Letra Muerta Nº11

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Letra Muerta

Fotografía de Carlos Navarrete

Nº11. Concepción, abril 2014


Quiénes Somos

Somos un cúmulo de gente voraz y corremos como estrellas por el firmamento. Aunque claro, nuestra estela dorada está hecha de espuma de cerveza, pescado crudo, lápices gastados y mudas de piel. El paso del 2014 nos pilló desprevenidos: de la vorágine del año de la serpiente, pasamos al caballo de madera. Y esto ha tenido altos y bajos para nosotros (a veces, más bajos). A Cecilia, nuestra diagramadora y fundadora, la mordió un perro con cara de pocos amigos y casi la dejó con una patita adentro del Cementerio I. Pareció un extra de The Walking Dead durante varias semanas, hasta que lograron revivirla a puras cremitas naturistas, povidona y antirrábica. A Karen volvió a picarla una araña (sí, de rincón) y para agregar algo novedoso, le entraron a robar; junto a las decenas de fotos porno-viajeras, perdió parte de su conciencia digital. Matías, en cambio, decidió armar sus maletas y fugarse junto a su novia por todo el norte de nuestro país. A ellos, aprovechamos de mandarles un gran saludo, desde el también movido Concepción. Terremoteados, asaltados, mordidos, incendiados, caídos, enamorados, perdidos, embriagados. Acá está la tríada de los marginados literarios, trabajando unidos para ustedes. No importa cuántos viajes ni catástrofes nos pasen encima: continuamos con todo nuestro delirio y el latir de nuestro corazoncito cultural, que retumba y mete ruido en esta larga y angosta faja de tierra.


Participaron en esta edición PROSA • Joaquín Toro, desde Chile, estudiante de inglés • Renzo Serri, desde Concepción (Chile), diplomado en E. Teológicos y estudiante de Trabajo Social • Rosssana Cañete Duarte, desde Chile • Cecilia Ananías, desde Concepción (Chile), periodista POESÍA • José Gutiérrez, desde Chile, estudiante de Derecho • Irán Infante • Victor Manuel Reynoso, desde Entre Ríos (Argentina), administrativo • Andrea Domic, desde Chile, estudiante de Psicología • Jorge Cocio, desde Chile, profesor de Filosofía • Pablo Catalán, desde Chile, Químico • Romina Riquelme Maturana, desde Chile, madre cesante • Vairon Vidal, desde Concepción (Chile), vago • Lumpen Lover • Katherine Henríquez, desde Concepción, nutricionista • Victoria Merino García, desde Chile, Profesora de Español • Karen Vergara, desde Concepción (Chile), estudiante de Periodismo • Sergio Gatica Navarro, desde Chile, Profesor de Filosofía • Sandrah Mendoza Hernández, desde México, escritora

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NARRATIVA David Sepúlveda Díaz, desde Calama (Chile) Rosssana Cañete Duarte, desde Chile Eva María Medina Moreno, desde España, escritora Samantha Beck Zita, desde México, estudiante de Lingüística Samuel Blanche, desde México, estudiante de Lingüística

REFLEXIONES • Ricardo García, desde Ciudad de México (México), Sociólogo • Vania Montgomery Yulis, desde Chile, estudiante de Teoría e Historia del Arte FOTOGRAFÍA • Bastian Vollrath, desde Chile • Viviana Muñoz Llaulén, trabajadora social • Bernardo Guzmán Roa, desde Curanilahue (Chile) • Fernanda Venegas • Nicolás Parra, profesor de Filosofía • Romina Riquelme Maturana, desde Chile, madre cesante • Sebastián Bueno, desde Chile • Cecilia Ananías, desde Chile • Karen Vergara, desde Chile • Portada: Carlos Navarrete Silva, desde Chile

Este trabajo está licenciado bajo la Creative Commons Atribución, No comercial y Sin obra Derivada. Licencia Internacional 3.0


Prosa


Lobo plateado Por Joaquín Toro, desde Chile, estudiante de inglés

Esta es la rosa que flota agónica en las crestas de las olas de un mar tan violento. Tan impredecible. Sus pétalos más mi voz se disuelven cual sangre se acoge al olvido y derramamiento inútiles. Todo, todo es una inútil distracción que huele a carroña. Oh vida, no sueltes el recuerdo, no me sueltes que pendo de los riscos con el viento arañándome el rostro afligido y echándome el pelo en todas direcciones, arrebatándome el respiro, llevándose el perfume de mi cuerpo y con él, el único rastro que tú, mi lobo plateado, puedes captar tan fácilmente y venir en la urgencia. Allá abajo los demonios del océano burlan a los guardianes y se disputan mi carne, cada uno una presa distinta, cada uno un brazo, cada uno una pierna, cada uno un cartílago, entre todos mi corazón, que es casi indestructible. ¡Ay, olas que rugen con sus fauces al acecho! Con el quicio reventado escupiendo. Depositando sus miasmas traídas de playas más solitarias e infelices que esta. Dispersando un olor a veneno, a muerte, a corazón perdido. Plagando las orillas de sombras húmedas que tapan las huellas de los caminares de mí y de ti. Ensuciando un aire que antes fue impoluto por tu impoluta sonrisa, por tu impoluto cuerpo, por tu impoluto desdén aniñado del amante verdadero, por tu impoluto amor, lobo plateado, de ojos grises y pelaje de hielo, de andar pretensioso y lo demás lunar. Mi canción se agota mientras mi voz se apaga, mi voz se apaga mientras mi amor se derrota, como el sol apaleado que se recuesta en la franja tricolor del horizonte. De ahí mi letanía, de ahí este rezo, de ahí este fuego mágico que clama atención de vosotros. Reposo ahora antes de gritar... Yazco sobre sábanas de locura hechas de jirones de brisa salada y húmeda con un violín acompañándome. Su melodía explota con una fuerza y romance inefables dentro de mi corazón haciendo que los acordes se propaguen en todo mi cuerpo, saturándolo al punto de evaporarse, escapando hacia el océano salvaje y mezclándose con el penetrante aroma a sal de costa. Ahora caigo…caigo por ti lobo pateado… mientras tu doblas fuerzas para asirme con tus patas y hocico… Cual si fuese yo a rendirme.

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Dead of dreaming for our love Por Renzo Serri, desde Concepción (Chile), Diplomado en E. Teológicos y estudiante de Trabajo Social Sucedió una vez en un Reino muy, muy lejano, que se reunieron en oscura cena, los Reyes de la Muerte, los amos sin esclavos. El Reino aquel tenía todas las casas derruidas y los sueños desesperanzados. Era la cena de los condenados. La mesa era de oro; la cena, de opulencia. La embriaguez abundaba y, en los corazones, también la guerra. Era la cena de todos los placeres que mitigaban la pena. Sucedió también, que terminada la cena, y bebido el vino y comido el pan como es tradición por aquellas tierras, tomó uno la palabra. Estaba un tanto más embriagado que el resto; un tanto más herido en sus adentros; un tanto más cansado, ya, de la Gran Cacería del Blanco Ciervo. Profirió estas palabras lleno de dolor y lamento: “Here’s to the pain… Brindo al dolor y el cielo sangra en llamas otra vez. Escribo la última oda a esta soledad que me ha encadenado a este padecer”. Y le secundé yo, recitando en verso, como lo hace el Rey sin reino. Al momento, entraron en dulce danzar los que parecían ya arlequines sombríos, ya payasos entristecidos. Ellos rompían los espejos del salón, y ya ninguno reflejaba nada, y ya nadie se identificaba. Y los trozos que quedaban desparramados por el suelo eran pisados con vil vehemencia… sólo quedaba polvo de espejo, polvo de estrellas, polvo de los sueños, polvo de las esperanzas; ese polvo que, cuando anuncia un nuevo inicio, anuncia un final sin sentido.

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Y ansí yo dije lo que transcribo. Fue el último grito desaforado, la respuesta a los ruegos no escuchados: ¿Qué es más mísero? ¿Reinar así en el destierro, o ser esclavos en, de ellos, el cielo? ¿Qué sacamos con construir un sueño? ¿No habría sido mejor la realidad desde el primer momento? Yo los dejo, hermanos míos; valientes son, si siguen con esto. Ya no sé quién fue el que nos prometió premio, pero la espera es larga y el dolor se ve eterno. Ya no me quedan fuerzas ni percibo sentimientos. Me voy a los que, alguna vez, llamé réprobos. Y digo con la mujer besada en la frente, dueña de una casa que no tiene dueño: “¿Hasta nuestro último empeño es sólo un sueño dentro de un sueño?”


Fotografías de Viviana Muñoz Llaulén, desde Chile

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Fotografía de Sebastián Bueno, desde Chile


La Anti-búsqueda Por Rosssana Cañete Duarte, desde Chile Hay búsqueda incesante Como el del poeta detrás del verso Como el del padre detrás del hijo abandonado Como cuando al anochecer se extraña esos ruidos, que en el día permanecen silenciados. Como el miedo persiguiendo a la paz, que habita a ratos en algunas cavernas. Yo por las noches temo que los bullicios histéricos salgan a bailar. El demonio que me toma el alma por la noche; Dios me la rescata por la mañana. Hay búsqueda incansable Búsqueda suicida indirecta, autodestructiva, letal y sanguínea. Mis ojos se llenan de lágrimas cuando miro los tuyos y todo está como fue (INTACTOS) Búsqueda inconducente No hubo modificación de la conducta humana Ni con los años, meses, ni días. Como por ejemplo, el padre que abandonó al hijo: ¿Encontrará el perdón? En las noticias dijeron que el perdón fue el estafador, se dio a la fuga junto con el botín. Búsqueda insaciable, es que todos quieren ser Jesús (decía la vecina). Todos quieren ser un sacrificio, rendir ofrenda a la mala vida. Búsqueda enceguecida que camina por los senderos más lúgubres, fiado a veces por corazonadas y sensaciones raras inexplicables; pies trotamundos que confluyen en el mismo instinto casi inherente, una vocecita de niña que pide a gritos: ENCONTRARSE.

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Memorias con lidocaína Por Cecilia Ananías, desde Concepción (Chile), periodista

Se me repiten las imágenes en anudada espiral de la que se me cuelga y suicida la conciencia. Los dientes apretados buscando los labios, marcando el dolor, rogando que no me vaya a negro… tampoco que vomite. Divertido es que en la misma cuadra que me vieron nacer, ahora me ven arrastrándome con mi pierna nadando en rojo. El día que me sienta morir sé que me vendré a estirar la pata hasta este mismo barrio. Pero not today. Se cruzan pensamientos rubios por la cabeza “¿Cómo sacaré mis glóbulos rojos de mi pantalón nuevo?” Y debe ser el bajo nivel de hierro el culpable de mi falta de prioridades. Mi memoria ambulatoria intenta sacar cuentas y calcular otros desvíos que me hubieran salvado de aquella herida, pero siempre termina igual la historia: conmigo crucificada entre dos parientes, que me arrastran por una calle demasiado pequeña para tanta ambulancia y señora. Tienden ante mí el desazón y tercermundismo de toda sección de urgencias chilena. Olor a medicamentos en el aire, volátiles, estériles, hipnotizantes. Me arrastran con mi cara de emergencia nivel 2 hasta un pabellón para temerarios , esos que cada semana inventamos nuevas maneras de sangrar o morirnos. La enfermera arranca los vendajes improvisados y también un grito atrapado entre la mandíbula. “Es que no podís llegar con un mantel de cocina amarrado con scotch a un sanatorio privado. Mejor te hubieras desangrado”. Hay puros ojos de canicas en esta habitación, perdidos en la visión de una mascada canina monumental. Cascadas de suero, pinceladas de penicilina y todas las capas tipo cebolla de mi pierna revelándose en su anatómico esplendor. La enfermera que me tranquiliza, el médico que se espanta, más allá un pequeño llorando como si lo torturaran y el pitido irregular de un lector de corazones descoordinados, “¿Cómo cresta me metí en esta? Ah cierto: por loca”. El desorden de aquella clínica, de pronto toma ribetes de video musical de salsa, de merengue, la torta entera. Debe ser por los administrativos buscando al cirujano en el closet, en el segundo piso, en su casa y en

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la cajonera. “Porque es difícil pasar el Niágara en bicicleta”, tarareo mareada, errabunda. La mirada se me apaga a lapsos y hay un fino cosquilleo recorriéndome la piel. Alguien cogiéndome la mano y hablándome sobre la situación inmobiliaria de Temuco, como si de pronto me hubiera sumergido en un cuadro surrealista. Quién sabe si en realidad me caí de cabeza al wáter de Trainspotting, en vez de caminar por el cerro equivocado. “Ya va a terminar”, pienso una y otra vez, con el hocico de un perro flaite estampado en mi cerebro, inamovible. La tibia carne ahora siendo vejada por los dientes estériles de la lidocaína, que me lloro y resisto, porque todos los dolores son iguales. El arte de entregarse como ave desplumada al carnicero con título, de confiarle lo que quede de alma. Mi pierna de muñeca destrozada entre los colmillos de una mascota consentida, de a poco vuelve a ser un poco más muñeca.“¿Habrá algo más entretenido que coser y moldear humanos al antojo?”, reflexiono mirando aquellos ojos medicinales que no son de canicas, que no reflejan nada, al igual que su rostro. Hay algo en esta escena horrorífica que lo embriaga y le saca una sonrisa, al mismo tiempo que corta las células que cuelgan inútiles, que ya no volverán a servirme más. Deambulo con las neuronas y pienso en la imagen de la ciudad rendida a los pies del polvoriento cerro que se me ocurrió escalar. Pienso en la cruz abandonada y los pilares que se levantan a tientas. En las tumbas volteadas, quebradas y rendidas, testigos del día a día de una ciudad tan terremoteada. El aroma del viento cuando se está más arriba, el ronronear del sol de otoño. Y la piel quemada y percudida de aquella tierra llena de incendiarias botellas. Y aquel hocico rojo... Otra aguja y vuelvo a dejar de sentir. Y me siento desdoblar, con mi respiración vuelta apenas un susurro. La adrenalina y toda su comparsa haciendo fiesta en medio de mis nervios atrofiados. No te vayas, que ya va a terminar… ya casi. La chica de la mirada con pequitas tiene razón: a mí me van a faltar nietos para contar tantas historias.


Fotograf铆as de Karen Vergara, desde Concepci贸n (Chile)

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Poesía


Allá Ustedes Por José Gutiérrez, desde Chile, estudiante de Derecho Allá ustedes, malditos cobardes elusivos de ideas positivas. Allá ustedes, pseudo revolucionarios que todavía creen en la existencia de la libertad. Allá ustedes, con sus partidos políticos, sus reality shows, sus barras de fútbol, su Jesús y su Nietzsche. Allá ustedes, con sus cafés descafeinados, sus cigarros mentolados, sus cervezas sin alcohol, sus amores de látex y pastillas, su música desapasionada y sus comedias románticas. Allá ustedes, asesinos del arte. Allá ustedes, con su ciencia y religión, su moral y raciocinio, su bien y su mal, su procrastinación y fisicoculturismo. Allá ustedes, cartuchos y subversivos, senadores designados e indignados encapuchados, violadores y jueces, vegetarianos y provida. Allá ustedes con su compromiso social. Allá ustedes, eternas groupies chupa pico de Neruda. Allá ustedes, poseros de mierda que

hablan de Mistral desconociendo a Godoy Alcayaga. Allá ustedes, con sus dioses tiranos y sus falsos profetas. Allá ustedes con sus libros de autoayuda y sus gatos culiaos. Allá ustedes, zorrones y metaleros, hippies y militares, gobernantes y gobernados. Allá ustedes con sus clases de liderazgo y expresión oral. Allá ustedes, con su patriotismo imbécil; desarraigados defensores de un pedazo de tela. Allá ustedes con su Allende y su Pinochet. Allá ustedes, basuras intolerantes, solitarias y amargadas como quien escribe. Allá ustedes, suplico. Cientos y miles de kilómetros apartados de mí, con un abismo en medio nuestro. Pues el horror de darme cuenta que todos ustedes y yo somos lo mismo, que somos una única existencia indiferenciable, que somos un UNO inseparable e infinito, no me deja ya ni dormir ni tomarme una cerveza tranquilo.

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Helvete Por Irán Infante

De sus cuerpos el fuego de gargantas dormidas preña el horizonte de ojos el cuchillo rebana las axilas estelares multiplicando la desnudez de la muerte el lobo es la nieve en su cabellera-noche bestias deformes desmontan el sol cuando la herida habla de un futuro encriptado y la ramera peina sus alas de conocimiento Fuiste luz coro de garrapatas te acompañarán en el cósmico funeral de la palabra

Río Infinito Por Victor Manuel Reynoso, desde Entre Ríos, Argentina, Administrativo El sol de la tarde es apenas dos colores sobre el río infinito, pero el día no se retira cuando la luz desvanece: esas mismas ramas que ahora son pobres sombras, sostendrán también el amanecer y no será un nuevo día: será hoy con alba como es hoy con ocaso ahora que el sol es mezquina lumbre sobre la isla. Frente al río infinito es hoy todos los días y la luz y el tiempo tienen la elasticidad del sauce.

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Bónsai

Por Andrea Domic, desde Chile, estudiante de Psicología He aquí mi voz, pájaro quejoso Entropía del sexo perdido He aquí mi cuerpo trémulo, disipado Que cese el paro de la incertidumbre yo quiero gritar Palabras paridas al viento Y vomitar rebeldías de un día cualquiera Yo quiero penetrar la angustia inherente y abrir con canto sus heridas. Yo quiero mi venganza Mi mustia muerte. Yo quiero el grito De un orgasmo Insurrecto.

Paréntesis

Por Jorge Cocio, desde Chile, profesor de Filosofía A veces es bueno recordar los paréntesis de la vida y de las cosas. Como las líneas que dibujan la mano por una cicatriz gastada, el calor del té, la caída de nieve, mientras uno se moja la cara. Y si cuando la quietud del fondo respira tu finitud en ese santuario de mala muerte hasta que lo confundes todo, porque esto es como ahogarse, pero más simple.

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Fotografías de Nicolás Parra, profesor de Filosofía, con Zenit 12 XP


Échale sal Por Pablo Catalán, desde Chile, Químico

“Espera, ¿podrías ser un poco mas frío? Ver tu lado amable hace que mi corazón duela, Sonrisas de cristal y anhelos de papel, El cielo en que nos conocimos parece una ilusión Desaparece cada vez que intento alcanzarlo. Oye, ¿podrías no decir mi nombre? Sacaré tu nombre de mis labios si tú haces lo mismo con el mío, He estado tanto tiempo bajo tu hechizo... No recuerdo como era antes de que todo esto pasara. Oye, ¿Podrías regresarme mis lágrimas? Del odio al amor un paso, ¿es posible revertir el proceso? Acciones y reacciones, síntesis etérea del tú y yo, Me ahogo entre delirios y fantasías, La vía de escape se diluye en aguas profundas. Oye, ¿podrías romperme los dedos? Así podría dejar de marcar tu número, Pasajes mentales que me guían directo a la negación, Tengo que de alguna forma empezar a aceptarlo. Oye, ¿podrías dejarme sola? Romper todo enlace entre tú y yo, No te preocupes, aunque duela, puedo vivir sin ti, Prefiero el dulce amargo, ya no soy una niña. Oye, ¿podrías hacerme olvidar todo? Cada momento que paso contigo, cada sonrisa, Son recuerdos grabados en mi alma, No quiero recordar más, quiero olvidarte. Oye, ¿podrías no querer ser mi amigo? Es casi un insulto a lo que siento por ti, Amor no correspondido y amabilidad cruel, La peor combinación posible en esta vida, Y yo tengo que vivirlo cada día... Espero que lo entiendas, no quiero quererte siempre, Una última cosa, ¿podrías echarle sal? A esta herida profunda, que duela más que nunca, Si lo haces... Tal vez... Algún día... No me duela tanto el no poder estar a tu lado”

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He aquí mi voz Por Romina Riquelme Maturana, desde Chile, madre cesante He aquí mi voz, pájaro quejoso Entropía del sexo perdido He aquí mi cuerpo trémulo, disipado Que cese el paro de la incertidumbre yo quiero gritar Palabras paridas al viento Y vomitar rebeldías de un día cualquiera Yo quiero penetrar la angustia inherente y abrir con canto sus heridas. Yo quiero mi venganza Mi mustia muerte. Yo quiero el grito De un orgasmo Insurrecto.

Cadena de libertad Por Vairon Vidal, desde Concepción (Chile), vago El otro siendo otro, lo miro ¡Qué hermoso que se ve!, tan en calma como si no supiera que lo miro. ¡Ah! Qué tiene que lo mire si él disfruta; que disfrute que yo sepa que él disfruta. Qué hermoso que se ve, un paso abandonado me deja para que avance y alguien debe mirar; yo disfruto este momento y somos dos, somos.

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Collages de Romina Riquelme, desde Chile

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El lágrimas secas Por Lumpen Lover La vida es una mierda y El lágrimas secas lo sabe cuando reclama en alguna feria, lo que ha perdido en la vida: la dignidad, el celular, el pedazo de pan, las palomas a las que alimenta. La vida es una mierda y El lágrimas secas lo sabe: cuando está enojado y exige lo que le pertenece, en esa feria de niñitos rebeldes. Insisto: la vida es una mierda. Sobre todo cuando El lágrimas secas no puede defender su honor, ni siquiera la calle le pertenece, cuando un niñito le pega; cinco golpes y al suelo; sangre brotando lágrimas, un ataque epiléptico sensación de hastío la calle es un lugar privatizado y El lágrimas secas lo sabe. Cuando vuelve a pasar con su cigarro, con las lágrimas ya secas; esperando la noche para dormir.

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Por Katherine Henríquez, desde Concepción, nutricionista Me perderé entre tus caricias, En tus labios, en el mar de tus venas Me perderé en tu andar, me perderé en tu sonrisa, Ahogaré mi silencio en tu voz, mi alma en tu presencia, Traspasarás mi cuerpo reflejándote en las puertas del alma, Entrarás tan sutilmente en mí, quedándote tanto mí.

Caer

Por Victoria Merino García, desde Chile, Profesora de Español El que no juega no vive, el que no sufre no ama, el que no se arriesga no es libre. Álter ego Ya no quiero coleccionar más imágenes que después deba borrar, porque no deseo marcas ni embriones, quiero sólo una brisa, el suave y delicado roce de tus dedos. Quita la idea de eternidad, somos pasajeros. La línea siempre se bifurcará, hemos sido lanzados a la aventura solos, nos limita el tiempo.

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Fotografías de Bernardo Guzmán Roa, desde Curanilahue (Chile)


L’appel du vide Por Karen Vergara, desde Concepción (Chile), estudiante de Periodismo Tengo el corazón en los ojos, Y tengo los ojos en mis manos de pulpo desbocado. Tengo entre mis piernas la fruta expuesta, Y en mi interior habita un cerco eléctrico de espasmos alocados. Mi cabeza es un océano del caos, Y en mis oídos cantan sostenidamente unas sirenas a lo lejos. Por eso no me limites cuando mis manos intenten observarte, Porque son mis ojos transformados en tentáculos, Soy la fierecilla curiosa y caliente, Que intenta aprenderse las formas de tu espalda. Mis kilometrajes mienten, Muchas veces he roto la barrera del sonido. He reventado todos los cronómetros, Fingiendo que vivo en la frecuencia de los mortales. No me limites, No cortes mis alas, No me tengas paciencia, No busco tu piedad, Mucho menos tu benevolencia, Soy un volantín al viento, danzando entre papelitos multicolores, En mis alas nacerán todas tus aventuras, ¿Vas a ponerte la mochila al hombro? Cuidado, el cerco está electrificado, Quizás no vuelvas más desde adentro de mí.

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Te odio, y ya Por Sergio Gatica Navarro, desde Chile, Profesor de Filosofía Te odio porque me haces sentir más hombre cuando yo solo creía ser uno más. Te odio cuando invades mi soledad y me reconfortas en esa ausencia. Te odio cuando para llegar a las estrellas tomo tus manos, porque solo yo ya no puedo. Te odio por ya no tenerte, porque no supimos amarnos bien. Te odio sin mis reproches constantes que no escuchabas, cuando creí decirte algo. Te odio porque no escondes tus mentiras; me las traspasas secas, sin gracia –tu dulce arrepentimiento, te agrías a solas. Te odio hoy, te odié ayer, te odio por mañana y pasado. Te odio porque te seguiré odiando todos los días hasta el mes de mayo, cuando comience a odiar el mar. Te odio hasta que dejemos de amarnos y me persigas desnuda. Y yo te rechace con ropa, antes de desvestirnos. Te odio de lunes a viernes, el fin de semana te odio también, pero por separado; un odio el sábado, otro poco el domingo. Te odio en dosis: cada 8 horas, pero me intoxico de ti cada tres minutos. Te odio cuando espero a dormir y me carcome el insomnio. Podrías hacerme dormir, lo sé –te veo mientras dormito. Te odio, a veces, cuando almuerzo porque ya no pondré la mesa, seguiré derecho por las escaleras a mis recuerdos. Y entonces, comeré solo. Te odio porque ya estás a salvo, porque ya no corres peligro alguno, te odio por no atrevernos –porque fuimos amantes y dejamos de ser amigos– quizá. Te odio porque no sé hablar, porque me comunicas con civilización lo que poco importa –lo que nos da pan para la mesa o podría dárnoslo–. Te odio porque ya no puedo odiarte –tanto te odio¬–, amargamente.

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Fotografía de Cecilia Ananías, desde Chile

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FotografĂ­as de Bastian Vollrath, desde Chile


Soldado Desplomo Por Sandrah Mendoza Hernández, desde México, escritora Haz de mí lo que digan tus impulsos sin mecanismos de defensa acciónate. Hazme disturbio, guerra o un par de piernas. Invéntame separa mis piezas agrégame. Hazme ruido, hazme filarmónica conduce mis gemidos Desátame las muñecas amárralas a tus pies llévame contigo como gusano. Hazme así de ti a tu modo con manual de uso sin pila recargable con carne permanente. Sólo hazme y no dejes que me desplome no si tú no lo ordenas.

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Narrativa


El descenso de la Cordillera Por David Sepúlveda Díaz, desde Calama (Chile) Los nueve abordaron el bus gris, con sus caras grises, con sus almas grises en una noche que no era gris; era oscura y fría. Los nueve evitaban mirarse el rostro. El vacío del décimo colmaba ese espacio nauseabundo. Todos miraban al suelo mientras oían los gritos y los mismos cánticos que entonaban sus pesadillas despiertas de madrugada –eran los únicos que despertaban a media noche para recibir sus pesadillas– y que de tanto resonar en sus cabezas optaban por darle un ritmo de marcha. Oían también las piedras estrellándose contra el fuselaje del bus que los trasladaba a una miseria menos digna de la que vivían. Los estruendos evocaban el sonido de los disparos que percutieron con un arma, con una orden o con una convicción. Ninguno levantaba la mirada. Se miraban cada uno sus propias manos. Intentaban consolarse con una falacia de justificación que ya no podían prolongar más. A distintos tiempos pensaban en el décimo y su destino, con la sirena de fondo, con el tambaleo que mareaba su longeva maldad, cuestionaban la idea de envidiarlo. Pensaban en el décimo que faltaba… e incluso en el undécimo, duodécimo, décimo tercero y así… todos esos que faltaban y que conocían bien y odiaban ya desde años por haberlos resuelto ratas cobardes culpándose unos con otros. El bus se detuvo, sentían los gritos, preparaban sus pupilas para la luz castigadora de los medios. La totalidad sintió vergüenza que intentaron disfrazar de soberbia. Minutos silenciosos, eternos, hasta que atendieron la orden de un ajeno que les dijo: Bajen.

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Nebulosa Por Rossana Cañete Duarte, desde Chile Estaba intacta, la casa no. Un fuego inmenso se apoderaba de ella, entre tanto gentío salían bomberos con sillones ardiendo. El televisor fue lo único que alcanzó a salvarse, por lo menos la abuela no dejará de ver la teleserie, pensaba. Me fijaba en la gente que miraba, todos coincidían con la cara de misericordia hacia mí, yo ya no quería eso. Y ahí, con el cuerpo inmóvil, recordé las fotos, los libros. Ya todo era cenizas, la historia de la familia Díaz había desaparecido, ya no se podía volver el tiempo para poder retratar los grandes momentos, la abuela estaba desconsolada, lloraba porque sus tejidos habían desaparecido, las colecciones de estampillas, las cartas que le envió su marido ya muerto; no existían. El humo había invadido toda la calle, la policía había cerrado el paso. ¿Qué sería de nosotros? Tantos años me había costado establecerme, echar raíces en un lugar, sumergirme en esta ciudad, hundirme en su cotidianeidad para incendiarme junto a ella. A mí las palabras un viento me las llevó. Sólo miré a la abuela y la abracé fuerte. De un momento a otro ya no la veía a ella ni a nadie, la cosa se ponía más oscura, mi sentido visual ya no lograba distinguir tanto, ahora los oídos escuchaban mi nombre a lo lejos, pero el humo se había apoderado de todo, al menos del sitio en el que me encontraba yo. Cerré y abrí los ojos, volví a repetir la maniobra, pero todo era gris. Escuchaba gritos en el sentido contrario, en esa conclusión me di cuenta que estaba del lado del fuego. El miedo estaba incendiado junto con las cosas. En esa decisión espontánea, fui a ver mi pieza que ya se derretía como las velas por las llamas. Ahora sí todo parecía un accidente, la casualidad de que el fuego me arrebataba la vida entera. Todos pensarían que fue la histeria, que era una heroína de la propiedad privada y que salvaba alguna que otra cosa mía o de la abuelita. Deliberé genuinamente, que sería cenizas junto con las cenizas de los artefactos de mi diario vivir.

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FotografĂ­as de Bastian Vollrath, desde Chile

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Ser El

Por Eva María Medina More

Es una mujer corriente, pero hay algo en ella que me arrastra. Noto que mis ojos empiezan a escrutarla de arriba abajo, acercando y alejando el objetivo; acercándolo, alejándolo, acercándolo, alejándolo. Su chaqueta negra oculta un cuerpo consumido, nada atractivo. Pelo castaño, largo, separado por una línea central recta. Nariz aguileña, trozos de carne casi inexistentes moviendo su boca. ¿Es esto lo que busco? No, creo que no. Oigo el sonido del zoom acercándose a unos ojos que parpadean. ¡Su mirada, es su mirada! Que ha vuelto de un lugar árido, oscuro, frío, muy frío. Mis ojos se dirigen a ella, abstrayéndose del resto de realidad cercana. Un, dos, tres. Ya está, ya es mía. La mujer de chaqueta negra y nariz aguileña grita. Sus ojos, de un azul muy claro, casi blanco, me acechan preguntándome qué ha pasado. No contesto y salgo. Llego a otro andén. Ruido de raíles chirriantes. El tren estaciona. Se abren las puertas. El movimiento de la masa me introduce en el vagón. Cuando el espacio se desahoga, me fijo en un chico que está de pie, agarrado a la barra metálica. Me atrae, algo me atrae. Me sujeto a la misma barra y me oigo: moreno, nariz chata; no, no es eso. Los ojos, la boca. Tampoco. Miro sus manos. Entonces surgen las imágenes, tiesas, arrítmicas, de unos dedos enguantados negros sobre otros marrones. La misma atmósfera pesada. Siento que mis dedos se mueven,

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intentando rozar los del chico. No me lo puedo quitar de la cabeza. En la calle, lo veo hablando con un amigo. Me quedo detrás. Doy pasos cortos, miro con frecuencia el reloj y me apoyo en la pared. Lo miro, examinando a modo de autopsia cada detalle, radiografiando su interior para extraer aquello que busco. Tenso los dedos, los aprieto, los estiro. Su figura dentro de mi pupila; ocupándola, haciéndose más grande; negra, cada vez más negra. Un golpe seco. El chico yace en el suelo. Su amigo intenta reanimarlo. Gente alrededor. Corro, preguntándome qué le habré quitado. ¿Qué me atrajo de él? Subía las escaleras del metro deprisa, de dos en dos; esos dedos al agarrarse a la barra, los brazos, los músculos tensos… Entro en un parque. Una niña salta, otros se columpian. Un niño, de unos cinco años, juega a la guerra con sus dedos. Lo observo. Se da cuenta y me sonríe. Le devuelvo la sonrisa y le enseño un papel y un lápiz que saco del bolsillo trasero del pantalón. Hago un dibujo. El niño se acerca y lo mira. Oigo: «columpios, mamá, yo, señor». Con los ojos humedecidos lo levanto, sentándolo en mis piernas. Trotes de caballo. El niño se ríe. Arriba abajo, arriba abajo. Viene una mujer que coge al pequeño, arropándolo en su pecho. «Degenerado. Aprovecharse así de un niño. Yo os encerraría a todos. Pervertido». No digo nada, sólo bajo la cabeza. «Te lo tengo dicho, no te


l Otro

eno desde España, escritora Me sucedió algo que quizá, por el hecho de no saber cómo vivir, viví como si fuese otra cosa? CLARICE LISPECTOR, La pasión según G.H.

alejes ni juegues con extraños, menudo susto, y deja de berrear, me vas a dejar sorda». Bajo la calle sonriendo. Me fijo en dos adolescentes. Se besan, caminan, se vuelven a besar, y entran en una cafetería. Los sigo. Son como lapas, como no paran de besarse es imposible averiguar lo que quiero. Me lo están poniendo difícil, ¡críos de mierda! Me acerco a ellos. −Perdonad que os moleste, ¿no tendréis un cigarro? −No –dice él. −No fumamos –dice ella. −Mejor, mejor… Vuelvo a la barra y los miro. La chica tiene algo, no es guapa pero tiene algo. Se me cae el café, que limpio con servilletas. Una voz me dice que son sus labios lo que deseo. Unos labios carnosos, grandes, con esa forma perfecta, como los pintó Rossetti. Capaces de las mayores desgracias. Te los voy a quitar princesa. Sudo. El sudor por la frente, las cejas. Son casi míos. Me pertenecen, ya son parte de mí. Un grito, la chica. Sus labios sangran. El camarero la atiende. El chico, paralizado. Ella continúa gritando. Salgo del bar sintiendo que algo me falta. ¡El pelo del chico! Lo quiero, esa melena rubia va a ser mía, ¡mía! Cuando llego a casa me tumbo en el sofá. Me quedo dormido.

Al despertar siento un ligero temblor, que desecho estirando brazos y piernas. Voy al baño. Me echo agua en la cara, bebo del grifo y me miro al espejo. Llevo una peluca rubia, lentillas de un azul muy claro, mi boca, pintada de un rojo chillón corrido por los bordes, y unas hombreras debajo de la camiseta. La imagen me paraliza. Qué era aquello, ¿una broma? Mientras pienso qué hacer, me fijo en una luz roja, intermitente, que sale del dormitorio. Retiro la cortina, escondiéndome detrás, y veo una furgoneta; con esa luz tan molesta. ¿La policía? El chico podría haber muerto, la mujer quedarse ciega, el niño sin alegría, los adolescentes… Llaman a la puerta. La peluca, al suelo. Me quito las lentillas. Me limpio la boca con la mano y tiro las hombreras. Las ideas se me amontonan; las desecho. Llego a la puerta con los oídos latiendo. Miro por la mirilla y pregunto. Me llaman por mi nombre. Dicen que abra. La policía, pienso. Corro. Me cogen antes de llegar a la escalera. «No he sido, yo no he sido», grito. Me dicen que ya lo saben. «Pórtate bien», oigo, «y no te pondremos la camisa». Uno de ellos se sienta a mi lado. Es un hombre corriente, pero hay algo en él que me arrastra. Noto que mis ojos empiezan a escrutarlo de arriba abajo, acercando y alejando el objetivo; acercándolo, alejándolo, acercándolo, alejándolo. Su chaqueta y pantalones blancos...

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Fotografía de Cecilia Ananías


Fotografías de Bernardo Guzmán Roa, desde Curanilahue (Chile)

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Agua y

Por Samantha Beck Zita, desde M Agua y Aceite se enamoraron sin comprender que no podían. Era amor del tipo que se aferra, intenso y desesperado, sólo dolor les causaría, la resolución de dos testarudos tan parecidos quienes simplemente buscaban la comunión. El agua, libre como el aceite pero cada uno por su lado daban parte en la cocina de grandes y modestos platillos de múltiples sabores y texturas, fue ahí donde se encontraron, fue así como se conocieron. En botellas y garrafas estaban los dos líquidos tan amorosos, sin saberlo pronto se encontrarían, de tal manera sucedería que lo suyo se volvería una aberración. El aceite era un loco. Él iba y venía por los sartenes y algunas hoyas cociendo todo lo que se movía sobre el satinado de teflón, al igual que el agua; sin dudar era su lecho de amor. El aceite se revolcaba con vegetales, con carne, con pollo, pescado e infinidad de otros, sin duda amaba hacerlo. Saber la importancia de su existencia en los alimentos. Saber que los abrazaba y los amaba de tal manera que siempre quedaba un poco de él sobre cada uno de aquellos con quienes compartía el sartén. El agua no era tan diferente. Por ella pasaban muchos alimentos, que suavemente acariciaba y enternecía con su incoloro cuerpo aseándoles y haciéndoles comestibles. Pocas cosas se involucraban directamente con el agua. Cuando las papas cocían se hacia una fiesta en la olla y ella danzaba entre ellas, festejaban con regocijo, no sólo las papas, muchos vegetales asistían a esas fiestas donde el agua era la anfitriona, los envolvía con su amor y ligereza. Otras veces se incorporaba a otros líquidos para acrecentar la esencia de algún ingrediente. Y le gustaba eso, cuando otro líquido era vertido junto a ellas en la misma jarra, la mezcla era un gran orgasmo de deleite y entusiasmo para ambos. No mucho después los dos desaparecían naciendo en una mezcla nueva, un espíritu nuevo, un ingrediente nuevo. Aquel día, el pinche se equivocó, el chef vertió

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en el sartén aceite para cocer un buen trozo de carne e indicó al pinche que continuara con la preparación como le había enseñado; el pinche, distraído entre los pasos de los otros elementos e ingredientes para el banquete, tomó una porción de agua y la vertió en el sartén antes de encenderlo. Fue ahí donde se sintieron por primera vez. Enmudecieron al descubrirse tan iguales y diferentes, a la defensiva, el acite gritó del enojo sintiendo invadido su espacio de trabajo. El agua aguardó, con miedo empezó a andar donde el aceite no se encontraba, comenzaron a acercarse como si hubiera una atracción que no podían evitar. De pronto toándose tan cerca y aun separados se vieron sin mirarse. El pinche se dio cuenta de su error en ese momento, vertió esa mezcla extraña en un recipiente vacio para retomar el proceso, pero el resto de la cocina reclamaba su atención, y tuvo que abandonarles, comenzar otra vez con un sartén limpio. Y fue en aquél recipiente donde se conocieron. Tal vez no lo sepas, pero dentro de cada sustancia existe un espíritu, como dentro de cada corazón y mente existe un alma, y dentro de estos líquidos había latidos y pensamientos. Cada uno tomo cuerpo, dos figuras amorfas en su cóncavo recipiente se rozaban en la profundidad de estos líquidos. No hablaron, sólo se miraron y danzaron en sus propios líquidos demostrando sin darse cuenta lo felices que eran y dentro de esta danza ambos se perdieron mirando los movimientos del otro y se aproximaban con cautela. Y acercándose más, cuando quisieron unirse en una comunión y hacerse uno, no pudieron. Algo los detenía. El agua extrañada, miraba con detenimiento al espíritu del aceite sin decir nada, se preguntaba porque con todos los demás líquidos había podido hacer esa danza amorosa hasta crear esa comunión y volverse uno. El aceite nunca había estado con otro líquido,


Aceite

México, estudiante de Lingüística aunque le parecía una experiencia nueva sentía celo por ser de la misma consistencia. Era por como ambos se movían tan libres y por ser tan únicos que el aceite sentía curiosidad pues por ningún otro alimento sólido había sentido ese deseo sincero de volverse uno completamente. Estando juntos y sin saber hasta cuando estaría ahí, el agua comenzó a hablar. El aceite escuchaba con detenimiento y respondió. Comenzaron a platicar, se contaron muchas cosas que el otro no conocía y cada vez que intentaban intimar algo no les permitía mezclarse. Los dos tristes, se observaban anhelando encontrar una solución que no encontrarían. El aceite prometió muchas cosas a agua, como que algún día estarían juntos de verdad y se harían uno como todos los demás líquidos que el agua había conocido antes. El agua sabía que no era verdad, algo dentro de ella le decía que esta vez las cosas no acabarían bien pero sonreía intentando creerle a aceite. Por primera vez deseaba que eso fuese verdad y las cosas acabaran bien. El chef no notó lo que había hecho el pinche, los dos trabajaban arduamente en la cocina mientras la preparación de varios platillos iba concluyendo y saliendo de la misma, iban y venían apartando y ordenando nuevas preparaciones, el cuenco fue apartado más de una ocasión y cuando hubo terminado el día y se fueron de la cocina esa mezcla quedó olvidada en un rincón de la cocina. El espíritu de agua veía al de aceite y viceversa. En la oscuridad de la cocina todos los demás alimentos e ingredientes miraban enternecidos y nostálgicos este romance que no se consumía. Algunos se preguntaban si se mezclarían homogéneamente como tanto deseaban, otros estaban celosos del agua, que había tratado con tan amorosa ternura a muchos de ellos. El aceite había sido tan buen amante que la voz se había corrido por la cocina y tantas carnes habían deseado alguna vez el momento de con esa suerte, de ser tan amada profundamente, y ahora ahí

estaba el aceite mirando al agua como si no existiera nadie más que ella. Esa noche intentaron todo. Se movieron como locos en el recipiente de un lado a otro intentando mezclarse. El aceite y el agua casi se volvían uno momentáneamente pero siempre terminaban separados. Cansados de tantos intentos fallidos reposando y entristecidos juntaron sus cuerpos amorfos y se quedaron en un abrazo dormidos. Al día siguiente despertaron igual. Juntos pero separados, solamente entrelazados. El agua sonriéndole dijo que había sido la mejor noche de su vida. Se sentía muy feliz. El aceite no sentía lo mismo. Algo dentro de él había cambiado, deseaba estar con el agua, se había enamorado finalmente de ella por parecerse tanto a él. El agua se acercó lo más que pudo sabiendo que la comunión no se lograría, no desaprovecho la situación para plantar un beso que apenas si sintió el aceite susurrándole que no dejara de vivir y de ser aceite. El aceite estaba extasiado. El agua también lo sentía sólo que no lo admitiría, no admitía estar enamorada. Creía que así el aceite no se enamoraría más ni intentaría con tanto ímpetu que se mezclaran. El chef llegó temprano al tener la extraña inquietud de que había dejado olvidado algo en la cocina, pero sin encontrar nada fuera de su sitio, comenzó a limpiar y preparar la cocina. Al encontrar esa mezcla incapaz de coexistir junta, simplemente la llevó hasta el fregadero y vertió el contenido, momento en el que cada espíritu regresara a su propia fuente en la cocina. El agua miraba desde las garrafas y el aceite en las botellas estaba. Después de esa ocasión jamás tuvieron la oportunidad de estar tan cerca pero ambos pensaban siempre en lo que hubiera pasado si su amor se hubiera consumado y en vez de ser heterogéneos hubieran logrado la homogeneidad de sus esencias, creando un amor duradero y una profunda comunión. Y con este pensamiento ambos existían felices anhelando el momento de otro accidental encuentro.

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Fotografía de Sebastián Bueno, desde Chile


Fotografía de Bastian Vollrath, desde Chile

Fotografía de Cecilia Ananías, desde Chile

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Oa

Por Samuel Blanche, desde M

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Oasu es una palabra en la lengua universal de Palmeru, el universo dedicado a los Sodumares y de los cuales es irrelevante hablar ahora y hoy. Oasu nació en el sueño de un hablante y fue casi olvidada en el transcurso del despertar y vivir, sin embargo antes de desvanecerse por completo fue recordada en la vigilia y tomó identidad. Desde entonces todos aquellos con la capacidad de recibir el ancestral pulso del universo durmiente serían capaces de reconocerla. Esa misma tarde Oasu pasó de la mente de su hablante a la mente de esa persona que escuchaba la narración de un sueño medio mordido y moribundo del que no podía escapar la sensación de que algo importante sucedía. Sus ahora dos hablantes conscientes de ella se movieron cada uno en direcciones contrarias y en cosa de unos años Oasu conoció a otras palabras y la complejidad que todas, cada una en su debida ocasión, representaba. El mundo es cruel incluso para las lenguas, y desde sus dominios (en el lugar de las palabras dichas en las mentes de los dos hablantes), vio cómo las palabras se usaban fuerte y torpemente, cómo eran mutiladas u omitidas en el discurso, usadas en contextos en los que eran necesarias, precisas e incluso únicas. En los andares de los discursos, algunas palabras recordaban épocas gloriosas en las que tan sólo el sonido de un golpe según su ángulo, fuerza y volición tenía su propio nombre y no sólo era catalogado en una genérica onomatopeya abundantemente adjetivada o verbalizada, ‘las palabras eran únicas’ se les podía oír decir; días en que el tiempo verbal evocaba el pasado y algunas veces el futuro simultáneamente, cuando se tenía plena conciencia de los ciclos eternos, más allá del tránsito del sol y las lunas, de la vigilia y el sueño, la flora y fauna, el silbido del viento con su constante palpitar que nos recuerda que es viviente tal como nosotros. Oasu surgía ocurrentemente, casi fue confundida con otras palabras en el ímpetu del discurso, las cuales la apartaban del camino para significar pre-

cisamente lo que había que significar, también tomó el lugar de una docena muy similares a ella accidentalmente y por el desconocimiento del hablante al usar las palabras, pero en seguida advenía la palabra apropiada que con miradas recelosas tomaba su sitio. Oasu sobrevivió hasta aquel día que, bastante moribunda y hambrienta, fue llevada una vez más a la presencia de un grupo de hablantes que reunidos entre celebración y placer, aproximándose a ella entre ideas, situaciones, contextos, percepciones y memorias finalmente tocaron el significado de Oasu. Tres de ellos murieron sin volver a usarle pero la recordaron más de una vez en el momento inconsciente pero aún de vigilia justo antes de despertar y por lo tanto más de un día de su cotidianidad sintieron que algo les faltaba. Otros dos estaban seguros de haberla oído y quisieron usarla, pero la memoria los traicionó, siempre hubo en ellos la duda de conocer realmente esa palabra que significaba la idea que querían expresar y que casi sentían claramente en sus mentes sin lograr encontrarla justo a ella. A éstos se les suele llamar: los huérfanos del pensamiento . Oasu tomó fuerza a partir de entonces y fue el tiempo apropiado para emprender su viaje hacia la Eternidad. Oasu habitó en un puñado de mentes antes de emprender su gran camino entre los discursos y el imaginario colectivo, cuando importantes movimientos sociales comenzaron a tener lugar entre los hablantes. Fue usada por mucho tiempo en grupos de personas concretas, que presuntamente experimentaban las mismas sensaciones, los mismos deseos e ideas, llamándose a sí mismos ‘síntesis’ que pasaban la mayor parte de su tiempo señalando errores mientras se devanaban en ocios. Oasu sabía desde el trasfondo de las mentes que no era cierto, pero comprendía su deseo de unificación por lo cual fue generosa y gentil al presentarse con abundancia entre ellos aunque desconocieran la esencia de su significado, nunca discriminó raza, género, edad o pasado y a todos les vino como sabor


asu

México, estudiante de Lingüística dulce y sólido en el paladar. Oasu cambió a toda una generación de hablantes, niños que crecieron con ella llegaron a la madurez con una mentalidad que cambiaría la materialidad de su mundo en algo maravilloso. Fue cuando llegó su mililneth como llaman en algunos universos a los grandes hablantes. El nombre de aquél es hoy difícil de recordar y con el tiempo su rostro y voz han cambiado de innumerables maneras a lo largo del tiempo. Oasu se generó en principio de manera nata en el mililneth pero él no lo supo, sin consciencia plena, la buscaba y la necesitaba para unir las ideas que de alguna manera, más racional que mística, estaba destinada a concebir para comunicar. Su encuentro podría ilustrar las historias románticas de las generaciones más sensibles. El mililneth estaba en una plazuela frente a una fuente mientras un puñado de niños jugaba cerca de la fuente, el clima era templado y el agua fresca, las risas abundaban, las sonrisas se encadenaban unas a otras en una lúcida y revitalizante marea de ideas. Pero el mililneth no se había incluido en ese fluir, él descansaba apartado en su sitio a la expectativa de la creatividad. Oasu había alcanzado a las mentes de ese grupo de niños mucho tiempo atrás, después de que sus padres tomaran la expresión de un mensaje locutivo que todos habían presenciado; era una palabra extraña para concluir una emisión, pensaron, pero la reconocían porque Oasu era una palabra transparente en forma y función. Dos veces alguien salpicó a los otros niños, tres risas se hicieron audibles y casi en un murmullo íntimo uno de ellos dijo: ‘Oasu’. Y al mililneth le fue suficiente para reconocer a su palabra. El gran hablante no la usó abundantemente en sus discursos, pero ella era la piedra angular en la que se edificaba un gran complejo de ideas; el lenguaje como gran sistema de democracia que es, extendió ante el mililneth toda la estructura de la que dispuso hábilmente y con la que construyó una amplia percepción de la realidad y esta fue transmitida a masas hambrientas, necesitadas, desahuciadas y fragmenta-

das por el mundo hasta la inevitable consecuencia de ser condenado por su ideal. Su mililneth luchó hasta el último de su aliento, guardó silencio ante sus enemigos quienes buscaban que negara a Oasu, fielmente le guardó en su corazón y más profunda ánima. Tras la inminente muerte de su amado mililneth, Oasu se desvaneció gradualmente en un luto de silencio y no se supo de ella durante siglos, así fue la relación que se profesó hablante y palabra. Durante más de un milenio el mililneth fue usado como estandarte, sus palabras repetidas hasta las múltiples mutaciones de las ideas, su imagen y recuerdo se transformó con las edades y generaciones de sus hermanos hablantes, ningún texto ni grafía recordaba o preservaba a Oasu en toda su extensión e íntima relación con el mililneth, en los discursos no habitaba, en las mentes se había difuminado, sólo el vestigio de un papiro que el mililneth había dedicado a Oasu quedaba bajo la tierra del suelo donde él había reposado la cabeza en su juventud. Todo lo que alguna vez fue una gran palabra que subsistía a los grandes discursos se derrumbó con el mililneth cuya vida fue sesgada de forma tan repentina. Ahora el espíritu de Oasu habitada en los discursos vinculados a ésta nueva ideología. Sin saberlo, los hablantes mantenían a Oasu en el infinito margen entre la muerte y la vida. Desapareció del habla, pero no de la lengua. Oasu habitaba en la profundidad del lenguaje y hacía mucho tiempo que había abandonado las puertas hacía el mundo de los hablantes, algunas palabras comenzaban a hablar de ella, entre las lenguas se rumoraba que Oasu había sufrido lo más cercano a la muerte que una palabra puede experimentar, aquella que enloqueció tras morir su mililneth, entre las palabras más jóvenes se advertía de los riesgos de acercarse tanto a los hablantes. Sin embargo un día cuando todo parecía quedo y nada aparentaba cambiar la naturaleza de la lengua universal de Palmeru, un niño la habló. El niño era singular incluso entre los so-

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dumares, mucha gente creía que alguna misteriosa esencia residía en él, les inquietaba su forma de mirar, su forma de caminar y hablar, por ello cuando Oasu fue resucitada entre sus labios nadie se extrañó de poder reconocer una palabra que nunca habían usado antes. Encontró en Oasu una expresión que describía sus sentires y deseos más que cualquier otra palabra y la usaba con abundancia, la refería y la describía con entusiasmo. Gracias a Oasu todos aquellos que no lo comprendían llegaron a tener un atisbo de sus pensamientos, y sus corazones se llenaban de un inimitable calor. El niño se convirtió en joven, el joven en adulto y Oasu contempló todos sus días, al principio con melancolía y después con más entusiasmo, la mente de este hablante era un palacio infinito y perfectamente estructurado de conocimientos y experiencias, en la profundidad de sus cimientos una gran creatividad alzaba toda la estructura de su mente firmemente. Oasu contempló desde dentro la creación de una de las mentes más impresionantes extensas y complejas entre los sodumares, con gran entusiasmo miles de palabras acudían a maravillarse silenciosamente entre sus grandes galerías y espacios, interminables textos fueron escritos por aquél hablante y durante mucho tiempo pocos fueron los afortunados, entre las palabras y sodumares, en leer los intersticios de su mente mientras vivió, se maravillaban del incomprendido ser. Discretamente guió al gran hablante entre los conocimientos que Oasu había atestiguado desde el principio de sus días, durante bastante tiempo el hablante conoció parte de los repetidos, reconstruidos y reformulados discursos del que alguna vez fue el mililneth de Oasu, en aquellas palabras, que prestigiosos nombres sin voz ni valor aseguraban que eran las legítimas declaraciones del mililneth, encontró falsedad e incoherencia, reconoció las palabras que nunca fueron dichas y que guardaban olvidados intereses mortales. Cuando el inevitable deceso del hablante aconteció, no hubo un gran luto, las mentes de otros hablantes habían atestiguado parte de su mente y

discursos y entre las memorias de muchos otros sobre quienes había trascendido su presencia se sostenía el gran palacio de la mente de un sodumar, miles de palabras ambulaban entre los grandes aposentos del palacio, el palacio se conservaba incorruptible y distante de las miradas desdeñosas que normaban los discursos. No mucho tiempo después alguien tomó las páginas de los textos y les llevó ante las ‘imprentas’ míticos aparatos de las criaturas mortales que muy pocas palabras atestiguaban haber visto y que según se decía podían producir y también replicar interminablemente los discursos, aun los que nunca habían sido escritos. Nadie sabía cómo era su apariencia, aunque algunas palabras describían las formas más exóticas e increíbles en sus tamaños y características que se contradecían entre sí, era evidente que no eran hablantes naturales y mortales, eran algo misterioso y secreto del mundo de los sodumares. Desde entonces las palabras del gran sodumar, el creador del maravilloso palacio alcanzaron las mentes de muchos otros hablantes, sus palabras se repetían, sus ideas se contagiaban. Para entonces Oasu se había vuelto guardián del gran palacio, donde muchas palabras ya habitaban, más allá de los dominios y alcances del palacio, tras los muros y ventanas interminables, los comentarios comenzaron a establecerse, construyendo sus propias edificaciones en torno a la magnificencia de la gran mente. Un gran discurso infinito, que trascendía a todo hablante y a la mortalidad de los que profieren las palabras comenzó a formarse. El discurso infinito crece y crece en aquel mundo de Palmeru, todos hablan con el mismo sentir y con las mismas emociones aunque ya ninguno se ha preocupado por ello nunca, mientras el reino de las palabras sigue recreándose y fortaleciéndose. Y Oasu observa desde la cima de la torre cada nuevo discurso que se incorpora a los dominios del gran palacio, ella está ahora por todas partes, dentro y fuera de él, protegiendo el recuerdo del mililneth que una vez amó y conservando la gran mente del admirable sodumar. Oasu eternamente.


FotografĂ­as de Fernanda Venegas

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Reflexiones


Nos-otros

Por Ricardo García, desde Ciudad de México (México), Sociólogo Tras el término del día entiendo que las personas suelen estar locas o quizá sea que yo no las entiendo. En fin, de alguna forma se tiene que aprender a vivir. Comencemos... Vas por las calles de la ciudad, vas pensando en lo tuyo, esperando que nada interrumpa esas pequeñas ideas que tratan de gestarse y salir, de alguna manera, de tu cabeza. Ya sea como alguna buena frase, un poema sin sentido, una breve historia que perdió su final, alguna canción sin melodía o quizá, en su lugar, sólo una maldición: ¡PUTA MADRE! Qué era lo que estaba pensando... Pero qué sucede, mientras tratas de hacer que tus ideas floten sobre toda esta mierda, aparecen personas que halagan y exaltan lo que haces, apenas sin conocerte más allá de unos días o unas horas. No has mencionado o hecho algo, aún, pero sus palabras, que denotan cierto encanto, no paran de decir que eres un genio (quizá como un Blake o un Da Vinci). De la nada pasas de ser un librevividor a una persona ingeniosa, es más, pueden decir que eres muy inteligente, una persona muy avispada. Les gusta que en ocasiones te sientas tan bien, que buscan hacer cumplir alguna fantasía o ilusión. Quién coño se preocupa por alentar a un borracho que apenas recuerda qué día es hoy. Ya ni tus padres o profesores incitaron a que te sintieras bien por cada cosa que salía de boca. Pero no todo termina así o sigue de este modo. Sí lo piensas, es raro como las personas tratan de ser como tú, pareciera que han vivido lo mismo, quizá un mal día, una mala vida. De repente descubres que existen personas con mismas metas, pareciera que hubo un papel carbón detrás de tus ideas. Pero ¿eso es verdad? No lo creo, las personas tratan de idear cualquier cosa para sacarnos algo, es como sí quisieran despojarnos de lo que somos: QUIEREN ROBARTE LA IDENTIDAD. Pero no sólo se andan con eso, a veces, puede que te encuentres con algunos que se quejan de otras. Hablan mal de con quienes conviven o han vivido. Te doy un consejo: EVÍTALAS, PUEDE QUE TÚ SEAS UNA MÁS DE ESA LISTA DE MALES. Evitarles no es tarea fácil. Quieren que les mimen. Harán lo que sea, quizá busquen compasión para

que estés a su lado, aun fingirse enfermos; las personas se inventan cada historia para reclamar una caricia y atenciones. Otras veces pueden ser presuntuosas de cómo son en sus relaciones, buscan que estemos contentos. Con el fin de conseguir lo que quieren, se pueden ayudan de tratos amables o hasta darte buen sexo, sólo con la finalidad de atarte. El sexo puede ser de lo mejor que cualquier fantasía que hayas tenido, pueden hacer cualquier cosa que pidas y lo harán, pero después de un rato buscan irse con otras personas. PERO QUÉ CARAJOS LE PASA A ESTAS PERSONAS, CÓMO SE ATREVEN A JUGAR DONDE SE LLEGA A SER MUY DÉBIL. Terminas extrañando su piel y su aroma. Cuando te percatas de sus intenciones, te absorben con palabras bonitas, hasta tratan de ser mejores que tus amigos y amigas. Elaboran promesas para que acudas a su lado sin importar que unos días antes o eras sólo un desconocido o una persona que carece de significado. Es cómo sí las personas fueran una goma de mascar, apenas se termina ese sabor dulce, te escupen al suelo. Estando tirado, te buscan y, aunque bien sepas que sólo quieren tenerte bajo su control y robarte todo lo que eres, caes de nuevo. ¿Sabes qué es lo peor? Después de que fuiste la mejor persona, quizá el mejor escritor o el mejor científico, o cualquier cosa en lo que digan que eres lo mejor, desaparecen. El teatro queda en silencio y sombras, ya ningún aliento se deja escuchar tras los aplausos. Te dejan solo entre tanta sarta de mentiras. Han conseguido lo que quieren. TE ENGAÑARON. Pagaron con tretas su entrada, le robaron el asiento a una anciana. Decoran el piso con flores que quitaron de la entrada. Se levantan, para irse, y aplauden mientras recito el último verso: La vida está jodida, la sociedad me ha dado una mordida que he perdido en qué pensar. Pueden irse todos al carajo... Te quedas de pie, la luz se atenúa hasta quedarse a oscuras el escenario. Qué aprendiste. Espero que algo se vaya contigo y si tratas de continuar el paso y dejarles atrás, espero entiendas que es difícil librarse de personas así, quizá hasta tú seas igual a los que ellas. Bienvenido a la sociedad.

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Fotografías de Nicolás Parra, profesor de Filosofía, con Zenit 12 XP


El fascismo en el arte y el arte fascista Por Vania Montgomery Yulis, desde Chile, estudiante de Teoría e Historia del Arte El tema que se desarrollará busca dar algunas de las características de la estética fascista planteadas por Susan Sontag y George Bataille, en sus respectivos textos. Las cuales posteriormente se relacionarán e intentarán hacer visibles en la película Saló de Pasolini. Si abordamos lo planteado por Susan Sontag en su texto Fascinante Fascismo, donde realiza duras críticas hacia la documentalista alemana Leni Riefenstahl, notamos que la autora reflexiona la disputa de si considerar a Riefenstahl colaboradora y partidaria del nazismo o si en realidad su participación tuvo un propósito documentalista y artístico, interesado más bien en captar los desfiles, discursos y actos nazis en su esfera estética. Finalmente, Sontag señala su convencimiento hacia la primera opción. En su texto, la autora desarrolla la temática de los cuerpos captados por Riefenstahl en sus tomas: cuerpos perfectos, ordenados, armónicos, que avanzan en masas casi mecánicas durante los desfiles, afirmando que estas y otras características serían parte de la estética nazi. A continuación, Sontag relaciona esta estética con un libro de fotografías de Riefenstahl que captó de un pueblo africano: Los Nuba. La relación que hace Sontag entre las escenas captadas de los Nuba y los nazis es que, a pesar de que los primeros no constituyen una raza aria, sí presentan características vinculables a la estética fascista. Según Sontag, los Nuba son una tribu que Riefenstahl interpretaría como estetas. Lo cual se debe a que estos poseen una cultura en que se da gran importancia a las pruebas físicas de lucha que derivaría en“(…) una sociedad donde la exhibición de las destrezas físicas y del valor y la victoria del hombre más fuerte sobre el más débil son, como ella [Riefenstahl] lo ve, los símbolos unificadores de la cultura común” (Sontag, 1974, p. 106). Si analizamos la cita y los párrafos anteriores, podemos hacer una síntesis señalando que la tesis

de Sontag, sobre la obra de Riefenstahl, consiste en afirmar que la documentalista posee valores estéticos proclamados por el nazismo y que su predilección por los Nuba responde a que el funcionamiento social de estos se asimilaría mucho con la sociedad soñada por los nazis: donde los cuerpos esbeltos, atléticos y armónicos son exaltados, las sociedades que funcionan como comunidades y en torno a un propósito y líder son anheladas y las destrezas y ordenamientos físicos son proclamados, por sobre la intelectualidad. Por lo tanto, no queda más que afirmar que para la autora Riefenstahl, por más que haya intentado desligarse del nazismo argumentando su labor documental, se inscribe dentro de los valores de esta ideología (además de haber colaborado con ella) y por lo tanto, la aprueba y forma parte de ésta. Por su parte, George Bataille en su libro Las lágrimas de Eros desarrolla el tema del erotismo relacionado a varios factores: la diferenciación del hombre con el animal, el trabajo, la muerte y la religión cristiana, de los cuales tomaremos el trabajo y la religión cristiana en los párrafos siguientes. El autor va desarrollando varios relatos que podrían constituir una historia del erotismo en su esfera visual, iniciando su texto en la prehistoria con el hombre de Neardenthal y el Homo Sapiens, su diferenciación de los animales y el uso de las herramientas, llevándonos esto último al ámbito del trabajo, sobre el cual Bataille afirma que fue una de las causas que habrían liberado al hombre de su animalidad inicial. Sin embargo, esto en opinión del autor, produjo el alejamiento del hombre y la vida sexual. Es aquí cuando introduce una de las tesis principales de su texto: la religión cristiana condena al erotismo, ya que valora el trabajo por sobre el placer, debido a que este permitiría la construcción del futuro, quedando ambas esferas separadas. A partir de esto, se puede afirmar que Bataille plantea una visión del tra-

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bajo en su sentido capitalista, ya que este es visto como una actividad de producción de bienes. Por lo que se podría decir, que la interrupción de esta fabricación devendría en una pérdida para el sistema. Por lo tanto, según Bataille, el goce sin trabajo es un goce culposo, por lo que el puro placer como fin es mal mirado. Ambas cosas sería producto del cristianismo, religión que según el autor ha desempeñado una función de condena hacia el erotismo y ha sido el “(…) punto de unión que hace del futuro resultado del esfuerzo (…) el preludio del mundo del trabajo” (Bataille, 2000, p. 97). Sin embargo, Bataille afirma que la prohibición incita a transgredir las reglas y que “Sin duda, la religión es básicamente subversiva; desvía el cumplimiento de las leyes. Al menos, impone el exceso, el sacrificio y la fiesta, cuya culminación es el éxtasis” (Ibíd, p.91). A partir de aquí podemos hablar de la transgresión de las leyes establecidas, para así finalmente llegar al filme Saló. Lo enunciado al comienzo del párrafo anterior nos permite referirnos a una aseveración de Bataille, en la cual afirma que la religión condenaría el erotismo, ya que éste estaría asociado a sus orígenes, específicamente a las bacanales: fiestas en honor a Baco, dios del vino, quien se relaciona con las orgías, la embriaguez, los excesos, las transgresión, la fiesta, el éxtasis y la locura. Por lo tanto, se puede concluir de este autor que la religión sería el instrumento a través del cual se separaría la vida del trabajo (y por lo tanto del erotismo), lo que llevaría a una producción ininterrumpida en el campo de este último (que a su vez se relaciona con el capitalismo) y que al mismo tiempo esta impondría una visión culposa del placer obtenido sin esfuerzo ni trabajo de por medio. Sin embargo, el autor termina refiriéndose a la religión como una provocación a la transgresión de las leyes que ha impuesto. Transgresión que conllevaría, como ya se ha enunciado, un exceso, un éxtasis y finalmente, una violencia

producida por todo lo anterior. Luego de haber enunciado parte de lo trazado por ambos autores en sus respectivos textos, podemos afirmar, a modo de síntesis, que tenemos dos líneas estéticas y ambas fascistas; la del orden y la perfección desarrollada por Sontag y la de los excesos y la violencia desarrollada por Bataille. Estas dos corrientes se pueden relacionar con el filme Saló de Pier Paolo Pasolini, realizado en el año 1975 y basada en una obra del marqués de Sade. La relación radica en que el filme Pasolini despliega una historia donde se presentan dieciocho jóvenes estéticamente hermosos, para ser usados a través del abuso físico y sexual y la violencia por cuatro hombres que tienen el poder. Se exponen varias escenas donde se cuentan historias, con el fin de producir una excitación sexual en estos cuatro hombres, quienes consumarán sus deseos con los jóvenes. Por lo tanto, podemos percatarnos de la existencia de una violencia física y excesos como lo planteado por Bataille y a la vez de una estética corporal de las víctimas estéticamente bella y armónica, lo cual a su vez respondería a un modelo físico atlético y esbelto y por lo tanto ordenado, rígido, uniforme, como lo planteado por Sontag. También se puede establecer una relación entre el trabajo versus el placer en el filme (es decir, lo desarrollado por Bataille), estando el primero representado por los cuatro hombres, quienes tienen el poder y son políticos y aristócratas italianos y el segundo a través del manejo que estos hombres logran establecer sobre un aspecto reservado de la vida, gracias a este poder político y económico que poseen. Para finalizar, podemos reflexionar y cuestionarnos hasta qué punto hemos superado la estética fascista o si en realidad esta sigue, aunque no sea la única estética existente, estando entre nosotros a través de los cánones de belleza actuales, donde los cuerpos esqueléticos, “puros”, asexuados y andróginos constituyen un referente y modelo importante en el mundo occidental.


Fotografía de Sebastián Bueno, desde Chile

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Aquí termina la undécima edición:

¡Gracias a todos los que colaboraron!

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