URSS, en 9 m2. Los funcionarios, no obstante, tendían a asignar el mínimo posible, además de su ubicación. Era parte del sistema de control de libertades. Esta sencilla aritmética, convertida en normativa, marcó la psique colectiva rusa del pasado siglo y nos da claves para entender la actual. Su expresión más vívida es la kommunalka (vivienda comunal), aparecida para atacar dos problemáticas tras la Revolución: la carestía de vivienda y las distinciones sociales. Las propiedades expropiadas se trocearon para dar cobijo a tantas familias como habitaciones, entre 25 y 50 vecinos de media por vivienda comunal. Así, en una mezcla deliberada, gente de lo más variopinta compartía fogones, lavabo, teléfono e intimidad.

Cada habitación era un universo, vigilado por los cinco sentidos del vecino. Era preciso desarrollar estrategias de comportamiento ante tanta exposición. Hablar en susurros, aunque el pasillo fuera un trajín y la cocina, el escenario de tertulias y celebraciones. O de peleas. Este reflejo del pensamiento soviético en la vida cotidiana aún subsiste en el país eslavo. Pero, para el extranjero, solo se ha filtrado a través de la literatura. En obras de Pasternak, Jarms, Zóschenko, Bulgákov. En el paisaje interior de las kommunalki, entre ropa tendida, vapores de ollas y muebles amontonados, se desplegaba el acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma que era (y es) Rusia. Lo era para Churchill, y lo es para nosotros. Entre cuatro paredes, entre extraños, se mezclaban como en un gran puchero la


no pueden permitirse. Nunca por la mejora real de las condiciones internas”, comenta la arquitecta Elena Alexandrova. “Deberían servir de experiencia para las fórmulas que están aflorando en Europa de ‘cohousing’”

ESPACIOS

JAVIER PÉREZ ANDÚJAR

En los Reales Museos de Arte e Historia de la fantasmal Bruselas se conserva el fetiche precolombino, el ídolo chimú peruano con su oreja astillada, que da pie al viaje de Tintín por América del Sur en La oreja rota. Hergé dibuja esa estatuilla al lado de máscaras rituales de los senufos y de postes totémicos del antiguo reino de Dahomey. Todo Tintín es un viaje de iniciación lleno de ritos y de fetiches ancestrales entre magos de oreja rota que ya no escuchan el murmullo del mundo y chamanes barbudos consagrados a las visiones oceánicas del whisky. (Esta serie de artículos ha estado dedicada a ellos, a los brujos sin retorno y a lo circular que siempre vuelve, a las vueltas rituales, al redondel mágico del tiempo). Cada mujer, cada hombre, lleva consigo el laberinto de su oído interno. Está dentro del hueso temporal del cráneo y de esa manera queda claro que el nuestro es un laberinto de tiempo lleno de calaveras. La oreja rota de la estatuilla de Tintín es una puerta, la salida del laberinto interior de cada uno. Y al fin afuera, todo es selva, dardos venenosos, ríos torrenciales, plumas de colores, carreras, peleas, danza, dibujo, literatura. En toda obra de arte palpita la desesperación por escapar del laberinto. El anillo de matrimonio, o el de la comunión, que es la representación de aquel dedo cortado, circunciso, en los ritos primitivos, tiene su parangón en el pendiente, sombra de antiguos lóbulos amputados. Pero el artista no se conforma con los símbolos, porque trabaja con ellos y sabe que son áun peores que las palabras. Es entonces cuando irrumpe la verdad sin retorno de una oreja cortada. Van Gogh persiguiendo con la navaja a su colega Gauguin, igual que Verlaine siguió a Rimbaud con una pistola por las plazas de Bruselas. Cuando se canse de dar vueltas tras su amigo, Van Gogh, impotente y atormentado, se rebanará con esa misma navaja el lóbulo de su oreja izquierda. Y las orejas cortadas del cine, la oreja enigmática, laberíntica, que encuentra Jeffrey Beaumont tirada entre la hierba como un caracol muerto en Blue Velvet, o la que le amputa Mr. Blonde al policía mientras lo tortura en Reservoir Dogs. Esa es la oreja siniestra del crimen. La oreja que en los años 70 (cuando la música volvió a ser religión de culto) le cortaron con precisión quirúrgica sus secuestradores a aquel chaval de 17 años, el nieto del rey del petróleo Paul Getty, para exigirle al abuelo que pagara el rescate de 3,4 millones de dólares. Siempre son peores los símbolos que las palabras. Vivimos presos en la galería nocturna.

Miércoles, 16 enero 2013

bitación a precio de risa, privatizaban la propiedad, la reformaban y las sacaban al mercado. Muchos se hicieron de oro. Pero con el aumento del precio del m2, los promotores se han ido al extrarradio. Que el precio o alquiler de una habitación de kommunalka sea más asequible, pese a su estado, las han salvado. Para unos es una reliquia a erradicar, para otros la única posibilidad de vivir en la ciudad. |

Las orejas cortadas

Cultura|s La Vanguardia

antiguo régimen que debía desaparecer cuanto antes. Por lo general, sus inquilinos no se enorgullecen de las condiciones en las que viven. Para las autoridades, las ‘kommunalki’ son una tipología negativa. Cada año presentan planes que pasan por los realojamientos y las ayudas para la compra de una nueva vivienda, que los inquilinos

ARCHIVO

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1960, el 80% de la población urbana soviética vivía en kommunalki. Jruschov, consciente del problema, inició un plan de construcción de edificios baratos en las periferias. Las condiciones no eran mejores pero ofrecían intimidad, promesa de tiempos mejores. Cuando se derrumbó la URSS, el 20% de los moscovitas aún vivían en kommunalki. La liberalización de Yeltsin permitió sacar tajada de estas viviendas situadas en zonas atractivas para la especulación. En plena debacle económica, los promotores compraban habitación por ha-

Galería nocturna

solidaridad y la paranoia, el alcohol y la camaradería, príncipes y mecánicos, delatores y poetas. En la avenida Liteini de San Petersburgo, que muere en Fontanka y un puente conecta con el Jardín de Verano, se esconde la habitación y media de Joseph Brodsky, en un imponente edificio de estilo morisco. La misma avenida de trazado impecable donde vivieron Pushkin, Nekrásov, Blok o Gippius. En un balcón del n.º 24 hay una pancarta con un retrato del premio Nobel. Una iniciativa privada quiere convertir la kommunalka donde vivió con sus padres en Casa de la poesía. Pero la última inquilina pide tanto dinero por su habitación que el ayuntamiento se ha apeado del proyecto. Dos jóvenes voluntarios se citan conmigo, sacan un manojo de llaves y entramos. Un largo y oscuro corredor, flanqueado por puertas, y tras una de ellas, los 40 m2 que describe Brodsky en uno de sus ensayos: techo alto, decoración de yeso, tres ventanales, el parquet, la pequeña habitación que compartía con el laboratorio fotográfico del padre. “Si hay un aspecto infinito en el espacio, no es su expansión sino su reducción, aunque solo sea porque la reducción del espacio es siempre más coherente, está mejor estructurada y tiene más nombres: celda, armario, tumba”. Ahora la habitación y media es un espacio en espera, vacío. A mediados de la década de

El secuestrado Paul Getty en una imagen de archivo


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