Emerger

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LA ÚL TIMA SINGLADURA DEL SUBMARINO PERAL fotografías de José Carlos Ñíguez



El objeto hoy emerge_ y su memoria muta y se dilata. Tal vez sea el tiempo lo que más le duela, lo que pasa y graba heridas, llagas donde el acero se convierte en arenas oxidadas y cenizas, fragmentos de paisajes minerales, recuerdos de nubes submarinas. Bajo el agua está la soledad, sobre el agua el abandono, dentro, los metales torturados por los hombres y los vientos, por las aguas reiteradas de los sueños incumplidos. Redimido en parte el daño siempre puede emerger por ser paisaje, la piel que guarda el mar en el acero, el cielo en la pintura, la tierra en el óxido de hierro. Antonio Gómez Ribelles


de nuevo, "una nave frรกgil y poderosa"_


Hace años, el poeta y ensayista Jorge Riechmann escribió una poesía con el título "Una nave frágil y poderosa". En aquella ocasión, el objeto de aquel texto era para una carpeta de fotografías de las que yo era el autor. Ahora, pasados ya casi veinte años, aquella frase me viene a la mente y resuena de nuevo ante la propuesta que José Carlos Ñíguez nos dispensa. Cuando hace unos meses asistimos al viaje, corto pero histórico, del traslado del Submarino Peral, desde su antiguo emplazamiento en el Paseo del Muelle al actual en el Museo Naval, muchos de los que tuvimos el honor de presenciarlo en esa mañana gris éramos conscientes de que aquel enfermo, necesitaba la asistencia de muchos especialistas. Después de las primeras auscultaciones, nos confirmaron que aquella "nave" de no ser por la ceguera histórica de los ministros de la época, en este país, hubiera sido poderosa como ninguna otra; ahora, la historia y el tiempo, nos la devuelve frágil y agotada. Una vez en su nuevo y esperemos definitivo emplazamiento, se somete a modernas técnicas de rehabilitación y aún contando, con la excelente pericia de los artesanos en artes navales que esta ciudad siempre ha tenido, los cartageneros que deseen conocer el estado real del mismo, obtienen ahora una respuesta a través de las imágenes de José Carlos Ñíguez. En su doble vertiente de médico y fotógrafo, nos muestra "la nave" desde lo más profundo. Lo hace como él lo siente, desde aquellos territorios en donde poder explorar más allá de la realidad palpable de las cosas, buscando otros mundos ocultos, interiores y subjetivos, como en su día lo hicieron Moholy-Nagy o el mismo Man Ray. Su doble faceta, sin duda le permite explorar como pocos, no para darnos un diagnóstico técnico y preciso del sufrido estado del acero, en medidas y unidades extrañas, donde poder perderse; ni siquiera le hace falta emplear sofisticados equipos, tan sólo provisto de una cámara fotográfica y de lo que es incuestionable, su crítica y perspicaz mirada, que radiografía el envoltorio y foto a foto nos va descubriendo el estado real de la "vieja nave". Y lo hace como fotógrafo, aplicando una regla sagrada en la abstracción como es "la no regla" y como médico, aplicando el procedimiento científico, descomponiendo el mapa genético por zonas y familias; así, nos muestra las lesiones sufridas por el enfermo y para ello aplica cuatro mágicas fórmulas: en la primera, detiene su mirada en lo más profundo de la herida y nos muestra las "cicatrices" en un territorio propicio para el dolor, en donde no hay lugar para nada y mucho menos, para la belleza. Se nota que su mirada queda atrapada por las punzantes hendiduras, con las que el paciente llega y no se detiene en este caso para intentar paliar el mal con soluciones de adorno, sino que lo muestra en su estado real por duro que este sea. Pero siempre hay lugar a una esperanza y el autor la presiente y nos la muestra en una vuelta más en esas abstracciones que nos propone. Esas formas, antes dolorosas, van tornándose por razón y voluntad del autor en otras, donde la ilusión empieza a tener espacio. Así, en una segunda propuesta, nos sugiere el mundo fantástico de las "figuraciones", mágicas si se quieren, pero sobre todo, creativas e imaginativas. Despeja el panorama y como si de una fábula se tratara, a la piel del "submarino" en su largo caminar, se le han ido añadiendo

figuras de espectros irreales, formas de animales, caras que nos miran como usurpadoras de un espacio que lo han ido ganando poco a poco y que ahora les pertenece; en definitiva, unos mapas trazados como si de jeroglíficos se trataran, formados sólo para que unos pocos privilegiados nos los puedan traducir. Y quién mejor que el propio autor, para que nos muestre esos códices de manera fácil, pues este es un terreno en el que el artista se desenvuelve como pocos. En su dilatado diagnóstico, en una tercera etapa de transformación, el autor detecta un nuevo síntoma donde de nuevo las formas adquieren nuevas apariencias como "paisajes", que nos sugieren nuevos caminos, nuevas rutas por andar y en donde tan pronto el color, en su máxima expresión es el primer pretexto para marcar los senderos hacia no sabemos qué destinos; por el contrario, se nos muestran otros más escondidos, en donde algún horizonte despejado nos marca la senda por dónde no perderse. De nuevo, el capricho de las formas escondidas sacadas a la luz por la tozudez de alguien que ha mirado y ha visto algo más que un tubo de acero. Las formas, absolutamente abstractas, se han ido dejando ganar la partida poco a poco. A través de estas fases, propuestas por José Carlos, se ha ido pasando del pesimismo más certero, a la espera y deseo por rescatar y descubrir algo nuevo, como en su tiempo lo hiciera un ilustre cartagenero llamado Isaac Peral que un día de 1884, lleno de satisfacción, proclamara la fórmula que le permitiera sumergirse a voluntad y a su vez, flotar cuando lo deseara con sólo expeler el agua de las cámaras, a favor de la fuerza expansiva del gas comprimido. Y en esa explosión de júbilo y anhelo, se esboza la cuarta fórmula, ilustrando una expresión de la época que se dio a aquel genial invento, "el aparato de profundidades", le dedica igual título para mostrarnos el resurgir del Ave Fénix. Entre veladuras y aguas ya transitadas, nos despierta este "aparato" de un sueño y un letargo que deseamos sea todo lo eterno que el tiempo le permita ser. De la fragilidad de antaño renace: la torreta, hélices, timones y demás componentes, empezando a tomar vida propia. Como en una nebulosa, vemos al "submarino todopoderoso", de nuevo buscar la luz de un horizonte que le conduzca a su estado natural, el mar, nuestro Mar Mediterráneo. Que sea él y no la incultura, dejadez y la falta de amor por la historia, el que marque su reloj en la vida. Gracias José Carlos por tu inteligente aportación, por mostrarnos otra visión distinta y enriquecedora de uno de los más importantes iconos de nuestra identidad.

Juan Manuel Díaz Burgos julio de 2013


CICA TRI CES_

Las cicatrices son las huellas que dejan las heridas, los desastres o los sentimientos. Son como escribir en la piel de lo querido, son el daño evidente, el daño que no siempre se corrige. Son el rastro, el dolor de una historia de vida, todo teñido de nostalgia que no seremos capaces de entender si no contamos con un poso de melancolía. Ahí quedan las que hizo el tiempo, el aire húmedo, el salitre que araña y oxida, y aquellas que fueron creadas por el hombre, las que más duelen, las que escribieron su desprecio en forma de erosiones, golpes y fracturas. No son tatuajes, no busques en esto el romanticismo de una piel curtida de mar. No son las ablaciones con las que algunos decoran sus cuerpos. Son las señales que quedan después de los combates, de los años, de veintiuna capas de pintura, del agua y la sed, del maltrato y la ausencia, del vacío y lo oscuro. Pinturas de la historia, arqueología del sentimiento. Se cuentan tantas veces las victorias que olvidamos que se consiguen sobre los fracasos. Se cuentan los fracasos como si fuesen ahora una victoria. Todo queda escrito en la piel.









figu racio nes_ La palabra siempre llora por lo que no tiene, por aquello que le falta. Nostalgia de algo perdido. No encontramos aquella que lo explique todo y recurrimos a un lenguaje que las ate y les haga creer que ya sí pueden, el lenguaje que cree el relato vivo de las cosas muertas. Engaño. Buscamos los fragmentos de vida en las pequeñas cosas, los fragmentos que siempre suman más que todo lo que es el todo, y pensamos en imágenes que creen un relato supremo, la imagen que nos descubra la imagen ocultada, que sea la palabra recobrada, aunque sea sueño, el poema que dé nombre a lo escondido. La imagen es un pedazo que no llorará por nada, que se sabrá íntegra sin necesitar un nombre, que figurará por ella y por lo visible que no añora, porque está en ella.









pai sa jes_ El paisaje aquí no es lo que tú piensas. No es el territorio de tus hazañas, ni de tus derrotas, no es el escenario que te guarda ni el aire de tu tierra. El paisaje es donde miras y lo que evoca, el aroma que te devuelve a una época feliz, incluso aquella que no viviste, que no es tuya, y que sin embargo te atreves a poseer. El paisaje es la memoria que robaste de los otros y tu memoria compartida. La mirada del fotógrafo se dirige a lo pequeño y lo hace grande: Yo te observo y tú eres mi paisaje. Sujeto observador y objeto observado, el hombre que aprende en su mirada y el objeto mínimo que aprende a ser espacio inmenso en la mirada del fotógrafo, lo visual y lo espacial convirtiéndose en paisaje.









el apa rato de profun didades_ "Las aguas se me están metiendo en el alma"

Un día un tejado puede parecer el mar, su superficie al menos.

Tomas Tranströmer

Sueña entonces el buque, ingenuamente, que puede hundir su cuerpo en las aguas, que puede arrastrar al fondo su cuerpo hueco pero tan lleno de memoria que no le hace falta contrapeso. Sueña entonces que alguien viene y suelta amarras. Sueña a través de los cristales que el agua devuelve su imagen sumergida de aparato mutante, de arma submarina a bestia romántica, de un leviatán sin nombre a un Ariel engalanado. Revive ahora una ilusión: él está ahora sobre los fondos de arena, él navega bajo las luces acuáticas. Vendrá luego una ola y la siguiente, le llevarán a tierra poco a poco hasta despertar de la quimera. Y quedará varado de nuevo, pero a cubierto. Objeto perdido y encontrado. El agua tiene hoy sabor a hierro y se le mete poco a poco en el alma.









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