Cabeza y corazón callejeros - Relatos Jóvenes de Ciudad

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CABEZA Y CORAZÓN CALLEJEROS Relatos jóvenes de ciudad Esta publicación es producto del contrato Nº. 4600074433, proyecto Medellín en la Cabeza, durante el Plan de Desarrollo 2016 - 2019. Federico Gutiérrez Zuluaga Alcalde de Medellín

Alejandro De Bedout Arango Secretario de la Juventud

Gloria Cecilia Londoño Colorado Supervisión Secretaría de la Juventud

Luz Marina Cruz Henao

Coordinación técnica Medellín en la Cabeza Secretaría de la Juventud

Coordinación editorial María Andrea Kronfly Velásquez

Ilustración de portada Tatiana Mejía Peláez

Autores Estefanía Aguirre Giraldo Yésica Ruiz Guzmán Mariana Martínez Gómez Juliana Cardona Correa Sara Toro Ramos Alejandro Mejía Cortés Anyer Lorena Mosquera Sánchez Juan Guillermo Sanmartín Romero Eddie Vélez Benjumea Weider Arles García Parra

Edición Mónica Palacios Chamat

Fotografías Sara Espinal Macías Yésica Ruiz Guzmán Walter Artieda Aristizábal Mariana Martínez Gómez Juliana Cardona Correa Sara Toro Ramos Diego Alejandro García Ortega Anyer Lorena Mosquera Sánchez Juan Guillermo Sanmartín Romero Eddie Vélez Benjumea

© Municipio de Medellín Calle 44 Nº. 52 - 165 Medellín, Colombia www.medellin.gov.co

Corrección final de textos Luz María Montoya Hoyos Diseño y diagramación Carolina Salazar Londoño Edición 1, 2018 ISBN: 978-958-5448-28-5

Impreso en Pregón Medellín, noviembre de 2018

Esta es una publicación oficial del Municipio de Medellín. Cumple con lo dispuesto en el Artículo 10 de la Ley 1474 de 2011 Estatuto Anticorrupción, que expresa la prohibición de la divulgación de programas y políticas oficiales para la promoción de servidores públicos o candidatos. Queda prohibida la reproducción total o fragmentaria de su contenido sin autorización escrita de la Secretaría General del Municipio de Medellín. Así mismo, se encuentra prohibida la utilización de las características de una publicación que puedan crear confusión. El Municipio de Medellín dispone de marcas registradas, algunas de estas citadas en la presente publicación, las cuales cuentan con la debida protección legal. Toda publicación con sello Alcaldía de Medellín es de distribución gratuita.


CRÓNICA pág 10

1

Las calles de Castilla, recuerdos del punk Por Estefanía Aguirre Giraldo

CRÓNICA pág 18

2

Callejear a pie. Con el corazón y los ojos bien abiertos.

CRÓNICA pág 28

3

Mandarinas Por Mariana Martínez Gómez

CRÓNICA pág 34

4

CRÓNICA pág 42

5

Una calle para todos los amores Por Sara Toro Ramos

CRÓNICA pág 50

6

Verde pasión

Desde arriba, sobre mis propios pies

Por Juliana Cardona Correa

Por Alejandro Mejía Cortés

CRÓNICA pág 66

8

Relato de un encuentro con el tango Por Juan Guillermo Sanmartín Romero

CRÓNICA pág 72

9

Catar los olores Por Eddie Vélez Benjumea

Por Yésica Ruiz Guzmán

CRÓNICA pág 58

7

El duende que camina

ÍNDICE

Por Anyer Lorena Mosquera Sánchez

CRÓNICA pág 78

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Lovaina, los tacones de una ciudad amanerada Por Weider Arles García Pavas


La calle y la palabra caminan juntas por Medellín

Estar en la calle fue la herramienta más poderosa que tuvieron nuestros cronistas, quienes durante de la inmersión en los territorios hablaron con los protagonistas de los diez relatos que se presentan a continuación. Estos textos narran la Medellín que tiene campesinos, la del Centro en la noche, la de los olores, colores y sabores en la plaza de mercado de La América; la de los tacones en Lovaina y la que suena a tango en Guayaquil y punk en Castilla, la del Barrio Triste. Estos relatos son una motivación para que otros jóvenes se animen a recorrer su ciudad con los ojos de quien se pregunta, observa, escucha, siente y aprende; con los ojos del periodista inquieto, dispuesto siempre a descubrir un poco más. Este libro materializa también una palabra que suena y suena en las reuniones de los proyectos que se ejecutan en lo público, pero que pocas veces se puede tocar: articulación. En la Secretaría de la Juventud nos dimos a la tarea de unir

dos proyectos donde naturalmente podían caminar juntas la calle y la palabra; por eso desde el inicio del año decidimos que el Seminario de Comunicación Juvenil y Medellín en la Cabeza trabajaran en este propósito de narrar la ciudad. Los jóvenes del Seminario de Comunicación Juvenil, proyecto que está cerca de cumplir tres décadas de realizarse en Medellín, fueron invitados a recorrer la ciudad para luego narrarla. Igualmente, los jóvenes de Medellín en la Cabeza recorrieron cada una de las rutas con la mirada curiosa del periodista. Abrimos una convocatoria para que los jóvenes de ambos proyectos escribieran un relato inspirado en los recorridos de ciudad. Recibimos 25 textos, de los cuales 10 fueron seleccionados por un jurado conformado por periodistas locales: Alfonso Buitrago, Andrés Marcel Giraldo y Juan Miguel Villegas, a quienes agradecemos su orientación y acompañamiento conceptual. Usted podrá leer las crónicas a continuación para descubrir este proyecto que en el 2018 hizo 282 recorridos con 3570 jóvenes que conocieron más de 300 lugares para comprobar que #CallejearEduca. ¡Un joven que conoce su territorio está en capacidad de transformarlo con la riqueza de la palabra! Alejandro De Bedout Secretario de la Juventud

PRÓLOGO / 9

PRÓLOGO

Después de tener a Medellín en la cabeza es necesario contarla y convertirla en historias para que otros puedan recorrer los mismos caminos a través de la palabra; por eso este libro de crónicas es una invitación para que el lector descubra la ciudad que tienen nuestros callejeros en sus cabezas.


Un sol de tres de la tarde da contra el asfalto. Las motos suben y bajan a toda, pitan para pedir permiso. Mujeres, hombres y niños los miran a ellos desde sus balcones, a los jóvenes con Medellín en la Cabeza que se abren paso y llegan a Castilla para saber más sobre la ciudad, su historia, su cultura, sobre el punk.

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Por Estefanía Aguirre Giraldo

Carlos Alberto David Bravo, baterista de la agrupación Desadaptadoz y nuestro anfitrión, ha vivido en esta comuna toda su vida y le ha dedicado más de treinta años al punk. Él, con su correa, botas, jean y camiseta negra, esta última con la imagen de un amigo suyo ya muerto, nos cuenta cómo era recorrer Castilla en los años ochenta –cuando Medellín era mucho más violenta que ahora– con su gallada de punk. Esquina de Castilla Foto: Sara Espinal

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Las calles de Castilla, recuerdos del punk


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Carlos Alberto David Bravo al inicio del recorrido de Medellín en la Cabeza. Foto: Sara Espinal

“A este barrio llegaban muchas galladas (grupos de amigos), lo que no se veía en otras partes de la ciudad. Cada fin de semana era el encuentro y recogíamos plata para hacer fiestas o irnos de paseo, pero siempre callejeábamos los viernes y nos íbamos para el 12 de Octubre, Boyacá o Florencia. Nos íbamos de vueltón a meternos en una ‘nota’ o simplemente a caminar y encontrar lugares para parchar y escuchar música”. Unos callejeros retro que se iban de “nota”, lo que ahora se llamaría “farra” o fiesta. Siempre juntos en busca de experiencias y cuando no las encontraban, las hacían. Entre todos alquilaban una casa,

llegaban más de setenta personas y recogían más de sesenta discos en vinilo, todo hasta las doce de la noche, pues Caliche cuenta que en esa época eran muy sanos. “Tomábamos Tres Patadas (vino), los más osados fumaban marihuana y los más atrevidos tomaban pepas, lo que ahora se llama “amansalocos” y lo combinaban con licor. Los bailes creaban lazos románticos y luego las parejitas se iban al parque del amor a darse besitos y otras cosas”. Empezamos a subir el barrio, los carros paran para darnos paso. Somos aproximadamente cuarenta personas y en cada estación la gente del barrio se acerca a

“Cuando íbamos a un parche, llevábamos un morralcito con la cobija, algunos con almohada y no nos podía faltar la coca con comida porque sabíamos que íbamos a amanecer en la comisaría. Y conocíamos todas las comisarías de Medellín”. Pero los “tombos” no eran los únicos con quienes tenían problemas, tampoco se llevaban con las galladas de los pillos, es decir, con jóvenes que vendían drogas o que eran sicarios, no se las llevaban con ese estilo de vida narco y consumista, donde trabajan para comprarse motos y tenis de marca. “A los punks todos los odiaban. Ellos tenían una característica que era ir en contra del consumismo, entonces cuando se encontraban con pillos se insultaban o se hacían fuck you, y hasta algunos compañeros fueron asesinados por ellos”. Castilla, como toda Medellín, está marcada por la violencia, sus calles son

“CUANDO ÍBAMOS A UN PARCHE, LLEVÁBAMOS UN MORRALCITO CON LA COBIJA, ALGUNOS CON ALMOHADA Y NO NOS PODÍA FALTAR LA COCA CON COMIDA PORQUE SABÍAMOS QUE ÍBAMOS A AMANECER EN LA COMISARÍA. Y CONOCÍAMOS TODAS LAS COMISARÍAS DE MEDELLÍN”.

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escuchar los recuerdos de Caliche, como la cancha donde cuenta que hicieron un festival para pedir por el cese de la violencia. La comunidad alrededor los apoyaba, mas no los policías, cada vez que se encontraban a uno, era una requisa fija.


“A mí me tocó ver cuerpos bajar por el río Medellín y a cada rato encontraban muertos en el cerro El Volador, y es que ¿qué música de Medellín documentó ese momento o

contó esas historias? El punk fue el que se encargó de mostrar el mundo oscuro de la calle, de los jóvenes, de la ciudad”. Vamos por la carrera 68, justo al frente de un taller de motos donde antes estaba el primer bar de punk de la ciudad. Quedaba en un sótano justo al lado de una cañada donde las ratas eran las mascotas y Caliche repite “es que era un bar de punk”. El sol aún no baja y las calles cada vez son más empinadas. Caliche está todo de

Mural punk en Castilla. Foto: Sara Espinal

negro, pero parece que a él no le afecta el calor. Ya se ha acostumbrado a callejear a estas horas rojas e incluso con chaqueta de cuero encima, pues cuenta cómo las chaquetas eran la identidad de los punk. Las marcaban por atrás con el nombre de la gallada a la cual pertenecían como Los Semen, Los Buitres, Los Dementes, Los Gánster, Los Ramones, entre otros. Al igual que la chaqueta, las botas también eran fundamentales para las pintas punk, no les gustaban brillantes porque se parecían a las de los soldados, así que les echaban polvo de pilas para mancharlas. Toda la ropa, cuenta él, la conseguían en la boutique Minorista, donde sabían que probablemente esas ropas eran de muerto. Botas de soldados caídos y pantalones de gente ya enterrada.

Son las 4:40 p. m. y nos metemos por callejones, interrumpimos la cotidianidad de un sábado en la tarde con el punk que llevamos o más bien que nos lleva, que nos guía por Castilla. Pasamos por casas donde vivían sus amigos de gallada, de notas, de noches enteras escuchando punk, las aplaudimos como lugares sagrados. Visitamos la de Óscar Zapata, el hombre que está estampado en la camiseta de Caliche. Seguimos escuchando historias, como la de la vez que se robaron el platillo de la batería de la película Rodrigo D. no futuro, porque Víctor Gaviria no les iba a pagar lo que ellos querían. Vimos fotos de sus amigos, algunos ya muertos, otros todavía viviendo para el punk, como Caliche.

Eran unos rebuscadores y creativos a la fuerza, pues el fin de estar en una gallada punk era crear una banda. Algunos lo lograban y otros no, mas eso no quitaba la pasión por este género, por eso hacían ellos mismos los instrumentos. “Había una batería en el Camino Real y los domingos nos íbamos pa’l Centro a verla no más. Por allá nos encontrábamos a varios rockeros también mirando la batería. Así fue como se creó aquí la primera batería pirata, chirreta”.

“HABÍA UNA BATERÍA EN EL CAMINO REAL Y LOS DOMINGOS NOS ÍBAMOS PA’L CENTRO A VERLA NO MÁS. POR ALLÁ NOS ENCONTRÁBAMOS A VARIOS ROCKEROS TAMBIÉN MIRANDO LA BATERÍA. ASÍ FUE COMO SE CREÓ AQUÍ LA PRIMERA BATERÍA PIRATA, CHIRRETA”.

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historias que el punk narra. Es por eso que uno de los muchachos que guía el recorrido carga en su cuello un bafle, de él salen frases como …son sicarios con uniforme… que dicen ser la ley…, letras irreverentes y sonidos pesados que cuentan la vida del Medellín de los ochenta, esa que aún perdura en muchos aspectos.


Fotografía antigua de una de las tonadas. Foto: Sara Espinal

Ya casi son las seis de la tarde, el sol cae y nosotros llegamos a la unidad deportiva René Higuita. El recorrido termina aquí, junto a una piedra de más de dos metros de altura; en ella, una pintura de un hombre con estilo punk fuma un cigarrillo y Caliche a su lado nos cuenta la última historia del recorrido junto a un poema. Jesús Peña Marín fue torturado y asesinado en Bucaramanga, huyó de Medellín porque sabía que lo andaban buscando y hasta allá llegaron para dispararle en los ojos y apuñalarlo más de cincuenta veces en el cuello. Fue el día anterior a su muerte cuando escribió Desaparecidos. El poema lo encontraron en su máquina de escribir.

…Son tantos día a día los que simplemente no aparecen que un día no cabrán en el subsuelo y brotarán y cubrirán todo este territorio Y en un macabro recorrido exhibirán el verdadero rostro de la patria que ofrecen los sicarios.

Las calles de Castilla son recuerdos del punk y de una ciudad que era y es violenta, pero que resiste con música, galladas, parches, con personas como Caliche, sus historias y memoria ▪

El voz a voz es otra herramienta efectiva para dar a conocer los recorridos de Medellín en la Cabeza, y esta fue la forma como la noticia llegó a oídos de Estefanía, quien escuchó hablar del programa por primera vez en el Teatro Pablo Tobón Uribe y sintió curiosidad por conocer más acerca de estas callejeadas. Como estudiante de Periodismo se sintió animada para escribir una crónica sobre uno de los tantos recorridos a los que ha asistido, porque vio en la experiencia un aprendizaje y una oportunidad para narrar la ciudad. En un futuro, a esta joven de ventiún años le gustaría proponerle al programa un recorrido por las memorias de infancia de su generación, otro probablemente relacionado con los activismos sociales o uno más que se ocupe de los estereotipos y costumbres paisas.

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Estefanía Aguirre Giraldo


Callejear a pie

Con el corazón y los ojos bien abiertos Por Yésica Ruiz Guzmán

Algunos somos callejeros desde pequeños, inquietos, habladores y curiosos. Cuántas de nuestras mamás no habrán tenido que curar nuestras heridas, mientras llorábamos estruendosamente por el ardor que nos causaba el Isodine con el cual nos evitaban una posible infección. Estar en la calle con nuestros amiguitos correteando de un lado a otro era nuestra afición. El rostro se nos iluminaba cuando escuchábamos una voz amiga llamándonos para salir a jugar. Ese espíritu callejero no se nos aplaca con la edad. Por el contrario, cuanto más crecíamos, más oportunidades y ganas de callejear teníamos, pero con la adolescencia arriban a nuestras puertas los permisos negados, la pereza y los estereotipos sobre ciertos lugares de la ciudad, que se alimentan de rumores que a veces vienen de personas que ni siquiera se han dado a

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Plaza Botero capturada desde el Hotel Nutibara (2018). Foto: Yésica Ruiz Guzmán


la tarea mínima de visitarlos. Esta época y esas prevenciones pueden delimitar nuestras fronteras. A muchos no consiguieron convertirnos en personas caseras y poco callejeras, lo que sí, es que limitamos los lugares por conocer; por miedo, desconocimiento, porque no teníamos quien nos acompañara, por pereza de salir solos, o porque no sabíamos qué actividades se podían hacer en lugares diferentes a los que frecuentábamos. Según un estudio de la Alcaldía, en promedio los jóvenes en Medellín nos movemos en un área de 2,5 kilómetros alrededor del lugar donde vivimos, y la ciudad tiene 382 kilómetros cuadrados. Lamento decir que durante unos años me encontré dentro de ese promedio. Mis salidas se limitaban a ir de mi casa a la universidad, y a otros cinco lugares de

la ciudad en los que compartía con mis amigos. Hasta que en el 2017 un aviso en Facebook capturó mi atención: “¡Esta es una invitación a callejear! Si eres docente, líder juvenil o comunitario y estás interesado en aplicar nuevas herramientas para hacer de Medellín tu aula de clase, ¡podrías ser parte de nuestro grupo de mediadores!”. Esa invitación la hacía Medellín en la Cabeza, un proyecto de la Alcaldía Municipal que nos motiva a los jóvenes para que recorramos, vivamos, reconozcamos y aprendamos en la ciudad, que nos apropiemos de ella. La idea de aprender andando la calle llamó muchísimo mi atención, así que me vinculé al proyecto como mediadora.

Participar en Medellín en la Cabeza te puede expandir el espíritu callejero por todo el cuerpo, llevarte a descubrir la Medellín que no se muestra, la Medellín que ni sus propios habitantes conocemos. Descubrir la cultura, descubrir la resistencia de personas que con una sonrisa y acciones positivas le dicen no a los conflictos; descubrir historias y lugares hermosos llenos de esperanza en barrios donde supuestamente todo está perdido. Descubrir la verdadera Medellín, una ciudad que no es perfecta, que no es la más innovadora pero sí que innova. Una ciudad donde sus habitantes luchan para salir adelante a pesar de las adversidades. Medellín, una ciudad que no se define por su violencia, pero que sigue siendo atacada por ella. Medellín, la ciudad que queremos con sus contrastes, Medellín la ciudad de nuestros amores y nuestros dolores. A los padres de quienes ahora tienen mi edad (23), igual que a los míos, les tocó

vivir la época más violenta de Medellín. Debido a sus vivencias, unidas al amor que nos tienen y queriéndonos proteger de todo mal, nos han logrado infundir miedo de salir a callejear. A partir de ahí hemos generado estigmas (ciertos o no) sobre algunos lugares de la ciudad. A partir de ahí hemos estigmatizado (con razón o sin ella) algunos lugares de la ciudad. Cientos de jóvenes día a día recurrimos a los mismos espacios, y las barreras mentales nos han impedido darles la oportunidad a sitios espectaculares. “En Castilla solo hay violencia, a qué va a ir uno por allá, ¿a que lo maten?”; “¿el Centro?, por allá no voy, me roban…”; “¡La Sierra!, ¿usted no ha visto el documental? No, no, no. Quién se va a ir a ese morro, me secuestran”. Estos y más, son los comentarios que escuchamos sobre espacios que han pasado por momentos de violencia o inseguridad. La mayoría de esas afirmaciones no están basadas en hechos actuales, pues no son dichas por personas que conocen o recorren frecuentemente esos sitios. Aunque lastimosamente la violencia no ha sido erradicada de los barrios, los panoramas han cambiado muchísimo. Hoy Castilla es una de las comunas con más grupos juveniles

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LA IDEA DE APRENDER ANDANDO LA CALLE LLAMÓ MUCHÍSIMO MI ATENCIÓN, ASÍ QUE ME VINCULÉ AL PROYECTO COMO MEDIADORA. MEDIADORA ES AQUELLA PERSONA CURIOSA QUE CONTAGIA A OTROS PARA QUE SALGAN A CALLEJEAR.

Mediadora es aquella persona curiosa que contagia a otros para que salgan a callejear, arma recorridos, chismosea con la señora de los mangos, le encanta aprender y compartir lo aprendido con otros (así lo describo yo).


Museo Casa Gardeliana (2017). Foto: Walter Artieda Aristizábal Los textos de la fotografía corresponden a la imagen original

que promueven el arte, la preservación de la memoria histórica y la construcción de comunidad; el Centro de Medellín, un lugar lleno de contrastes, tiene la mayor oferta artística, histórica y patrimonial de la ciudad; y La Sierra… es “otro cuento” muy distinto al que muestra el famoso documental del 2005: hoy está reescribiendo su historia por medio de jóvenes que trabajan día a día por la comunidad, es un mirador de Medellín donde se puede conseguir un tinto en casi cualquier tienda y charlar tranquilamente. Aventurarnos por el mundo es algo con lo que cantidades de jóvenes hemos

fantaseado. ¿Será que también añoramos hacerlo en nuestra ciudad?, ¿o el miedo nos ha impedido visitar muchos lugares de Medellín? Hoy, después de haber encontrado los mejores parches gracias a Medellín en la Cabeza, en los espacios menos esperados y a veces más estigmatizados, solo me quedan ganas de conocer más. Uno de esos barrios que nunca había visitado y del cual tenía una mala imagen es Manrique. Según los rumores que había escuchado, era un sector muy peligroso por el cual no se debía transitar, pues o te robaban o te mataban. Anteriormente no sabía qué podía hacer allí. No me imaginaba todo

Posteriormente anduvimos por la carrera 45, famosa por ser la calle del tango y albergar en sus aceras sitios como el museo Casa Gardeliana, donde se exponen objetos personales de Carlos Gardel, se realizan festivales de tango​​​y diferentes eventos relacionados con ese género musical. En aquella casa nos echamos unos pasos de tango, nos deleitamos con un delicioso café mientras escuchábamos las melancólicas melodías de La Cumparsita interpretada por Carlos Gardel, y conocimos historias maravillosas que habían sucedido allí, como las tangovías, que consistían en cerrar la carrera 45 y montar escenarios para que las parejas bailaran y los artistas se presentaran. Una de las figuras de tango que llegó a presentarse allí fue Aníbal Troilo o “Pichuco”, un afamado bandoneonista y director de la Orquesta Típica. Todo el recorrido fue de mi gusto, sin embargo, donde más me conecté fue en una esquinita de la 45 con la 76. Mientras nos

EN AQUELLA CASA NOS ECHAMOS UNOS PASOS DE TANGO, NOS DELEITAMOS CON UN DELICIOSO CAFÉ MIENTRAS ESCUCHÁBAMOS LAS MELANCÓLICAS MELODÍAS DE LA CUMPARSITA INTERPRETADA POR CARLOS GARDEL, Y CONOCIMOS HISTORIAS MARAVILLOSAS QUE HABÍAN SUCEDIDO ALLÍ.

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lo que me estaba perdiendo. Finalizando el 2017 hicimos un recorrido con Medellín en la Cabeza para “hacer memoria y construir futuro”. Recorrimos las salas de su casa de la cultura, donde abunda el arte urbano y muchas oportunidades de aprender sobre aspectos culturales, música, danza...


Café Alaska (Barrio Manrique - 2017). Foto: Yésica Ruiz Guzmán

dirigíamos al lugar no se me hizo especial, solo una “cantina más” de barrio. El sitio es conocido como café Alaska, casi ochenta años de historias, de tangos, de amigos, de vecinos, de visitantes lejanos. La representación de lo que fue y de lo que es un barrio

que ha vibrado al ritmo bohemio, arrabalero y a la vez elegante de los tangos. Cuando me senté a escuchar a Gustavo Rojas –su guardián, dueño y coleccionista de música– me conecté de inmediato. La pasión que sentía en cada una de sus

palabras, el brillo en sus ojos al relatar algunos de los sucesos allí acontecidos me hicieron valorar ese pequeño bar, que adornado con fotografías de clientes dormidos por la borrachera, afiches del Deportivo Independiente Medellín, figuras del tango y cientos de discos, me hicieron sentir en otra época y quise poder conservar tan preciadas memorias. Lugares como este no encontramos en todos lados, y menos con la calidez de las personas que allí habitan. Lugares como este deberían ser preservados. Lugares como este son la representación viva del tango en la ciudad. A pesar de esto, Alaska corre peligro, es acechado por la llegada de una de las

panaderías que encontramos en cada esquina. Habrá algunas únicas, pero la panadería que desea ocupar el lugar de tan icónico café, sería común y corriente. Esto se debe a que el nuevo dueño del inmueble –así es, aunque el bar lleva ochenta años funcionando, el local siempre fue arrendado y no aseguraron su permanencia comprando el sitio– ha decidido derrumbarlo para construir lo que para él es más rentable: la venta de panes, pollo apanado y tortas. Es lamentable lo que ocurre con el café Alaska, lo mismo que ha ocurrido con otros sitios en Medellín. Destruimos nuestra historia, borramos los recuerdos y los reemplazamos con edificios feos anaranjados o locales nuevos y

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MEDELLÍN EN LA CABEZA ES DE ESOS PARCHES QUE QUIERES REPETIR Y REPETIR.


Si algo aprendí ese día es que es fundamental callejear a pie, con el corazón, la mente y los ojos bien abiertos para dejarnos sorprender, y desaprender, si es necesario, esas teorías, juicios o predisposiciones que en ocasiones tenemos. Cuando estamos abiertos a conocer, explorar y apropiarnos de nuestros territorios, podemos empezar a entender las dinámicas y aportar a la construcción de realidades diferentes donde todos tengamos cabida. Medellín en la Cabeza es de esos parches que quieres repetir y repetir. Donde aprendes “como un verraco”, derribas mitos y fronteras mentales y te diviertes hasta en las “aburridas” bibliotecas donde supuestamente el polvo y los libros te

ahuyentan. Encontré que en realidad hay espacios que pueden sorprenderte, no hay que dejarse llevar de los rumores. Juegos, arte, historia, danza, entre otras actividades, se encuentran en estos lugares. Más allá de las dificultades, cada sitio tiene algo para ofrecernos. Mis allegados siempre me decían: “No callejee tanto, es peligroso”. Y ahora entiendo por qué es peligroso. Se corre el riesgo de enamorarse de callejear, de aprender, de compartir con personas nuevas y adquirir experiencias. Pero, sobre todo, de cambiar la perspectiva que se tiene sobre diferentes tipos de población y costumbres. Definitivamente, callejear enamora y también educa. Cada barrio, cada esquina, cada calle, cada tienda, cada parque, mejor dicho, cada lugar de Medellín tiene para ofrecernos un montón de conocimientos, experiencias, diversión y oportunidades para crear, repensarnos y reconstruirnos como sociedad ▪

Yésica Ruiz Guzmán Es comunicadora social y periodista, vive en Bello y tiene 23 años. A pesar de que su formación le permite a Yésica reconocer y tener las herramientas básicas para escribir una crónica, o cualquier otro género periodístico, siente que su aprendizaje todavía es un proceso. Por eso le entusiasmó la idea de participar en esta convocatoria, como parte de ese camino de aprender mostrando en público lo que hacemos, y elaboró un texto sobre esos barrios de Medellín a los que no nos hemos acercado probablemente porque tenemos prejuicios sobre ellos. Nuestra cronista está vinculada a Medellín en la Cabeza desde 2017, cuando entró a integrar el primer grupo de mediadores, inspirada en la idea de comunicar el amor por la ciudad a otros jóvenes que tuvieran un interés como el de ella por callejear.

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despampanantes, nada único. Preservar en el tiempo sitios de memoria como este, permite a la comunidad del barrio Manrique tener conocimiento de sí misma, de su historia y sus representaciones, fortalecer su identidad.


Desplaza su carreta continuamente haciendo pausas breves para vender, para ayudar a ubicar a caminantes perdidos y para saludar y tener pequeñas conversaciones con sus colegas que conducen carretas llenas de piñas, naranjas, aguacates y guayabas. El día del carretero de nuestra historia comienza a las dos de la mañana en la Central Mayorista de Antioquia. “A esa hora se consiguen las mejores frutas”, explica con determinación y paciencia, mientras varios compradores se acercan por algunas de sus mandarinas.

Mandarinas

Un carretero de hermosas piñas se aproxima pidiendo ayuda a su amigo y en

Por Mariana Martínez Gómez Mandarina Foto: Mariana Martínez Gómez

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Mandarinas. Calle Amador. Don Osbaldo Cardona −cuerpo menudo, 55 años−. En la calle Amador, avenida de encuentros y desencuentros, de historias largas y cortas, y donde la ciudad de Medellín se manifiesta desbordadamente, trabaja Osbaldo Cardona desde hace veinte años.


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Su día transcurre entre los apresurados pasos de peatones, turistas, obreros, funcionarios, artistas, estudiantes y ancianos que hacen una pausa persuadidos por el precio y el color de las mandarinas. Lo acompaña el inquieto clima de la ciudad, una sonrisa de tranquilidad y la confianza en que en el transcurso del día las ventas seguirán igual, o incluso mejor.

que son el sustento diario de familias que han encontrado en la informalidad un medio para pagar facturas, cubrir gastos básicos y vivir lo más dignamente posible.

Además de los carreteros, a la calle 45 —al igual que a Maturín, Colombia, La Bastilla, Junín y Palacé— la acompañan vendedores de guarapo, salpicones, arepas, papa criolla, raspaos y mangos. Vendedores que hacen parte de nuestro paisaje cultural y nuestra realidad laboral. Vendedores que agradecen su oficio saboreándolo con un poco de limón y sal.

La carreta de Osbaldo, hoy ocupada por decenas de mandarinas geométricamente organizadas, ha sido el muestrario de mangostinos, mamoncillos, mangos, papayas, naranjas, limones, pitayas, granadillas y zapotes. Cada tres meses una nueva cosecha es ofrecida a un público que no deja de caminar el Centro ni de sacar de su bolsillo algunos pesos para comprar las frutas de los carreteros.

Venteros que forman coloridos pasajes comerciales rodantes y que utilizan su garganta para ofrecer y describir sus productos −buenos, bonitos y baratos−, algunos tradicionales y comestibles, otros innovadores y útiles en el hogar. Productos y alimentos

Osbaldo sonríe y contesta con amabilidad mis inquietas preguntas que tienen como único objetivo reconocer su oficio como uno de los latidos del corazón de nuestra ciudad. Una ciudad que entre calle y calle no deja de acelerar su pulso.

La carreta Foto: Mariana Martínez Gómez

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LA CARRETA DE OSBALDO, HOY OCUPADA POR DECENAS DE MANDARINAS GEOMÉTRICAMENTE ORGANIZADAS, HA SIDO EL MUESTRARIO DE MANGOSTINOS, MAMONCILLOS, MANGOS, PAPAYAS, NARANJAS, LIMONES, PITAYAS, GRANADILLAS Y ZAPOTES.

un rápido intercambio de palabras logro entender un desafortunado suceso donde el agua lluvia deterioró algunas frutas y era necesario secarlas para evaluar su estado. Gajes del oficio.


La informalidad laboral en el Valle de Aburrá fue del 42,1 por ciento para marzo, abril y mayo de 2018, reportó el Dane. Aproximadamente 770 000 habitantes de Medellín y su área metropolitana se ocupan en labores informales. En el país, la cifra asciende a 10 961 000, según la misma entidad.

Osbaldo y Amador Foto: Mariana Martínez Gómez

El espíritu pujante y la capacidad de rebusque de nuestra gente no tienen que terminar en actividades productivas por fuera de las garantías y normas laborales del país. La gran mayoría de veces la informalidad se conecta con una baja calidad de vida, un bajo grado de escolaridad, un alto desgaste físico, una vejez desprotegida, una remuneración inestable y un horario laboral extenso. La vida, con sus aspiraciones y sueños, también se desgasta cuando las oportunidades son escasas y cuando cada domingo se convierte en un lunes más ▪

Mariana Martínez Gómez Debido a su formación como politóloga, Mariana ha encontrado en los recorridos de Medellín en la Cabeza una ventana para analizar, desde el reconocimiento directo del territorio, posibles políticas para suplir las necesidades de los ciudadanos. Después de recorrer otras ciudades del mundo, encontró a su regreso que le hacía falta vivir el mismo proceso en su propia ciudad. Esta joven de 22 años se enteró de la existencia del proyecto a través de las redes sociales de la Secretaría de la Juventud, las cuales han demostrado ser uno de los medios más efectivos para divulgar sus mensajes. En el futuro le gustaría encontrar en los recorridos por la ciudad un acercamiento a temas relacionados con las instituciones de carácter político o con los procesos de gobierno urbano que se derivan de las áreas metropolitanas.

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A las seis de la tarde Osbaldo termina el día guardando su carreta en un parqueadero repleto de motocicletas. Como un espejismo, la Medellín de antaño, de carruajes y carretas, y la Medellín de hoy unidas en un mismo lugar.


La mañana del martes 10 de abril comenzó fría y lluviosa. Aunque había madrugado para llegar puntual, también consideré no asistir por el clima desfavorable que se presentaba; no obstante, comencé a alistarme. Como indican en los correos al finalizar la inscripción a recorridos, no los quería dejar plantados y tenía mucho interés en saber de qué se trataba eso de “callejear”.

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Por Juliana Cardona Correa

Así fue como empezó mi primer recorrido. En el trayecto hacia el teatro Pablo Tobón Uribe fue mejorando el clima, y poco a poco fueron llegando los demás. Después de darnos la bienvenida y contarnos el itinerario, la vocera del proyecto nos explicó que estos recorridos no son turísticos sino educativos,dirigido a los jóvenes de las comunas y corregimientos de Medellín. Como está da la sensación de que los jóvenes de los corregimientos pertenecen a otro lugar. Verde pasión Foto: Juliana Cardona Correa

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Verde pasión


Lo que más le admiré a don Hernando fue su pasión por lo que hacía, pues alguien que lleva veinticinco años al cuidado de la naturaleza es porque de verdad ama su trabajo y quien lo visita se lleva una grata experiencia al conocer este lugar y la dedicación que le pone a su labor. Mes y medio después de este encuentro cercano con la naturaleza tuve otro; esta vez en el corregimiento San Cristóbal. Digo que fue cercano porque cuando uno sale a caminar pasa de largo sin mirar el

entorno por donde transita, generalmente por el afán o porque la ruta se vuelve paisaje y perdemos la capacidad de asombro. En cambio, en esta ocasión íbamos sin prisa, pendientes de observar cada detalle. Este recorrido fue el 26 de mayo. A pesar de ser sábado tenía toda la actitud para madrugar y hacer una caminata “nivel medio”, como decía la invitación. Llegamos al corregimiento y después de un corto camino el primer anfitrión fue Juan Fernando Sánchez, quien nos recibió en su casa, sede de la corporación Cacique Candela; por cierto, una casa con una decoración peculiar: las macetas son pantalones de jean cortados, cosidos y colgados a lo largo del camino, maniquís ubicados en ciertas partes de la casa e ilustraciones de aves, unas en cartón puestas sobre el piso y otras en papel colgadas en una esterilla. Nos recibieron con aromáticas, pero no de bolsita, sino hechas con plantas cultivadas en la misma casa. Mientras nos tomábamos la bebida conocimos sobre los proyectos de la corporación. Solo nos faltó avistar las aves, pero debido a la cantidad de personas no fue posible. Poco después, iniciamos el camino hacia la reserva ambiental El Moral, ubicada en la vereda La

Piñón de oreja, Robledo. Foto Juliana Cardona Correa

Palma, antigua finca de los Maya, donde empezó como tal la caminata. Con la compañía de un guía local recorrimos una pequeña parte de las 623 hectáreas que componen esta zona protegida; nos detuvimos en varias estaciones y él nos fue explicando la labor de los funcionarios que allí trabajan y la importancia ambiental que tiene para la ciudad este pulmón verde, el cual, además de ser una reserva hídrica, es el hogar de varias especies de aves catalogadas en peligro de extinción. Como bien dice al final de una valla en la estación Atrapasueños:

SOY BOSQUE, SOY MUCHO MÁS QUE LEÑA Y MADERA. SOY EQUILIBRIO NATURAL, SOY SOMBRA, REFUGIO, AGUA, MIEL, OXÍGENO, SOY VIDA ¡NUESTRO DEBER ES PROTEGERLO!

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Posteriormente tomamos el transporte público, ruta El Salvador, y llegamos al cerro La Asomadera. Al inicio del camino nuestra guía, Olga Lucía Callejas, nos ilustró un poco sobre la historia del barrio y las familias que fueron asentando sus hogares alrededor del cerro. Luego nos recibió el señor Luis Hernando Arango, un enamorado de la naturaleza, quien con su vasto conocimiento sobre plantas y árboles nos llevó a conocer un bosque dentro del bosque; es decir, ya estábamos en el cerro, pero junto a su casa tiene gran variedad de especies sembradas y al instante se siente el cambio de aire, sin duda un aliciente que ofrece este mirador natural de la ciudad.


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Ese debe ser el compromiso, aunque el panorama se vuelve desalentador al encontrar en la página de WWF1 que en Colombia se pierden veinte hectáreas de bosque cada hora, lo que equivale a 690 canchas de fútbol al día. Por fortuna, varias entidades se han unido para actuar y sensibilizar a la población sobre la crítica situación que se vive al respecto. Durante la mañana hubo un clima agradable; después de ascender por rieles y pequeños caminos que han trazado los visitantes, llegamos a la casa donde funciona el aula-granja ambiental y allí nos recibieron funcionarios de la Secretaría del Medio Ambiente de Medellín. El lugar es muy agradable, con esmero cuidan de sus jardines y del mariposario, hay una cuerda atada a un árbol donde fue inevitable no subirnos, y desde arriba hacer fotos o videos. Luego continuamos el recorrido hacia las demás estaciones de la reserva, descansamos para almorzar fiambre en hoja de bijao y cerca del mediodía comenzamos el descenso. 1 WWF (World Wide Fund for Nature) es la mayor organización conservacionista independiente en el mundo. Su misión es detener la degradación del ambiente natural del planeta y construir un futuro en el que los seres humanos vivan en armonía con la naturaleza.

En el camino de regreso conversé con Diego, uno de los guardabosques del lugar, quien me fue contando sobre su trabajo y la importancia de recuperar espacios como este; a los niños que llegan allí les enseñan el cuidado por la naturaleza y los adultos también se llevan un mensaje de conservación y aprecio por el medioambiente. Gracias a personas como él, presentes en los cinco corregimientos de la ciudad, se preserva gran cantidad de especies de fauna y flora y se garantiza el cuidado de las microcuencas por medio de la siembra de guaduas. Quise mencionarlo porque, al igual que don Hernando, Diego tiene pasión por lo que hace, le encanta la naturaleza y cuidar los árboles. Sin planearlo, en estos recorridos he conocido personas que han hallado su propósito de vida relacionado con el medioambiente, de eso viven y lo comparten con los demás; por ello quise titular mi crónica Verde pasión, porque han encontrado en los árboles una pasión conjunta, ya sea desde la siembra y el cuidado, hasta su historia y preservación, como lo hace el último personaje de esta crónica. El 19 de julio madrugué para un nuevo recorrido; esta vez conoceríamos

En el frontis de la parroquia Nuestra Señora de los Dolores del parque de Robledo se encuentran estas dos palmas reales que evocan las alturas y es allí donde está lo celestial, elemento importante de la fe católica. Foto: Juliana Cardona Correa

“esculturas vegetales”, es decir, árboles. En la primera parada apreciamos diversas especies que se yerguen frente al templo del parque de Robledo, como un par de palmas reales que están allí por una razón: evocan las alturas y es allí donde está lo celestial, un elemento importante de la fe católica. Esta explicación la compartió Óscar Javier Zapata Hincapié, un historiador ambiental que nos acompañó durante el recorrido ilustrándonos acerca de lo imprescindibles que son los árboles y su

relevancia a través de la cultura, la ecología y la historia, debido a que llevan años acompañando a los habitantes de cada barrio, parque y esquina de la ciudad. Ejemplo de ello ocurre dos cuadras abajo del parque, donde se encuentra un piñón de oreja que da sombra al antiguo bar El Jordán, hoy convertido en un centro de documentación musical. Entramos rápidamente por la premura del tiempo, pero es un lugar con una larga historia que vale la pena conocer.


En Robledo, este piñón de oreja ha sobrevivido al paso del tiempo apoyado en unas “muletas” metálicas, y hoy sigue dando sombra al Centro de Documentación El Jordán, donde antes funcionó uno de los primeros bares de Medellín. Foto: Juliana Cardona Correa

La segunda parada fue en el parque La Floresta, donde conocimos otras especies que llevan años haciendo parte del paisaje. Además de dar sombra a quien pasa por allí, también son el hogar de las infaltables palomas. Quedó pendiente encontrar un guayabillo, que es de corteza roja, pero

luego de caminar unas cuadras no dimos con su ubicación. Espero que la misión de declarar diversos ejemplares como patrimonio cultural arbóreo de la ciudad se cumpla pronto y que los blinde de tantas amenazas causadas por los seres humanos ▪

Esta administradora de negocios internacionales decidió que quería relatar el enfoque ambiental de algunos de los muchos recorridos que ha hecho con el proyecto, porque le apasiona escribir y tomar fotografías, y aunque no había construido antes una crónica, decidió investigar las características para su elaboración y a la vez inspirarse en los trabajos de uno de los cronistas contemporáneos más destacados: Alberto Salcedo Ramos. Juliana tiene 25 años y vive en Envigado, por eso le gustaría ver en el futuro una extensión de Medellín en la Cabeza a otros municipios del área metropolitana en los que mediadores que habiten ahí y los conozcan bien, puedan mostrar también a los visitantes las riquezas culturales de nuestros entornos vecinos.

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Juliana Cardona Correa


Una calle para todos los amores Por Sara Toro Ramos Fachada de El Machete, el bar gay más antiguo y famoso de la ciudad de Medellín. Foto: Sara Toro Ramos

“Todo aquel que piense que el amor es heterosexual, tiene que saber que no es así, que en la vida hay otras formas de amarnos”, esto era lo que a todo pulmón, reunidas en círculo, saltando de aquí para allá y haciendo show de ula ula, estas mujeres, todas lesbianas, cantaban, o más bien protestaban, en la calle Barbacoas 57A, contra las injusticias de que son víctimas a causa de la discriminación.

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Viernes, diez de la noche y los balcones estaban llenos, salían personas de los bares y ellas seguían cantando mientras invitaban a todos a unirse. Ya no solo eran las quince mujeres del grupo Batukada quienes cantaban, sino todos aquellos que cubrían la calle moviéndose al ritmo del pam, pam, pam de las canecas metálicas que hacían de tambores. Una donación de quinientos pesitos costaba la hoja con todas las canciones.


“Pero Óscar, ese negocio tuyo sí está muy bueno, eso es un machete”, eran las palabras que siempre le decían sobre el bar del que era dueño en Envigado. Cuando en 1983 tuvo la oportunidad de invertir y comprar un local en Barbacoas, se puso a pensar en qué nombre ponerle y solo se le ocurrió bautizarlo como El Machete. En esa época la calle era muy sola, con excepción de un negocio al frente que se llamaba Las Dos Guitarras y que luego pasó a ser Noches Alteradas. El Machete comenzó siendo un bar con una población heterosexual, ya que en Medellín, para esa época, ni siquiera se usaba la palabra gay y por eso se les decía soso, torcido o marica. Era un tema tabú. Después de cinco meses comenzaron a llegar estudiantes de varias universidades que pertenecían a esta diversa población.

“PERO ÓSCAR, ESE NEGOCIO TUYO SÍ ESTÁ MUY BUENO, ESO ES UN MACHETE”, ERAN LAS PALABRAS QUE SIEMPRE LE DECÍAN SOBRE EL BAR DEL QUE ERA DUEÑO EN ENVIGADO.

Uno de los grafitis que se pueden visualizar en la calle Barbacoas 57A. Foto: Sara Toro Ramos

Al lado del lugar había un árbol, ellos aprovechaban para esconderse detrás de él, darse picos y luego salir corriendo hacia El Machete sin que nadie los viera. Poco a poco fueron convirtiendo este bar en su propio espacio de expresión.

Aquellos que por no ser heterosexuales tuvieron que encontrar refugio en una calle que los aceptara y con la cual se sintieran identificados.

Para Medellín en la Cabeza este lugar tampoco pasó desapercibido, tal vez porque es casi imposible que en el Centro de la ciudad, con calles diseñadas en una cuadrícula de 80 x 80, no se distinga Barbacoas. Una calle torcida que rompe con todos los esquemas y que le hace honor a su trazo, siendo allí donde comenzó a asentarse la población gay de la ciudad.

La calle Barbacoas ha estado presente de forma transversal en la historia de Medellín y en múltiples ocasiones es recordada cuando se piensa en temas de ciudad. Es por esto que hasta recorriendo parques, plazoletas y plazas del Centro es imposible no toparse con la historia de Barbacoas y asombrarse de cómo una calle tan corta se ha convertido en un ícono

y representa tantas luchas sociales de personas muchas veces excluidas por una sociedad en donde todavía existe mucha homofobia y desinformación. Por esto, han tenido que buscar lugares en donde puedan ser ellos mismos. El Machete, por su parte, se fue volviendo cada vez más famoso, sobre todo después de que una periodista le hiciera propaganda diciendo que “en una calle de maricas había un negocio de maricas que dejaba basura afuera”, según lo recuerda Óscar. Esto, en lugar de crearle mala fama, permitió que

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Algunos se unían a su música y otros iban llenando las mesas de los bares gay de la cuadra. El Machete fue uno de los primeros que se llenó. Un bar grande, de color amarillo y azul, con lucecitas de Navidad, cuadros de Chaplin, paredes pintadas con puntos que alumbran y una araña gigante colgada en el techo, que está allí desde un Halloween hace treinta años.


las personas conocieran que existía un lugar para aquellos que buscaban una pareja del mismo sexo. Por otro lado, los domingos hacían jornadas de microfútbol de mujeres y “eso se volvió famoso, fue como donde nació el fútbol femenino y todo el mundo venía a verlas”. Gracias a esto, El Machete iba cobrando cada vez más prestigio y reconocimiento por parte de esta población. Aquellos que todavía no estaban seguros de si salir del clóset o no, iban a

Barbacoas 57A a mirar qué se sentía, a desahogarse con “sus iguales” y a tratar de descubrir cómo era el mundo de esta población, hasta el momento desconocido para ellos. Fue así como con el paso de los años fueron llegando nuevos dueños y abriendo diferentes bares para todo tipo de identidades sexuales y de música. Barbacoas es una calle atípica, está dividida en tres partes y cada una cuenta con unas características muy diferentes. En el 2016, luego de que se intervinieron

A cada bar le pintaron una imagen diferente, en algunos fueron frases denunciando la discriminación y en otros flores que parecían vaginas. Cada uno representado por un color diferente de la bandera gay con su significado: el rojo simboliza la vida, el naranja la salud, el amarillo la luz del sol, el verde la naturaleza, el violeta el espíritu humano y el azul la armonía y serenidad. Hoy en día Barbacoas 57A tiene más de ocho bares en los que suenan canciones de diferentes estilos. Nombres como: Noches Alteradas, Euphoria, Rainbow Bar, Moes Bar, Dreams Shot, Mambos, Kanaha y El Machete son los letreros que adornan las fachadas. Electrónica, reguetón, baladas y rock. Música fuerte y suave. Para lesbianas o para gays. Con luces de colores o lugares oscuros.

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Fachada donde anteriormente se encontraba el bar Las Dos Guitarras; hoy, Noches Alteradas. Foto: Sara Toro Ramos

BARBACOAS ES UNA CALLE ATÍPICA, ESTÁ DIVIDIDA EN TRES PARTES Y CADA UNA CUENTA CON UNAS CARACTERÍSTICAS MUY DIFERENTES.

las otras dos Barbacoas por sus problemáticas de vicio y prostitución, a la 57A la llenaron de grafitis y murales artísticos referentes a la cultura LGBTI. La transformación estuvo a cargo del colectivo Galería Urbana, luego de haber sido invitados por la Secretaría de Cultura y la población que frecuentaba el lugar. Fueron diez artistas los encargados de participar y llenar la calle de color y de símbolos propios.


Sin prejuicios y sin juzgar a nadie, este bar fue acogiendo a esta población y con el pasar de los años Medellín empezó a reconocer este sector como una zona gay declarada. Óscar nunca se imaginó que su negocio se volvería tan emblemático y mucho menos que se iba a convertir en un bar gay. Ahora cada vez son más los bares gays de la ciudad, pero El Machete nunca pasará de moda. Todavía siguen llegando

clientes que estuvieron desde que el bar comenzó, personas que descubrieron su sexualidad tomándose una cervecita en él. “Pongo en la calle mi revolución. Vengo a cantar libertad, las mujeres juntas vamos a luchar”. De fondo siguió cantando la Batukada, mujeres de todas las edades y todos los colores. Mujeres que luchan para que la sociedad no las juzgue, para que no las persigan, para que las vean como personas “normales”. Todos cantaban, se reían, se abrazaban y algunos se besaban, era la revolución femenina la que estaba allí. Con la bandera LGTBI en el centro del círculo pedían que se les respetaran los derechos. Por eso, de fondo, y con el canto de más de cuarenta personas unidas, se escuchaban frases como “vamos a luchar por la libertad, vamos a luchar por la dignidad” ▪

Sara Toro Ramos Supo de la existencia de Medellín en la Cabeza por un anuncio en Facebook que invitaba a los jóvenes a callejear en la ciudad, y de inmediato se sintió aludida y reconoció en la propuesta la importancia de apropiarnos de nuestro entorno. Se inscribió entonces en el recorrido por parques, plazoletas y plazas del Centro y cuando se abrió la convocatoria para el concurso de crónicas decidió, sin dudarlo, que quería relatar una parte de ese recorrido que había hecho por la calle Barbacoas, de la cual ya tenía algo de conocimiento previo e investigación adelantada. Sara cursa sexto semestre de Comunicación Social y Periodismo, y a sus 21 años ya recibió un reconocimiento en los premios Visión 2018, de la Universidad Pontificia Bolivariana, en la categoría de Mejor Crónica.

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Cada uno para distintas personalidades y gustos: para hombres ya con canas y para jóvenes que apenas están empezando a descubrirse. Para empresarios con corbata y para universitarios. Para mujeres de vestido y tacones y para mujeres en moto y tenis. O simplemente para grupos de amigos que quieren hablar en medio de melodías románticas, como es el caso de El Machete.


Desde arriba, sobre mis propios pies CABEZA Y CORAZÓN CALLEJEROS / 50

Tramo 1. De la décima a la sexta 3:00 p. m. El sol aún golpeaba fuerte la plazoleta del teatro ese 23 de junio. 3:01 p. m. El lugar se llenaba con el ritmo del tango que sonaba desde el interior: jóvenes y adultos en un mismo espacio queriendo aprender el lenguaje de la música. Era momento de empezar: pasos, piernas y voces se reunieron en un círculo completamente imperfecto. Se podían ver todos los rostros (veinticuatro en total, aunque escuché que éramos sesenta y seis los inscritos; lástima tantas ausencias), algunos sonrientes, otros opacados por la timidez, pero los ojos estuvieron enfocados todo el tiempo en las Los colores del 12. Parque Biblioteca Gabriel García Márquez. 4:39 p. m. Foto: Diego Alejandro García Ortega

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Por Alejandro Mejía Cortés


manos. En orden, nos fuimos ramificando por una colina, rumbo hacia las historias que componen el Doce de Octubre.

instrucciones que mencionaba nuestra guía Marisol. Tras la orden, solo subimos un escalón y ya nos encontrábamos sentados en la van. Un trayecto muy corto. Era emocionante ver tantas caras jóvenes que junto conmigo reflejaban receptividad. Se sentía el ascenso mientras atravesábamos sin afanes algunos de los doce barrios que componen la comuna seis. La comprensión de lo que decimos tantas veces: que somos una ciudad de montañas, de alturas. Tramo 2. Entre realismo mágico y jóvenes callejeando

4:19 p. m. El recorrido apenas comenzaba. Dentro de mi desconocimiento geográfico no distinguía hacia dónde nos dirigíamos ni qué calles empezaban luego de ciertas zonas. Marisol, siempre atenta,

nos daba sus nombres y nos señalaba puntos de referencia: escuchamos de la calle 51 y de la avenida Oriental. De la carrera 65 y nos señalaba el cementerio La Calendaria, o Jardín Universal como lo conocíamos varios. De repente comenzó el ascenso por la 104, que se convirtió de inmediato en la 76. En un abrir y cerrar de ojos habíamos llegado. Eso fue rápido, nunca lo creí así, puesto que desde el punto inicial hasta donde señalaron el final se veía un trayecto largo y empinado. Bajé y lo primero que vi fueron los colores que adornaban los alrededores de la biblioteca Gabriel García Márquez en el barrio Santander, que poco a poco se transformó en un escenario dedicado al encuentro y regocijo familiar. Corrían los niños, corrían los perros, la música urbana sonaba en una tarima y la poesía tenía su propio

Tramo 3. Versos ilustrados en memoria de Guillo

Donde las esculturas hablan. Tallerarte. Doce de Octubre. 5:50 p. m. Foto: Diego Alejandro García Ortega

grupo de lectores (eran dos idiomas que se complementaban en un mismo verso), dos equipos jugaban fútbol, se elevaban cometas. Se confirmaba una vez más que estábamos muy alto… y que faltaba subir un poco más. Hicieron un llamado. Nos preparamos, otro círculo irregular, estirábamos y visualizaba lo que sería el ascenso mientras trataba de tocar el suelo con ambas

5:20 p. m. en mi reloj cuando ya gran parte del trayecto habíamos caminado, aunque era fácil saber que pronto se oscurecería. Nuestros pies no necesitaban saber de tiempos, el esfuerzo que hacían para subir era motivado por la vista panorámica de Medellín que se vislumbraba entre ladrillos y calles angostas. Entre más arriba estábamos más empinado se sentía, el sudor corría por todo el cuerpo, las historias durante el trayecto sobre los barrios que caminábamos se metían entre oídos atentos queriendo escuchar más y ver desde lo imaginado lo que tenían por contar aquellos lugares que cruzábamos. Planicie, un poco de respiro, había llegado al barrio El Triunfo. Yo seguía a la multitud, desde lo lejos veía cómo todos desaparecían por una pequeña puerta de un edificio gris, ingresaron uno tras otro, yo un poco distraído por los juegos mecánicos que adornaban una pequeña feria rodante que estaba de paso por el barrio. Un paso, cuatro pasos di cuando entré en el edificio,

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BAJÉ Y LO PRIMERO QUE VI FUERON LOS COLORES QUE ADORNABAN LOS ALREDEDORES DE LA BIBLIOTECA GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ EN EL BARRIO SANTANDER, QUE POCO A POCO SE TRANSFORMÓ EN UN ESCENARIO DEDICADO AL ENCUENTRO Y REGOCIJO FAMILIAR.


Llegó mi parte favorita del día: el recital de poemas. El colectivo Citibundas “palabras que divagan en el barrio” se tomó el momento y los versos hicieron lo suyo. El lugar se llenó de recuerdos, oposición, contrariedad y verdad con cada texto leído de los libros seleccionados, uno de ellos conmemoraba a Guillo: Cuando maduran las piedras. Alrededor podíamos apreciar obras hechas por este artista, otras recibiendo el último toque de arcilla por los pequeños aprendices presentes y muchas otras compartidas por personas que probablemente solo escucharon del hombre pero que no llegaron a conocerlo. En ese instante no quise sacar ni lápiz ni papel, me dediqué a escribir en el aire y a escuchar cada poema que sonaba como cualquier otra obra musical que tranquiliza. De lo

Desde acá los veo a todos. Zona rural comuna 6, 6:28 p. m. Foto: Diego Alejandro García Ortega

El sol caía, eran las 5:52. El grupo salió del lugar como si hubieran pasado años encerrados sin ver el sol. Cada uno en lo suyo siguió el camino en fila india, tocándole los talones a quienes lideraban la tropa para no perder ritmo. Podía ver que el asfalto ya no era tan negro como lo había sido en el inicio, el suelo llegaba a un punto de ser cemento y rieles a la vez, con un poco de vegetación a los lados y callejones mucho más estrechos. Cruzamos, estábamos rodeados de casas que eran vecinas íntimas entre ellas. Casas testigos del grupo que se dirigía al cerro El Picacho. El suelo pasó de gris oscuro a verde montaña tranquila, estábamos cada vez más cerca de llegar. Tramo 5. El bullicio de las mentes

presenciado, escritos de Cuando maduren las piedras me resultaron casi un silencio atónito entre tanta solidez y textos espabilados que mueven, que construyen. ¿Acaso eso sentía Guillo en sus tiempos de inspiración? O tal vez solo buscaba que el resto pudiera experimentarse y reivindicarse con el mismo arte. “Apreciar la belleza de la verdad”, insistía Guillermo.

7:00 p. m. La noche llegó y con ella

el desafío de no ver absolutamente nada, un caos para alguien con miopía agravada. Mientras encendía mi linterna para darle un poco de luz al camino y guiar a los que pisaban mis huellas en el lodo, escuchaba un poco de la historia del lugar que nos esperaba. Aún a lo lejos y con voz apagada, el hombre mencionaba que un cardenal en 1935 mandó a hacer un Cristo

Abrazando el firmamento. Cerro El Picacho, 7:13 p. m. Foto: Diego Alejandro García Ortega DESDE ARRIBA, SOBRE MIS PROPIOS PIES / 55

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Tramo 4. Aquí se acaba el asfalto

todos ya estaban reunidos, nuevamente me pregunté por qué seguíamos haciendo círculos tan desaliñados. Estábamos en Tallerarte, creado hace veinticinco años por y para la comunidad de la 6, fundado por Guillermo Villegas Mejía “Guillo”, tolimense que inspiró a muchos niños y jóvenes a progresar desde el movimiento artístico y a transgredir desde la palabra, la escultura, la pintura y la creatividad.


El viento congelaba, el ritmo cardiaco se estremecía en pechos agitados por la emoción y el cansancio. Una vista que devolvía el aliento, mirar hacia arriba y encontrarse la figura de un Cristo de esteatita y concreto, que desde lo lejos es diminuta y ahora podía tocarla. El viento ya no congelaba, era más un momento acogedor. Llegó la poesía y se hospedó entre nosotros, nuevas voces, nuevas introspecciones, nuevos seguimientos de lectura. El Cristo Salvador nos convocó a sentarnos en el suelo y fue partícipe de los hechos. Ya no me sentía agotado, se respiraba fresco, se respiraba vida. Empezó el descenso, los pies ya eran parte de la ruta. Nos topamos con una vista inolvidable de Medellín. Recuerdo que podíamos ver cómo desde la puerta

Alejandro Mejía Cortés

Luciérnagas artificiales en el valle. Medellín, 8:25 p. m. Foto: Diego Alejandro García Ortega

trasera de una casa se podía apreciar todo el valle iluminado. En ese instante, ya no éramos uno, éramos todos, agarrados de las manos, escuchando el bullicio de las mentes, un silencio cautivador. Me preguntaron: ¿qué te dice el agua mientras corre entre estas pequeñas zanjas?, contesté: déjame ir y llegar a la ciudad, me están esperando ▪ -wolfandbear-

Tiene 24 años y es comunicador audiovisual. Quiso compartir la experiencia de los recorridos que ha hecho con Medellín en la Cabeza porque sintió que, desde las palabras, podía motivar a otros jóvenes a acercarse también a estas vivencias. Supo de la existencia de este programa porque su pareja asistió primero a uno de los recorridos; a él le llamó la atención y también se unió para conocer mejor el corregimiento de San Cristóbal, el cerro El Picacho y La Asomadera. El tema al que más ha disfrutado acercarse en el transcurso de estas experiencias es el de la presencia de campesinos en Medellín.

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de tres metros para el congreso católico dirigido por la UPB en Medellín. Pasando entre ramas y obstáculos húmedos el hombre continuó: y ahora se preguntarán cómo llegó el Cristo hasta allá arriba. Y es que luego de terminar el congreso, se lo llevaron para la finca de los bolivarianos que quedaba por el sector. Lo subieron por partes y se demoraron cinco años.


El duende que camina Por Anyer Lorena Mosquera Sánchez

Caminando por “Barrio Triste” uno se puede encontrar con seres inspiradores, como el mecánico que trabaja independiente, quien pasó de ser un niño aventurero a convertirse en el Duende que Camina. La fuga Es el cigarrillo el primero de sus cinco enemigos, Carlitos lo probó cuando solo tenía siete años de edad, como consecuencia de la muerte de una mamá a quien nunca pudo conocer; tenía solo un año y medio de nacido cuando su padre lo arrebató de sus brazos, desde ese momento vivió con su abuela durante diez años, hasta que ella también falleció. Sin tener alternativa o refugio alguno le tocó irse a vivir con su papá y su madrastra. Su papá, por cuestiones de trabajo, viajaba constantemente para mantener la casa. La madrastra aprovechaba su ausencia para cerrar la puerta con llave y dejar al niño en la calle; cada que podía entraba a la casa y sacaba huevos de los que traía su papá, para poder comer algo.

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Sagrado Corazón de Jesús, verdadero nombre del popular “Barrio Triste”. Al fondo, la iglesia que lleva su mismo nombre. Foto: Anyer Lorena Mosquera Sánchez.


Finalizaba junio cuando su papá llegó de uno de sus tantos viajes, su esposa lo recibió con quejas sobre Carlitos: que no dormía en la casa, que era grosero, rebelde y solo entraba para robar el mercado; el papá, sin mediar palabra, lo miró fijamente, se quitó la correa y le dio los tres correazos más fuertes de toda su vida. El pequeño no derramó una sola lágrima, salió de casa con una cobija, una camisa y un pantalón, y nunca regresó. Días después de haber salido de casa, de dormir en las calles, pasar hambre y frío, Carlitos conoció a otro niño de su misma edad, quien fue abandonado por sus padres al nacer; su único techo habían sido los cartones y su comida los desechos de los basureros. Juntos decidieron emprender una aventura.

Un largo camino La carretera estaba tan oscura que no se alcanzaban a ver el uno al otro. Eran las tres de la madrugada, dos niños de once y doce años caminaban agarrados de la mano. Aun sin luna y sin estrellas, el cielo los acompañaba en su andar, sus voces contando historias y los grillos que cantaban sin cesar. Cada uno de ellos no llevaba más que la ropa que tenía puesta; los bolsillos, al igual que sus estómagos, iban vacíos. Salieron de Manizales en junio 30 de 1971, llevaban diez horas caminando, sus frentes sudaban, su respiración se aceleraba y sus estómagos rugían del hambre. Se sentaron en una enorme piedra para descansar, hasta quedarse dormidos.

Durante el día se frotaban los ojos con la yema de los dedos, como quien muere de sueño; de vez en cuando alguna familia de buen corazón de las que viven en la carretera les ofrecía una taza de aguapanelita, café o chocolate con arepa y quesito, a cambio de cortar leña. Los días avanzaban, ellos seguían andando, el sol igual se oculta al anochecer y se pone al amanecer. Mientras tanto, disfrutaban del paisaje, contemplaban los árboles, verdes y frondosos, flores de todos los colores y tamaños. En las noches la brisa golpeaba sus rostros, el frío era inevitable, y no tenían más abrigo que sus pequeños brazos; poco a poco esperaban el amanecer que desaparece la neblina.

Son 196.4 kilómetros los que separan a Caldas de Antioquia, en carro equivalen a cinco horas aproximadamente, pero estos pequeños valientes y aventureros recorrieron todo ese kilometraje caminando, durante ocho días con sus siete noches. Un mecánico atrapado en los excesos de la capital paisa Al llegar a Medellín la vida de cada uno de los niños toma un rumbo distinto… Vagando por las calles de la ciudad, Carlitos comenzó a trabajar como ayudante engrasador a orillas del río Medellín, luego empezó a montar muelles; hasta que llegó a “Barrio Triste”, donde pasó los peores –pero paradójicamente también los mejores– momentos de su vida.

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LOS DÍAS AVANZABAN, ELLOS SEGUÍAN ANDANDO, EL SOL IGUAL SE OCULTA AL ANOCHECER Y SE PONE AL AMANECER. MIENTRAS TANTO, DISFRUTABAN DEL PAISAJE, CONTEMPLABAN LOS ÁRBOLES, VERDES Y FRONDOSOS, FLORES DE TODOS LOS COLORES Y TAMAÑOS.


de nada, no le duró ni un año, lo gastó en trago, cigarrillo, perico, mujeres y juegos. En el 2002 apareció una luz al final del túnel: una prima suya lo encontró tirado en las calles del Sagrado Corazón y se propuso ayudarlo, llevándolo a un centro de rehabilitación. El hombre que está frente a mí ya no es un niño de doce años, ahora es el Duende que Camina, como es apodado en el barrio, por su travesía de ocho días caminando de Manizales a Medellín.

Tenía quince cuando fue papá por primera vez, ¿papá? ¡No, qué va! procreó un hijo por primera vez. En Colombia hay un gran porcentaje de jóvenes que es padre o madre antes de los dieciocho, que es la mayoría de edad en nuestro país, sin tener la responsabilidad que se requiere. A los dieciocho entró a la policía, pero todo empeoró, cada vez bebía más; la lujuria y la ludopatía se enfilaron en la lista de enemigos. Se retiró de la policía porque eran muchas las injusticias que se veían a diario –dice con nostalgia–. Al salir de la policía se casó con una mujer, con quien duró tres años y medio. Pasaron muchas mujeres por su vida, soltaba una y agarraba a la otra, pero con ninguna se organizaba. Catorce años después, sin antecedente de haber vuelto con alguna mujer, regresó con la que fue su esposa luego de haber salido de la policía. “Ella con su pasado y

Mirar la cédula de Carlos es ver una expresión triste y demacrada, mirarlo de frente hoy… ¡Vaya sorpresa!, un rostro con semblante agradable, es un hombre noble y perseverante, tiene puesto un overol color azul, lleno de grasa y aceite vehicular.

yo con el mío” –dice, con resignación–. Dos años y medio después ella murió. Una luz al final del túnel Finalizando el siglo XX, con mucho trabajo, esfuerzo y dedicación Carlos reunió treinta y siete millones de pesos; quería montar su propio negocio y conseguir una casa para su familia, pero no sirvió

Al caminar por las calles del Sagrado Corazón encontrarás miles de historias y animales curiosos, como este perrito que posó para mi cámara. Foto: Anyer Lorena Mosquera Sánchez

Carlos trabaja como mecánico independiente, guarda sus herramientas en el almacén Los Muelles, tiene cirrosis y azúcar en la sangre, pero su aspecto es el de una persona sana; cada día madruga a montar muelles, suspensiones y frenos. Lleva dieciséis años en Alcohólicos Anónimos, durante ese tiempo no ha vuelto a consumir una sola gota de licor y hace diez años no se fuma un solo

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Cuando cumplió catorce años probó el licor por primera vez, su segundo enemigo; fumaba y bebía sin parar. También conoció la marihuana, pero eso no le sentó; probó el bazuco y tampoco, hasta que encontró a su tercer enemigo, el perico –cocaína–. Trabajaba duro, pero la platica la gastaba en trago, perico y cigarrillo.


Manchas, la gata del almacén Los Muelles. Si la acaricias durante más de dos minutos tus manos quedarán literalmente “manchadas”. Foto: Anyer Lorena Mosquera Sánchez.

cigarrillo, después de que llegó a fumarse tres cajas diarias.

pudo salir a tiempo de su infierno. ¿Estaremos saliendo también del nuestro?

Hoy es un hombre de cincuenta y nueve años de edad, pero solo con dieciséis años de vida, asegura. Me atrevo a decir que es un joven atrapado en el cuerpo de un adulto, esto hace que me detenga a pensar en qué tipo de vida estamos llevando los jóvenes y las jóvenes actualmente, ¿qué tan orgullosos y orgullosas nos sentiremos de nuestras vidas cuando lleguemos a la edad de el Duende que Camina? Por fortuna, él

Carlos es un hombre que transmite paz y tranquilidad. Conversando con él descubrí que la diversidad es más que una simple banderita de colores; a veces, siendo jóvenes tomamos decisiones que nos pasan cuenta de cobro a través de los años, a Carlos la vida le dio otra oportunidad, y hoy tiene un espíritu quizá más joven que el mío. El Duende que Camina puede ser cualquier joven de cualquier rincón de Colombia. ▪

Tiene experiencia con el lenguaje escrito a través de su blog y su página web, Mariposa Azul, en los que publica principalmente ensayos sobre todos los temas que son de su interés; por eso, cuando se enteró a través de la cuenta en Twitter de la Alcaldía que Medellín en la Cabeza abría un concurso de crónicas inspiradas en los recorridos que el proyecto hacía por la ciudad, decidió darse la oportunidad de conocer otros espacios y participar en este género nuevo para su experiencia. Anyer Lorena tiene 25 años y vive en el barrio Belén, es abogada litigante, especialista en Derechos Humanos con enfoque en equidad de género. Es además consejera en la Unión de Ciudadanas de Colombia —seccional Medellín— y asesora jurídica voluntaria en la Corporación Espacios de Mujer.

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Anyer Lorena Mosquera Sánchez


Relato de un encuentro con el tango Por Juan Guillermo Sanmartín Romero

Veintiún años después comprendí que si no escribía algo sobre el tango estaría cometiendo un crimen, porque mis antepasados eran de Argentina, yo llevaba el mismo apellido del libertador de ese país, mis nanas de infancia fueron dos famosos bailarines de tango y toda la vida viví en el barrio Manrique, junto a la avenida Carlos Gardel. Por tanto, me vi obligado a escribir este relato después de callejear en el Centro de Medellín. El día del recorrido de Medellín en la Cabeza fue la primera vez que caminé en el Centro sin prisa. Ese día sentí que las historias no se movían en el tiempo, solo hacía falta verlas con detalle de calculista para descubrir las maravillas que traían ocultas. La tarde en que iba al recorrido no recordé el punto de encuentro, así que salí temprano de casa, antes de la puesta del sol, hacia la plaza de Cisneros, en donde

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Callejeros al inicio del recorrido Foto: Juan Guillermo Sanmartín


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creí que encontraría al grupo del recorrido. Pero no fue así. Pasé más de dos horas esperando sentado en un escaño de madera de la antigua estación Medellín del Ferrocarril de Antioquia. Compré el primer café del día y esperé hasta enterarme de que estaba en el lugar equivocado.

Contertulios y unos tangos Foto: Juan Guillermo Sanmartín

LAS FONDAS QUE VISITAMOS ERAN BASTANTE PARECIDAS, AUNQUE CADA UNA TENÍA ALGO ESPECIAL.

Rinconcito porteño en Medellín Foto: Juan Guillermo Sanmartín

Llegar al lugar equivocado, sin embargo, no me hizo apartar del recorrido, porque estuve en Guayaquil y el antiguo Pedrero, lugares que fueron epicentros del tango y la bohemia en Medellín, y desde mi error de memoria me comencé a conectar con el tango e hice un viaje al pasado por medio de la imaginación. Para fortuna me indicaron el lugar correcto de la cita y pude llegar hasta allí, pero una vez más tuve que arribar al Centro con mucha prisa, pues estaba en una contrarreloj para no ser dejado por el grupo. Llegué con el tiempo justo al teatro Pablo Tobón Uribe, el punto asignado. Allí me encontré a un par de amigos que no veía hacía unos meses. Ellos estaban en el mismo recorrido que yo, pero ninguno planeó el encuentro, solo nos topamos por puro azar. Después de vernos nos sentamos a conversar antes de que empezara el recorrido y yo me tomé mi segundo café del día mientras caía el sol.

Al entrar en los viejos cafés de tango y otros lugares que parecían estar congelados en el tiempo, me sentí como en San Telmo, en Barracas o en la Recoleta, en los Arrabales o dentro de los cafés de Corrientes. Al sonar un tango en la rocola de esas antiguas fondas imaginaba a todos los medellinenses y porteños, conmovidos por las pesadillas de sus duros trabajos, de sus malos jornales y sus difíciles vidas, cantando verso a verso y canción a canción, para escapar mentalmente de su realidad contrariada. Las fondas que visitamos eran bastante parecidas, aunque cada una tenía algo especial. A las paredes del Adiós Muchachos no le cabía un cuadro más de las leyendas del tango, de las pinturas de Gardel y sus películas. Las sillas metálicas del Homero Manzi eran muy pesadas y rodeaban las mesas, unas cubiertas con manteles en donde los compadres jugaban unas cuantas partidas de ajedrez, parqués, damas chinas o dominó. En el pasillo del Salón Málaga de la avenida Bolívar había una barra en donde los hombres fondeaban hasta el amanecer, acompañados de las melodías del bandoneón y el piano. Al fondo del café se

Memoria de Gardel en Manrique Foto: Juan Guillermo Sanmartín

ubicaba una sinfonola enorme donde los compadres programaban sus canciones favoritas. Se decía que en Guayaquil había otros cafés que ya habían desaparecido cuando yo callejeé. Esos cafés tenían fachadas austeras y guardaban la precaución de que las ventanas fueran oscuras, para no ser visto de afuera hacia adentro.


El recorrido me ayudó a descubrir que el tango era un patrimonio cultural de Medellín. Y no era para menos. Un par de canciones que escuchamos en el recorrido y las pláticas de los entusiastas guías, me ayudaron a comprender que este género, de una u otra forma, representó las realidades de los medellinenses. De seguro por eso lo amaron tanto y no solo por la muerte de Gardel, Medellín se hizo al título de la sucursal del tango. Medellín era tango o el tango era Medellín, porque era para todas las clases sociales y había una canción para cada situación. Incluso a pesar de estar a miles de leguas de distancia de Buenos Aires, podría asociarse el lunfardo con el parlache. Al final del recorrido pude concluir que las cosas existen en la medida en que las veamos. Me lamenté al saber que no visitar

ni ser conscientes de nuestras maravillas culturales y patrimoniales, puede hacer que corran el peligro de ser olvidadas porque, aunque estén, nadie las ve por la prisa con la que camina. Mis zapatos se desgastaron un poco, porque el recorrido duró toda la puesta del sol hasta un poco menos de la medianoche. Entendí que entre menos caminemos, leamos libros y hablemos con nuestros abuelos, así de repente, somos más limitados para conocer y contar historias de Medellín. Tal vez por no conocer historias como la del tango en la ciudad, solo contamos las mismas viejas historias de violencia y conflicto, pero hay mil relatos más esperando ser contados. El día del recorrido fue la primera vez que caminé el Centro sin apuros, y lo volveré a hacer cuantas veces pueda. Los callejeros, todos ellos jóvenes, fueron unos valientes que buscaron encontrarse con el tango en Medellín, como paleontólogos de la cultura buscando un fósil en una gran ciudad. Por mi parte, con este escrito, no cometí el casi crimen de olvidarme de narrar las historias del tango ▪

Juan Guillermo Sanmartín Romero Nació en agosto de 1997 a una cuadra de la avenida Carlos Gardel, y toda su vida ha sido habitante del barrio Manrique. Por eso escribir su crónica sobre el tango era casi una obligación moral con su origen, con su apellido, con su entorno cercano y con sus intereses. Actualmente es estudiante de Comunicación Social en la Universidad Católica Luis Amigó y siente que la crónica es el género que mejor le permite narrar las historias a las que se aproxima, por su cercanía con el cuento y su capacidad para transformar las noticias en historias. Con Medellín en la Cabeza Juan Guillermo hizo el recorrido por el viejo Camellón de los Guanteros y por Ayacucho, y espera seguir recorriendo la ciudad, en especial desde el enfoque de su gastronomía.

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Después de ver los bares y cafés entendí que estos eran el centro de reuniones de la cofradía de los bohemios medellinense que, con las canciones del tango, se sentían más argentinos que cualquier otra cosa. Solo faltaba que en los cafés vendieran mate pampero en vez de café montañero.


Es difícil comprender por qué muchas personas gastan tanto dinero en salmones de veinte mil pesos la libra, cuando sus olores no expelen agradables fragancias, fastidian al olfato y agobian por su pestilencia a costa marinera o a bahía caribeña en horas de la madrugada.

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Por Eddie Vélez Benjumea

Así recibe diariamente a sus visitantes la plaza de mercado La América: con ese olor a salmón, róbalo y sabaleta remojada en hielo. Constaté que la sal no se siente solo con la lengua. Cerré los ojos por puro masoquismo para percibir con detenimiento ese olor. Resultado de ello sentí que la nariz me quedó salada. “Este mercado es una de las plazas satelitales del municipio de Medellín”. Lo sabría más adelante por boca de John Jairo Acosta, director del Aula Ambiental de la plaza. Esta plaza fue fundada en 1968, pensando en que los habitantes de los barrios más alejados del Centro no tuvieran que Imagen creada por Eddie Vélez

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Catar los olores


carne o pescado, —son los olores que se pueden desprenden de los primeros locales que gobiernan la entrada de la plaza—.

Decidí no centrarme solo en el olor del pescado. Es necesario transitar tres locales antes de entrar a las profundidades de la plaza para toparse con Noemí Acevedo. Noemí en ese momento tenía una arepa con aguacate en la mano, un desayuno bien paisa, por cierto. Cuando llegué a la cafetería donde ella, la puso en la placa de metal del carrito en el que trabaja —la arepa no tenía ni el primer mordisco— y me sentí un poco mal porque sé lo que se siente cuando no te dejan almorzar en paz. Fui directo para no agotarle el tiempo, pero, sobre todo, para que no se le enfriara la arepa.

Pero, ¿a qué huele “limpio”? Para mí, a todo, menos a pescado.

—Noemí, ¿a qué le huele la plaza? —le pregunté. Con el olor a manteca frita que ondeaba cerca, pensé que sería el único olor al que Noemí se podría referir, y la pregunta me pareció cliché. Sorprendentemente Noemí, mirando a su papá que desde hace 35 años se da el lujo —o el desacierto— de sentir ese olor marino, me dijo que a su alrededor le olía a limpio. Alrededor del carrito cafetero también se desprendían olores a pollo,

Subí al segundo piso de la plaza. Iba hacia el Aula Ambiental del mercado. Me debía encontrar con los chicos de un recorrido de Medellín en la Cabeza. Nuestra tarea era averiguar si la ciudad realmente tiene campesinos, pero sería algo que reflexionaríamos como última faena de nuestro encuentro. En ese momento estaban en compañia de John Jairo curioseando la huerta poblada de frutas, verduras y plantas de especias que los integrantes del Aula Ambiental tenían en cultivo. Me detuve a catar el olor de cuanta planta llamaba mi atención: se respiraba menta, tomillo, fresa, rúgula. Contrastaba con el olor del abono líquido que fabricaban cientos de lombrices de tierra en canecas tapadas con bolsas de basura. Las lombrices estaban en un ambiente propicio para labrar la producción de abono orgánico: mangos, bananos, tomates con la piel amarilla. En cambio, la mixtura de estos alimentos era una cosa tediosa para nuestro olfato. Las cosas tediosas

DESPRENDÍ CON CUIDADO UNO DE SUS PÉTALOS, LO PUSE EN MIS DEDOS. LO COMENCÉ A MACERAR SUAVEMENTE ENTRE MIS YEMAS Y DESCUBRÍ POR FIN DE DÓNDE SACABAN EL AROMA DEL AGUARDIENTE son a veces extrañas, y para nosotros, extraño, en ciertas ocasiones es lo mismo que desagradable.

describir olores diferentes a los que los jóvenes y adultos referenciamos de la misma planta.

Tres metros adelante me topé con otra planta, era estragón mexicano. Tenía unas hojas pequeñas, cortas y delgadas. Me dijeron que la desmenuzara entre mis dedos para experimentar su fragancia. —Huele rico —me decían—. Desprendí con cuidado uno de sus pétalos, lo puse en mis dedos. Lo comencé a macerar suavemente entre mis yemas y descubrí por fin de dónde sacaban el aroma del aguardiente, o al menos de dónde se imitaba.

Camilo, luego de oler la hoja de esa variedad de estragón, sintió curiosidad por saber si además del olor, también tenía gusto a aguardiente. Cogió un pedazo y se lo llevó a la boca sin tener alguna referencia de lo que podía pasar. Pero dijo que la planta no le supo a guaro, sino a menta. Yo no la degusté. Me quedé con la intriga de saber si mi lengua quedaría con gusto a anís.

—Los olores son bien subjetivos —pensé. A mi la planta del estragón mexicano me olió a limpio (a todo, menos a pescado). A Camilo Yepes, un joven participante de aquel recorrido, machacar la hoja entre sus dedos también le recordó al olor del guaro, y a Ivone Mayensi, una curiosa niña de ocho años que acompañaba el recorrido, la planta le olió a menta. Fue interesante ver cómo esa pequeña pudo

Cinco minutos después de experimentar el olor de esa planta aguardientosa me separé de los chicos, bajé, y ahí, en el primer piso, estaba Jaime Uribe Vélez. Me llamó la atención al primer vistazo: un viejo con poncho al hombro y sombrero aguadeño, vendiendo papas en un puesto de al menos dos metros cuadrados. Me acerqué. Al hacerle la misma pregunta que a Noemí me dijo que a su alrededor sentía un aroma a aguardiente. No sé si

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desplazarse por tan largos trayectos para comprar una cebolla o una zanahoria para el sancocho dominical.


fue porque mis manos expelieran ese olor después de machacar las hojas de la planta del estragón mexicano, pero fue lo primero que me dijo. Tal vez sí quedé impregnado por aquella fragancia.

huelga de trabajo colapsaría el sistema. Entonces agradecí a mi Dios —que en este caso puede ser la deidad que se quiera— por el arduo trabajo del campesino y por la variada riqueza de la tierra colombiana.

Seguí mi travesía por el laberíntico mercado. Husmeando allí, olfateando allá. Pensando en la importancia que tiene el agricultor en la civilización. De hecho, la primera revolución fue por la agricultura. Comenzó en el periodo neolítico cuando el ser humano, con sus asentamientos permanentes, pasó de sobrevivir únicamente de la caza de animales salvajes, a la agricultura. Mark B. Tauger, profesor de historia de la Universidad de Virginia Occidental, argumenta que “los agricultores son un amortiguador social, porque son los que reciben el peor impacto en los desastres naturales y están obligados a superarlos para sobrevivir”. Concluyo, igual que él, que la agricultura es la base de toda civilización.

Luego de vagar libre por los callejones de la plaza me encontré de nuevo con los integrantes del recorrido. Concluimos entre todos que Medellín, si fuese levantada cientos de metros sobre el nivel del mar, sería un municipio insostenible en materia de producción alimentaria, pues la mayoría de alimentos para preparar, por ejemplo, una bandeja paisa, ni siquiera son cultivados allí.

Llegué, luego de mi primera conclusión, a otras más diversas: la base de nuestra sociedad es la alimentación. Sin personas que cultiven nuestros alimentos habría caos. Si los campesinos entraran en

El campesino es importante: para la sociedad, para los comerciantes, para el Gobierno. Es también indispensable porque genera alimento para el ganado y contribuye a la nutrición de las civilizaciones. El campesino, más que un productor agrónomo, es indispensable porque es el cultivador de nuestros alimentos y científico de las verduras que generaron los olores que durante la investigación para esta crónica pude catar ▪

Eddie Vélez Benjumea Es comunicador -periodista y sus crónicas han sido publicadas en diversos medios como Noticias CPC, Ciudad Rural, revista El Aguacero de Caldas, y actualmente está en proceso de aprobación para publicación de su más reciente crónica en El Espectador. Mediante sus prácticas universitarias se enteró de la existencia de Medellín en la Cabeza y decidió aceptar la invitación a recorrer la ciudad en varias ocasiones, de las cuales, la que decidió relatar en esta publicación sobre la plaza de mercado de La América y el papel de los campesinos en la sociedad fue una de sus favoritas, debido a la conexión especial que siente hacia la ruralidad, hacia nuestros orígenes ancestrales y nuestras raíces.

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“LOS AGRICULTORES SON UN AMORTIGUADOR SOCIAL, PORQUE SON LOS QUE RECIBEN EL PEOR IMPACTO EN LOS DESASTRES NATURALES Y ESTÁN OBLIGADOS A SUPERARLOS PARA SOBREVIVIR”.


Por Weider Arles García Pavas

Soy un marica que narro otra historia, la de gritar basta ya a tanta realidad ignorada. (Weider García- 2016) Allí están con el frío de una noche de viernes, son las dos de la madrugada. Desde el balcón de “La Madre” veo varias maricas que cruzan la calle y se menean esperando cliente, son ellas las nuevas trans del barrio, son ellas las que conservan la bulla. Atrás, junto a la esquina trasera del museo cementerio San Pedro, está la olla; una mezcla de labiales, de bazuca, de bulla, de comidas rápidas; en fin, un itinerante recorrido

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Lovaina, los tacones de una ciudad amanerada

Se vale llorar por quienes mueren en el proceso de la lucha por ser mujeres con pene, hombres con vagina, y por los que aún tienen miedo a ser rechazados por ser libres.


en donde se narran delirios e idilios de medianoche, en una calle que en el hoy vive los restos de un pasado afortunado de dramaturgia y burguesía. Es aquí por donde actualmente pasa el metroplús y los alimentadores del metro, donde las viudas y amigos aún vienen a visitar a sus muertos o a conocer el cementerio más antiguo de la ciudad, donde reposan huesos de gente conocida del Medellín en su auge. Es Lovaina el barrio de las casas y su memoria, y de la gente y su historia. En Bélgica hay una ciudad llamada como Lovaina, pero en Medellín es un barrio amado por los que conocen su historia. No hay fecha exacta de su fundación, creció a partir de la calle 71, que es la vía principal. En el archivo histórico de Medellín dice que sus primeras ventas de lotes y la construcción de las primeras casas datan de 1917 y 1925. Hoy en Lovaina quedan secuelas de ese ayer, un pasado que trajo a este barrio un reconocimiento total, por ser el sitio donde se compraban amores de bar, en la Medellín de los sesenta, e incluso hasta los noventa, y hoy las huellas del ayer están frágiles, antes de desaparecer.

La bohemia, los bombillos rojos, la vida alegre, la rutina constante que perdura hoy en la memoria de una casa de travestis donde nació el amor homosexual, el amor por una falda, el amor por ser marica en una ciudad conservadora, llevada por leyes de iglesia; en esta Lovaina del ayer se construían rebeldías. Aquí en la zona nororiental de Medellín, en la calle Palacé, unas veinte cuadras a la redonda, junto con el museo cementerio San Pedro, que conecta con la estación Hospital y toda la calle del metroplús que sube para Manrique y Santo Domingo, queda esa Lovaina del recuerdo, donde ya no hay, como hace treinta años, un bombillo rojo encendido en la entrada de las casas de citas y burdeles que daba a entender que estaba abierto. Hoy son pocas las casas que quedan, ya es un lavadero de carros, una olla de vicio y una rutina de vida social entre familias e inquilinatos. Fue Lovaina uno de los lugares en la Medellín del ayer en donde nacieron los cortejos de miradas entre trans, homosexuales, y algunos que empezaban a sentir atracción por el mismo sexo. Por estas calles pasaron grandes historias de mujeres trans que buscaban un lugar

en la ciudad como forma de vincularse y protegerse del ruido de violencia de una Medellín de siempre. Fue en esta Lovaina donde nacieron los amores de varios homosexuales, junto con los bares que se regaron por la ciudad, en especial en el Centro, donde se daba cita una homosexualidad discreta, o donde había interacciones sexuales en los billares y cantinas a donde llegaban muchachos a picar el ojo o a ponerse pañoletas en el brazo para indicar que eran homosexuales o que estaban disponibles. Estos son ejemplos de estos cortejos donde el ritual de miradas terminaba con romances de cama. En la Lovaina de los setenta la movida era diferente, estaban las grandes casas de citas, donde aún había pocas trans. Poco a poco, con los años, desde Guayaquil y el Pedrero, los sitios cercanos de la estación Medellín del Ferrocarril, fueron llegando las primeras travestis a hacerles competencia a las grandes “vendeamores” de la ciudad. Luego rotaron a La Candelaria, a Barrio Triste, donde entonces quedaba la plaza de mercado.

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EN BÉLGICA HAY UNA CIUDAD LLAMADA COMO LOVAINA, PERO EN MEDELLÍN ES UN BARRIO AMADO POR LOS QUE CONOCEN SU HISTORIA.


Para las trans no fue fácil llegar en los años setenta y ochenta; existían las batidas, que eran una clase de retenes en donde los “pájaros”, como se les llamaba primero a los policías, cerraban las calles y empezaban a requisar, sin distinción de nada; pedían la cédula y si sospechaban de alguna mujer, le alzaban la falda y si tenía pene la mandaban para la cárcel de La Ladera y la detenían solo por el hecho de ser un hombre vestido de mujer. Las trans han ido tomando un lugar dentro de las resistencias en la población LGBTI del Medellín de hoy, personifican la lucha más fuerte por el reconocimiento de sus derechos, que se puede contar como resiliencia. Hace ya varios años en Lovaina se apagaron los bombillos rojos que daban la entrada a los clientes; hombres que después de ir a visitar el cementerio no

perdonaban pasar por aquel lugar, por los grandes burdeles donde se compraba amor en el Medellín antiguo. Hoy son inquilinatos que quedan en la memoria del ayer de Lovaina, este barrio que vio crecer las comunas y conoció los grandes edificios en obra negra. Hoy, en la casa de “La Gata”, una trans que llegó a Lovaina hace algunos años, empieza en la noche una furia de deseo sexual. Allí, junto a otras casas de citas que aún quedan, están los recuerdos donde se mezclan los restos de amores de cama con los romances sexuales y la tertulia literaria del ayer, donde la bohemia de Gardel, de Malena o de “la reina del tango” Libertad Lamarque, entonaban los cortejos principales entre los asistentes a estos burdeles. Todavía, de vez en cuando, se escucha un tango en la radio de algún viejo encerrado en su casa, pero en donde

había burdeles de gente pudiente de la ciudad en el antaño, hoy solo se escuchan ruidos de electrónica, de guaracha, de Darío Gómez o de otros sonidos locales que intervienen en la construcción de la “Lovaina de tacones”. La Brigitte, una marica vieja del sector, ahí parada en su balcón de matas, mira a las otras trans que están abajo buscando amores y se acuerda de cuando ella estaba llegando al Lovaina de los ochenta. Entonces existían dos tipos de burdeles: a donde entraban los obreros del metro y otros trabajadores aledaños, y otro más caché, en donde se hacía reserva, burdeles de la clase alta, frecuentados por empresarios, dirigentes del gobierno y otros influyentes de dinero. La Brigitte recuerda cuando trabajó en Los Bikinis, un lugar donde modelaron junto con mujeres biológicas. Eran las trans y “las

gallinas” –como en ocasiones se hace referencia a las mujeres–, las que mostraban sus grandes atributos, esperando respuestas de los hombres, callados, sentados en las esquinas. Allí los clientes escogían de acuerdo con el cortejo, la mirada y la insinuación esbelta del cuerpo, e invitaban a una copa, para así pasar a la intimidad, bajo la carnalidad desbocada de la lujuria del cuerpo. Grandes burgueses de la ciudad fueron los clientes claves de muchas chicas trans. La Lola, la Polla, la Uribe, la Siete Pelos, la Pintuco, Honoria o la Bizca Altagracia, las mellizas Arias y otras grandes rosas de la huerta, tanto mujeres como maricas, fueron las que les quitaron la virginidad a más de uno, sin saber con precisión cuántos abrieron sus alas para salir del clóset con las maricas que conocieron en un furor alcohólico.

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LA BRIGITTE RECUERDA CUANDO TRABAJÓ EN LOS BIKINIS, UN LUGAR DONDE MODELARON JUNTO CON MUJERES BIOLÓGICAS. ERAN LAS TRANS Y “LAS GALLINAS”


Diego, Laureles, El Poblado, o viajan a pueblos. Hoy Lovaina es un recuerdo del puteo del ayer. Caminar por Lovaina es toda una jugada de miradas. Por la parte de abajo, detrás del San Pedro, están los ojos vigilantes de los que cuidan el barrio, “los carritos” de las casas de drogas, alertas a cualquier movimiento; las trans esperan cliente para atraerlo con cualquier mirada; los vendedores de drogas esperando un guiño; y los que juegan máquinas piden “la liga” para su ludopatía con mirada suplicante. En cambio, por la parte de arriba del barrio, por Palacé, están los gritos de los niños jugando en la calle, las madres

LOS VENDEDORES DE DROGAS ESPERANDO UN GUIÑO; Y LOS QUE JUEGAN MÁQUINAS PIDEN “LA LIGA” PARA SU LUDOPATÍA CON MIRADA SUPLICANTE.

ES LOVAINA UN CUENTO NARRADO POR LOS EXCLUIDOS, UNA CLASE SOCIAL QUE ES MARGINADA Y VULNERADA POR LAS MISMAS CONDICIONES DE VIDA. AQUÍ HAY PERSONAS EN CONDICIONES DE POBREZA EXTREMA, HABITANTES DE CALLE

ofuscadas, los mecánicos echando piropos, los que corren de un lado al otro, y los callados en su casas. En todo el barrio el olor a semen se revuelve con la gasolina de los talleres, con el olor a bazuco de los rincones de la olla, se mezclan el ruido del metro, las lágrimas de los dolientes del cementerio, el aroma a flores, a fritangas, la bulla de niños y el olor a copas, se suman las risas de mujeres de cabellos falsos cogidos con pinzas, y el patoneo de los tacones de ciudad, excluidos por ser diferentes. Es aquí donde son libres. Es Lovaina un cuento narrado por los excluidos, una clase social que es marginada

y vulnerada por las mismas condiciones de vida. Aquí hay personas en condiciones de pobreza extrema, habitantes de calle, personas de la tercera edad que han ido llegando por el desplazamiento en sus lugares de origen, consumidores, recicladores y, por supuesto, las chicas trans, tan excluidas como los otros. Pero aquí se conforman familias que no son de sangre, pero sí de afecto, protección y socialización para enfrentar la mirada crítica que destruye de una ciudad que ha maltratado, vulnerado y excluido. Entre los clientes que siguen visitando Lovaina algunos tienen grandes cargos públicos, otros son comerciantes, también hay algunos clientes viejos que

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Con los bombillos rojos del sector se fueron también las alegrías nocturnas de otros años. Hoy, allí donde había burdeles de lujo, empieza otro apogeo: la Puca, la Granadilla, la Lola, la Samanta y varias más, empiezan a lucir con sus tacones y su cabellos lacios, entre el ruido de los carros que bajan por la calle 67 y la música de la casa de La Madre –donde ponen desde baladas americanas, pasan por Juan Gabriel y llegan hasta electrónicas gays–, para subir el ambiente mientras la noche avanza. Varias se van perdiendo pronto con los clientes a buscar pieza o a dar un vueltón. Ya no hay bailaderos, solo pocas casas de citas. Algunas trans pagan pieza en los inquilinatos aledaños y se bajan a trabajar al Centro, a San


El tacón de la ciudad afeminada acoge, entre las copas y las casas, a los hombres con atuendos de mujer y a las mujeres con voz gruesa, a esa mezcla de mujeres con penes que transitan la ciudad hace ya varios años. Las trans, unas mujeres valientes que continúan en la lucha para ser reconocidas en la Medellín de la violencia, que hoy es innovadora. Lovaina ha sido testigo de las peleas de calle, de los labiales regados, de varias muertes que pagaron por la libertad de varias. En la Lovaina del recuerdo, donde salieron del clóset varios y varias, aquí todo se vale. Los excluidos estamos haciendo resistencia para ser reconocidos. En una ciudad que pinta la violencia, los tacones de ciudad estarán atentos frente a los fuertes vientos ▪

Weider Arles García Pavas Tiene 21 años y se dedica a estudiar y a hacer acompañamiento espiritual. La crónica que escribió para el concurso, aquí seleccionada: Lovaina, los tacones de una ciudad amanerada, fue su primer acercamiento a este género y al periodismo en general, por eso quiso construir su relato desde el conocimiento profundo que ya tenía del sector que decidió relatar, y lo complementó con documentación y testimonios. Se acercó a Medellín en la Cabeza por su interés en reconocer el territorio que habitamos, y ha disfrutado de las muchas caminadas que ha hecho con el programa, los recorridos relacionados con la memoria, las raíces, y la construcción y recuperación de las mismas.

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perduran, y unos pocos obreros, y trabajadores del día; hay quienes a escondidas se ponen brasier y se vuelven mujeres en un pasillo de habitaciones de casas de citas. Allí se vale de todo, así el bombillo no esté prendido.





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