El Gran Cambio

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el gran cambio La transformaci贸n social y econ贸mica de la Rep煤blica Dominicana

1963 2O13 frank moya pons



EL PAíS HA EXPERIMENTADO UNA PROFUNDA REVOLUCIóN EN LOS úLTIMOS 50 AÑOS

The country has been experiencing a profound revolution over the last fifty years. LE PAYS A CONNU UNE RÉVOLUTION PROFONDE DANS LES DERNIÈRES CINQUANTE ANNÉES









el gran cambio La transformaci贸n social y econ贸mica de la Rep煤blica Dominicana

1963 2O13 frank moya pons


Banco Popular Dominicano, S. A. Banco Múltiple

EL GRAN CAMBIO

La transformación social y económica de la República Dominicana 1963 - 2013

the great change The Social and Economic Transformation of the Dominican Republic

Coordinación Editorial Vicepresidencia Ejecutiva de Relaciones Públicas y Comunicaciones Textos Frank Moya Pons Diseño y Producción Lourdes Saleme y Asociados curaduría fotográfica Jeannette Miller coordinación con fotógrafos Rafael Sánchez Cernuda edición fotográfica Jesús Rodríguez Impresión Elcograf S.p.A.

le grand changement La transformation sociale et économique de la République Dominicaine

Santo Domingo, República Dominicana 2014 ISBN: 978-9945-8879-7-6

Todos los Derechos Reservados. Registro de Propiedad Intelectual. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida en ninguna forma o medio sin el permiso escrito del editor, excepto para la inclusión de citas en una reseña o revista.

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presentación Desde su fundación, el 23 de agosto de 1963, el Banco Popular Dominicano reflejó dos de sus mayores compromisos empresariales, que conforme fue haciéndolos realidad, a partir de su apertura al público el 2 de enero de 1964, le imprimieron un rasgo diferenciador único a la entidad financiera y a su posterior arraigo e influencia en la sociedad. Esos dos compromisos originarios fueron: por un lado, la democratización de los servicios bancarios para beneficio de amplios sectores de la población, privados de ellos por el predominio de la banca extranjera en el país; y por el otro, una firme vocación de servicio social, que junto a su singular rol de agente catalizador del progreso económico, le convertiría en propulsor de importantes transformaciones en las condiciones de vida, el desarrollo social e institucional y el crecimiento humano de los dominicanos. Con esas claras ideas, el fundador del Banco Popular Dominicano, señor Alejandro E. Grullón E., Presidente Ad-Vitam y Consejero Emérito del Banco Popular, como principal filial, y del Grupo Popular, como casa matriz, logró el respaldo de una emergente clase empresarial cibaeña, concentrada en la hoy Asociación para el Desarrollo, Inc. (APEDI) y de los grupos agroindustriales, comerciales, profesionales y la clase media de todas las regiones del país, para convertir en realidad la visión del primer banco comercial de capital privado en la historia financiera del país. Al cabo de cinco décadas de servicio continuo a sus clientes, accionistas, público en general y a la sociedad, el Popular no solo ha mantenido vivos y fortalecidos esos compromisos, sino que, además, los ha profundizado y diversificado, para convertirse hoy en una empresa de valor social permanente, que ha acompañado a la República Dominicana en su progresivo proceso de grandes cambios en aspectos como la economía, la industria, el comercio, el desarrollo de las infraestructuras vial, urbana, arquitectónica y turística, el fortalecimiento de las instituciones jurídico-políticas, así como el avance en las ciencias, las artes, las telecomunicaciones, la innovación tecnológica, la educación y el mejoramiento de la calidad de vida de miles de familias que, mediante el emprendimiento o la inclusión financiera y social, han escrito pequeñas y grandes historias de éxito que llevan consigo la marca Popular.

Al recorrer, de la mano del destacado historiador Frank Moya Pons, los grandes cambios del país y de la forma de vivir y de pensar de los dominicanos en los últimos cincuenta años, se siente la presencia del Banco Popular Dominicano en ese importante proceso de transformación, modernización y fortalecimiento de los pilares económicos y sociales de la República Dominicana de la segunda parte del siglo XX y los inicios y perspectivas del presente siglo XXI. Estas páginas testimonian no sólo las grandes transformaciones estructurales de la sociedad y la economía de nuestro país en las cinco últimas décadas, acompañadas por la canalización de recursos y la vasta vocación de servicio social del Popular, sino también los cambios cualitativos en las costumbres y hábitos de la población, en los servicios públicos y privados, en los espacios urbanos barriales y los estilos de vida rurales, la demografía, la cultura y la educación, entre otros aspectos de la vida de un pueblo que de ningún modo ha estado ajeno a los grandes cambios experimentados en razón de la globalización de la economía y la planetarización de la sociedad, con sus virtudes y sus limitantes. Asimismo, esta publicación, conmemorativa de 50 años de vida institucional del Popular, ha sido ilustrada con piezas fotográficas auténticas de alrededor de 50 artistas nacionales del lente, quienes han captado diferentes instantes y estadios de la cotidianidad y la historia de un país caracterizado por su laboriosidad y su fe en la conquista de un futuro más promisorio para todos los estratos de la población. Esperamos que los lectores reciban con beneplácito este nuevo aporte bibliográfico de nuestra organización financiera, cuyo propósito fundamental es el de evidenciar, mediante la conjugación de las ciencias sociales y el arte, los cambios trascendentales que en sus aspectos pilares nuestro país ha experimentado en las pasadas cinco décadas y cómo el Popular, su filosofía corporativa, su singular modelo de servicio y de negocios, basados en principios éticos y valores humanos, han sido piedra angular de ese desarrollo y de la transformación de la República Dominicana y su visión de futuro.

Manuel A. Grullón Presidente del Consejo de Administración y Presidente Ejecutivo del Grupo Popular. Presidente del Banco Popular Dominicano.

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raíces del cambio

roots of change. lES ORIGINES DU CHANGEMENT

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Nuestro país ha venido experimentando una profunda revolución en los últimos cincuenta años. Una revolución capitalista que comenzó a finales del siglo XIX y que ha venido acelerándose según pasan los años hasta hacerse indetenible.

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Our country has experienced a profound

Notre pays a éprouvé une révolution

revolution during the last fifty years:

profonde pendant les dernières cinquante

A capitalist revolution which began

années. Une révolution capitaliste qui

throughout the late nineteenth century

a débuté à la fin du XIX siècle et qui s’est

and continued to gain momentum until

accéléré au fil des années jusqu’à se rendre

becoming unstoppable.

imparable.

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También creció la matrícula escolar y se multiplicaron los profesionales universitarios. Tanto el número de escuelas como de estudiantes inscritos se cuadruplicaron entre 1936 y 1956. Para el año 2000 se había más que duplicado nuevamente, volviendo casi a duplicarse en 2011.

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School enrollment also increased and the

L’immatriculation scolaire a aussi crû et

number of university graduates multiplied.

les professionnels universitaires se sont

Both the number of schools and enrolled

multipliés. Tant le nombre d’écoles comme

students quadrupled between 1936 and

d’étudiants inscrits ont quadruplé entre

1956. By the year 2000, it had once again

1936 et 1956. Pour l’année 2000 il s’avait

more than doubled, and almost doubled

plus que doublé, presqu’en étant doublé à

again in 2011.

nouveau en 2011.

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Este gran cambio ha llevado a los habitantes de este paĂ­s a adoptar nuevos modos de vida y nuevos valores y costumbres.

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This great change has led the people of this

Ce grand changement a porte les habitants

country to adopt new ways of life, values

de ce pays Ă adopter de nouveau modes de vie

and customs.

et de nouvelles valeurs et coutumes.

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un cambio con origen y futuro

A CHANGE WITH ORIGIN AND FUTURE. UN CHANGEMENT AVEC ORIGINE ET FUTUR

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el crecimiento econ贸mico

ECONOMIC GROWTH. LA CROISSANCE ECONOMIQUE

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En los últimos cincuenta años la economía dominicana dejó de ser una economía exportadora de productos primarios para convertirse en una economía muy diversificada, en la que ya ningún producto es tan dominante como lo fue el azúcar.

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During the past fifty years the Dominican

Pendant les dernières cinquante années

economy ceased being a primary

l’économie dominicaine a cessé d’être une

commodity export-based economy evolving

économie exportatrice de produits primaires

into a much more diversified market where

pour devenir une économie très diversifiée,

no commodity is as dominant as sugar

dans laquelle aucun produit n’est tellement

was.

dominant comme été le sucre.

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Diversificación de la industria agrícola

Las cifras de crecimiento de la economía nacional son tan altas que (...) muestran un agigantamiento de la base productiva nacional que nadie podía imaginar cuarenta años atrás.

Agricultural Industry Diversification. La diversification de l’industrie agricole The national economy’s growth

Les chiffres de croissance de l’économie

figures are so high that (…) they show

nationale sont tellement élevés que (...)

an enormous increase throughout the

ils montrent une exagération de la base

nation’s productive base which was

productive nationale que personne

unimaginable forty years ago.

n’aurait pu imaginer quarante années en arrière.

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Ha crecido también la producción agropecuaria e industrial, de la misma manera que se han multiplicado las empresas de servicios en todos los órdenes (...). Todo ha crecido. Agricultural and industrial productions

La production agricole e industrielle a

have also increased, in the same way that

aussi augmenté, de la même manière que

service companies of all types have multiplied

les entreprises des services dans tout les

(…). Everything has grown.

domaines se sont multipliés (…). Tout ha expérimenté un croissance.

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Entre los muchos indicadores que se pueden utilizar para mostrar ese crecimiento mencionemos el presupuesto nacional que en 1961 fue de 184.7 millones de pesos, equivalentes a 184 millones de dólares, en tanto que el del año 2013 es sesenta y cinco veces mayor: $516,000 millones de pesos, equivalentes a más de 12,000 millones de dólares. Among the many indicators that could be used

Parmi les nombreux indicateurs qui peuvent être

to demonstrate this growth, let us mention the

utilisés pour montrer cette croissance, nous

national budget which in 1961 was RD$184.7

mentionnons le Budget national qui, en 1961,

million, equivalent to $184 million dollars,

était de RD$184.7 millions, équivalant à 184

whereas the national budget in 2013 is sixty-five

millions de dollars, alors que le budget national

times greater: RD$516 billion, equivalent to more

de l’année 2013 est soixante-cinq fois supérieur:

than $12 billion dollars.

RD$516,000 millions de pesos, équivalant à plus de 12,000 millions de dollars.

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agigantamiento de la base productiva nacional

GROWTH OF THE NATIONAL PRODUCTION BASE. L’AUGMENTATION DE LA BASE PRODUCTIVE NATIONAL

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El gran cambio que ha experimentado la economía dominicana puede resumirse en el extraordinario crecimiento del sector financiero, cuyos índices son el mejor reflejo de la marcha de los sectores productivos del país. The great change experienced by the

Le grand changement que l’économie

Dominican economy can be summarized by

dominicaine a expérimenté peut être résumé

the extraordinary growth of the financial

par l’extraordinaire croissance du secteur

sector, whose indicators are the best

financier dont les indices sont le meilleur

reflection of how the nation’s productive

reflet du fonctionnement des secteurs

sectors are performing.

productifs du pays.

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aumentó la población empleada en las industrias

GROWTH OF THE POPULATION EMPLOYED IN INDUSTRIES. AUGMENTATION DE LA POPULATION EMPLOYÉE DANS L’INDUSTRIE

El país tiene, además, un sector comercial muy competitivo y confiado en la continuación del crecimiento económico, que expresa esa confianza en la construcción de grandes centros comerciales, como no los hay en ninguna otra ciudad del Caribe. The country has, in addition, a very

Le pays a, en plus, un secteur commercial

competitive commercial sector that

très compétitif et confiant dans la

is confident in the continuation of

continuité de la croissance économique.

the country’s economic growth and

Ce secteur exprime cette confiance avec

expresses this confidence with the

la construction de grands centres

construction of large commercial

commerciaux comme il n’y en a dans

centers unlike any found in any other

aucune autre ville du Caraïbe.

city in the Caribbean.

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El sector industrial da empleo a más de 200,000 personas, mientras ha subido a 85 el promedio de trabajadores en las principales industrias en el país después de 1961.

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The industrial sector employs more than

Le secteur industriel emploie plus de 200.000

200,000 people, while the average number

personnes, lorsque la moyenne de

of workers in the main industries in the

travailleurs des principales industries du pais

country has risen to 85 after 1961.

a augmentée a 85 depuis 1961.

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Muchos inmigrantes han optado por instalar negocios propios y se les ve en las ciudades trabajando como buhoneros y artesanos, y hasta como productores y vendedores de obras de arte. Many immigrants have opted to set up

Beaucoup d’immigrants ont choisi de créer

their own businesses, and they can be

leurs propres entreprises, ils peuvent être

seen in the cities working as peddlers

vu dans les villes en travaillant comme des

and artisans, and even as producers

marchant ambulants u colporteurs et des

and sellers of works of art.

artisans, et même en tant que producteurs et vendeurs d’œuvres d’art.

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El desarrollo turístico ha sido rápido e impresionante, y ha pasado a ser uno de los motores principales de la economía dominicana. EL TURISMO, MOTOR ECONÓMICO Y GENERADOR DE EMPLEO

The development of the Tourism

Le développement du tourisme a été rapide

industry has been fast and impressive

et impressionnante, et il est devenu l’un

and has become one of the main

des principaux moteurs de l’économie

motors of the Dominican economy.

dominicaine.

Tourism: An Engine for Employment Creation and Economic Growth. Le tourisme, moteur économique et générateur d’emploi

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Una ley de incentivo a las inversiones turísticas y una agresiva política de inversiones públicas en infraestructura, así como el otorgamiento de créditos subsidiados, estimularon las inversiones hoteleras en los años siguientes. The enactment of a law creating

Une loi qui a créé un régime d’incitation

incentives for tourism investment and an

à l’investissement touristique et une

aggressive policy of public investment in

politique agressive d’investissement public

infrastructure, as well as the granting of

en infrastructure, ainsi que la concession

subsidized credit facilities, stimulated hotel

des crédits subventionnés, ont stimulé

investments in the following years.

l’investissement hôtelier dans les années suivantes.

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la revoluci贸n demogr谩fica

THE DEMOGRAPHIC REVOLUTION. LA REVOLUTION DEMOGRAPHIQUE

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Una de las transformaciones más profundas experimentadas por la sociedad dominicana en el curso de los últimos cincuenta años ha sido el cambio demográfico. Las raíces de este cambio vienen de lejos.

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One of the most profound

L’une des transformations les plus

transformations experienced by

profondes expérimentées par la société

Dominican society in the course

dominicaine au cours des cinquante

of the last fifty years has been the

dernières années fut le changement

demographic change. The roots of

démographique. Les origines de cette

this transformation come from afar.

transformation viennent de loin.

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LOS Jテ天ENES Y LA CULTURA URBANA

YOUTH AND URBAN CULTURE. LES JEUNES ET LA CULTURE URBAINE

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GLOBALIZACIÓN Y NUEVOS MODOS DE VIDA

GLOBALIZATION AND NEW LIFESTYLES. LA MONDIALISATION ET LES NOUVEAUX MODES DE VIE

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Concomitantemente con estos avances, en el pasado medio siglo la República Dominicana también ha logrado aumentar grandemente las expectativas de vida de su población, lo cual puede constatarse observando que en 1955 esa expectativa era de apenas 46 años.

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Alongside these advances, in the last half

Au cours de ce progrès, dans la moitié du

century the Dominican Republic has also

siècle passé, la République Dominicaine a

succeeded in increasing the life expectancy

réussi à augmenter l’espérance de vie de sa

of its population, evidenced by the fact that

population, ce qui peut se constater, en

in 1955 life expectancy was barely forty-six

observant qu’en 1955 cette espérance de

years.

vie était à peine de 46 ans.

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(...) Aquellas gigantescas procesiones de Semana Santa o los peregrinajes religiosos a Higüey y el Santo Cerro que concentraban decenas de miles de hombres, mujeres y niños procedentes de todas partes del país.

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(…) Those giant processions during Holy

(…) Les gigantesques processions de

Week and religious pilgrimages to Higüey

Semaine Saint ou les pèlerinages religieux à

and Santo Cerro that gathered tens of

Higüey et au Santo Cerro qui rassemblaient

thousands of men, women and children

des dizaines de milliers d’hommes, femmes et

from all over the country.

enfants venus de partout dans le pays.

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el proceso de urbanización

THE PROCESS OF URBANIZATION. LE PROCES D’URBANIZATION

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Directamente relacionado con la revolución demográfica está el rápido proceso de urbanización de la República Dominicana. (...) Hoy, en el año 2013, más del 70 por ciento vive en los centros urbanos. Directly related to the demographic

Directement lié à la révolution

revolution is the rapid process of

démographique se trouve le processus

urbanization of the Dominican Republic.

rapide de l’urbanisation de la République

(…) Today, in the year 2013, more than 70

Dominicaine (…) Aujourd’hui, en 2013, plus

percent live in urban centers.

de 70 pour cent vivent dans les centres urbains.

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La urbanización de las ciudades ha alcanzado al campo

THE URBANIZATION OF CITIES HAS REACHED THE COUNTRY. L’URBANISATION DES VILLES EST ARRIVE À LA CAMPAGNE

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La migración rural-urbana ha sido tan intensa que, a pesar de haber comenzado hace ya más de cincuenta años como fenómeno masivo, hoy la mitad de la población de la ciudad de Santo Domingo procede de otras regiones del país. Rural-urban migration has been so intense

La migration rurale-urbaine a été si intense

that, despite having begun more than fifty

qu’ayant commencé il y a déjà plus de

years ago as a mass phenomenon, today

cinquante ans comme un phénomène

half of the population of the city of Santo

massif, aujourd’hui la moitié de la population

Domingo came from other regions of the

de la ville de Saint Domingue provient

country.

d’autres régions du pays.

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No es pues de sorprender que esta ciudad sea hoy una metrópoli que concentra más del cuarenta por ciento de la población nacional y sea también el centro urbano de mayor tamaño de toda la cuenca del Caribe. It is, therefore, not surprising that today

C’est n’est donc pas étonnant que cette

this city is a metropolis in which more than

ville soit aujourd’hui une métropole qui

forty percent of the national population

concentre plus de quarante pour cent de

resides. It is also the largest urban center in

la population nationale et soit aussi le plus

the entire Caribbean Basin.

grand centre urbain de tout le bassin des caraïbes.

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los caminos y las comunicaciones

ROADS AND COMMUNICATION. LES CHEMINS ET LA COMMUNICATION

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La modernización de la autopista Duarte y la construcción de nuevas autopistas han contribuido a la aceleración del comercio y otras actividades económicas del país. (...) Este fenómeno ha estimulado la creación de una industria nacional del transporte motorizado y la movilidad de la población.

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The modernization of the Duarte highway and

La modernisation de l’autoroute Duarte et la

the construction of new highways have

construction de nouvelles autoroutes ont

contributed to the acceleration of commerce

contribué à l’accélération du commerce et

and other economic activities of the country.

d’autres activités économiques dans le pays

(…) This phenomenon has stimulated the

(…) Ce phénomène a stimulé la création d’une

development of a thriving transport industry as

industrie nationale de transport motorisé et la

well as the mobility of the population.

mobilité de la population.

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contrastes e indicadores del crecimiento

CONTRAST AND GROWTH INDICATORS. Contraste et indicateurs de croissance 204

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En los últimos treinta años, aprovechando la construcción y el mejoramiento de las carreteras y caminos vecinales, la industria del transporte interurbano ha crecido considerablemente y ha permitido la introducción de todo tipo de vehículos.

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In the last thirty years, taking advantage

Dans les trente dernières années, profitant

of construction and improvement of

de la construction et l’amélioration des

highways and roads, the interurban

routes et des chemins vicinaux, l’industrie du

transportation industry has grown

transport interurbain a considérablement

considerably and has allowed the

augmenté et a permis l’introduction de tout

introduction of all kinds of vehicles.

type de véhicules.

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DOMINIO DE LOS VEHÍCULOS MOTORIZADOS

THE USE OF MOTOR VEHICLES. Le domaine des véhicules motorisées

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en 1900 tomaba dos días cruzar los pantanos

IN 1900, IT TOOK TWO DAYS TO CROSS THE SWAMPS. EN 1900, ON PRENAIT DEUX JOURS POUR TRAVERSER LES MARAIS 212

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Las comunicaciones han cambiado radicalmente, no sólo en el área del transporte, sino en el ámbito de la telefonía, la radiodifusión y la teledifusión. Communications have drastically

Les communications ont changés

changed, not only in transportation,

radicalement, non seulement dans le

but also in the field of telephony,

domaine du transport, mais aussi dans le

broadcasting and telecasting.

domaine de la téléphonie, la radiodiffusion et la télédiffusion.

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La telefonía ha acercado la distancia entre los pueblos, y entre éstos y los campos, y ha acelerado la marcha de los negocios en una época de grandes transformaciones económicas.

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Telephony has closed the distance between

La téléphonie a rapproché les distances

towns, and between towns and the

entre les villages, et entre les villages et la

countryside, and has accelerated the pace

campagne et elle a aussi accéléré la marche

of business in a time of great economic

des affaires dans une époque de grandes

transformations.

transformations économiques.

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la nueva sociedad

THE NEW SOCIETY. LA NOUVELLE SOCIETE

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En el último medio siglo la República Dominicana ha pasado de ser una sociedad mayoritariamente campesina a una sociedad urbanizada que no ha perdido del todo su población rural. In the last half century, the Dominican

Au cours de la moitié du siècle dernière,

Republic has gone from being a largely

la République dominicaine est passée d’être

rural society to an urbanized society that

d’une société essentiellement agricole à une

has not lost its rural population.

société urbanisée qui aurait malgré tout conservé une bonne partie de sa population rurale.

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la clase media también ha contribuido al capitalismo

THE MIDDLE CLASS HAS ALSO CONTRIBUTED TO CAPITALISM. LA CLASSE MOYENNE A ÉGALMENT CONTRIBUE AU CAPITALISME

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La urbanización, la industrialización, la educación superior, la emigración, el turismo, la expansión del comercio y la consolidación de un mercado interno para los productos agropecuarios, todos estos factores han sido los rieles por donde ha transitado la formación de una nueva clase media. Urbanization, industrialization, higher

L’urbanisation, l’industrialisation,

education, emigration, tourism, the

l’éducation supérieure, l’émigration, le

expansion of commerce and the

tourisme, l’expansion du commerce et la

consolidation of the internal market for

consolidation d’un marché intérieur pour

agricultural products, these factors have

les produits agricole, tous ces facteurs

been the rails upon which the formation

ont été les voies pour la formation d’une

of the new middle class has transited.

nouvelle classe moyenne.

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Uno de los hechos separados que ayudaron a atraer la atención internacional y aportaron dinero a la economía local (...) fue la exportación de jugadores de béisbol a las Grandes Ligas de los Estados Unidos, en las cuales los dominicanos se distinguen como excelentes y esforzados jugadores. One of the various separate facts that

Un des faits qui ont aidé à attirer

helped attract international attention and

l’attention internationale et à injecter de

brought money to the local economy

l’argent dans l’économie locale (…) a été

(…) was the exportation of baseball

l’exportation de joueurs de baseball vers

players to the Mayor Leagues in the United

les grandes équipes des Etats-Unis, dans

States, where Dominicans distinguished

lesquelles les Dominicains se distinguent

themselves as excellent, hardworking

comme d’excellents et vigoureux joueurs.

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El cine, la televisión y el internet han introducido la República Dominicana de lleno en la cultura digital de la “aldea mundial” y están transformando las conductas, los sistemas de valores y las habilidades de su población más joven. Movies, television and the internet have

Le cinéma, la télévision et internet ont

fully introduced the Dominican Republic to

introduit la République dominicaine dans

the digital culture of the ‘’global village’’

la culture numérique du ‘village global’ et

and are transforming the behavior, value

elles transforment les comportements, les

systems and customs of its youth.

systèmes de valeurs et les compétences de sa population jeune.

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LAS RAÍCES DEL CAMBIO: UNA REVOLUCIÓN IGNORADA

Pocos dominicanos se dan cuenta de que su país ha venido experimentando una profunda revolución en los últimos cincuenta años. Una revolución capitalista que comenzó a finales del siglo XIX y que ha venido acelerándose según pasan los años hasta hacerse indetenible y llevar a los habitantes de este país a adoptar nuevos modos de vida y nuevos valores y costumbres. Esta revolución se inició cuando los gobiernos liberales de entonces, que habían asimilado la ideología del progreso, decidieron atraer capitalistas extranjeros mediante el ofrecimiento de incentivos fiscales y tierras gratuitas para inducirlos a invertir en la creación de ingenios azucareros y plantaciones de caña de azúcar, café, cacao y bananos. Esa política resultó exitosa, pues pronto migraron hacia la República Dominicana inversionistas cubanos, norteamericanos, británicos y alemanes que trajeron sus capitales, adquirieron tierras, importaron maquinarias y equipos, construyeron ingenios azucareros y establecieron plantaciones de productos tropicales. En consecuencia, en cuestión de pocos años el paisaje dominicano comenzó a transformarse sustancialmente, pues las plantaciones ocuparon enormes áreas de tierras llanas en donde antes había potreros y haciendas ganaderas, o sabanas y bosques deshabitados. La República Dominicana, que hasta entonces dependía de la producción de tabaco, la explotación de bosques de caoba y la crianza de ganado experimentó un acelerado tránsito hacia una economía de plantaciones, cuya producción estaba orientada hacia el mercado mundial. En menos de veinte años el azúcar sustituyó al tabaco como principal renglón de exportación, aunque al principio del siglo XX, por un breve período, el cacao sobrepasó al azúcar como líder de las exportaciones. El alza de precios provocada por la Primera Guerra Mundial catapultó nuevamente el azúcar al primer lugar y así se mantuvo por el resto del siglo. Concomitantemente, crecieron las exportaciones de café y bananos, y aparecieron nuevas plantaciones de coco mientras se ampliaban los conucos de tabaco. Las divisas generadas por esas exportaciones estimularon el desarrollo de un amplio sector mercantil que demandaba mercancías manufacturadas producidas en los países industrializados. Este sector mercantil adquirió

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un gran dinamismo durante las primeras tres décadas del siglo XX y, conjuntamente con el sector exportador, contribuyó decisivamente al crecimiento urbano de Santo Domingo, San Pedro de Macorís, Santiago, Puerto Plata, Sánchez, La Vega y Montecristi. La expansión de la masa monetaria fomentó el consumo entre las capas más pobres de la población y estimuló el desarrollo de un numeroso sector artesanal que fabricaba muebles, ropa, calzados, aguardiente, cigarros, sombreros, productos de latón, objetos de cuero, chocolate y jabón. También hizo crecer las importaciones de equipos, maquinarias, vehículos, comida, ropa y calzados, implementos agrícolas, libros y revistas, cristalería y bebidas. Todo ello ocurría en un régimen de libre comercio e intercambio apoyado en la circulación del dólar estadounidense, que era la moneda de curso legal, ya que la República Dominicana estaba impedida de emitir dinero propio en virtud de las restricciones impuestas por la Convención Domínico-Americana de 1907 que convirtió a este país en un protectorado financiero de los Estados Unidos. La Primera Guerra Mundial hizo a la República Dominicana aún más dependiente de los Estados Unidos, quienes, en 1915 y 1916, impusieron en ambos lados de la isla sendos gobiernos militares que expulsaron a los empresarios alemanes y les prohibieron negociar en el territorio insular. Hasta entonces los alemanes controlaban el mercado tabacalero dominicano y el sector bancario haitiano.

Hubo que esperar hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial para que la economía dominicana volviera a adquirir el dinamismo de antaño. Los principales centros productores de manufacturas eran Santiago de los Caballeros, Puerto Plata, San Pedro de Macorís y, más tímidamente, La Vega y Santo Domingo. En Santiago, por ejemplo, los talleres alcanzaron un notable auge, particularmente aquellos dedicados a la confección de zapatos y camisas. Santiago tenía también la mayor fábrica de cigarros y cigarrillos del país, y fábricas de ron. Esta ciudad, junto con La Vega, también fabricaba sombreros de paja, artículos de cuero y piel, y explotaba los bosques de pino de las montañas circundantes. Puerto Plata, por su parte, era la ciudad más “industrializada” del país junto con San Pedro de Macorís. Desde principios del siglo Puerto Plata suplía el mercado cibaeño con fósforos, queso, mantequilla, salchichón, jabón, harina, galletas, ron, ropa de hombre, sombreros, camisas, pastas alimenticias, artículos de piel y muebles. San Pedro, a su vez, producía camisas, muebles, jabón, polvo facial, almidón, pieles, hielo y harina. Durante la Segunda Guerra Mundial el dictador Trujillo utilizó los ingresos extraordinarios en divisas, generados por el aumento de los precios de los productos de exportación, para financiar el desarrollo de una nueva planta industrial de sustitución de importaciones.

Vista marítima de la ciudad de Santo Domingo Jesús Rodríguez 2014

Panorama oeste de Santo Domingo Jesús Rodríguez 2014

Calle General López, Santiago Julio González 1974

Megapuerto de Andrés Ricardo Briones 2011

Viejo Puerto de Sánchez José Ramón Andújar 1985

Panteón Nacional Ricardo Hernández 2010

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Durante la ocupación militar el país dejó de importar muchos productos europeos que fueron entonces sustituidos por artículos de fabricación norteamericana. La ley de aranceles de 1919 aceleró la inundación del mercado dominicano con productos norteamericanos y favoreció la instalación de numerosos negocios de representación y ventas de sus mercancías, quedando desde entonces el país ligado a la cultura material de los Estados Unidos. Para defender a los productores dominicanos los gobiernos de Horacio Vásquez y Rafael Trujillo recurrieron al expediente de crear impuestos al consumo de los productos importados, pero la profunda crisis económica en que quedó sumido el país a partir de 1930 debido a la Gran Depresión mundial impidió la formación de capitales que pudieran ser invertidos en la industria. Con excepción de unas cuantas casas comerciales propiedad de inmigrantes o descendientes de árabes y españoles, el sector mercantil era un universo de microempresas familiares. La gran industria era todavía una aventura en la que muy pocos podían invertir, pues la formación de grandes capitales estaba concentrada en Trujillo y sus asociados. Hasta entonces las principales plantas industriales eran los ingenios azucareros y unas pocas fábricas de cigarros y cigarrillos, cerveza y ron, fósforos, molinos de arroz y factorías de café. El resto eran pequeños establecimientos familiares ocupados en la fabricación de muebles, colchones y almohadas, bebidas carbonatadas, queso y mantequilla, chocolate, almidón, manteca, zapatos, carteras y sombreros.

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Inauguración de los XII Juegos Centroamericanos y del Caribe OGM 1974 PÁGINA 14

Hasta entonces Santiago, Puerto Plata y San Pedro de Macorís concentraban la mayoría de los talleres y factorías. Pero ahora, con el dictador Trujillo a la cabeza de un emergente grupo industrial, las nuevas fábricas se instalaron en la capital de la República y sus alrededores produciéndose, en consecuencia, una relocalización geográfica de la planta industrial dominicana. Entre 1945 y 1958 Trujillo y sus socios construyeron importantes plantas productoras de cemento, productos de asbesto, grasas vegetales, sacos y cordeles, clavos, carnes, cerveza, textiles, alcoholes, bebidas, azúcar, harina, asfalto, chocolate, botellas de vidrio, papel y cartón, abonos químicos, madera, muebles, zapatos, productos farmacéuticos, arroz pulido y otros productos. La concentración de muchos de esos establecimientos en la capital y sus alrededores terminó cambiando el carácter meramente administrativo de esta ciudad, al convertirla en un centro manufacturero adonde acudieron decenas de miles de dominicanos provenientes de los campos y ciudades del interior en busca de ocupación. Los gobiernos posteriores a la primera ocupación militar estadounidense mantuvieron muchos de los programas de salud pública iniciados entonces. Continuaron con las campañas antiparasitarias y de vacunación. Construyeron nuevos hospitales y fomentaron la formación de nuevos médicos. La introducción de los antibióticos a finales de la década del 40 cortó radicalmente las tasas de mortalidad y aseguró mayores índices de supervivencia infantil.

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Santiago de los Caballeros José Ramón Andújar 1985

Calle El Conde José Ramón Andújar 1976

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Tapón en los puentes Bosch y Duarte Ricardo Briones 2010 PÁGINA 22

El Metro de Santo Domingo Fer Figheras 2009

Aula Bloomberg, UNIBE Luis Nova 2014

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Todavía en 1944 los políticos dominicanos creían que el país estaba despoblado y fomentaban la natalidad ofreciendo incentivos a las familias numerosas, lo que indica que el fenómeno de crecimiento explosivo de la población no se hizo evidente hasta el levantamiento del censo de 1950, en que la población dominicana fue registrada en 3 millones de habitantes que contrastaban con el escaso millón que había en 1920. Muchos felicitaron al gobierno de entonces considerándolo responsable del crecimiento demográfico del país lo cual, creían ellos, era un signo de madurez social y de desarrollo, pues ahora sí, pensaban, era posible dotar de trabajadores a la economía dominicana que durante siglos se vio limitada por falta de brazos, por lo que los gobiernos del siglo XIX tuvieron que recurrir en más de una ocasión a políticas de fomento de la inmigración. La expansión de la población obligó al gobierno a aumentar su burocracia y a ampliar los servicios públicos, al tiempo que crecía el número de hombres empleados en las fuerzas armadas para atender a los requerimientos defensivos del régimen de Trujillo que se encontraba permanentemente amenazado desde el exterior; lo que quiere decir que aumentaron los empleos en el sector terciario. Las inversiones en infraestructuras sanitarias hicieron de inmediato más atractiva la vida urbana que la vida rural para muchos campesinos y peones sin tierras quienes, atraídos por la ilusión de encontrar un trabajo en las nuevas industrias que se estaban construyendo, empezaron a dar forma por primera vez al amplio mercado de trabajo urbano. De este se nutriría de mano de obra barata la industria dominicana en años recientes. Al aumentar la población empleada en las industrias y talleres, poco a poco fueron constituyéndose diversos sectores medios que recibieron un gran impulso entre 1948 y 1958, gracias al sostenido crecimiento de la economía dominicana que se vio favorecida por una coyuntura de buenos precios para sus productos de exportación durante la llamada Guerra de Corea. El aumento demográfico expandió la demanda de alimentos y estimuló la producción. Una firme política de colonización agropecuaria llevó a la apertura de cientos de miles de tareas de tierras que hasta entonces habían permanecido inexplotadas. La construcción de numerosos canales de riego en campos incultos que fueron dedicados a la siembra de arroz y plátano, el incremento extraordinario de la ganadería y el desarrollo de nuevos cultivos (como guineos, yuca, maní y vegetales) ampliaron el horizonte rural dominicano considerablemente durante las décadas de los años 40 y 50. También creció la matrícula escolar y se multiplicaron los profesionales universitarios. Tanto el número de escuelas como de estudiantes inscritos se cuadruplicaron entre 1936 y 1956. Por otra parte, la Universidad de Santo Domingo, que había sido reorganizada en 1932 y había mantenido un estudiantado de alrededor de 1,000 estudiantes durante muchos años, vio crecer su matrícula a 3,000 estudiantes a finales de la década de los años 50. La universidad se mantuvo graduando unos 100 profesionales cada año, dotando al país, por primera vez en toda su historia, de un nuevo estrato social medio que terminaría ocupando el liderazgo social, político y económico

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Estudiantes en laboratorio O&M Medical School Luis Nova 2014

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Aula de clases UASD OGM 1969 PÁGINA 36

Seminario Emprendedores, Santiago Félix Sepúlveda 2012 PÁGINA 37

dominicano. Muchos de los profesionales salieron a realizar estudios al exterior y regresaron con ideas nuevas, convertidos en portadores de innovaciones tecnológicas modernas en diversos campos y especialidades. Todos estos cambios, sin embargo, no fueron suficientes para satisfacer las necesidades básicas de la población debido a que el crecimiento económico y la industrialización de aquellos años se realizaron sobre la base de un sistema de monopolios familiares que, respaldados por un régimen político tiránico, aprovecharon el desarrollo de las riquezas dominicanas para acumular enormes ahorros que eran transferidos hacia el extranjero. A finales de la década del 50 era evidente que los hospitales construidos eran insuficientes; las escuelas no daban abasto para atender a la población y el analfabetismo había crecido; el costo de la vida había aumentado y los salarios seguían congelados. Cada vez había más desempleados deambulando por las ciudades, mientras la pequeñísima oligarquía familiar trujillista drenaba al país de los capitales que debieron ser reinvertidos en la creación de nuevos empleos. La aparición de un proletariado rural que se hacía cada vez más numeroso, debido a la política pronatalista del gobierno, y cada vez más pobre, debido a la continua pérdida de sus tierras, aceleró el proceso de urbanización marginalizada, al arrojar a las zonas periféricas de las principales ciudades del país a una enorme masa de hombres y mujeres sin educación, sin salud, sin empleo y sin tierras. Este proceso de marginalización ya era notable en 1960 y se aceleró rápidamente durante las décadas siguientes, conformándose así una masa universal de chiriperos, buscavidas y jornaleros, que han venido a constituir un mercado fácil para la contratación barata de mano de obra en la economía dominicana. Puede decirse que Trujillo recibió, en 1930, una sociedad tradicional, biclasista, provinciana, atrasada y pobre y dejó, al morir, una sociedad en transición, pero subdesarrollada, con un capitalismo deformado por un crecimiento industrial monopolista, que al poner el control de los recursos del país en manos de una familia absolutamente inescrupulosa, privó a la nación de la oportunidad de experimentar un desarrollo económico con una más justa distribución de la renta nacional. Aparte de las cámaras de comercio locales y unos pocos gremios y clubes sociales, no había entonces asociaciones empresariales, profesionales, estudiantiles y obreras que ejercieran una vida funcional. La experiencia de participación democrática en la vida política era realmente nula. Como el desarrollo urbano se había concentrado en las ciudades de Santo Domingo, San Cristóbal y Santiago, los demás pueblos del país estaban afectados por servicios sociales y sanitarios ineficientes. Los caminos y carreteras estaban también muy deteriorados, debido al colapso económico que sufrió el país en las postrimerías de la dictadura. Los dominicanos de entonces no se percataban de que, además de esos costos sociales, el crecimiento económico y el enriquecimiento de la élite trujillista se estaban realizando a expensas de los recursos naturales como los bosques de pino, caoba y ébano verde. La deforestación de millones de tareas de tierra para dar paso a plantaciones, potreros y conucos contribuyó a secar muchos arroyos y cañadas, y dio principio al deterioro de las más importantes cuencas fluviales del país.

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Los costos de la revolución capitalista se hacían cada vez más evidentes en el ocaso de la dictadura de Trujillo. En 1961 el país se enfrentaba con la siguiente realidad: una población de tres millones de habitantes en la cual todavía el 70 por ciento vivía en el campo; con más del 25 por ciento de sus habitantes analfabetos; y pueblos y ciudades que empezaban a recibir oleadas masivas de familias campesinas que huían de la miseria de los campos y llegaban a construir favelas en los márgenes de los pueblos y ciudades. Esto era el reflejo de una agricultura que mostraba signos de estancamiento, pues la producción era más el resultado de la apertura y colonización de tierras nuevas que de la modernización en las técnicas de cultivo; una agricultura en que el uso de maquinarias, abono, semillas mejoradas y control de plagas era bastante limitado; y una economía rural dominada por las plantaciones azucareras que generaban el 60 por ciento de las divisas del país, pero que se sostenían sobre la base de un proletariado rural cada vez más empobrecido.

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EL CRECIMIENTO ECONÓMICO

Cuando murió Trujillo la economía nacional se sostenía en apenas unos cuantos productos primarios destinados a la exportación (azúcar, café, cacao, tabaco y bauxita) y tenía una incipiente base industrial, sustentada en factorías de pequeño y mediano tamaño que luchaban por sustituir importaciones y abastecer el limitado mercado interno. En los últimos cincuenta años la economía dominicana dejó de ser una economía exportadora de productos primarios para convertirse en una economía muy diversificada, en la que ya ningún producto es tan dominante como lo fue el azúcar. En 1961 de este producto dependía el 60 por ciento de los ingresos en divisas del país. Hoy el azúcar representa apenas el seis por ciento del valor de las exportaciones nacionales. Las cifras de crecimiento de la economía nacional son tan altas que aun deflactándolas muestran un agigantamiento de la base productiva nacional que nadie podía imaginar cuarenta años atrás. Por ejemplo, en 1960 el producto interno bruto real del país era de apenas 790 millones de dólares. Hoy, en el año 2013, es superior a los 48,000 millones de dólares, sesenta veces mayor que a la muerte de Trujillo. Otros países del mundo también han crecido significativamente en el curso de los últimos cincuenta años, pero el crecimiento dominicano ha sido uno de los más altos de América Latina durante varias décadas. Gracias a ello la República Dominicana, que en 1950 tenía el producto por habitante más bajo del continente, subió en el año

2005 por encima de otros nueve países (Jamaica, Ecuador, Paraguay, El Salvador, Bolivia, Cuba, Honduras, Nicaragua y Haití). Entre los muchos indicadores que se pueden utilizar para mostrar ese crecimiento mencionemos solamente el presupuesto nacional, que en 1961 fue de 184.7 millones de pesos, equivalentes a 184 millones de dólares, en tanto que el presupuesto nacional del año 2013 es sesenta y cinco veces mayor: 516,000 millones de pesos, equivalentes a más de 12,000 millones de dólares. Si al final de la Era de Trujillo el Estado dominicano gastaba 61 dólares al año por cada ciudadano, hoy gasta 1,200 dólares, esto es, 20 veces más. El crecimiento económico dominicano del último medio siglo también puede apreciarse en los indicadores de producción de ciertos renglones industriales y agrícolas, como el cemento, la cerveza, el ron, los cigarros y cigarrillos, los aceites comestibles, el jabón, el chocolate, el café, la sal, el arroz, los plátanos, los bananos, los frijoles y las raíces comestibles, entre muchos otros. En algunos casos la producción se ha multiplicado muchas veces, como ha ocurrido con el arroz que, luego de la llamada revolución verde, experimentó un salto de más de diez veces, gracias a la apertura de nuevas tierras irrigadas por nuevos canales de riego, a la introducción de nuevas variedades y semillas, y a mejores métodos de control de plagas y manejo de postcosecha. La producción de cerveza, otro producto indicativo, se ha multiplicado cuarenta y cinco veces; la de cemento, más de cien veces; la de aceites comestibles, setenta veces; la de ron, más de doce veces; la de carne de pollo, de casi nada a más de 7.5 millones de quintales anuales, y casi lo mismo puede decirse de la mayoría de los productos de consumo masivo. El crecimiento económico ha sido motorizado por la aplicación de políticas destinadas a desarrollar la infraestructura productiva del país. Entre 1966 y 1978, por ejemplo, el Estado dominicano hizo mucho énfasis en un programa de austeridad fiscal y manejo ortodoxo de la política monetaria, que le permitió realizar ahorros para desarrollar numerosas obras públicas destinadas a estimular la producción. El Estado fomentó la industrialización de sustitución de importaciones, construyó presas, numerosos acueductos rurales y canales de riego. Abrió cientos de nuevos caminos vecinales para facilitar la salida de productos agropecuarios. Construyó carreteras, aeropuertos, edificios públicos, calles y bulevares en las principales ciudades del país. Protegió la inversión extranjera en el sector minero y el turismo. Acentuó los programas de reforma agraria y colonización de nuevas tierras que fueron incorporadas a la producción. Promovió, asimismo, la apertura de zonas francas para la exportación. Y estimuló la emigración de dominicanos hacia el extranjero para quitarle presión demográfica a los recursos económicos. Los gobiernos que administraron el Estado entre 1978 y 1986 trataron de corregir las distorsiones más visibles del crecimiento económico desigual que generaban algunas de esas políticas. Para aumentar el empleo incorporaron decenas de miles de personas a la nómina pública. Esto trajo como consecuencia una visible expansión del

Edificio Administrativo UASD Ricardo Briones 2012

Árbol en la PUCMM, Santiago Apeco Sin fecha

Saliendo de la escuela Jesús Rodríguez 2012

El estudiante Miguel Cruz 2013

Jóvenes pintores Ricardo Briones 2014

Graduación PUCMM, Santiago Ricardo Briones 2009

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Compañía Nacional de Danza Contemporánea Pine Box Visual Studio 2013 PÁGINA 47

Bailarinas Apeco Sin fecha PÁGINA 47

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gasto corriente que estimuló el consumo y generó un proceso de inflación, pues el gobierno tuvo que hacer frente a sus necesidades de numerario mediante la impresión de papel moneda sin respaldo. El aumento de la circulación monetaria contribuyó a expandir la demanda agregada, pero como la base productiva era insuficiente para hacer frente a esas nuevas necesidades, crecieron las importaciones y, en consecuencia, se agravó el déficit en la balanza de pagos que, a su vez, generó devaluación. Esta situación, unida a un creciente déficit del sector público debido a las enormes pérdidas en que incurrían las empresas estatales heredadas de Trujillo, acentuó una crisis fiscal y obligó al gobierno a recurrir al endeudamiento externo. Para 1982 la economía dominicana había entrado en una dinámica de crisis muy similar a la que experimentaban entonces varios países latinoamericanos. Las empresas públicas estaban al borde de la quiebra a pesar de los enormes subsidios que recibían del gobierno. La industria era insuficiente para abastecer al país y, por ello, había que importar grandes cantidades de alimentos y manufacturas. El déficit de la balanza de pagos afectaba las reservas en divisas del país. La inflación afectaba a los sectores más pobres. El sistema eléctrico era insuficiente para satisfacer la demanda nacional e incurría en grandes déficits que debía cubrir el Estado. Los ingresos fiscales también eran insuficientes y el déficit público se mantenía en una espiral ascendente. Un estricto programa de estabilización económica con el Fondo Monetario Internacional, entre 1985 y 1986, ayudó al país a salir de la crisis y la economía volvió a crecer, aunque más lentamente. El gobierno mantuvo los estímulos y protección al sector agropecuario, continuó también con el apoyo al desarrollo de nuevas zonas francas, acentuó el proceso de reforma agraria y distribución de tierras, siguió protegiendo las industrias de sustitución de importaciones, aprobó nuevas inversiones en la banca, y dio continuidad a la política de puertas abiertas a la emigración hacia los Estados Unidos. Pero, entre 1986 y 1996, los nuevos gobernantes volvieron a recurrir al endeudamiento interno y a la emisión monetaria sin respaldo para financiar obras de infraestructura y estimular la economía. La moneda entró nuevamente en un acelerado proceso de devaluación. La situación social se agravó notablemente por las políticas de congelación de salarios que produjeron numerosas protestas populares. Entre 1989 y 1991 la escasez de productos alimenticios se tornó crítica y la fuga de capitales empezó a afectar la economía. Empeoró entonces la situación de la emergente clase media y de los pobres, y se acentuó la emigración al extranjero. Mientras en 1984 el número de indigentes ascendía a un millón de dominicanos, en 1989 esta cifra se había duplicado hasta sobrepasar los dos millones. En aquel año el 57 por ciento de los dominicanos vivía por debajo del nivel de pobreza. El país pasó entonces por una profunda crisis económica y moral, mucho mayor que la experimentada durante la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado. Fue una crisis corta, de dos años, pero durante aquellos meses el país padeció de una falta crónica de gasolina, de harina, de leche, de azúcar y de comestibles básicos. El

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desencanto y la frustración se apoderaron de los espíritus y el pueblo dominicano vivió largos meses de angustia ante un futuro incierto que contrastaba mucho con las dos décadas anteriores de crecimiento sostenido. Atraídos entonces por una tasa de cambio muy favorable a la inversión extranjera y por varios años de tasas de interés negativas en Europa y España, llegaron nuevas inversiones hoteleras que dinamizaron el sector turístico, que estaba ampliamente protegido por leyes de incentivos y una benigna mirada fiscal. El gobierno intentó mantener el proteccionismo industrial, pero el sector importador, que había adquirido ya una gran importancia debido a la dependencia del país de las importaciones, empezó a presionar por la liberalización de la economía. Lo mismo hicieron las agencias de cooperación internacional. El gobierno se vio obligado entonces a negociar un cambio de política económica. Entre 1991 y 1996 el país entró de nuevo en una dinámica de crecimiento gracias a la ejecución de una profunda reforma económica orientada a liberalizar la economía eliminando trabas burocráticas, fiscales y monetarias. Se dejó flotar la moneda libremente para que la tasa de cambio reflejara los movimientos del mercado, se suspendió la emisión de dinero inorgánico para detener la devaluación y la inflación, se institucionalizaron los procedimientos aduaneros, incluyendo el pago de esos impuestos, se eliminaron impuestos onerosos que afectaban las operaciones cambiarias, se renegoció la deuda externa, se ejecutó una reforma tributaria para favorecer el aumento de los recursos fiscales al tiempo que se eliminaban las exenciones de impuestos, en fin, todo un conjunto de reformas fueron pactadas por los principales sectores del país y por ello, en cuestión de dos años, la economía nacional se puso en marcha ascendente nuevamente. Así, con excepción de la caída del producto en el año 2004, debido a una seria crisis financiera producida por la quiebra de importantes bancos, la economía dominicana ha continuado creciendo sostenidamente. La apertura de la economía y el desmantelamiento de ciertos esquemas de protección industrial han favorecido la competencia empresarial y han permitido la instalación de miles de nuevos negocios que antes tenían restricciones para entrar al mercado. Las reformas fiscales han aumentado los ingresos públicos y los gobiernos, todos, han tenido amplios excedentes de recursos para invertir en obras públicas de infraestructura, y también para incrementar desmesuradamente la burocracia estatal, con lo cual han creado una masa de consumidores subsidiada por el Estado que contribuye a mantener la demanda agregada. Producto de las reformas económicas y de la apertura de la economía, reforzadas por la firma de varios tratados de libre comercio, los industriales han estado reconvirtiendo sus negocios y volviendo a ser importadores no solo de bienes intermedios, sino también de bienes finales. Por su parte, los gobiernos han utilizado sus ingresos para realizar las grandes obras que demandaba el país debido al crecimiento urbano y a la aparición de nuevos centros poblados. Las más visibles de esas obras: presas, autopistas, acueductos, canales de riego, elevados y túneles, ferrocarril urbano y aeropuertos. Una reforma legal que obliga al Estado a otorgar el 10 por ciento del presupuesto nacional a los ayuntamientos

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ha estimulado a las municipalidades a competir entre ellas en la construcción de obras de ornato, sanidad y mejoramiento ambiental, trayendo como consecuencia una visible renovación física de los pueblos y ciudades. La construcción municipal de parques, aceras, alcantarillas, jardines, acueductos, mataderos, sistemas de iluminación y asfaltado de calles están transformando la fisonomía de los centros poblados en todo el territorio nacional. Las inversiones del Estado en obras públicas, así como las del sector privado en los ámbitos de la construcción, las comunicaciones, la minería, el comercio y el turismo han sido las fuerzas motrices del crecimiento económico dominicano durante los últimos cincuenta años. Ahora bien, según ha pasado el tiempo, el Estado ha ido perdiendo participación porcentual en el monto total de las inversiones que se realizan en el país, lo cual apunta a un acelerado crecimiento del sector privado como agente de expansión de la economía. Para darse cuenta de ello solamente hay que echar una mirada a la enorme multiplicación de empresas que ha tenido lugar durante los últimos veinte años. El país cuenta hoy con más de 58,000 empresas registradas formalmente que, en conjunto, emplean casi un millón y medio de personas. Esas empresas varían desde las muy pequeñas en las que el dueño es el único trabajador hasta las más grandes de más de diez mil empleados.

Orquesta Sinfónica Nacional, Concierto Altagraciano Gustavo Adolfo Arbona 2013

Exposición en Parque Independencia Ricardo Briones 2005

Exposición y recital Escuela Argentina Milvio Pérez 1965

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Pintando murales, Tenares Félix Sepúlveda 2011

Obelisco Macho Jesús Rodríguez 2012

Arroceros Ricardo Briones 2011

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En adición a esas, existe un gran universo de microempresas, en el cual más de la mitad son unidades informales. Una encuesta realizada en 1992 registró 330,000 microempresas en el país. Otra localizó 690,000 en 2009. Hoy, en 2013, una nueva encuesta realizada con la misma metodología que las anteriores encontró que el número ha aumentado a casi un millón de estos negocios que dan empleo a por lo menos 1.5 millones de personas. Esas unidades representan hoy más del 90 por ciento de todos los negocios existentes en el país. Las grandes empresas, por su parte, han continuado creciendo hasta alcanzar dimensiones impensables hace cuarenta años. Hoy hay empresas comerciales, como el Grupo Ramos, S.A., que tiene casi 10,000 empleados, o como el Central Romana con más de 8,000, el Banco Popular y el Centro Cuesta Nacional cada uno con más de 6,000, y la Tabacalera de García con más de 5,000. Estos son los mayores empleadores individuales privados del país que dan trabajo, cada uno, a más de cinco mil personas, pero existe un grupo mucho más numeroso de 147 empresas cuyo monto de empleados varía entre mil y cinco mil, más otro conjunto de 211 empresas con una nómina comprendida entre quinientos uno y mil. El tamaño de esas compañías contrasta mucho con el que tenían las empresas dominicanas hace medio siglo. En 1963, por ejemplo, el promedio de empleos en las empresas industriales era de 49 personas. Las mayores eran entonces los ingenios azucareros, de los cuales había cinco que tenían más de seis mil empleados, la mayoría de los cuales eran braceros cortadores de caña contratados estacionalmente.

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El Estado dominicano es el otro gran empleador. Hay departamentos, como el Ministerio de Educación, que con más de 117,000 puestos de trabajo exhiben una burocracia enorme. El Ministerio de Salud Pública tiene más de 61,000; Agricultura, más de 8,000; Obras Públicas y la Procuraduría General de la República más de 6,000; el Instituto Nacional de Aguas Potables, la Dirección General de Aduanas y el Instituto de Recursos Hidráulicos más de 5,000 cada uno. El crecimiento económico se expresa en todos los indicadores. Todo ha crecido en el país: creció la población y, por ende, el número de viviendas. Crecieron los centros urbanos y, en consecuencia, las demandas de servicios públicos. Esas demandas han sido atendidas desigualmente y ello ha llevado a la existencia de grandes desequilibrios entre las zonas urbanas y las rurales, así como entre regiones, pueblos y ciudades. Ha crecido también la producción agropecuaria e industrial, de la misma manera que se han multiplicado las empresas de servicios en todos los órdenes. Ha aumentado la burocracia estatal, el empleo privado, la matrícula escolar y universitaria, los flujos turísticos, el parque de transporte, el número de hoteles y habitaciones, el número de camas hospitalarias, el número de profesionales graduados en universidades nacionales y extranjeras. Todo ha crecido. Mucho del crecimiento económico dominicano ha sido financiado con endeudamiento externo e interno. El

Nivelando para sembrar arroz, Bonao Juan De los Santos 2012 PÁGINA 62

Vagones ingenio Porvenir Ricardo Briones 1991

Fresas de Constanza Domingo Batista 2011

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Cosechando café en la Lomota Domingo Batista 1990 PÁGINA 64

dictador Trujillo dejó el país con apenas catorce millones de dólares de deuda externa. Hoy, concluyendo el año 2013, la deuda externa total del gobierno central sobrepasa los 20,000 millones de dólares, en tanto que la interna supera los 7,000 millones de dólares. El crecimiento también ha tenido entre sus costos la inflación y la devaluación, y hoy la mayoría de los bienes y servicios que compra la población dominicana cuestan entre cien y quinientas veces más que en 1963. La moneda también ha perdido valor en proporciones similares. El país exhibe en la actualidad una densa y moderna infraestructura vial; un parque vehicular que sobrepasa los dos millones de automotores; una planta hotelera que le permite acoger más de cuatro millones de turistas al año; un sistema de aeropuertos internacionales que recibe, en conjunto más de cuatro millones de visitantes anualmente; y un extendido sistema de acueductos urbanos y rurales que sirve agua potable a la mayoría de la población. El país tiene, además, un sector comercial muy competitivo y confiado en la continuación del crecimiento económico, que expresa esa confianza en la construcción de grandes centros comerciales como no los hay en ninguna otra ciudad del Caribe. Otros sectores muy dinámicos están representados por 379 emisoras de radio y 46 de televisión, la mayoría de las cuales entretienen e informan a la población veinticuatro horas al día; y por un millón de microempresas que dan empleo a millón y medio de personas; miles de talleres de metalmecánica distribuidos en todas las ciudades del país; grandes compañías mineras; y modernas empresas de generación eléctrica que, aunque han aumentado su producción de energía, no dan abasto para satisfacer la demanda del país.

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El gran cambio que ha experimentado la economía dominicana puede resumirse en el extraordinario crecimiento del sector financiero cuyos índices son el mejor reflejo de la marcha de los sectores productivos del país. En 1962 había apenas cinco bancos comerciales, cuatro de los cuales eran extranjeros (Royal, First National City, Chase y Scotia). Los dos dominicanos eran el Banco de Reservas, estatal, además de una pequeña entidad familiar, el Banco de Crédito y Ahorro. Había, además, un Banco Agrícola e Industrial que se dedicaba primordialmente a la pignoración de la cosecha arrocera del país, aunque en ocasiones otorgaba préstamos a la industria azucarera y a algunas empresas que necesitaban financiar la compra de equipos y maquinarias. Aun cuando el país transitaba por una transformación capitalista, el tamaño de la economía entonces era muy pequeño a juzgar por los indicadores bancarios más importantes. En 1963, por ejemplo, los activos totales de la banca comercial, tanto privada como estatal, apenas ascendían a 114 millones de pesos, equivalentes a un monto aproximado de dólares. Cincuenta años más tarde, a mediados de 2013, los activos bancarios totales sobrepasan 22,000 millones de dólares. Lo mismo puede decirse de los préstamos vigentes de la banca comercial medio siglo atrás. En 1963 estos apenas llegaban a 85 millones de dólares. Hoy ascienden a más de 12,000 millones. Concomitantemente, los depósitos a la vista se multiplicaron casi cien veces, creciendo de apenas 157 millones de dólares en 1963 a 15,000 millones a mediados de 2013. Otro indicador de desarrollo del sector financiero lo es el número de personas que poseen una o más tarjetas de crédito expedidas por los bancos. Al comenzar el año 2014 hay en la República Dominicana 2.5 millones de tarjetahabientes que representan más de un tercio de la población adulta del país. En adición a los factores mencionados, el crecimiento económico dominicano ha sido también impulsado por la construcción de las llamadas zonas francas industriales y por el desarrollo de un dinámico sector turístico. Las zonas francas fueron durante casi dos décadas el principal motor en la creación de empleos productivos. Inexistentes antes de la creación del primer parque de este tipo en La Romana, en 1969, las zonas francas proliferaron rápidamente favorecidas por los incentivos fiscales otorgados por el Estado y por una amplísima oferta de mano de obra que les permitía pagar salarios más bajos que en otras partes del mundo. En consecuencia, el número de parques industriales creció de seis en 1985 a quince en 1989, en tanto que la masa de obreros y empleados se multiplicó considerablemente hasta llegar a más de 100,000 en ese último año. Durante los años 90 del siglo pasado las industrias de zonas francas continuaron aumentando hasta contarse 469 empresas instaladas en 1995, las cuales daban empleo a más de 160,000 trabajadores. Hoy, en agosto de 2013, las zonas francas constituyen la principal fuente de empleo del país, pues generan casi 200,000 puestos de trabajo en 538 empresas establecidas en 53 parques industriales diseminados por todo el país. Solamente el sector turístico puede exhibir una dinámica similar de creación de empleos, con la singularidad de que también se ha convertido en el principal generador de divisas y en uno de los más poderosos factores de cambios que ha tenido el país en toda su historia.

Labrador de arroz Apeco Sin fecha PÁGINA 64

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Cebollero de Ocoa Rafael Sánchez Cernuda 2012

Atardecer en Invernadero Rossland, Rancho Arriba Luis Nova 2014

Plantación de ajíes, Invernadero Rossland Luis Nova 2014

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Hasta la promulgación de la ley de incentivo turístico, en 1971, República Dominicana atraía visitantes de manera pasiva y las instalaciones hoteleras eran pocas. La mayoría de los visitantes extranjeros eran estadounidenses que venían al país por cortos períodos, mezclando el descanso con los negocios. La ciudad de Santo Domingo tenía solamente tres hoteles modernos, los demás eran posadas y modestos hoteles que daban servicio a la población nacional. Una ley de incentivo a las inversiones turísticas y una agresiva política de inversiones públicas en infraestructura, así como el otorgamiento de créditos subsidiados, estimularon las inversiones hoteleras en los años siguientes. En consecuencia, el turismo despegó rápidamente en los polos de La Romana y Puerto Plata, extendiéndose luego a la zona de Punta Cana y Bávaro, en la región oriental. Concomitantemente se desarrollaron los centros de Portillo y Las Terrenas, y Juan Dolio y Guayacanes, cerca del más antiguo centro turístico de Boca Chica. El salto cuantitativo de los indicadores del turismo en los últimos cincuenta años ha sido sencillamente espectacular. En 1963, por ejemplo, visitaron el país casi 44,000 turistas. En 1971, año en que fue promulgada la ley de incentivo a este sector, fueron registrados 137,000 turistas. Hoy sobrepasan los cuatro millones. La construcción de modernos aeropuertos internacionales en Punta Cana, Puerto Plata, La Romana, Punta Caucedo e Higüero, así como grandes complejos hoteleros en las zonas antes mencionadas, permite hoy a la República Dominicana recibir cuatro millones de turistas anualmente. Otros aeropuertos internacionales, construidos para estimular el desarrollo de nuevos polos turísticos en Barahona y El Catey, todavía no captan un flujo importante de viajeros, pero son infraestructuras diseñadas con el propósito de fomentar el turismo en el país, al igual que los aeródromos internos de Constanza, Arroyo Barril, Cueva de las Maravillas y Montecristi. El país pasó de 3,500 habitaciones hoteleras en 1977 a 7,000 en 1985. Cinco años más tarde, en 1990, el número se había más que duplicado nuevamente hasta alcanzar 18,478. Para el año 2002, las habitaciones hoteleras sumaban más de 56,000 en todo el país. Hoy, a mediados de 2013, las habitaciones suman más de 66,000. Lo mismo puede decirse el empleo creado en las zonas turísticas que supera hoy los 140,000 empleos directos. Regiones que treinta años atrás eran zonas casi deshabitadas se han convertido en centros habitacionales rodeados de emergentes ciudades de servicios, como es el caso de Bávaro-Punta Cana, en la costa oriental del país; Juan Dolio-Guayacanes, en la costa sur; Puerto Plata-Sosúa-Cabarete, en la costa norte; y Portillo-Las Terrenas, en la península de Samaná. El impacto que el turismo está ejerciendo en la sociedad dominicana apenas está comenzando a ser estudiado, pero no hay dudas de que ha sido un importante factor de movilidad horizontal al estimular intensos flujos migratorios dentro del país. Es también un factor de movilidad social vertical pues ha animado a miles de jóvenes de ambos sexos a capacitarse para incorporarse al mercado laboral en un sector que ofrece salarios relativamente más altos que otras actividades y abre horizontes culturales más amplios que las actividades tradicionales. Como se ve, el turismo, las zonas francas, las remesas familiares procedentes de la diáspora dominicana, la

Trabajadoras del guineo Octavio Madera 2000

Plantación de tabaco Félix Sepúlveda 2010

Paisaje cultivado de Constanza Domingo Batista 2011

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Caña, Central Romana, La Altagracia Ricardo Briones 2011 PÁGINA 76

Mojando cultivos en Tireo Domingo Batista 2011 PÁGINA 78

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Central Eléctrica Presa de Taveras, Jánico Quisqueya I José Ramón Andújar Francisco Manosalvas 1972 2013 PÁGINA 81 PÁGINA 81

Paneles solares Héctor Placeres 2013

Presa de Pinalito y Embalse Ricardo Briones 2009

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Parque Eólico Los Cocos Jochy Fersobe 2014 PÁGINA 84

inversión extranjera en minería y comunicaciones, las inversiones del sector privado, la industrialización, el auge del sector financiero y bancario, la multiplicación de las micro y pequeñas empresas, y, en general, el desarrollo de una economía de servicios, han terminado reemplazando las antiguas plantaciones como principal fuente de empleo y de crecimiento económico. La economía dominicana es muy diferente hoy, en todos los sentidos, de lo que era hace cincuenta años. Es una economía capitalista muy dinámica que crece sostenidamente cada año con un sector moderno (industrial, comercial, minero y de comunicaciones) y con sectores más tradicionales o en vías de transición (talleres, artesanías y transporte). Como ocurre con otras economías, la dominicana se ha desarrollado de manera desigual y ello ha dado lugar, entre otras cosas, a un evidente crecimiento desequilibrado que se presenta, a ojos de ciertos especialistas, como una forma de “dualismo estructural”. Producto del desigual proceso de crecimiento económico y de la desigual distribución del ingreso, la modernización no ha alcanzado a todos por igual y hoy la sociedad dominicana presenta numerosas dualidades y exhibe fuertes contrastes internos que sorprenden al observador, pues junto a los rasgos culturales más modernos existen modos de vida muy atrasados.

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LA REVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA

Una de las transformaciones más profundas experimentadas por la sociedad dominicana en el curso de los últimos cincuenta años ha sido el cambio demográfico. Las raíces de esta transformación vienen de lejos. Se remontan a la recuperación poblacional que comenzó durante la primera mitad del siglo XIX. Al igual que ocurrió en otros territorios americanos, la población nacional alcanzó un favorable equilibrio hombre-tierra que le permitió disponer de excedentes alimentarios para asegurar un continuo crecimiento vegetativo. Una rápida ojeada a ese proceso permite observar que la población dominicana comenzó a crecer aceleradamente desde antes de la independencia nacional en 1844. Un informe del cónsul británico en la isla enviado a su gobierno en 1828 dice que, en una visita a las oficinas del registro civil en la ciudad de Santiago, él comparó cifras de nacimientos y fallecimientos y pudo calcular que allí la población crecía a una tasa que oscilaba alrededor del 3.6 por ciento, mientras que en otros sitios del país era todavía mayor, un 3.8 por ciento anual. Esto significa que la población podía duplicarse cada veinte años aproximadamente.

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Nave Bocel, Santiago Ricardo Briones 2008

Cementera de Gautier Ricardo Briones 2013

Torre Popular Ricardo Briones 2014

Zona Franca Santiago Foto Estudio A 1977

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En otros lugares el crecimiento poblacional no era tan rápido debido a las condiciones materiales y de salud de los habitantes. Sin embargo, durante todo el siglo XIX y hasta 1920 el pueblo dominicano creció a una tasa global promedio de 2.6 por ciento anual, lo cual le permitió pasar de 126,000 habitantes en 1844 a 894,665 en 1920. Sorprende a muchas personas que en los últimos noventa años la población se haya multiplicado más de diez veces y que hoy, en el año 2013, sea mayor de 10 millones de habitantes sin contar el más de millón y medio de personas que han emigrado fuera del país. Hubo una época en que ese crecimiento era considerado necesario y beneficioso. Muchos razonaban que al contar con una población más grande la economía podría disponer de un mayor número de brazos para sostener su crecimiento y, por otro lado, el país tendría mayores probabilidades de hacer frente a la penetración de inmigrantes haitianos ilegales que ocupaban gradualmente tierras baldías en el oeste de la República. Durante más de cincuenta años, entre 1875 y 1930, muchas personas estuvieron promoviendo la idea de importar no sólo braceros caribeños o haitianos para trabajar en los campos de caña, sino también inmigrantes blancos procedentes de Europa para crear con ellos colonias agrícolas que ayudaran a desarrollar el campo dominicano. Una política de puertas abiertas a la inmigración blanca permitió la llegada sin restricciones de grupos procedentes de Siria, Líbano y Palestina, China, Puerto Rico y España, en particular de Cataluña y de las Islas Canarias, y hasta de Finlandia. Estos inmigrantes se establecieron permanentemente y formaron familias que con su descendencia contribuyeron al crecimiento demográfico del país en la primera mitad del siglo XX. En años posteriores nuevos grupos de inmigrantes se incorporaron a la sociedad dominicana, expulsados por la guerra civil en España o por la persecución de los judíos en Europa. A estos grupos se les sumaron, en la década de los años 50, nuevos inmigrantes españoles, japoneses y húngaros importados por el gobierno para estimular el desarrollo agrícola. Así, la combinación de políticas pronatalistas y proinmigración con una creciente producción de alimentos y una mejoría en las condiciones de salud, ayudó a acelerar el crecimiento de la población dominicana. En consecuencia, la masa de habitantes volvió a duplicarse en los veinticinco años transcurridos entre 1935 y 1960. Por ello, cuando Trujillo fue ajusticiado en 1961 la población total superaba los tres millones de personas. Hasta entonces, los controles policiales y sanitarios de la dictadura mantenían a las empobrecidas masas rurales adscritas a la tierra en sus campos. Por ejemplo, poca gente sabe que en 1953 el gobierno emitió un decreto prohibiendo a los campesinos mudarse a las ciudades sin el permiso de los gobernadores provinciales, los síndicos municipales, o los comandantes del ejército y la policía nacional. Esos controles desparecieron con la caída de la dictadura y a partir de entonces se produjo una masiva migración de campesinos a las ciudades, en particular, a la capital de la República que desde hacía años venía recibiendo grandes contingentes de migrantes desde el interior del país.

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La presión de estos migrantes sobre los servicios urbanos de agua, vivienda, salud, educación, transporte, electricidad y empleo, así como la exhibición de alarmantes niveles de pobreza en los nuevos barrios marginados y en las zonas rurales, motivaron la creación, en 1966 y 1968, de la Asociación Pro-Bienestar de la Familia y el Consejo Nacional de Población y Familia, ambos financiados por agencias internacionales. Los programas de planificación familiar y control de la natalidad, promovidos y ejecutados por estas instituciones, fueron decisivos en la estabilización del crecimiento demográfico. En el curso de los años esos programas impactaron realmente las tasas de fecundidad y la población dominicana empezó a crecer más lentamente. Por ejemplo, en 1966 las mujeres dominicanas podían esperar tener unos siete hijos en el curso de su vida fértil. Hoy, en el año 2013, la cantidad esperada de hijos por mujer apenas llega a dos. Este fenómeno, sumado a la emigración hacia el extranjero, ha contribuido a ralentizar el crecimiento demográfico y se espera que a medida que pase el tiempo éste se haga aún más lento, pues hoy cerca del 75 por ciento de las mujeres casadas o unidas maritalmente utilizan corrientemente algún tipo de anticonceptivo. Esto contrasta notablemente con la antigua costumbre de tener tantos niños como la naturaleza les permitiese. Otro cambio demográfico de gran importancia ha sido la reducción de las tasas de mortalidad infantil, ya que hace apenas treinta años la República Dominicana estaba entre los países que exhibían los porcentajes más altos en este sentido. Gracias al mejoramiento general de las condiciones sanitarias, hospitalarias y ambientales, la mortalidad infantil se ha reducido a treinta y dos infantes muertos por cada mil nacidos. La proporción era tres veces más alta en 1975 cuando morían cien niños por cada mil nacimientos. Concomitantemente con estos avances, en el pasado medio siglo la República Dominicana también ha logrado aumentar grandemente las expectativas de vida de su población, lo cual puede constatarse observando que en 1955 esa expectativa era de apenas 46 años. Para un niño que nace hoy la esperanza de vida ha subido a 72 años. Las causas de esta mejoría son múltiples. Por un lado, el mejoramiento de las condiciones sanitarias en el país y la ejecución de programas de salud pública tendientes a eliminar ciertas enfermedades que, sumadas, afectaban la dinámica demográfica. Mencionemos entre ellas el paludismo, la tuberculosis, la sífilis, el sarampión, la tosferina, la poliomielitis, el tétanos, la difteria y las dolencias gastrointestinales. Por otro lado, vale mencionar como factores que han contribuido a disminuir la mortalidad el mejoramiento relativo de ciertos servicios hospitalarios, el amplio uso de antibióticos, la construcción de acueductos rurales y urbanos, la construcción de clínicas rurales y centros de asistencia primaria, las campañas nacionales masivas de vacunación contra las más letales de esas enfermedades entre los niños. Aunque hoy la población crece más lentamente, no obstante ha continuado creciendo y ya sobrepasa diez millones de dominicanos. Esa cantidad sería superior si el país no hubiese exportado, como lo ha hecho, más de millón y medio de emigrantes al extranjero, de los cuales 1.4 millones se han trasladado a vivir permanentemente a los Estados Unidos. El resto lo ha hecho a otros países, España entre ellos.

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En los comienzos de la gran oleada migratoria, a principios de los años 60, los hombres eran mayoría. Luego, en los 70 y 80, las mujeres sobrepasaron a los hombres. Con el tiempo esas proporciones se han equilibrado, aunque hoy se observa una ligera mayoría de mujeres que de hombres en el flujo migratorio al exterior. La emigración al extranjero contribuyó parcialmente a disminuir el ritmo de crecimiento poblacional en el país, pero más decisivo aún fue la disminución en las tasas de fecundidad. Ambas, la emigración y la caída de la fecundidad, han sido compensadas por el crecimiento vegetativo, debido a la caída de la mortalidad y por la inmigración de haitianos que en los últimos años han estado llegando masivamente al país. Según el censo nacional de población de 2010, había entonces unos 312,000 haitianos residiendo en el país. Una encuesta reciente publicada en 2013 registró 668,000 haitianos de nacimiento u origen residentes. De ellos, unos 458,000 son nacidos en el vecino país, y de estos 317,000 han llegado en los últimos nueve años, dos tercios de los cuales lo han hecho hace menos de cuatro años. Esto refleja, entre otras cosas, la masiva inmigración que ha tenido lugar después del terremoto de Haití. Al margen de esas cifras, la opinión generalizada entre los dominicanos es que estos migrantes superaban el millón de personas en los momentos en que se realizó la encuesta. De ser correcta esa apreciación, entonces es de esperar que la inmigración haitiana, compuesta por hombres y mujeres en edad reproductiva, no solo compense la emigración dominicana al extranjero, sino que impacte las tasas de fecundidad y revierta la disminución del crecimiento poblacional. Cuál será el impacto de la inmigración haitiana en la dinámica demográfica nacional, solo el tiempo dirá. Téngase en cuenta que después de pasar por un largo período en que la población dominicana creció alrededor o por encima del 3.0 por ciento anual (1920-1981), duplicándose cada veinte años aproximadamente, esa tendencia empezó a hacerse más lenta por los factores mencionados anteriormente. Por ello se observa que entre los censos de 1993 y 2002 la tasa de crecimiento fue de apenas 1.8 por ciento, mientras en esta última década (2002-2013) la población ha crecido apenas en 1.2 por ciento anual. De no educarse a los inmigrantes haitianos de la misma manera en que fueron educados los dominicanos en cuanto a métodos de planificación familiar, es muy posible que la República Dominicana experimente un nuevo aumento en las tasas de fecundidad. Mientras tanto, la pirámide demográfica ha seguido perdiendo base debido a la ocurrencia de cada vez menos nacimientos. Esto quiere decir que la población dominicana, en conjunto, es cada vez menos joven y sugiere que, en este respecto, el país sigue el camino emprendido hace muchos años por las naciones industrializadas. Sin embargo, la República Dominicana está todavía lejos de experimentar tasas negativas de crecimiento como ocurre en varios países de Europa. El paulatino “envejecimiento” se nota en la edad mediana que divide la población en dos partes iguales. En 1963, esa edad era 17 años. Hoy, a mediados de 2014, es 24 años.

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4

LA URBANIZACIÓN

el desmantelamiento del antiguo sistema de terrenos comuneros. En el proceso, cientos de familias campesinas fueron expulsadas de sus predios y tuvieron que emigrar hacia los pueblos de La Romana, El Seibo, Higüey, San Pedro de Macorís y Santo Domingo. Esta primera oleada de migración rural-urbana fue reforzada por otra casi simultánea que se inició luego de la apertura de las primeras carreteras troncales construidas por el gobierno militar de los Estados Unidos entre 1917 y 1922 para conectar la capital de la República con el interior del país. Al abrirse esas carreteras, muchos pobladores del interior empezaron a movilizarse hacia ellas desde el interior de los campos, y desde allí a los pueblos cercanos y, eventualmente, a la ciudad de Santo Domingo. Durante los cuarenta años siguientes los gobiernos construyeron nuevos ramales para enlazar las carreteras principales con los pueblos. La introducción de automóviles y camiones hizo obsoletos en poco tiempo las tradicionales recuas y los mismos ferrocarriles, cuya lentitud y poca flexibilidad no les permitían competir con estos vehículos de motor. No obstante, los trenes habían dado el primer gran impulso hacia la modernización del país entre 1887 y 1930. Las carreteras y los automotores aceleraron ese impulso y al combinarse con las nuevas industrias y los canales de riego que comenzaron a construirse a partir de 1918, impactaron positivamente en la colonización de nuevas tierras y en la producción agropecuaria.

Directamente relacionado con la revolución demográfica descrita anteriormente está el rápido proceso de urbanización de la República Dominicana. Este es un fenómeno del siglo XX, pues cuando se levantó el primer censo nacional en 1920 solamente el 16.6 por ciento de los dominicanos vivían en pueblos y ciudades, bastante pequeñas por cierto. Hoy, en el año 2013, más del 70 por ciento vive en los centros urbanos. Hace noventa años la ciudad de mayor tamaño era Santo Domingo con apenas 30,943 habitantes. Santiago solamente tenía 17,152. Los otros centros “urbanos” con una población mayor de 5,000 personas eran San Pedro de Macorís (13,802), Puerto Plata (7,707), La Vega (6,554), La Romana (6,129) y San Francisco de Macorís (5,188). Antes de 1920 no había carreteras que conectaran la capital del país con las regiones y pueblos del interior. Había sí dos ferrocarriles que comunicaban a los pueblos de Sánchez y Puerto Plata con los pueblos del valle del Cibao (La Vega, San Francisco, Salcedo, Moca y Santiago), formando un eje productivo que contribuyó a desarrollar nuevas plantaciones de cacao, café y tabaco en aquellas regiones. Los demás ferrocarriles estaban

Salón de belleza rural Mariano Hernández 1987 PÁGINA 90

Línea de producción Sociedad Industrial Dominicana Luis Nova 2009 PÁGINA 90

Puerto Multimodal Caucedo Ricardo Briones 2005

Planta carbón Itabo Ricardo Briones 2003

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ubicados en el sureste del país y eran utilizados mayormente para cargar la caña de azúcar de los ingenios azucareros. Tomaba entonces tres días viajar a caballo de Santo Domingo a Santiago y por ello muchos preferían trasladarse de sur a norte del país en goletas y bergantines que viajaban desde Santo Domingo y San Pedro de Macorís hasta Sánchez y Puerto Plata. De allí los viajeros se trasladaban en ferrocarril hacia el interior del país. Como se ve, la movilidad geográfica era bastante limitada. La mayoría de la población vivía en los campos en donde aún había tierras disponibles para producir alimentos en conucos. Las oportunidades de empleo en los pueblos eran limitadas y la emigración hacia esos centros urbanos era todavía mínima. Solamente en los ingenios azucareros se abrían plazas de trabajo, pero esas eran para cortar caña en horarios interminables y con salarios mínimos, y por ello los dominicanos las rechazaban. Había, por lo tanto, que importar braceros de las Antillas británicas o de Haití. La mayoría de esos braceros regresaban a sus hogares al concluir la zafra azucarera, pero casi siempre quedaban algunos cuyos descendientes, andando el tiempo, contribuyeron al aumento de la población de San Pedro de Macorís, La Romana y Puerto Plata. El desarrollo de las plantaciones impulsó la transformación del sistema de tenencia de tierras, particularmente en la región oriental del país. Cientos de miles de tareas cayeron en manos de corporaciones extranjeras que las especializaron en la producción de caña y pastos. Amparados en varias piezas legislativas, aprobadas entre 1910 y 1920, los dueños de plantaciones iniciaron

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Sacos de sal marina Salinas, Baní Jesús Rodríguez 2012 PÁGINA 94

Granja de pollos, Moca Félix Sepúlveda 2010

Terminal Gas AES Francisco Manosalvas 2012

Panadera Mariano Hernández 2013

Vagones Central Romana Eladio Fernández 2011

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Esto se observa claramente en las cifras de producción entre 1936 y 1956. Renglones como el arroz, los bananos, el maní y el tabaco más que duplicaron la producción en esos veinte años. Otros rubros agrícolas, como los frijoles, el maíz, el cacao y el café también aumentaron en aquellos años. Por otra parte, en todas las variedades de ganado creció visiblemente el número de cabezas. La producción industrial también creció. El aceite de maní sustituyó gradualmente la manteca de cerdo, la producción de alcohol se quintuplicó, la de azúcar casi se duplicó, la de carne industrial se multiplicó por ocho, la cerveza por diez, los cigarrillos por siete, el chocolate por veinticuatro, la electricidad por quince, los fósforos por tres, el jabón por tres, la madera aserrada por cinco, la sal por siete, el queso por cinco, la mantequilla por tres, el ron por nueve, los sacos de sisal por tres, y los tejidos de algodón por tres veces y media. El aumento de muchos de estos rubros no solo se explica por el lado de la oferta, sino también por el de la demanda pues al crecer la población, en particular la urbana que no producía bienes agrícolas, fue apareciendo un mercado interno que estimuló la producción agropecuaria. Algunos renglones estaban dirigidos hacia la exportación como el cacao, el café, el tabaco y el azúcar, pero las informaciones disponibles indican que el consumo nacional de esos productos aumentó sustancialmente durante aquellos años. En pocas palabras, la industrialización y la colonización agropecuaria, unidas a las sustanciales inversiones en infraestructura de carreteras, represas y canales de riego, permitieron el desarrollo de nuevas zonas productivas dedicadas a alimentar la creciente población.

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Planta de Cemento Domicem, Palenque Jesús Rodríguez 2006

Almacén de madera, Santiago Félix Sepúlveda 2007

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Taller de litografía de la Cía. Anónima Tabacalera Apeco 1990 PÁGINA 100

Pasteurizadora Rica Luis Nova 2014 PÁGINA 102

Línea 8 planta Cervecería Nacional Dominicana Agustín Fernández 2014 PÁGINA 104

Antes de la Gran Depresión de los años 30 la industria azucarera había impulsado el desarrollo de varias ciudades como San Pedro de Macorís, Santo Domingo, La Romana y Puerto Plata, y estimuló también la instalación de pequeñas fábricas y talleres en esos centros urbanos. La mayoría de esos negocios colapsó durante las décadas de los 30 y 40 a consecuencia de las políticas gubernamentales orientadas a privilegiar las industrias instaladas en Santo Domingo, bajo protección estatal a partir de la Segunda Guerra Mundial. San Pedro de Macorís y Puerto Plata nunca se recuperaron del impacto negativo de esas políticas, y sus industrias quedaron obsoletas y perdieron competitividad. Las pocas empresas industriales de Santiago de los Caballeros que sobrevivieron lo hicieron gracias a que esta ciudad funcionaba como centro administrativo y logístico de la muy densamente poblada región del Cibao, cuyo numeroso campesinado constituía un mercado interno regional de suficiente tamaño para garantizar el consumo de la producción local. La concentración de industrias y obras públicas en la ciudad de Santo Domingo y sus alrededores a partir de la Segunda Guerra Mundial ha sido una constante de todos los gobiernos que ha tenido la República Dominicana en los últimos setenta años. Santo Domingo (Ciudad Trujillo), con sus poblados satélites Haina, San Cristóbal, Villa Altagracia, Villa Mella y Boca Chica, fue convertida en el principal centro industrial y en el principal puerto marítimo del país. Todo ello cambió el carácter meramente administrativo de la capital dominicana en pocos años y por ello, para 1960, esta ciudad concentraba más de 75 por ciento de la actividad industrial del país, al tiempo que se convertía en el principal centro de modernización de la República. Debido a la continua llegada de migrantes de los campos y pueblos del interior, la tasa de crecimiento de la población capitaleña fue el doble de la del resto del país. Durante el período 1935-50 fue de 6.45 por ciento anual, acelerándose entre 1950-60 (7.38), para continuar creciendo a una tasa anual promedio de 6.1 por ciento entre 1960 y 1981. El significado de estos porcentajes es que la ciudad pudo duplicar su población cada diez años aproximadamente. Algo similar les ocurrió a los pueblos satélites de la capital, San Cristóbal, Haina y Villa Altagracia, en donde se establecieron industrias de sustitución de importaciones que atrajeron más brazos de los que esos establecimientos podían emplear, pero que no regresaron a sus lugares de origen. En contraste los antiguos pueblos azucareros, San Pedro de Macorís y Puerto Plata, crecieron mucho más lentamente y hubo un largo período (1936-1961) en que la población de San Pedro de Macorís estuvo prácticamente estancada. Ahora bien, la industrialización no fue el único determinante en la aceleración de la urbanización. Otros pueblos crecieron más rápidamente que el resto de los centros poblados del país entre 1936 y 1961. La causa principal detrás de ese crecimiento fue su especialización como centros productores de arroz, plátanos y raíces comestibles, frijoles, papas y vegetales, productos todos orientados hacia el mercado interno. La producción de alimentos se convirtió en la principal actividad de los pueblos del interior. Al tiempo que

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Hyundai, Magna Motors Luis Nova 2014

Interior de Ágora Mall Ricardo Briones 2012

Ocoapuca Mayra Johnson 2010

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Puesto de artesanía, Bayahíbe Anabelle Pérez 2010 PÁGINA 110

Buhonera de Bayaguana Rafael Sánchez Cernuda 2007 PÁGINA 110

exportaban hacia los centros poblados, particularmente hacia la capital, sus excedentes servían para alimentar la población local. Los pueblos arroceros, La Vega, San Francisco de Macorís, Nagua y San Juan de la Maguana, son los mejores ejemplos de ese proceso. Los gobiernos de aquellos años trabajaron para aumentar la producción agropecuaria y hacer autosuficiente el país en el consumo de alimentos. Un agresivo programa de colonización de tierras baldías que puso en producción varios millones de tareas, permitió también el asentamiento de más de 12,000 familias campesinas en localidades hasta entonces despobladas o poco habitadas. Para apoyar las nuevas colonias agrícolas, además de la tierra, los gobiernos les donaban semillas, animales de carne, leche y carga; les proveían asistencia técnica y les construían represas y canales de irrigación. Cientos de kilómetros de canales fueron construidos en aquellos años para irrigar tierras antes improductivas. Mejoraron también los servicios de salud y se les dio continuación a los programas sanitarios emprendidos durante la ocupación militar estadounidense, tanto durante como después de la dictadura trujillista. Intensas campañas de vacunación y antiparasitarias, junto con la introducción de antibióticos, contribuyeron a reducir las tasas de mortalidad de 20.3 por mil en 1950 a 6.8 por mil en 1990. En consecuencia, la expectativa de vida aumentó de 47 años en 1950 a 69 en 1990, y ha continuado subiendo desde entonces, siendo hoy de más de 72 años. Ya hemos mencionado que la tasa de crecimiento demográfico se aceleró hasta alcanzar un 3.6 por ciento anual entre 1950 y 1960, una de las más altas del mundo entonces. Sin embargo, los intelectuales y los dirigentes nacionales todavía creían que el país estaba insuficientemente poblado y promovían las familias grandes y estimulaban a las mujeres a tener muchos hijos, premiando a aquellas que tenían familias numerosas. Convencidos de que era necesario continuar el poblamiento del país los dirigentes nacionales abrieron las puertas a inmigrantes españoles y japoneses en los años 50 del siglo pasado. El gobierno asentó a estos inmigrantes en nuevas colonias agrícolas en Constanza, Jarabacoa y Dajabón, similares a las que años antes se habían establecido con refugiados judíos en Sosúa y exiliados de la guerra civil española. A partir de entonces Constanza hizo una rápida transición a pueblo productor de vegetales, atrayendo una alta inmigración de otros puntos del país y alcanzando unas de las más altas tasas de crecimiento. En 1935 Constanza era una pobrísima aldea de apenas 409 habitantes. En 1950 Constanza todavía era una pobre comunidad de 956 personas dominada por varios aserraderos. Treinta años más tarde, en 1981, su población ascendía a 15,141 personas. Hoy, en el año 2013, suman más de 40,000 individuos. Tanto Constanza, como el vecino pueblo de Jarabacoa, atrajeron inversionistas dominicanos y extranjeros que desarrollaron extensas granjas de vegetales y flores. Ambos pueblos crecieron de manera paralela con la particularidad de que entre 1970 y 1981 lo hicieron aún más rápidamente que la ciudad de Santo Domingo. Constanza creció al 12.8 por ciento anual entre 1950 y 1960; 6.17 por ciento entre 1960 y 1970; y 9.51 por ciento entre 1970 y 1981.

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Jarabacoa lo hizo un poco más lentamente, pero aun así registró tasas más altas que muchos otros centros poblados. En los años 50 este pueblo crecía a solo 2.5 por ciento cada año, pero entre 1960 y 1970 su población aumentó a una tasa de 7.0 por ciento, para continuar creciendo a 6.52 por ciento anual entre 1970 y 1981. De unos 5,470 habitantes en 1960, Jarabacoa ha pasado hoy, en el año 2013, a cerca de 45,000 habitantes. Tanto o más impresionante como la urbanización de Constanza y Jarabacoa, fue la de los pueblos “arroceros”. Tradicionalmente los dominicanos importaban el arroz de Indochina, aunque cultivaban algún arroz en secano que consumían los sectores populares. A partir de la construcción del primer canal de riego en Mao en 1918 y, sobre todo, con el impulso recibido por la construcción de muchos otros canales a partir de 1936, la producción arrocera local empezó a aumentar significativamente, tanto que para 1941 la República Dominicana había llegado a la autosuficiencia en la producción de este grano y a partir de entonces se convirtió en exportadora de este cereal hacia las islas vecinas. La producción arrocera bajo riego comenzó en el valle del Yaque del Norte; continuó luego en la cuenca baja del río Camú y, más tarde, se extendió por el valle del Yuna hasta llegar a dominar casi totalmente el paisaje de esas tierras bajas en los años setenta y ochenta del pasado siglo. En el valle de San Juan de la Maguana ocurrió algo similar, pero sin que el arroz se convirtiera en el cultivo dominante debido a las condiciones ecológicas de la zona. Aun así, la producción arrocera también contribuyó a la rápida transformación de la ciudad de San Juan de la Maguana. La “revolución arrocera” dio origen a varios pueblos nuevos y a la transformación de algunos en ciudades. Mao, La Vega, Santiago, San Francisco de Macorís, Cotuí y San Juan de la Maguana se volvieron “pueblos arroceros”, en donde el grano era procesado, almacenado y comercializado. Otrora aldeas como Esperanza, Villa Vásquez, Pimentel, Nagua, La Piña, Villa Riva y Guayacanes, empezaron a poblarse rápidamente por la llegada de empobrecidos campesinos procedentes de otras zonas del país. En algunos de estos pueblos la economía estaba diversificada y la introducción del cultivo o procesamiento del arroz lo que hizo fue dinamizarla. Este fue el caso de San Francisco de Macorís, La Vega, San Juan de la Maguana, Bonao y Dajabón que estaban rodeados de ranchos ganaderos, conucos de plátano, y plantaciones de café o cacao. En los alrededores de Mao y Esperanza el arroz también coexistía con la caña de azúcar y los bananos que se cultivaban en campos irrigados, pero allí, al igual que en los demás pueblos mencionados, el arroz fue el cultivo decisivo que explica el despegue demográfico. Las tasas de crecimiento de esos pueblos y ciudades son impresionantes, muchas de ellas son aún mayores que las de las ciudades “industriales” de Santo Domingo, Villa Altagracia y San Cristóbal. La acelerada urbanización de muchos centros poblados debe ser explicada también en función de los factores de expulsión que operaban en las zonas rurales, las cuales estaban sufriendo de un serio proceso de pauperización desde los años 40 y 50, el cual se agravó durante los años 60.

El colmado Mariano Hernández 2014 PÁGINA 112

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Interior del Mercado Modelo de Santo Domingo Max Pou Sin fecha PÁGINA 114

Durante la dictadura, a pesar de los aumentos en la producción agropecuaria ya consignados, miles de familias campesinas fueron empujadas hacia la miseria al ser expulsadas de sus tierras por Trujillo, sus familiares y allegados, quienes abusaban de su poder y extorsionaban a la población rural para quitarle sus predios y convertirlos en campos de caña y potreros, principalmente. Este proceso se hizo más notable durante la construcción del Central Río Haina que obligó a miles de campesinos a venderles o entregarles forzosamente sus tierras a Trujillo y familiares en las grandes llanuras de Sabana Grande de Boyá, Guanuma y Guabatico, y serranías aledañas. No teniendo de qué vivir, cientos de familias de esas regiones tuvieron que irse a la ciudad capital o a los poblados de Monte Plata, Bayaguana, Sabana Grande de Boyá, Guerra y Boca Chica. En consecuencia, esos pueblos crecieron considerablemente. Por ejemplo, Sabana Grande de Boyá vio aumentar su población de apenas 1,004 personas en 1950 a 3,000 en 1960 hasta casi 10,000 en 1981. Hoy este poblado tiene una población superior a las 25,000 personas. En el Cibao y en las llanuras de Nagua y Puerto Plata ocurrieron procesos similares de expropiación forzosa de la tierra que motivaron la salida de miles de familias campesinas hacia las ciudades. Participaban en ese proceso oficiales militares, políticos de alto nivel, industriales y profesionales recientemente enriquecidos. En la Cordillera Central, desde Jarabacoa hasta Monción, en la sierras de Baoruco y Neiba, en Valle Nuevo, Tireo y Constanza, Trujillo y sus asociados se apropiaron de millones de tareas de bosques y se dedicaron a explotarlas. Inicialmente, los aserraderos atrajeron trabajadores de todas partes del país, pero al disminuir los bosques y cerrarse los aserraderos en la década de los 60, muchas personas abandonaron las montañas y se mudaron a los pueblos de las tierras bajas, particularmente a los centros productores de arroz. La Vega, Bonao, Mao y Esperanza recibieron muchos de esos migrantes. Siendo la mayoría de esos migrantes gente pobre y muy pobre, se asentaron en los márgenes de las ciudades, en lugares cercanos a cañadas y ríos, o en tierras baldías de propiedad precaria que pronto fueron convertidas en arrabales y barrios marginados, y que estuvieron expuestas a inundaciones y derrumbes en tiempo de tormentas. Antes de 1960 la mayoría de los pueblos dominicanos terminaba limpiamente en varias calles finales, a partir de las cuales se extendían los campos agrícolas o los predios ganaderos propiedad de residentes urbanos. Había barrios pobres, ciertamente, pero eran muy raros los cinturones de miseria conocidos luego como “barrios marginados”. De esos años datan las primeras concentraciones barriales marginadas como Villa Tilapia en La Vega; Guachupita, Gualey, Capotillo, Cristo Rey, La Zurza y Los Guandules en Santo Domingo; El Ciruelito, Cienfuegos y Pastor de Bella Vista en Santiago, entre muchos otros. El derrumbe de la dictadura trujillista eliminó las restricciones al libre movimiento de personas y estimuló a decenas de miles a irse a las ciudades. De manera paralela, y a veces aún más dramática, muchas aldeas y pequeños villorrios campesinos que a la

Vegetales y frutas Supermercado Nacional Luis Nova 2014

Hotel Casa de Campo, La Romana Ricardo Briones 2010

Crucero Presidente Jesús Rodríguez 2009

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Hotel Jaragua en perspectiva aérea Max Pou Sin fecha PÁGINA 118

Vista de la Ciudad Colonial Max Pou Sin fecha

Bávaro Princess, Bávaro Ricardo Briones 2008

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vuelta de la Segunda Guerra Mundial exhibían escasísimas poblaciones, hoy son pujantes pueblos con altas tasas de crecimiento y algunos están en vías de convertirse en ciudades. Calificadas por los censos de entonces como secciones municipales, el censo nacional de 1935 registró más de 1,400 aldeas cuya población no llegaba a los mil habitantes. Otras comunidades más grandes, de población comprendida entre las mil y dos mil personas, no pasaban de 320 en todo el país. Solo 49 sobrepasaban las 2,000 personas, y apenas unas 13 tenían una población superior a las 3,000 habitantes. “Ciudades” eran, además de Santo Domingo y Santiago, las principales cabeceras de provincia, aunque no todas llegaban a cinco mil habitantes, como eran los casos de Montecristi con 3,816 habitantes, y El Seibo con apenas 2,593, entre otras más pequeñas aún, como ocurría con las provincias fronterizas. Ahora bien, esas cabeceras de provincia que se consideraban ciudades eran pueblos bien pequeños. Santiago, la mayor de ellas, tenía 34,175. Le seguían San Pedro de Macorís, ya mencionada, con 18,617, Puerto Plata, con 11,772, San Francisco de Macorís con 10,100, La Vega con 9,030, y Barahona con 8,367. Los demás eran verdaderos pueblecitos apenas mayores que las más grandes aldeas de sus provincias respectivas, como el caso de Azua, que apenas tenía más de 5,000 habitantes. Para tener una idea de la revolución demográfica y su impacto en la urbanización de muchas de estas aldeas, basta con observar la evolución de la comunidad de Los Alcarrizos, en las afueras de Santo Domingo, y la Villa de Monseñor Nouel en el centro del país. Gracias al cultivo del arroz y al desarrollo de la ganadería y la minería en su fértil valle, Bonao, como también se conoce hoy a esta última, pasó de tener poco más de dos mil habitantes en 1935 a más de 76,000 en 2010, sobrepasando hoy las ochenta mil personas. El caso de Los Alcarrizos es más ilustrativo aún, pues de ser un villorrio insignificante en 1935 (431 habitantes) es hoy un gran centro urbano compuesto de un denso mosaico de barriadas populares, cuya población sobrepasa los 220,000 habitantes en el año 2013. Historias similares exhiben muchas otras aldeas convertidas hoy en pujantes centros urbanos de tamaño mediano y de intensa vida comercial. Más recientemente, el desarrollo de las zonas francas industriales de exportación a partir de los años setenta, localizadas en Santiago, San Pedro de Macorís y La Romana, pero extendidas más adelante a otras localidades, así como el crecimiento del sector turístico, sobre todo en las costas norte y este del país, dieron un nuevo impulso a los movimientos migratorios internos y al crecimiento demográfico de estas ciudades y de otras como Puerto Plata e Higüey, al menos durante los periodos de mayor auge de estos sectores de la economía. La migración rural-urbana ha sido tan intensa que, a pesar de haber comenzado hace ya más de cincuenta años como fenómeno masivo, hoy la mitad de la población de la ciudad de Santo Domingo procede de otras regiones del país. Algo similar ocurre con Santiago, en donde 43 de cada cien personas han nacido en otras partes. Entre 1950 y 1981 alrededor de un millón 268,000 personas en todo el país migraron desde localidades rurales a otras urbanas; esta cifra representa más de la mitad (52 por ciento) del crecimiento demográfico urbano observado en el referido lapso.

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El análisis de los censos nacionales de población desde 1950 hasta 2010 muestra que la ciudad de Santo Domingo ha dominado el fenómeno de la urbanización y la migración rural-urbana, y por ello hoy mucho más de la mitad de los migrantes interprovinciales son atraídos por la capital de la República. No es pues de sorprender que esta ciudad sea hoy una metrópoli que concentra más del cuarenta por ciento de la población nacional y sea también el centro urbano de mayor tamaño de toda la cuenca del Caribe, sobrepasando por mucho a ciudades que décadas antes eran mucho mayores, como el caso de San Juan de Puerto Rico y La Habana.

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CAMINOS Y COMUNICACIONES

Los contrastes entre la sociedad tradicional dominicana con la actual no podrían ser más evidentes. La antigua sociedad campesina no ha desaparecido del todo, pero se ha modernizado. Los caminos de herradura que antes recorrían las recuas ahora son carreteras asfaltadas con puentes por las que cruzan miles de vehículos de todo tipo. En 1900 tomaba dos días y dos noches cruzar los pantanos, las serranías y los ríos entre la capital y Bonao, un trayecto que hoy se realiza en menos de una hora. Siete horas llevaba a los jinetes recorrer los 36 kilómetros que median entre Bonao y La Vega. Otras tres horas consumía el viaje entre La Vega y Santiago cuando no llovía. De Santiago a Puerto Plata el viaje se hacía más fácil si se tomaba el ferrocarril que cruzaba la cordillera, pero aun así costaba seis horas y media, en contraste con la hora y cuarto que se requiere hoy. Un viaje en tren de La Vega a Sánchez, en la Bahía de Samaná, tomaba casi ocho horas. Trasladarse de Santo Domingo a los pueblos del este era más fácil gracias a la llanura de esta zona, pero los viajeros también tenían que montar a caballo, pues entonces no existían carreteras. La ruta hacia Higüey, el pueblo más oriental de la isla, se hacía por la vía de Los Llanos, Hato Mayor y el Seibo. Por el oeste la ruta llevaba a San Cristóbal, Baní y Azua, también por senderos, pantanos, despeñaderos, sabanas y montes y, a partir de Baní, por desiertos espinosos que se hacían cada vez más inhóspitos cuanto más se adentraba el viajero hacia occidente hasta llegar al valle de San Juan o al oasis de Neiba. El burro y el caballo han caído en desuso y su lugar ha sido ocupado por las camionetas, las yipetas y las motocicletas. Los animales de carga siguen utilizándose todavía en regiones remotas, en las montañas y en algunas fincas de difícil acceso, pero la tendencia es hacia el uso de vehículos de motor, entre los que la camioneta y la motocicleta dominan los caminos rurales.

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Esos caminos se han transformado completamente. La antigua carretera Duarte, construida durante la ocupación militar estadounidense, entre 1917 y 1922, fue convertida en una autopista de cemento a mediados de los años cincuenta, lo cual facilitó viajar de Santo Domingo a Santiago en menos de dos horas. Entre 1966 y 1982 esta autopista se deterioró hasta hacerse casi intransitable y los viajes entre estas ciudades volvieron a retrasarse hasta casi cuatro horas, pero a partir de 1984 fue reconstruida enteramente y pavimentada en asfalto y ya en 1986 había recuperado su función original. Diez años más tarde, entre 1995 y 1997, fue modernizada y ampliada a cuatro carriles, permitiendo el tráfico a mayores velocidades que antes. La modernización de la autopista Duarte y la construcción de nuevas autopistas han contribuido a la aceleración del comercio y otras actividades económicas del país. Aun cuando algunas carreteras están deterioradas por falta de mantenimiento, la red de carreteras y caminos vecinales del país cubre gran parte del territorio nacional y permite sacar los frutos del campo en vehículos motorizados o llevar a lugares apartados las mercancías y productos industriales de las ciudades. Cuando Trujillo fue ajusticiado en 1961, la red de carreteras dejada por los norteamericanos había crecido considerablemente y tenía una longitud de 5,000 kilómetros, pues los gobiernos de Horacio Vásquez y Rafael Trujillo continuaron enlazando pueblos y ciudades con nuevas vías de comunicación.

Playa de Bávaro Ricardo Briones 2011

Hotel Casa de Campo, La Romana Ricardo Briones 2010

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Lobby del Hotel Mercedes, Santiago José Ramón Andújar 1985

The Peninsula House, Las Terrenas, Samaná Ricardo Briones 2008

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Hotel Hamaca en Boca Chica Max Pou Sin fecha

Aeropuerto Punta Cana Ricardo Briones 2005

Hotel Hamaca, Boca Chica Ricardo Briones 2005

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La construcción de nuevas carreteras y caminos vecinales ha sido uno de los principales esfuerzos del Estado en los últimos cincuenta años. En 1978 la longitud de la red vial había aumentado a 12,000 kilómetros. Esa red ha continuado creciendo hasta sobrepasar hoy los 18,000 kilómetros, haciendo del país uno de los territorios de mayor densidad vial en América Latina. Este fenómeno ha estimulado la creación de una industria nacional del transporte motorizado y la movilidad de la población. Hace apenas cuarenta años el transporte de pasajeros de un pueblo a otro se realizaba por medio de carros públicos operados por sus propios dueños. En algunos casos, como en Santiago, Higüey y Azua, esos chóferes-propietarios estaban asociados en cooperativas o compañías, pero en la mayoría de los casos los carros eran operados individualmente por sus dueños. En los pueblos más grandes había dos o tres carros que transportaban pasajeros hacia la capital, y una o dos docenas de vehículos que manejaban el tránsito de un pueblo a otro en la misma región. Cada pueblo de la República Dominicana, entonces, tenía por lo menos un carro de línea, generalmente propiedad de los mismos conductores, hombres prudentes y decentes, honrados y confiables, a quienes los padres confiaban a sus hijos con la certeza de que nada malo les pasaría. En pueblos grandes como Santiago el volumen de pasajeros hizo evolucionar ese servicio a manera de una cuasi cooperativa, la llamada Línea Duarte, que agrupaba diez o doce autos de manufactura norteamericana, todos grandes, unos pocos con aire acondicionado, que además se especializaban en entregar paquetes con

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valores y se jactaban de nunca haber perdido uno. La región oriental era servida por otra organización similar, la llamada Línea Studebaker, y lo mismo ocurría con los pueblos del suroeste del país. No había autobuses grandes entonces. Mientras la incipiente clase media y las élites locales eran servidas por los carros de línea, los campesinos y las gentes más pobres de las ciudades utilizaban caballos, mulos y burros, aunque para distancias más largas se valían de unos pequeños autobuses que se movían por las carreteras recogiendo y dejando pasajeros en el camino por sumas modestas según los tramos transitados. Apenas había autos privados en el país. Tampoco había ferrocarriles de pasajeros, pues estos (Sánchez-La Vega, Las Cabuyas-Moca-Santiago, y Santiago-Puerto Plata) habían dejado de funcionar muchos años atrás. La Vega, por ejemplo, una ciudad de 14,000 habitantes, solamente tenía 35 autos privados en 1961 cuyos dueños los utilizaban poco, ya que el pueblo era pequeño y la mayoría de sus habitantes andaba a pie o en bicicleta. En los campos el transporte de personas y mercancías descansaba en los burros, mulos y caballos. De estos equinos se llenaban los centros comerciales y los mercados de los pueblos diariamente por las visitas de los campesinos y personas que habitaban en los alrededores. Muchos pueblos tenían instaladas argollas en el borde de las aceras para que los jinetes amarraran sus monturas

Marina Casa de Campo Jochy Fersobe 2014 PÁGINA 128

Playa Bávaro Ricardo Briones 2011 PÁGINA 130

mientras hacían sus diligencias en los almacenes, bodegas, tiendas y oficinas. La abundancia de équidos y el traslado de los ganados por las calles de los pueblos, llenaban las vías de estiércol y obligaban a los cuerpos de bomberos a lavarlas por las tardes. ¿Motocicletas? Escasas o muy raras. En 1956 sólo había 906 motocicletas registradas en el país. ¿Taxis urbanos? Solo la capital, Santiago y Puerto Plata los tenían. Santo Domingo era la única ciudad que podía exhibir varias líneas de autobuses que servía a su creciente población que se desplazaba lejos pagando cinco centavos la “carrera”. El transporte interurbano era también modesto y descansaba en pocos vehículos que tomaban pasajeros en las “paradas”, generalmente ubicadas a la salida de los pueblos, y también a lo largo de su ruta, en donde los recogían y dejaban conforme a tarifas negociadas en el momento de abordar el auto. Dado que las carreteras estaban prácticamente vacías, las rutas se hacían rápidamente y sin taponamientos. Esto compensaba el tiempo que a veces se perdía en aquellas ocasiones en que había que esperar a que el auto “público” llenara varios asientos para poder sacar los costos del viaje. Todo eso comenzó a cambiar vertiginosamente después de la muerte de Trujillo en 1961. La liberalización del comercio hizo posible la introducción de pequeñas motocicletas “Honda” y de otras marcas japonesas, y la importación masiva de radios de transistores baratos que revolucionaron el mundo de las comunicaciones durante la década de los años 60.

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El crecimiento económico de los años 70 y la apertura de miles de kilómetros de caminos vecinales estimularon el abandono de los animales de carga y su reemplazo por motocicletas y pequeños autos de fabricación asiática. Para 1980 el parque vehicular dominicano había explotado en una miríada de automotores de todo tipo. En los últimos treinta años, aprovechando la construcción y el mejoramiento de las carreteras y caminos vecinales, la industria del transporte interurbano ha crecido considerablemente y ha permitido la introducción de todo tipo de vehículos. Hoy las carreteras se ven densamente transitadas por carros, camiones, patanas, camionetas, autobuses de gran tamaño, otros de tamaño mediano llamados guaguas y “voladoras”, jeeps y todo-terrenos, y motocicletas de todas las marcas y tamaños. Para 1998 el número de motocicletas había aumentado a 271,000 unidades frente a 380,000 automóviles y 36,000 autobuses. Dos años más tarde, en el año 2000, las motocicletas sobrepasaban el medio millón, los automóviles 444,000 y los autobuses 40,000. El explosivo crecimiento de la clase media durante los últimos tres decenios ha disparado todos los indicadores socioeconómicos del país. Hoy, en 2013, sorprende a los observadores nacionales y extranjeros la enorme cantidad de motocicletas y vehículos de motor que congestionan las calles de todos los pueblos importantes. Al 31 de diciembre de 2012 la Dirección General de Impuestos Internos tenía registrados casi 3 millones de vehículos de motor, de los cuales más de 1.5 millones ¡son motocicletas! Hoy, al finalizar julio del año 2013, el país cuenta, además con más de 700,000 autos y más de 300,000 yipetas, en adición a 80,000 autobuses y más de 400,000 camiones y camionetas dedicados a transportar carga. Estos son unos pocos indicadores de la magnitud de la revolución económica que ha tenido lugar en la República Dominicana durante los últimos cincuenta años. Las comunicaciones han cambiado radicalmente, no solo en el área del transporte, sino en el ámbito de la telefonía, la radiodifusión y la teledifusión. Las antiguas postas de correo que llevaban la correspondencia a lomo de mulo entre un pueblo y otro, o los telegramas enviados en clave Morse por vía alámbrica o inalámbrica a través de la dirección de correos, hace ya mucho tiempo quedaron obsoletos debido a la penetración y difusión del teléfono, el fax y, más recientemente, de los teléfonos celulares y el correo electrónico a través del internet. La explosión de la telefonía ha acelerado el proceso de modernización de país. En 1956 el país tenía menos de 14,000 teléfonos en servicio. Treinta años más tarde, en 1986, el número había crecido considerablemente hasta llegar a 253,489 unidades de línea fija. Todavía el uso de celulares era mínimo y estaba limitado a los organismos de seguridad del Estado o a una pequeñísima élite de empresarios y profesionales. Doce años después, en 1998, la principal compañía de comunicaciones telefónicas de entonces, Codetel, tenía registrados más de 700,000 clientes. En ese año el número de celulares había subido a 207,000 unidades en hogares y negocios, casi la mitad de las cuales habían sido instaladas por esta compañía.

Hotel Caribe Club Princess, Bávaro Luis Nova 2011 PÁGINA 132

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Once años más tarde, al terminar 2009, la densidad telefónica nacional había llegado al 100 por ciento pues el país tenía 9,412,548 teléfonos para una población nacional del mismo tamaño. De ellos, 8,449,283 eran celulares y 963,265 unidades de línea fija. Hoy, en el año 2013, el total de líneas telefónicas supera los 10.3 millones, más de un teléfono por persona, pero todavía la cobertura no alcanza a la totalidad de los hogares, aunque noventa de cada cien hogares posee un teléfono celular. Como si esta revolución telefónica no fuese suficiente, la República Dominicana exhibe un creciente mercado de cuentas de internet servidas por quince compañías, extranjeras y dominicanas. Al 31 de agosto del año 2013, el Instituto Dominicano de Telecomunicaciones tenía registradas más de tres millones de cuentas de acceso a internet, una verdadera explosión en el mundo de las comunicaciones y otro instrumento de aceleración a la integración dominicana en un mundo cada vez más globalizado. La telefonía ha acercado la distancia entre los pueblos, y entre éstos y los campos, y ha acelerado la marcha de los negocios en una época de grandes transformaciones económicas. Estas transformaciones son profundas y radicales pues no sólo han servido para completar la integración del país que se inició con la construcción de las carreteras y ferrocarriles, sino también para incorporar plenamente a la República Dominicana a una economía planetaria en expansión. Entre los indicadores más impresionantes de esa incorporación se cuenta la rapidez con que la población dominicana se ha inscrito en el mundo de la televisión por cable. Funcionan hoy en el país 76 empresas que ofrecen ese servicio a más de 445,000 suscriptores, la mayoría de los cuales son hogares. Este es un indicador de modernidad que representa una cantidad aún pequeña de familias y un potencial de mercado todavía insatisfecho, si se tiene en cuenta la amplia preferencia de la población por la televisión como medio de entretenimiento y obtención de información. Según la última encuesta de hogares realizada en el país, ocho de cada diez hogares tenían por lo menos un televisor. Contrasta este dato con la proporción de hogares en los cuales hay aparatos de radio, pues solamente la mitad de los hogares (53 por ciento) declaró poseer un radio o equipo de música, lo que indica la migración de una tecnología más tradicional (radio) a otra más moderna (televisión). Paradójicamente, el número de estaciones radiales aumenta cada año y hoy, a mediados de 2013, el Instituto Dominicano de las Telecomunicaciones tiene registradas 379 emisoras de radio (233 FM y 146 AM), lo cual hace de este país una de las zonas de más alta densidad radial de toda América Latina en proporción al número de habitantes.

Calle El Conde OGM 1967

Nuestra calle El Conde Carlos Azar 2011

Food court de Ágora Mall Jesús Rodríguez 2014

Brakedance en la Zona Marvin del Cid 2007

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Nuevos modelos II, Santiago José Manuel Antuñano 2013 PÁGINA 143

Inés y Conrado Santiago –Chaguito– Morel 1954 PÁGINA 144

Café con amigas Carlos Azar 2011 PÁGINA 145

Sting Altos de Chavón, La Romana Iván Méndez 2012 PÁGINA 146

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Inmigrantes chinos OGM 1954 PÁGINA 149

Nuevos modelos I, Santiago José Manuel Antuñano 2012 PÁGINA 149

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Vejez, Santiago José Manuel Antuñano 2012

Presencia, Barahona Félix Sepúlveda 2010

Lechones de Santiago Ricardo Briones 2007

Casa España OGM 1958

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LA NUEVA SOCIEDAD

En el último medio siglo la República Dominicana ha pasado de ser una sociedad mayoritariamente campesina a una sociedad urbanizada que no ha perdido del todo su población rural. Es cierto que la población urbana sobrepasa hoy los siete millones de habitantes, pero la rural también ha crecido hasta llegar a tres millones de personas. Las implicaciones de esta transformación son numerosas. Una de las más visibles es la reconversión de la economía, pues el país ha dejado de depender de unos cuantos productos primarios de exportación (cacao, café, tabaco, azúcar y bauxita) para desarrollar una economía de servicios que al mismo tiempo ha logrado multiplicar la producción agropecuaria para alimentar tanto a la población nacional como a los cuatro millones de turistas que visitan la República Dominicana cada año. Uno de los secretos mejor guardados de la historia dominicana contemporánea es el sostenido aumento de la producción de alimentos, pues hoy el país produce más del ochenta por ciento de la comida que consumen el pueblo dominicano y sus visitantes. Este desarrollo no ha sido casual. Comenzó hace más de ochenta años con la creación de las primeras colonias agrícolas durante los gobiernos de Horacio Vásquez y Rafael Trujillo que, entre 1920 y 1961, lograron distribuir más de 2.2 millones de tareas entre 11,451 familias campesinas, apoyando esas donaciones con la distribución de semillas, arados, animales de tiro y carga, agroquímicos y la construcción de caminos vecinales y obras de irrigación. Los gobiernos que sucedieron a la dictadura trujillista continuaron con esas políticas de distribución agraria y hasta avanzaron hacia la fragmentación de algunos latifundios tradicionales para repartir tierras entre campesinos. El resultado ha sido igualmente notable pues en el último medio siglo, entre 1961 y 2009, el Estado dominicano ha repartido más de diez millones de tareas entre 111,017 familias que representan más de medio millón de personas. Aun cuando parte de esas tierras no han entrado en producción, la mayoría de las parcelas sí lo han hecho y el resultado ha sido el aumento sostenido de la producción de numerosos rubros agrícolas. Al crecer la población de las ciudades ha crecido también el mercado interno, y aunque hay déficits ocasionales en algunos rubros alimenticios, lo cierto es que hoy prácticamente la mayor parte de la producción agropecuaria se consume en el país, dejando incluso algunos excedentes que se destinan a la exportación. La producción de alimentos, sin embargo, no se distribuye equitativamente entre la población, pues una parte de ella se ha quedado fuera de los beneficios de la revolución capitalista y, por ello, la distribución de ingreso en la República Dominicana es una de las más desiguales de América Latina.

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Domingo en las Ruinas de San Francisco Toño Arias 2013

Basílica Nuestra Señora de la Altagracia, Higüey Ricardo Briones 2012

La Virgen de la Altagracia Ricardo Briones 2012

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Domingo de Ramos, Santo Domingo Pascual Núñez 2003

Parque Mirador Sur Ricardo Briones 2011

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Por ello el país exhibe todavía niveles de pobreza que no van acordes con la riqueza que genera su economía y de ahí las visibles diferencias sociales que se observan tanto en los campos como en las ciudades. Según estudios recientes, más de un tercio de la población dominicana vive por debajo de la línea de pobreza, aun cuando el ingreso per cápita por habitante se ha multiplicado veintidós veces: de 263 dólares anuales en 1961, hasta alcanzar los 6,000 dólares anuales en 2013. Esa concentración de los medios de producción produjo, entre otras cosas, un intenso proceso de migración de los campos hacia las ciudades, según hemos visto. Como las ciudades no tenían suficientes estructuras para alojar a los migrantes (la mayoría de los cuales eran analfabetos y semianalfabetos), y estos tampoco encontraban trabajo en las escasas industrias ni en la burocracia estatal que tenía el país, el resultado terminó siendo ciudades y pueblos rodeados de cinturones de miseria. La arrabalización creciente de las ciudades y muchas villas rurales señala, sin lugar a dudas, una de las deudas más evidentes de la revolución capitalista vivida por la sociedad dominicana en los últimos cincuenta años, pues a pesar de haber tenido una de las economías más dinámicas de la región, la República Dominicana no ha sido capaz de corregir las distorsiones heredadas de la dictadura trujillista. En consecuencia, junto con niveles de riqueza muy altos, el país exhibe también niveles de pobreza que llaman la atención de las agencias de desarrollo internacional. Según el Banco Mundial, más de un millón de pobres dominicanos son personas que habían logrado ascender económicamente, aunque con precariedades y se encontraban en los niveles bajos de la clase media, pero que fueron empujadas hacia la pobreza nuevamente por la gran inflación causada tras la crisis bancaria de los años 2003-2004. La gran paradoja de la economía dominicana es que, aunque crece mucho y sostenidamente, no logra generar suficientes empleos para compensar el crecimiento de la población. Entre 1990 y el año 2005, por ejemplo, el país logró crear más de un millón de empleos nuevos, de los cuales el 40 por ciento se generaron en el sector del turismo, los restaurantes y los hoteles, casi todos en servicios de baja productividad y escasamente pagados. El empleo apenas creció durante ese período en otros sectores, como la agricultura, la minería, las finanzas y los servicios de agua y energía. Un 20 por ciento adicional de los nuevos puestos de trabajo fue creado por las nuevas inversiones en los sectores del transporte, las comunicaciones y la construcción. Otra paradoja de la sociedad dominicana es que no ha logrado desarrollar un sistema educativo que capacite a la población para acceder a puestos de trabajos más productivos. Hoy casi la mitad de la población está desempleada (un 47 por ciento), pero entre los jóvenes el desempleo es muchísimo más alto pues tres de cada cuatro personas en edades entre quince y veinticuatro años están desocupados. En total, según las cifras oficiales del Banco Central, más de 616,000 personas adultas estaban sin empleo a finales de 2012. A estos deben añadirse 5.4 millones de individuos que no trabajan porque son ancianos, niños y estudiantes a tiempo completo, o personas cesantes o jubiladas.

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Todo ello indica que es una minoría de la población la que produce el grueso de la riqueza nacional. De acuerdo con esos datos, el 17 por ciento de la población produce el 67 por ciento de la riqueza nacional. El tercio restante lo produce un quinto de la población que se desempeña en empleos de baja productividad. Muchos de estos se realizan en el sector informal. Según esa misma fuente, de las 3.7 millones de personas que tienen algún trabajo, dos millones trabajan en la informalidad. Gran parte de esos trabajadores informales lo hacen en microempresas que apenas producen para garantizar la supervivencia vegetativa de sus dueños, que generalmente son también el único empleado. Para escapar a la pobreza muchos dominicanos han recurrido a diversas estrategias de supervivencia. La creación de microempresas es una de esas estrategias que se ha hecho muy popular en los últimos años. En contraste, hace cuarenta años una de las vías más populares que se abrían a muchos jóvenes que entraban en el mercado laboral era la vida militar. Ser militar abría numerosas puertas para salir de la pobreza, como lo era ir al seminario y entrenarse para el sacerdocio, aunque esta fuera una profesión de pocos. Con el desarrollo democrático y el juego de los partidos los dominicanos descubrieron en la política otra vía para escapar rápidamente de la pobreza. Ahora bien, siendo las posiciones políticas limitadas en número y la competencia feroz, y habiendo perdido la vida militar el atractivo de antaño, una porción significativa de los jóvenes dominicanos de hoy, pobres y no pobres, ha optado por hacer carrera en las profesiones liberales, en los oficios técnicos y en las posiciones burocráticas tanto gubernamentales como en el sector privado. Para ello es necesario tener educación, y en ese sentido la población dominicana ha aprendido que la educación constituye una de las inversiones más rentables, pues asegura generalmente el acceso a puestos de trabajo relativamente estables. Esta toma de conciencia ha estimulado a centenares de miles de jóvenes a inscribirse en las universidades y otros centros de educación superior. Cincuenta años atrás la enseñanza universitaria era casi privativa de la élite social de los pueblos y ciudades. En 1960 la matrícula universitaria apenas pasaba de 3,000 estudiantes. Siete años más tarde, en 1967, se había triplicado llegando casi a los diez mil estudiantes. Veintitrés años después, en 1990, la matrícula universitaria se había multiplicado por diez y sobrepasaba los cien mil estudiantes. Para el año 2000 se había más que duplicado nuevamente, sobrepasando los 245,000 estudiantes, volviendo casi a duplicarse en 2011 cuando llegó a 423,000. En los últimos cincuenta años la República Dominicana ha sido testigo de la proliferación de “universidades” que se contabilizan como centros de educación superior. Hoy existen 41 instituciones universitarias y cuatro institutos de estudios superiores. En este abigarrado conjunto hay unas que proporcionan una alta calidad de enseñanza, pero también otras que son verdaderos fabricantes de “profesionales al vapor”, que lanzan cada año al mercado a miles de graduados sin las destrezas adecuadas para desempeñar trabajos productivos.

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Envuelta en las cifras anteriormente mencionadas se da una impresionante realidad que pasa generalmente desapercibida: en las últimas décadas ha habido un cambio radical en la composición de la matrícula universitaria, pues ahí las hembras superan a los varones. En 1960 el número de hombres universitarios era cuatro veces el de mujeres. Pero, producto de la democratización creciente de la sociedad dominicana, esa situación se ha revertido completamente. Este ha sido un proceso largo que ha cubierto todo el pasado medio siglo, pero que se acentúa cada vez más y por ello el número de mujeres en universidades del país crece más rápidamente que el de hombres. Expresado en números, el resultado de ese proceso es el siguiente: hoy, a mediados de 2013, las mujeres componen las dos terceras partes de la matrícula universitaria, esto es, dos hembras por cada varón. No obstante esos avances, el analfabetismo, aunque ha disminuido, continúa siendo crónico en amplios sectores de la población, según se desprende de los datos censales. En 1960 más de un tercio (35.5 por ciento) de la población dominicana mayor de quince años no sabía leer ni escribir. Un cuarto de siglo más tarde, en 1993, ese porcentaje había disminuido a un quinto de la población. En el año 2000 se calculó en 12.7 por ciento, y en octubre de 2012 había descendido a 10 por ciento. Sin embargo, el número absoluto de analfabetos continuó creciendo y sobrepasa el millón de personas que en 2013 no saben leer y escribir. Una campaña nacional de alfabetización, iniciada en agosto de 2012, tiene como meta eliminar definitivamente el analfabetismo para el año 2016. Con todo, la población dominicana de hoy, en términos relativos, está más educada que la de hace 40 años, pero las expectativas que esta educación ha producido en el seno de las masas chocan con la enorme brecha que hay entre ellas, la nueva clase media y los grupos más ricos, enriquecidos por el comercio, la industria, el turismo, las finanzas y los servicios. Los sectores medios han descubierto que el entrenamiento académico es una inversión rentable y un medio de ascenso social. Este interés de las clases medias por la educación viene de lejos, como lo muestra el crecimiento de la matrícula escolar y universitaria. Aparte de los miles de graduados que ha producido el sistema universitario dominicano, en los últimos 40 años han salido a cursar estudios en el extranjero, y han regresado, más de 20,000 dominicanos. Solamente entre 2005 y 2012 han marchado al extranjero, becados por el gobierno dominicano, más de 10,600 estudiantes a cursar carreras que cubren un amplio espectro de especialidades. La mayoría de ellos son estudiantes de postgrado. Aparte de la educación y la creación de microempresas, la emigración ha sido otra de las estrategias de supervivencia de muchos dominicanos para incorporarse al mercado de trabajo, así sea en otras sociedades más modernas e industrializadas. La exportación de dominicanos se ha convertido en un renglón importante del ingreso nacional, ya que muchos emigrantes envían remesas a sus familiares residentes en el país. Al mismo tiempo, la emigración ha servido para descargar exceso de población y, por lo tanto, para reducir tensiones sociales en los campos y barrios marginados.

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La emigración al extranjero ha sido una de las marcas más visibles de la evolución social y económica del país durante el pasado medio siglo. Según el censo de población de los Estados Unidos, en 1960 había solamente 11,883 dominicanos residentes legales en aquel país, la mitad de los cuales (5,105) había llegado en los diez años anteriores. Inmigrantes más antiguos (5,627) llegaron entre 1941-50; otros todavía más viejos (1,150) arribaron entre 1931-40. Los rígidos controles políticos del régimen de Trujillo, así como el desconocimiento del mercado de trabajo en los Estados Unidos por las masas dominicanas, explican la relativa pequeñez de estos números. La crisis política desatada por la caída de la dictadura y el cese de los controles a la emigración estimularon la emigración hacia los Estados Unidos, nación que en esa época estaba abierta a recibir todos los dominicanos y cubanos que estuviesen dispuestos a emigrar legalmente. En el mismo año en que murió el dictador, 1961, llegaron legalmente a Estados Unidos unos 7,000 emigrantes dominicanos. Al año siguiente el número subió a casi 17,000. La aprobación de una nueva ley de migración en los Estados Unidos en 1965 creó nuevas condiciones que estimularon la salida de miles de dominicanos hacia aquel país. Por esas razones entre 1961 y 1970, el número de emigrantes nacionales hacia Norteamérica se multiplicó diez

Vista aérea de la ciudad de Santo Domingo Jesús Rodríguez 2014 PÁGINA 168

Vista aérea del río Ozama Apeco 1975

Vista aérea del río Ozama Jesús Rodríguez 2014

Torre Silver Sun Jesús Rodríguez 2013

Utensilios de la pobreza Pedro José Borrell 1977

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veces en relación con la década anterior. Para 1970 el número de inmigrantes dominicanos legales en Estados Unidos había subido a 93,292. Algo similar tuvo lugar en los veinte años siguientes. Entre 1971 y 1980 abandonaron la isla legalmente con destino hacia Norteamérica 148,135 dominicanos, mientras entre 1981 y 1990 el proceso migratorio mantuvo la misma dirección: 252,035 dominicanos fueron aceptados como inmigrantes legales por los Estados Unidos. Entre 1991 y 2000 entraron legalmente a ese país 335,251 residentes dominicanos, pues como la legislación estadounidense favorece la unificación de familias los emigrantes se dedicaron a pedir a sus parientes de manera creciente. También favoreció este crecimiento una modificación constitucional de la República Dominicana, en 1994, que permite a sus ciudadanos poseer una doble nacionalidad. Debido a esos factores, pero sobre todo a causa de la intensa atracción que ofrece el mercado laboral estadounidense, el total de dominicanos que han ido a residir legalmente a los Estados Unidos en el último medio siglo supera hoy el millón de personas. Existe otra población dominicana compuesta de por lo menos otras 400,000 personas, mayormente niños y adolescentes, que descienden de los inmigrantes y que por haber nacido en territorio norteamericano son de nacionalidad estadounidense, aunque muchos continúan siendo dominicanos cultural y étnicamente. Por ello puede decirse que la población dominicana en los Estados Unidos sobrepasa hoy el millón y medio de personas.

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El censo de población estadounidense levantado en 2010 mostró que en ese año había 1,414,703 individuos de ascendencia dominicana en aquel país. En los últimos cincuenta años la República Dominicana también ha exportado hacia Europa y algunas partes de América Latina más de 200,000 personas adicionales. Solamente en España había 141,220 dominicanos residentes en el año 2011. Estas cifras dicen que alrededor del 15 por ciento de la población dominicana vive hoy en el extranjero. Estudios recientes y encuestas nacionales señalan que en ese último año por lo menos 76 de cada cien hogares poseen un pariente cercano viviendo en el extranjero. La expulsión de dominicanos hacia el exterior ha servido al país como válvula de escape que le quita presiones a la economía y al sistema político del país, que de otra manera no hubiera podido dar empleo a toda esa mano de obra. Muchos emigrados retornan al país convertidos en técnicos y profesionales o en modernos empresarios, en tanto que otros regresan también deportados después de haber adquiridos destrezas indeseables en los Estados Unidos. Unos y otros muestran rasgos de una modernidad desconocida en el país hace tres décadas. Por el lado positivo, los aportes de los migrantes que retornan van más allá de la importación de electrodomésticos, ropas nuevas y autos de último modelo. Muchos regresan convertidos en verdaderos agentes de cambio

Villa Hena, Casa de Las Raíces Gazcue Jesús Rodríguez 2012 PÁGINA 174

Edificio Yaquito Ricardo Briones 2013

Torre Veiramar, Malecón Ricardo Briones 2006

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Malecón Center, Santo Domingo Miguel Cruz 2005 PÁGINA 176

Calle San Luis, Santiago Julio González 1974 PÁGINA 178

después de haber asimilado conocimientos académicos y técnicos modernos, y una disciplina laboral propia de sociedades que hace tiempo realizaron su revolución industrial. Un censo de negocios propiedad de los dominicanos en la ciudad de Nueva York, publicado en marzo de 1999, muestra la enorme capacidad de adaptación de los emigrantes al mercado norteamericano. En ese censo se observa cómo los dominicanos han logrado reconstruir una sociedad criolla en Manhattan, Bronx y otros barrios neoyorquinos, al tiempo que aprenden nuevas destrezas laborales y empresariales que luego transfieren a la República Dominicana. Según este censo, en 1999 los dominicanos eran dueños de 7,231 bodegas, 2,243 salones de belleza, 1,696 talleres de mecánica, 1,194 boutiques, 1,139 talleres de desabolladura, 948 oficinas profesionales, 691 restaurantes, 391 factorías, 368 supermercados, 269 cafeterías, 173 tiendas de repuestos de vehículos, 89 ferreterías y 63 farmacias, además de contarse entre ellos más de 3,000 taxistas y 3,316 vendedores ambulantes. Hoy esos números han aumentado significativamente. La emigración a los Estados Unidos ha venido a acelerar el proceso de americanización de la población dominicana que se inició durante la primera ocupación militar de los Estados Unidos, y se acentuó con la influencia creciente del cine, la música y la televisión norteamericanos. Después del cine y la televisión, la emigración de retorno ha sido el otro gran vehículo de norteamericanización de las costumbres en la República Dominicana tras la muerte de Trujillo en 1961. Para muchos dominicanos de hoy

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la modernización equivale a norteamericanización, y muchos señalan los enormes cambios de comportamiento que exhiben los dominicanos que regresan de los Estados Unidos. Esa americanización se expresa no sólo en el cambio de las costumbres de la población isleña residente en el país, sino también en el estatus de los emigrantes mismos y sus familias. Así, en el medio siglo transcurrido entre 1962 y 2012 más de medio millón de dominicanos optaron por nacionalizarse como ciudadanos estadounidenses: 412,339 de ellos lo hicieron entre 1990 y 2102, y otros 88,412 lo habían hecho antes. Esto indica que cerca de la mitad de la población dominicana que se mudó a los Estados Unidos optó por cambiar de nacionalidad una vez que se internó por los caminos de la emigración. Una consecuencia visible del proceso emigratorio ha sido la creación de numerosos vacíos laborales en las ciudades y campos del país. Hace años que esos vacíos vienen siendo llenados por inmigrantes haitianos. Hace apenas treinta años los haitianos sólo trabajaban como braceros en los bateyes de los ingenios azucareros, pero a medida que los dominicanos han ido abandonando determinados sectores laborales, los haitianos han ido ocupando esas posiciones. Hoy, a mediados de 2013, es frecuente encontrarlos en los campos recogiendo café y tabaco, cuidando ganado, sembrando y cosechando vegetales, y cortando arroz. En las ciudades se les ve trabajando en las obras de construcción, públicas y privadas, en los centros turísticos laborando como jardineros, en las calles de las ciudades más grandes vendiendo frutas, en los complejos de viviendas como guardianes y jardineros. Muchos inmigrantes haitianos con cierto nivel educativo han optado por instalar negocios propios y se les ve en las ciudades trabajando como buhoneros y artesanos, y hasta como productores y vendedores de obras de arte, en tanto que varios miles de jóvenes asisten a las escuelas y universidades. Otro factor de cambio que ha acelerado la transformación de la sociedad dominicana ha sido el turismo. Esta actividad, junto con las remesas monetarias de los emigrantes, ha sobrepasado a las exportaciones tradicionales (café, cacao, azúcar, tabaco y bananos) como el principal generador de divisas para la economía dominicana. El desarrollo turístico ha sido rápido e impresionante. Luego de haber sido una actividad marginal a mediados de los años 70 del siglo XX, ha pasado a ser uno de los motores principales de la economía dominicana. Detrás de ese desarrollo ha habido dos factores. Uno, la promulgación de una Ley de Incentivo Turístico, en 1971, que ofreció facilidades y exoneraciones de impuestos a los inversionistas que quisieran instalar hoteles y otras facilidades para la recepción y circulación de turistas. El otro factor ha sido la inversión extranjera proveniente, particularmente, de empresas españolas y norteamericanas. La urbanización, la industrialización, la educación superior, la emigración, el turismo, la expansión del comercio y la consolidación de un mercado interno para los productos agropecuarios, todos estos factores, han sido los rieles por donde ha transitado la formación de una nueva clase media cuyo crecimiento apenas se percibía en 1961. En cuestión de medio siglo la emisión monetaria ha aumentado cientos de veces y el comercio ha conocido una

Ventanas y balcones Ricardo Briones 2012

Santo Domingo aérea Ricardo Briones 2014

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Ciudad Real, Santo Domingo Ricardo Briones 2011 PÁGINA 182

gigantesca proliferación de empresas que han contribuido a dinamizar la competencia económica, haciendo posible la aparición de una banca nacional que hoy cuenta ya con más de 75 instituciones financieras en el país, incluyendo las asociaciones de ahorros y préstamos para la vivienda y las compañías de seguros. La sola presencia de tan gran número de instituciones financieras es un claro signo de que el capitalismo finalmente ha llegado a la República Dominicana y el país ha dejado atrás las formaciones económicas tradicionales. Baste recordar que todavía en 1963 los campesinos llegaban a las ciudades a cambiar pollos y huevos por ropa y zapatos, expresando claramente el atraso de la economía monetaria. El aumento de la población y el consiguiente crecimiento de las ciudades que ha acompañado a la expansión monetaria, permiten entender tanto el desarrollo industrial y comercial en la República Dominicana como el desarrollo de un mercado interno, capaz de consumir la totalidad de la producción industrial nacional y demandar una amplia masa de importaciones. La expansión del mercado interno ha significado la multiplicación de los negocios de todo tipo, especialmente en el área de los servicios y las microempresas. De estas últimas solamente hay más de 900,000 en la República Dominicana hoy. Muchas son unidades muy pequeñas, pero otras son muy productivas. En conjunto con las pequeñas y medianas empresas, conforman un universo empresarial que sostiene a una vigorosa clase media cuyo volumen puede medirse utilizando como indicadores, para sólo mencionar unos cuantos, el número de teléfonos, el número de vehículos privados y públicos, el número de casas propias construidas dentro del sistema de ahorros y préstamos, el número de profesionales graduados en las diversas universidades, el número de funcionarios a nivel medio que se han incorporado a las miles de empresas y oficinas que han empezado a funcionar en todas partes del país, y, el número de contribuyentes con ingresos sustanciales que aparecen registrados en la Dirección de Impuestos Internos. Esta es una clase media nueva, completamente diferente a las clases medias de los más grandes países latinoamericanos que se formaron antes de la Segunda Guerra Mundial. Esta clase y sus subsectores, expresando muchas veces los sentimientos, aspiraciones e intereses de las masas populares, han contribuido con sus presiones, sus resistencias y sus intereses a la democratización creciente de la República Dominicana. Aliada muchas veces sin saberlo a los sectores más pudientes, la clase media también ha contribuido poderosamente a sostener el capitalismo en la República Dominicana como mejor opción que el modelo socialista cubano, que fue ofertado como opción durante más de treinta años por diversos líderes y grupos políticos. En sus inicios, la clase media dominicana provenía de estratos sociales secularmente privados de las más mínimas satisfacciones y de ahí su resistencia a cambiar del capitalismo al socialismo, luego de haber sido bombardeada durante años por el cine, la prensa, la radio y la televisión con demostraciones de cómo vive la clase media de los países modernos y desarrollados de Norteamérica y Europa. Otro fenómeno que ha acompañado el surgimiento de la clase media en la República Dominicana es la aparición y multiplicación de partidos políticos de contenido ideológico, fenómeno éste desconocido también

Las Palmeras II Francisco Manosalvas 2012

Ciudad crepuscular Jesús Rodríguez 2013

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Vista nocturna de la Feria de la Paz Max Pou 1955 PÁGINA 186

Vista de la Gran Arena del Cibao Fernando Puig 2011

Centro Comercial Sambil Ricardo Briones 2012

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Cruce Autopista Las Américas con Av. Charles de Gaulle Fer Figheras 2012 PÁGINA 196

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Tránsito vehicular Luis Nova 2014

Puente Mauricio Báez Ricardo Briones 2007

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Nueva Carretera Jarabacoa - Constanza Domingo Batista 2013 PÁGINA 202

Reciclar Karelin Cruz 2013

Personajes anónimos Miriam Calzada 2007

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en la historia dominicana. Hasta la muerte de Trujillo todos los partidos que hubo en el país fueron agrupaciones personalistas y caudillistas que fomentaban la lucha por el poder con el simple propósito de medrar, bajo la tutela de un caudillo, estructurando redes de relaciones personales basadas en el clientelismo. Muchos de los partidos políticos dominicanos, inmersos como están en un cuerpo social que preserva numerosas formas políticas tradicionales, no han podido despojarse totalmente del caudillismo, pero el hecho de que poco a poco se hayan alineado detrás de ideologías sociales contemporáneas, muy en boga a nivel mundial, indica un empeño de sus dirigentes por poner al día los términos de referencia de la lucha política en la República Dominicana. El crecimiento de la industria y el sector de servicios, por un lado, y la actividad de los partidos, por otro, han contribuido al desarrollo del sindicalismo con el fomento de cientos de organizaciones obreras impensables hace 50 años, cuando las mayores empresas industriales, fuera de la industria azucarera, apenas tenían más de 15 empleados. Hoy, el sindicalismo organizado funciona orgánicamente ligado a las grandes y medianas empresas. El sector industrial, a pesar de su limitado tamaño, da empleo a más de 200,000 personas, mientras ha subido a 85 el promedio de trabajadores en las principales industrias que han surgido en el país después de 1961. Debido a las tensiones creadas por la demanda de nuevos servicios de agua, luz, teléfono, escuelas y hospitales, alcantarillas y recogida de basura, los gobiernos han contado con la ayuda internacional para satisfacer esas necesidades básicas de la población llevando acueductos y redes eléctricas a todos los pueblos, extendiendo estos y otros servicios a la población rural. El resultado ha sido que la modernización de las ciudades ha alcanzado rápidamente al campo, pues la construcción de caminos vecinales ha continuado, y por ellos se han infiltrado en las más remotas comunidades rurales la motocicleta, el radio y la televisión, acortando y, en muchos casos, prácticamente eliminando las distancias culturales que anteriormente existían entre el campo y la ciudad. Zonas rurales hay de la República Dominicana, como es el caso del Cibao Central, en donde las fronteras entre lo rural y lo urbano van desapareciendo rápidamente y en donde comunidades, que hasta hace poco llevaban un modo de vida campesino, se comportan hoy conforme a patrones de vida suburbanos, cuyos hombres y mujeres siguen residiendo en la zona rural pero se trasladan cada día a vender su trabajo, a educarse y a comprar servicios al pueblo más cercano. Esta modernización no es necesariamente beneficiosa para todo el mundo. El acceso de la ciudad al campo ha puesto a los campesinos a merced de grupos urbanos que tienen los capitales, la educación y la tecnología suficientes para adquirir sus tierras y explotarlas más eficientemente, desplazándolos hacia los pueblos y ciudades, y convirtiendo a muchos en miembros de una gran masa de proletarios que crece cada día y llena cada vez más los campos y barrios marginados. Esos sectores han sido sensibilizados por las nuevas ideas que llegan al país por la televisión vía satélite, el cine, la prensa internacional, las lecturas revolucionarias y los nuevos contenidos en la educación que se difunden continuamente en las aulas y en los medios de comunicación.

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Señora en burro, Manaclar Juan De los Santos 2013 PÁGINA 206

Articulado y tapón Francisco Manosalvas 2004

Motoconchistas Jesús Rodríguez 2014

El Metro de Santo Domingo Jesús Rodríguez 2014

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Eso significa que, a pesar de la pobreza de muchos, la población dominicana de hoy, en términos relativos, está mucho más educada que la de hace 50 años, aun cuando haya enormes deficiencias en el sector educativo que son señaladas continuamente por los críticos sociales. La realización de las crecientes expectativas que se han despertado en las masas populares se ve obstaculizada por la enorme brecha que existe entre ellas y las clases más ricas y educadas del país. Por otro lado, puede decirse que la industrialización, la urbanización, el incremento de las comunicaciones, la afluencia de ideas y tecnologías nuevas, el aumento de los viajes internacionales, del turismo y la migración, y la influencia continua de modos de vida de sociedades industrializadas más modernas a través del cine, la radio y la televisión, todo esto ha producido también un proceso de secularización en la vida dominicana que ha afectado enormemente la vida religiosa. Prácticamente de ayer eran aquellas gigantescas procesiones de Semana Santa o los peregrinajes religiosos a Higüey y el Santo Cerro que concentraban decenas de miles de hombres, mujeres y niños procedentes de todas partes del país y que demostraban una influencia sustancial de la Iglesia Católica en la vida y el pensamiento dominicanos. Por mucho tiempo la Iglesia Católica reinó sola en la República Dominicana y su influencia fue incontestable, pero los cambios económicos y sociales que han tenido lugar han erosionado parcialmente los apoyos sociales a esta institución que, sociológicamente hablando, estaba mejor preparada para operar en una sociedad tradicional, en donde la vida social y política estaba centralizada y jerarquizada rígidamente y en donde no había florecido el pluralismo institucional y el consumismo que prevalecen actualmente. Hoy coexisten con la Iglesia Católica casi todas las ramas protestantes que funcionan en los Estados Unidos. Un indicador del terreno ganado por los cultos cristianos no católicos son las estadísticas recopiladas por el llamado Consejo Dominicano de Unidad Evangélica, que registran 249 organizaciones representadas por esta institución, las cuales a su vez agrupan unas 8,000 iglesias y grupos cristianos evangélicos. La mayoría son pequeños templos y comunidades de base o grupos de oración, que reflejan la creciente pluralización de la vida religiosa en medio del mencionado proceso de modernización. La reciente secularización de la sociedad dominicana también ha contribuido a desarrollar una inédita tolerancia y curiosidad hacia creencias y ritos que anteriormente no se atrevían a salir a la luz pública, como el vudú, la santería y el espiritismo, así como hacia otras religiones más recientes como la de los mormones, además de los variados grupos influidos por el budismo y el hinduismo, y otros grupos de orientación “new age”. En pocas palabras: la historia de la revolución capitalista dominicana y de la modernización que la ha acompañado es sumamente compleja y, como se ha visto, ha afectado las mismas raíces del acontecer económico y la organización social y cultural del país. Esas transformaciones han cambiado radicalmente los modos de vida tradicionales del pueblo dominicano y han alterado sus formas de alimentarse, de vestirse, de divertirse, de viajar, de creer, de hacer el amor y de educarse.

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CUATRO CIUDADES

El gran cambio que ha experimentado la sociedad dominicana en los últimos cincuenta años puede también condensarse en la metamorfosis que han vivido cuatro de las ciudades más grandes del país: Santo Domingo, Santiago, La Romana y San Pedro de Macorís. Las demás ciudades, como hemos visto, también pueden servir de muestra, pero los cambios registrados en estas cuatro urbes resumen muy bien lo que ha ocurrido en los demás centros urbanos. Vale la pena, a modo de ilustración, conocer una breve historia de la transformación de estos conglomerados.

Santo Domingo Durante gran parte de su historia Santo Domingo estuvo encerrada en sus murallas. De los vecindarios extramuros que la rodeaban el más viejo era San Carlos, un pequeño villorrio localizado a menos de una milla de las murallas de la ciudad, fundado en 1684 por algunos inmigrantes de las Islas Canarias. San Carlos perdió su autonomía municipal en 1911, siendo absorbido por Santo Domingo, y transformándose en una de las varias vecindades que se desarrollaron más allá de la zona colonial al final del siglo XIX e inicios del XX. Junto con el Ensanche La Fe y Galindo, San Carlos bordeaba el margen norte de la ciudad. Estos vecindarios fueron escogidos por los inmigrantes de otras partes del país y se volvieron barriadas populares para las clases trabajadoras. El huracán San Zenón, de agosto de 1930, los afectó duramente y tuvieron que ser reconstruidos en los años siguientes. En las primeras dos décadas del siglo XX la ciudad se trasladó al oeste, cuando las viejas granjas se convirtieron en “ensanches” residenciales: Ciudad Nueva, Gazcue y Ensanche Lugo. Gazcue se constituyó como el área residencial más importante, donde la clase alta construyó sus quintas y chalets, y donde el presidente de la república tenía su residencia, construyendo después el Palacio Nacional. Entre 1930 y 1965, las clases medias y altas prefirieron las partes occidentales de Gazcue para levantar sus casas en los solares creados por la repartición de los viejos ranchos de la ciudad y de las fincas, las cuales se hicieron principal objeto del interés inmobiliario. Así, el centro geográfico de la ciudad se movió al noroeste a medida que el espacio urbano de Santo Domingo se expandía fuera de la vorágine del centro colonial. El huracán San Zenón devastó también las nuevas áreas residenciales debido a que muchas de las nuevas casas eran de madera con techos de zinc. Como reacción a esta experiencia, cuando la ciudad fue reconstruida, muchos propietarios decidieron usar concreto y cemento, lo que contribuyó a darle una imagen moderna. Los esfuerzos de reconstrucción fueron dirigidos personalmente por Trujillo, quien orgulloso de su éxito reconstruyendo una de las ciudades más modernas de Latinoamérica, la rebautizó con su propio nombre en 1936.

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En 1950, el dictador podía mostrar Ciudad Trujillo como una ciudad modelo: pequeña, moderna y limpia, con un tráfico bien organizado, y con medios de transporte baratos y adecuados. Claramente era la ciudad principal de la República Dominicana. Contaba con el único aeropuerto y puerto modernos; nuevos hoteles y hospitales; la mejor universidad y varias escuelas; la estación de radio más poderosa del país; servicios telefónicos excelentes; líneas de taxi y autobuses eficientes; abundante agua y electricidad; además de cines y centros de entretenimiento. Todo esto reflejaba en gran medida el derroche de fondos públicos de la administración de Trujillo. En la cumbre de su poder, a mediados de la década de los cincuenta, Trujillo fue capaz de invertir el 62 por ciento del gasto público en obras de desarrollo urbano en la capital. Ni él ni sus asesores fueron capaces de prever el impacto que tendrían esas obras en la ciudad. Entre 1950 y 1953, las primeras oleadas de campesinos sin tierra llegaron a Ciudad Trujillo después de ser expulsados de sus tierras por el mismo dictador, cuando se dedicó a construir dos nuevos ingenios azucareros y a expandir la siembra de caña en otros que estaba adquiriendo. Las autoridades gubernamentales pronto descubrieron que otros pueblos del interior estaban experimentando el mismo fenómeno. El dictador trató de prevenir migraciones internas masivas, ordenando la publicación de panfletos y libros en los que se apelaba a la población analfabeta rural de no abandonar sus tierras, y haciendo un llamado a los que ya habían migrado para que retornasen a las zonas rurales. El gobierno descubrió tardíamente que la población de la capital había estado creciendo a un ritmo mucho mayor que el resto del país. La migración interna y el crecimiento natural convirtieron a Santo Domingo en una ciudad con 369,980 habitantes en 1960, doce veces más poblada que en 1920, cuando tenía solo 31,000 habitantes. En los inicios de 1950 el gobierno construyó, al norte de Santo Domingo, dos “barrios obreros” llamados Ensanche Espaillat y Ensanche Luperón para alojar a las familias campesinas desplazadas por los intereses azucareros de Trujillo. Pero los oficiales militares y los políticos del gobierno mantuvieron el Ensanche Luperón fuera del alcance de los campesinos, y solo algunos pocos pudieron mudarse a las nuevas casas de esta área. El gobierno construyó otros barrios obreros en torno a las zonas industriales ubicadas en las afueras de la ciudad. La zona industrial de la avenida Máximo Gómez, al norte, fue planificada con sus propios barrios obreros. Las zonas residenciales de la clase media y alta fueron separadas de los barrios obreros y de las zonas industriales por el aeropuerto internacional General Andrews, construido a mediados de la década del cuarenta. Este aeropuerto fue trasladado a las afueras de la ciudad en 1956. Diez años más tarde sus tierras comenzaron a ser urbanizadas rápidamente. Los ensanches para obreros llamados Barrio de Mejoramiento Social y Barrio María Auxiliadora fueron desarrollados para albergar a burócratas del gobierno y trabajadores de las industrias surgidas en Santo Domingo después de la Segunda Guerra Mundial. La zona industrial de la Máximo Gómez concentraba algunas de las industrias estatales más importantes como las de: aceite vegetal, cemento, clavos, objetos de mármol, fibras y textiles.

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Otros barrios obreros, como Villas Agrícolas, se construyeron alrededor de esta área en los años 40 y 50, en un intento fallido de combinar moradas urbanas con pequeños huertos que pudiesen proveer a la ciudad de vegetales frescos. La construcción de nuevos barrios obreros, alrededor de las zonas industriales, continuó durante los años 50 al este del río Ozama, donde el gobierno construyó el Ensanche Ozama y amparó el desarrollo del Ensanche Alma Rosa, ambos destinados a albergar burócratas del gobierno y a trabajadores de las nuevas fábricas de textiles, harina, y pinturas en la margen oriental del río Ozama. Se puede apreciar una clara relación espacial entre el establecimiento de las zonas industriales y la construcción de los barrios obreros. Este patrón continuaría por muchos años después de Trujillo. Por ejemplo, entre 1966-68, el gobierno construyó los proyectos de vivienda de Honduras y Mata Hambre alrededor de la zona industrial de la Avenida Independencia, en los límites occidentales de la ciudad. A mediados de los 70, el gobierno erigió el Barrio Las Caobas, cercano a la nueva zona industrial de Herrera, la cual concentró muchas de las plantas de substitución de importaciones levantadas después de 1968. De modo que junto a las migraciones campo-ciudad y al desarrollo industrial, otro factor causal del crecimiento de Santo Domingo fue la industria de la construcción financiada o apoyada por las inversiones en obras públicas.

Samaná Ricardo Briones 2012 PÁGINA 210

El regreso de la Misa de Ramos Wifredo García 1976

del interior después de 1960. Tanto la migración interna como el crecimiento natural de la población excedía su capacidad para acomodar nuevos arribados, y pronto proliferaron los barrios marginados en toda la ciudad. En los turbulentos veinte años que siguieron a la muerte de Trujillo, y cuando la agitación y la inestabilidad políticas dominaban el país, los barrios marginados se desarrollaron velozmente. Muchas familias pobres usando cartones, placas de hojalata, madera y hojas de palma construyeron pueblos enteros a lo largo de las quebradas y torrentes que afluían al río Ozama. Otras construían sus precarias viviendas dentro de los intersticios de los barrios obreros o en los terrenos abandonados de las áreas residenciales de la ciudad. Casi todas se vieron forzadas a ocupar zonas marginales a los bordes del río Ozama, dando lugar a los primeros grandes barrios marginados Guachupita y Gualey, en el noreste de la ciudad bordeando el río Ozama. Con el tiempo, los barrios marginados terminaron dominando de tal forma el paisaje urbano de Santo Domingo que en 1977 se calculó que contenían el 74 por ciento del total de la población de la ciudad y sus viviendas representaban el 67 por ciento del total de las viviendas de la capital. En ese año se determinó que la ocupación promedio de las viviendas en los barrios marginados era de 6.5 personas. Sin agua potable, electricidad o letrinas, estos barrios fueron verdaderas “villas miseria” con sus pequeñas casas de a lo más 14 o 16 metros cuadrados, apiñadas entre ellas y separadas a las justas por uno o dos pies.

Puente de madera Luis Mañón Valdez Sin fecha

Puente original río Higüamo Herminio Alberti 2014

Ikea, Santo Domingo Miguel Cruz 2005

Túnel Ortega y Gasset, Santo Domingo Ricardo Briones 2012

Memorias de la Zona Marvin del Cid 2013

Procesión Viernes Santo Ricardo Hernández 2003

En el colmado Iván Méndez 2012

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Entre 1966 y 1978, bajo el liderazgo del presidente Joaquín Balaguer, el estado gastó consistentemente más del 50 por ciento de su presupuesto anual de obras públicas concentradas en la ciudad de Santo Domingo. Hasta 1961 el Estado tuvo un rol casi exclusivo en el diseño y desarrollo de los barrios obreros. El capital privado era escaso y las organizaciones de ahorros y préstamos no existieron hasta 1962. Por ello, la falta de crédito para construir viviendas dejó al sector privado con pocas posibilidades de invertir en grandes proyectos. Sin embargo, muchos dueños de tierras, cuyas propiedades fueron beneficiadas por el crecimiento espacial de la ciudad, construyeron largas filas de casas de madera de una sola planta divididas en angostos apartamentos llamados piezas, para alquilar a los inmigrantes de los campos o de los pueblos de interior. Estas edificaciones eran llamadas cuarterías, porque tenían normalmente uno o dos cuartos o habitaciones, además de un patio, una letrina y un baño comunes. Con el tiempo, los propietarios de las cuarterías las agrandaron, construyendo nuevas habitaciones en los patios, lo que las hizo extremadamente hacinadas. De igual forma, muchos de los pioneros que ocuparon los primeros barrios obreros también expandieron sus casas, habilitando nuevas habitaciones en sus patios con el fin de alojar a recién llegados o amigos. De modo que tanto los barrios obreros como las cuarterías se transformaron en vecindarios hacinados con una densidad poblacional de hasta 1,000 personas por kilómetro cuadrado, estimándose en 1977 que la ocupación promedio de las cuarterías era de cinco personas por pieza. Ni los barrios obreros ni las cuarterías y sus patios bastaron para acoger los flujos incesantes de inmigrantes pobres

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En crudo contraste con sus áreas más pobres, las clases medias y los más adinerados empezaron a adquirir solares y viviendas en las “afueras” de Santo Domingo. Financiados principalmente por las asociaciones de ahorros y préstamos para la vivienda, creadas a partir de 1962, estos grupos empezaron a comprar residencias en nuevas urbanizaciones modernas y ensanches construidos entre 1965 y 1990 a lo largo de las tres terrazas marinas principales que corren de este a oeste de la ciudad. El desarrollo de esos modernos vecindarios también merece algunos párrafos, ya que el centro de la ciudad ha gravitado hacia ellos, dejando atrás al centro colonial como mera atracción turística y como un núcleo urbano decadente poco visitado hoy por sus antiguos ocupantes. Después de 1966 la ciudad experimentó cambios sustanciales, cualitativos y cuantitativos, debido a un agresivo programa de obras urbanas dirigido por el gobierno. Estas obras fueron destinadas a convertir Santo Domingo en una ciudad moderna lejos del centro colonial, el cual debía ser restaurado y convertido en un monumento histórico y de atracción turística. El gobierno comenzó la construcción de grandes bulevares y parques, así como también de numerosos proyectos habitacionales para las clases medias y trabajadoras, los militares y la burocracia. Entre 1966 y 1978 el área urbana creció exponencialmente cuando las viejas fincas de ganado, tanto al oeste como al este y norte de la ciudad, fueron convertidos en lotes urbanos estimulados por una nueva red de avenidas y bulevares construidos por el gobierno.

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Teléfono público Jesús Rodríguez 2014 PÁGINA 222

Sistema Integrado de Emergencias y Seguridad 911 Luis Nova 2014 PÁGINA 224

Comunication 101 Iván Méndez 2012

Dominicana Moda Maglio Pérez 2014

Calle El Conde Ricardo Briones 2014

Ostería da Ciro Luis Nova 2014

Bar restaurante Vesuvio OGM 1959

Hard Rock Café Ricardo Briones 2006

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El Estado ofreció generosos créditos, con intereses negativos, al sector privado para proyectos de construcción con el fin de promover la creación de nuevos empleos y estimular la demanda de productos industriales y agrícolas. Inversiones masivas en obras de construcción fueron acompañadas con un impulso a la industrialización de sustitución de importaciones. Esas políticas gubernamentales tuvieron un visible impacto en unos pocos años. El dictador Trujillo y su sucesor, el presidente Joaquín Balaguer, dieron la prioridad al desarrollo urbano de Santo Domingo, pero descuidaron otras ciudades. El resultado de esos esfuerzos urbanísticos que se extendieron por más de 50 años ha sido el desarrollo de una ciudad que concentra más del 45 por ciento de la población del país. Santo Domingo también concentra el 70 por ciento de las plantas industriales, que reciben más del 60 por ciento del crédito industrial. La ciudad contiene casi el 80 por ciento de los teléfonos del país, el 60 por ciento de los automóviles, más del 60 por ciento de los doctores y más del 60 por ciento de los estudiantes universitarios. Al concluir el año 2013 esta ciudad concentra también casi el 60 por ciento de los impuestos recaudados por el Estado, y agrupa el 65 por ciento de los contribuyentes del país, así como el 58 por ciento de los asalariados. En los años 70 y 80 del siglo pasado, Santo Domingo experimentó un crecimiento espacial caótico que todavía está causando serios problemas urbanos, ya que muchos de los proyectos de vivienda, parques y bulevares fueron construidos siguiendo conveniencias políticas o intereses particulares, y poca o ninguna planificación racional. El crecimiento de la población urbana estimuló la producción agrícola. En la década de los 40 y 50, Santo Domingo absorbió el excedente producido por las colonias agrícolas creadas por el gobierno. En los años 60 y 70 los programas de reforma agraria también sirvieron para dar a la ciudad abundantes productos. Ese crecimiento ha sobrepasado grandemente a la capacidad del gobierno para satisfacer las necesidades básicas de su población y ya no es posible ofrecer servicios públicos adecuados a todos sus habitantes. Santo Domingo sufre una permanente falta de agua potable, seguridad, escuelas, hospitales y adecuados servicios de transporte público. Santo Domingo consume casi el 50 por ciento de la electricidad generada por el país y continúa creciendo 2.5 veces más rápidamente que el resto del país. En 1981 Santo Domingo era un conglomerado urbano de más de 1.3 millones de habitantes. En 1992 su población alcanzó 2.2 millones compitiendo con La Habana como la ciudad más poblada de las Antillas. Hoy, en el año 2013 su población es de 4 millones de habitantes, lo cual la convierte en la mayor ciudad de toda la cuenca del Caribe. Su paisaje urbano, tanto como sus problemas, son muy similares a los de otras capitales latinoamericanas que empezaron la industrialización muchos años antes. Si las políticas de agrandamiento practicadas por Trujillo y Balaguer sirvieron para algo, fue para acelerar el proceso de “latinoamericanización” de Santo Domingo, y expandir una pequeña ciudad colonial hasta convertirla en un gran conglomerado urbano con amplios polos de modernidad, pero incapaz de ofrecer servicios básicos a sus habitantes.

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Santiago de los Caballeros Santiago ha sido siempre el centro mercantil y manufacturero del Cibao y, como tal, ha tenido su propia vida económica. Tuvo las fábricas más grandes del país para la producción de cigarrillos, ron, almidón, zapatos y productos de cuero, ropa masculina, sombreros de paja, muebles de madera y una miríada de otros productos. Santiago funcionó también como la capital y centro administrativo del Cibao, y ha sido siempre la segunda ciudad más grande del país. No obstante, su crecimiento urbano no alcanza la escala de la expansión de Santo Domingo, aun cuando jugó un rol crucial durante años como centro financiero al servicio de los pueblos arroceros de la llamada Línea Noroeste. Las diferencias en crecimiento urbano entre ambas ciudades pueden ser fácilmente observadas a través de sus indicadores demográficos. En 1935 la población de Santiago era exactamente la mitad de Santo Domingo; en 1981, la población de Santo Domingo era casi cinco veces mayor que la de Santiago. Hoy, en el año 2013, la capital de la República, con sus vecindarios satélites de Los Alcarrizos y La Caleta, es ocho veces más grande que la capital del Cibao. Observando el desarrollo desigual de ambas ciudades, en los años 70 muchos empresarios e intelectuales de Santiago culpaban la política de industrialización del gobierno del retraso que Santiago mostraba en comparación con Santo Domingo. Sus argumentos eran que esas políticas favorecían la inversión privada en Santo Domingo y creaban una demanda adicional por inversiones públicas para sostener o modernizar la infraestructura urbana de la capital de la República. Entre 1966 y 1978 Santiago recibió también su parte de la inversión pública y la ciudad renovó su espacio urbano. El gobierno remodeló varios barrios marginados y levantó allí vistosos proyectos habitacionales mientras sus ingenieros rodeaban la ciudad con un impresionante bulevar que bordea el río Yaque del Norte y conecta la ciudad con una gran zona franca industrial desarrollada con fondos de aquel gobierno. El sector privado santiaguense reaccionó creando compañías que desarrollaron nuevas fábricas y modernos proyectos habitacionales. Como resultado, Santiago perdió su anterior carácter de pueblo y en pocos años la ciudad empezó a transformarse bajo el impacto de nuevas avenidas y bulevares que la cruzaban en todas las direcciones siguiendo el relieve natural del terreno. Estas arterias crearon una red moderna de calles y avenidas que superó en funcionalidad la tradicional cuadrícula de la ciudad antigua y permitió la construcción de nuevas urbanizaciones y ensanches que surgieron para alojar una creciente clase media, así como familias de clase trabajadora que lograban obtener préstamos a bajas tasa de interés en las asociaciones de ahorro y préstamos para la vivienda. Todos estos desarrollos atrajeron numerosas familias campesinas y gente de áreas rurales, y la ciudad creció a un 6.50 por ciento anual entre 1961 y 1970. La conexión temprana de la ciudad con las redes de emigrantes dominicanos en los Estados Unidos favoreció la emigración hacia el extranjero de muchos recién llegados, así como de los mismos residentes de la urbe.

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Tan temprano como en el año 1962 Santiago tuvo un consulado estadounidense instalado allí para responder a la enorme demanda de visas de emigración hacia los Estados Unidos por parte de la población de la zona. La emigración hacia el extranjero durante aquellas décadas ayuda a explicar la disminución del ritmo de crecimiento de la ciudad a 5 por ciento entre los años 1970 y 1981. A pesar de ello, Santiago mantuvo un patrón de crecimiento poblacional mucho más alto que el promedio nacional entre 1950 y 1981, aumentando su población a una tasa de 5.28 por ciento anual contra el 3.17 por ciento del resto del país. Con todo, Santiago apenas sobrepasa hoy, en 2013, la cantidad de 700,000 habitantes.

La Romana De ser un pequeño pueblo de pescadores, a inicios del siglo XX, La Romana se transformó en una ciudad-puerto por la que pasaban los embarcos de caña de azúcar a Puerto Rico. En esos días la South Porto Rico Sugar Company adquirió grandes extensiones de tierras en la región oriental de la Republica Dominicana, las cuales tradicionalmente habían estado dedicadas a la cría de ganado. La Romana mantuvo su carácter de pequeño “company town” durante gran parte de su existencia. Esta cualidad se hizo más notable a partir de 1918 cuando la South Porto Rico Sugar Company construyó un enorme ingenio de azúcar llamado Central Romana, destinado a procesar toda la caña de azúcar que antes se enviaba a moler a la Central Guánica en Puerto Rico. Como “company town” La Romana debía satisfacer las necesidades de la empresa. Casi toda su población trabajaba en el ingenio o dependía de los empleados de la compañía. Prácticamente la totalidad de las tierras estaban dedicadas al cultivo de la caña o la crianza ganado de la compañía, y si una persona no desempeñaba una función para la compañía, no tenía mucho que hacer en este pueblo. En consecuencia, el crecimiento de la ciudad fue lento durante la primera mitad del siglo XX. En 1935 su población era apenas de 10,912 personas. Quince años después, en 1950, había aumentado a solamente 14,074 personas. Como en otros muchos pueblos que acogían a compañías americanas en los distritos azucareros del Caribe, el espacio urbano de La Romana fue muy ordenado. Sus calles eran derechas, amplias y limpias. Sus casas mostraban cierta uniformidad, siendo la mayoría de madera con techo de calamina. No había favelas a los alrededores, y sus límites estaban marcados en un lado por el río y en los otros tres lados por una calle final. El lado sur del pueblo estaba también delimitado por el ferrocarril que llevaba las cañas al ingenio. Esta factoría presentaba una impresionante estructura con sus elevadas chimeneas que coronaban las altas paredes de metal que encerraban a una de las fábricas más grandes de la isla. Estar en La Romana cuando se molía la caña constituía una experiencia memorable. El pueblo estaba permanentemente inmerso en el aroma dulce y seco del jugo hirviente de caña de azúcar, mientras la población

se sumía en una actividad frenética. El dinero circulaba ampliamente y por unos meses los comerciantes locales estaban muy atareados. Al final de la zafra, el “tiempo muerto” se apoderaba de todo el pueblo, mientras los campos se preparaban para un nuevo ciclo y la maquinaria del ingenio recibía mantenimiento. La actividad económica declinaba, el dinero se volvía escaso y la gente resentía vivir en un lugar donde el único futuro suponía trabajar para la compañía, la propietaria de casi toda la tierra, de la única industria, y de casi todo el ganado de la región. En 1966 la compañía fue comprada por la Gulf & Western Corporation, un consorcio multinacional con sede en Nueva York. Para ese entonces, la fábrica de azúcar había sido ampliada y modernizada varias veces. A medida que Central Romana crecía, también lo hacía el monto de caña procesada y la demanda de mano de obra. Como consecuencia, su población se expandió debido a la inmigración y modernización de sus servicios de salud. En 1970 La Romana tenía ya una población de 38,281 habitantes. En 1970 la Gulf & Western puso en operación una zona franca industrial diseñada para atraer a inversionistas norteamericanos que buscaban una fuerza de trabajo dócil y barata en el Caribe. El establecimiento de esta zona franca tuvo un impacto revolucionario, pues atrajo la atención de la población femenina del pueblo, que hasta entonces se había mantenido al margen de la economía monetaria, desempeñando solo labores domésticas. Casi simultáneamente a la zona franca, la Gulf & Western invirtió enormes sumas de dinero en el desarrollo de Casa de Campo, el resort más grande del Caribe, el cual tuvo un enorme éxito, como hotel y como proyecto de bienes raíces, entre la élite dominicana y la jet set internacional. Su construcción llevó muchos años y su expansión ha continuado sin interrupción durante los últimos cuarenta años. Tanto la zona franca como el complejo turístico de Casa de Campo demandan cada año una creciente cantidad de mano de obra. La zona franca industrial de La Romana se hizo tan grande que la fuerza de trabajo tuvo que reclutarse fuera del pueblo. La inmigración desde otras partes del país fue tan intensa que por un tiempo la demanda de habitaciones no podía ser satisfecha y los inmigrantes y sus familias pasaron muchas carestías, viéndose obligados a establecerse en nuevas barriadas construidas en las afueras de la ciudad. El desarrollo espacial de La Romana fue afectado rápidamente por su rápido crecimiento económico en los sectores de turismo e industria. Hoy en día, La Romana también tiene sus favelas y barrios marginados, así como sus barrios obreros, los cuales fueron construidos por el gobierno y la compañía para satisfacer parcialmente las necesidades de su población trabajadora. Sin embargo, estos proyectos habitacionales siempre han sido insuficientes. Entre 1970 y 1981 la población de La Romana se multiplicó casi tres veces, subiendo de 38,281 a 91,571 habitantes. En la década de los 80, la población creció a un ritmo similar cuando la ciudad se fue transformando por el impacto de la inmigración y del turismo. Nuevos negocios aparecieron, en particular en el sector de servicios. También crecieron los sectores de transporte, comercio y la clase profesional.

Colmadón Jesús Rodríguez 2014

Grupo Bonyé, Casa de Teatro Jesús Rodríguez 2014

Lectura Miguel Cruz 2005

Teatro Max OGM 1955

Bestia fuerte en el Malecón Marvin del Cid 2010

DJ Francisco Rafael Sánchez Cernuda 2011

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XII Juegos Centroamericanos y del Caribe OGM 1974 PÁGINA 244

Juego de voleibol XII Juegos Centroamericanos y del Caribe OGM 1974 PÁGINA 246

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Hoy, en el año 2013, la población de La Romana sobrepasa las 150,000 personas. Casa de Campo, aquel proyecto hotelero de los años setenta del pasado siglo, que comenzó con apenas 128 habitaciones es hoy un modernísimo conglomerado de más de 1,600 villas y apartamentos vacacionales de lujo que lo convierten en el resort turístico más grande de las Antillas.

San Pedro de Macorís San Pedro era un modesto pueblo de pescadores que en el último cuarto del siglo XIX –durante la revolución azucarera iniciada en 1880– se convirtió en el pueblo azucarero por excelencia. Junto con Puerto Plata, San Pedro experimentó una temprana modernización industrial y comercial que duró hasta la crisis azucarera de 1921. Para entonces, San Pedro de Macorís ostentaba un moderno puerto, talleres y pequeñas plantas manufactureras, y varios ferrocarriles que conectaban los ingenios con sus campos de caña. El pueblo tenía calles pavimentadas con alumbrado público; un excelente hospital; un teatro; varios clubes sociales y tranvías. La élite empresarial de San Pedro estaba compuesta por inmigrantes catalanes y sus descendientes. San Pedro recuperó algo de su crecimiento económico en los años 20, llegando su población a sobrepasar los 18,000 habitantes en 1935, pero a partir de la crisis económica mundial de los años 30 muchos empresarios se dieron cuenta que la ciudad se quedaría atrás, ya que Santo Domingo se había convertido en el foco de atención del gobierno. En efecto, Trujillo forzó a la mayoría de negocios del azúcar a operar desde Santo Domingo. Esta política coincidió con la Gran Depresión, originando en pocos años que los habitantes más emprendedores de San Pedro lo abandonasen. El éxodo profesional y empresarial desde San Pedro de Macorís a Santo Domingo, y el cierre de sus fábricas y casas mercantiles en los años treinta, es un fenómeno bien conocido que explica la ruina de esta ciudad. Para 1940 San Pedro se había convertido en un pueblo decadente sin empresas importantes, con muchas casas vacías y sus calles polvorientas; con un muelle letárgico cuyos oxidados edificios de hierro testimoniaban mejores tiempos pasados. Durante más de treinta años el incremento poblacional fue mínimo. Por ejemplo, de los 18,617 habitantes que San Pedro tenía en 1935, quince años después, en 1950, su población sólo había aumentado en 1,259 personas para un total de 19,876 habitantes. Como la emigración continuaba y las condiciones de salud no mejoraban significativamente, la población se mantuvo casi estancada llegando, después de una década, a 21,820 habitantes en 1960. Este estancamiento demográfico y económico iniciado bajo el régimen de Trujillo constituye un estudio de caso perfecto de cómo las políticas discriminatorias arruinaron a un ciudad próspera convirtiéndola en una área decadente. San Pedro de Macorís comenzó su crecimiento después de 1961 al liberalizarse el comercio y tolerarse la inmigración desde los campos cañeros a la ciudad. En la década de los 60, miles de familias campesinas que

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apenas podían subsistir en los campos cañeros llegaron a San Pedro de Macorís. A pesar de sus esperanzas, la mayoría no pudo mejorar mucho en una ciudad que contaba con una modesta vida empresarial. La ciudad dobló su población en diez años, alcanzando 42,680 personas en 1970, lo que evidenciaba su condición de fuente de mano de obra barata. Esta característica hizo de la ciudad un temprano objetivo para quienes buscaban lugares adecuados para establecer zonas francas de exportación y otras industrias manufactureras. Cuando se establecieron estas industrias en los años setenta y ochenta, llegaron más inmigrantes y el mercado local se expandió. Aunque la ciudad permaneció pobre y desorganizada, varios hechos separados ayudaron a atraer la atención internacional y aportaron dinero a la economía local. Uno fue la creación de una universidad privada que se especializó en la formación de médicos para las universidades norteamericanas, la cual atrajo la atención de miles de estudiantes dominicanos y extranjeros. Otro fue la apertura de varias industrias nuevas para la generación de energía eléctrica y cemento, así como las mencionadas plantas de ensamblaje de la zona franca. Y otro fue la exportación de jugadores de béisbol a las Grandes Ligas de los Estados Unidos, en las cuales los dominicanos se distinguen como excelentes y esforzados jugadores. Como centro de reclutamiento para los equipos de béisbol y como pueblo universitario receptor de estudiantes de medicina para el mercado norteamericano, San Pedro de Macorís gozó en los años setenta y ochenta de un crecimiento sin precedentes. El gobierno sostuvo ambas actividades y ayudó a la élite local a modernizar la infraestructura pública, construyendo la zona franca industrial, edificios públicos, facilidades deportivas, avenidas y bulevares. Asimismo, apoyó la construcción del campus universitario y extendió el crédito a los inversionistas industriales en el área. Desde entonces, y durante los últimos treinta años, la ciudad ha continuado su crecimiento y ha estado recibiendo grandes inversiones industriales (factorías de cemento, industrias de zonas francas, grandes plantas de generación eléctrica, campos de entrenamiento para jugadores de béisbol, complejos hoteleros y parques temáticos para turistas). Sin embargo, no ha sido capaz de resolver sus problemas sociales más urgentes. Pareciera que exportar jugadores de béisbol y prendas de vestir a Estados Unidos o recibir estudiantes de medicina del exterior no fue suficiente para recuperar su estatus perdido como moderno centro urbano. La producción de caña de azúcar ha continuado dominando la economía regional, pero no puede dar empleo a todos los jóvenes que entran al mercado de trabajo cada año. Lo mismo puede decirse de la zona franca industrial, de las empresas locales y de la universidad. En 1981 la población de San Pedro de Macorís ascendía a 78,562 personas. Hoy, en el año 2013, supera los 200,000 habitantes y es una de las ciudades más pobladas del país.

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TRANSICIONES

Las grandes transformaciones estructurales descritas en las páginas precedentes han estado acompañadas por una rápida modificación de las costumbres y de las instituciones sociales. La velocidad con que la población se ha adaptado a esos cambios ha sido bastante desigual, pues a la par que ha ido urbanizándose y cambiando de costumbres, la gente continúa conservando hábitos aldeanos o pueblerinos propios de épocas anteriores. Por ello se observan hoy dos sociedades yuxtapuestas aunque paradójicamente imbricadas: una sociedad urbana, más o menos moderna, más o menos educada, más o menos enriquecida y más o menos viajada, compuesta por las clases más pudientes y amplios sectores de la clase media y, por otra parte, una sociedad de gente pobre o empobrecida, poco educada, marginalizada, de origen rural o barrial reciente, familiarizada con el extranjero por las historias personales de los emigrantes y los medios de comunicación, pero con pocos recursos para costear los gastos de emigrar o viajar al exterior. La República Dominicana se presenta entonces hoy como una sociedad dual que se ha modernizado rápidamente en muchísimos aspectos, pero que mantiene todavía ciertas formas de vida pertenecientes a la sociedad rural de la que proviene. Esa modernización ha generado nuevas estructuras de pensamiento, nuevos valores, nuevas costumbres, nuevas instituciones, nuevas formas de vestir, de hablar, de alimentarse, de divertirse.

Selección Dominicana Baloncesto, Santiago Anthony Grullón 2009

Jugadoras de voleibol, Palacio de los Deportes Pedro F. Joseph 2013

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Estadio Cibao, Santiago Ray Víctor 2008 PÁGINA 251

Estadio Quisqueya, Santo Domingo Ricardo Briones 2005

Felipe Rojas Alou bateando Thimo Pimentel c.1968-1970

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Tarde o temprano esos cambios tenían que producirse debido al intercambio comercial y al desarrollo de las comunicaciones con aquellos países industrializados y postindustrializados del norte del planeta que encabezan hoy la revolución tecnológica que ha transformado el mundo en “una aldea digital”, pero en el caso dominicano se puede afirmar que los mismos se han acelerado debido al rápido crecimiento económico del país en los últimos cincuenta años. Tomemos, por ejemplo, el caso del transporte dominado hoy por los vehículos de motor y, entre ellos, por las motocicletas y los automóviles. Hace medio siglo el transporte de personas dependía en gran medida de los burros y los caballos y había lugares, como las zonas rurales de Samaná, en donde se aparejaban bueyes para transportar personas y mercancías. Puede decirse que una de las grandes transiciones vividas por el grueso de la población dominicana ha sido el paso del burro a la motocicleta, aun cuando todavía se observan en las ciudades algunas carretas tiradas por caballos y mulos ofertando productos agrícolas. Igualmente importante ha sido la aparición de las compañías que han revolucionado el transporte interurbano al introducir grandes y modernos autobuses que suplantaron definitivamente los llamados “carros de línea”. Concomitantemente con estas compañías surgieron numerosos empresarios que introdujeron autobuses medianos, llamados “voladoras”, que hoy son responsables de transportar la mayoría de los pasajeros que viajan de un pueblo a otro. Otra transición importante ha sido el cambio en la estructura de las viviendas. Durante siglos la vivienda popular

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dominicana estuvo construida en madera de pino, de palma o de tejamaní, con techos de yaguas y, más tarde, de zinc (con excepción de la zona colonial de Santo Domingo). Gran parte de esas viviendas tenían piso de tierra debido a la pobreza de sus dueños. Hoy, la mayoría de las viviendas dominicanas están construidas en cemento y cada vez son menos las que tienen piso de tierra o las de tejamaní. De estas últimas, que antes dominaban el paisaje aldeano de la Línea Noroeste y el Suroeste del país, quedan poquísimas y son apenas una curiosidad etnológica. Llaman igualmente la atención los cambios en los modos de vestir de la población, así como la desaparición de los harapos que fueron la característica más visible entre las capas más pobres del país y en la población campesina. Producto del intenso contacto con el exterior, particularmente con los Estados Unidos, los dominicanos visten hoy con ropas muy distintas a como lo hacían medio siglo atrás. Proliferan hoy los diseñadores de ropa femenina, de ambos sexos, algunos de los cuales han llegado a adquirir fama internacional. Abundan, además, las escuelas de modelaje que buscan añadir un nuevo ingrediente a la presentación de la mujer dominicana tanto en la moda como en la publicidad, en el mercado de trabajo y en los deportes. La mayoría de las mujeres, que antes usaban largas faldas, enaguas y medias, hace tiempo adoptaron los

Diente de Perro, Casa de Campo Jesús Rodríguez 2014

Rafting en el Yaque, Jarabacoa Juan De los Santos 2012

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Candiles, El Peñón, Bayahibe José Alejandro Álvarez 2011 PÁGINA 256

pantalones en su uso diario y aquellas prendas han quedado para ocasiones más formales. Los hombres, por su parte, que antes gastaban sombreros, ahora andan con la cabeza descubierta o usan gorras beisboleras o cachuchas para cubrirse del sol. Las nuevas formas de vestir de las mujeres dominicanas son solo uno de muchos indicadores de su emancipación económica, social y cultural. Producto de la industrialización, la urbanización y el desmesurado crecimiento de la economía de servicios, la mujer dominicana de todas las clases está plenamente incorporada al mercado de trabajo. Ya el trabajo masculino no es el principal contribuyente al ingreso familiar, ni es tampoco el hombre el único jefe del hogar. Según encuestas recientes, hoy casi la mitad de las familias exhiben una mujer como jefa del hogar. Los ventorrillos y pulperías, que antes eran oscuros y pequeñitos negocios sin frigoríficos, evolucionaron para convertirse en colmados, algunos de gran tamaño, plenamente abastecidos, muy iluminados, muchos de los cuales se convirtieron en “colmadones”, mezcla de tienda de abastos, bar y centro cervecero con música propia y hasta pistas de baile. Hace cincuenta años sólo podían contarse dos “supermercados” en todo el país que, viéndolos a escala de hoy, eran establecimientos muy pequeños: Wimpy´s en Santo Domingo, y el Colmado Victoria en Santiago. Todos los demás eran colmados, pulperías o ventorrillos. Hoy los supermercados dominan el abastecimiento de comida y bebidas en las principales ciudades del país junto con los colmados. Igualmente dominantes son los nuevos grandes centros y plazas comerciales desarrollados según los modelos

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existentes en los Estados Unidos y Europa, que agrupan tiendas de todo tipo que facilitan a sus clientes obtener bajo un solo techo casi todos los productos y servicios que desean. Estos centros, llamados “malls” en inglés, han reemplazado a los parques centrales de las ciudades y pueblos como los principales centros de esparcimiento para la población que desea ir al cine, comprar ropa, alimentos, aparatos electrónicos o artículos de ferretería e, inclusive, se han constituido como lugares favoritos de paseo de la clase media, ya que en vez de ir al parque mucha gente prefiere ir a los “malls”, en los cuales se siente también más segura. Al desarrollarse la nueva economía, industrial y de servicios, y debido a la saturación del tránsito urbano y a las obligaciones impuestas por los horarios de trabajo, muchas personas almuerzan ahora fuera de sus casas. Hace cincuenta años eso era impensable, pues los pueblos y ciudades eran pequeños y la gente tenía tiempo para regresar a sus hogares al mediodía. Para atender a la enorme demanda de servicio rápido de alimentos hoy proliferan, hasta en los pueblos más pequeños, los restaurantes y puestos de comida más diversos, destacándose entre ellos las pizzerías, las sandwicheras y los picapollos. Solamente en los poblados más pequeños, como Constanza y otros de similar o menor tamaño, cierran los negocios al mediodía para que la gente vaya a su casa a almorzar. Hoy la dieta dominicana es muchísimo más variada que hace medio siglo. La apertura comercial vivida a partir de los años 90 del siglo pasado, ligada a la abundancia de colmados y supermercados, ha puesto a la disposición de los dominicanos una copiosa variedad de alimentos que antes eran conocidos y consumidos tan solo por la élite más pudiente y educada. Los dominicanos siguen comiendo su típico arroz y frijoles con carne, pero su dieta se ha ampliado notablemente con una mayor oferta de productos agrícolas y una diversidad de productos procesados que van desde las pastas hasta los enlatados y bebidas de todos los gustos y colores. Esto no solo se observa en el sector urbano y en la clase media. También vale para las clases populares y hasta para los sectores más empobrecidos, pues la República Dominicana ha desarrollado un vigoroso sector de producción de vegetales y frutas, y un moderno conjunto de industrias de productos alimenticios, que han contribuido a cambiar la dieta de la población. El grueso de esa producción va a los hoteles de las zonas turísticas y a los supermercados de las grandes ciudades, pero una parte sustancial también fluye hacia los sectores populares y hoy se ven miles de colmados y cientos de puestos de frutas en las esquinas de las grandes ciudades, así como docenas de camionetas “plataneras” y carretas circulando por los pueblos ofertando sus frutas, vegetales y tubérculos. El aumento de la producción agrícola ha tenido muchas causas que van desde la explosión de la demanda hasta la introducción de nuevas tecnologías y variedades. La apertura de millones de tareas y la formación de una nueva generación de ingenieros y técnicos en agronomía y veterinaria, han permitido el desarrollo de nuevas plantaciones de frutales orientadas tanto hacia el mercado interno como a la exportación.

Hoy proliferan en los mercados los bananos, las papayas, los cítricos, los mangos y los aguacates cosechados en grandes y modernas plantaciones manejadas técnicamente. Hace medio siglo esas frutas se recolectaban de árboles viejos y se comercializaban en pequeñísimas cantidades en las ciudades, pues no había plantaciones comerciales de las mismas. También se ha expandido la oferta de plátanos y de las populares raíces comestibles, como yuca, ñame, yautía, batatas, mapueyes y papas, producidas con mejores controles de calidad. Después de haber experimentado su propia “revolución verde” en el arroz, la República Dominicana está entrando hoy en otra callada revolución agrícola: la producción de vegetales en invernaderos que está llamada a transformar la economía y la ecología de muchas zonas del país, comenzando con los valles intramontanos de Constanza, Jarabacoa, Rancho Arriba y San José de Ocoa. En materia ecológica es mucho también lo que el país ha cambiado en el último medio siglo al acelerarse los procesos de deforestación en numerosas zonas del país, particularmente en las montañas y en las zonas fronterizas. La explotación indiscriminada de los bosques de pino junto con la agricultura y la ganadería de montaña, por un lado, y la penetración haitiana por la frontera en busca de leña para hacer carbón, por otra, han contribuido a la desaparición de grandes masas boscosas y, con ellas, a la extinción de numerosos ríos y arroyos, o a la perdida de caudal hídrico de muchos otros. En compensación, y en la medida en que los sectores medios han ido enriqueciendo y ampliando sus posibilidades de ocio, también ha ido creciendo el número de dominicanos que se aventuran a visitar los parques nacionales con lo cual, poco a poco, se ha venido desarrollando una cierta conciencia ecológica en esos núcleos de población. No obstante, las necesidades económicas de la población rural, la codicia de gente desaprensiva y la creciente inmigración haitiana están ejerciendo presiones muy fuertes sobre el medio ambiente que amenazan seriamente la integridad de los parques nacionales. El montañismo y el alpinismo, que antes eran deportes practicados por unas pocas docenas de personas, hoy están muy extendidos, aunque a veces de manera muy agresiva, como ocurre con los cientos de individuos que se dedican a recorrer el país en motocicletas deportivas, muchos de los cuales penetran destructivamente en rincones remotos antes reservados a los caminantes. Al tiempo que las clases medias y los sectores populares han venido descubriendo el placer de vacacionar en las montañas, un número muchísimo mayor de gente lo hace en las playas. Cincuenta años atrás, el famoso balneario de Boca Chica era un espacio de la élite de Santo Domingo, como lo era Sosúa para Santiago y algunos pueblos del Cibao. Las demás playas permanecían prácticamente vacías durante todo el año y, salvo algunos fines de semana en el verano y en la Semana Santa, era muy raro ver bañistas en esas playas del país, que tampoco eran muy valoradas. Según la población ha ido teniendo acceso a mejores y más abundantes medios de transporte, sus ingresos han ido aumentando y, por lo tanto, pueden disponer de excedentes en el presupuesto familiar, así mismo ha ido aumentando el flujo de visitantes criollos a las playas del país.

Clases de fútbol Gustavo Adolfo Arbona 2013

Corredores del parque Jesús Rodríguez 2014

Body Shop Luis Nova 2014

My tablet y yo Iván Méndez 2014

Ilustradora digital, Hotel Embajador Iván Méndez 2012

Dominicana Moda Maglio Pérez 2014

Estudios Pinewood Indomina Luis Nova 2014

Ciudad de noche Jochy Fersobe 2014

Celebración Jesús Rodríguez 2014

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La construcción de hoteles, moteles, paradores, bares y restaurantes en muchas de estas playas y sus poblados aledaños ha facilitado las visitaciones. Esas zonas son hoy centros de diversión y esparcimiento de cientos de miles de dominicanos durante los fines de semana y en ocasiones especiales, como la Semana Santa. Las compañías productoras de ron, cerveza y cigarrillos estimulan esas visitas con su publicidad y contribuyen a acentuar el proceso de secularización religiosa de la población dominicana, pues esta ya no considera la Semana Santa como época de recogimiento y oración, sino como tiempo de diversión hedonística. El consumo de alcohol, que siempre fue alto en el país, hoy presenta uno de los índices de ingesta por persona más altos del mundo. Tradicionalmente los dominicanos bebían ron y cerveza, pero con el enriquecimiento relativo de las élites y los sectores medios el consumo de whisky, vino y otros licores importados ha llegado hoy a niveles nunca antes imaginados, de tal manera que el consumo de alcohol es mucho más alto que el de leche. Uno de los rasgos más notables de la sociedad dominicana contemporánea es la presencia física del alcohol en los supermercados, colmados y pulperías, sin mencionar los bares y restaurantes, así como el peso de estos productos en la publicidad que se coloca en los medios de comunicación. Acompaña a esta publicidad la proliferación de cientos de grupos musicales que animan los lugares de diversión y las fiestas, así como los programas de televisión en vivo que se presentan diariamente en la mayoría de las emisoras del país. Llama la atención la transformación radical que han experimentado las llamadas fiestas patronales, que antiguamente eran festividades religiosas que promovían la oración y la veneración al santo patrono de las comunidades. De aquellas fiestas sólo queda el nombre, pues durante las mismas prevalecen las libaciones y los bailes animados por nuevas formas musicales que han reemplazado el tradicional perico ripiao, las salves religiosas y los merengues campesinos. Hoy dominan el ambiente musical dominicano, tanto en la ciudad como en el campo, ritmos nuevos o versiones muy transformadas de géneros tradicionales. El contacto con las diásporas latinoamericanas y caribeñas en Nueva York y Miami ha estimulado a muchos dominicanos a aceptar y promover nuevas formas musicales desconocidas hace pocos años, como el reguetón y el merengue urbano. Algunos consideran estos cambios como indicadores de modernización musical, pues los dominicanos se cuentan entre los músicos populares latinoamericanos más propensos a la experimentación. Como resultado, el merengue se ha transformado completamente y ha adoptado compases más veloces que se alejan radicalmente del dos por cuatro tradicional, mientras la salsa, el son y la bachata han adquirido una nueva fisonomía musical. Ya la música popular dominicana no descansa en la güira, la tambora y el acordeón, como antaño. Ahora depende de un instrumental complejo derivado del que utilizan las bandas de rock en los Estados Unidos, enriquecido por una nueva parafernalia de instrumentos electrónicos y digitales. Algo similar ha ocurrido con los juegos infantiles. Hace medio siglo los niños y los muchachos se entretenían y se contentaban con jugar bellugas, volar chichiguas, ensartar embiques, nadar y pescar en los ríos, montar zancos,

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jugar béisbol con pelotas hechas a mano y guantes de lona, montar bicicleta (aquellos cuyos padres pudieran comprarlas), vagabundear por los campos “maroteando” frutas, y con otros juegos tradicionales. Las niñas, a su vez, jugaban muñecas y jacks, cantaban canciones inocentes, saltaban la cuerda, jugaban voleibol o aprendían a coser y a cocinar. Hoy son cada día menos los niños y jóvenes que practican esos juegos. La inundación de objetos del mundo digital está cambiando vertiginosamente las formas de entretenimiento y diversión de la niñez y la juventud dominicanas. Así como la revolución en las comunicaciones ha hecho que ocho de cada diez teléfonos dominicanos sean celulares, las nuevas generaciones están asimilando estas nuevas tecnologías con tal entusiasmo que han terminado descartando aquellos juegos que practicaron sus padres y los están reemplazando con otros digitales. El cine, la televisión y el internet han introducido la República Dominicana de lleno en la cultura digital de la “aldea mundial” y están transformando las conductas, los sistemas de valores y las habilidades de su población más joven a una velocidad tal que los mayores no logran igualar. Al igual que en la mayoría de los países de mayoría cristiana en el “occidente” del planeta, la modernización ha estado asociada también con una profunda revolución sexual que se aceleró después de la Segunda Guerra Mundial y ha ido abarcando cada vez más sociedades, antes “subdesarrolladas” del llamado Tercer Mundo. La República Dominicana, por su cercanía con los Estados Unidos, comenzó a vivir esa revolución desde principios de los años 70 del siglo pasado, y desde entonces las costumbres no han dejado de cambiar al ritmo que lo hacen los modelos norteamericanos y europeos. En consecuencia, muchas de las antiguas restricciones y tabúes se han caído y hoy los dominicanos exhiben, abiertamente, una libertad sexual desconocida hace cincuenta años. Se puede decir que el impacto del cine y la televisión, muy anterior al del internet, prepararon a la población culturalmente para asimilar esos valores y adoptar esas nuevas conductas. También para recibir e internalizar las nuevas tecnologías. De tal manera ha llegado el cine a ser una pasión dominicana que en los últimos años ha venido emergiendo una nueva industria de producción de películas y el país tiene hoy uno de los estudios más modernos del mundo, Pinewood Indomina Studios, que tecnológicamente se diferencian poco de las grandes instalaciones de Hollywood. La televisión, junto con la radio, también ha tenido un efecto notable en la unificación del habla nacional. Todavía en 1963 era posible detectar las diferencias regionales de pronunciación y entonación en el lenguaje dominicano. Los sureños, por ejemplo, arrastraban las erres, los cibaeños enfatizaban las íes, los capitaleños las eles, los puertoplateños pronunciaban las erres como si hablaran inglés y así por el estilo. Hoy, debido a la estandarización de la pronunciación establecida en las escuelas de locución practicada por

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la mayoría de los comunicadores, es posible afirmar que la modernización del país ha traído consigo, si no la eliminación, al menos la disminución de las diferencias regionales en el habla nacional. Muchas otras costumbres y normas de vida han cambiado también. Por su número y variedad no es posible mencionarlas todas en estas páginas. Pero hay algunas que son también indicativas de la modernización reciente de la sociedad dominicana. Por ejemplo: ahora los dominicanos hacen filas en los establecimientos cuando esperan recibir algún servicio. Casi de ayer eran los tumultos, los conflictos y las querellas entre parroquianos en casi todos los establecimientos que no sabían o se negaban a organizase en orden de llegada para recibir los servicios buscados. Esa norma de hacer filas, recientemente aceptada y practicada, es en parte uno de los resultados del aprendizaje cultural de los cientos de miles de dominicanos que han emigrado a los Estados Unidos y Europa, y han retornado con esa útil costumbre que resulta funcional en conglomerados urbanos densamente poblados como es el caso de Santo Domingo, de donde se ha extendido al resto del país. Otro rasgo de modernidad, completamente distinto, es la creciente costumbre de los dominicanos de hacer uso de los bancos para manejar sus finanzas personales. Hace cincuenta años, ya lo hemos dicho, había muy pocos bancos en el país. Entonces la función de esas instituciones se limitaba mayormente a servir a las empresas y negocios de cierto tamaño. Gran parte de la población ahorraba “bajo los colchones” o entregaba sus dineros a comerciantes o gente rica para que se los administraran. En los pueblos y en los campos proliferaban los prestamistas que cargaban altos intereses a sus clientes. Hoy parece absurdo, pero hace medio siglo los mismos bancos cobraban un interés por los depósitos. La economía monetaria estaba tan poco desarrollada que hasta en los poblados más importantes muchas personas practicaban el trueque. El crecimiento sostenido de la economía ha hecho aumentar exponencialmente la circulación monetaria y a partir de enero de 1964, fecha de la apertura del Banco Popular Dominicano, el país ha desarrollado un vigoroso sector financiero al cual la mayoría de la población se ha acostumbrado. Resultado: la mayor parte del ahorro nacional se guarda hoy en los bancos y otras instituciones financieras, y de ahí circula al resto de la economía. Finalmente, es preciso mencionar también los cambios sustanciales en el sistema político. En 1961 la República Dominicana estaba gobernada por una dictadura totalitaria, la más larga de América, de 31 años. Al caer Trujillo muchas personas aspiraban a vivir bajo un régimen de derecho y libertades, pero la cultura política respondía a una mentalidad autoritaria y por ello el país vivió en 1963 la traumática experiencia de un golpe de Estado contra el primer gobierno elegido democráticamente desde 1924 y, diecinueve meses después, una sangrienta guerra civil. En los últimos cincuenta años los dominicanos han luchado continuamente por construir una democracia funcional. El trayecto ha sido muy difícil, lleno de obstáculos que han ido cediendo en la medida en que las nuevas

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generaciones han venido incorporándose a la vida cívica portando nuevas ideas –conservadoras, liberales o revolucionarias, no importa– que rechazan volver atrás y prefieren la alternabilidad democrática al continuismo dictatorial. Durante este período los dominicanos han creado más de cien partidos y movimientos políticos de todas las tendencias, de los cuales quedan unos pocos que realmente tienen sustancia institucional, pero los principales expresan ideologías sociales contemporáneas y si en algo están de acuerdo es en trabajar por el desarrollo económico, la consolidación de la democracia y la modernización del país. Simultáneamente con ese proceso, tan pronto cayó la dictadura de Trujillo la sociedad comenzó a organizarse en una miríada de instituciones civiles de todo género. Surgieron y siguen surgiendo los grupos de intereses más diversos: sindicatos y organizaciones patronales, asociaciones ciudadanas, movimientos cívicos, fundaciones e instituciones sin fines de lucro, agrupaciones estudiantiles y campesinas, afiliaciones religiosas, deportivas, culturales, en fin, una amplísima gama de instituciones que expresan un desarrollado pluralismo que dista mucho de la centralización que heredaron los dominicanos en 1961. Ese dilatado y rico pluralismo es uno de los fundamentos de la democracia que vive hoy la República Dominicana.

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the great change THE SOCIAL AND ECONOMIC TRANSFORMATION OF THE DOMINICAN REPUBLIC

1963 2O13 frank moya pons

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Presentation

Since its inception, on August 23rd 1963, Banco Popular Dominicano reflected two of its main corporate commitments; accordingly, making them a reality, since its opening to the public on January 2nd 1964, it has bestowed a distinguishing feature upon the financial entity and its subsequent rooting and influence in society. These two original commitments were: on one end, the democratization of banking services for the benefit of broad sectors of the population, which were deprived thereof by the prevalence of foreign banking in the country; and on another end, a strong desire to serve society, which alongside its unique role as a catalyst for economic progress, would hence serve as lever to promote important changes in the living conditions, social and institutional development and the human growth of the Dominican population. With these clearly established ideas, Banco Popular Dominicano founder, Mr. Alejandro E. Grullón E.; Chairman Ad-Vitam and Advisor Emeritus of Banco Popular, as its main branch, and of Grupo Popular, as headquarters, achieved the support of an emerging entrepreneurial class from the Cibao region, concentrated in the Association currently known as Association for Development, Inc. (*in Spanish, Asociación para el Desarrollo) (APEDI), and of the agro industry, commercial, professional groups, as well as the middle class in all regions nationwide, in order to materialize the vision of the first commercial bank founded with private capital throughout the country’s history. After five decades of continuous service to its customers, shareholders, the general public and civil society, Banco Popular has not only maintained and strengthened those commitments, but has also deepened and diversified them, to become what is known today as a business of permanent social value, which has joined the Dominican Republic in its ongoing process of great changes in areas such as the economy, industry, trade, roadway, urban, architectural and tourist infrastructure development, strengthening of legal-political institutions, such as the progress achieved in science, the arts, telecommunications, technology innovation, education and improvement in the quality of life of thousands of families, which, through entrepreneurship or financial and social inclusion, have written their own small and great success stories, which bear the Popular brand.

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When we review, at the hand of renowned historian Frank Moya Pons, the great changes the nation has undergone as well as the Dominican mindset and way of life throughout the last fifty years, Banco Popular Dominicano’s presence is felt all throughout this important transformational, modernization and strengthening process of the economic and social pillars of the Dominican Republic in the second half of the XX Century and the commencements and perspectives of this current century. These pages bear witness not only of the vast structural changes within our country’s society and economy amid the last five decades, accompanied by the channeling of resources and Popular’s vast vocation for social service, but also the quality changes in the people’s traditions and behaviors, in public and private services, in urban spaces and rural lifestyles, demographics, culture and education, among other aspects in the life of a People that has in no way been unfamiliar to the great changes experienced due to the globalization process in the economy and planetarization of society, together with its virtues and limitations. Likewise, this publication, which commemorates Banco Popular’s 50th year of institutional life, has been illustrated with authentic photographic images by approximately 50 national photographers, whom have captured different moments and stages of everyday life and the history of a nation known for its hard work and its faith in conquering to attain a more promising future for all strata of the population. We hope readers welcome this new bibliographical contribution developed by our financial organization, whose sole purpose is to evidence, through the conjugation of social sciences and art altogether, the transcendental changes that our nation has undergone throughout the last five decades, and how Banco Popular, its corporate philosophy, its unique service and business model, based on ethic principles and human values, have been the cornerstone for this development and for the transformation of the Dominican Republic and its vision of the future.

Manuel A. Grullón Chairman of the Administration Board and CEO of Grupo Popular. President of Banco Popular Dominicano.

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-------1 THE ROOTS OF THE CHANGE: A REVOLUTION IGNORED

Few Dominicans realize that their country has been experiencing a significant revolution over the last fifty years. A capitalist revolution that began at the end of the nineteenth century and has been gaining momentum over the years until it has become inexorable, leading the inhabitants of this country to adopt new ways of life, values and customs. This revolution began when the liberal governments of that time, who had assimilated the ideology of progress, decided to attract foreign capital by offering fiscal incentives and free land in order to promote investment in the creation of sugar mills and sugar cane, coffee, cocoa and banana plantations. This policy was successful. Cuban, North American, British and German investors soon migrated to the Dominican Republic, bringing their capital, acquiring land, importing machinery and equipment, building sugar mills and establishing tropical fruit plantations. Consequently, in a matter of a few years, the Dominican landscape began to change substantially as plantations took over enormous areas of flat land that had been occupied by cattle ranches, uninhabited savannas and forests. The Dominican Republic, which until then had depended on the production of tobacco, the exploitation of mahogany forests, and the raising of cattle, experienced a rapid shift towards a plantation-based economy whose production was oriented towards the world market. In less than twenty years sugar replaced tobacco as the leading export product, even though for a brief period at the beginning of the twentieth century cocoa surpassed sugar as the export leader. The rise in prices provoked by the First World War catapulted sugar once again into first place where it remained for the rest of the century. Concomitantly, the exportation of coffee and bananas increased, and new cocoa plantations appeared whilst the tobacco farms expanded. The foreign exchange generated by these exports stimulated the development of a large commercial sector which demanded goods produced and manufactured in industrialized countries. This commercial sector became very dynamic during the first three decades of the twentieth century and, in conjunction with the export sector, greatly contributed to the urban growth of Santo Domingo, San Pedro de Macorís, Santiago, Puerto Plata, Sánchez, La Vega and Montecristi. The expansion of the money supply strengthened consumption amongst the poorest strata of the population and stimulated the development of a large artisanal sector which produced furniture, clothing, shoes, brandy, cigars, hats, brass items, leather goods, chocolate and soap. It also increased the importation of equipment, machinery, vehicles, food, clothing and shoes, agricultural implements, books and magazines, glassware, and beverages. All of this occurred under a regimen of free commerce and trade supported by the circulation of the U.S. dollar, which was the lawful currency because the Dominican Republic was impeded from the emission of its own currency by virtue of the restrictions imposed by the Dominican-American Convention of 1907, which turned this country into a financial protectorate of the United States. The First World War made the Dominican Republic even more dependent on the United States who, in 1915 and 1916, imposed military administrations on both sides of the territory that expelled German business owners and prohibited them from doing business on the island. Until then, Germans had controlled the Dominican tobacco market and the Haitian banking sector. During the military occupation, the country stopped importing many European products which were then substituted by products made in America. The Tariff Law of 1919 accelerated the inundation of American products to the Dominican market and favored the installation of numerous businesses representing

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and selling American goods, leaving the country thereafter linked to the material culture of the United States. To defend Dominican producers, the administrations of Horacio Vásquez and Rafael Trujillo resorted to a plan of imposing taxes on the consumption of imported products, however the deep economic crisis in which the country was submerged in from 1930 due to the Great Depression impeded the growth of capital that could be invested in industry. With the exception of a few commercial establishments owned by immigrants or descendants of Arabs and Spaniards, the commercial sector was a universe of family-owned microenterprises. Large industry was still territory into which very few could foray since the accumulation of substantial capital was concentrated with Trujillo and his associates. Until then, the principal industrial facilities were the sugar mills and a few factories producing cigars and cigarettes, beer and rum, and matches, as well as rice mills and coffee factories. The rest were small family businesses producing furniture, mattresses and pillows, carbonated beverages, cheese and butter, chocolate, starch, lard, shoes, purses and hats. One had to wait until the eruption of the Second World War for the Dominican economy to regain the dynamism of days gone by. The principal manufacturing centers were Santiago de los Caballeros, Puerto Plata, San Pedro de Macorís and, more timidly, La Vega and Santo Domingo. In Santiago, for example, workshops experienced a notable boom, particularly those dedicated to the manufacture of shoes and shirts. Santiago also had the largest cigar and cigarette factory in the country, as well as rum factories. This city, along with La Vega, also manufactured straw hats and leather goods, and exploited pine forests in the surrounding mountains. Puerto Plata, for its part, was the most “industrialized” city in the country along with San Pedro de Macorís. Since the beginning of the century, Puerto Plata supplied the Cibao market with matches, cheese, butter, salami, soap, flour, crackers, rum, men’s clothing, hats, shirts, pasta, leather goods and furniture. San Pedro, for their part, produced shirts, furniture, soap, face powder, starch, skins, ice and flour. During the Second World War, the dictator Trujillo used the tremendous foreign exchange earnings, generated by the increase in the price of exports, to finance the development of new industrial facilities to substitute imported goods. Until then, the majority of the workshops and factories were concentrated in Santiago, Puerto Plata and San Pedro de Macorís. But now, with the dictator Trujillo at the head of an emerging industrial group, new factories were installed in the capital of the Republic and its surroundings, thereby producing a geographic relocation of the Dominican industrial center. Between 1945 and 1958, Trujillo and his partners constructed important facilities for the production of cement, asbestos products, vegetable fats, bags and twine, nails, meat, beer, textiles, alcohol, beverages, sugar, flour, asphalt, chocolate, glass bottles, paper and cardboard, chemical fertilizer, wood, furniture, shoes, pharmaceutical products, polished rice and other products. The concentration of many of these establishments in the capital and its outskirts ended up changing the solely administrative character of the city, converting it into a manufacturing center to which flocked tens of thousands of Dominicans from the country and cities of the interior in search of work. The governments that came to power after the first US military occupation maintained many of the public health programs which had been initiated by the Americans. They continued with de-worming and vaccination campaigns, constructed new hospitals and fostered the training of new doctors. The introduction of antibiotics at the end of the 1940s radically cut the mortality rate and assured higher indices of infant survival. In 1944, Dominican politicians still believed that the country was underpopulated and so they encouraged the birth rate by offering incentives to large families,, which indicates that the explosive population growth phenomenon was not apparent until the census of 1950, in which the Dominican population was registered at 3 million inhabitants, which contrasted with the scant one million inhabitants registered in 1920.

At that time, many congratulated the government, considering it to be responsible for the demographic increase in the country which, they believed, was a sign of social maturity and development. From then on, they thought, it would be possible to supply workers to the Dominican economy which for many years had been seen as being limited due to a labor shortage. This belief had led administrations in the nineteenth century to resort on more than one occasion to immigration promotion policies. The expansion of the population forced the government to enlarge its bureaucracy and enhance public services, whilst at the same time increasing the number of men employed in the armed services in order to meet the defensive requirements of the Trujillo regime, which found itself permanently threatened from abroad; which shows they increased the jobs in the tertiary sector. Investment in health infrastructure instantly made urban life more attractive than rural life for many farmers and landless laborers who, captivated by the dream of finding work in newly founded industries, began to give shape for the first time to a wide urban labor market. From this, Dominican industry fed off of cheap labor in recent years. With the increase in the population employed in industries and workshops, little by little a new middle class developed which received a great push between 1948 and 1958, thanks to the sustained growth of the Dominican economy. This, in turn, was supported by the good prices enjoyed by it’s export products during the Korean War. The increased demographic expanded the demand for food and stimulated production. A firm policy of agricultural colonization led to the opening of hundreds of thousands of hectares (tareas) of land that until then had remained unexploited. The construction of numerous irrigation canals in uncultivated fields led to the planting of rice and plantains, while the extraordinary increase in cattle ranching and the development of new crops (such as bananas, yucca, corn and vegetables) considerably widened the rural Dominican horizon during the 1940s and 1950s. School enrollment also increased and the number of university graduates multiplied. Both the number of schools and the number of enrolled students quadrupled between 1936 and 1956. The University of Santo Domingo, which had been reorganized in 1932 and had maintained a student body population of about 1,000 students for many years, saw its enrollment increase to 3,000 students by the end of the 1950s. The university continued to graduate about 100 professionals each year, providing the country for the first time in its history with a new professional middle class that would end up occupying positions of social, political, and economic leadership in the country. Many of these professionals left to complete studies abroad and returned with new ideas, becoming carriers of modern, technological innovation in diverse fields and specialties. All of these changes, however, were not enough to satisfy the basic needs of the population due to the fact that the economic growth and industrialization of those years was founded on a system of family-owned monopolies which, with the support of a tyrannical political regime, took advantage of the development of Dominican wealth to accumulate enormous savings that were transferred abroad. By the end of the 1950s, it was evident that the hospitals that had been constructed were insufficient, the schools could not cope with the population, illiteracy had grown, and the cost of living had increased while salaries remained frozen. Each day there were more unemployed wandering around the cities, while the close-knit Trujillista oligarchies drained the country of the capital that should have been reinvested in the creation of new jobs. The emergence of a rural proletariat, which was growing larger day by day due to the government’s pro-birthrate policies, and which was growing poorer because of the continual loss of their lands, accelerated the process of marginalized urbanization, throwing into the peripheral zones of the country’s principal cities an enormous mass of men and women who were without education, health, employment or land. This process of marginalization was already noticeable by 1960 and accel-

erated rapidly during the following decades, creating a great mass of seasonal workers, day laborers, and scroungers, who have come to constitute an easy market for the hiring of cheap labor in the Dominican economy. It might be said that in 1930, Trujillo received a society that had two classes, and was traditional, provincial, backward and poor, and left, upon his death, a society that was in transition but still underdeveloped, with a capitalist system deformed by its monopolistic industrial growth. By putting the control of the country’s resources into the hands of a completely unscrupulous family, the nation was deprived of the opportunity to experience economic development with a more just distribution of the country’s wealth. Apart from the local chambers of commerce and a few guilds and social clubs, at that time there were no viable business, professional, student or labor associations. True democratic participation in political life was truly non-existent. As urban development had concentrated itself in the cities of Santo Domingo, San Cristobal and Santiago, other towns of the country were plagued by inefficient social and health services. Roads and highways were very deteriorated due to the economic collapse suffered by the country in the latter days of the dictatorship. Dominicans at that time did not realize that, in addition to the social costs, the economic growth and enrichment of Trujillo’s elite was occurring at the expense of natural resources like pine, mahogany, and green ebony forests. The deforestation of millions of hectares of land to make room for plantations, ranches and farms contributed to the drying up of many streams and rivers and precipitated the deterioration of the most important river basins in the country. The costs of the capitalist revolution were becoming more and more evident in the twilight of the Trujillo dictatorship. In 1961, the country confronted the following reality: a population of three million inhabitants of which seventy percent lived in the countryside; twenty-five percent of the country’s inhabitants were illiterate; and towns and cities were beginning to receive massive waves of rural families who were fleeing the misery of the countryside and arriving to construct shanty towns on the margins of the cities and towns. This was the reflection of an agricultural sector that showed signs of stagnation, for production was more a result of the opening and colonization of new lands than of the modernization of cultivation techniques; agriculture in which the use of machines, fertilizer, better seeds and pest control were very limited; and a rural economy dominated by sugar plantations that generated sixty percent of the country’s foreign exchange, but was sustained on the basis of a rural proletariat that was growing ever poorer.

------- 2 ECONOMIC GROWTH

When Trujillo died the national economy was sustained by only a handful of primary products destined for exportation (sugar, coffee, cocoa, tobacco and bauxite) and had an incipient industrial base supported by small and medium-sized factories that struggled to substitute imports and supply the limited internal market. During the last fifty years, the Dominican economy stopped being an export economy of primary products to evolve into a much more diversified economy in which no product is as dominant as sugar was. In 1961, sixty percent of the country’s foreign exchange depended upon sugar. Today, sugar represents barely six percent of the value of all national exports. The growth figures for the national economy are so high that even after deflating them they show an enormous increase in the nation’s productive base that nobody could have imagined forty years ago. For example, in 1960, the real gross domestic product (GDP) of the country was barely 790 million dollars. Today, in 2013, it is superior to 48 billion dollars, sixty times higher since the death of Trujillo.

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Other countries in the world have also grown significantly in the course of the last fifty years, but Dominican economic growth has been one of the highest in Latin American for several decades. Due to this, the Dominican Republic, which in 1950 had one of the lowest per capita GDP in the Americas, rose above that of nine other countries by 2005 (Jamaica, Ecuador, Paraguay, El Salvador, Bolivia, Cuba, Honduras, Nicaragua and Haiti). Among the many indicators that may be used to demonstrate this growth, one only needs to look at the national budget which in 1961 was RD$184.7 million, equivalent to $184 million dollars, whereas the national budget in 2013 is sixty-five times greater: RD$516 billion, equivalent to more than $12 billion dollars. At the end of the Trujillo Era the Dominican State spent sixty-one dollars per year per citizen; today it spends 1,200 dollars, which is twenty times more. Dominican economic growth in the last half century may also be appreciated by looking at the indicators of certain industrial and agricultural products, such as cement, beer, rum, cigars and cigarettes, cooking oils, soap, chocolate, coffee, salt, rice, plantains, bananas, beans and tubular vegetables, among many others. In some cases, production has multiplied several times, as is the case of rice which, after the so-called green revolution, experienced a jump in production of more than ten times thanks to the opening of newly irrigated lands, the introduction of new varieties and seeds, and the use of better methods of pest control and post-harvest management. The production of beer, another indicative product, has multiplied forty-five times; cement, more than one hundred times; cooking oils, seventy times; rum, more than twelve times; poultry, from almost nothing to 750 million pounds annually; and almost the same can be said for the majority of products of mass consumption. Economic growth has been driven by the implementation of policies intended to develop the country’s productive infrastructure. Between 1966 and 1978, for example, the Dominican State placed a great deal of emphasis on a fiscal austerity program and orthodox management of monetary policy which allowed them to amass savings to carry out public works designed to stimulate production. The State encouraged industries oriented towards the substitution of imports, and constructed numerous dams, rural aqueducts and irrigation canals. It opened hundreds of new roads to facilitate the transportation of agricultural products. It constructed new highways, airports, public buildings, streets and avenues in the principal cities of the country. It protected foreign investment in the mining and tourism sectors. It emphasized programs for agrarian reform and the colonization of new lands that were incorporated into production. Further, it stimulated the opening of free zones for exports. And it stimulated the emigration of Dominicans abroad to relieve demographic pressure on economic resources. The administrations that governed the Republic between 1978 and 1986 tried to correct the most visible distortions in unequal economic growth that some of these policies generated. To increase employment they incorporated tens of thousands of people into the government payroll. This consequently brought a visible expansion in current public expenditure that stimulated consumption and caused inflation, so the government had to meet its need for cash through the printing of unbacked paper money. The increase in monetary circulation contributed to the expansion of aggregate demand, but since the productive base was insufficient to meet it, imports grew and, as a consequence, the deficit in the balance of payments was exacerbated which, in turn, caused devaluation. This situation, along with a growing deficit in the public sector caused by the enormous losses incurred by the state-owned enterprises inherited from Trujillo, sparked a fiscal crisis and forced the government to resort to external debt. By 1982, the Dominican economy had entered into a state of crisis very similar to that which was then being experienced by various other Latin American countries. Public enterprises were on the verge of bankruptcy in spite of enormous government subsidies. Industry was insufficient to supply the

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country, and thus large quantities of food and manufactured goods had to be imported. The balance of payments deficit affected the country’s foreign reserves. Inflation affected the poorest sectors. The electric system was insufficient to meet the national demand and incurred great deficits which the State had to cover. Fiscal revenues also were inadequate and the public deficit went into an ascending spiral. A strict economic stabilization program with the International Monetary Fund, between 1985 and 1986, helped the country exit from the crisis and the economy began to grow again, albeit more slowly. The government maintained the stimuli and protections for the agricultural sector. It also continued to support the development of new free zones, emphasized the process of agrarian reform and the distribution of land, continued to protect industries focused on import substitution, approved new investment in banking, and gave continuity to the open door emigration policies towards the United States. However, between 1986 and 1996, the new leaders again began to resort to internal debt and unbacked monetary emissions to finance infrastructure projects and to stimulate the economy. The currency once again entered an accelerated process of devaluation. The social situation notably deteriorated due to policies that froze salaries, producing numerous populist protests. Between 1989 and 1991, a scarcity of food products became critical and the flight of capital began to affect the economy. The situation of the emerging middle class and of the poor thereby worsened, and emigration abroad intensified. While in 1984, the number of indigent Dominicans was more than one million, in 1989 this number had doubled until it surpassed more than two million. In the same year, fifty-seven percent of Dominicans lived below the poverty line. The country then fell into a deep economic and moral crisis, much greater than that experienced during the Great Depression of the 1930s. It was a short crisis, of only two years, but during those months the country suffered a chronic shortage of gasoline, flour, milk, sugar, and basic foodstuffs. Disenchantment and frustration lowered spirits and Dominicans lived through long, anguished months in the face of an uncertain future that contrasted greatly with prior decades of sustained growth. Attracted by a favorable exchange rate for foreign investment and by several years of negative interest rates in Europe and Spain, foreign investors began new projects in hotels and resorts that invigorated the tourism sector, which was amply protected by incentive laws and benign fiscal oversight. The government intended to maintain industrial protectionism, but the importation sector, which already had acquired a large importance due to the country’s dependence on imports, began to push for the liberalization of the economy. International cooperation agencies did the same. The government thus found itself obliged to negotiate a shift in economic policy. Between 1991 and 1996, the country entered into a new growth dynamic thanks to the execution of significant economic reforms oriented towards the liberalization of the economy, eliminating bureaucratic, fiscal and monetary obstacles. The currency was allowed to float freely so that the exchange rate reflected market fluctuations, the emission of inorganic paper money was suspended in order to rein in devaluation and inflation, customs procedures were institutionalized including the payment of duties, burdensome taxes affecting exchange operations were eliminated, the external debt was renegotiated, and a tax reform favoring an increase in fiscal revenues while eliminating tax exemptions was introduced. In sum, a package of reforms was agreed upon by the main sectors of society and, therefore, in a matter of two years the national economy was put back on a positive track. Thus, with the exception of the fall of GDP in 2004 due to a serious financial crisis produced by the bankruptcy of important banks, the Dominican economy has continued to grow steadily. The opening of the economy and the dismantling of certain industrial protectionist schemes has favored economic competition and permitted the installation of thousands of new businesses which previously had been restricted from entering the market.

Tax reforms have increased public revenues, and all administrations have had ample surpluses to invest in public infrastructure projects, and also to disproportionately increase the state bureaucracy, which has created a mass of state-subsidized consumers who help maintain aggregate demand. Resulting from the economic reforms and the opening of the economy, and strengthened by the signing of several free trade agreements, many industrialists have been returning to being importers of not only intermediate goods but also of final goods. For their part, government administrations have utilized their income to carry out large projects that the country demanded due to urban growth and the appearance of new population centers. The most visible of these projects: dams, highways, aqueducts, irrigation canals, overpasses and tunnels, urban railways and airports. A legal reform that requires the State to deliver ten percent of the national budget to municipalities has stimulated competition among these municipalities for the construction of ornamental, health and environmental improvement projects, consequently sparking an evident physical renovation of cities and towns. Municipal construction of parks, sidewalks, sewers, gardens, aqueducts, slaughterhouses, and street lighting and asphalting systems is transforming the appearance of cities, towns and villages throughout the country. State investment in public works, as well as that of the private sector in the construction, communications, mining, commerce and tourism sectors, has been the driving force behind Dominican economic growth during the last fifty years. However, as time has gone by, the State’s percentage share in the total amount of investment made in the country has been shrinking, which points to the private sector’s accelerated growth as an agent for economic expansion. To appreciate this we only need to look at the enormous multiplication of new businesses which has taken place over the past twenty years. The country today has more than 58,000 formally registered businesses which, together, employ more than a million and a half people. These businesses range from the smallest in which the owner is the only worker to the largest with more than ten thousand employees. In addition to these, there is a large universe of microenterprises of which more than half are informal entities. A survey conducted in 1992 registered 330,000 microenterprises in the country. Another survey counted 690,000 in 2009. Today, in 2013, a new survey conducted with the same methodology as the previous ones found that the number of these very small businesses has risen to almost one million which provide employment to at least one a half million people. These entities represent today more than ninety percent of all businesses existing in the country. Large companies, meanwhile, have continued to grow until reaching dimensions that were unthinkable forty years ago. Today there are commercial enterprises, such as Grupo Ramos, S.A., for example, who have almost 10,000 employees; or like Central Romana with more than 8,000, Banco Popular and Centro Cuesta Nacional each have more than 6,000, and the Tabacaleria de García with more than 5,000. These are the largest private individual employers in the country, each one providing work to more than five thousand people. But there is an even larger group of one hundred and forty-seven businesses which employ between one thousand and five thousand people each. Another group of two hundred and eleven companies exists, each with a payroll that encompasses between five hundred and one, and one thousand employees. The size of these companies greatly contrasts with that of Dominican businesses half a century ago. In 1963, for example, the average number of employees in industrial businesses was forty-nine. The largest were sugar mills, of which there were five that had more than six thousand employees, the majority of which were sugar cane cutters contracted seasonally. The Dominican State is another large employer. There are departments, like the Ministry of Education, that have more than 117,000 employees, which exhibits an enormous bureaucracy. The Ministry of Public Health has more

than 61,000; Agriculture, more than 8,000; Public Works and the Attorney General’s Office, more than 6,000; the National Institute of Potable Water, the General Customs Authority and the Institute of Hydraulic Resources, more than 5,000 each. Economic growth is reflected in all indicators. Everything has grown in the country: the population has increased and, therefore, the number of homes. Urban centers have grown and, as a consequence, the demand for public services. These demands have been addressed unequally and have brought about great imbalances between urban and rural zones, as well as among regions, cities, and towns. Agricultural and industrial production has also increased, in the same way that service-oriented businesses of all types have multiplied. State bureaucracy, private employment, school and university enrollment, tourist flows, transportation fleets, the number of hotels and rooms, the number of hospital beds, and the number of graduates from national and foreign universities have all grown. Everything has increased. Much of Dominican economic growth has been financed by external and internal debt. The dictator Trujillo left the country with barely fourteen million dollars of external debt. Today, at the end of 2013, the central government’s total external debt is greater than 20 billion dollars, while internal debt exceeds 7 billion dollars. Inflation and devaluation have also been among the costs of economic growth, and today the majority of goods and services which Dominicans buy cost between one hundred and five hundred times more than in 1963. The currency also has lost a similar proportion of its value. Today, the country possesses a dense and modern roadway infrastructure; a vehicular fleet that surpasses two million automobiles; a hotel industry that may accommodate more than four million tourists per year; an international airport system that receives more than four million visitors annually; and an extensive system of urban and rural aqueducts that provide drinking water to the majority of the population. The country has, in addition, a commercial sector that is very competitive and confident about the continuation of economic growth. It expresses this confidence through the construction of large commercial centers unlike any found in any other city in the Caribbean. Other very dynamic sectors are represented by 379 radio stations and 46 television stations, the majority of which entertain and inform the country twenty-four hours a day; a million microenterprises that provide employment to a million and a half people; thousands of metal spare parts workshops distributed in cities all over the country; large mining companies; and modern electric generation companies who, despite increasing energy production, are not able to cope with the country’s demand. The great change experienced by the Dominican economy is epitomized by the extraordinary growth of the financial sector whose indices are the best reflection of the growth of the nation’s productive sectors. In 1962, there were barely five commercial banks in the country, four of which were foreign (Royal, First National City, Chase and Scotia). The two Dominican banks were Banco de Reservas, state-owned, and a small family-owned entity, the Banco de Crédito y Ahorro. There was also the Banco Agricola e Industrial which was dedicated primarily to the collateral of the country’s rice harvests, though on occasion granted loans to the sugar industry and to some businesses needing to finance the purchase of equipment and machinery. Although the country was going through a capitalist transformation, the size of the economy at that time was very small judging by the most important banking indicators. In 1963, for example, total assets of the commercial banks, private as well as state-owned, barely reached 114 million pesos, equivalent to approximately the same amount in dollars. Fifty years later, in mid-2013, banking assets totaled more than 22 billion dollars. The same may be said of the outstanding loans of the commercial banks half a century ago. In 1963, they barely reached 85 million dollars. Today they exceed 12 billion. At the same time, demand deposits multiplied almost a hundred fold, going from barely 157 million dollars in 1963 to 15 billion

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in mid-2013. Another indicator of the financial sector’s development is the number of people possessing one or more credit cards issued by banks. At the beginning of 2014 in the Dominican Republic, there were 2.5 million credit card holders which represents more than one third of the country’s adult population. In addition to the factors mentioned, Dominican economic growth has also been driven by the construction of so-called industrial free zones and by the development of a dynamic tourism sector. For almost two decades the free zones were the principal motor behind the creation of productive jobs. Nonexistent before the creation of the first park of this kind in La Romana in 1969, free zones proliferated rapidly, favored by fiscal incentives granted by the State and by an ample labor supply that allowed the payment of lower salaries than was possible in other parts of the world. As a consequence, the number of industrial parks increased from six in 1985 to fifteen in 1989, with the mass of workers and employees burgeoning until reaching more than 100,000 at the end of that last year. During the 1990s, free zone industries continued to expand to the point where there were 469 enterprises installed in 1995, which provided employment to more than 160,000 workers. Today, in August of 2013, free zones constitute the country’s main source of employment, generating almost 200,000 jobs in 538 businesses in 53 industrial parks scattered throughout the country. Only the tourism sector may exhibit a similar dynamic in the creation of jobs, with the singularity that it also has become the country’s principal foreign exchange generator and one of the most powerful forces of change that the country has had in its history. Until the promulgation of the tourism incentive law in 1971, the country attracted visitors in a passive manner and there were few hotel facilities. The majority of the foreign visitors were from the United States who came to the country for short periods, mixing pleasure and business. The city of Santo Domingo had only three modern hotels and the rest were inns and modest hotels which served the local population. A law providing incentives for tourism investment and an aggressive policy of public investment in infrastructure, as well as the granting of subsidized credit, stimulated investment in hotels in the following years. As a result, tourism rapidly took off in the zones of La Romana and Puerto Plata, expanding afterwards to the zones of Punta Cana and Bávaro in the Eastern region, and Portillo and Las Terrenas in Samaná. Meanwhile, Juan Dolio and Guayacanes developed near the oldest tourism center of Boca Chica. The jump in tourism statistics in the last fifty years has been simply spectacular. In 1963, for example, almost 44,000 tourists visited the country. In 1971, the year in which the incentives law for this sector was enacted, 137,000 tourists were registered. Today, they surpass four million. The construction of modern international airports in Punta Cana, Puerto Plata, La Romana, Punta Caucedo and Higüero, as well as large hotel complexes in these same zones, permits the Dominican Republic today to receive four million tourists annually. Other international airports built to stimulate the development of new touristic zones in Barahona and El Catey still have not captured a significant flow of tourists, but are part of the infrastructure built with the purpose of attracting tourists to the country, the same as the national airfields in Constanza, Arroyo Barril, Cueva de las Maravillas and Montecristi. The country went from having 3,500 hotel rooms in 1977 to having 7,000 in 1985. Five years later, in 1990, the number had more than doubled again, reaching 18,478. By the year 2002, hotel rooms totaled more than 56,000 throughout the country. Today, by mid 2013, hotel rooms add up to more than 66,000. The same may be said for the employment created in tourist zones which today surpasses 140,000 direct jobs. Regions that were uninhabited thirty years ago have become residential centers surrounding emergent service-oriented cities, like Bávaro-Punta Cana, on the East Coast; Juan Dolio-Guayacanes, in the South; Puerto Plata-Sosúa-

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Cabarete, on the North Coast; and Portillo-Las Terrenas, on the Samaná Peninsula. The impact that tourism is having on Dominican society is just beginning to be studied, but there is no doubt that it has been an important factor in horizontal mobility, stimulating intense migratory flows within the country. It is also a factor in vertical social mobility as it has enticed thousands of youth of both sexes to train themselves in order to enter the labor market in a sector which offers relatively higher salaries and opens broader cultural horizons than most other traditional activities. It seems that tourism, free zones, remittances stemming from the Dominican diaspora, foreign investment in mining and communications, investments by the private sector, industrialization, the growth of the financial and banking sector, the multiplication of micro and mini enterprises, and, in general, the development of a service-oriented economy has wound up replacing the old plantations as the principal source of employment and economic growth. The Dominican economy is very different today, in every sense, from what it was fifty years ago. It is a very dynamic, capitalistic economy that enjoys sustained growth each year with a modern sector (industrial, commercial, mining and communications) and with sectors that are more traditional or are in transition (workshops, handicrafts and transportation). In the same way that it occurs in other countries, the unbalanced growth of the Dominican economy has also produced, among other things, a sort of “structural dualism.” Due to the unequal process of economic growth and distribution of wealth, modernization has not reached everyone equally. Today, Dominican society presents numerous dualities and displays strong internal contrasts that surprise the observer, since alongside very modern cultural traits one finds very outdated ways of life.

------- 3 DEMOGRAPHIC REVOLUTION

One of the most profound transformations experienced by Dominican society in the course of the last fifty years has been the demographic change. The roots of this transformation come from afar. They go back to the population recovery which began during the first half of the nineteenth century. As it happened in other American territories, the national population attained a favorable man to land ratio which allowed the population to enjoy food surpluses and to ensure continual vegetative growth. A quick glance at this process shows that the Dominican population began to grow at an accelerated rate prior to national independence in 1844. A report by the British consul on the island was sent to his government in 1828 and stated that during a visit to the offices of the civil registry in the city of Santiago, he compared birth and death statistics there and was able to calculate that the population was growing at a rate that hovered around 3.6 percent, while in other places in the country it was even greater, 3.8 percent annually. This means that the population was able to double approximately every twenty years. In other places population growth was not as fast due to the poverty and health conditions of the inhabitants. Nonetheless, during the entire nineteenth century and up to 1920, the Dominican population grew at an average global rate of 2.6 percent per year, which allowed it to exceed 126,000 inhabitants in 1844, and 894,665 in 1920. It surprises many people that over the past ninety years the population has multiplied more than ten times and that today, in the year 2013, it is greater than 10 million inhabitants, without counting the million and a half people that have emigrated from the country. There was a time when this growth was considered necessary and beneficial. Many reasoned that a larger population would let the economy have a

greater number of hands to maintain its growth and, on the other hand, the country would have a better chance of confronting the penetration of illegal Haitian immigrants who were gradually occupying barren lands in the West of the Republic. For more than fifty years, between 1875 and 1930, many people were promoting the idea of importing not only Caribbean or Haitian laborers to work in the sugar fields, but also white immigrants from Europe who would create agricultural colonies which would help with the development of the Dominican countryside. An open door policy for white immigration allowed the unrestricted arrival of groups from the Canary Islands, Syria, Lebanon and Palestine, China, Puerto Rico and Spain, in particular Cataluña, and even from Finland. These immigrants settled permanently in the country and formed families whose descendants contributed to the demographic growth of the nation in the first half of the twentieth century. In the following years, new groups of immigrants incorporated themselves into Dominican society, expulsed by the civil war in Spain or by the persecution of the Jews in Europe. In addition to these groups, in the 1950s, new Spanish, Japanese, and Hungarian immigrants were imported by the government to stimulate agricultural development in the country. Thus, the combination of policies supporting an increased birth rate and immigration, with greater production of food and improvement in health conditions, helped speed up the growth of the Dominican population. Consequently, the mass of inhabitants again doubled during the twenty-five years between 1935 and 1960. Therefore, when Trujillo was executed in 1961, the population exceeded three million people. Until then, the dictatorship’s police and health controls kept the poor rural masses attached to their land. For example, few people know that in 1953, the government issued a decree forbidding farmers from moving to the cities without permission of the provincial governors, the municipal mayors or the army commanders and the national police. These controls disappeared with the fall of the dictatorship, and thereafter a massive migration ensued of farmers to the cities, in particular to the capital of the Republic which for years had been receiving large contingents of migrants from the interior of the country. The pressure placed by these migrants on urban services for water, housing, health, education, transportation, electricity and employment, as well as the exhibition of alarming levels of poverty in the new slums and in rural areas, motivated the creation, in 1966 and 1968, of the Association for Family Welfare and the National Council on Population and Family, both financed by international agencies. Family planning and birth control programs promoted and executed by these institutions were decisive in the stabilization of demographic growth. Over the course of the years these programs truly impacted fertility rates and the Dominican population began to grow more slowly. For example, in 1966, a Dominican woman could expect to have seven children over the course of her fertile life. Today, in the year 2013, the number of children expected per woman barely reaches two. This phenomenon, coupled with emigration abroad, has contributed to the slowing down of demographic growth and it is expected that it will become even slower because today around 75 percent of married or cohabitating women use some form of birth control. This contrasts remarkably with the old custom of having as many children as nature allowed. Another demographic change of great importance has been the reduction in infant mortality rates because barely thirty years ago the Dominican Republic was among the countries with the highest rates. Thanks to general improvement in health, hospital and environmental conditions, infant mortality has decreased to thirty-two infant deaths per thousand births. The ratio was three times higher in 1975, when one hundred children died per one thousand births. Concomitantly with these advances, in the last half century the Dominican

Republic also has succeeded in increasing the life expectancy of its people, which is evidenced by noting that in 1955 life expectancy was barely fortysix years. For a child born today, life expectancy has risen to seventy-two years. There are multiple causes for this improvement. On the one hand, improvement in health conditions and the implementation of public health programs intended to eliminate certain diseases have had an impact on this demographic dynamic. Among the diseases targeted: malaria, tuberculosis, syphilis, measles, pertussis, poliomyelitis, tetanus, diphtheria, and gastrointestinal ailments. On the other hand, it is worth mentioning other factors that have contributed to reducing mortality, such as the relative improvement in hospital services, the ample use of antibiotics, the construction of rural and urban aqueducts, the construction of rural clinics and first aid centers, and massive national vaccination campaigns against the most lethal childhood diseases. Although today the population is growing more slowly, it is still growing and already has surpassed ten million Dominicans. This amount would be higher if the country had not exported, as it has done, more than a million and a half emigrants abroad, of which 2.4 million have moved to live permanently in the United States. The rest have gone to other countries, Spain among them. At the beginning of the great migratory wave, early in the 1960s, men were in the majority. Later, in the 1970s and 1980s, women surpassed men. With time these numbers have evened out, though today one sees slightly more women than men in the migratory flow abroad. Emigration abroad partially contributed to the reduction in the rhythm of population growth in the country, but even more decisive was the reduction in fertility rates. Both, emigration and the decrease in fertility, have been offset by the rate of natural increase, due to the fall in mortality, and by the immigration of Haitians who over the past years have been arriving en masse to the country. According to the national population census of 2010, there were 312,000 Haitians residing in the country. A recently published survey in 2013, registered 668,000 Haitians by birth or origin residing in the country. Of those, 458,000 were born in Haiti, and of those 317,000 have entered to the Dominican Republic in the last nine years, two thirds of which did so in the last four years. This reflects, among other things, the massive immigration that took place after the earthquake in Haiti. On the margin of these figures, the general opinion among Dominicans is that these migrants surpassed one million people at the time the survey was taken. If this assessment is correct, then it may be expected that Haitian immigration, comprised of men and women of reproductive age, not only compensates for Dominican emigration abroad, but also impacts fertility rates and reverses the reduction in population growth. Only time will tell what impact the Haitian immigration has had on the national demographics. Bear in mind that after a long period in which the Dominican population grew at or above the rate of 3.0 percent per year (1920-1981), doubling approximately every twenty years, this trend began to slow down because of the factors previously mentioned. Thus, between the censuses of 1993 and 2002, the rate of increase was almost 1.8 percent per year while in the last decade (2002-2013) the population has grown almost 1.2 percent annually. If Haitian immigrants are not educated in the same manner in which Dominicans have been informed about methods of family planning, it is reasonable to expect a new increase in fertility rates in the Dominican Republic. Meanwhile, the demographic pyramid has been losing its base due to the occurrence of ever fewer births. This means that the Dominican population as a whole is increasingly older and suggests that, in this respect, the country is following the path blazed many years ago by the industrialized nations. However, the Dominican Republic is still far from experiencing negative growth rates as are occurring in various European countries. This gradual “aging” may be noted in the median age dividing the population into two equal parts. In 1963, this age was 17 years. Today, in mid2014, it is 24 years.

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------- 4 URBANIZATION

Directly related to the demographic revolution previously described is the rapid process of urbanization of the Dominican Republic. This is a phenomenon of the twentieth century: when the first national census of 1920 was conducted, only 16.6 percent of Dominicans lived in towns or cities, quite small indeed; today, in the year 2013, more than 70 percent live in urban centers. Ninety years ago the largest city was Santo Domingo with just 30,943 inhabitants. Santiago only had 17,152. The other “urban” centers having a population of more than 5,000 people were San Pedro de Macorís (13,802), Puerto Plata (7,707), La Vega (6,554), La Romana (6,129) and San Francisco de Macorís (5,188). Prior to 1920, there were no highways that connected that capital of the country with the regions and towns in the interior. There were two railroads that connected the towns Sánchez and Puerto Plata with the towns of the Cibao Valley (La Vega, San Francisco, Salcedo, Moca and Santiago) forming a productive axis which contributed to the development of new cocoa, coffee, and tobacco plantations in those regions. The other railways were located in the Southeast of the country and were largely used to carry sugar cane to the sugar mills. Back then it took three days to travel by horse from Santo Domingo to Santiago and thus many preferred to move from the South to the North in schooners and brigs that were traveling from Santo Domingo and San Pedro de Macorís to Sánchez and Puerto Plata. From there the passengers traveled by railway towards the interior of the country. Thus, geographic mobility was very limited. The majority of the population lived in the countryside where there was still available land for the production of food on small farm lots. Employment opportunities in the towns were limited and emigration towards urban centers was still minimal. Most regular jobs were open in the sugar mills, but these were to cut cane in interminable shifts with minimal salaries, and thus Dominicans rejected them. It was therefore necessary to import laborers from the British Antilles or from Haiti. The majority of these workers returned to their homes at the conclusion of the sugar harvest, but almost always some remained. As time went on, their descendants contributed to the increase in the population of San Pedro de Macorís, La Romana and Puerto Plata. The development of plantations sparked the transformation of the system of land tenure, particularly in the Eastern region of the country. Hundreds of thousands of hectares of land fell into the hands of foreign corporations that specialized in the production of sugar cane. Supported by various pieces of legislation approved between 1910 and 1920, plantation owners began to dismantle the old system of communal lands. In the process, hundreds of rural families were expelled from their properties and had to emigrate towards the towns of La Romana, El Seibo, Higüey, San Pedro de Macorís and Santo Domingo. This first wave of rural-urban migration was almost simultaneously reinforced by another that began after the opening of the first major highways constructed by the military government of the United States between 1917 and 1922. These highways connected for the first time the capital of the Republic with the interior of the country. Upon the opening of these roads, many inhabitants of the interior began to move towards them from the interior of the countryside, and from there to the nearest towns and, eventually, to the city of Santo Domingo. During the next forty years government administrations constructed new branches to link the principal highways to the towns. The introduction of cars and trucks shortly made trains and railways obsolete, whose slowness and inflexibility did not allow them to compete with these new motorized vehicles. However, it had been trains which gave the first great push towards the modernization of the country between 1887 and 1930. Highways and automobiles accelerated the momentum and, combining them with the new industries

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and irrigation canals that began to be constructed after 1918, positively impacted the colonization of new lands and agricultural production. This may clearly be observed in the production figures between 1936 and 1956. Commodities like rice, bananas, peanuts and tobacco more than doubled their production in those twenty years. Other agricultural products like beans, corn, cocoa and coffee also increased in those years. Moreover, the number of head of all varieties of cattle also grew. Industrial production similarly increased. Peanut oil gradually substituted lard, the production of alcohol quintupled, that of sugar almost doubled, that of industrial meats multiplied eight times, beer ten times, cigarettes seven times, chocolate twenty-four times, electricity fifteen times, matches three times, soap three times, cut wood five times, salt seven times, cheese five times, butter three times, rum nine times, sisal sacks three times, and cotton fabrics three and a half times. The increased production of many of these items may not only be explained on the supply side, but also on the demand side because with the population increase, particularly in urban areas that did not produce agricultural goods, the gradual development of a new, internal market stimulated agricultural production. Some products were directed towards exportation like cocoa, coffee, tobacco and sugar, but the available information indicates that national consumption of these products substantially increased during those years. In short, industrialization and agricultural colonization, coupled with substantial investment in the infrastructure of highways, dams and irrigation canals, allowed the development of new production zones dedicated to the feeding of the growing population. Before the Great Depression of the 1930s, the sugar industry had stimulated the development of various cities like San Pedro de Macorís, Santo Domingo, La Romana and Puerto Plata, and also had promoted the installation of small factories and workshops in these urban centers. The majority of these businesses collapsed during the 1930s and 1940s, as a consequence of government policies oriented towards the benefit of industries installed in Santo Domingo under state protection after the Second World War. San Pedro de Macorís and Puerto Plata never recovered from the negative impact of these policies. Their industries were left obsolete and lost their competitiveness. The few industrial enterprises of Santiago de los Caballeros that survived did so thanks to the fact that this city operated as an administrative and logistical center of the very densely populated Cibao region, whose numerous inhabitants constituted an internal regional market of sufficient size to guarantee the consumption of local production. The concentration of industries and public works in the city of Santo Domingo and its surroundings after the Second World War has been common to all the governments in the Dominican Republic over the past seventy years. Santo Domingo (Ciudad Trujillo), with its satellite towns of Haina, San Cristóbal, Villa Altagracia, Villa Mella and Boca Chica, was converted into the country’s main industrial center and maritime port. This changed the purely administrative character of the Dominican capital in only a few short years and thus, by 1960, more than 75 percent of the country’s industrial activity was concentrated in this city while becoming the Republic’s main center of modernization. Due to the continuous arrival of migrants from the countryside and towns of the interior, the growth rate of the capital’s population was twice that of the rest of the country. During the period from 1935–1950, it was 6.45 percent annually, accelerating between 1950-1960 (7.38), to continue to grow at an average annual rate of 6.1 percent between 1960-1981. The significance of these percentages is that the city was able to double its population approximately every ten years. Something similar occurred in the satellite towns of the capital -San Cristóbal, Haina and Villa Altagracia- in which industries to substitute imports were established thus attracting more workers than these establishments could employ. As the workers did not return to their places of origin, the population of these towns kept growing aided by immigration.

In contrast, the old sugar towns of San Pedro de Macorís and Puerto Plata grew much more slowly and there was a long period (1935-1961) in which the population of San Pedro de Macorís was practically stagnant. Industrialization was not the only determinant in the acceleration of urbanization. Other towns grew faster than the rest of the population centers of the country between 1936 and 1961. The principal cause behind this growth was their specialization as centers for the production of rice, plantains, edible tubers and roots, beans, potatoes and vegetables, all products oriented towards the internal market. Food production became the main activity of the towns in the interior of the country. While they exported towards populated areas, particularly towards the capital, the surplus served to feed the local population. The rice towns -La Vega, San Francisco de Macorís, Nagua and San Juan de la Maguana– are the best examples of this process. The government in those times worked to increase agricultural production and to make the country self-sufficient in terms of food consumption. An aggressive campaign to colonize barren lands that put into production several million hectares also allowed the settlement of more than 12,000 rural families in locations that were until then uninhabited or sparsely inhabited. To support these new agricultural colonies, in addition to the land, administrations donated seeds and animals for meat, milk and transportation; provided technical assistance; and constructed dams and irrigation canals. Hundreds of kilometers of canals were built in those years to irrigate previously unproductive land. Health services were also improved and continuity was given to the sanitation programs that began during the U.S. military occupation, during and after the Trujillo dictatorship. Intense vaccination and de-worming campaigns, along with the introduction of antibiotics, contributed to a reduction in the mortality rate from 20.3 per thousand in 1950, to 6.8 per thousand in 1990. As a result, life expectancy increased from forty-seven years in 1950 to sixty-nine years in 1990, and has continued to rise since, today being more than seventy-two years. It has already been mentioned that the rate of demographic increase accelerated until reaching 3.6 percent per year between 1950 and 1960, one of the highest in the world at that time. Nonetheless, intellectuals and national leaders still believed that the country was insufficiently populated and promoted big families and encouraged women to have many children, rewarding those with large families. Convinced that it was necessary to continue populating the country, in the 1950s the national government opened the doors to Spanish and Japanese immigrants and settled them in new agricultural colonies in Constanza, Jarabacoa and Dajabón, similar to what it had previously done with Jewish refugees in Sosua and exiles from the Spanish civil war. From then on, Constanza made a rapid transition to a vegetable-producing town, attracting a lot of immigration from the rest of the country and attaining one of the highest rates of growth. In 1935, Constanza was a poor village of barely 409 residents. In 1950, Constanza was still a poor community of 956 people, dominated by a few saw mills. Thirty years later, in 1981, its population reached almost 15,141 people. Today, in the year 2013, they add up to more than 40,000 individuals. Constanza, as much as the neighboring town of Jarabacoa, attracted Dominican and foreign investors who developed extensive vegetable and flower farms. Both towns grew in a parallel manner with the particularity that between 1970 and 1981 they grew even more rapidly than Santo Domingo. Constanza grew at a rate of 12.8 percent annually between 1950 and 1960; 6.17 percent between 1960 and 1970; and 9.51 percent between 1970 and 1981. Jarabacoa grew a little slower, but still registered higher rates than many other population centers. In the fifties, this town grew at a rate of only 2.5 percent annually, but between 1960 and 1970, its population increased at a rate of 7.0 percent, to continue growing at 6.52 percent per year between 1970

and 1981. Having 5,470 inhabitants in 1960, Jarabacoa today, in the year 2013, has grown to have around 45,000 inhabitants. As or more impressive than the urbanization of Constanza and Jarabacoa was that of the “rice” towns. Traditionally, Dominicans imported rice from Indochina, even though they cultivated some upland rice, which was consumed by the popular masses. From the construction of the first irrigation canal in Mao in 1918 and, above all, with the momentum received by the construction of other canals beginning in 1936, local rice production began to grow significantly, so much so that by 1941, the Dominican Republic had achieved self sufficiency in the production of this grain and from then on became an exporter of the cereal to neighboring islands. Irrigated rice production began in the valley of the Yaque del Norte, continued afterwards in the lower basin of the Río Camú, and later extended to the valley of the Yuna, until almost completely dominating the landscape of these lowlands in the 1970s and 1980s. In the valley of San Juan de la Maguana something similar occurred, although rice did not become the dominant crop due to the ecological conditions of the region. Even so, rice production contributed to the rapid transformation of the city of San Juan de la Maguana. The “rice revolution” gave rise to various new towns and transformed others into cities. Mao, La Vega, Santiago, San Francisco de Macorís, Cotuí and San Juan de la Maguana were again “rice towns” in which the grain was processed, stored and commercialized. Other villages like Esperanza, Villa Vásquez, Pimentel, Nagua, La Piña, Villa Riva and Guayacanes, began to be rapidly populated due to the arrival of poor farmers from other regions of the country. In some of these towns the economy was diversified, and energized through the introduction of the cultivation and processing of rice. This was the case in San Francisco de Macorís, La Vega, San Juan de la Maguana, Bonao and Dajabón which were surrounded by cattle ranches, plantain groves and coffee or tobacco plantations. On the outskirts of Mao and Esperanza rice also coexisted with sugar cane and bananas, which were grown in irrigated fields, but there, as in the other towns mentioned, rice was the decisive crop that explains the demographic lift-off. The rates of growth in these towns and cities are impressive, many of them being greater than in the “industrialized” cities of Santo Domingo, Villa Altagracia and San Cristóbal. The accelerated urbanization of many population centers also must be explained as a function of the expulsion factors that were operating in rural areas, which were suffering through a serious process of impoverishment during the forties and fifties, which became worse during the sixties. During the dictatorship, in spite of the increase in agricultural production, thousands of rural families were pushed into misery upon being expelled from their lands by Trujillo, his family members and relatives who abused their power and extorted the rural population in order to take away their lands to turn them into sugar cane fields and cattle ranches, principally. This process became more obvious during the construction of the Central Río Haina, which forced thousands of farmers to sell or turn over their lands to Trujillo and his family in the big plains of Sabana Grande de Boyá, Guanuma and Guabatico, and the surrounding hills. Having nothing on which to live, hundreds of families in these regions had to move to the capital or to the towns of Monte Plata, Bayaguana, Sabana Grande de Boyá, Guerra and Boca Chica. As a consequence, these towns grew considerably. For example, Sabana Grande de Boya saw its population increase from only 1,004 people in 1950, to 3,000 in 1960, to almost 10,000 in 1981. Today, this town has a population greater than 25,000 people. In the Cibao and in the plains of Nagua and Puerto Plata, a similar process of forcible expropriation of land occurred, which motivated the departure of thousands of rural families towards the cities. Military officials, high level politicians, industrialists and newly rich professionals participated in this process. In the Cordillera Central, from Jarabacoa to Monción, in the mountains of

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Baoruco and Neiba, in Valle Nuevo, Tireo and Constanza, Trujillo and his associates appropriated millions of hectares of forests and started exploiting them. Initially, the saw mills attracted workers from all over the country, but as the forests shrank and the saw mills closed in the 1960s, many people abandoned the mountains and moved to towns in lower lying areas, particularly in the centers of rice production. La Vega, Bonao, Mao and Esperanza received many of these migrants. As the majority of these migrants were poor or very poor people, they settled in the margins of the cities, in places near streams and rivers, or on barren lands in precarious locations that soon turned into suburbs and slums, which were vulnerable to floods and mud slides during the rainy season. Before 1960, the streets in the majority of Dominican towns ended neatly and gave way to extended agricultural fields or cattle lands owned by urban residents. There were poor neighborhoods, certainly, but it was very rare to find those patches and belts of misery known later as barrios marginados or slums. From these years one can date the first slum concentrations, like Villa Tilapia in La Vega; Guachupita, Gualey, Capotillo, Cristo Rey, La Zurza and Los Guandules in Santo Domingo; and El Ciruelito, Cienfuegos and Pastor de Bella Vista in Santiago, among many others. The fall of the Trujillo dictatorship eliminated restrictions on the free movement of people and motivated tens of thousands to go to the cities. In a parallel manner, and at times more dramatically, many villages and rural shanty towns which had scanty populations around the Second World War, today have become thriving towns with high rates of growth and some are in the process of becoming cities. The national census of 1935 registered more than 1,400 villages with populations that did not reach 1,000 residents. The number of other larger communities, with populations between one and two thousand people, did not exceed more than 320 in the entire country. Only 49 exceeded 2,000 people, and barely 13 had a population superior to 3,000 inhabitants. The “cities” were, in addition to Santo Domingo and Santiago, the principal provincial capitals, even though not all of them reached 5,000 inhabitants, as was the case of Montecristi with 3,816 inhabitants, and El Seibo with barely 2,593, among other smaller ones that existed on the border provinces. These provincial capitals which were considered cities were very small towns in 1935. Santiago, the largest of them, had 24,175 inhabitants. It was followed by San Pedro de Macorís, already mentioned, with 18,617; Puerto Plata, with 11,772; San Francisco de Macorís with 10,100; La Vega with 9,030; and Barahona with 8,367. The others were truly tiny towns hardly larger than the biggest villages of their respective provinces, as was the case of Azua which barely had more than 5,000 inhabitants. To have an idea of the demographic revolution and its impact on the urbanization of many of these villages, it is enough to observe the evolution of the community of Los Alcarrizos on the outskirts of Santo Domingo, and Bonao in the center of the country. Thanks to rice cultivation and the development of cattle ranching and mining in its fertile valley, Bonao went from having little more than two thousand inhabitants in 1935, to more than 76,000 in 2010, to surpassing 80,000 people today. The case of Los Alcarrizos is even more illustrative, from being an insignificant shantytown in 1935 (431 inhabitants), is today in 2013, a large urban center comprised of a dense mosaic of neighborhoods whose population exceeds 220,000 inhabitants. Similar stories show how many other villages have evolved into thriving mid-sized urban centers with intense commercial activities. More recently, beginning in the 1970s, the development of industrial free zones for exportation located in Santiago, San Pedro de Macorís and La Romana (which were extended later on to other locations), as well as the growth of the tourism sector on the northern and southeastern coasts of the country, gave new momentum to the internal migratory movements and accelerating the demographic growth in these cities and others like Puerto Plata and Higüey, at least during the greatest boom periods of these sectors of the economy. Rural-urban migration has been so intense that, despite having begun more

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than fifty years ago as a massive phenomenon, today half of the population of the city of Santo Domingo came from other regions of the country. Something similar has occurred in Santiago, where 43 percent of the population was born elsewhere. Between1950 and 1981 around 1,268,000 people throughout the country migrated from rural locations to urban locations; this figure represents more than half (52 percent) of the urban demographic growth observed in said period. The analysis of the national population censuses from 1950 to 2010 show that the city of Santo Domingo has dominated the phenomenon of urbanization and rural-urban migration, and thus today much more than half of interprovincial migrants are attracted to the capital of the Republic. It is, therefore, not surprising that today this city is a metropolis in which more than forty percent of the national population resides. It is also the largest urban center in the entire Caribbean Basin, greatly surpassing many cities which were much larger decades ago, such as San Juan, Puerto Rico and La Havana.

------- 5 ROADS AND COMMUNICATION

The contrasts between traditional Dominican society and the current one could not be more evident. The old rural society has not completely disappeared, but it has modernized. The trails over which horse caravans used to pass by are now asphalted highways with bridges over which cross thousands of vehicles of all types. In 1900, it took two days and two nights to cross swamps, mountains and rivers between the capital and Bonao, a trip which today can be made in less than an hour. It took seven hours for riders to cross the 36 kilometers separating Bonao and La Vega. Another three hours were spent on the trip between La Vega and Santiago when it was not raining. The trip from Santiago to Puerto Plata was made easier if one took the train which crossed the northern mountain range, but even still it took six and a half hours, in contrast to the hour and a half with is required today. A train trip from La Vega to Sánchez, in the Bahía de Samaná, could take almost eight hours. To move from Santo Domingo to the towns in the East was easier thanks to the flat plains of the area, but travelers also had to ride a horse because there were no roads. The route to Higüey, the easternmost town on the island, was done via Los Llanos, Hato Mayor and El Seibo. To the West, the route went to San Cristóbal, Baní and Azua, also through trails, swamps, cliffs, plains and mountains and, after Baní, through prickly deserts which became more inhospitable the further West the traveler ventured inwards towards the Valle de San Juan or to the oasis of Neiba. The donkey and the horse have fallen into disuse and their place has been occupied by small trucks, SUVs and motorcycles. Pack animals are still used in remote regions, in the mountains and on some hard-to-access farms, but the trend is towards the use of motor vehicles, among which the pickup truck and the motorcycle dominate rural roads. These roads have been completely transformed. The old Duarte highway, constructed during the U.S. military occupation between 1917 and 1922, was converted into a cement highway in the mid-fifties, which facilitated traveling from Santo Domingo to Santiago in less than two hours. Between 1966 and 1982, this highway deteriorated to such an extent that it was almost impassable and trips between these cities went back to taking almost four hours. But beginning in 1984, it was entirely reconstructed and paved with asphalt, and by 1986 it had recovered its original function. Ten years later, between 1995 and 1997, it was modernized and expanded to four lanes, allowing traffic at higher speeds than before. The modernization of the Duarte highway and the construction of new highways have contributed to the acceleration of commerce and other economic activities of the country. Even when some highways are deteriorated for lack

of maintenance, the network of highways and roads of the country covers a large part of the national territory, and allow produce from the countryside to be taken out in motorized vehicles, or industrial merchandise and products from the cities to be taken to remote places. When Trujillo was killed in 1961, the network of highways left by the U.S. military government had grown considerably and had a length of 5,000 kilometers. The administrations of Horacio Vásquez and Rafael Trujillo had continued to link the towns and cities with new channels of communication. The construction of new highways and roads has been one of the principal efforts of the State in the last fifty years. By 1978, the length of the road network had grown to 12,000 kilometers. This network has continued to grow, surpassing 18,000 kilometers today, making the country one of the territories with the greatest road density in Latin America. The availability of roads and highways has given impulse to the development of a thriving transport industry and has stimulated the mobility of the population. Only forty years ago the transport of passengers from one town to another was made by means of public cars operated by their owners. In some cases, as in Santiago, Higüey and Azua, these driver-owners were associated with cooperatives or companies, but in the majority of the cases these cars were individually operated by their owners. In the larger towns there were two or three cars that carried passengers to the capital, and one or two dozen vehicles that managed the traffic between one town and another in the same region. Each town of the Dominican Republic, therefore, had at least one car fleet, generally the property of the cars’ drivers, men who were prudent and decent, honorable and trustworthy, to whom parents entrusted their children with the certainty that nothing bad would happen to them. In large towns like Santiago the volume of passengers transformed this service into a quasi-cooperative, called the Duarte Fleet, which grouped together ten or twelve large cars of North American manufacture, some with air conditioning. This organization also specialized in the delivery of valuable packages and boasted that they had never lost an item. The Eastern region was served by a similar organization, called the Studebaker Fleet, and the same occurred with the towns in the country’s Southeast. Back then there were no large buses. While the budding middle class and the local elites were served by cars fleets, farmers and poorest people from the cities used horses, mules and donkeys, though for longer distances they used small buses that ran on the highways picking up and dropping off passengers on the way for modest sums corresponding to the routes traveled. There were barely any private cars in the country. There were also no passenger trains, since these (Sánchez-La Vega, Las Cabuyas-Moca-Santiago, and Santiago-Puerto Plata) had stopped working several years before. La Vega, for example, a city of 14,000 inhabitants, only had 35 private cars in 1961, whose owners used them little because the town was small and the majority of the people went around on foot or bicycle. In the countryside the transport of people and merchandise fell to the donkeys, mules and horses. The commercial centers and markets of the towns were full of these equines due to the daily visits of farmers and people who lived in the surroundings. Many towns had rings installed on the borders of the sidewalks to which riders could tie their mounts while they were running errands in warehouses, grocery stores, and offices. The abundance of equines and the passing of cattle through the streets of the towns filled the roads with dung and obliged the fire departments to wash them down in the afternoons. Motorcycles? Scarce or very rare. In 1956, there were only 906 motorcycles registered in the country. City taxis? Only the capital, Santiago and Puerto Plata had them. Santo Domingo was the only city which had several bus lines that served its growing population that traveled around paying five cents per “run”. Interurban transportation was also modest and relied on a few vehicles that took passengers from stops generally located at the exit of the towns, and also along the routes, from which they were picked up and dropped off in accordance with the rates negotiated at the moment of boarding the cars.

Given that the highways were practically empty, the routes were crossed quickly and without traffic jams. This compensated for the time that was sometimes lost on those occasions when one had to wait for these “public” cars to fill several seats in order to cover the cost of the trip. All of this began to change dramatically after the death of Trujillo in 1961. The liberalization of commerce made possible the introduction of little “Honda” or other Japanese brand motorcycles, and the massive importation of cheap transistor radios which revolutionized the world of communications during the 1960s. The economic growth of the 1970s and the opening of thousands of kilometers of roads prompted the abandonment of pack animals and their replacement with motorcycles and small cars made in Asia. By 1980, the Dominican vehicular fleet had exploded in a myriad of automobiles of all types. In the last thirty years, taking advantage of construction and improvement of highways and roads, the interurban transportation industry has grown considerably and has allowed the introduction of all kinds of vehicles. Today, the highways are full of cars, trucks, large buses, medium-sized buses called guaguas and “voladoras”, jeeps and SUVs, and motorcycles of all brands and sizes. By 1998, the number of motorcycles had grown to 271,000, compared to 380,000 automobiles and 36,000 buses. Two years, in the year 2000, motorcycles had exceeded half a million, cars 440,000 and buses 40,000. The explosive growth of the middle class during the last three decades has set off all kinds of socioeconomic indicators in the country. Today, in 2013, national and foreign observers are surprised by the great quantity of motorcycles and motor vehicles which congest the streets of every important town. On December 31, 2012, the Internal Revenue Service had registered almost three million motor vehicles, of which 1.5 million are motorcycles! At the end of July, 2013, the country had more than 700,000 cars and more than 300,000 SUV’s in addition to 80,000 buses and more than 400,000 trucks and pickup trucks dedicated to transporting cargo. These are a few indicators of the magnitude of the economic revolution which has taken place in the Dominican Republic over the past fifty years. Communications have changed radically, not only in the area of transportation, but also in the field of telephony, broadcasting and telecasting. Old mail stations that carried correspondence on the backs of mules from one town to another, and the telegrams sent by wire in Morse Code or wirelessly through the mail service, became obsolete long ago due to the penetration and diffusion of the telephone, fax and, more recently, cellular telephones and electronic mail through the internet. The telephony explosion has accelerated the country’s process of modernization. In 1956, the country had less than 14,000 telephones in service. Thirty years later, in 1986, the number had increased considerably until reaching 253,489 land line units. The use of cellular phones was still minimal and was limited to State security entities and a small business and professional elite. Twelve years later, in 1998, the main telecommunications company, Codetel, had 700,000 registered clients. In that year the number of cellular phones had risen to 207,000 units in homes and businesses, almost half of which had been installed by this company. Eleven years later, at the end of 2009, national telephonic density had reached 100 percent since the country had 9,412,548 telephones for a national population of the same size. Of those, 8,449,283 were cellular phones and 963,265 were land lines. Today, in the year 2013, the total number of telephone lines surpasses 10.3 million, more than one telephone per person throughout the country, but still coverage does not reach all homes, even though ninety of every one hundred houses has a cellular telephone. As if this telephonic revolution were not enough, the Dominican Republic exhibits a growing market for internet accounts which are served by fifteen companies, foreign and Dominican. On August 31, 2013, the Dominican Telecommunications Institute had registered more than three million internet access accounts, a true explosion in the world of communications and

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another means to accelerate Dominican integration into an ever more globalized world. Telephony has closed the distance between towns, and between towns and the countryside, and has sped up the pace of business in an epoch of great economic transformations. These transformations are profound and radical, and not only have served to complete the country’s integration which started with the construction of highways and railroads, but also to fully incorporate the Dominican Republic into an expanding global economy. Among the most impressive indicators of this incorporation is the speed by which the Dominican population has subscribed to the world of cable television. Today, there are 76 companies that offer this service to more than 445,000 subscribers, the majority of which are homes. This is an indicator of modernity which represents a still small number of families and a market potential that is still unsatisfied if one takes into account the population’s great preference for television as a means of entertainment and information gathering. According to the last survey of homes conducted in the country, eight of every ten homes have at least one television set. Contrast this data with the proportion of homes in which there are radios, since only half of homes (53 percent) admit owning a radio or music equipment, which indicates a change from a more traditional technology (radio) to a more modern one (television). Paradoxically, the number of radio stations increases each year and today, in mid-2013, the Dominican Institute of Telecommunications has 379 radio stations registered in the entire country (233 FM and 146 AM), which makes the country one of the zones of highest radio density in all of Latin America in proportion to the number of inhabitants.

------- 6 THE NEW SOCIETY

Over the last half century, the Dominican Republic has gone from being a largely rural society to an urbanized society that has not lost its rural population. The urban population today exceeds seven million inhabitants, but the rural population has also grown to three million people. The implications of this transformation are plenty. One of the most obvious is the conversion of the economy, since the country has stopped depending on some primary export commodities (cocoa, coffee, tobacco, sugar and bauxite) in order to develop a service economy, while at the same time succeeding in expanding its agricultural production to feed not only the national population but also four million tourists that visit the country each year. One of the best kept secrets of contemporary Dominican history is the sustained increase in food production. Today the country produces more than eighty percent of the food that the Dominican people and its visitors consume. This development has not been casual. It began more than eighty years ago with the creation of the first agricultural colonies during the Horacio Vásquez and Rafael Trujillo administrations which, between 1920 and 1961, were able to distribute more than 2.2 million hectares of land among 11,451 rural families, supplementing these donations with the distribution of seeds, plows, draft and pack animals, and agrochemicals, and the construction of roads and irrigation projects. The administrations that followed the Trujillo dictatorship continued with these land distribution policies and even advanced towards the fragmentation of some traditional large estates in order to distribute land among farmers. The result has been equally notable since in the last half century, between 1961 and 2009, the Dominican State has distributed more than 10 million hectares of land among 111,017 families which represent more than half a million people. Even though a part of these lands have not entered into production, the result has been a sustained increase in the production of numerous agricultural commodities. As the population of the cities has grown so has the internal market, and even though there are occasional deficits in certain agricultural products,

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today it is certain that practically the largest share of agricultural production is consumed within the country, even leaving some surplus which is destined for exportation. Food production, however, is not distributed equally among the people, since part of the population has been left out of the benefits of the capitalist revolution and, thus, income distribution in the Dominican Republic is one of the most unequal in Latin America. Today, the country still exhibits poverty levels that do not match the wealth that its economy produces, and from there arise the visible social differences that one observes as much in the countryside as in the cities. According to recent studies, more than a third of the Dominican population lives below the poverty line, even though per capita income has multiplied twenty-two times: from 263 dollars annually since 1961, to 6,000 dollars annually in 2013. This concentration of the means of production catalyzed, among other things, an intense process of migration from the countryside to the cities, as has been seen. As the cities did not have sufficient structures to house the migrants (the majority of which were illiterate and semi-illiterate), who also did not find work in the few industries or in the country’s state bureaucracy, the result was cities and towns surrounded by belts of misery. The growing slums of the cities and many rural villages signal, without doubt, one of the most evident costs of the capitalist revolution experienced by Dominican society in the last fifty years, since in spite of having had one of the most dynamic economies in the region, the Dominican Republic has not been able to correct the distortions inherited from the dictator Trujillo. Consequently, together with high levels of wealth, the country also shows high levels of poverty, a fact that alerts the attention of international development agencies. According to the World Bank, more than a million poor Dominicans are people who had succeeded in rising economically, though with difficulty, and found themselves in the lower strata of the middle class, but were thrust back into poverty by high inflation caused by the banking crisis that occurred between 2003-2004. The great paradox of the Dominican economy is that even though it grows in a very sustained manner it does not succeed in generating sufficient employment to compensate for the increase in the population. Between 1990 and 2005, for example, the country managed to create more than a million new jobs, of which forty percent were created in the tourism sector, restaurants and hotels, almost all in services with low productivity and low pay. Employment grew slowly during this period in other sectors, like agriculture, mining, finance, and water and electricity services. An additional twenty percent of the new jobs were created by new investment in transportation, communication and construction sectors. Another paradox of Dominican society is that it has not succeeded in creating an education system that prepares the population to step into more productive jobs. Today almost half of the population is regularly unemployed (forty-seven percent), but among youth the unemployment rate is much higher as three out of every four people between the ages of fifteen and twenty-four are without work. In total, according to the official figures of the Central Bank, more than 616,000 adults were without work at the end of 2012. To them must be added the 5.4 million individuals who do not work because they are elderly, children and full-time students, or retired and pensioned people. All of this demonstrates that it is a minority of the population that produces the bulk of the country’s wealth. In accordance with this data, seventeen percent of the population produces sixty-seven percent of the nation’s wealth. The remaining third is produced by one fifth of the population that labors in lowproductivity jobs. Many of these people work in the informal sector. According to this same source, of the more than 3.7 million people that have some kind of job, two million work informally. A large share of these informal workers labor in microenterprises that barely produce enough to guarantee the natural survival of the owners, who, are generally also the only employees. To escape poverty the majority of Dominicans have resorted to various survival

strategies. The creation of microenterprises is one of the strategies that have been very popular in the last few years. In contrast, forty years ago one of the most popular paths open to young people entering the job market was a military career. To be a soldier opened numerous doors through which one could escape poverty, similar to going into the seminary or studying for the priesthood, even if few people were attracted to these professions. With democratic development and the political party game, Dominicans discovered that politics was another path to a rapid escape from poverty. However, as political posts are limited in number and the competition is fierce, and military life having lost its former attractiveness, a significant portion of Dominican youth of today, poor and not poor, have opted for careers in liberal professions, in technical jobs and in bureaucratic positions in both government and in the private sector. In contrast with the past, Dominicans have discovered the importance of getting an education and have learned that education constitutes a profitable investment that can generally ensure access to relatively stable employment. This awareness has motivated hundreds of thousands of young people to enroll in universities and other centers of higher education. Fifty years ago a university education was almost the private domain of the social elite of the towns and cities. In 1960, university enrollment was barely 3,000 students. Seven years later, in 1967, it had tripled to almost ten thousand students. Twenty-three years later, in 1990, university enrollment had multiplied ten times and exceeded one hundred thousand students. In the year 2000, it had more than doubled again, surpassing 245,000 students, almost doubling yet again in 2011 when it reached 423,000. In the last fifty years the Dominican Republic has witnessed the proliferation of “universities” that consider themselves to be centers of higher education. Today there are forty-one university institutions and four institutes of higher learning. In this mottled group there are some that provide high quality teaching, but there are many others that are really “instant professional” factories which throw thousands of graduates into the market without adequate skills to assume productive jobs. Hidden in the figures previously mentioned there is an impressive reality that generally goes unnoticed: in the last decades there has been a radical change in the composition of university enrollment since women now exceed men. In 1960, the number of men in college was four times greater than the number of women. But, as a bi-product of the growing democratization of Dominican society, this situation has completely reversed itself. This has been a long process, taking all of the last half century, but as it is accentuated more each day, thus the number of women in the country’s universities is growing more rapidly than that of men. Numerically expressed, the result of this process is the following: Today, in mid-2013, women comprise two thirds of university enrollment: two women for every man. Notwithstanding these advancements, and although literacy has increased, illiteracy continues to be chronic in large sectors of the population according to census data. In 1960, more than one third (35.5 percent) of the Dominican population over the age of fifteen did not know how to read or write. A quarter of a century later, in 1993, this percentage had decreased to one fifth of the population. In the year 2000, it was calculated at 12.7 percent, and in October of 2012, it had descended to 10 percent. Nevertheless, the total number of illiterate people continues to grow and there were more than one million people in 2013 who could neither read or write. A national literacy campaign, begun in August of 2012, has as its goal the definitive elimination of illiteracy by the year 2016. With all of this said, the Dominicans today, in relative terms, are more educated than they were forty years ago. Yet, the expectations that this education has produced in the hearts of the masses clashes with the enormous gap that exists between the new middle class and the wealthier groups, enriched by commerce, industry, tourism, finance and services.

The middle class has discovered that academic training is a profitable investment and a means of social advancement. The interest of the middle class in education is long coming, as illustrated by the increase in scholastic and university enrollment. Aside from the thousands of graduates produced by the Dominican university system, in the last forty years more than 20,000 Dominicans have gone abroad to study, and then returned. Only between 2005 and 2012, more than 10,600 students, with scholarships from the Dominican government, went abroad to pursue a broad spectrum of careers. The majority of them are post-graduate students. Besides education and microenterprises, emigration has been another survival strategy of many Dominicans trying to incorporate themselves into the job market, as has happened in other more modern and industrialized societies. The exportation of Dominicans has become one of the most important sources of national income, because many emigrants send remittances to their family members residing in the country. At the same time, emigration has served to discharge excess population and, therefore, to reduce social tension in the countryside and slums. Emigration abroad has been one of the most evident signs of the country’s social and economic evolution during the past half century. According to the United States population census, in 1960, there were only 11,883 legal Dominican residents in that country, half of which (5,105) had arrived during the ten previous years. Older immigrants (5,627) arrived between 1941-1950; still older immigrants (1,150) arrived between 1931-1940. Rigid political controls of the Trujillo regime, as well as the lack of knowledge by the Dominican masses about the U.S. labor market, explain the relatively small size of these numbers. The political crisis unleashed by the fall of the dictatorship and the cessation of emigration controls, stimulated emigration towards the United States, a nation that at this time was willing to receive all Dominicans and Cubans who were willing to emigrate legally. In the same year that the dictator died, 1961, 7,000 Dominican emigrants arrived legally in the United States. The following year the number rose to almost 17,000. The approval of a new migration law in the United States in 1965 created new conditions that stimulated the exodus of thousands of Dominicans towards that country. For these reasons, between 1961 and 1970, the number of national emigrants going to North America multiplied ten times in relation to the previous decade. By 1970, the number of legal Dominican immigrants in the United States had risen to 93,292. Something similar occurred during the following twenty years. Between 1971 and 1980, 148,135 Dominicans legally abandoned the island for North America. Between 1981 and 1990, the migratory process stayed on the same path: 252,035 Dominicans were accepted as legal immigrants by the United States. Between 1991 and 2000, 335,251 resident Dominicans legally entered that country. Since U.S. legislation favors the unification of families, emigrants increasingly began asking for their relatives. This growth was also favored by a constitutional amendment of the Dominican Republic in 1994, which allowed its citizens to possess double nationality. Due to these factors, but above all by the intense attraction of the U.S. labor market, the total amount of Dominicans who have gone to reside legally in the United States in the last half century today exceeds more than a million people. Another Dominican population exists which is comprised of at least another 400,000 people, largely children and adolescents, who descend from the immigrants who, because of their birth in North American territory, are U.S. citizens even though many continue being Dominican culturally and ethnically. Thus, the ethnic Dominican population in the United States today exceeds more than a million and a half people. The U.S. population census of 2010 showed that in that year there were 1,414,703 individuals of Dominican descent in that country.

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In the last fifty years, the Dominican Republic has also exported more than 200,000 additional people towards Europe and some parts of Latin American. In Spain alone there were 141,220 resident Dominicans in the year 2011. Taken together, all these figures demonstrate that around fifteen percent of the Dominican population today lives abroad. Recent studies and national surveys show that in 2013 at least seventy-six per cent of Dominican homes have at least one close relative living abroad. The exodus of Dominicans abroad has served as an escape valve for the country, relieving pressure on the country’s economy and political system which on the other hand could not have given employment to all of that workforce. Many emigrants return to the country as technicians and professionals or as entrepreneurs, while others return as deportees after having acquired undesirable skills in the United States. Some of them demonstrate modern traits that were unknown in the country three decades ago. On the positive side, the contributions of the migrants who return are greater than just the importation of appliances, new clothes and the latest model cars. Many return converted into true agents for change after having acquired modern academic and technical knowledge, and a work ethic indicative of societies that experienced their industrial revolutions a while ago. A census of Dominican-owned businesses in New York City, published in March of 1999, illustrates the emigrants’ enormous capacity for adaptation to the North American market. In this census, one observes how Dominicans have been able to reconstruct a native society in Manhattan, the Bronx and other New York neighborhoods, learning at the same time new labor and business skills which they then transfer to the Dominican Republic. According to this census, in 1999, Dominicans owned 7,231 grocery stores, 2,243 beauty salons, 1,696 auto repair shops, 1,194 boutiques, 1,139 car body shops, 948 professional offices, 691 restaurants, 391 factories, 368 supermarkets, 269 cafes, 173 car parts stores, 89 hardware stores and 63 pharmacies, in addition to having 3,000 taxi drivers and 3,316 street vendors. Today these numbers have risen dramatically. Emigration to the United States has been accelerating the process of Americanization of the Dominican population, which began during the first U.S. military occupation, and was accentuated by the growing influence of North American movies, music and television. After movies and television, return emigration has been the other great vehicle for the Americanization of customs and values in the Dominican Republic since the death of Trujillo in 1961. For many Dominicans today, modernization equates to Americanization, and many point to enormous changes in behavior which Dominicans exhibit upon returning from the United States. This Americanization is expressed not only in the change of customs of the country’s resident island population, but also in the status of the emigrants themselves and of their families. Thus, in the half century between 1962 and 2012, more than a half million Dominicans opted to nationalize themselves as U.S. citizens: 412,339 of them did so between 1990 and 2012, and the other 88,412 did so previously. This indicates that about half of the Dominican population that moved to the United States decided to change its nationality once they began on the path of emigration. An obvious consequence of the emigration process has been the creation of various labor gaps in the country’s cities and towns. For years now these gaps have been filled by Haitian immigrants. Barely thirty years ago, Haitians only worked as laborers in the sugar cane mills, but as Dominicans have been abandoning certain labor sectors, Haitians have begun occupying them. Today, in mid-2013, it is common to find them in the fields gathering coffee and tobacco, tending cattle, planting and harvesting vegetables and cutting rice. In the cities one sees them on public and private construction projects, in tourism centers laboring as gardeners, in the larger cities selling fruit, and in housing complexes as guards and gardeners. Many Haitian immigrants with a certain level of education have opted to set up their own businesses, and they can be seen in the cities working as ped-

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dlers and artisans, and even as producers and sellers of works of art, while several thousand of the youth attend schools and universities. Another change factor which has accelerated the transformation of Dominican society has been tourism. This activity, together with monetary remittances from emigrants, has surpassed traditional exports (coffee, cocoa, sugar, tobacco and bananas) as the principal generator of foreign exchange for the Dominican economy. The development of tourism has been rapid and impressive. After having been a marginal activity in the mid-1970s, it has become one of the main motors of the Dominican economy. There have been two factors behind this development. One, the promulgation of the Tourism Incentive Law of 1971, which offered facilities and tax exonerations to investors who wanted to install hotels and other amenities for the reception and circulation of tourists. The other factor has been foreign investment, largely coming from Spanish and North American businesses. Urbanization, industrialization, higher education, emigration, tourism, the expansion of commerce and the consolidation of an internal market for agricultural products, all these factors, have been the rails upon which a new middle class, whose growth was barely perceptible in 1961, has formed. In a matter of half a century the amount of money in circulation has increased hundreds of times and commerce has seen a giant proliferation of businesses that have contributed to the energizing of economic competition,making the appearance of a national banking sector possible that today has more than 75 financial institutions across the country, including savings and home loan associations and insurance companies. The mere presence of such a great number of financial institutions is a clear sign that capitalism has finally arrived in the Dominican Republic and that the country has left behind many traditional economic structures. It is enough to remember that in 1963, farmers still arrived in the cities to exchange chickens and eggs for clothing and shoes, clearly demonstrating the backwardness of the economy. The increase in the population and the resulting growth of the cities that has accompanied monetary expansion, helps explain the industrial and commercial development in the Dominican Republic, along with the development of an internal market capable of consuming the totality of national industrial production, and demanding a broad mass of imports. The expansion of the internal market has meant the multiplication of all kinds of businesses, especially in the area of services and microenterprises. In only this latter sector there are more than 900,000 in the Dominican Republic today. Many entities are very small, but others are very productive. Together with small and medium-sized companies, they form a business universe that sustains a vigorous middle class whose size may be measured by using as indicators, to only mention a few, the number of telephones, the number of private and public vehicles, the number of homes built within the system of savings and loans, the number of professionals graduating from the many universities, the number of mid-level functionaries who have been incorporated into the thousands of businesses and offices that have begun to operate in all parts of the country, and the number of taxpayers with substantial income that appear registered with the Income Tax Authority. This is a new middle class, very different from middle classes of the largest Latin American countries which formed before the Second World War. This class and its sub-classes, often expressing the feelings, aspirations, and interests of the populist masses, have contributed with their pressures, resistance and interests to the growing democratization of the Dominican Republic. Often unknowingly allied to the more wealthy sectors, the middle class has also strongly contributed to sustain capitalism in the Dominican Republic, seeing it as a better option than that of the Cuban socialist model which was offered as an option during more than thirty years by diverse leaders and political groups. At its inception, the Dominican middle class came from social strata that were secularly deprived of the most minimal pleasures. Hence, its resistance to changing from capitalism to socialism after having been bombarded for

years by movies, press, radio and television with depictions of how the middle class lives in modern, developed countries of North America and Europe. Another phenomenon which has accompanied the surge of the Dominican middle class is the appearance and multiplication of ideologically motivated political parties, a phenomenon which was also unknown in Dominican history. Until the death of Trujillo, all of the parties in the country were authoritarian, caudillista groups who encouraged the struggle for power with the simple goal of getting ahead, under the tutelage of the caudillo, forming personal relations networks based on clientelism. Many of the Dominican political parties, immersed as they are in a social body that preserves many traditional political structures, have not been able to completely shed this cult of militia-like personality or caudillismo. But the fact that little by little they have been aligning behind worldwide vogue contemporary social ideologies illustrates their leaders’ efforts to update their terms of reference. The growth of the industrial and service sectors on the one hand, and the activity of the parties on the other hand, have contributed to the development of unions. Hundreds of labor organizations exists today, a fact which was unthinkable fifty years ago when the major industrial enterprises, outside of the sugar industry, had barely more than 15 employees. Today, organized unions operate organically and are linked to most medium and large companies. The industrial sector, in spite of its limited size, employs more than 200,000 people, while the average number of workers in the principal industries arising in the country since 1961, have risen to 85. Due to the tensions created by the demand for new water, light, telephone, school and hospital, sewer and garbage collection services, the government has relied on international assistance to satisfy the basic needs of the population, bringing aqueducts and electrical networks to all of the towns, extending these and other services to the rural population. The result has been that urban modernization has rapidly reached the countryside as the construction of roads has continued. Thus, the motorcyle, radio and television have infiltrated the most remote rural communities, shortening, and in many cases practically eliminating, the cultural distances that previously existed between country and city. There are rural zones in the Dominican Republic, such as the case of the Cibao Central, in which the boundaries between the rural and the urban are rapidly disappearing and in which communities which until recently enjoyed a country life style, are today showing patterns of suburban life in which men and women continue to live in the rural zones but travel each day to work, go to school, and buy services in the closest towns. This modernization is not necessarily beneficial for everyone. Access from the city to the countryside has put farmers at the mercy of urban groups with sufficient capital, education and technology to acquire land and exploit it more efficiently, pushing farmers towards towns and cities, and converting many into members of a large proletariat mass that continues to grow and fill the fields and slums. These sectors have been influenced by new ideas that arrive in the country via satellite television, the movies, the international press, revolutionary writings and new educational content that is constantly spread through classrooms and the press. Today this means that, despite the poverty of many, a substantial portion of the Dominican population, in relative terms, is much better educated than it was fifty years ago, even though there are enormous deficits in the education sector which social critics constantly point out. Thus, the appearance of growing expectations that have awakened in the popular masses have been impeded by the enormous breach which exists between them and the country’s wealthier and more educated classes. On the other hand, one may say that industrialization, urbanization, the expansion of communications, the influx of new ideas and technology, the increase in international travel, tourism and migration, and the continual influence of the ways of life of more modern, industrialized societies via the movies, radio and television, has also produced a secularization process in Dominican life which has greatly affecting religious life.

Only yesterday there were those giant processions during Holy Week and religious pilgrimages to Higüey and Santo Cerro that brought together tens of thousands of men, women and children from all over the country, highlighting the substantial influence of the Catholic Church in the life and thinking of Dominicans. For a long time the Catholic Church reigned supreme in the Dominican Republic and its influence was uncontestable. But, the economic and social changes that have taken place in the country have partially eroded social support for this institution that, sociologically speaking, was better prepared to operate in a traditional society in which social and political life was centralized and rigidly hierarchical, and where the institutional pluralism and consumerism prevalent today had not flourished. Today, almost all of the protestant sects operating in the United States co-exist with the Catholic Church in the Dominican Republic. One indicator of the ground gained by these non-Catholic Christian sects are the statistics collected by the Dominican Council of Evangelical Unity which represents 249 registered organizations, which in turn groups together 8,000 churches and evangelical groups. The majority are small temples and grassroots communities or prayer groups that reflect the growing pluralization of religious life that is occurring in the middle of the afore mentioned modernization process. The secularization of Dominican society has also contributed to the development of a new tolerance and curiosity about beliefs and rituals that previously did not dare show themselves publically, like voodoo, santería, and spiritualism, as well as other more recent religions like that of the Mormons, in addition to the various groups influenced by Buddhism and Hinduism, and other “new age” groups. In short: The history of the Dominican capitalist revolution and of the modernization which has accompanied it is extremely complex, as has been shown, and has affected the very roots of economic activity and social and cultural structures in the country. These transformations have radically altered traditional the ways of life of Dominican people and have changed their way of feeding themselves, dressing, having fun, traveling, believing, making love and educating themselves.

------- 7 FOUR CITIES

The great change experienced by Dominican society in the last fifty years is also reflected in the metamorphoses that four of the biggest cities in the country have undergone: Santo Domingo, Santiago, La Romana and San Pedro de Macorís. Other cities, as has been shown, also may serve as examples, but the changes registered in these four cities demonstrate very well what has occurred in other urban centers. It is worth the trouble, as a means of illustration, to get to know a little of the history of the transformation of these conglomerates.

Santo Domingo

During a large part of its history, Santo Domingo was enclosed within its walls. Of the outlying neighborhoods that surrounded it, the oldest was San Carlos, a small village located less than a mile from the walls of the city, founded in 1684 by some immigrants from the Canary Islands. San Carlos lost its municipal autonomy in 1911, being absorbed by Santo Domingo and was transformed into one of the various neighborhoods that developed beyond the colonial zone at the end of the nineteenth and the beginning of the twentieth century. Together with Ensanche La Fe and Galindo, San Carlos bordered the Northern edge of the city. These areas were chosen by immigrants from other parts of the country and became popular neighborhoods for the working class. In August of 1930, Hurricane San Zenón powerfully affected these neighborhoods and they had to be reconstructed in later years. In the first two decades of the twentieth century, the city moved westward

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when old farms became residential zones: Ciudad Nueva, Gazcue and Ensanche Lugo. Gazcue constituted the most important residential area where the upper class built villas and chalets, and where the president of the Republic had his residence, and where he later constructed the National Palace. Between 1930 and 1965, the middle and upper classes preferred the Western sections of Gazcue for the construction of their homes on lots created by the partition of old ranches and farms of the city, which had been a primary objective of real estate interests. Thus, the geographic center of the city moved to the Northeast as the urban space of Santo Domingo expanded outside of the whirl of the colonial center. Hurricane San Zenón also devastated the new residential areas because many of the new houses were made of wood with zinc roofs. As a reaction to this experience, when the city was reconstructed many owners decided to use concrete and cement, which helped give it a modern look. The reconstruction efforts were personally directed by Trujillo who, proud of his success in reconstructing one of the most modern cities in Latin American, re-baptized it under his own name in 1936. By 1950, the dictator could show that Ciudad Trujillo was a model city: small, modern and clean, with well organized traffic, and cheap and adequate means of transportation. It clearly was the principal city of the Dominican Republic. It had the only modern airport and port; new hotels and hospitals; the most powerful radio station in the country; excellent telephone service; efficient taxi and bus lines; abundant water and electricity; in addition to cinemas and entertainment centers. All this reflected the large scale squandering of public funds by the Trujillo administration. At the height of his power, in the mid-1950s, Trujillo was capable of allocating sixty-two percent of public spending on urban development projects in the capital. Neither he nor his advisors were able to foresee the impact that these projects would have on the city. Between 1950 and 1953, the first waves of landless farmers arrived in Ciudad Trujillo after having been expelled from their lands by the same dictator when he began to construct two new sugar mills and to expand the planting of sugar cane in other lands that he was acquiring. Governmental authorities soon discovered that other towns in the interior were experiencing the same phenomenon. The dictator tried to prevent massive internal migrations, ordering the publication of pamphlets and books in which he appealed to the illiterate rural population not to abandon their lands, and making a call to those that had already migrated to return to the rural areas. The government belatedly discovered that the capital’s population was growing at a rate much faster than that of the rest of the country. By 1960, internal migration and natural growth had converted Santo Domingo into a city with 369,980 inhabitants, twelve times more populous than it was in 1920, when it only had 31,000 residents. At the beginning of 1950, the government built to the North of Santo Domingo two “worker neighborhoods” called Ensanche Espaillat and Ensanche Luperón to house the rural families displaced by Trujillo’s sugar interests. But military officials and government politicians kept Ensanche Luperón out of the reach of the farmers, and only a few could move to the new houses in this area. The government constructed other worker neighborhoods around the industrial zones located in the outskirts of the capital. The industrial zone of the Avenida Máximo Gómez in the North was planned with its own worker neighborhoods. The Residential areas of the middle and upper classes were separated from the worker neighborhoods and the industrial zones by the General Andrews international airport, constructed in the middle of the 1940s. This airport was transferred to the outskirts of the city in 1956. Ten years later its land began to be rapidly urbanized. The worker neighborhoods called Barrio de Mejoramiento Social and Barrio María Auxiliadora were developed to lodge government bureaucrats and laborers from the industries arising in Santo Domingo after the Second World War. The industrial zone of the Máximo Gómez contained some of the most important state industries, such as: vegetable oil, cement, nails, marble objects, fibers and textiles.

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Other worker neighborhoods, like Villas Agrícolas, were built around this area in the 1940s and 1950s, in a failed attempt to combine urban dwellings with small gardens that could provide fresh vegetables to the city. The construction of new worker neighborhoods around industrial zones continued during the 1950s to the East of the Ozama river, where the government constructed the Ensanche Ozama and protected the development of the Ensanche Alma Rosa, both destined to house government bureaucrats and workers from the new textile, flour and paint factories on the Eastern edge of the Ozama river. One can see a clear relationship between the establishment of industrial zones and the construction of worker neighborhoods. This pattern continued for many years after Trujillo. For example, between 1966-1968, the government constructed the Honduras and Mata Hambre housing projects around the industrial zone of the Avenida Independencia, on the Western border of the city. In the mid-1970s, the government erected the Barrio Las Caobas near the new industrial zone of Herrera which housed many of the factories for the substitution of imports began after 1968. So, with country-to-city migrations and industrial development, another cause of the growth of Santo Domingo was the construction industry financed or supported by investment in public works. Between 1966 and 1978, under the leadership of president Joaquín Balaguer, the State consistently spent more than fifty percent of its annual budget on public works concentrated in the city of Santo Domingo. Until 1961, the State had an almost exclusive role in the design and development of worker neighborhoods. Private capital was scarce and savings and loan associations did not exist until 1962. Thus, the lack of credit to construct homes left the private sector with few possibilities for investment in large projects. Nevertheless, many land owners whose property benefited from the physical growth of the city built long rows of single-story wooden houses, divided in narrow apartments called “piezas” to rent to immigrants from the countryside and the towns of the interior. These buildings were called “cuarterías” because they normally had one or two “cuartos” or bedrooms in addition to a yard, a latrine and a communal bathroom. With time, the owners of the cuarterías enlarged them, adding new bedrooms in the yards which made them extremely overcrowded. Similarly, many of the pioneers who occupied the first worker neighborhoods also expanded their houses, building new bedrooms in their yards in order to lodge new arrivals or friends. So, the worker neighborhoods, like the cuarterías, were transformed into overcrowded neighborhoods with a population density of up to 1,000 people per square kilometer. It was estimated in 1977, that the average occupancy in the quarters was 5 people per “pieza”. Neither the worker neighborhoods nor the cuarterías with their yards were enough to take in the incessant flows of poor immigrants from the interior after 1960. Internal immigration as well as the natural growth of the population exceeded their capacity to accommodate new arrivals, and soon slums proliferated in the city. In the turbulent twenty years that followed Trujillo’s death, and when upheaval and political instability dominated the country, slums rapidly developed. Many poor families used cardboard, tin plates, wood and palm leaves to construct entire villages along the creeks and streams that flowed into the Ozama river. Others constructed their precarious dwellings in the gaps of the worker neighborhoods or on abandoned land in the residential areas of the city. Almost all were forced to occupy marginal zones on the edge of the Ozama river, giving rise to the first large slums, Guachupita and Gualey in the Northeast of the city bordering the Ozama river. With time, the slums ended up dominating the urban landscape of Santo Domingo to such a degree that in 1977, it was calculated that they contained seventy-four percent of the entire population of the city and their dwellings represented sixty-seven percent of all dwellings in the capital. In that year, it was determined that the average occupation of the dwellings in the slums was 6.5 people. Without drinking water, electricity or latrines, these slums

were truly “villages of misery” with their small houses of at most 14 or 16 square meters, crowded together with a separation of only one or two feet. In crude contrast to the poorest areas, the middle class and the wealthy began to acquire lots and homes on the outskirts of Santo Domingo. Primarily financed by savings and loan associations for homes created after 1962, these groups started to buy homes in new modern urbanizations and “ensanches” constructed between 1965 and 1990, along three principal marine terraces that ran from East to West of the city. The development of these modern neighborhoods also deserves a few paragraphs because the center of the city gravitated towards them, leaving behind the colonial center as a mere tourist attraction and as a declining urban nucleus hardly visited today by its former occupants. After 1966, the city experienced substantial changes, qualitative and quantitative, due to an aggressive program of urban projects directed by the government. These works were destined to convert Santo Domingo into a modern city far from the colonial center, which had to be restored and converted into an historic monument and tourist attraction. The government began the construction of large boulevards and parks, as well as numerous residential projects for the middle and working classes, soldiers and bureaucrats. Between 1966 and 1978, the urban area grew exponentially when old cattle farms, as much to the West as to the East and North of the city, were converted into urban lots, stimulated by a new network of avenues and boulevards constructed by the government. The State offered generous credit, with negative interest, to the private sector for the construction of projects with the goal of promoting new job creation and stimulating the demand for industrial and agricultural products. Massive investment in construction projects was accompanied by a push for the industrialization of import substitutions. These government policies had a visible impact in few years. The dictator Trujillo and his successor, president Joaquín Balaguer, gave priority to the urban development of Santo Domingo, but neglected other cities. The result of these urban projects that extended for more than fifty years has been the development of a city in which more than forty-five percent of the country’s population is concentrated. Santo Domingo also has seventy percent of the industrial factories that receive more than sixty percent of the industrial credit. The city contains eighty percent of the telephones of the country, sixty percent of the cars, more than sixty percent of the doctors and more than sixty percent of the university students. By the end of 2013, this city also accounted for sixty percent of the taxes collected by the State, sixty-five percent of the country’s taxpayers as well as fifty-eight percent of the employed. In the 1970s and 1980s, Santo Domingo experienced chaotic physical growth that still causes serious urban problems because many of the housing projects, parks and boulevards were built according to political convenience and individual interests, with little or no rational planning. The growth of the urban population stimulated agricultural production. In the 1940s and 1950s, Santo Domingo absorbed the surplus produced by the agricultural colonies created by the government. In the 1960s and 1970s, agrarian reform programs also served to give abundant products to the city. This growth has greatly surpassed the capacity of the government to meet the basic needs of the population and it is no longer possible to offer adequate public services to all of its inhabitants. Santo Domingo suffers from a permanent lack of drinking water, security, schools, hospitals and adequate public transportation. It consumes almost fifty percent of the electricity generated by the country and continues growing 2.5 times faster than the rest of the nation. In 1981, Santo Domingo was an urban conglomerate of more than 1.3 million inhabitants. In 1992, its population reached 2.2 million, competing with La Habana as the most populated city in the Antilles. Today, in the year 2013, its population is 4 million inhabitants, which turns it into the largest city in the entire Caribbean basin. Its urban landscape, like its problems, is very similar to those of other Latin American capitals that began their industrialization many years before. If the

policies of enlargement practiced by Trujillo and Balaguer served for anything, it was to accelerate the process of “Latin Americanization” of Santo Domingo, and to expand a tiny colonial city into a great urban conglomerate with ample poles of modernity, but incapable of offering basic services to its inhabitants.

Santiago de los Caballeros

Santiago has always been the commercial and manufacturing center of the Cibao and, as such, has always has its own economic life. It housed the country’s largest factories for the production of cigarettes, rum, starch, shoes and leather products, men’s clothing, straw hats, wooden furniture and a myriad of other products. Santiago also functioned as the capital and administrative center of the Cibao, and has always been the country’s second largest city. However, its urban growth did not reach the same scale as that of Santo Domingo, even when it played a crucial role over the years as a financial center at the service of the rice towns of the so-called Northeast Line. The differences in urban growth between the two cities may be easily observed from their demographic indicators. In 1935, the population of Santiago was exactly half that of Santo Domingo; in 1981, the population of Santo Domingo was almost five times greater than that of Santiago. Today, in 2013, the capital of the Republic, with its satellite neighborhoods of Los Alcarrizos and La Caleta, is eight times larger than the capital of the Cibao. Observing the unequal development of both cities, in the seventies many businesspeople and intellectuals from Santiago blamed the government’s industrialization policies for the delay that Santiago was showing in comparison to Santo Domingo. Their argument was that these policies favored private investment in Santo Domingo and created additional demand for public investment to sustain or modernize the urban infrastructure of the capital of the Republic. Between 1966 and 1978, Santiago also received its share of public investment and the city renovated its urban spaces. The government remodeled various slums and erected eye-catching residential projects while its engineers surrounded the city with an impressive boulevard that bordered the Yaque del Norte river and connected the city to a large industrial free zone developed with government funds. The private sector of Santiago reacted by creating companies that developed new factories and modern residential projects. As a result, Santiago lost its previous small town-feeling and in a few years the city began to transform itself with the impact of new avenues and boulevards that crossed it in all directions, following the natural relief of the land. These arterials created a modern network of streets and avenues that surpassed in functionality the traditional grid of the old city and allowed the construction of new urbanizations and neighborhoods that arose to lodge the growing middle class, as well as working class families that managed to obtain home loans at low interest rates from the savings and loan associations. All of these developments attracted families and people from rural areas, and the city crew at an annual rate of 6.5 percent between 1961 and 1970. The early connection of the city with the networks of Dominican emigrants in the United States favored the emigration abroad of many new arrivals as well as of residents of the city. As early as 1962, Santiago had a U.S. Consulate installed there to respond to the enormous demand for emigration visas to the United States from the people of the area. Emigration abroad during those decades helped explain the slowdown in the rhythm of growth of the city to five percent between the years 1970 and 1981. Despite this, Santiago kept its pattern of population growth much higher than the national average between 1950 and 1981, increasing its population at an annual rate of 5.28 percent in contrast to the rest of the country’s rate of 3.17 percent. In spite of this, today Santiago’s population barely exceeds 700,000 inhabitants.

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La Romana

From being a tiny fishing town, at the beginning of the twentieth century, La Romana transformed itself into a city-port through which sugar cane shipments went to Puerto Rico. In those days, the South Porto Rico Sugar Company acquired large tracts of land in the Eastern region of the Dominican Republic, which traditionally had been used to raise cattle. La Romana maintained its character as a small “company town” during a large part of its existence. This characteristic became more noticeable after 1918 when the South Porto Rico Sugar Company built an enormous sugar mill called Central Romana, which was destined to process all of the sugar cane that was sent before to Puerto Rico to be ground at the company´s Central Guánica. As a “company town” La Romana had to meet the needs of the business. Almost all of its population worked in the mill or depended on the company’s employment. Almost all of the land was dedicated to the cultivation of cane or to the raising of the company’s cattle. If a person did not play a role in the company, then they didn’t have much to do in that town. As a result, the growth of the town was slow during the first half of the twentieth century. In 1935, its population barely reached 10,912 people. Fifteen years later, in 1950, this amount had risen to only 14,074 people. As in many other towns that welcomed American companies in the sugar districts of the Caribbean, the urban space of La Romana was very orderly. Its streets were straight, wide and clean. Its houses displayed a certain uniformity, with the majority being of wood with tin roofs. There were no slums on the outskirts, and its borders were defined on one side by the river and on the other three sides by a final street that divided the town from the company´s cattle ranches and the cane plantations. The Southern side of the town was also bordered by the railroad that carried the cane to the mill. This building presented an impressive structure, with its raised chimneys that crowned the high metal walls surrounding one of the largest factories on the island. To be in La Romana when they were grinding the cane was a memorable experience. The town was permanently immersed in the sweet, dry aroma of boiling sugar cane juice, while the population engaged in frenetic activity. Money widely circulated and for those months local merchants were very busy. At the end of the harvest, the “dead time” enveloped the entire town, while the fields were prepared for a new cycle and the mill’s machinery received maintenance. In the dead time economic activity declined, money again became scarce, and the people resented living in a place where the only future involved working for the company, the owner of almost all of the land, the only industry and almost all of the cattle in the region. In 1966, the company was bought by the Gulf & Western Corporation, a multinational consortium headquartered in New York. By then, the sugar cane factory had been enlarged and modernized several times. To the extent that Central Romana grew, so did the amount of cane that was processed and the demand for labor. As a consequence, the population expanded due to immigration and the modernization of health services. In 1970, La Romana already had a population of 38,281 inhabitants. In 1970, Gulf & Western put into operation an industrial free zone designed to attract North American investors who were looking for a docile and cheap labor force in the Caribbean. The establishment of this free zone had a revolutionary impact since it attracted the attention of the female population of the town, which until then had been kept on the margin of the monetary economy, only working in domestic jobs. Almost simultaneously with the free zone, Gulf & Western invested enormous sums of money in the development of Casa de Campo, the largest resort in the Caribbean, which was an enormous success as a hotel and as a real estate project for the Dominican elite and the international jet set. Its construction took many years and its expansion has continued without interruption during the last forty years. Both the free zone and the Casa de Campo tourist complex demand a

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growing amount of labor each year. The industrial free zone of La Romana became so large that its labor force had to be recruited from outside the town. Immigration from other parts of the country was so intense that for a time the demand for housing could not be satisfied and immigrants and their families experienced many shortages, being obliged to establish themselves in new slums outside the city. The physical development of La Romana was quickly impacted by its rapid economic growth in the tourism and industrial sectors. Today, La Romana also has shanty towns and slums, as well as worker neighborhoods which were constructed by the government and the company to partially satisfy the necessities of the working population. However, these housing projects have always been insufficient. Between 1970 and 1981, the population of La Romana multiplied three times, rising from 38,281 to 91,571 inhabitants. In the 1980s, the population grew at a rhythm similar to that when the city was transformed by the impact of immigration and tourism. New businesses appeared, in particular in the service sector. The transportation and commercial sectors also grew, as did the professional class. Today, in the year 2013, the population of La Romana exceeds 150,000 people. Casa de Campo, that hotel project from the 1970s which began with only 128 rooms is now a modern conglomerate of more than 1,600 villas and luxury vacation apartments, and has become the largest tourism resort in the Antilles.

San Pedro de Macorís

San Pedro was a modest fishing village which in the last quarter of the nineteenth century –during the sugar revolution that begun in the 1870s– became the sugar town par excellence. Together with Puerto Plata, San Pedro experienced an early industrial and commercial modernization that lasted until the sugar crisis of 1921. By then, San Pedro de Macorís boasted of a modern port, workshops and small manufacturing plants, and various railways that connected the mills with the sugar fields. The town had paved streets with public lighting; an excellent hospital; a theater; various social clubs and streetcars. The business elite of San Pedro were comprised of Catalonian immigrants and their descendants. San Pedro recovered some of its economic growth in the 1920s, with its population surpassing 18,000 inhabitants in 1935. But after the world economic crisis of the 1930s, many businesspeople realized that the city was falling behind, because the city of Santo Domingo had become the focus of the government’s attention. In effect, Trujillo forced the majority of sugar businesses to operate from Santo Domingo. This policy coincided with the Great Depression, resulting in the abandonment of the city in a few years by the most enterprising inhabitants. The professional and business exodus from San Pedro de Macorís to Santo Domingo, and the closing of factories and mercantile houses in the 1930s, is a well-known phenomenon that explains the ruin of this city. By 1940, San Pedro had become a declining town without important businesses, with many empty houses and dusty streets; with a lethargic pier whose oxidized iron buildings attested to better times. For more than thirty years the population’s increase was minimal. For example, of the 18,617 inhabitants that San Pedro had in 1935, fifteen years later, in 1950, its population had only grown by 1,259 people to a total of 19,876 inhabitants. As emigration continued and health conditions did not significantly improve, the population stayed almost the same, reaching, after a decade, 21,820 inhabitants in 1960. This demographic and economic stagnation begun under the Trujillo regime constitutes a perfect case study of how discriminatory policies ruined a prosperous town, turning it into an area of decline. San Pedro de Macorís began its growth after 1961 by liberalizing commerce and tolerating immigration from the sugarcane fields to the city. In the

1960s, thousands of rural families that could hardly subsist in the sugarcane fields arrived in San Pedro de Macorís. In spite of their hopes, the majority cold not do much better in a city that had a modest commercial life. The city doubled its population in ten years, reaching 42,680 people in 1970, which demonstrated its condition as a cheap labor source. This characteristic made the city an early target for those looking for adequate places to establish exportation free zones and other manufacturing industries. When these industries were established in the 1970s and 1980s, more immigrants arrived and the local market expanded. Even though the city remained poor and disorganized, various unrelated facts helped attract international attention and brought money to the local economy. One was the creation of a private university which specialized in the training of doctors for North American hospitals, which attracted the attention of thousands of Dominican and foreign students. The other was the opening of various new industries for the generation of electricity and cement, as well as the afore-mentioned assembly plants in the free zone. Another was the exportation of baseball players to the Big Leagues in the United States, in which Dominicans distinguish themselves as excellent, hardworking players. As a recruiting center for baseball teams and as a university town for medical students for the North American market, San Pedro de Macorís enjoyed growth without precedent in the seventies and eighties. The government sustained both activities and helped the local elite modernize public infrastructure, constructing the industrial free zone, public buildings, sports facilities, avenues and boulevards. It also supported the construction of the university campus and extended credit to industrial investors in the area. From that point and during the past thirty years, the city has continued to grow and receive large industrial investments (cement factories, free zone industries, big electricity generation plants, training camps for baseball players, hotel complexes and theme parks for tourists). Nonetheless, San Pedro has not been capable of solving its most urgent social problems. It seems that exporting baseball players and clothing to the United States or receiving medical students from abroad was not enough to recuperate its lost status as a modern urban center. The production of sugar cane has continued to dominate the regional economy, but cannot provide employment to all of the young people who enter the labor market each year. The same may be said of the industrial free zone, local businesses and the university. In 1981, the population of San Pedro de Macorís rose to 78,562 people. Today, in the year 2013, it exceeds 200,000 inhabitants and is one of the most populous cities in the country.

------- 8 TRANSITIONS

The great structural transformations described in the preceding pages have been accompanied by a rapid modification of customs and of the social institutions. The speed with which the population has adapted to these changes has been very unequal, because even though they are experiencing urbanization and changing customs, the people continue to preserve their own village or small-town habits from previous epochs. Thus, today one observes two societies that are juxtaposed though paradoxically interwoven: ‘an urban society, more or less modern, more or less educated, more or less wealthy and more or less well-traveled, comprised of the richer classes and broad sectors of the middle class and, on the other hand, a society of poor or impoverished people, poorly educated, marginalized, of recent rural or slum origins, familiar with the outside world only via personal stories of emigrants and the media, but with few resources to emigrate or travel abroad. The Dominican Republic thus presents itself today as a dualistic society that has rapidly modernized in many aspects, but still maintains certain ways of life belonging to the rural society from which it comes. This modernization has

generated new ways of thinking, new values, new customs, new institutions, new ways of dressing, speaking, eating, and having fun. Sooner or later these changes had to occur due to commercial interactions and the development of communications with those industrialized and postindustrialized countries in the North of the planet which lead today’s technological revolution that has transformed the world into “a digital village.” But, in the Dominican case, one can affirm that these changes have accelerated due to the country’s rapid economic growth in the last fifty years. Let us take, for example, the case of transportation dominated today by motor vehicles and, among them, by motorcycles and automobiles. Half a century ago the transportation of people depended in large measure on donkeys and horses, and there were places like rural zones in Samaná where oxen carried people and merchandise. One may say that one of the great transitions experienced by the majority of the Dominican population has been the change from the donkey to the motorcycle, even when one still sees some horses and mules pulling carts in cities, selling agricultural products. Equally important has been the appearance of companies which have revolutionized interurban transport by introducing large, modern buses that definitively supplant the car fleets or so-called “carros de linea”. Along with these companies, numerous businesspeople have introduced medium-sized busses, called “voladoras,” which today are responsible for transporting the majority of passengers traveling from one town to another. Another important transition has been the change in the structure of dwellings. For centuries the most common Dominican dwelling was constructed of pine, palm or roofing boards, with roofs of royal palm and, later, zinc (with the exception of the colonial zone in Santo Domingo). A large portion of these dwellings had dirt floors due to the poverty of their owners. Today, the majority of Dominican dwellings are made of cement, and fewer and fewer have dirt or wooden floors. Of these, which previously dominated the village landscape of the Northeastern and Southwestern regions of the country, only few remain and are mostly ethnological curiosities. The changes in the way people dress also draws one’s attention, such as the disappearance of the rags (“harapos”) that were the most visible characteristic among the poorest layers of society and in the rural population. As a product of their intense contact with the outside world, particularly with the United States, today Dominicans wear clothing that is very different from what they wore half a century ago. Today women’s clothing designers of both sexes proliferate, some of whom have managed to acquire international fame. Modeling schools also abound which seek to add a new ingredient to the presentation of the Dominican woman in fashion as well as in advertising, in the work place and in sports. The majority of women, who used to wear long skirts, petticoats and stockings, have adopted pants for everyday use and have left those clothes for more formal occasions. Men, for their part, who used to go through sombreros, today go around with uncovered heads or with baseball caps or hats to protect themselves from the sun. Dominican women’s new way of dressing is just one of many signs of their economic, social and cultural emancipation. As a product of industrialization, urbanization and excessive growth of the service economy, today Dominican women from every class are fully incorporated into the labor market. And masculine labor is no longer the principal component of a family’s income, and nor is the man the only head of the household. According to recent studies, today half of all families have a woman as the head of the household. Tiny street stalls and grocery shops, that used to be small, dark businesses without refrigeration, evolved into becoming grocery stores, or “colmados”, some of good size, fully stocked, well-lit, many of which then turned into bigger grocery stores, or “colmadones,” a mixture of a grocery store, bar and beer stall with their own music and even dance floors. Fifty years ago, one could only count two “supermarkets” in the entire country which, seen on a modern scale, were very tiny establishments: Wimpy’s in

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Santo Domingo, and the Colmado Victoria in Santiago. All the rest were colmados, grocery shops or street stalls. Today, supermarkets dominate the supply of food and drink in the principal cities of the country along with the colmados. Equally dominant are the new big commercial centers and plazas developed according to existing models in the United States and Europe, which group together all kinds of stores under one roof to allow customers’ to obtain all the products and services that they desire. These centers, or “malls”, have replaced the central parks of cities and towns as the principal recreation centers for those people who want to go to the movies, buy clothes, food, electronic appliances or items from a hardware store. They have even become favorite places to stroll for the middle class, instead of going to the park, as many people prefer going to the malls in which they feel more secure. With the development of the new industrial and service economy, and due to the congestion of urban transit and the obligations imposed by work schedules, many people now eat lunch outside of their homes. Fifty years ago this was unthinkable as the towns and cities were small and the people had time to go home at midday. To meet the enormous demand for fast food service, even in the smallest towns, today a diverse range of restaurants and food outlets proliferate, including pizzerias, sandwich shops, or “sandwicheras,” and chicken restaurants, or “picapollos”. Only in the smallest towns, like Constanza or others of similar or smaller size, do businesses close at noon so people can go home to eat lunch. The Dominican diet today is much more varied than it was half a century ago. The commercial opening experienced after the 1990s, together with the abundance of colmados and supermarkets, has put at Dominicans’ disposal a copious variety of food that was previously unknown or consumed only by the most educated and wealthy elite. Dominicans continue eating their typical rice and beans with meat, but their diet has broadened considerably with a greater offer of agricultural products and a wider diversity of processed products, ranging from pastas to canned goods to drinks of all flavors and colors. One sees this not only in the urban sector and middle class. It is also true of the more populous classes and even of the poorer sectors, since the Dominican Republic has developed a vigorous sector for the production of fruits and vegetables, and a modern food production industry, which have contributed to changing people’s diets. The bulk of this production goes to the hotels in the tourism zones and to the supermarkets in the big cities, but a substantial portion also flows to populous sectors, and today one sees thousands of colmados and hundreds of fruit stands on the corners of the big cities, as well as dozens of pickup trucks filled with plantains, called “plataneras,” and wagons circulating in the towns, offering fruits, vegetables and tubers. The increase in agricultural production has had many causes that range from the explosion of demand to the introduction of new technologies and varieties. The opening of millions of hectares of land, and the formation of a new generation of engineers and technicians in agronomy and veterinary sciences, have permitted the development of new fruit plantations oriented towards the internal market as well as towards exportation. Today in the markets there is a proliferation of bananas, citrus fruits, mangos and avocados harvested in large, modern plantations that are technically managed. Half a century ago these fruits were collected from old trees and sold in tiny quantities in the cities since there were no commercial plantations to harvest them. Many popular tubers and roots like yucca, yams, taro, sweet potatoes, mapueyes and potatoes, produced under better quality controls, have also expanded. After having experienced its own “green revolution” in rice, the Dominican Republic today is entering another silent agricultural revolution: vegetable production in greenhouses that is going to transform the economy and the ecology of many areas of the country, beginning with the valleys in the mountains of Constanza, Jarabacoa, Rancho Arriba and San José de Ocoa.

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In ecological terms, the changes that the country has undergone in the last half century have been great, given the acceleration of deforestation in many areas of the country, particularly in the mountainous zones and on the frontiers. The indiscriminate exploitation of pine forests, together with mountain agriculture and cattle ranching, on one hand, and the penetration of Haitians at the border in search of wood to make charcoal, on the other hand, have contributed to the disappearance of large forests and, with them, the extinction of many rivers and streams and the decrease in water flow of many others. In compensation, and to the extent that the middle class has become wealthier and broadened its leisure opportunities, the number of Dominicans venturing to visit national parks has also been increasing. These visits, little by little, have begun developing a certain ecological consciousness in these pockets of the population. However, the rural population’s economic necessities, the greed of unscrupulous people, and growing Haitian immigration have exerted very strong pressures on the environment that seriously threaten the integrity of the national parks. Mountaineering and climbing, which before were sports practiced by a few dozen people, today are very popular, though at times in a very aggressive manner, similar to what occurs with hundreds of individuals who go around the country by motorcross, many of which destructively penetrate into remote corners that were previously reserved for hikers. While the middle class and populous sectors have begun discovering the pleasure of vacationing in the mountains, a much bigger number of people do so at the beach. Fifty years ago, the famous swimming area of Boca Chica was a place for the elite of Santo Domingo, as was Sosúa for the upper class of Santiago and several towns of the Cibao. Other beaches were practically empty during the whole year. Except on some weekends in the summer and during Holy Week, it was very rare to see bathers on these beaches, which were also not very appreciated. As the population has been gotten more access to better and more abundant forms of transportation, and as its income has been growing and thus its ability to dispose of surpluses in the family budget, so has the flow of native visitors to the country’s beaches increased. The construction of hotels, motels, rest stops, bars and restaurants on many of these beaches and their surrounding villages has facilitated these visits. These zones today are recreational areas for hundreds of thousands of Dominicans during weekends and on special occasions, such as Holy Week. Rum, beer and cigarette companies encourage these visits through their advertising campaigns, and they contribute to the process of religious secularization of the Dominican people; Holy Week is no longer considered a time for reflection and prayer, but rather a time for hedonistic fun. Alcohol consumption, which has always been high in the country, today presents one of the highest indices of per person intake in the world. Dominicans traditionally drank rum and beer, but with the relative enrichment of the elites and middle classes, the consumption of whisky, wine and other imported liquors has risen today to levels never before imagined, to such a degree that the consumption of alcohol is much higher than that of milk. One of the most notable features of contemporary Dominican society is the physical presence of alcohol in supermarkets, colmados and grocery shops, without mentioning bars and restaurants, as well as the weight of these products in advertising placed in the media. Accompanying this advertising is the proliferation of hundreds of musical groups who play at recreation centers and parties, as well as live television programs that are presented daily on the majority of the country’s television stations. One’s attention is called to the radical transformation of so-called patron saint festivals that previously were religious festivals promoting prayer and veneration of the patron saints of the communities. Of those festivals only the name remains since now during these festivals libations and dancing to new styles of music prevail, replacing the traditional “perico ripiao,” religious prayers and merengues from the countryside. Today, the Dominican music scene, as much in the city as in the country, is

dominated by new rhythms and diverse variations of traditional genres. Contact with the Latin American and Caribbean diasporas in New York and Miami has motivated many Dominicans to accept and promote new forms of music that were unknown a few years ago, such as reggaetón and urban merengue. Some consider these changes to be signs of musical modernization, since Dominicans are counted among popular Latin American musicians most inclined towards experimentation. As a result, merengue has been completely transformed and has adopted faster beats that radically move it away from the traditional two-by-four time, while salsa, son and bachata have acquired a new musical physiognomy. No longer does popular Dominican music rest on the güira, the drum and the accordion. Now it relies on a derivative instrumental set used by rock bands in the United States, enriched by new paraphernalia of electronic and digital instruments. Something similar has occurred with children’s games. Half a century ago, boys and young men entertained themselves and were content playing with marbles, flying kites, playing cup-and-ball, swimming and fishing in rivers, walking on stilts, playing baseball with homemade balls and mitts made of canvas, riding bicycles (those whose parents could afford them), tramping through the countryside picking neighbors’ fruit, or “maroteando”, and other traditional games. Whereas girls played with dolls and jacks, sang innocent songs, jumped rope, played volleyball or learned how to sew and cook. Today, children and youth play these games less and less. The inundation of items from the digital world is radically changing the ways in which Dominican children and youth entertain themselves and have fun. As with the revolution in communications which has made eight out of every Dominican telephones a cellular phone, new generations are adopting these new technologies with such enthusiasm that they have wound up discarding the games played by their parents, replacing them with digital ones. Movies, television and the internet have fully introduced the Dominican Republic to the digital culture of the “global village” and are transforming the behavior, value systems and customs of its youth at such a speed that older people cannot keep up. Similar to what is occurring in the majority of largely Christian countries in the “West” of the planet, modernization has also been associated with a profound sexual revolution that accelerated after the Second World War and has been spreading to more and more “underdeveloped” societies of the socalled Third World. The Dominican Republic, due to its proximity to the United States, started to experience this revolution at the beginning of the 1970s, and since then customs have continued to change at the pace set by their North American and European models. As a consequence, many old restrictions and taboos have fallen and today Dominicans openly exhibit a sexual freedom unknown fifty years ago. One may say that the impact of movies and television, much earlier than that of the internet, culturally prepared the population to assimilate these values and to adopt these new behaviors. Both media also prepared people to receive and internalize new technology. The cinema has become such a Dominican passion that a new movie production industry has emerged in recent years, and the country enjoys one of the most modern studios in the world, Pinewood Indomina Studios, that technologically differs very little from Hollywood’s large installations. Television, along with radio, also has had a notable effect on the unification of the nation’s way of speaking. In 1963, it was still possible to detect regional differences in the pronunciation and intonation of the Dominican language. Southerners, for example, dragged out their R’s, people from the Cibao emphasized their I’s, people from the capital their L’s, and people from Puerto Plata pronounced their R’s as if they were speaking English, and so on. Today, due to the standardization of pronunciation established in elocution schools and practiced by the majority of commentators, it is possible to attest that the modernization of the country has brought with it, if not the

elimination, at least the reduction of the regional differences in the way people speak. Many other customs and ways of life have also changed. Due to their number and variety, it is not possible to mention all of them on these pages. But there are a few that are indicative of the recent modernization of Dominican society. For example: today Dominicans get in line when they are in establishments waiting to be served. Just yesterday, there were arguments, conflicts and complaints among customers in almost all establishments who did not know they should or refused to organize themselves by order of arrival to receive the desired services. This rule of getting in line, recently accepted and practiced, is partly the result of the cultural adaptation of the hundreds of thousands of Dominicans who have emigrated to the United States and Europe, and have returned with this useful custom that is very practical in densely populated urban settings such as Santo Domingo, and has been extended to the rest of the country. Another feature of modernity, completely distinct, is the growing Dominican custom of using banks to manage their personal finances. Fifty years ago, as already pointed out, there were few banks in the country. At that time, the function of these institutions was largely limited to serving enterprises and businesses of a certain size. A large part of the population saved their money “under their mattresses” or turned their money over to businesspeople or to the wealthy so that they could administer it. In the towns and countryside, lenders who charged their clients exorbitant interest proliferated. Today it seems absurd, but a half a century ago the same banks charged interest for deposits. The monetary economy was so little developed that even in the more important population centers many people resorted to bartering. The economy’s sustained growth has made monetary circulation expand exponentially and from 1964 on, the date of the opening of Banco Popular Dominicano, the country has developed a vibrant financial center to which the majority of the population has become accustomed. Result: the largest share of national savings today is kept in banks and other financial institutions, and from there the rest of the economy circulates. Finally, it is also important to mention the significant changes in the political system. In 1961, the Dominican Republic was governed by the longest totalitarian dictatorship in America, which lasted thirty-one years. With the fall of Trujillo, many people aspired to live under a rule of law and liberty, but the political culture was steeped in an authoritarian mentality and thus, in 1963, the country lived through the traumatic experience of a coup d’etat against the first democratically elected government since 1924 and, nineteen months later, a bloody civil war. In the last fifty years, Dominicans have continuously struggled to construct a functional democracy. The path has been a difficult one, full of obstacles that have been overcome to the extent that new generations have begun incorporating themselves into civic life with new ideas –conservative, liberal or revolutionary, it does not matter– that reject going backwards and prefer democratic rotations in power to a dictatorship’s continuity of power. During this period, Dominicans have created more than a hundred political parties and movements of all kinds, of which only a few remain that really have institutional substance, but the main ones express contemporary social ideologies. If they agree on anything, it is to work towards economic development, the consolidation of democracy and the modernization of the country. Simultaneously with this process, no sooner did Trujillo’s dictatorship fall that the Dominican society began to organize itself into a myriad of social institutions of every type. Groups with diverse interests arose and continue to arise: unions and employers’ organizations; civic associations and movements; non-profit organizations and foundations; student and farmer groups; and religious, sport and cultural affiliations; in sum, a broad gamut of institutions that demonstrate a developed pluralism which is a far cry from the centralization that Dominicans inherited in 1961. This prolonged and rich pluralism is one of the foundations of the democracy that the Dominican Republic enjoys today.

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le grand changement

Présentation

La transformation sociale et économique de la République Dominicaine

1963 2O13 frank moya pons

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Depuis sa fondation le 23 Août 1963, Banco Popular Dominicano a reflété deux de ses principaux engagements entrepreneuriaux qui, ayant été progressivement mis en œuvre dès l’ouverture au public le 2 Janvier 1964, ont imprimé un facteur différentiateur pour l’entité financière et son enracinement subséquent et influence sur la société. Ces deux engagements initiaux étaient les suivants: d’une part, la démocratisation des services bancaires au profit de larges secteurs de la population n’ayant pas accès à ceux-ci dû à la prévalence des banques étrangères dans le pays; et d’autre part, un fort désir de servir la société qui, avec son singulier rôle d’agent catalyseur du progrès économique, servirait de levier pour promouvoir des changements importants dans les conditions de vie, l’expansion social et institutionnel et le développement humain de la population dominicaine. Avec ces idées clairement établis, le fondateur du Banco Popular Dominicano, Monsieur Alejandro Grullón E., Président ad Vitam et Directeur Emérite du Banco Popular, en tant que branche principale, et du Grupo Popular, en tant que société matrice, a obtenu le soutien d’une classe entrepreneuriale émergente de la région du Cibao, regroupée aujourd’hui à travers l’association connue comme Asociación para el Desarrollo, Inc. (APEDI) (en français: Association pour le Développement, Inc.) et de l’industrie agro-alimentaire, des groupes commerciaux, professionnels ainsi que de la classe moyenne de toutes les régions du pays, afin de concrétiser la vision de la première banque commerciale fondée avec des capitaux privés dans l’histoire financière du pays. Au bout de cinq décennies de service continu à ses clients, actionnaires, le public en général et de la société civile, Banco Popular a non seulement maintenu et renforcer ces engagements mais les a également approfondis et diversifiés afin de devenir aujourd’hui une entreprise d’utilité sociale durable, qui a accompagné à la République Dominicaine dans son processus progressif de grands changements dans des domaines tels que l’économie, l’industrie, le commerce, le développement des infrastructures routières, le développement urbain, architectural et les infrastructures touristiques, le renforcement des institutions politico-juridiques, ainsi que les progrès réalisés dans la science, les arts, les télécommunications, l’innovation technologique, l’éducation et l’amélioration de la qualité de vie de milliers de familles, qui grâce à l’entrepreneuriat ou à l’inclusion financière et sociale, ont écrit des histoires de réussite, petites et grandes, qui portent la marque du Banco Popular.

Lorsque nous examinons, grâce à la plume de l’illustre historien Frank Moya Pons, les changements majeurs vécus par la nation et la façon de vivre et de penser des Dominicains depuis cinquante années, la présence du Banco Popular Dominicano est ressentie dans cet important processus de transformation, de modernisation et de renforcement des piliers économique et social de la République Dominicaine de la deuxième moitié du XXe siècle et les commencements et possibilités de ce XXIe siècle. Ces pages témoignent non seulement des grands changements structurels de la société et de l’économie de notre pays au cours des cinq dernières décennies, accompagnés par la canalisation des ressources et la grande vocation de service social du Banco Popular, mais aussi des changements qualitatifs dans les us et coutumes de la population, des services publics et privés, dans les espaces urbains et les modes de vie ruraux, la démographie, la culture et l’éducation, entre d’autres aspects de la vie d’un peuple qui en aucune façon n’a été étranger aux changements majeurs ressentis en raison du processus de globalisation de l’économie et de la mondialisation de la société, avec ses vertus mais aussi ses limites. De même, cette publication commémorative des 50 ans de la vie institutionnelle du Banco Popular est également illustrée d’images photographiques authentiques fournies par environ 50 photographes nationaux, qui se sont réunis et ont capté différents moments et étapes de la vie quotidienne et de l’histoire d’une nation connue pour son travail acharné et sa foi dans la conquête d’un avenir plus prometteur pour toutes les couches de la population. Nous espérons que les lecteurs reçoivent joyeusement cette nouvelle contribution bibliographique réalisée par notre entité financière, dont le but principal est de démontrer, grâce à la conjugaison des sciences sociales et l’art les changements transcendantaux vécus par notre nation au cours des cinq dernières décennies et comment Banco Popular, sa philosophie d’entreprise, son service et singulier modèle d’affaires, fondés sur des principes éthiques et des valeurs humaines, a été la pierre angulaire du développement et la transformation de la République Dominicaine et de sa vision de l’avenir. Manuel A. Grullón President Exécutif et Président du Conseil d’Administration du Grupo Popular. Président du Banco Popular Dominicano.

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-------1 LES ORIGINES DU CHANGEMENT: UNE RÉVOLUTION IGNORÉE

Peu de dominicains se rendent compte que leur pays a connu une révolution profonde dans les dernières cinquante années. Une révolution capitaliste qui a commencé à la fin du 19ème siècle et qui s´est accélérée au fil des années sans répit et qui a conduit les habitants de ce pays à adopter des nouveaux modes de vie et de nouvelles valeurs et coutumes. Cette révolution a commencé quand les gouvernements libéraux d´alors, qui avaient assimilé l´idéologie du progrès, ont décidé d´attirer les capitalistes étrangers à travers l´offre d´avantages fiscaux et de terrains gratuits pour les induire à investir dans la création d´usines sucrières et de plantations de canne à sucre, café, cacao et de bananes. Cette politique eut du succès, puisque des investisseurs cubains, nord-américains, britanniques et allemands ont migré rapidement vers la République Dominicain et ont apporté leurs capitaux, ont acquis des terres, importé des machines et des équipements, et construit des usines de sucre et établi des plantations de produits tropicaux. En conséquence, en très peu d´années, le paysage dominicain a commencé à se transformer substantiellement car les plantations ont occupé d´énormes plaines où il y avait auparavant des pâturages et des exploitations d’élevage et des savanes et des forêts inhabitées. La République Dominicaine, qui jusqu´à lors dépendait de la production du tabac, de l´exploitation des forêts d´acajou et de l´élevage, a expérimenté une transformation accéléré vers une économie de plantation dont la production s´orientait vers le marché mondial. En moins de vingt ans, le sucre a remplacé le tabac comme principale produit d´exportation, bien qu´au commencement du XX siècle, durant une courte période, le cacao avait dépassé le sucre comme leader des exportations. La hausse des prix, provoquée par la Première Guerre Mondiale, lança à nouveau le sucre en premier lieu et s´est maintenu ainsi pour le reste du siècle. En même temps les exportations de café et de bananes se sont accrues, et sont apparues de nouvelles plantations de coco tandis que se multipliaient les plantations de tabac. Les devises générées par ces exportations ont stimulé le développement d´un ample secteur commercial qui demandait des marchandises manufacturées produites dans les pays industrialisés. Ce secteur commercial a acquis un grand dynamisme durant les trois premières décennies du XXème siècle et, conjointement avec le secteur exportateur, a contribué significativement à la croissance urbaine de Santo Domingo, San Pedro de Macorís, Santiago, Puerto Plata, Sanchez, La Vega et Montecristi. L´expansion de la masse monétaire a encouragé la consommation parmi les couches plus pauvres de la population et a stimulé le développement d´un grand secteur artisanal qui fabriquait des meubles, des vêtements, des chaussures, de l´eau-de-vie, des cigares, chapeaux, produits en laiton, objets de cuir, chocolat et savon. Il a aussi fait croitre les importations d’équipements, de machines, véhicules, aliments, vêtements et chaussures, des compléments agricoles, des livres et des revues, verrerie et des boissons. Tout cela est arrivé sous un régime de libre commerce et d’échanges appuyé par la circulation du dollar américain, qui était la monnaie en circulation légale puisque la République Dominicaine était empêchée d´émettre des devises nationales en vertu des restrictions imposées par la Convention Dominico-Américaine de 1907 qui fit de ce pays un protectorat financier des Etats Unis. La Première Guerre Mondiale a rendu la République Dominicaine encore plus dépendante des Etats Unis qui, en 1915 et 1916, imposèrent des deux côtés de l´île des gouvernements militaires qui expulsèrent les entrepreneurs allemands et leur interdirent de négocier sur le territoire insulaire. Jusqu´alors les allemands contrôlaient le marché du tabac dominicain et le secteur bancaire haïtien.

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Durant l´occupation militaire, le pays a cessé d´importer beaucoup de produits européens qui furent alors substitués par des articles de fabrication nord-américaine. La loi des douanes de 1919 a accéléré l´inondation du marché dominicain avec des produits nord-américains et a favorisé l´installation de nombreuses entreprises de représentation et de ventes de produits nord-américains devenant depuis un pays lié à la culture matérielle des Etats Unis. Pour défendre les producteurs dominicains les gouvernements de Horacio Vásquez et Rafael Trujillo ont fait appel à la création d’impôts sur la consommation des produits importés, mais la profonde crise économique dans laquelle le pays s´est enfoncé à partir de 1930 dû à la grande dépression mondiale a empêché la formation des capitaux qui auraient pu être investis dans l´industrie. A l´exception de quelques maisons commerciales, propriété d’immigrants ou descendants d´arabes et d’espagnols, le secteur commercial était un univers de micros entreprises familiales. La grande industrie était encore une aventure dans laquelle très peu pouvaient investir car la formation de grands capitaux était concentrée par Trujillo et ses associés. Jusqu´alors, les principales usines industrielles étaient les usines sucrières et quelques usines de cigares et de cigarettes, de bière de rhum, d’allumettes, moulins de riz et des usines de café. Le reste c´était de petits établissements familiaux spécialisés dans la fabrication de meubles, de matelas et d’oreillers, de boissons carbonatées, de fromage et de beurre, de chocolat, d´amidon, de saindoux, de chaussures, de sacs et de chapeaux. Il a fallu attendre jusqu´à l´éclatement de la Seconde Guerre Mondiale pour que l´économie dominicaine acquière á nouveau le dynamisme de jadis. Les principaux centres de producteurs de manufactures se trouvaient à Santiago de los Caballeros, Puerto Plata, San Pedro de Macorís et, plus timidement, à La Vega et Santo Domingo. A Santiago, par exemple, les ateliers atteignirent un essor remarquable, particulièrement ceux qui étaient consacrés à la confection de chaussures et de chemises. Santiago avait aussi la plus grande usine de cigares et de cigarettes du pays, et des usines de rhum. Cette ville, avec La Vega, fabriquait aussi des chapeaux de paille, des articles de cuir et de peau, et exploitait les forêts de pin des montagnes environnantes. Puerto Plata, pour sa part, était la ville la plus “industrialisée” du pays, avec San Pedro de Macorís. Depuis le début du siècle, Puerto Plata fournissait le marché du Cibao avec des allumettes, du fromage, du beurre, des saucissons, du savon, de la farine, des biscuits, du rhum, des vêtements masculins, chapeaux, chemises, des pâtes alimentaires, articles en peau et meubles. San Pedro, quand á elle, produisait des chemises, des meubles, du savon, de la poudre faciale, de l´amidon, des peaux, de glace et de la farine. Durant la Seconde Guerre Mondiale, le dictateur Trujillo utilisa les revenus extraordinaires en devises générés par l´augmentation des prix des produits d´exportation, pour financier le développement d´une nouvelle usine industrielle pour substituer les importations. Jusqu´alors Santiago, Puerto Plata et San Pedro de Macorís rassemblaient la majorité des ateliers et des usines. Mais maintenant, avec le dictateur Trujillo à la tête d´un groupe industriel émergent, les nouvelles usines furent installées dans la capitale de la République et ses alentours ce qui produisit en conséquence une relocalisation géographique de l´ensemble industriel dominicain. Entre 1945 et 1958 Trujillo et ses associés ont construit d´importantes usines productrices de ciment, produits d´asbeste, des graisse végétales, des sacs et cordages, des clous, de la viande, de la bière, du textile, de l´alcool, des boissons, du sucre, de la farine, de l’asphalte, du chocolat, des bouteille en verre, du papier et du carton, des engrais chimiques, du bois, des meubles, des chaussures, des produits pharmaceutiques, du riz raffiné et d´autres produits. La concentration de plusieurs de ces établissements dans la capitale et ses

environs a fini par changer le caractère simplement administratif de cette ville en la convertissant en un centre manufacturier ou arrivèrent des dizaines de milliers de dominicains venant des campagnes et des villes de l´intérieur à la recherche d´un emploi. Les gouvernements ultérieurs á la première occupation militaire américaine ont maintenu plusieurs de leurs programmes de santé publique. Ils continuèrent avec les campagnes antiparasitaires et de vaccination. Ils construisirent de nouveaux hôpitaux et encouragèrent la formation de nouveaux médecins. L´introduction des antibiotiques à la fin de la décennie 40 coupa radicalement les taux de mortalité et assurèrent des indices de survie infantile plus élevés. Encore en 1944, les politiciens dominicains croyaient que le pays était dépeuplé et ils encourageaient la natalité en offrant des primes aux familles nombreuses, ce qui indique que le phénomène de croissance explosive de la population ne devenait pas évident jusqu´à l´établissement du recensement de 1950 où la population dominicaine enregistra 2.1 millions d´habitants, ce qui tranchait avec le faible million qui existait en 1920. De nombreuses personnes félicitèrent le gouvernement d´alors le considérant responsable de la croissance démographique du pays qui, selon eux, était un signe de maturité sociale et de développement, car maintenant, pensaient-ils, il était possible de fournir des travailleurs nécessaires pour l´économie dominicaine qui durant des siècles s´était vue limitée par le manque de bras, raison pour laquelle les gouvernements du XIXème siècle durent faire appel à plusieurs reprises à la politique de développement de l´immigration. L’augmentation de la population obligea le gouvernement à augmenter sa bureaucratie et élargir les services publics, en même temps que s´agrandissait le nombre d´hommes employés dans les forces armées pour répondre à la requête défensive du régime de Trujillo qui se trouvait en permanence menacé depuis l´extérieur; ce qui signifie que les emplois augmentèrent dans le secteur tertiaire. Les investissements en infrastructures sanitaires rendirent immédiatement la vie urbaine plus attirante que la vie rurale pour beaucoup de paysans et ouvriers sans terre qui, attirés par l´illusion de trouver un travail dans les nouvelles industries qui étaient en train d´être construites, commencèrent à façonner pour la première fois le vaste marché du travail urbain qui nourrissait de main d´œuvre bon marché l´industrie dominicaine dans les années récents. Par l´augmentation d´employés dans les industries et les ateliers, naquirent petit á petit divers secteurs moyens qui reçurent un grand élan entre 1948 et 1958, grâce à la croissance soutenue de l´économie dominicaine avantagée par une conjoncture favorable de bons prix pour ses produits d´exportation durant la dite Guerre de Corée. L´augmentation démographique répandait la demande d´aliments et stimulait la production. Une ferme politique de colonisation agricole a conduit à l’aperture des centaines de milliers portions de terre qui jusqu´alors étaient restés inexploités. La construction de nombreux canaux d´irrigation dans les champs non cultivés qui ont été dédiés à l´exploitation du riz et de la banane, l´accroissement extraordinaire de l´élevage et le développement de nouvelles cultures (comme les bananes, le manioc, l´arachide et les végétaux) ont augmenté l´horizon rural dominicain considérablement pendant les décennies des années 40 et 50. Également l´inscription scolaire a augmenté et les professionnels universitaires se multiplièrent. Aussi bien le nombre d´écoles que d´étudiants inscrits quadruplèrent entre 1936 et 1956. D´autre part, l´Université de Santo Domingo, qui avait été réorganisée en 1932 et comptait environ 1,000 étudiants durant plusieurs années, a vu croître l´inscription à 3,000 étudiants à la fin de la décennie des années 50. L´université continua à diplômer près de 100 professionnels chaque année, dotant le pays, pour la première fois dans toute son histoire, d´une nouvelle classe sociale moyenne qui finirait par occuper le leadership social, politique et économique dominicain. Plusieurs des professionnels partaient afin de réaliser des études à l´extérieur et revenaient avec de nouvelles idées, convertis

en porteurs d´innovation technologiques modernes en divers domaines et spécialités. Cependant, tous ces changements ne furent pas suffisants pour satisfaire les nécessités de base de la population du fait que la croissance économique et l´industrialisation de ces années-là se réalisèrent sur la base d´un système de monopoles familial qui, soutenus par un régime politique tyrannique, profitèrent du développement des richesses dominicaines pour accumuler d´énormes épargnes qui étaient transférées vers l´étranger. A la fin de la décennie des années 50, c´était évident que les hôpitaux construits étaient insuffisants; les écoles étaient débordées á s´occuper de la population et l´analphabétisme avait augmenté; le coût de la vie avait augmenté et les salaires continuaient à être congelés. Il y avait de plus en plus de chômeurs déambulant dans les villes, tandis que la très petite oligarchie familiale de Trujillo drainait le pays des capitaux qui auraient dû être investis dans la création de nouveaux emplois. L´apparition d´un prolétariat rural qui se faisait chaque jour plus nombreux á cause de la politique pro-natale du gouvernement, et de plus en plus pauvre, dû à la perte continue de leurs terres, a accéléré le processus de l´urbanisation marginalisée en déplaçant vers les zones périphériques des principales villes du pays une énorme masse d´hommes et de femmes sans éducation, sans santé, sans emploi et sans terres. Ce processus de marginalisation était déjà évident en 1960 et s´est accéléré rapidement pendant les décennies suivantes donnant ainsi naissance à une masse universelle de vendeurs ambulant “chiriperos”, débrouillards et journaliers, qui ont constitué un marché facile pour l´embauche de main d´œuvre bon marché dans l´économie dominicaine. On peut dire que Trujillo a reçu, en 1930, une société traditionnelle, provinciale, arriérée et pauvre, et laissa, en mourant, une société en transition, mais sous développée, avec un capitalisme déformé par une croissance industrielle monopolisée, qui mettant sous la main d´une famille sans scrupules le contrôle sur les ressources du pays a privé la nation de l´opportunité d´expérimenter un développement économique avec une distribution plus juste du revenu national. Mis à part les chambres de commerce locales et quelques corporations et des clubs sociaux, il n´y avait alors aucune association d´entreprises, de professionnels, d´étudiants et d´ouvriers qui aient exercé une vie fonctionnelle. L´expérience de la participation démocratique dans la vie politique était réellement nulle. Comme le développement urbain était concentré dans les villes de Santo Domingo, San Cristóbal et Santiago, les autres villages du pays étaient marqués par les services sociaux et sanitaires insuffisants. Les chemins et les routes étaient aussi très détériorés dû au collapse économique qui avait expérimenté le pays à la fin de la dictature. Les dominicains d´alors ne s´apercevaient pas qu´en plus de ces coûts sociaux, la croissance économique et l´enrichissement de l´élite de Trujillo étaient en train de se faire aux dépens des ressources naturelles comme les forêts de pin, d´acajou et d´ébène verte. Le déboisement de millions d’acres de terre, pour faire place aux plantations, pâturages, et lotissements d´agriculture de subsistance, contribua à sécher beaucoup de ruisseaux et ravines, et provoqua le début de la détérioration des plus importants bassins fluviaux du pays. Les coûts de la révolution capitaliste se faisaient chaque fois plus évidents au moment du déclin de la dictature de Trujillo. En 1961, le pays affrontait la réalité suivante: une population de trois millions d´habitants dans laquelle 70 pour cent de la population vivait encore à la campagne; plus de 35 pour cent de ses habitants étaient analphabètes; et les villages et les villes qui commençaient à recevoir des vagues massives de familles paysannes qui fuyaient la misère des campagnes et arrivaient à construire des bidonvilles dans les zones marginalisées des villages et des villes. Ceci était le reflet d´une agriculture qui montrait des signes de stagnation, car la production était davantage le résultat de l´ouverture et de la colonisation de terres nouvelles que de la modernisation des techniques de culture; c´était une agriculture où l´utilisation de machines, d´engrais, des semences

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améliorées et le contrôle des épidémies étaient assez limités; et une économie rurale dominée par les plantations sucrières qui générait 60 pour cent des devises du pays, mais qui se soutenaient sur la base d´un prolétariat rural chaque fois plus appauvri.

------- 2 LA CROISSANCE ECONOMIQUE

A la mort de Trujillo, l´économie nationale se caractérisait par quelques produits de première nécessité destinés à l´exportation, (le sucre, le café, le cacao, le tabac et la bauxite) et avait une base industrielle naissant faite d´usines de petite et moyenne taille qui luttaient pour substituer les importations et fournir le limité marché interne. Au long des cinquante dernières années, l´économie dominicaine a cessé d´être une économie exportatrice de produits de première nécessité pour devenir une économie très diversifiée où aucun produit existant, ne domine le marché comme c´était le cas du sucre. En 1961 les entrées en devises vers le pays dépendaient d´un 60 pour cent de ce produit. Aujourd´hui le sucre représente à peine 6 pour cent de la valeur des exportations nationales. Les chiffres de croissance de l´économie nationale sont si élevés que même en les réduisant, on constate une élargissement de la base productive nationale que personne n’aurais pu imaginer quarante ans auparavant. Par exemple, en 1960, le produit interne brut réel du pays était à peine de 790 millions de dollars. En 2013, il est supérieur á 48,000 millions de dollars, 70 fois supérieur qu´au moment de la mort de Trujillo. D´autres pays du monde ont connu une croissance significative pendant les cinquante dernières années, mais celle de la République Dominicaine a été l´une des plus élevées de l´Amérique Latine pendant plusieurs décennies. La République Dominicaine, qui en 1950 avait le produit le plus bas par habitant du continent, a progressé et s’est classée, dans les années 2005, au-dessus de neuf autres pays (Jamaïque, Equateur, Paraguay, el Salvador, Bolivie, Cuba, Honduras, Nicaragua et Haïti). Parmi plusieurs indicateurs qui peuvent être utilisés pour montrer cette croissance, nous mentionnons seulement le budget national qui, en 1961, était de RD$184.7 millions, équivalant à 184 millions de dollars, alors que le budget national de l´année 2013 est soixante-cinq fois supérieur: RD$516,000 millions de pesos, équivalant à plus de 12,000 millions de dollars. Si à la fin de l´Ere de Trujillo, l´Etat dominicain dépensait 61 dollars par an pour chaque citoyen, aujourd´hui il dépense 1,200 dollars, ça fait 20 fois plus. La croissance économique dominicaine du dernier demi-siècle peut aussi s´apprécier dans les indicateurs de production de certains secteurs industriels et agricoles, comme le ciment, la bière, le rhum, les cigares et cigarettes, les huiles comestibles, le savon, le chocolat, le café, le sel, le riz, les bananes plantain, les bananes, les haricots, les tubercules et racines comestibles, entre autres. Dans certains cas, la production s´est multipliée plusieurs fois, comme c’est arrivé avec le riz qui, après la dite révolution verte, a expérimenté une croissance de plus de dix fois grâce à l´ouverture de nouvelles terres irriguées par de nouveaux canaux d´irrigation, à l´introduction de nouvelles variétés et semences, et à de meilleures méthodes de contrôle d´épidémies et de traitement après la récolte. La production de la bière, un autre produit indicatif, s´est multiplié quarante-cinq fois plus; celle du ciment, plus de cent fois; celle des huiles comestibles, soixante-dix fois; celle du rhum plus de douze fois; celle de la viande de poulet à plus de 7.5 millions de quintaux annuels, et on peut dire presque la même chose de la majorité des produits de consommation massive. La croissance économique a été motorisée par l´application de politiques destinées à développer l´infrastructure productive du pays. Entre 1966 et

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1978, par exemple, l´état dominicain a beaucoup insisté sur un programme d´austérité fiscale et de traitement orthodoxe de la politique monétaire. Cette politique lui permettait d´épargner pour la réalisation de nombreux ouvrages publics destinées à stimuler la production. L´Etat encouragea l´industrialisation de remplacement d´importations, construisit des barrages, plusieurs aqueducs ruraux et des canaux d´irrigation. Il a ouvert des centaines de nouveaux chemins vicinaux pour faciliter la sortie des produits agricoles. Il construisit des autoroutes, des aéroports, des bâtiments publics, des rues et des boulevards dans les principales villes du pays. Il protégea l´investissement étranger dans le secteur minier et le tourisme. Il accentua les programmes de réformes agraires et la colonisation de nouvelles terres qui furent incorporées à la production. Il stimula, aussi, l´ouverture des zones franches pour l´exportation. Il poussa l´immigration des dominicains vers d´autres pays afin de réduire la pression démographique face aux ressources économiques. Les gouvernements qui administrèrent l´Etat entre 1978 et 1986, essayèrent de corriger les distorsions les plus visibles de la croissance économique inégale qui entrainaient quelques-unes de ces politiques. Pour augmenter l´emploi, ils incorporèrent des dizaines de milliers de personnes dans le secteur public. Ceci apporta comme conséquence une visible expansion de la dépense courante qui stimula la consommation et généra un processus d´inflation, car le gouvernement a dû à affronter ses besoins de numéraire avec l´impression de monnaie papier sans contrepartie. L´augmentation de la circulation monétaire contribua à répandre la demande globale, mais comme la base productive était insuffisante pour faire face à ces nouveaux besoins, ils ont augmenté les importations et, en conséquence, aggravé le déficit de la balance des paiements qui, à son tour entraîna la dévaluation de la monnaie. Cette situation, liée à un déficit croissant du secteur public dû aux énormes pertes des entreprises de l´état héritées de Trujillo, a accentué une crise fiscale et obligea le gouvernement à l´endettement externe. En 1982, l´économie dominicaine était entrée dans une dynamique de crise très similaire à celle que vivaient alors nombreux pays latino-américains. Les entreprises publiques étaient au bord de la faillite malgré les énormes subventions qu’elles recevaient du gouvernement. L´industrie était insuffisante pour approvisionner le pays et, á cause de cela, il fallait importer de grandes quantités d´aliments et de produits manufacturés. Le déficit de la balance des paiements affectait les réserves en devises du pays. L´inflation touchait les secteurs les plus pauvres. Le système électrique était insuffisant pour satisfaire la demande nationale et supportait des grands déficits que devait couvrir l´Etat. Les revenus fiscaux aussi étaient insuffisants et le déficit public se maintenait dans une spirale ascendante. Un programme strict de stabilisation économique avec le Fond Monétaire International, entre 1985 et 1986, aida le pays à sortir de la crise et l´économie recommença à augmenter, mais plus lentement. Le gouvernement a maintenu la stimulation et la protection du secteur agraire, ainsi que l´appui au développement de nouvelles zones franches, il accentua le processus de réforme agraire et la distribution des terres, continua à protéger les industries de remplacement d´importations, approuva de nouveaux investissements bancaires, et donna continuité à la politique des portes ouvertes à l´émigration vers les Etats Unis. Mais, entre 1986 et 1996, les nouveaux chefs d´état se remettaient à faire appel à l´endettement interne et à l´émission monétaire sans garantie pour financer les travaux d´infrastructure et stimuler l´économie. La monnaie entrait à nouveau dans un processus accéléré de dévaluation. La situation sociale s´aggravait remarquablement á cause des politiques de congélation salariales qui produisaient plusieurs mouvements populaires. Entre 1989 et 1991, la rareté de produits alimentaires devenait critique et la fuite des capitaux commençait à toucher l´économie. Elle a empiré alors la situation de la classe moyenne émergente et des pauvres, et l´immigration à

l´étranger s’accentua. Tandis qu´en 1984 le nombre des indigents comptait à un million de dominicains, en 1989, ce chiffre doubla jusqu´à de passer les deux millions. Durant cette année, 57 pour cent des dominicains vivaient au-dessous du niveau de pauvreté. Le pays passait alors par une crise économique et morale profonde, beaucoup plus grande que celle vécue lors de la Grande Dépression des années 30 du siècle passé. Ce fut une courte crise, de deux ans, mais durant ces quelques mois, le pays souffrait d’un manque chronique d´essence, de farine, de lait, de sucre et de produits alimentaires de base. Le désenchantement et la frustration s´emparaient des esprits et le peuple dominicain vivait de longs mois d´angoisse face à un futur incertain qui contrastait beaucoup avec les deux décennies antérieures de croissance soutenue. Attirés alors par un taux de change très favorable à l´investissement étranger et ayant eu pendant plusieurs années un taux d´intérêts négatifs en Europe et en Espagne, de nouveaux investissements dans l’hôtellerie sont arrivées lesquelles ont dynamisé le secteur touristique, qui était largement protégé par les lois d´avantages et un regard fiscal bénin. Le gouvernement a essayé de maintenir le protectionnisme industriel, mais le secteur importateur, qui avait déjà acquis une grande importance dû à la dépendance du pays dans importations, recommença à mettre la pression pour la libéralisation de l´économie. Les agences de coopération internationales ont aussi mis la même pression. Le gouvernement s´est vu alors dans l´obligation de négocier le changement de la politique économique. Entre 1991 et 1996, le pays entrait de nouveau dans une dynamique de croissance grâce à l´exécution d´une profonde réforme économique orientée à libéraliser l´économie en éliminant les obstacles bureaucratiques, fiscaux et monétaires. On laissa flotter la monnaie librement pour que le taux de change refléta les mouvements du marché, on freina l´émission d´argent inorganique pour arrêter la dévaluation et l´inflation, les procédures douanières s´institutionnalisèrent, incluant le paiement de ces taxes, les impôts onéreux qui fourchaient les opérations de change, la dette externe fut renégociée, on exécuta une réforme tributaire pour favoriser l´augmentation des ressources fiscales tandis qu´on éliminait les exemptions d´impôts, en fin, tout un ensemble de réformes furent négociées par les principaux secteurs du pays et en conséquence, en deux ans, l´économie nationale se mit en marche ascendante. Ainsi, à l’exception de la chute du produit au cours de l´année 2004, dû à une série de crise financière produites par la faillite d´importantes banques, l´économie dominicaine a continué à grimper. L´ouverture de l´économie et le démantèlement de certains schémas de protection industrielle ont favorisé la concurrence des entreprises et ont permis l´installation de milliers de nouvelles affaires qui avant avaient des restrictions pour entrer dans le marché. Les réformes fiscales ont augmenté les revenus publics et les gouvernements, tous, ont eu d´amples excédents de ressources pour investir en ouvrages publiques d´infrastructure, et aussi pour augmenter sans mesure la bureaucratie de l´État, avec laquelle ils ont créé une masse de consommateurs subventionnés par l´Etat qui contribuait à maintenir la demande globale. En conséquence des réformes économiques et de l´ouverture de l´économie, renforcées par la signature de plusieurs traités de libre commerce, les industriels ont reconverti leurs affaires et redevenaient importateurs non seulement de biens intermédiaires, mais aussi de biens achevés. De leur côté, les gouvernements ont utilisé leurs revenus pour réaliser les grands travaux que demandait le pays dû à la croissance urbaine et à l´apparition de nouveaux centres peuplés. Les plus visibles de ces travaux: barrages, autoroutes, aqueducs, canaux d´irrigation, ponts et tunnels, chemins de fer urbain et des aéroports. Une réforme légale qui obligea l´Etat à conférer les 10 pour cent du budget national aux mairies a stimulé les municipalités à entrer en compétition entre elles dans la construction de travaux de restauration, services sanitaires et amélioration de l´environnement, apportant comme conséquence une visible rénovation physique des villages et des villes. La construction municipale

de parcs, d’égouts, de jardins, d’aqueducs, d’abattoirs, de systèmes d´illumination et l’asphaltage de rues ont transformé la physionomie des centres peuplés sur tout le territoire national. Les investissements de l´Etat dans les travaux publics, ainsi que dans les investissements du secteur privé dans la construction, les communications, les ressources minières, le commerce et le tourisme ont été les forces motrices de la croissance économique dominicaine pendant les dernières cinquante années. Cependant, avec les temps, l´Etat a progressivement perdu la participation en pourcentage du montant total des investissements qui se réalisent dans le pays, ce qui note une croissance accélérée du secteur privé comme agent d´expansion de l´économie. Pour se rendre compte de cela, on a seulement qu´à jeter un coup d´œil à l´énorme multiplication des entreprises qui a eu lieu durant les vingt dernières années. Le pays compte aujourd´hui avec plus de 58,000 entreprises enregistrées formellement qui dans l´ensemble, emploient presque un million et demi de personnes. Ces entreprises varient des plus petites dans lesquelles le propriétaire est l´unique travailleur jusqu´aux plus grandes qui comptent plus de dix milles employés. En addition à cela, il existe un grand univers de micro entreprises dans lequel plus de la moitié sont des unités informelles. Une enquête réalisée en 1992 enregistra 330,000 micros entreprises dans le pays. Une autre localisa 690,000 en 2009. Aujourd´hui, en 2013, une nouvelle enquête, réalisée avec la même méthodologie que les antérieures, trouva que le numéro a augmenté à presque un million de ces commerces qui génèrent de l´emploi pour au moins 1.5 millions de personnes. Ces unités représentent aujourd´hui plus de 90 pour cent de tous les commerces existant dans le pays. Les grandes entreprises, à leur tour, ont continué à augmenter jusqu´à atteindre des dimensions impensables il y a quarante ans. Aujourd´hui, il y a des entreprises commerciales, comme Grupo Ramos, S.A., qui a plus de 10,000 employés, ou le Central Romana avec plus de 8,000, Banco Popular Dominicano et Centro Cuesta National chacun avec plus de 6,000 employés et La Tabacalera de Garcia avec plus de 5,000 personnes. Ceux-ci sont les plus grands employeurs individuels privés du pays qui donnent du travail, chacun, à plus de cinq milles personnes. Cependant, il existe un groupe de plus de 147 entreprises dont le montant des employés varie entre mille et cinq milles, plus un autre groupe de 211 entreprises avec un registre compris entre cinq cents un milles personnes. La taille de ces compagnies contraste beaucoup avec celle qu´avaient les entreprises dominicaines il y a un demi-siècle. En 1963, par exemple, la moyenne d’emplois dans les entreprises industrielles était de 49 personnes. Les plus importantes étaient les usines sucrières, lesquelles avaient plus de six mille employés dont la majorité étaient des braseros coupeurs de canne saisonniers. L´Etat dominicain est l´autre grand employeur. Il y a des départements, comme le Ministère de l´Education qui compte plus de 117,000 postes de travail et exhibe une bureaucratie énorme. Le Ministère de la Santé Publique a plus de 61,000 personnes; le Ministère de l’Agriculture plus de 8,000; le Ministère de Travaux Publiques et le Ministère de la Justice de la République plus de 6,000; l´Institut National d´Eau Potable, la Direction Générale des Douanes et l´Institut des Ressources Hydrauliques de plus de 5,000 chacun. La croissance économique se manifeste dans tous les vecteurs. Tout a augmenté dans le pays: la population a augmenté et, par conséquent, le nombre des logements. Les centres urbains ont augmenté et, en conséquence, les demandes de services publics. Ces demandes ont été satisfaites inégalement et ceci a provoqué l´existence de grands déséquilibres entre les zones urbaines et rurales, ainsi que dans certaines régions, villages et villes. La production agricole et industrielle ont aussi augmenté, de la même manière que les entreprises de services dans tout ordre se sont multiplié. La

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bureaucratie étatique, l´emploi privé, l´inscription scolaire et universitaire, les flux touristiques, le parc de transport, le nombre d´hôtels et d´habitations, le nombre de lits hospitaliers, le nombre de professionnels gradués en universités nationales et étrangères ont augmenté. Tout a agrandis. Une grande partie la croissance économique dominicaine a été financée par l’endettement tant externe qu’interne. Le dictateur Trujillo laissa le pays avec à peine quatorze millions de dollars de dette externe. Aujourd´hui, à la fin de l´année 2013, la dette externe totale du gouvernement central surpasse les 20,000 millions de dollars, alors que l´interne dépasse les 7,000 millions de dollars. La croissance a aussi eu parmi entre ses coûts l´inflation et la dévaluation, et aujourd´hui la majorité des biens et des services que la population dominicaine achète coûtent entre cent et cinq cents fois plus qu´en 1963. La monnaie a aussi perdu sa valeur dans des proportions similaires. Le pays exhibe aujourd´hui une dense et moderne infrastructure routière; un parc véhiculaire qui surpasse les deux millions d´automoteurs; une plateforme hôtelière qui lui permet de recevoir plus de quatre millions de touristes par an; un système d´aéroports internationaux qui reçoit, au total, plus de quatre millions de visiteurs annuellement; et un système étendu d´aqueducs urbains et ruraux qui sert l´eau potable à la majorité de la population. Le pays a, en plus, un secteur commercial très compétitif et optimiste dans la continuité de la croissance économique qui exprime cette confiance dans la construction de grands centres commerciaux comme il n’y en a dans aucune autre ville de la Caraïbe à l´exception de San Juan, Porto Rico . D´autres secteurs plus dynamiques sont représentés par 379 chaînes de radio et 46 chaines de télévision, la majorité d’entre elles entretiennent et informent la population vingt-quatre heures par jour; et par un million de micro entreprises qui donnent de l´emploi à un million et demi de personnes; un millier d´ateliers de métallique mécanique distribués dans toutes les villes du pays; de grandes compagnies minières; et des entreprises modernes de génération électrique qui, bien qu´ayant augmenté leur production d´énergie, ne parviennent pas à satisfaire la demande du pays en électricité. Le grand changement, qu´a expérimenté l´économie dominicaine, peut se résumer dans l´extraordinaire croissance du secteur financier dont les indices sont le meilleur reflet du fonctionnement des secteurs productifs du pays. En 1962, il y avait à peine cinq banques commerciales dans le pays, quatre d´entre elles étaient étrangères: (Royal, First National City, Chase et Scotia). Les deux autres étaient dominicaines Banco de Reservas propriété de l´état et une petite entité familiale appelé Banco de Crédito y Ahorro. Il y avait, en plus, une banque agricole et industrielle qui se dédiait primordialement à la pignoration de récolte rizière dans le pays, bien que dans certaines occasions elle octroyait des prêts à l´industrie sucrière et à certaines entreprises qui avaient besoin de financier l´achat d’équipements et de machines. Même quand le pays passait par une transformation capitaliste, la taille de l´économie était alors très petite en jugeant par les indicateurs bancaires plus importants. En 1963, par exemple, les actifs totaux du secteur bancaire commercial, aussi bien privé qu´étatique, atteignaient á peine 114 millions de pesos, équivalant à un montant approximatif de dollars. Cinquante années plus tard, vers le milieu de 2013, les actifs bancaires totaux dépassent 22,000 millions de dollars. Le même scenario se produit au niveau des prêts en vigueur dans le secteur bancaire commercial au milieu du siècle passé. En 1963, ceux-ci arrivaient à peine, à 85 millions de dollars. Aujourd´hui, ils montent à plus de 12,000 millions. Les dépôts à vue se multiplièrent presque cent fois, augmentant de 157 millions de dollars en 1963 à 15,000 millions au milieu de 2013. Un autre indicateur de développement du secteur financier est le nombre de personnes qui possèdent une ou plusieurs cartes de crédit expédiées par les banques. Au début de l´année 2014, il y avait en République Dominicaine 2.5 millions de détenteurs de cartes qui représente plus d´un tiers de la population adulte du pays.

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En plus des facteurs mentionnés, la croissance économique dominicaine a été aussi impulsée par la construction des dites zones franches industrielles qui aident au développement du secteur touristique. Les zones franches furent, durant deux décennies, le principal moteur dans la création d´emplois productifs. Inexistantes avant la création du premier parc de ce type à La Romana, en 1969, les zones franches ont proliféré rapidement, favorisées par les avantages fiscaux octroyés par l´Etat et par une plus très grande offre de main d´œuvre qui leur permettait de payer les salaires plus bas que dans d’autres parties du monde. En conséquence, le nombre de parc industriels a augmenté par six en 1985 et par quinze en 1989, alors que la masse d´ouvriers et d´employés se multipliait considérablement jusqu´à atteindre un chiffre de plus de 100,000 au cours de cette dernière année. Durant les années 90 du siècle passé, les industries des zones franches continuèrent à augmenter jusqu´à compter 469 entreprises installées en 1995, lesquelles donnaient l´emploi à plus de 160,000 travailleurs. Aujourd´hui, en août 2013, les zones franches constituent la principale source d´emploi du pays car elles génèrent presque 200,000 postes de travail dans 538 entreprises établies en 53 parcs industriels disséminés à travers tout le pays. Seul le secteur touristique peut exhiber une dynamique similaire au niveau de la création d´emplois avec la singularité de se convertir aussi en principal générateur de devises du pays et un des plus puissants facteurs de changements ayant existé dans le pays au cours de toute son histoire. Jusqu´à la promulgation de la loi en faveur du développement touristique (Ley de Incentivo Turístico), en 1971, le pays attirait des visiteurs de manière passive et les installations hôtelières étaient peu nombreuses. La majorité des visiteurs étrangers étaient des américains du nord qui venaient au pays pour de courtes périodes, associant le repos aux affaires. La ville de Santo Domingo avait seulement trois hôtels modernes, les autres étaient des pensions et de modestes hôtels qui donnaient service à la population nationale. Une loi de stimulation des investissements touristiques et une politique agressive d´investissement publics en infrastructure, ainsi que la concession des crédits subventionnés, ont stimulé l’investissement hôtelier les années suivantes. En conséquence, le tourisme décolla rapidement dans les pôles de La Romana et Puerto Plata, s´étendant à la zone de Punta Cana et Bavaro, dans la zone orientale. Conjointement, se développèrent les centres de Portillo et de Las Terrenas, et Juan Dolio et Guayacanes, près du plus ancien centre touristique de Boca Chica. Le saut quantitatif des indicateurs du tourisme dans les années cinquante a été simplement spectaculaire. En 1963, par exemple, plus de 44,000 touristes ont visités le pays. En 1971, année où fut promulguée la loi de stimules dans ce secteur, 137,000 touristes furent recensés. Aujourd´hui ce nombre dépasse les quatre millions. La construction d’aéroports modernes internationaux à Punta Cana, Puerto Plata, La Romana, Punta Caucedo et Higüey, ainsi que de grands complexes hôteliers dans les zones ci-dessus mentionnées, permet aujourd´hui à la République Dominicaine de recevoir quatre millions de touristes chaque année. D´autres aéroports internationaux construits pour stimuler le développement de nouveaux pôles touristiques à Barahona et El Catey, ne captent pas encore un flux important de voyageurs, mais elles sont des infrastructures construites dans le but d´encourager le tourisme dans le pays, de la même façon que les aérodromes internes de Constanza, Arroyo Barril, Cueva de las Maravillas et Montecristi. Le pays est passé de 3,500 chambres en 1977 à 7,000 en 1985. Cinq années plus tard, en 1990, le nombre s´était plus que multiplié à nouveau jusqu´à atteindre 18,478. Pour l´année 2002, les chambres hôtelières s´élevèrent à plus de 56,000 dans tout le pays. Aujourd´hui, vers le milieu de 2013, les chambres s´élèvent à plus de 66,000. Il en est de même pour les emplois créés dans les zones touristiques qui surpassent aujourd´hui les 140,000 emplois directs.

Des régions qui, trente années avant, étaient des zones presque inhabitées se sont converties en centres habitables entourées de villes émergentes, de services, comme c´est le cas de Bavaro-Punta Cana, dans la côte orientale du pays; Juan Dolio-Guayacanes, sur la côte sud; Puerto Plata-Sosua-Cabarete, sur la côte nord; et Portillo-Las Terrenas, dans la péninsule de Samaná. L´impact que le tourisme est en train d´exercer dans la société dominicaine a fait l’objet d’études récentes. Mais il n’y a pas de doutes qu’il a été un facteur important de mobilité horizontal en stimulant d´intenses flux migratoires à l´intérieur du pays. C´est aussi un facteur de mobilité sociale verticale puisqu´il a stimulé des milliers de jeunes des deux sexes à se former pour s´intégrer au marché de l’emploi dans un secteur qui offre des salaires relativement plus élevés que dans d´autres activités et ouvre des horizons culturels plus amples que les activités traditionnelles. Comme on voit, le tourisme, les zones franches, les envoi des fonds originaires de la diaspora dominicaine, l´investissement étranger en ressources minières et les communications, les investissements du secteur privé, l´industrialisation, l’essor du secteur financier et bancaire, la multiplication des micros et petites entreprises, et, en général, le développement d´une économie de services, ont fini par remplacer les anciennes plantations comme principale source d´emploi et de croissance économique. L´économie dominicaine est très différente aujourd´hui, dans tous les sens, de ce qu’elle était il y a cinquante ans. C´est une économie capitaliste très dynamique qui augmente chaque année avec un secteur moderne (industriel, commercial, minier et de communications) et avec des secteurs traditionnels ou en voie de transition (ateliers, artisanats et transport). Comme cela arrive avec d´autres économies, l´ économie dominicaine s´est développée de manière inégale et cela a donné lieu, entre autres choses, à une croissance évidente déséquilibrée qui se présente, aux yeux de certains spécialistes, comme une forme de “dualisme structurel”. Produit du processus inégal de croissance économique et de la distribution inégale de revenu, la modernisation n´a pas atteint tout le monde de la même façon et aujourd´hui la société dominicaine présente de nombreuses dualités et exhibe aujourd´hui de forts contrastes internes qui surprennent l´observateur, puisqu’à côté des traits culturels plus modernes existent les modes de vies très arriérés.

------- 3 LA REVOLUTION DEMOGRAPHIQUE

L´une des transformations les plus profondes expérimentées par la société dominicaine au cours des cinquante dernières années fut le changement démographique. Les origines de cette transformation viennent de loin. Elles partent de la récupération de peuplement qui commença durant la première moitié du XIXeme siècle. De même que l’arriva dans d’autres territoires américains, la population nationale a atteint un équilibre favorable homme-terre qui lui permettait de disposer d´excédents alimentaires pour assurer une continuité de croissance végétatif. Un rapide coup d´œil à ce processus permet d’observer que la population dominicaine commença à croitre avec rapidité bien avant l´indépendance nationale en 1844. Un rapport du consul britannique dans l´ile envoyé à son gouvernement en 1828 dit que, au cours d’une visite dans les bureaux du registre civil dans la ville de Santiago, il compara les chiffres de naissances et de décès et a pu calculer que là-bas la population a augmentait à un taux qui oscillait autour de 3,6 pour cent, alors qu’en d’autres endroits du pays c’était encore plus, un 3,8 pour cent par an. Ceci signifie que la population pouvait se multiplier tous les vingt ans à peu près. Dans d’autres lieux, la croissance de la population n’était pas aussi rapide dû aux conditions matérielles et sanitaires des habitants. Cependant, durant tout le XIXème siècle et jusqu’à l’année 1920, le peuple dominicain a cru à

un taux global moyen de 2,6 pour cent annuellement, ce qui lui permet de passer de 126,000 habitants en 1844 à 894,665 en 1920. Plusieurs personnes se surprennent qu’à la fin des années quatre-vingt-dix, la population se soit multipliée plus de dix fois et qu’aujourd’hui, en 2013, elle dépasse 10 millions d’habitants sans compter plus d’un million et demi de personne qui ont émigré à l’étranger. Il fut une époque où cette croissance était considérée nécessaire et favorable. Plusieurs pensaient qu’en comptant avec une population aussi dense, l’économie pouvait disposer d’une plus grande quantité de bras pour soutenir sa croissance et, d’autre part, le pays aurait de meilleurs probabilités de faire face à la pénétration des immigrants haïtiens illégaux qui occupent graduellement les terres vagues à l’ouest de la République. Pendant plus de cinquante ans, entre 1875 et 1930, beaucoup de personnes encourageaient l’idée d’importer non seulement main d’œuvre non qualifiée caribéen ou haïtiens pour travailler dans les champs de canne, mais aussi des immigrants blancs originaires d’Europe pour créer entre eux des colonies agricoles qui aideraient à développer l’agriculture dominicaine. Une politique de portes ouvertes à l’immigration blanche permettait l’arrivée sans restriction de groupes originaires de la Syrie, le Liban et la Palestine, la Chine, Porto Rico et Espagne, en particulier Cataluña et des iles de Canaries, et même de la Finlande. Ces immigrants s’établirent définitivement dans le pays et formèrent des familles qui avec leur descendance contribuèrent à la croissance démographique du pays dans la première moitié du XXème siècle. Dans les années ultérieures, de nouveaux groupes d’immigrants s’incorporèrent dans la société dominicaine, expulsés par la guerre civile en Espagne ou par la persécution des juifs en Europe. A ces groupes s’ajoutèrent, dans les années 50, de nouveaux immigrants espagnols, japonais et hongrois importés par le gouvernement pour stimuler le développement agricole du pays. Ainsi, la combinaison de politiques pro-natalistes et pro-immigration avec une production d’aliments croissant et une amélioration de la santé, ont aidé à accélérer la croissance de la population dominicaine. En conséquence le nombre d’habitants a doublé dans les vingt-cinq années écoulées entre 1935 et 1960. Pour cela, quand Trujillo fut exécuté en 1961, la population totale surpassait les 3 millions de personnes. Jusqu’alors, les contrôles policiers et sanitaires de la dictature maintenaient les masses rurales appauvries retranchées dans leurs champs. Par exemple, peu de gens savent qu’en 1953, le gouvernement émit un décret interdisant aux paysans de déménager dans les villes sans la permission des gouverneurs provinciaux, les maires ou les commandants de l’armée et la police nationale. Ces contrôles disparurent avec la chute de la dictature et à partir de ce moment-là s’est produit une migration massive de paysans vers les villes, en particulier, vers la capitale de la République qui depuis des années recevait de grands contingents d’immigrants depuis l’intérieur du pays. La pression de ces immigrants sur les services urbains de l’eau, du logement, de la santé, de l’éducation, du transport, de l’électricité et de l’emploi, ainsi que l’exhibition alarmants degrés de pauvreté dans les nouveaux quartiers marginalisés et dans les zones rurales, motivèrent la création, en 1966 et 1968, de l’Association Pro-Bien être de la Famille (Asociación Pro-Bienestar de la Familia) et le Conseil National de la Population et de la Famille (Consejo Nacional de Población y Familia), les deux étaient financés par des agences internationales. Les programmes de planification familiale et le contrôle de la natalité promus et exécutés par ces institutions furent décisifs dans la stabilisation de la croissance démographique. Au cours des années, ces programmes impactèrent réellement les taux de fécondité et la population dominicaine a commença à grandir plus lentement. Par exemple, en 1966, les femmes dominicaines pouvaient espérer avoir sept enfants au cours de leur vie

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fertile. Aujourd’hui, en 2013, la quantité d’enfants attendue par une femme arrive à peine à deux. Ce phénomène, ajouté à l’émigration vers l’étranger, a contribué à ralentir la croissance démographique et on s’attend à mesure que passe le temps que celui-ci soit encore plus lent, car aujourd’hui près de 75 pour cent des femmes mariées ou unies maritalement utilisent régulièrement un quelconque type de contraceptions. Ceci contraste remarquablement avec l’ancienne coutume d’avoir les enfants que la nature le permettait. Un autre changement démographique de grande importance a été la réduction des taux de mortalité infantile, puisqu’il y a à peine trente ans, la République Dominicaine était entre les pays qui exhibait les pourcentages les plus élevés dans ce sens. Grâce à l’amélioration générale des conditions sanitaires, hospitalières et environnementales, la mortalité infantile a été réduite à trente-deux enfants morts pour chaque millier de nouveau-nés. La proportion était trois fois plus élevée en 1975 quand mouraient cent enfants sur chaque mille naissance. En même temps que ces progrès, au cours de la moitié du siècle passé, la République Dominicaine a réussi à augmenter beaucoup l’espérance de vie de sa population, ce qui peut se constater, en observant qu’en 1955 cette espérance de vie était à peine de 46 ans. Pour un enfant qui nait aujourd’hui l’espérance de vie s’élève à 72 ans. Les causes de cette amélioration sont multiples. D’une part, l’amélioration des conditions sanitaires dans le pays et la mise en place des programmes de santé publique tendant à éliminer certaines maladies, qui additionnées, affectaient la dynamique démographique. Mentionnons parmi elles le paludisme, la tuberculose, la syphilis, la rougeole, la coqueluche, la poliomyélite, le tétanos, la diphtérie et les maladies gastro intestinales. D’autre part, il faut mentionner comme facteurs qui ont contribué à diminuer la mortalité, l’amélioration relative de certains services hospitaliers, le grand usage des antibiotiques, la construction des aqueducs ruraux et urbains, la construction de cliniques rurales et des centres d’assistance primaire, les campagnes nationales massives de vaccination contre les plus mortelles de ces maladies chez les enfants. Bien qu’aujourd’hui, la population s’accroisse plus lentement, cependant elle a continué à croître et elle a dépassé déjà les 10 millions de dominicains. Cette quantité serait supérieure si le pays n’aurait exporté, comme il l’a fait, plus d’un million et demi d’émigrants à l’étranger, dont 1.4 millions se sont déplacés pour vivre de façon permanente aux Etats Unis. Le restant l’a fait vers d’autres pays, l’Espagne entre autres. Au départ de la grande vague migratoire, au début des années 60, les hommes étaient majoritaires. Après, entre 1970 et 1980, les femmes dépassèrent les hommes. Avec le temps ces proportions se sont équilibrées quoiqu’aujourd’hui on observe une légère majorité de femmes que d’hommes dans le flux migratoire vers l’extérieur. L’émigration à l’étranger a contribué partiellement à diminuer le rythme de la croissance de la population dans le pays, mais bien plus décisive fut encore la diminution dans les taux de fécondité. Les deux, l’émigration et la chute de la fécondité, ont été compensées par la croissance végétative due à la chute de la mortalité et par l’immigration des haïtiens qui dans les dernières années sont arrivés massivement au pays. Selon le recensement national de la population, en 2010, il y avait 321,000 haïtiens résidents dans le pays. Une enquête récente, publiée en 2013, enregistre 668,000 haïtiens de naissance ou d’origine résidant dans le pays. Parmi eux, 458,000 sont nés dans le pays voisin, et ces 317,000 sont arrivés dans le pays au cours des neuf dernières années, deux tiers d’entre eux l’ont fait il y a moins de quatre ans, cela montre, entre autres choses, l’immigration massive qui a eu lieu après le tremblement de terre en Haïti. En marge de ces chiffres, l’opinion généralisée entre les dominicains c’est que ces immigrants dépassaient un million de personnes au moment de la réalisation de l’enquête. Si cette appréciation est correcte, alors on doit attendre que l’immigration

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haïtienne, composée d’hommes et de femmes en âge reproductif, non seulement compense la migration dominicaine à l’étranger, mais qu’elle impulse aussi le taux de fécondité et renverse la diminution de la croissance démographique. Quel sera l’impact de l’immigration haïtienne dans la dynamique démographique nationale, seul le temps le dira. Prenons en compte qu’après avoir passé une longue période au cours de laquelle la population dominicaine a augmenté près de ou au-dessus de 3,0 pour cent annuellement (1920-1981), en doublant chaque vingt ans approximativement, cette tendance a commencé à se faire plus lente à cause des facteurs mentionnés ci-dessus. Pour cela on observe que parmi les recensements réalisés de 1993 à 2002, le taux de croissance était de 1,8 pour cent tandis qu’au cours de cette décennie (2002-2013), la population a augmenté à peine 1,2 pour cent annuellement. A défaut de ne pas éduquer les immigrants haïtiens de la même manière que cela se fit pour les dominicains au niveau des méthodes de planification familiale, il est très possible que la République Dominicaine expérimente une nouvelle augmentation dans les taux de fécondité. Pendant ce temps-là la pyramide démographique continue à montrer une perte de base. Cela veut dire que la population dominicaine, dans son ensemble, est chaque fois moins jeune et suggère sur ce point que le pays continue dans le chemin entrepris il y a plusieurs années par les nations industrialisées. Cependant, la République Dominicaine est encore loin d’expérimenter les taux de croissance négatifs comme c’est arrivé dans plusieurs pays d’Europe. Le lent vieillissement se voit à l’âge moyen qui divise la population en deux parties égales. En 1963, cet âge était de 17 ans. Aujourd’hui, au milieu de 2014, il est de 24 ans.

------- 4 L’URBANISATION

Directement lié à la révolution démographique décrite antérieurement se trouve le processus rapide de l’urbanisation de la République Dominicaine. Ceci est un phénomène du XXème siècle car lorsque le premier recensement national en 1920, seulement 16,6 pour cent des dominicains vivaient dans les villages et les villes, assez petits d’ailleurs. Aujourd’hui, en 2013, plus de 70 pour cent vivent dans les centres urbains. Il y a quatre-vingt-dix ans la plus grande ville était Santo Domingo avec à peine 30,943 habitants. Santiago avait 17,152. Les autres centres urbains avec une population de plus de 5,000 personnes étaient San Pedro de Macorís (13,802), Puerto Plata (7,707), La Vega (6,554), La Romana (6,129) et San Francisco de Macorís (5,188). Avant 1920, il n’y avait pas de routes qui connectaient la capitale du pays avec les régions et les villages de l’intérieur. Il y avait deux chemins de fer qui relayaient les villages de Sánchez et Puerto Plata avec les villages de la Vallée Cibao (La Vega, San Francisco, Salcedo, Moca et Santiago) formant un axe productif qui contribua à développer de nouvelles plantations de cacao, café, et du tabac dans ces régions. Les autres chemins de fer se trouvaient dans le sud-est du pays et étaient utilisés majoritairement pour charger la canne à sucre des usines sucrières. Dans ce moment il prenait trois jours de voyage à cheval de Santo Domingo à Santiago et pour cela beaucoup préféraient se déplacer du sud au nord du pays en goélettes et bricks qui voyageaient de Santo Domingo et San Pedro de Macorís jusqu’à Sánchez et Puerto Plata. De là, les voyageurs se déplaçaient en chemin de fer jusqu’à l’intérieur du pays. Comme on le voit, la mobilité géographique était assez limitée. La majorité de la population vivait dans la campagne où il y avait encore des terres disponibles pour produire des aliments de subsistance. Les opportunités d’emploi dans les villages étaient limitées et l’émigration vers ces centres urbains était encore minime.

Seulement dans les usines sucrières s’ouvraient des postes de travail, mais c’était pour couper la canne avec des horaires interminables et avec des salaires minimes, et pour cela les dominicains les refusaient. On devait, par conséquence, importer des travailleurs des Antilles britanniques ou d’Haïti. La majorité de ces travailleurs retournait chez eux à la fin de la récolte de la canne à sucre, mais presque toujours, il restait quelques-uns dont les descendants, à travers le temps, contribuèrent à l’augmentation de la population de San Pedro de Macorís, la Romana et Puerto Plata. Le développement des plantations stimula la transformation du système de propriété de terres, particulièrement dans la région orientale du pays. Des centaines de milliers d’hectares de terres tombèrent entre les mains des corporations étrangères qui les spécialisèrent dans la production de la canne et des pâturages. Soutenus par plusieurs pièces législatives, approuvées entre 1910 et 1920, les propriétaires de plantations commencèrent le démantèlement de l’ancien système de terrains communautaires. Dans le processus, des centaines de familles paysannes furent expulsées de leurs propriétés et durent émigrer vers les villages de La Romana, El Seibo, Higüey, San Pedro de Macorís et Santo Domingo. Cette première vague de migration rurale urbaine fut renforcée par une autre presque simultanément qui commença juste après l’ouverture des premières routes nationales construites par le gouvernement militaire des Etats Unis entre 1917 et 1922 pour connecter la capitale de la République avec l’intérieur du pays. En ouvrant ces routes, plusieurs habitants de l’intérieur commencèrent à se mobiliser vers elles depuis l’intérieur des campagnes, et de là vers les villages proches et, éventuellement, vers la ville de Santo Domingo. Pendant les quarante années suivantes, les gouvernements construisirent de nouveaux embranchements pour relier les routes principales avec les villages. L’introduction des automobiles et des camions rendit obsolète en peu de temps les traditionnelles bêtes de charges et même les chemins de fer, dont la lenteur et la flexibilité limitée ne leur permettait pas d’être en concurrence avec ces véhicules à moteur. Cependant, les trains entre 1887 et 1930 avaient donné au pays le premier grand élan vers la modernisation. Les routes et les automoteurs accélérèrent cet élan et en s’associant avec les nouvelles industries et les canaux d’irrigation qui commencèrent à se construire à partir de 1918, ils impactèrent positivement la colonisation de nouvelles terres et la production agricole. Ceci se remarque clairement dans les chiffres de production entre 1936 et 1956. Des secteurs tels que le riz, les bananes, l’arachide et le tabac ont plus que doublé la production pendant ces vingt ans. D’autres produits agricoles, comme les haricots, le maïs, le cacao et le café augmentèrent aussi au cours de ces années. D’autre part, dans toutes les variétés de bétails, le nombre de têtes augmenta. La production industrielle a augmenté aussi. L’huile d’arachide remplaça graduellement le saindoux, la production d’alcool quintuplait, celle du sucre doubla, celle de la viande industrielle se multipliait par huit, la bière par dix, les cigarettes par sept, le chocolat par vingt-quatre, l’électricité par quinze, les allumettes par trois, le savon par trois, le bois scie par cinq, le sel par sept, le fromage par cinq, le beurre par trois, le rhum par neuf, les sacs de sisals par trois, et les tissus en coton par trois fois et demie. L’augmentation de plusieurs de ces produits agricoles non seulement s’explique du côté de l’offre, mais aussi par celui de la demande puisque la population grandissant, en particulier la population urbaine qui ne produisait pas de produits agricoles, un marché interne arriva qui stimula la production agraire. Quelques secteurs étaient dirigés vers l’exportation comme le cacao, le café, le tabac et le sucre, mais les informations disponibles indiquent que la consommation nationale de ces produits augmenta substantiellement durant ces années. En peu de mots, l’industrialisation et la colonisation agricole, unies aux subs-

tantiels investissements en infrastructure de routes, de barrages et de canaux d’arrosage, permirent le développement de nouvelles zones productives consacrés à alimenter la croissance de la population. Avant la Grande Dépression des années 30, l’industrie sucrière avait stimulé le développement de plusieurs villes comme San Pedro de Macorís, Santo Domingo, La Romana et Puerto Plata, et stimulait aussi l’installation de petites usines et ateliers dans ces centres urbains. La majorité de ces affaires était paralysée durant les décennies des années 30 et 40 a conséquences des politiques gouvernementales orientées à privilégier les industries installées à Santo Domingo sous la protection de l’état à partir de la Seconde Guerre Mondiale. San Pedro de Macorís et Puerto Plata ne se récupérèrent jamais de l’impact négatif de ces politiques, et leurs industries restèrent obsolètes et perdirent la compétitivité. Les peu d’entreprises industrielles de Santiago de Los Caballeros qui survécurent, le firent parce que la ville fonctionnait comme centre administratif et logistique de la région du Cibao peuplée avec une grande densité, dont le abondant paysannat constituait un marché interne régional de taille, suffisante pour garantir la consommation de la production locale. La concentration des industries et des travaux publics dans la ville de Santo Domingo et ses environs, à partir de la Seconde Guerre Mondiale, a été une constante de tous les gouvernements que la République Dominicaine a eus dans les soixante-dix dernières années. Santo Domingo (Ciudad Trujillo), avec ses villes satellites: Haina, San Cristóbal, Villa Altagracia, Villa Mella et Boca Chica, devint le principal centre industriel et le principal port maritime du pays. Tout cela changea le caractère purement administratif de la capitale dominicaine en peu d’années et pour cela, vers 1960, cette ville rassemblait plus de 75 pour cent de l’activité industrielle du pays tandis qu’elle se convertissait en principal centre de modernisation de la République. Dû à l’arrivée continue des immigrants des campagnes et des villages de l’intérieur, le taux de croissance de la population de la capitale fut le double de celui du reste du pays. Au cours de la période 1935-1950 le taux de croissance fut de 6,45 pour cent annuellement, s’activant entre 19501960 (7,38), pour continuer à augmenter à un taux annuel en moyenne de 6,1 pour cent entre 1960 et 1981. La signification de ces pourcentages est que la ville a pu multiplier sa population tous les dix ans approximativement. Une chose similaire est arrivé aux villes satellites de la capitale, San Cristobal, Haina et Villa Altagracia, où des industries de remplacement d’importations se sont installée et avait attiraient plus de bras que ce que ces établissements puissent employer, mais qui ne sont pas retournés dans leur pays d’origine. En contraste, les anciens villages sucriers, San Pedro de Macorís et Puerto Plata, ont augmenté très lentement et il y a eu une large période (1936-1961) ou la population de San Pedro de Macorís fut pratiquement stagnante. Néanmoins, l’industrialisation ne fut pas l’unique cause dans l’accélération du développement urbain. D’autres villages ont augmenté plus rapidement que le reste des centres peuplés du pays entre 1936-1961. La cause principale derrière cette croissance fut leur spécialisation comme centres producteurs de riz, bananes et des tubercules comestibles, haricots, pommes de terre et des végétaux, des produits tous orientés vers le marché interne. La production d’aliments devint la principale activité des villages de l’intérieur du pays que en même temps les produits étaient dirigées vers les centres peuplés, particulièrement vers la capitale, les excédents servaient à alimenter la population locale. Les villages producteurs de riz, La Vega, San Francisco de Macorís, Nagua et San Juan de la Maguana sont les meilleurs exemples de ce processus. Les gouvernements de ces années travaillèrent pour augmenter la production agricole et permettre l’autosuffisance du pays dans la consommation des aliments. Un programme agressif de colonisation des terres non cultivée favorisa l’exploitation de plusieurs milliers d’hectares de terres, cela a aussi permis

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l’établissement de plus de 12,000 familles paysannes dans des localités dépeuplées ou peu habitées. Pour appuyer les nouvelles colonies agricoles, en adition a la terre qui le sont données, les gouvernements les données des semences des animaux; ils fournissaient de l’assistance technique et leur construisaient des barrages et des canaux d’irrigation. Des centaines de kilomètres de canaux furent construits au cours de ces années-là pour irriguer les terres qui avant étaient improductives. Les services de santé furent améliores et les programmes sanitaires lancés durant l’occupation militaire nord-américaine ont été repris, ceux d’avant mais aussi d’après la dictature de Trujillo. Des campagnes intenses de vaccination et antiparasitaires, en même temps que l’introduction d’antibiotiques contribuèrent à réduire le taux de mortalité global de 20,3 sur mille en 1950 à 6,8 sur mille en 1990. En conséquence, l’espérance de vie augmenta de 47 ans en 1950 à 69 en 1990, et a continué de monter, jusqu’à passer aujourd’hui à plus de 72 ans. Nous avons déjà mentionné que le taux de croissance démographique s’est accéléré jusqu’à atteindre un taux de 3,6 pour cent annuellement entre 1950 et 1960, l’un des plus élevé du monde d’alors. Cependant, les intellectuels et les dirigeants nationaux croyaient encore que le pays était insuffisamment peuplé et promeuvent familles nombreuses tout en stimulant les femmes pour qu’elles aient beaucoup d’enfants récompensant celles qui avaient une famille nombreuse. Convaincus qu’il était nécessaire de continuer le peuplement du pays, les dirigeants nationaux ouvrirent les portes aux immigrants espagnols et japonais dans les années 50 du siècle passé. Le gouvernement installa ces immigrants dans de nouvelles colonies agricoles à Constanza, Jarabacoa et Dajabón, similaires à celles qui des années auparavant s’étaient établie avec des réfugiés juifs à Sosúa et des exilés de la guerre civile espagnole. Dès lors, Constanza fit une rapide transition vers les productions des légumes, attirant une forte migration d’autres points du pays en atteignant l’un des plus grands taux de croissance. En 1935, Constanza étaient un petit village très pauvre d’à peine 409 habitants. En 1950, Constanza était encore une pauvre communauté de 956 personnes caractérisée par plusieurs scieries. Trente années plus tard, en 1981, sa population a augmenté vers 15,141 personnes. Aujourd’hui, en 2013, la population s’élève à plus de 40,000 individus. Aussi bien Constanza, comme le village voisin de Jarabacoa, attiraient des investisseurs dominicains et étrangers qui développèrent plusieurs des fermes de légumes et de fleurs. Les deux villages ont grandi de manière parallèle avec la particularité qu’entre 1970 et 1981, ils l’ont fait encore plus rapidement que la ville de Santo Domingo. Constanza a augmenté 12,8 pour cent annuellement entre 1950 et 1960; 6,17 pour cent entre 1960 et 1970; et 9,51 pour cent entre 1970 et 1981. Jarabacoa l’a fait un peu plus lentement, mais même ainsi elle enregistra des taux plus hauts que beaucoup d’autres centres habités. Dans les années 50, cette village a augmenté seulement 2,5 pour cent chaque année, mais entre 1960 et 1970 sa population augmenta d’un taux de 7,0 pour cent, pour continuer à croître 6,52 pour cent chaque année entre 1970 et 1981. Des 5,470 habitants en 1960, Jarabacoa est passé aujourd’hui, en 2013, à près de 45,000 habitants. Tant ou plus impressionnant que l’urbanisation de Constanza et Jarabacoa, furent les villages exploitants de riz. Traditionnellement les dominicains importaient le riz d’Indochine, même s’ils en cultivaient en terrain non irrigué pour la consommation dès les secteurs populaires. A partir de la construction du premier canal d’irrigation en Mao en 1918 et surtout avec l’impulsion reçu par la construction de plusieurs canaux à partir de 1936, la production de riz locale commença à augmenter significativement, au point qu’en 1941 la République Dominicaine est parvenue à l’autosuffisance dans la production de ce grain et depuis lors s’est convertie en exportateur de ce céréale vers les îles voisines.

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La production de riz pour irrigation commença dans la vallée du Yaque du Nord; continua ensuite dans le bassin sous la rivière de Camú et, plus tard, se propagea par la vallée de Yuna jusqu’à arriver à dominer presque totalement le paysage de ces terres basses dans les années soixante-huit du siècle passé. Dans la vallée de San Juan de la Maguana, il s’est passé quelque chose de similaire, mais sans que le riz ne devienne la culture dominante dû aux conditions écologiques de la zone. Même ainsi, la production de riz contribuait aussi à la transformation rapide de la ville de San Juan de la Maguana. La “révolution du riz“ fut à l’origine de plusieurs nouveaux villages et permit la transformation de quelques villes. Mao, La Vega, Santiago, San Francisco de Macorís, Cotuí et San Juan de la Maguana sont devenu des villages de rizières ou le grain était traité, stocké et commercialisé. D’autres petits villages comme Esperanza, Villa Vásquez, Pimentel, Nagua, La Piña, Villa Rica et Guayacanes, commencèrent se peupler rapidement avec l’arrivée des paysans pauvres originaires d’autres zones du pays. Dans certains de ces villages, l’économie était diversifiée et l’introduction de la culture et du traitement de riz ne fit que la dynamiser. Ce fut le cas de San Francisco de Macorís, La Vega, San Juan de la Maguana, Bonao et Dajabón qui étaient entourés des fermes d’élevage, des petites parcelles de banane plantain, et de plantations de café ou de cacao. Dans les environs de Mao et Esperanza, le riz coexistait aussi avec la canne à sucre et les bananes qui se cultivaient dans des champs irrigués, mais làbas, de la même façon que dans les autres villages mentionnés, la culture du riz fut décisive et explique le décollage démographique. Les taux de croissance de ces villages et villes sont impressionnants, plusieurs d’entre eux sont plus grands que ceux des villes industrielles de Santo Domingo, Villa Altagracia et San Cristóbal. L’urbanisation accélérée de plusieurs centres peuplés doit être expliquée aussi en fonction des facteurs d’expulsion qui opéraient dans les zones rurales, lesquelles souffraient d’un sérieux processus de pauvreté depuis les années 40 et 50, qui s’aggravèrent durant les années 60. Durant la dictature, malgré les augmentations dans la production agricole déjà mentionnés, des milliers des familles paysannes furent poussées vers la misère et furent expulsées de leurs terres par Trujillo, sa famille et ses proches qui abusaient de leur pouvoir et abusaient de la population rurale pour leur extirper leurs propriétés et les convertir en champs de canne et de pâturages, essentiellement. Ce processus se fit plus remarquable durant la construction du Central Río Haina qui obligea des milliers des paysans à vendre ou à remettre a la force leurs terres à Trujillo et à sa famille dans les grandes plaines de Sabana Grande de Boyá, Guanuma et Guabatico et les régions montagneuses aux alentours. N’ayant pas de quoi vivre, des centaines de familles de ces régions durent partir pour aller vivre dans la ville capitale ou dans les villages de Monte Plata, Bayaguana, Sabana Grande de Boyá, Guerra et de Boca Chica. En conséquence, ces villages ont considérablement crû. Par exemple, Sabana Grande de Boyá a vu augmenter sa population d’à peine 1,004 personnes en 1950 à 3,000 jusqu’à presque 10,0000 en 1981. Aujourd’hui ce lieu a une population supérieure aux 25,000 personnes. Dans le Cibao et dans les plaines de Nagua et de Puerto Plata des processus similaires d’expropriation forcée des terres motivèrent le départ de milliers de familles paysannes vers les villes. Des militaires officiers, des politiciens de haut niveau, des industriels et des professionnels récemment enrichis, participèrent à ce processus. Dans la Cordillère Centrale, de Jarabacoa à Monción, dans les montagnes de Bahoruco et de Neiba, de Valle Nuevo, Tireo et Constanza, Trujillo et ses associés s’approprièrent des millions de surfaces de bois et se dédièrent à les exploiter. Initialement, les scieries attirèrent des travailleurs dans toutes les parties du pays, mais en diminuant les bois et en fermant les scieries dans le

décennie des années 60, beaucoup de personnes ont abandonné les montagnes et ont déménagé dans les villages de basses terres, particulièrement dans les centres producteurs de riz, La Vega, Bonao, Mao et Esperanza reçurent beaucoup de ces immigrants. La majorité de ces immigrants, étant des gens très pauvres, ils se sont installés dans les ceintures des villes, dans des lieux près des chemins et des ravines et rivières, ou dans les terres en friche de propriétés précaires qui furent converties bientôt en faubourgs et en quartiers marginalisés. Ces zones furent marginalises et exposées à des inondations et des éboulements dans en temps d’orages. Avant 1960, la majorité des villages dominicains terminaient adroitement dans plusieurs rues finales à partir desquelles s’étendaient les champs agricoles ou les fermes d’élevage, propriété de résidents urbains. Il y avait des quartiers pauvres, certes, mais étaient très rares les zones de misère connues après comme “quartiers marginalisés”. De ces années, datent les premières concentrations de quartiers marginalisés comme Villa Tilapia à La Vega; Guachupita, Gualey, Capotillo, Cristo Rey, La Zurza et Los Guandules à Santo Domingo; El Ciruelito, Cienfuegos et Pastor de Bella Vista à Santiago, entre autres. Le fin de la dictature de Trujillo a supprimé les restrictions à la libre circulation des personnes et encouragée a des dizaines de milliers de gens à aller vers les villes. De manière parallèle, et parfois encore plus dramatique, petits villages et hameaux qui, au retour de la Seconde Guerre Mondiale ont montré très peu d’habitants, aujourd’hui sont des villages vigoureux avec des taux de croissance élevés et certains sont en voie de devenir des villes. Qualifiées par les recensements d’autrefois comme sections municipales, le recensement national de 1935 a enregistré plus de 1,400 petites villages avec une population de moins de mille habitants. D’autres communautés plus grandes, de population comprise entre mille et deux mille personnes, ne dépassaient pas plus de 320 dans tout le pays. Seulement 49 qui dépassaient 2,000 personnes et à peine 13 avaient une population supérieure à 3,000 habitants. “Villes” étaient, en plus de Santo Domingo et Santiago, les chefs-lieux de province, bien que tous n’arrivaient pas à cinq mille habitants, comme étaient les cas de Montecristi avec 3,816 habitants, et El Seibo avec seulement 2,593, entre les autres plus petites que comme dans les provinces frontalières. Cependant, ces chefs-lieux de province qui se considéraient comme des villes étaient des villages bien petits. Santiago, la plus grande, avait 34,175 habitants, suivi de San Pedro de Macorís, déjà mentionnée, avec 18,617, Puerto Plata, avec 11,772, San Francisco de Macorís avec 10,100, La Vega avec 9,030 et Barahona avec 8,367. Les autres étaient de vrais petits villages à peine plus gros que les plus grands villages avec leurs provinces respectives, comme c’était le cas d’Azua qui avait à peine plus de 5,000 habitants. Pour avoir une idée de la révolution démographique et de son impact sur l’urbanisation de plusieurs de ces hameaux, il suffit d’observer l’évolution de la communauté misérable de Los Alcarrizos, dans les banlieues de Santo Domingo, et la Villa de Monseñor Nouel au centre du pays. Grâce à la culture du riz et au développement de l’élevage et l’industrie minière dans sa vallée fertile, Bonao, comme on le connait encore jusqu’à aujourd’hui, a passé d’un peu plus de deux mille habitants en 1935 à plus de 76,000 en 2010, dépassant aujourd’hui quatre-vingt mille personnes. Le cas de Los Alcarrizos, est plus illustratif. Un village qui était un hameau insignifiant en 1935 (431 habitants), est aujourd’hui un grand centre urbain, composé d’une mosaïque dense de quartiers populaires dont la population dépasse les 220,000 habitants en 2013. Des histoires similaires exhibent beaucoup de petits villages convertis aujourd’hui en de centres urbains de taille moyenne et d’une vie commerciale intense. Plus récemment, le développement des zones franches industrielles et d’exportation à partir des années soixante-dix, localisées à Santiago, San Pedro

de Macorís et La Romana, mais comprises plus tard en d’autres localités, ainsi que la croissance du secteur touristique, surtout dans les côtes nord et est du pays, donnèrent une nouvelle impulsion aux mouvements migratoires internes et à la croissance démographique de ces villes et des autres telles que Puerto Plata et Higüey. La migration rurale-urbaine a été s’intense qu’ayant commencé il y a déjà plus de cinquante ans comme un phénomène massif aujourd’hui la moitié de la population de la ville de Santo Domingo provient d’autres régions du pays. Quelque chose de similaire arrive à Santiago, ou 43 de chaque cent personnes sont nés ailleurs. L’analyse des recensements nationaux de la population depuis 1950 jusqu’à 2010 montre que la ville de Santo Domingo a dominé le phénomène de l’urbanisation et la migration urbaine-rurale, et à cause de cela aujourd’hui beaucoup plus de la moitié des immigrants interprovinciaux sont attirés par la capitale de la République. Il n’est pas surprenant que cette ville soit aujourd’hui une métropole qui concentre plus de quarante pour cent de la population nationale et soit aussi le centre urbain de plus grande importance de tout le bassin des caraïbes, dépassant beaucoup de ville qui, des décennies avant, étaient beaucoup plus grandes, comme c’était le cas de San Juan de Puerto Rico et La Habana.

------- 5 CHEMINS ET COMMUNICATIONS

Les contrastes entre la société traditionnelle dominicaine avec l’actuelle ne pourraient être plus évidents, l’ancienne société paysanne n’a pas disparu, mais s’est modernisée. Les chemins muletiers que parcouraient les bêtes de charge avant, sont maintenant des routes asphaltées avec des ponts que traversent des milliers de véhicules de tout type. En 1900, on prenait deux jours et deux nuits pour traverser les marais, les régions montagneuses et les rivières entre la capitale et Bonao, un trajet qui, aujourd’hui se réalise en moins d’une heure. Les cavaliers passaient sept heures pour parcourir les 36 kilomètres, la distance entre Bonao et La Vega. Le voyage durait trois heures de plus entre La Vega et Santiago quand il pleuvait. De Santiago à Puerto Plata le voyage se faisait plus facilement si on prenait les chemins de fer qui traversaient la cordillère, mais malgré tout, ça prenait six heures et demie, contrastant avec l’heure et quart qu’on prend aujourd’hui. Un voyage en train de La Vega à Sánchez, dans la baie de Samaná, prenait presque huit heures. Se déplacer de Santo Domingo aux villages de l’est, était plus facile grâce à la platitude de cette zone, mais les voyageurs aussi devaient monter à cheval car autrefois il n’existait de routes. La route vers Higüey, le village le plus oriental de l’ile, se faisait par la voie de Los Llanos, Hato Mayor et le Seibo. Par l’ouest, la route conduisait à San Cristóbal, Baní et Azua et aussi par des sentiers, des marais, des précipices, des brousses et des montagnes, et à partir de Baní, ils passaient les déserts épineux de plus en plus inhospitaliers quand le voyageur s’enfonçait plus vers l’occident jusqu’à arriver dans la Vallée de San Juan ou l’oasis de Neiba. L’âne et le cheval sont tombés en désuétude et leur place a été remplacée par les camionnettes, les jeeps et les motocyclettes. Les animaux de charges continuent encore à être utilisés dans des régions lointaines, les montagnes et dans quelques propriétés d’accès difficile, mais la tendance c’est l’utilisation des véhicules à moteur, parmi lesquelles la camionnette et la motocyclette s’imposent dans les chemins ruraux. Ces chemins se sont transformés complètement. L’ancienne route centrale nommée Duarte, construite durant l’occupation militaire américaine, entre 1917 et 1922, fut transformée en une autoroute de ciment vers le milieu des

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années cinquante, ce qui facilita le voyage de Santo Domingo vers Santiago en moins de deux heures. Entre 1966 et 1982, cette autoroute se détériorait jusqu’à être quasiment impraticable et les voyages entre ces villes recommencèrent à accuser un retard de quatre heures, mais à partir de 1984 elle fut complètement reconstruite et entièrement asphaltée. En 1986 elle avait déjà récupéré sa fonction originale. Dix ans plus tard entre 1995 et 1997, elle fut modernisée et agrandie de quatre voies, permettant une circulation beaucoup plus rapide qu’auparavant. La modernisation de l’autoroute de Duarte et la construction de nouvelles autoroutes ont contribué à l’accélération du commerce et d’autres activités économiques dans le pays. Même lorsque quelques routes sont encore détériorées par manque d’entretien, le réseau routier et des chemins vicinaux du pays couvre la grande partie du territoire national et permet sortir les produits des champs en véhicules motorisées ou fournir aux lieux éloignés les marchandises et autres produits industriels des villes. Quand Trujillo fut exécuté en 1961, le réseau de routes laissé par les nord-américains avait grandi considérablement et avait une longitude de 5,000 kilomètres, car les gouvernements de Horacio Vásquez et Rafael Trujillo ont continué à relier les villages et les villes par de nouvelles voies de communication. La construction de nouvelles routes et de chemins vicinaux a été l’un des principaux efforts de l’Etat dans les cinquante dernières années. En 1978, la longitude du réseau routier a augmenté de 12,000 kilomètres. Ce réseau a continué à s’agrandir jusqu’à dépasser aujourd’hui 18,000 kilomètres, faisant du pays l’un des territoires de plus grande densité routière en Amérique Latine. Ce phénomène a stimulé la création d’une industrie nationale de transport motorisé et a stimulé la mobilité de la population. Il y a à peine quarante ans que le transport des passagers d’un village à un autre se réalisait au moyen de voitures publiques conduites par leurs propriétaires. Dans certains cas, comme à Santiago, Higüey et Azua, ces chauffeurs propriétaires étaient associés dans des coopératives ou des compagnies, mais dans la majorité des cas, les voitures étaient conduites individuellement par leurs propriétaires Dans les villages les plus grands, il y avait deux ou trois voitures qui transportaient des passagers vers la capitale, et une à deux douzaines de véhicules qui assuraient la circulation d’un village à un autre de la même région. Chaque village de la République Dominicaine, alors, avait au moins une voiture de route, généralement propriété des mêmes conducteurs, hommes prudents et décents, honnêtes et fiables, à qui les parents confiaient leurs enfants avec la certitude que rien de grave n’arriverait. Dans les grands villages comme Santiago, le nombre de passagers fit évoluer ce service de manière significative. La dite Línea Duarte, qui regroupait dix à douze automobiles de fabrication nord-américaine, tous grands, quelques uns avec de climatisation, qui en plus se spécialisaient dans la livraison de paquets de valeurs et qui se flashaient jamais en avoir perdu un. La région orientale était servie par une autre organisation similaire, du nom de Línea Studebaker, et c’était la même chose pour les villages du sudouest du pays. Il n’y avait pas de grands autobus. Tandis que la naissante classe moyenne et les élites locales étaient servie par les automobile de route, les paysans et les personnes plus pauvres de la ville utilisaient les chevaux, les mulets et les ânes, même si pour les distances plus longues on devait prendre des minibus qui passaient par les routes, ramassant et laissant les passagers tout au long du chemin pour une modeste somme selon les distances couverts. Il y avait peu des voitures privées dans le pays. Il n’y avait pas non plus de chemins de fer de voyageurs, car les routes (Sánchez-La Vega, Las Cabuyas-Moca-Santiago et Santiago-Puerto Plata), avait cessai de fonctionner depuis longtemps. La Vega, par exemple, une ville de 14,000 habitants, avait seulement 35 voitures privées en 1961 que leurs propriétaires utilisaient

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très peu, car le village était petit et la majorité de ses habitants marchait à pied ou en vélo. Dans les campagnes, le transport des personnes et des marchandises reposait sur les ânes, les mulets et les chevaux. De ces chevalins se remplissaient les centres commerciaux et les marchés des villages chaque jour, à cause des visites des paysans et les personnes qui habitaient aux alentours. Plusieurs villages avaient installé des anneaux sur le bord des trottoirs pour que les cavaliers nouent leurs montures tandis qu’ils faisaient leurs courses dans les magasins, les caves, les boutiques et les bureaux. L’abondance des équidés et le transport des bétails à travers les rues des villages, remplissaient les voies de fumiers et obligeaient les pompiers les laver dans l’après-midi. Des motocyclettes? Rares ou très rares. En 1956, il avait seulement 906 motocyclettes enregistrées dans le pays. Des taxis urbains? Seulement la capitale, Santiago, Puerto Plata en avaient. Santo Domingo était la seule ville qui pouvait exhiber plusieurs lignes d’autobus qui servaient sa population croissante qui se déplaçait loin en payant cinq centimes la “course”. Le transport interurbain était aussi modeste et se reposait sur peu de véhicules qui prenaient des passagers aux “arrêts”, généralement situées à la sortie des villages, et aussi tout au long de la route, ou ils les prenaient et les laissaient conformément aux tarifs négociés au moment de monter. Etant donné que les routes étaient pratiquement vides, le trajet était parcouru rapidement et sans embouteillage. Ceci compensait le temps qui parfois se perdait en certaines occasions parce que quelque fois il fallait attendre que la voiture publique se remplisse de plusieurs sièges pour faire connaitre le coût du voyage. Tout ceci commença à changer vertigineusement après la mort de Trujillo en 1961. La libération du commerce rendait possible l’introduction de petites motocyclettes “Honda” et d’autres marques japonaises, et l’importation massive des radios de transistor bon marché révolutionna la communication durant les années 60. La croissance économique des années 70 et l’ouverture des milliers de kilomètres de chemins vicinaux stimulèrent l’abandon des animaux de charge et leur remplacement par des motocyclettes et de petites voitures de fabrication asiatique. En 1980, le parc véhiculaire dominicain fut exploité en une myriade d’automoteurs de tous types. Dans les trente dernières années, profitant de la construction et l’amélioration des routes et des chemins vicinaux, l’industrie du transport interurbain s’est accru considérablement et a permis l’introduction de tout type de véhicules. Aujourd’hui, les routes ont une circulation dense de voitures, camions, camionnettes, autobus de grande taille, d’autres de taille moyenne appelés bus aériens, jeeps et tout terrain, motocyclettes de toutes les marques et tailles. En 1998, le nombre de motocyclettes avait augmenté à 271,000 unités face à 380,000 automobiles et 36,000 autobus. Deux ans plus tard, en 2000, les motocyclettes surpassaient un demi-million, les automobiles 444,000 et les autobus 40,000. La croissance explosive de la classe moyenne durant les trois dernières décennies a fait grimper tous les indicateurs socioéconomiques du pays. Aujourd’hui, en 2013, l’énorme quantité de motocyclettes et de véhicules à moteur qui, congestionnent les rues de tous les villages importants, surprend les observateurs nationaux et étrangers. Le 31 décembre 2012, la Direction Générale des Impôts Internes avait enregistré presque 3 millions de véhicules à moteur, dont plus de 1.5 millions sont des motocyclettes. Aujourd’hui, à la fin des mois de juillet 2013, le pays dispose, en outre de plus de 700,000 autos et plus de 300,000 jeeps, et 80,000 autobus et plus de 400,000 camions et camionnettes consacrées au transport des charges. Ceux-ci sont quelques indicateurs de l’importance de la révolution économique qui s’est réalisé en République Dominicaine au cours des cinquante dernières années.

Les communications ont changés radicalement, non seulement dans le domaine du transport, mais aussi dans le domaine de la téléphonie, la radiodiffusion et la télédiffusion. Les anciens postes de courrier qui transportaient la correspondance à dos de mules entre un village à un autre, ou les télégrammes envoyés en code Morse fil télégraphique ou sans-fil à travers la direction postes, sont reste obsolètes depuis longtemps dû à la pénétration et la diffusion du téléphone, le fax et plus récemment, les téléphones portables et le courrier électronique par internet. L’explosion du téléphone a accéléré le processus de la modernisation du pays. En 1956, le pays avait moins de 14,000 téléphones en service. Trente ans plus tard, 1986, le nombre a augmenté considérablement jusqu’à 253,489 unités en ligne fixe. L’utilisation du portable était minime et était limitée aux organismes de sécurité de l’Etat ou une très petite élite d’entrepreneurs et de professionnels. Douze ans plus tard, en 1998, la principale compagnie de communications téléphonique d’alors, Codetel, avait enregistré plus de 700,000 clients, cette année-là, le nombre de portables était passé à 207,000 unités de portables dans les foyers et les commerces, presque la moitié installée pour cette compagnie. Onze ans plus tard, à la fin de 2009, la densité téléphonique nationale était arrivée à 100 pour cent car le pays avait 9,412,548 téléphones pour une population nationale de la même taille. Par eux, 8,449,293 étaient des portables et 963,265 des unités de ligne fixe. Aujourd’hui, en 2013, le total des lignes téléphonique dépasse les 10.3 millions. Plus d’un téléphone par personne dans tout le pays, mais la couverture n’a pas encore atteint les totalités des foyers, bien que quatre-vingt-dix de chaque centaine de maison possède un téléphone cellulaire. Comme si cette révolution téléphonique n’eût été suffisante, la République Dominicaine exhibe un marché récent de lignes d’internet servies par quinze compagnies, étrangères et dominicaines. Le 31 août 2013, l’Institut Dominicain de Télécommunications avait enregistré plus de trois millions de lignes d’accès à internet, une vraie explosion dans le monde des communications et un autre instrument d’accélération à l’intégration dominicaine dans un monde de plus en plus globalisé. La téléphonie a rapproché les distances entre les villages, et entre les villages et la campagne et a aussi accéléré la marche des affaires à une époque de grandes transformations économiques. Ces transformations sont profondes et radicales car non seulement elles ont servi pour compléter l’intégration du pays qui s’est initiée avec la construction des routes et des chemins de fer, mais aussi pour incorporer entièrement la République Dominicaine dans une économie planétaire en expansion. Parmi les indicateurs les plus impressionnants de cette incorporation, on compte la rapidité avec laquelle la population dominicaine s’est inscrite dans le monde de la télévision par câble. Aujourd’hui 76 entreprises fonctionnent dans le pays, qui offre ce service à plus de 445,000 souscripteurs, la majorité d’entre eux sont dans les foyers. Ceci est un indicateur de modernité qui représente une quantité même petite de familles et un potentiel de marché encore insatisfait si l’on tient compte de la grande préférence de la population pour la télévision comme moyen de loisir d’informations. Selon la dernière enquête des foyers réalisée dans le pays, huit de dix maisons ont au moins un téléviseur. Cette donnée contraste avec la proportion de foyers où il y a des appareils de radio car seulement la moitié des maisons (53 pour cent) déclare posséder une radio ou une équipe de musique, ce qui indique le déplacement de la technologie plus traditionnelle (radio) vers une autre plus moderne (télévision). Paradoxalement, le nombre de stations radiales augmente chaque année et aujourd’hui, au milieu de 2013, l’Institut Dominicain des Télécommunications a enregistré 379 émissions de radio dans tout le pays (233 FM et 146 AM), ce qui fait de ce pays l’une des zones de plus haute densité radiale de toute l’Amérique Latine en proportion avec le nombre d’habitants.

------- 6 La nouvelle société

Au cours des cinquante dernières années, la République dominicaine est passée d’une société essentiellement agricole à une société urbanisée qui aurait malgré tout conservé une bonne partie de sa population rurale. Quoique la population urbaine dépasse aujourd’hui les sept millions d’habitants, la population rurale a également augmenté pour atteindre les trois millions de personnes. Les implications de cette transformation sont nombreuses. L’une des plus visibles est la reconversion de l’économie, le pays ayant cessé de dépendre de l’exportation de certaines matières premières (cacao, tabac, sucre, bauxite) au profit d’une économie de services qui a par ailleurs également réussi à développer suffisamment la production agropastorale pour alimenter la population du pays et les quatre millions de touristes qui le visitent chaque année. Un des secrets les mieux gardés de l’histoire dominicaine contemporaine est l’augmentation soutenue de la production alimentaire, le pays produisant plus de quatre-vingt pour cent des aliments consommés par les Dominicains et les touristes. Ce développement n’est pas le fruit du hasard. Il a commencé il y a plus de quatre-vingts ans avec la création des premières colonies agricoles sous les gouvernements de Horacio Vásquez et Rafael Trujillo qui, entre 1920 et 1961, sont parvenus à distribuer plus de 2.2 millions de tareas de terre (une tarea dominicaine correspond à 628.3m2) à 11,451 familles de paysans, associant à ces donations la distribution de semences, d’outils agricoles, d’animaux, de produits agrochimiques et la création de chemins vicinaux et de systèmes d’irrigation. Les gouvernements qui ont succédé à la dictature de Trujillo ont poursuivi ces politiques de distribution de terres et sont même allés jusqu’à fragmenter quelques latifundia traditionnels pour les attribuer aux paysans. Les résultats ont été notables puisqu’au cours des cinquante dernières années, entre 1961 y 2009, l’Etat dominicain a distribué plus de dix millions de tareas à 111,017 familles, ce qui représente plus d’un demi-million de personnes. Même si une partie de ces terres n’ont jamais été exploitées, la plupart l’ont été, avec pour résultat l’augmentation constante de la production de nombreux produits agricoles. L’augmentation de la population des villes a entrainé la croissance du marché interne et malgré la pénurie occasionnelle de certains produits agricoles alimentaires, aujourd’hui la majeure partie de la production agricole est consommée dans le pays, laissant même des excédents destinés à l’exportation. L’ensemble de la population ne bénéficie pas toutefois de façon équitable de la production alimentaire, dans la mesure où une partie de la population est restée à l’écart des bénéfices de la révolution capitaliste et de ce fait, la répartition des revenus en République dominicaine est l’une des plus inégalitaires d’Amérique latine. C’est la raison pour laquelle le pays montre encore des niveaux de pauvreté qui ne s’accordent pas avec la richesse générée par l’économie et il en découle les différences sociales visibles que l’on peut observer dans le monde rural comme dans les centres urbains. Selon des études récentes, plus d’un tiers de la population dominicaine vit au-dessous du seuil de pauvreté, même si le revenu par habitant a été multiplié par vingt-deux, passant de 263 dollars par an en 1961 à 6,000 dollars par an en 2013. Cette concentration des moyens de production a entrainé un intense mouvement de migration des campagnes vers les villes, comme nous l’avons vu. Comme les villes ne disposaient pas des infrastructures suffisantes pour loger les migrants (la majorité desquels étaient analphabètes ou semi-analphabètes), et que ces derniers ne pouvaient pas trouver de travail dans les rares industries existantes ni dans la bureaucratie d’état qu’offrait le pays, des zones de misère se sont formées à la périphérie des villes et des villages.

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Le phénomène croissant de formation de bidonvilles autour des villes et de certaines agglomérations rurales est, sans l’ombre d’un doute, l’un des tributs les plus évidents qu’a dû payer la société dominicaine à la révolution capitaliste au cours des cinquante dernières années, dans la mesure où, quoiqu’elle ait connu la dynamique économique la plus forte de la région, la République dominicaine n’a pas été capable de corriger les distorsions héritées de la dictature de Trujillo. En conséquence, parallèlement a des niveaux de richesse très élevés le pays montre aussi des niveaux de pauvreté qui attirent l’attention des agences internationales de développement. D’après la Banque Mondiale plus d’un million des pauvres du pays est constitué par des personnes qui avaient réussi à s’élever dans l’échelle économique, quoique de façon précaire, et à se positionner dans les échelons inférieurs de la classe moyenne mais qui ont été replongées dans la pauvreté par l’importante inflation générée par la crise des années 2003-2004. Le grand paradoxe de l’économie dominicaine est le suivant, quoique le pays connaisse une croissance importante et soutenue il ne parvient pas à générer suffisamment d’emplois pour compenser l’augmentation de la population. Entre 1990 et 2005, par exemple, le pays a réussi à créer plus d’un million d’emplois nouveaux, dont 40 pour cent dans le secteur du tourisme, l’hôtellerie et la restauration, mais quasi tous ces emplois appartiennent à un secteur de services à basse productivité et à bas salaires. Pendant la même période, le nombre d’emplois dans d’autres secteurs comme l’agriculture, le secteur minier, les finances et les services dans le domaine de l’eau et de l’énergie a à peine augmenté. 20 pour cent des emplois créés ont été générés par les récents investissements dans les secteurs des transports, des communications et la construction. Un autre paradoxe de la société dominicaine est de ne pas être parvenu à développer un système éducatif qui permette à la population d’accéder à des postes de travail plus productifs. Aujourd’hui quasiment la moitié de la population (47 pour cent) est sans emploi et chez les jeunes le taux de chômage est beaucoup plus élevé, trois personnes sur quatre entre quinze et vingt-quatre ans sont sans emploi. Selon les chiffres officiels de la Banque Centrale, plus de 616,000 personnes adultes étaient sans emploi à la fin de l’année 2012. A ce chiffre il convient d’ajouter les 5.4 millions de personnes inactives, vieux, enfants, étudiants à temps complet, retraités, personnes en cessation d’activité. De ce qui précède on peut observer que c’est une minorité de la population qui produit la majeure partie de la richesse nationale. D’après ces données, 17 pour cent de la population produit 67 pour cent de la richesse nationale, le tiers additionnel est généré par un cinquième de la population employé dans des emplois à faible productivité. Nombre de ces emplois s’exercent dans le secteur informel. En effet, selon les mêmes sources, sur 3.7 millions de personnes qui ont un emploi, deux millions travaillent dans le secteur informel. Une grande partie de ces emplois informels est générée par des micro-entreprises qui produisent à peine pour garantir la survie végétative de leur patron qui est souvent également l’unique employé. Pour échapper à la pauvreté de nombreux Dominicains ont recouru à diverses stratégies de survie. La création de micro-entreprises est une des stratégies qui s’est popularisée au cours des dernières années. En revanche, il y a une quarantaine d’années une des voies les plus populaires qui s’ouvrait au jeune arrivant sur le marché du travail était la carrière militaire. Etre militaire ouvrait de nombreuses portes pour sortir de la pauvreté, de même que le séminaire et le sacerdoce, quoique peu nombreux soient ceux se consacrent à cette vocation. Avec le développement de la démocratie et l’entrée en jeu des partis politique, les Dominicains découvrirent dans la politique une autre porte pour sortir rapidement de la pauvreté. De nos jours la classe politique affiche des niveaux d’accumulation de richesse jamais vus auparavant dans l’histoire dominicaine.

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Cela dit, les postes d’hommes politiques étant en nombre limité et la concurrence pour les obtenir acharnée, la carrière militaire ayant perdu son attrait d’autrefois, un proportion significative de jeunes dominicains d’aujourd’hui, pauvres ou non, préfère s’orienter vers une profession libérale, des postes de techniciens ou des emplois de bureau qu’ils soient fonctionnaires ou dans le secteur privé. Pour le faire, il faut avoir fait des études et la population dominicaine a compris que l’éducation constitue un des investissements les plus rentables dans la mesure où elle garantit généralement l’accès à des postes de travail relativement stables. Cette prise de conscience a incité des centaines de milliers de jeunes à s’inscrire à l’université et dans d’autres centres d’éducation supérieure. Il y a cinquante ans l’enseignement universitaire était que pour l’élite sociale des villes et des villages. En 1960 la matricule université étais seulement un peu plus de 3,000 étudiants. Sept ans plus tard, en 1967, ce chiffre avait triplé, on comptait quasi dix mille étudiants. Vingt-trois ans plus tard, en 1990, les inscriptions à l’université s’étaient multipliées par dix et dépassaient les cent mille étudiants. En l’an 2000 ce chiffre avait plus que doublé, dépassant les 245,000 étudiants, et en 2011 il avait encore quasiment été multiplié par deux, avec 423,000 étudiants inscrits. Au cours des cinquante dernières années, la République Dominicaine a vu proliférer les “universités” qui se comptabilisent comme centres d’éducation supérieure. Il existe aujourd’hui 41 institutions universitaires et quatre instituts d’études supérieures. Dans ce ensemble bigarré il y a des centres offrant un enseignement de grande qualité et d’autres qui sont des usines de spécialistes formés en vitesse qui lâchent chaque année sur le marché du travail des milliers de diplômés sans les compétences nécessaires pour exercer un travail productif. Les chiffres mentionnés ci-dessus renferment une réalité impressionnante qui passe souvent inaperçue: au cours des dernières décennies ont assisté à un changement radical dans la composition des inscrits à l’université, les filles sont devenues plus nombreuses que les garçons. En 1960 le nombre d’universitaires masculin était quatre fois supérieur à celui des universitaires féminins. Mais, conséquence de la démocratisation croissante de la société dominicaine, cette situation s’est complètement inversée. Résultat d’un long processus qui s’est étalé sur les cinquante dernières années mais qui est allé en s’accentuant, le nombre de femmes dans les universités du pays croît à présent plus rapidement que celui des hommes. En chiffres, le résultat de ce processus est le suivant: aujourd’hui au mi 2013 les femmes représentent les deux tiers des inscrits à l’université, soit deux étudiantes pour un étudiant. En dépit de ces progrès, l’analphabétisme, quoiqu’en diminution, continue à être chronique dans de vastes secteurs de la population si l’on en croit les résultats des recensements. En 1960 plus d’un tiers (35.5 pour cent) de la population dominicaine de plus de quinze ans ne savait ni lire ni écrire. Un quart de siècle plus tard, en 1993, ce pourcentage était descendu à un cinquième de la population. En 2000 on en comptait 12,7 pour cent, et en octobre 2012 la proportion était tombée à 10 pour cent. Toutefois le nombre absolu d’analphabètes a continué à augmenter et plus d’un million de personnes en 2013 ne savent ni lire ni écrire. Une campagne nationale d’alphabétisation, démarrée en août 2012, s’est donnée pour objectif d’éliminer définitivement l’analphabétisme en 2016. Malgré tout, la population dominicaine est, en termes relatifs, mieux éduquée aujourd’hui qu’il y a 40ans. Mais les expectatives que cet accès à l’éducation a suscitées au sein des masses se heurtent à l’énorme écart qui existe entre elles, la nouvelle classe moyenne et les groupes les plus riches, enrichis par le commerce, l’industrie, le tourisme, les finances et les services. Les classes moyennes ont découvert que la formation universitaire est un investissement rentable et un moyen d’ascension sociale. Cet intérêt manifesté par les classes moyennes pour l’éducation vient de loin comme le montre l’augmentation des inscriptions scolaires et universitaires.

En plus des milliers de diplômés formés par le système universitaire dominicain, au cours des 40 dernières années plus de 20,000 Dominicains sont partis étudier à l’étranger et revenus au pays. Entre 2005 y 2012 seulement, plus 10,600 étudiants sont allés grâce à une bourse du gouvernement dominicain poursuivre à l’étranger des études dans toutes sortes de spécialités. La majorité d’entre eux sont des étudiants de maîtrise et de doctorat. A côté de l’éducation et de la création de micro-entreprises, l’émigration a été une autre des stratégies de survie de nombreux Dominicains pour entrer sur le marché du travail, si nécessaire dans des sociétés plus modernes et industrialisées. L’exportation de Dominicains est devenue une composante importante du revenu national, de nombreux émigrants envoyant de l’argent à leur famille restée dans le pays. L’émigration a également servi à alléger l’excès de population et donc à réduire les tensions sociales dans les campagnes et les quartiers marginalisés. L’émigration à l’étranger a été une des caractéristiques les plus visibles de l’évolution sociale et économique du pays au cours des cinquante dernières années. Selon les chiffres du recensement de population aux Etats-Unis en 1960 il y avait seulement 11,883 Dominicains résidents légaux dans le pays, la moitié desquels (5,105) étaient arrivés au cours des dix années précédentes. Les immigrants antérieurs (5,627) étaient arrivés entre 1941 et 1950, ceux avant eux (1,150) étaient arrivés entre 1931 et 1940. Les contrôles politiques sévères du régime de Trujillo, ainsi que la méconnaissance du marché du travail aux Etats-Unis par les masses dominicaines expliquent la relative modestie de ces chiffres. La crise politique provoquée par la chute de la dictature et la suspension des contrôles à l’émigration ont stimulé l’émigration vers les Etats-Unis, pays qui à cette époque était disposé à recevoir tous les Dominicains et Cubains prêts à émigrer légalement. En 1961, année de la mort du dictateur, 7,000 émigrants dominicains arrivèrent légalement aux Etats-Unis. L’année suivante le chiffre monta quasiment jusqu’à 17,000. En 1965 l’approbation aux Etats-Unis d’une nouvelle loi sur la migration créa de nouvelles conditions qui encouragèrent la sortie de milliers de Dominicains vers ce pays. Pour ces raisons, entre 1961 et 1970, le nombre d’émigrants dominicains vers l’Amérique du Nord a été multiplié par dix par rapport à la décennie précédente. En 1970 le nombre d’immigrants dominicains légaux aux EtatsUnis avait atteint 93,292. Un phénomène similaire se produisit au cours des vingt années suivantes. Entre 1971 et 1980, 148,135 dominicains ont quitté légalement l’île avec l’Amérique du Nord pour destination, tandis qu’entre 1981 et 1990 le processus migratoire conservait la même tendance: 252,035 Dominicains furent acceptés comme immigrants légaux par les Etats-Unis. Entre 1991 et 2000, 335,251 résidents dominicains sont entrés légalement dans ce pays. La législation américaine favorisant la réunification des familles, les émigrants s’efforcèrent de plus en plus à faire venir les membres de leur famille. En 1994, une modification de la constitution dominicaine permettant aux citoyens du pays d’avoir une double nationalité favorisa également l’augmentation des chiffres. En raison de ces différents facteurs mais surtout à cause de l’énorme attrait qu’exerce le marché du travail américain le nombre total de Dominicains qui sont allés s’installer légalement aux Etats-Unis au cours des cinquante dernières années dépasse aujourd’hui le million de personnes. Il existe aussi une autre population dominicaine d’au moins 400,000 personnes, principalement enfants et adolescents, constituée par les descendants d’immigrants qui, nés sur le sol américain sont de nationalité américaine mais conservent une identité culturelle et ethnique dominicaine. On peut donc dire que la population dominicaine aux Etats-Unis dépasse aujourd’hui le million et demi de personnes. Le recensement effectué en 2010 aux Etats-Unis a

montré qu’il y avait cette année-là 1,414,703 individus d’ascendance dominicaine dans le pays. Au cours des cinquante dernières années la République Dominicaine a également exporté vers l’Europe et certains pays d’Amérique Latine plus de 200,000 personnes. En Espagne seulement il y avait 141,220 Dominicains résidents en 2011. Ces chiffres montrent qu’environ 15 pour cent de la population dominicaine vivent aujourd’hui à l’étranger. Des études récentes et des enquêtes nationales font apparaître que cette année (2013) au moins 76 foyers sur cent ont un parent proche qui vit à l’étranger. L’expulsion de Dominicains vers l’étranger a servi de soupape de sécurité au pays, soulageant la pression sur l’économie et le système politique qu’aurait exercé cette nombreuse main d’œuvre à laquelle ils n’auraient pas pu offrir d’emplois. Beaucoup d’émigrés rentrent au pays transformés en techniciens, professionnels ou entrepreneurs modernes, tandis que d’autres, déportés des Etats-Unis, en reviennent après y avoir acquis des talents indésirables. Les uns comme les autres offrent les traits d’une modernité méconnue dans le pays il y a à peine trois décennies. L’aspect positif est que l’apport des migrants qui reviennent va bien au-delà de l’importation d’appareils électrodomestiques, vêtements à la mode et voitures dernier modèle. Nombreux rentrent au pays convertis en véritables agents du changement après avoir assimilé un savoir universitaire et des connaissances techniques de pointe et une discipline de travail propre aux sociétés ayant connu il y a longtemps la révolution industrielle. Un recensement publié en mars 1999 sur les commerces de New-York appartenant à des Dominicains montre l’énorme capacité d’adaptation des émigrants au marché nord-américain. Dans ce recensement on peut voir que les Dominicains ont réussi à reconstruire une société “créole” à Manhattan, dans le Bronx et dans d’autres quartiers new-yorkais tout en apprenant de nouvelles compétences de travail et une expérience de chef d’entreprises qu’ils pourront ensuite transférer en République dominicaine. D’après cette enquête en 1999 les Dominicains étaient propriétaires de 7,231 bars, 2,243 salons de beauté, 1,696 ateliers de mécanique, 1,194 boutiques, 1,139 ateliers de carrosserie, 948 bureaux de professionnels, 691 restaurants, 391 usines, 368 supermarchés, 269 cafeterias, 173 commerces de pièces automobiles, 89 drogueries et 63 pharmacies, en plus des 3.000 chauffeurs de taxis et des 3,316 vendeurs ambulants. De nos jours ces chiffres ont considérablement augmenté. L’émigration aux Etats-Unis est venue accélérer le processus d’américanisation de la population dominicaine, phénomène qui avait commencé lors de la première occupation militaire par les Etats-Unis, et qui s’est accentué avec l’influence récente du cinéma et de la télévision nord-américains. Derrière la télévision et le cinéma, le retour des émigrants a été le plus grand véhicule d’américanisation des mœurs de la République dominicaine après la mort de Trujillo en 1961. Pour beaucoup de Dominicains d’aujourd’hui modernisation égale américanisation, et nombreux sont ceux qui signalent les énormes changements de comportement chez les Dominicains qui rentrent des Etats-Unis. Cette américanisation s’exprime non seulement dans les changements de mœurs de la population de l’île résidant dans le pays mais aussi dans le statut des émigrants même et de leur famille. Ainsi, au cours des cinquante ans écoulés entre 1962 et 2012 plus d’un demi-million de Dominicains ont choisi la nationalité américaine : 412,339 entre 1990 et 2102, auxquels il faut ajouter 88,412 qui l’avaient fait auparavant. Ces chiffres montrent que près de la moitié de la population dominicaine installée aux Etats-Unis a choisi de changer de nationalité une fois choisie la voie de l’émigration. Une conséquence visible du processus migratoire a été la création de nombreux vides à combler sur le marché du travail, dans les villes comme dans les campagnes du pays. Il y a des années maintenant que les immigrants haïtiens viennent remplir ce manque de main d’œuvre. Il y a à peine trente ans, les Haïtiens travaillaient seulement dans les campements des usines

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sucrières mais à mesure que les Dominicains abandonnaient certains secteurs professionnels les Haïtiens en sont venus peu à peu à occuper ces emplois. Aujourd’hui, au mi 2013, il est fréquent de les voir dans les campagnes récolter le café et le tabac, s’occuper des troupeaux, semer et récolter des légumes et couper le riz. Dans les villes ils travaillent sur les chantiers de construction, publics et privés, dans les complexes touristiques ils sont employés pour s’occuper des jardins, dans les rues des grandes villes ils vendent des fruits, dans les ensembles résidentiels ils sont gardiens et jardiniers. De nombreux immigrés haïtiens bénéficiant d’un certain niveau d’éducation ont préféré monter un commerce privé et ils travaillent dans les villes comme colporteurs et artisans et même comme auteurs et vendeurs d’œuvres d’art; par ailleurs plusieurs milliers de jeunes sont inscrits à l’école ou à l’université. Un autre facteur de changement qui a accéléré la transformation de la société dominicaine est le tourisme. Cette activité économique, associée aux envois d’argent par les émigrés, a dépassé les exportations traditionnelles (café, cacao, sucre, tabac et bananes) comme générateur de devises pour l’économie dominicaine. Le développement du tourisme a été rapide et impressionnant. D’activité marginale au milieu des années 70 il est devenu un des moteurs principaux de l’économie dominicaine. A l’origine de ce développement on trouve deux facteurs. Le premier, la promulgation d’une loi en faveur du développement touristique (Ley de Incentivo Turístico) en 1971, qui a offert des conditions favorables et des exonérations d’impôts aux investisseurs qui voulaient créer des hôtels et d’autres infrastructures pour l’accueil et le transport des touristes. Le deuxième a été l’investissement étranger provenant, en particulier, d’entreprises espagnoles et américaines. Des régions qui, il y a trente ans, étaient des zones complètement inhabitées sont devenues aujourd’hui de grands centres de résidence entourés de cités de services comme c’est le cas de Bávaro-Punta Cana, sur la côte orientale du pays, de Juan Dolio-Guayacanes, sur la côte sud, de Puerto Plata-Sosúa-Cabarete, sur la côte nord, de Portillo-Las Terrenas, dans la péninsule de Samaná. En 1985 le pays comptait à peine 7,000 chambres d’hôtel. Cinq ans plus tard, en 1990, le nombre avait plus que doublé pour atteindre 18,478. Pour l’année 2002, l’offre de chambres d’hôtel dépassait 56,000 dans l’ensemble du pays. A la fin de 2012 le nombre de chambres se chiffrait à 66,000. Le tourisme a été un important facteur de mobilité horizontale dans la mesure où il a stimulé d’importants flux migratoires à l’intérieur du pays mais aussi de mobilité sociale verticale en incitant des milliers de jeunes des deux sexes à se former pour s’intégrer au marché du travail d’un secteur qui offre des salaires relativement plus élevés que les autres activités et qui ouvre des horizons culturels plus vastes que les emplois traditionnels. L’urbanisation, l’industrialisation, l’éducation supérieure, l’émigration, le tourisme, l’expansion du commerce et la consolidation d’un marché intérieur pour les produits agropastoraux, tous ces facteurs ont posé les jalons pour la formation d’une nouvelle classe moyenne dont la croissance en 1961 était à peine perceptible. En seulement cinquante ans l’émission de monnaie a été augmentée par un facteur cent et le commerce a vu une prolifération énorme d’entreprises qui ont contribué à dynamiser la compétence économique, rendant possible la création d’une banque nationale qui regroupe à présent plus de 75 institutions financières du pays, incluant les caisses d’épargne et de prêt au logement et les compagnies d’assurance. La présence d’un aussi grand nombre d’institutions financières est en soi un signe indiscutable que le capitalisme est finalement arrivé en République Dominicaine et que le pays a laissé loin derrière les formes économiques traditionnelles. Il suffit de se souvenir qu’en 1963 les paysans venaient encore à la ville troquer des poulets et des œufs contre des vêtements et des chaussures pour se rendre compte du retard pris par l’économie monétaire.

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L’augmentation de la population et la croissance conséquente des villes qui ont accompagné l’expansion monétaire permettent de comprendre à la fois le développement industriel et commercial de la République dominicaine et le développement d’un marché intérieur capable de demander et de consommer la totalité de la production industrielle nationale et de créer une demande pour une grande quantité d’importations. L’expansion du marché intérieur a signifié la multiplication des commerces de toutes sortes, particulièrement dans le secteur des services et des micro-entreprises. Ne serait-ce qu’en ce qui concerne ces dernières, on en dénombre plus de 900,000 aujourd’hui en République dominicaine. La plupart sont de très petites entités mais certaines sont très productives. Associées aux petites et moyennes entreprises, elles forment un univers commercial que soutient une vigoureuse classe moyenne dont le volume peut s’estimer en utilisant certains indicateurs comme, pour n’en citer que quelquesuns, le nombre de téléphones, le nombre de véhicules publics et privés, le nombre de maisons particulières construites grâce au système de prêt et d’épargne, le nombre de professionnels diplômés des diverses universités, le nombre de fonctionnaires de niveau intermédiaire qui ont rejoint les milliers d’entreprises et de bureaux qui se sont créés dans tout le pays et le nombre de contribuables à revenus substantiels qui sont répertoriés dans les registres de la Direction des impôts intérieurs. C’est une classe moyenne nouvelle, complètement différente des classes moyennes des plus grands pays latino-américains, qui sont apparues avant la seconde guerre mondiale. Cette classe et ses sous-secteurs, en exprimant très souvent les aspirations et les intérêts des classes populaires, ont contribué par leur pression, leur résistance et leurs intérêts à la démocratisation récente de la République Dominicaine. Alliée parfois, sans même le savoir, aux classes les plus nanties, la classe moyenne a contribué à soutenir avec force le capitalisme en République Dominicaine comme une meilleure option que le modèle socialiste cubain qui fut proposé comme alternative pendant plus de trente ans par divers dirigeants et groupes politiques. A l’origine, la classe moyenne dominicaine s’est développée à partir de classes sociales privées depuis toujours des plus petites satisfactions, d’où leur résistance à passer du capitalisme au socialisme après des années à avoir été bombardées au cinéma, dans la presse, à la radio et à la télévision par les manifestations de la qualité de vie des classes moyennes dans les pays modernes et développés d’Amérique du Nord et d’Europe. Un autre phénomène a accompagné l’émergence de la classe moyenne en République Dominicaine, c’est la naissance et la multiplication des partis politiques à contenu idéologique, phénomène jusque-là inconnu dans l’histoire dominicaine. Jusqu’à la mort de Trujillo tous les partis existant dans le pays étaient des regroupements personnalistes et de caudillos qui préparaient la lutte pour le pouvoir avec pour tout objectif de s’enrichir, sous la tutelle d’un caudillo, et de tisser des réseaux de relations personnelles basées sur le clientélisme. Nombre de partis politiques dominicains, immergés comme ils le sont dans un corps social qui conserve de nombreuses formes politiques traditionnelles, n’ont pas pu se défaire complètement du caudillisme, mais le fait qu’ils se soient peu à peu alignés sur des idéologies sociales contemporaines très en vogue au niveau mondial montre une volonté de la part de leurs dirigeants de mettre à jour les termes de référence de la lutte politique en République dominicaine. La croissance de l’industrie et du secteur des services, d’une part, l’activité des partis d’autre part, ont contribué au développement du syndicalisme avec la montée de centaines d’organisations ouvrières impensable il y a 50 ans quand la majorité des entreprises industrielles, hors de l’industrie sucrière, comptaient à peine 15 employés. Aujourd’hui le syndicalisme organisé est organiquement lié aux grandes et moyennes entreprises. Le secteur industriel, malgré sa taille limitée, emploie plus de 200,000 personnes, tandis que le nombre moyen de travailleurs employés dans les principales industries qui sont apparues dans le pays après 1961 est passé à 85.

Du fait des tensions créées par la demande de nouveaux services, eau, électricité, téléphone, écoles, hôpitaux, égouts et voirie, les gouvernements se sont tournés vers l’aide internationale pour satisfaire ces besoins de base de la population, acheminant des aqueducs et des réseaux électriques dans tous les villages, étendant ces services et d’autres à la population rurale. Le résultat a été que la modernisation des villes s’est rapidement étendue aux campagnes, la création de chemins vicinaux s’est poursuivie et a permis l’arrivée dans les communautés rurales les plus reculées de la moto, de la radio et de la télévision, raccourcissant et dans de nombreux cas pratiquement éliminant les distances culturelles qui existaient antérieurement entre la campagne et la ville. Il y a des zones rurales en République Dominicaine, et c’est le cas du Cibao Central, où frontières entre le rural et l’urbain disparaissent rapidement et où les communautés qui il y a peu avaient un mode de vie paysan suivent à présent des modèles de vie suburbains, où hommes et femmes continuent à résider en zone rurale mais se rendent chaque jour au travail, à l’école ou pour faire leurs achats dans le village le plus proche. Cette modernisation n’est pas nécessairement positive pour tout le monde. L’accès de la ville à la campagne a mis les paysans à la merci de groupes urbains qui détiennent les capitaux, l’éducation et la technologie suffisants pour acquérir leurs terres et les exploiter plus efficacement, les obligeant à se déplacer vers les villes et villages et à rejoindre la grande masse de prolétaires qui augmente chaque jour et remplit les campagnes et les quartiers marginalisés. Ces secteurs ont été sensibilisés par les nouvelles idées qui arrivent dans le pays convoyées par la télévision satellite, le cinéma, la presse internationale, les lectures révolutionnaires et les nouveaux contenus de l’éducation qui se diffusent en continu dans les classes et à travers les moyens de communication. Cela signifie, qu’en dépit de la pauvreté d’une grande partie des habitants, la population dominicaine est, en termes relatifs, mieux éduquée aujourd’hui qu’il y a 50 ans, même si le secteur éducatif présente de nombreuses déficiences, souvent signalées par les critiques sociales. La réalisation des expectatives récemment suscitées chez les masses populaires se heurte à l’énorme écart qui existe entre elles et les classes les plus riches et les mieux éduquées du pays. D’un autre côté, on peut dire que l’industrialisation, l’urbanisation, l’expansion des communications, l’affluence d’idées et de technologies nouvelles, le nombre croissant de voyages internationaux, la croissance du tourisme et l’augmentation de l’émigration, l’influence continue de modes de vie de sociétés industrialisées plus avancées à travers le cinéma, la radio et la télévision ont produit un processus de sécularisation dans la vie dominicaine qui a énormément affecté la vie religieuse. Les gigantesques processions de Semaine Sainte ou les pèlerinages religieux à Higüey et au Santo Cerro qui rassemblaient des dizaines de milliers d’hommes, femmes et enfants venus de toute les parties du pays, et qui montraient l’influence substantielle de l’Eglise catholique dans la vie et la pensée dominicaines, sont pratiquement une chose du passé. Pendant longtemps l’Eglise catholique a régné en maître dans la République Dominicaine et son influence a été incontestable, mais les changements économiques et sociaux qui se sont produits dans le pays ont érodé partiellement les appuis sociaux de cette institution qui, sociologiquement parlant était mieux préparée à opérer dans une société traditionnelle où la vie sociale et politique était centralisée et rigidement hiérarchisée et dans laquelle le pluralisme institutionnel et le consumérisme prévalent aujourd’hui n’avaient pas fait leur apparition. De nos jours coexistent avec l’Eglise catholique quasi toutes les sectes protestantes opérant aux Etats-Unis. Un indicateur du terrain gagné par les sectes chrétiennes non catholiques ce sont les statistiques recueillies par le Conseil dominicain d’unité évangélique (Consejo Dominicano de Unidad Evangélica) qui recensent 249 organisations représentées par cette institution, lesquelles rassemblent à leur tour quelque 8,000 églises et groupes

chrétiens évangéliques. Pour la majorité il s’agit de petits temples et communautés de base ou groupes de prière qui reflètent la pluralisation croissante de la vie religieuse au sein même du processus de modernisation évoqué précédemment. La récente sécularisation de la société dominicaine a aussi contribué au développement d’une tolérance et d’une curiosité inédites envers les croyances et rites qui auparavant n’osaient pas s’exposer au grand jour, comme le vaudou, la “santería” et le spiritisme ainsi que pour d’autres religions plus récentes telles que les Mormons, les groupes influencés par le bouddhisme et l’hindouisme et d’autres sectes à orientation “New Age”. En résumé, l’histoire de la révolution capitaliste dominicaine et de la modernisation qui l’a accompagnée est extraordinairement complexe et, comme on l’a vu, a affecté les racines mêmes du développement économique et l’organisation sociale et culturelle du pays. Ces transformations ont changé radicalement les modes de vie traditionnels du peuple dominicain et ont modifié sa façon de s’alimenter, de s’habiller, de se divertir, de voyager, de croire, de faire l’amour et de s’éduquer.

------- 7 QUATRE VILLES

Le grand changement qu’a connu la société dominicaine au cours des cinquante dernières années peut également se retrouver dans la métamorphose qu’ont subie quatre des plus grandes villes du pays: Santo Domingo, Santiago, La Romana et San Pedro de Macorís. Les autres villes, comme nous l’avons vu, pourraient aussi servir d’exemple mais les changements enregistrés pars ces quatre centres urbains résument parfaitement ce qui s’est produit dans les autres agglomérations. Il vaut donc la peine à titre d’illustration de parcourir rapidement l’histoire de la transformation de ces quatre villes.

Santo Domingo

Durant une grande partie de son histoire Santo Domingo est restée limitée par le tracé de ses murailles. Parmi les voisinages extramuros qui l’entouraient le plus ancien était San Carlos, une petite localité située à moins d’un mille des remparts de la ville, fondée en 1684 par des immigrants des Iles Canaries. San Carlos a perdu son autonomie municipale en 1911, alors absorbée par Santo Domingo, et s’est transformée en l’un des voisinages qui se sont développés au-delà de la zone coloniale à la fin du XIXème et au début du XXème siècle. Avec l’Ensanche La Fe et Galindo, San Carlos se situait en bordure de la limite nord de la ville. Ces voisinages ont été la terre d’élection des immigrants venus d’autres parties du pays et sont devenus des quartiers populaires pour les classes ouvrières. L’ouragan San Zenón, en août 1930, les a durement frappés et ils ont dû être reconstruits dans les années suivantes. Au cours des premières décennies du XXème siècle la ville s’est déplacée vers l’ouest où les vieilles fermes avaient été converties en zones résidentielles: Ciudad Nueva, Gazcue y Ensanche Lugo. Gazcue s’est imposée comme la zone résidentielle la plus importante, la classe dominante y construisit ses villas et maisons de campagne et le président de la république y avait sa résidence, où fut construit après le Palais National. Entre 1930 y 1965, les classes moyennes et supérieures ont préféré la partie occidentale de Gazcue pour y construire leur maison sur les terrains créés par le démembrement des vieilles fermes de la ville, devenues le principal objet de l’intérêt immobilier. Ainsi, le centre géographique de la ville s’est déplacé vers le nord-ouest à mesure que l’espace urbain de Santo Domingo se répandait hors du tourbillon du centre colonial. L’ouragan San Zenón dévasta également les zones résidentielles récentes, la plupart des nouvelles maisons étant construites en bois avec des toitures

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de zinc. Forts de cette expérience, de nombreux propriétaires décidèrent quand la ville fut reconstruite d’utiliser le béton et le ciment, ce qui contribua à lui donner son image moderne. Les efforts de reconstruction furent dirigés par Trujillo en personne, qui, fier de son succès à bâtir une des villes les plus modernes d’Amérique latine, lui donna son nom, Ciudad Trujillo en 1936. En 1950, le dictateur pouvait exhiber Ciudad Trujillo comme une ville modèle: petite, moderne et propre, avec une circulation bien organisée, des moyens de transport bon marché et efficaces. Elle s’était clairement imposée comme la principale ville de la République Dominicaine. Elle possédait l’unique aéroport et port moderne du pays, de nouveaux hôtels et hôpitaux, la seule université et de bonnes écoles, la station de radio la plus puissante du pays, d’excellents services téléphoniques, des lignes d’autobus et des taxis efficaces, l’eau et l’électricité en abondance, des cinémas et des centres de loisirs. A l’apogée de son pouvoir, au milieu des années cinquante, Trujillo fut capable d’investir 62 pour cent des dépenses publiques en travaux de développement urbain dans la capitale. Ni lui ni ses conseillers ne pouvaient prévoir l’impact que ces travaux auraient sur la ville. Entre 1950 et 1953, les premières vagues de paysans sans terre arrivèrent à Ciudad Trujillo après avoir été expulsés de leur campagne par ce même dictateur qui confisquait ou acquérait les terres pour construire de nouvelles raffineries de sucre et étendre la plantation de canne à sucre. Les autorités gouvernementales découvrirent assez vite que d’autres populations de l’intérieur connaissaient le même sort. Le dictateur essaya de prévenir les migrations internes de masse en ordonnant la publication de tracts et de livres qui appelaient la population analphabète rurale à ne pas abandonner ses terres et en encourageant ceux qui avaient migré à retourner vers les zones rurales. Le gouvernement découvrit tardivement que la population de la capitale avait augmenté à un rythme supérieur à celui du reste du pays. La migration intérieure et la croissance naturelle convertirent Santo Domingo en une ville de 369,980 habitants en 1960, dix fois plus peuplée qu’en 1920, où elle ne comptait que 31,000 habitants. Au début des années 50 le gouvernement construisit au nord de Santo Domingo, deux quartiers ouvriers nommés Ensanche Espaillat et Ensanche Luperón pour loger les familles de paysans déplacés par les intérêts sucriers de Trujillo. Mais les officiers militaires et les politiciens du gouvernement firent en sorte de conserver Ensanche Luperón hors de portée des paysans et seuls quelques-uns purent s’installer dans les nouvelles maisons de cette zone. Le gouvernement construisit d’autres quartiers ouvriers autour des zones industrielles situées à l’extérieur de la ville. La zone industrielle de l’avenue Máximo Gómez, au nord, a été planifiée pour avoir ses propres quartiers ouvriers. Les zones résidentielles de la classe moyenne et supérieure furent séparées des quartiers ouvriers et des zones industrielles par l’aéroport international General Andrews, construit au milieu des années 40. Cet aéroport fut délocalisé vers l’extérieur de la ville en 1956. Dix ans plus tard les terres ainsi laissées vacantes commencèrent rapidement à s’urbaniser. Les cités pour ouvriers appelées Barrio de Mejoramiento Social (Quartier de l’amélioration sociale) et Barrio María Auxiliadora (Quartier Notre Dame du bon secours) furent développées pour loger les fonctionnaires du gouvernement et les ouvriers des industries nées à Santo Domingo après la deuxième guerre mondiale. La zone industrielle de l’avenue Máximo Gómez concentrait quelques-unes des industries d’Etat les plus importantes comme celles de l’huile végétale, du ciment, des clous, des objets de marbre, des fibres et textiles. D’autres quartiers ouvriers, comme Villas Agrícolas, se sont construits aux alentours de cette zone dans les années 40 et 50, dans une tentative, d’ailleurs sans succès, d’associer aux logements urbains de petits jardins potagers qui pourraient approvisionner la ville en légumes frais. La construction de nouveaux quartiers ouvriers autour des zones industrielles

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continua dans les années 50 à l’est de la rivière Ozama, où le gouvernement développa l’Ensanche Ozama et encouragea le développement de l’Ensanche Alma Rosa, tous deux destinés à loger les fonctionnaires du gouvernement et les ouvriers des nouvelles usines de textile, de farine et de peinture sur la rive orientale de la rivière Ozama. On peut noter une claire relation spatiale entre l’établissement des zones industrielles et la construction des quartiers ouvriers. Ce modèle se poursuivra bien après la mort de Trujillo. Par exemple, entre 1966 et 1968, le gouvernement a construit les projets de logement Honduras y Mata Hambre autour de la zone industrielle de l’Avenue Independencia, à la périphérie occidentale de la ville. Au milieu des années 70, le gouvernement développa le quartier Barrio Las Caobas, près de la nouvelle zone industrielle de Herrera, qui concentrait de nombreuses usines de substitution des importations créées après 1968. Ainsi l’industrie de la construction, financée ou soutenue par les investissements dans les travaux publics, couplée aux migrations campagne-ville et au développement industriel, a été un autre facteur de l’expansion de Santo Domingo. Entre 1966 et 1978, sous le gouvernement du président Joaquín Balaguer, l’Etat consacra régulièrement plus de 50 pour cent du budget annuel des travaux publics à la ville de Santo Domingo. Jusqu’à 1961 l’Etat eut un rôle quasi exclusif dans le design et le développement des nouveaux quartiers ouvriers. Les capitaux privés étaient rares et les établissements de prêt et épargne n’apparurent qu’en 1962. Le manque de crédit pour construire des logements laissa donc au secteur privé peu de possibilités d’investir dans les grands projets. Cependant, de nombreux propriétaires fonciers dont les terres avaient bénéficié de l’expansion géographique de la ville édifièrent de longues rues de maisons en bois d’un étage divisées en petits appartements appelés pièces pour les louer aux immigrants des campagnes ou des villages de l’intérieur. Ces constructions étaient appelées “cuarterías” (ensemble de chambres) parce qu’elles comportaient généralement une ou deux chambres ou “cuartos” (pièces), un patio, des WC et une salle d’eau en commun. Avec le temps les propriétaires des cuarterías les agrandirent en construisant des chambres supplémentaires dans le patio, ce qui accentua encore les conditions d’entassement des occupants. De même, beaucoup de pionniers qui occupèrent les premiers quartiers ouvriers agrandirent leur maison en construisant des chambres additionnelles dans les patios afin de les louer aux nouveaux venus ou aux amis. C’est la raison pour laquelle les quartiers ouvriers et les baraquements devinrent peu à peu des zones d’entassement avec une densité de population allant jusqu’à 1,000 personnes au kilomètre carré. En 1977 on estimait que l’occupation moyenne des baraquements était de cinq personnes par pièce. Ni les quartiers ouvriers ni les baraquements et leurs patios ne suffirent à accueillir les flux incessants d’immigrants pauvres en provenance de l’intérieur après 1960. L’immigration interne combinée à la croissance naturelle de la population excédait la capacité de logement et bientôt les nouveaux arrivants durent s’entasser dans des quartiers défavorisés proliférant dans toute la ville. Au cours des vingt turbulentes années qui suivirent la mort de Trujillo alors que l’agitation et l’instabilité politique dominaient le pays, les quartiers défavorisés se développèrent à toute allure. De nombreuses familles pauvres, avec du carton, de la tôle, du bois et des palmes construisirent des villages entiers le long des cours d’eau et torrents affluents de la rivière Ozama. D’autres construisirent leur demeure précaire dans les moindres interstices des quartiers ouvriers ou sur les terrains abandonnés des zones résidentielles de la ville. Quasi tous se virent contraints à occuper des zones marginales au bord de la rivière Ozama donnant ainsi naissance aux premiers grands quartiers défavorisés, Guachupita et Gualey au nord-est de la capitale, en bordure de la rivière Ozama. Avec le temps les quartiers défavorisés ont fini par dominer à tel point le paysage urbain de Santo Domingo qu’en 1977 on a dénombré que 74

pour cent de la population totale de la ville vivaient dans ces quartiers et que les logements qu’ils offraient 67 pour cent des logements de la capitale. Cette année-là on estima l’occupation moyenne des logements des quartiers défavorisés à 6.5 personnes. Sans eau potable, électricité ou latrines ces quartiers étaient de véritables nids de misère avec leurs petites maisons de 14 à 16 mètres carrés, entassées les unes sur les autres, à peine distantes d’un ou deux pieds. En revanche, dans un contraste brutal avec ces zones les plus pauvres les classes moyennes et supérieures commencèrent à acquérir des terrains et résidences dans la banlieue de Santo Domingo. Financés principalement par les institutions d’épargne et de prêt au logement créées à partir de 1962, ces groupes commencèrent à acheter des résidences dans les nouveaux lotissements modernes et les zones résidentielles développés entre 1965 et 1990 le long des trois terrasses marines principales qui s’étendent de l’est à l’ouest de la ville. Le développement de ces quartiers modernes mérite aussi quelques mots dans la mesure où ils ont fait basculer vers eux le centre de gravité de la ville, laissant derrière eux le centre colonial comme pure attraction touristique et comme un noyau urbain décadent peu visité aujourd’hui par ses anciens occupants. Après 1966 la ville connut des changements substantiels, tant en termes qualitatifs que quantitatifs, suite à un programme agressif de travaux d’urbanisation entrepris par le gouvernement. Ces travaux étaient destinés à transformer Santo Domingo en une ville moderne, loin du centre colonial, lequel devait être restauré et converti en patrimoine historique et attraction touristique. Le gouvernement entreprit la construction de grands boulevards et de parcs ainsi que de nombreux projets de logements pour les classes moyennes et ouvrières, les militaires et les fonctionnaires. Entre 1966 et 1978 la zone urbaine crût exponentiellement quand les vieilles fermes d’élevage à l’ouest, à l’est et au nord de la ville furent converties en parcelles urbaines dynamisées par le nouveau réseau d’avenues et de boulevards construits par le gouvernement. L’Etat proposa de généreux crédits à taux d’intérêts négatifs au secteur privé pour financer des projets de construction et promouvoir ainsi la création d’emplois et stimuler la demande de produits industriels et agricoles. Les investissements massifs en travaux de construction furent accompagnés par un encouragement à l’industrie de substituts des importations. En peu d’années ces politiques gouvernementales eurent un impact visible. Le dictateur Trujillo et son successeur, le président Joaquín Balaguer, donnèrent la priorité au développement urbain de Santo Domingo, mais négligèrent les autres villes. Le résultat de ces efforts urbanistiques qui s’étendirent sur plus de 50 ans a été le développement d’une ville qui concentre plus de 45 pour cent de la population du pays. Santo Domingo concentre aussi 70 pour cent des installations industrielles, qui reçoivent plus de 60 pour cent du crédit à l’industrie. La ville détient quasi 80 pour cent des téléphones du pays, 60 pour cent des automobiles, plus de 60 pour cent des docteurs et plus de 60 pour cent des étudiants en universités. A la fin de l’année 2013 cette ville concentre aussi quasi 60 pour cent des impôts prélevés par l’Etat, regroupe 65 pour cent des contribuables du pays et 58 pour cent des salariés. Dans les années 70 et 80 du siècle dernier, Santo Domingo a connu une croissance géographique chaotique qui cause encore de sérieux problèmes urbains du fait que de nombreux projets de logements, parcs et boulevards furent construits en fonction des opportunismes politiques ou des intérêts particuliers et sans, ou peu, de planification rationnelle. La croissance de la population urbaine a stimulé la production agricole. Pendant la décennie des années 40 et 50, Santo Domingo a absorbé l’excédent produit par les colonies agricoles créées par le gouvernement. Dans les années 60 et 70 les programmes de réforme agraire serviront aussi à fournir à la ville une abondance de produits. Cette croissance a grandement dépassé la capacité du gouvernement à

satisfaire les nécessités de base et il n’est plus possible d’offrir des services publics adéquats à tous les habitants. Santo Domingo connaît un manque permanent d’eau potable, de sécurité, d’écoles, d’hôpitaux et de services de transport public adéquats. La capitale consomme quasi 50 pour cent de l’électricité produite dans le pays et continue à croître 2,5 fois plus rapidement que le reste du pays. En 1981 Santo Domingo était une agglomération urbaine de plus de 1.3 millions d’habitants. En 1992 sa population a atteint les 2.2 millions, concurrençant La Havane au rang de ville la plus peuplée des Antilles. Aujourd’hui en 2013 sa population se chiffre à 4 millions d’habitants, ce qui en fait la plus grande ville des Caraïbes. Son paysage urbain et les problèmes qu’elle connaît sont très semblables à ceux d’autres capitales latino-américaines qui avaient commencé à s’industrialiser bien avant. Si les politiques d’agrandissement pratiquées par Trujillo y Balaguer servirent à quelque chose, ce fut à accélérer le processus de “latino américanisation” de Santo Domingo, et à faire croître une petite ville coloniale jusqu’à la convertir en grand agglomérat urbain offrant de vastes pôles de modernité mais incapable d’offrir à ses habitants les services de base.

Santiago de los Caballeros

Santiago a toujours été le centre commercial et manufacturier du Cibao et en tant que tel a toujours eu une vie économique propre. Elle avait les plus grandes usines du pays pour la production de tabac, rhum, amidon, chaussures et articles en cuir, vêtements pour hommes, chapeaux de paille, meubles en bois ainsi qu’une myriade d’autres produits. Santiago a également tenu le rôle de capitale et de centre administratif du Cibao et a toujours conservé le rang de deuxième plus grande ville du pays. Cependant son expansion urbaine n’est pas comparable à celle de Santo Domingo, même si elle a tenu pendant des années le rôle crucial de centre financier au service des villages producteurs de riz de ce qu’on appelle la ligne nord-ouest. Les différences de croissance urbaine entre les deux villes se révèlent à l’examen de leurs indicateurs démographiques. En 1935 la population de Santiago était exactement la moitié de celle de Santo Domingo; en 1981, la population de Santo Domingo était quasi cinq fois plus importante que celle de Santiago. Aujourd’hui en 2013, la capitale de la République avec ses agglomérations satellites de Los Alcarrizos et La Caleta, est huit fois plus grande que la capitale du Cibao. Si on observe le développement distinct des deux villes, dans les années 70 des nombreux chefs d’entreprise et intellectuels de Santiago accusaient la politique d’industrialisation du gouvernement de causer le retard de Santiago par rapport à Santo Domingo. Leurs arguments étaient que ces politiques favorisaient l’investissement privé à Santo Domingo et créaient une demande additionnelle d’investissements publics pour soutenir ou moderniser l’infrastructure urbaine de la capitale de la République. Entre 1966 et 1978 Santiago reçut aussi sa part d’investissement public et la ville rénova son espace urbain. Le gouvernement remodela plusieurs quartiers défavorisés et édifia d’ambitieux projets d’habitation tandis que ses ingénieurs entouraient la ville d’un impressionnant boulevard qui longe la rivière Yaque del Norte et connecte la ville avec une grande zone franche industrielle développée avec les fonds du gouvernement de l’époque. Le secteur privé de la ville réagit en créant des compagnies qui développèrent de nouvelles usines et des projets modernes d’habitation. Le résultat fut que Santiago perdit son allure de village et en l’espace de quelques années la ville commença à se transformer sous l’impulsion de nouvelles avenues et boulevards qui la traversaient dans tous les sens en suivant le relief naturel du terrain. Ces artères créèrent un réseau moderne de rues et avenues qui dépassèrent en fonctionnalité le quadrillage traditionnel de la vieille ville et permirent la construction de nouvelles urbanisations et zones résidentielles qui surgirent

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pour loger une classe moyenne en expansion ainsi que les familles de la classe ouvrière qui parvenaient à obtenir des prêts à bas taux d’intérêt des associations d’épargne et prêt au logement. Tous ces développements attirèrent de nombreuses familles de paysans et des gens des zones rurales et la ville connut une croissance annuelle de 6,5 pour cent entre 1961 et 1970. La connexion ancienne de la ville avec les réseaux d’émigrants dominicains aux Etats-Unis favorisa l’émigration vers l’étranger de nombreux nouveaux arrivants ainsi que des résidents de la ville. Dès 1962 Santiago eut un consulat des Etats-Unis installé en ville pour répondre à l’énorme demande de visas d’émigration vers les Etats-Unis de la part de la population de la région. L’émigration vers l’étranger au cours de ces années aide à expliquer la diminution du rythme de croissance de la ville tombée à 5 pour cent entre 1970 et 1981. En dépit de ce qui précède, Santiago réussit à maintenir un modèle de croissance de population beaucoup plus élevé que la moyenne nationale entre 1950 et 1981, sa population augmentant de 5,28 pour cent par an contre 3,17 pour cent pour le reste du pays. Malgré tout, la population de Santiago dépasse à peine aujourd’hui, en 2013, les 700,000 habitants.

La Romana

Petit village de pêcheurs au début du XXème siècle, La Romana s’est transformée en ville portuaire par laquelle transitent les cargaisons de canne à sucre à destination de Porto Rico. La South Porto Rico Sugar Company fit à l’époque l’acquisition de grandes superficies de terres dans la région orientale de la République dominicaine, traditionnellement destinées à l’élevage. La Romana conserva son caractère de petite “company town” (ville de la compagnie) durant une grande partie de son existence. Cette caractéristique devint plus notable à partir de 1918 quand la South Porto Rico Sugar Company construisit une énorme centrale sucrière appelée Central Romana, destinée à transformer toute la canne à sucre qui auparavant était expédiée à Central Guánica à Porto Rico pour y être broyée. En tant que “company town” La Romana devait satisfaire les besoins de la compagnie. Quasi toute la population travaillait dans la centrale ou dépendait des employés de l’entreprise. Quasi toutes les terres étaient dédiées à la culture de la canne à sucre ou à l’élevage du bétail de l’entreprise. Quiconque ne remplissait aucune fonction liée de près ou de loin à la compagnie n’avait pas grand-chose à faire dans ce village. En conséquence, la croissance de la ville fut lente durant la première moitié du XXème siècle. En 1935 la population s’élevait à peine à 10,912 habitants. Quinze ans plus tard, en 1950, elle avait peu augmenté, passant seulement à 14,074. Comme dans beaucoup d’autres villages qui accueillaient des compagnies américaines dans les zones sucrières des Caraïbes, l’espace urbain de La Romana fut soigneusement organisé. Les rues étaient rectilignes, larges et propres. Les maisons montraient une certaine uniformité, la plupart étant en bois avec une toiture de zinc. Il n’y avait pas de bidonville à l’extérieur de la ville dont les limites étaient marquées d’un côté par la rivière et sur les trois autres par une rue limitrophe. La limite sud de la ville était aussi marquée par la ligne de chemin de fer qui transportait les cannes à la centrale. Cette usine offrait une impressionnante structure avec de grandes cheminées couronnant les hautes parois de métal qui entouraient une des usines les plus importantes de l’île. Etre à La Romana à l’époque du broyage de la canne à sucre était une expérience inoubliable. Le village était immergé en permanence dans l’arôme doux et sec du jus bouillant de la canne à sucre tandis que la population était prise d’une activité frénétique. L’argent circulait en quantité et durant l’espace de quelques mois les commerçants locaux étaient tous à leur négoce. A la fin de la récolte, la tranquillité de la période creuse tombait sur le village tandis que les champs se préparaient pour un nouveau cycle de cultures et

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que les machines de la raffinerie étaient livrées à la routine de la maintenance. Pendant ce temps mort, l’activité économique déclinait, l’argent devenait rare et les gens se laissaient aller au ressentiment de vivre dans un endroit qui leur offrait pour unique futur de travailler pour la compagnie, propriétaire quasi exclusive de toutes les terres et troupeaux en plus de l’unique industrie de la région. En 1966 la compagnie fut achetée par la Gulf & Western Corporation, un consortium multinational dont le siège était à New York. A cette l’époque, la centrale de sucre avait été agrandie et modernisée à plusieurs reprises. A mesure que la Central Romana grandissait, la quantité de canne traitée et donc la demande de main d’œuvre augmentaient. Comme conséquence, la population connut une forte croissance due à l’immigration et à la modernisation des services de santé. En 1970 La Romana comptait déjà une population de 38,281 habitants. En 1970 la Gulf & Western ouvrit une zone franche industrielle créée pour attirer les investisseurs nord-américains à la recherche d’une main d’œuvre docile et bon marché dans les Caraïbes. La mise en place de cette zone franche eut un impact révolutionnaire dans la mesure où elle attira l’attention de la population féminine du village maintenue jusqu’à présent à l’écart de l’économie monétaire et se livrant seulement aux travaux domestiques. Presque simultanément, la Gulf & Western investit d’énormes sommes d’argent dans le développement de Casa de Campo, le “ressort” le plus important des Caraïbes qui rencontra un énorme succès comme hôtel et comme projet immobilier chez l’élite dominicaine et le jet set international. Sa construction prit de nombreuses années et son expansion s’est poursuivie sans interruption au cours des quarante dernières années. Tant la zone franche que le complexe touristique de Casa de Campo demandent chaque année une quantité croissante de main d’œuvre. La zone franche industrielle de La Romana est devenue si importante qu’on a dû recruter de la main d’œuvre hors de l’agglomération. L’immigration depuis les autres parties du pays fut si massive qu’à un moment donné la demande de logement n’a pas pu être satisfaite et les immigrants et leur famille connurent des moments difficiles, et faute de toit, ils se virent obligés de s’établir dans de nouveaux quartiers construits à la périphérie de la ville. L’expansion spatiale de La Romana fut très vite affectée par sa rapide croissance économique dans les secteurs du tourisme et de l’industrie. Aujourd’hui, La Romana a aussi ses bidonvilles et ses quartiers défavorisés en plus de ses quartiers ouvriers, construits par le gouvernement et la compagnie pour satisfaire au moins partiellement les besoins des travailleurs. Malgré tout, ces projets de logement se sont toujours avérés insuffisants. Entre 1970 et 1981 la population de La Romana a quasiment été multipliée par trois, passant de 38,281 à 91,571 habitants. Durant la décennie des années 80, la population a cru à un rythme semblable à celui qu’elle avait connu lors de l’arrivée de l’immigration et du tourisme. De nouveaux commerces sont apparus, en particulier dans le secteur des services. Les secteurs des transports, du commerce et la classe professionnelle ont également connu une forte croissance. Aujourd’hui, en 2013, la population de La Romana dépasse les 150,000 habitants. Casa de Campo, ce projet hôtelier des années soixante-dix du siècle dernier, qui a démarré avec 128 chambres seulement, est à présent un complexe hypermoderne de plus de 1,600 villas et appartements de vacances de luxe qui en font le plus grand “ressort” touristique de toutes les Antilles.

San Pedro de Macorís

San Pedro était un modeste village de pêcheurs qui, au cours du dernier quart du XIXème siècle, lors de la révolution sucrière initiée en 1880, se convertit en village sucrier par excellence. Comme Puerto Plata, San Pedro connut très tôt une modernisation industrielle et commerciale qui dura jusqu’à la crise sucrière de 1921.

A cette époque, San Pedro de Macorís offrait un port moderne, des ateliers et de petites usines de manufacture et plusieurs liaisons ferroviaires qui connectaient les raffineries aux champs de canne à sucre. Le village avait des rues pavées, l’éclairage public, un excellent hôpital, un théâtre, plusieurs cercles associatifs et des tramways. L’élite des chefs d’entreprise de San Pedro était composée d’immigrants catalans et les descendants de ceux-ci. San Pedro retrouva un peu de sa croissance économique dans les années 20 suivant la crise sucrière, sa population parvenant à dépasser les 18,000 habitants en 1935. Mais à partir de la crise économique mondiale des années 30 de nombreux chefs d’entreprise se rendirent compte que la ville resterait à la traîne dans la mesure où la ville de Santo Domingo était devenue le centre d’attention du gouvernement. En effet, Trujillo avait obligé la majorité des entreprises de sucre à opérer depuis Santo Domingo. Cette politique coïncida avec la Grande Dépression, provoquant en peu d’années le départ des habitants les plus entreprenants de San Pedro. L’exode des professionnels et des chefs d’entreprise de San Pedro de Macorís vers Santo Domingo, et la fermeture de ses usines et maisons de commerce dans les années trente est un épisode bien connu qui explique la faillite de cette ville. En 1940 San Pedro était devenu un village décadent sans aucune activité économique importante, avec des maisons abandonnées et des rues poussiéreuses, un port léthargique dont les structures rouillées étaient les témoins d’une époque plus glorieuse. Pendant plus de trente ans la croissance démographique fut insignifiante. Ainsi, les 18,617 habitants que San Pedro comptait en 1935 passèrent, en l’espace de quinze ans, en 1950, à 19,876 habitants, soit une augmentation de 1,259 personnes. Comme l’émigration se poursuivait et que les conditions de santé ne s’amélioraient pas significativement, la population resta quasi stagnante, atteignant une décennie plus tard, en 1960, 21,820 habitants. Cette stagnation démographique et économique initiée sous le régime de Trujillo représente une parfaite étude de cas sur l’impact des politiques discriminatoires sur une ville prospère, ou comment transformer une ville en pleine expansion en zone de décadence. San Pedro de Macorís a commencé sa croissance après 1961, avec la libéralisation du commerce et l’arrivée de l’immigration des champs de canne à sucre vers la ville. Pendant les années 60, des milliers de familles de paysans qui pouvaient à peine survivre dans les champs de canne à sucre arrivèrent à San Pedro de Macorís. Malgré leurs espérances, la plupart d’entre elles ne parvinrent pas à avoir une vie meilleure dans une ville dont l’activité économique était modeste. La ville vit sa population doubler en l’espace de dix ans, arrivant à 42,680 personnes en 1970, preuve qu’elle était une source potentielle de main d’œuvre bon marché. Cette caractéristique fit très vite de la ville une cible pour ceux qui cherchaient des endroits adéquats où ouvrir des zones franches d’exportation et d’autres industries manufacturières. Quand, dans les années soixante-dix et quatre-vingt, ces industries s’y établirent davantage d’immigrants arrivèrent et le marché local connut une notable expansion. Bien que la ville soit restée pauvre et désorganisée, plusieurs facteurs indépendants les uns des autres ont aidé à attirer l’attention internationale et à injecter de l’argent dans l’économie locale. L’un fut la création d’une université privée spécialisée dans la formation de médecins pour les universités nord-américaines qui a attiré l’intérêt de milliers d’étudiants dominicains et étrangers. L’autre fut l’ouverture de nouvelles industries pour la production d’électricité et de ciment, ainsi que les usines d’assemblage de la zone franche déjà mentionnées. Le dernier fut l’exportation de joueurs de baseball vers les grandes équipes des Etats-Unis, dans lesquelles les Dominicains se distinguent comme d’excellents et vigoureux joueurs. Comme centre de recrutement pour les équipes de baseball et ville universitaire formant des étudiants de médecine pour le marché nord-américain,

San Pedro de Macorís a bénéficié dans les années soixante-dix et quatrevingt d’une croissance sans précédent. Le gouvernement a soutenu ces deux activités et a aidé l’élite locale à moderniser l’infrastructure publique en construisant la zone franche industrielle, des édifices publics, des centres de sports, des avenues et des boulevards. Ainsi, il a appuyé la construction du campus universitaire et a consenti des crédits aux investisseurs industriels dans la zone. Depuis lors, et au cours des trente dernières années la ville a poursuivi sa croissance et a accueilli d’importants investissement industriels (usines de ciment, industries de la zone franche, grandes centrales de production d’électricité, centres d’entraînement pour les joueurs de baseball, complexes hôteliers et parcs thématiques pour touristes). Cependant, la ville n’a pas été capable de résoudre ses problèmes sociaux les plus urgents. Il semblerait qu’exporter des joueurs de baseball et des vêtements aux Etats-Unis ou recevoir des étudiants de médecine venus de l’extérieur n’a pas été suffisant pour récupérer son statut perdu de centre urbain moderne. La production de canne à sucre a continué à dominer l’économie régionale mais ne parvient pas à créer des emplois suffisants pour tous les jeunes qui arrivent chaque année sur le marché du travail. Et cela est vrai aussi pour la zone franche industrielle, les entreprises locales et l’université. En 1981 la population de San Pedro de Macorís se chiffrait à 78,562 personnes. Aujourd’hui, en 2013, avec plus de 200,000 habitants c’est l’une des villes les plus peuplées du pays.

------- 8 Transitions

Les grandes transformations structurelles décrites dans les pages qui précèdent se sont accompagnées d’une rapide modification des mœurs et des institutions sociales. La vitesse avec laquelle la population s’est adaptée à ces changements a été inégale, dans la mesure où tout en s’urbanisant et en changeant leurs mœurs les gens continuent à conserver des coutumes paysannes ou villageoise propres aux époques antérieures. Pour cette raison on peut observer deux sociétés juxtaposées quoique paradoxalement imbriquées : une société urbaine plus ou moins moderne, plus ou moins éduquée, plus ou moins enrichie, et ayant voyagé à l’extérieur du pays composée par les classes riches et de larges pans de la classe moyenne et d’autre part une société de gens pauvres ou appauvris, peu éduqués, marginalisés, d’origine rurale ou des quartiers défavorisés, familiarisés avec l’étranger par les récits des émigrants et les moyens de communication mais sans suffisamment de ressources pour émigrer ou voyager. La République Dominicaine se présente donc aujourd’hui comme une société qui s’est rapidement modernisée dans bien des aspects mais qui conserve encore certaines façons de vivre appartenant à la société rurale dont elle est issue. La modernisation a généré de nouvelles structures de pensée, de nouvelles valeurs, de nouvelles institutions, de nouvelles façons de s’habiller, de parler, de se nourrir, de se divertir. Tôt ou tard ces changements devaient se produire, du fait des échanges commerciaux et du développement des communications avec les pays industrialisés et post industrialisés de l’hémisphère nord, qui sont aujourd’hui à la tête de la révolution technologique qui a transformé la planète en village numérique. Mais, dans le cas la République Dominicaine, on peut affirmer que ces changements se sont fait de façon accélérée du fait de la rapide croissance économique du pays au cours des cinquante dernières années. Prenons par exemple le cas du transport dominé aujourd’hui par les véhicules à moteur et, entre autres, par les motos et les automobiles. Il y a un demi-siècle de cela le transport de personnes dépendait dans une large mesure des ânes et des chevaux et il y avait des endroits, comme les zones rurales de Samaná, où on attelait les bœufs pour le transport des personnes et des

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marchandises. On peut dire qu’une des grandes transitions expérimentées par la majorité de la population dominicaine a été le passage de l’âne à la moto, quoiqu’on puisse encore voir dans certaines villes des carrioles tirées par des chevaux ou des mules offrant des produits agricoles. D’égale importance a été l’émergence de compagnies qui ont révolutionné le transport interurbain en introduisant des autobus grands et modernes qui ont supplanté définitivement les “cars de ligne”. Simultanément, ont fait leur apparition de nombreuses compagnies qui ont introduit des autobus de taille moyenne appelés “voladoras” (aériens), aujourd’hui chargés du transport de la plupart des passagers qui voyagent d’un village à l’autre. Une autre transition importante a été marquée par le changement des techniques de construction des habitations. Pendant des siècles la maison populaire dominicaine a été construite en bois de pin, en palmes ou en tejamaní, avec une toiture de yaguas (enveloppe du palmito) et plus tard, de zinc (à l’exception de la zone coloniale de Santo Domingo). Une grande partie de ces maisons, du fait de la pauvreté de ses habitants, avaient un sol de terre battue. Aujourd’hui la majorité des maisons dominicaines sont construites en ciment et de moins en moins ont un sol de terre battue ou des murs de tejamaní. De ces dernières, qui auparavant dominaient le paysage rural de la Ligne Nord-ouest et le sud-ouest du pays, il reste très peu et elles sont devenues une curiosité ethnologique. Les changements en matière vestimentaire attirent également l’attention; les haillons caractéristiques des classes pauvres du pays et de la population paysanne ont disparu. Conséquence de l’intense contact avec l’étranger et en particulier avec les Etats-Unis, les dominicains s’habillent de nos jours de façon très différente d’il y a cinquante ans. Aujourd’hui prolifèrent des designers de mode féminine, des deux sexes, dont certains ont gagné une renommée internationale. Abondent également les écoles de mannequin qui cherchent à ajouter un nouvel ingrédient à la présentation de femmes dominicaines aussi bien dans la mode et la publicité comme dans le marché du travail et du sport. La plupart des femmes, qui auparavant portaient de longues jupes, des jupons et des bas, ont adopté depuis longtemps le pantalon pour les activités quotidiennes et réservent les atours plus féminins aux occasions élégantes. Les hommes, quant à eux, qui portaient le chapeau vont à présent tête nue ou avec une casquette de baseball ou casquette visière pour se protéger du soleil. Les nouveaux modes vestimentaires des femmes dominicaines sont seulement un des indicateurs de leur émancipation économique, sociale et culturelle. Conséquence de l’industrialisation, de l’urbanisation et la croissance accélérée de l’économie des services, la femme dominicaine quelle que soit sa classe sociale est pleinement intégrée dans le marché du travail. Le travail masculin n’est plus la principale source de revenus de la maison et l’homme a cessé d’être le seul chef de famille. D’après des enquêtes récentes, aujourd’hui quasiment la moitié des foyers ont une femme pour chef de famille. Les ventorrillos (étals populaires) et pulperías (boutiques alimentaires), qui étaient de petits commerces sombres sans réfrigération, ont évolué pour se transformer en colmados (petite épicerie de quartier), certains de taille importante, richement approvisionnés, bien éclairés, ou en colmadones (gros colmado), mélange d’épicerie, de bar et de centre de distribution de bière avec leur musique et leur piste de danse. Il y a cinquante ans on comptait seulement deux supermarchés dans tout le pays, établissements par ailleurs de taille bien modeste si on les compare à ceux d’aujourd’hui: Wimpy´s à Santo Domingo et le Colmado Victoria à Santiago. Pour le reste, les commerces d’approvisionnement étaient les colmados, les pulperías et les ventorrillos. Aujourd’hui les supermarchés dominent le marché de la distribution d’aliments et de boissons dans les principales villes du pays, marché qu’ils partagent avec les colmados. Sur l’horizon urbain se sont également imposés les nouveaux grands centres et places commerciaux conçus suivant le modèle prévalent aux Etats-Unis

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et en Europe; ils regroupent sous le même toit toutes sortes de commerces, permettant ainsi aux acheteurs de trouver presque tous les produits et services dont ils ont besoin en un seul endroit. Ces endroits, appelés malls en anglais, ont remplacé le parc du centre-ville ou du village comme principal lieu de loisirs pour la population qui peut aller au cinéma, faire du shopping vêtements et des courses, acheter des appareils électroniques ou des articles de quincaillerie. Ils sont même devenus les lieux de promenade favoris de la classe moyenne, qui, délaissant les parcs préfère aller au mall où beaucoup se sentent plus en sécurité. Avec les progrès de la nouvelle économie, de l’industrie et des services, et du fait de la saturation du trafic urbain et des obligations imposées par les horaires de travail, de nombreuses personnes déjeunent à présent à l’extérieur. Il y a cinquante ans cela aurait été impensable, les villes et villages étaient si petits que tout le monde avait le temps de rentrer à la maison à midi. Pour satisfaire l’énorme demande de service rapide de nourriture on a vu proliférer, même dans les petits villages, les restaurants et lieux de restauration variés, comme les pizzerias, les sandwicheries et les picapollos (gargotes). Seuls dans les petits villages, comme Constanza ou de taille similaire, les commerces ferment à midi pour permettre aux gens d’aller déjeuner chez eux. Aujourd’hui la diète dominicaine est beaucoup plus variée qu’il y a cinquante ans. L’ouverture commerciale initiée dans les années 90, associée à la multiplication de colmados et supermarchés, a mis à la disposition des Dominicains une copieuse variété d’aliments auparavant seulement appréciés et consommés par l’élite riche et éduquée. Les Dominicains continuent à consommer le typique arroz y frijoles con carne (plat de viande garnie de riz et haricots) mais leur diète s’est élargie grâce à une offre accrue de produits agricoles et de produits manufacturés qui vont des pâtes aux conserves en passant par les boissons de toutes les saveurs et de toutes les couleurs. Les classes moyennes et urbaines ne sont pas les seules à profiter de cette manne, les classes populaires et même les classes défavorisées en bénéficient également, la République Dominicaine ayant développé un dynamique secteur de production de fruits et légumes et un ensemble moderne d’industries de produits alimentaires qui ont contribué à changer les habitudes alimentaires de la population. Le gros de cette production est destiné aux hôtels des zones touristiques et aux grands supermarchés mais une part substantielle parvient aux classes populaires, on compte des milliers de colmados et des centaines de marchands de fruits aux coins de rues des grandes villes et des douzaines de camionnettes et carrioles de fruits et légumes dans les rues des villages. De nombreux facteurs sont à l’origine de l’augmentation de la production agricole, qui vont de l’explosion de la demande à l’introduction de nouvelles technologies et variétés de cultures. L’accès à des millions de tareas de terre (une tarea dominicaine correspond à 628.3m2) et la formation d’une nouvelle génération d’ingénieurs et de techniciens agronomes et vétérinaires ont permis le développement de nouvelles plantations de fruits orientées vers le marché intérieur et l’exportation. Aujourd’hui les marchés offrent une abondance de bananes, papayes, agrumes, mangues et avocats récoltés dans de grandes exploitations gérées avec les techniques les plus modernes. Cinquante ans en arrière ces plantations commerciales n’existaient pas et les fruits étaient cueillis à la main sur de vieux arbres et vendus en très petites quantités dans les villes. L’offre de bananes et de racines comestibles populaires comme le yucca, l’igname, le yautía, les patates douces, les mapueyes (tubercules tropicaux) et les pommes de terre, produites avec de meilleurs contrôles de qualité, a également augmenté. Après la ‘révolution verte’ qu’elle a connue dans le secteur rizier, la République Dominicaine entame une autre révolution agricole silencieuse: la culture de légumes sous serres, appelée à transformer l’économie et l’écologie de

nombreuses zones du pays, à commencer par les vallées des montagnes de Constanza, Jarabacoa, Rancho Arriba et San José de Ocoa. En matière d’écologie, le pays a également beaucoup changé au cours des cinquante dernières années, du fait de l’accélération de la déforestation dans de nombreux endroits et en particulier dans les zones de montagne et frontalières. L’exploitation aveugle des bois de pin conjuguée à l’agriculture et à l’élevage de montagne d’une part et la pénétration haïtienne à la recherche de bois pour le charbon d’autre part ont contribué à la disparition de grandes aires boisées et, de façon liée, de nombreuses rivières et courants, voire l’assèchement de cours d’eau majeurs. En contrepartie, une certaine conscience écologique a commencé à se développer; certes, les classes moyennes enrichies ont pu élargir l’horizon de leurs loisirs, mais aussi davantage de Dominicains se sont aventurés dans les parcs nationaux. Malgré tout, les nécessités économiques de la population rurales, la cupidité des gens sans scrupules et l’immigration haïtienne croissante exercent des pressions très fortes sur l’environnement et menacent sérieusement l’intégrité des parcs nationaux. L’alpinisme et les sports de montagne auparavant pratiqués par quelques douzaines de personnes seulement sont devenus très populaires mais parfois de façon très agressive, comme ces centaines de motards qui parcourent le pays sur des motos de sport, pénétrant et semant la destruction dans des endroits écartés autrefois réservés aux randonneurs. En même temps que les classes moyennes et populaires découvraient les vacances à la montagne, un nombre nettement plus élevé de gens découvraient le plaisir de la plage. Cinquante ans en arrière, la célèbre station balnéaire de Boca Chica était le fief de l’élite de Santo Domingo, comme l’était Sosúa pour Santiago et quelques villages du Cibao. Les autres plages restaient pratiquement vides toute l’année et, à part l’été en fin de semaine ou pendant les vacances de Pâques (Semana Santa), il était exceptionnel de voir des baigneurs sur ces plages qui n’étaient d’ailleurs pas appréciées. Avec l’accès à de meilleurs moyens de transport et l’augmentation des revenus des familles et donc du budget consacré aux loisirs, le flux de visiteurs créoles sur les plages du pays a peu à peu augmenté. La construction d’hôtels, motels, auberges, bars et restaurants sur certaines de ces plages et dans les villages avoisinants ont facilité les séjours. Ces zones sont à présent des centres de divertissement et de loisirs pour des centaines de milliers de Dominicains pendant le week-end ou les vacances, Semana Santa en particulier. Les images publicitaires des marques de rhum, bière, cigarettes et cigares encouragent ce type de vacances et contribuent à accélérer le processus de sécularisation religieuse de la population dominicaine qui ne considère plus la Semaine Sainte comme une époque de recueillement et de prière mais comme une occasion de divertissement hédoniste. La consommation d’alcool, qui a toujours été élevée dans le pays, offre aujourd’hui un des taux de consommation par personne les plus élevés du monde. Traditionnellement les dominicains buvaient du rhum et de la bière mais avec l’enrichissement relatif de l’élite et des classes moyennes la consommation de whisky, vin et autres alcools importés a atteint des niveaux qu’on n’aurait autrefois pas pu imaginer, tant et si bien que la consommation d’alcool est bien supérieure à celle de lait. Une des caractéristiques les plus notables de la société dominicaine contemporaine est la présence physique de l’alcool dans les supermarchés, colmados et épiceries, pour ne pas mentionner les bars et les restaurants, et dans la publicité diffusée par les médias. Cette publicité est renforcée par la prolifération de centaines de groupes de musique animant les fêtes et les lieux de divertissement et par les programmes de télévision en direct diffusé chaque jour par la plupart des émetteurs du pays. La transformation la plus radicale est celle qu’ont connue les fêtes patronales, autrefois fêtes religieuses qui prônaient la prière et le culte du saint patron de la communauté. De ces fêtes il ne reste que le nom, puisqu’elles sont prétexte aux libations et aux soirées de danse scandées par de nouveaux types

de musique qui ont évincé le traditionnel perico ripiao (groupe de musique populaire traditionnelle), les salve Regina religieux et le merengue des campagnes. Aujourd’hui, dans les villes comme dans les campagnes, le paysage musical dominicain est dominé par des rythmes nouveaux ou des interprétations très différentes des rythmes traditionnels. Le contact avec les diasporas latino-américaine et caribéenne de New York et Miami a encouragé de nombreux Dominicains à adopter et promouvoir de nouvelles formes de musique encore inconnues il y a peu comme le reggaeton et le merengue urbain. Certains considèrent ces changements comme des indicateurs de modernisation de la musique, les Dominicains étant parmi les musiciens populaires latino-américains les plus inclinés à l’expérimentation. Ainsi, le merengue a été complètement transformé et a adopté des rythmes plus rapides qui s’éloignent radicalement du deux fois quatre traditionnel, quant à la salsa, au son et à la bachata ils ont aussi acquis une nouvelle physionomie musicale. La musique populaire dominicaine n’est plus basée comme autrefois sur la güira (tchá-tchá), la tambora (tambour á double face) et l’accordéon. Aujourd’hui elle dépend d’un ensemble instrumental au grand complet inspiré des groupes de rock américains, enrichi d’un attirail de nouveaux instruments électroniques et numériques. La même chose est arrivée aux jeux d’enfants. Il y a cinquante ans, les petits garçons s’amusaient en jouant aux boules, à faire voler des cerf-volant, à des jeux de lancer de bâtons, à nager et pêcher dans les rivières, à monter sur des échasses, à jouer au baseball avec des balles de fortune et des gants de toile, à monter à bicyclette (pour ceux dont les parents avaient les moyens de l’acheter), à se promener dans les champs en chipant des fruits, et autres jeux traditionnels. Les filles jouaient à la poupée et aux jacks, chantaient des chansons naïves, sautaient à la corde, jouaient au volleyball ou apprenaient à coudre et cuisiner. Aujourd’hui de moins en moins d’enfants et adolescents partagent ces jeux. L’inondation du marché par les produits numériques a radicalement changé les modèles de jeu et divertissement de la jeunesse dominicaine. La révolution des communications ayant fait en sorte que huit téléphones sur dix sont cellulaires, les jeunes générations ont assimilé ces nouvelles technologies avec un enthousiasme tel qu’elles ont laissé tomber les jeux que pratiquaient leurs parents et les ont remplacés par des jeux numériques. Le cinéma, la télévision et internet ont fait entrer la République dominicaine de plein fouet dans la culture numérique du ‘village global’ et transforment les comportements, les systèmes de valeurs et les compétences de sa population jeune à une vitesse que leurs aînés ne peuvent pas égaler. Comme dans la majorité des pays occidentaux à religion chrétienne prédominante, la modernisation a été associée à une profonde révolution sexuelle qui s’est accélérée au lendemain de la deuxième guerre mondiale et qui a atteint de plus en plus de sociétés dites sous-développées de ce qu’on appelle le Tiers Monde. La République dominicaine, du fait de la proximité des Etats-Unis, a commencé cette révolution au début des années 70, et depuis les coutumes n’ont pas cessé d’évoluer au rythme des modèles nord-américains et européens. La conséquence en a été la chute de nombreuses interdictions et tabous et aujourd’hui les Dominicains affichent ouvertement et sans honte une liberté sexuelle inconnue il y a cinquante ans. On peut dire que l’impact du cinéma et de la télévision, très antérieur à celui d’internet, avait préparé culturellement la population à assimiler ces valeurs et à adopter ces nouveaux comportements. Ces deux médias avaient aussi préparé la population à recevoir et intégrer les nouvelles technologies. Ainsi, le cinéma est devenu une passion dominicaine, qui au cours des dernières années a fait émerger une nouvelle industrie de production de films et le pays a aujourd’hui l’un des studios les plus modernes du monde, Pinewood Studios Indomina, qui technologiquement parlant a peu de différence avec les grandes installations de Hollywood.

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La télévision et la radio ont aussi joué un impact notable sur l’uniformisation du parler national. En 1963 il était encore possible de détecter les différences régionales de prononciation et d’intonation de la langue dominicaine. Les gens du sud par exemple traînaient les “r”, les gens du Cibao ajoutaient des “i”, les gens de la capital favorisaient les “l”, les habitants de Puerto Plata prononçaient les “r” à l’anglaise etc. Aujourd’hui du fait de la normalisation de la prononciation prônée dans les écoles de locution pratiquée par la majorité des communicants, on peut affirmer que la modernisation du pays a apporté avec elle, si ce n’est la disparition totale, du moins la diminution des différences régionales de prononciation de la langue nationale. Bien d’autres coutumes et normes de vie ont changé, elles sont si nombreuses qu’on ne peut les mentionner toutes dans ces pages. Certaines toutefois sont aussi symptomatiques de la modernisation récente de la société dominicaine. Par exemple, les Dominicains font maintenant la queue en attendant d’être servis. Hier encore, fusaient les tumultes, conflits et disputes entre concitoyens qui ne savaient ni ne voulaient attendre leur tour de façon ordonnée. Cette habitude de faire la queue, récemment introduite et respectée, est en partie le legs de l’apprentissage culturel des centaines de milliers de Dominicains ayant émigré aux Etats-Unis et en Europe, et qui en sont revenus avec cette pratique utile qui s’avère fonctionnelle dans les agglomérations urbaines à population dense comme Santo Domingo, et de là s’est étendue au reste du pays. Un autre trait de modernité, complètement distinct, est le recours progressif aux banques par les Dominicains pour gérer leurs finances personnelles. Il y a cinquante ans, comme nous l’avons vu, il y avait peu de banques dans le pays. La fonction de ces institutions se limitait dons principalement au service aux entreprises et aux commerces d’une certaine importance. Une grande partie de la population plaçait ses économies sous le matelas ou confiait leur argent aux commerçants ou aux riches pour qu’ils le gèrent. Dans les villages et à la campagne proliféraient les prêteurs qui imposaient des intérêts élevés à leurs clients. Pour absurde que cela paraisse aujourd’hui, il y a cinquante ans, même les banques faisaient payer un intérêt sur les dépôts. L’économie monétaire était si peu développée que même dans les agglomérations importantes de nombreuses personnes pratiquaient le troc.

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La croissance soutenue de l’économie a fait augmenter la quantité de monnaie en circulation et à partir de janvier 1964, date d’ouverture de la Banco Popular Dominicano, le pays a développé un dynamique secteur financier auquel s’est habituée la majorité de la population. Résultat: la majeure partie de l’épargne nationale est placée dans les banques et autres établissements financiers et de là circule dans le reste de l’économie. Finalement, il faut aussi mentionner les changements substantiels du système politique. En 1961 la République dominicaine était gouvernée par une dictature totalitaire, la plus longue d’Amérique, puisqu’elle a duré 31 ans. A la chute de Trujillo de nombreuses personnes aspiraient à vivre sous un régime de droit et de liberté mais la culture politique était de type autoritariste et le pays connut en 1963 l’expérience traumatisante d’un coup d’Etat contre le premier gouvernement démocratiquement élu depuis 1924 et dix-neuf mois plus tard une guerre civile sanglante. Au cours des cinquante dernières années les Dominicains se sont battus continuellement pour construire une démocratie fonctionnelle. Le chemin a été difficile, jonché d’obstacles qui sont tombés à mesure que les jeunes générations arrivaient dans la vie civile, porteuses de nouvelles idées, conservatrices, libérales ou révolutionnaires, peu importe mais qui rejettent le retour en arrière et préfèrent l’alternative démocratique à la continuité dictatoriale. Durant cette période les Dominicains ont créé plus de cent partis et mouvements de toutes les tendances, parmi lesquels seuls quelques-uns qui offraient une substance institutionnelle ont survécu, mais les principaux partis expriment des idéologies sociales contemporaines et s’accordent sur une chose à savoir, œuvrer au développement économique, à la consolidation de la démocratie et à la modernisation du pays. Simultanément, dès la chute de la dictature de Trujillo la société a commencé à s’organiser en une myriade d’institutions civiles de toutes sortes. Les groupes d’intérêt les plus variés continuent à apparaître, syndicats et organisations patronales, associations citoyennes, mouvements civiques, fondations et institutions à but non lucratif, groupements estudiantins et paysans, associations religieuses, sportives, culturelles, enfin, une vaste gamme d’institutions qui manifestent un développement pluraliste qui se distancie énormément de la centralisation héritée par les Dominicains en 1961. Ce riche et vaste pluralisme est un des fondements de la démocratie que connaît aujourd’hui la République dominicaine.

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Estas páginas, al igual que el proceso de transformación y modernización de nuestra sociedad, testimonian una labor en conjunto. Es así que nos complace agradecer a todas las instituciones y personalidades que han colaborado para permitirnos lograr la selección de imágenes que en este libro ilustran nuestro desarrollo como nación y que, en muchos casos, se han constituido además en protagonistas del gran cambio que aquí relatamos.

Aeropuerto Punta Cana

Gimnasio Body Shop

Orquesta Sinfónica Nacional

AES Dominicana

Grupo cultural Bonyé

Ostería da Ciro

Bar restaurant Vesubio

Grupo folklórico Lechones de Santiago

Parque Eólico Los Cocos, EGE Haina

Grupo Rica

Parque Industrial Itabo

Casa España

Hard Rock Café

Casa de Teatro

Hotel Bávaro Princess

Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM)

Cementera de Gautier

Hotel Caribe Club Princess

Central Romana

Hotel Casa de Campo

Central Eléctrica Quisqueya I

Hotel Cosón, Samaná

Centro Comercial Ágora Mall

Hotel Hamaca Boca Chica

Centro Comercial Sambil

Hotel Jaragua

Centro Cuesta Nacional (CCN)

Hotel Mercedes

Centro Cultural Eduardo León Jimenes

Ikea

Basílica Nuestra Señora de la Altagracia

Cervecería Nacional Dominicana Compañía Nacional de Danza Contemporánea Constructora Codelpa Danilo De los Santos Domicem Empresas Bocel

Invernadero Rossland La Casa Fotográfica Wifredo García Magna Motors Malecón Center Megapuerto de Andrés

Estadio Gran Arena del Cibao

Mercado Modelo de Santo Domingo

Estadio Quisqueya de Santo Domingo

Oficina Para el Reordenamiento del Transporte (OPRET)

Estudios Pinewood Indomina

OGM Central de Datos, Multimedios del Caribe

Familia García Marcial FCB Escola, Santo Domingo

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Ingenio Porvenir

Presa de Pinalito Presa de Taveras Puerto Multimodal de Caucedo Revista Estilos, Grupo Omnimedia Secretaría de Obras Públicas y Comunicaciones Selecciones Dominicanas de Baloncesto Masculino Selección Dominicana de Voleibol Femenino Sociedad Industrial Dominicana (SID) Taller de litografía CAT The Peninsula House Thimo Pimentel Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) Universidad Iberoamericana (UNIBE)

O&M Medical School

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