En Liliput. Antología mínima. Poesía (2020). Manuel Lacarta

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Manuel Lacarta

EN LILIPUT antología mínima

HEBEL


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Manuel Lacarta

EN LILIPUT antología mínima

HEBEL Ediciones Letheia | Poesía

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EN LILIPUT. ANTOLOGÍA MÍNIMA © Manuel Lacarta, 2020 © Hebel Ediciones, 2020 Colección Letheia | Poesía Santiago de Chile Imagen de portada: grabado de Hugo Doy (2010) Cuidado editorial: Luis Cruz–Villalobos Qué es HEBEL. Es un sello editorial sin fines de lucro. Término hebreo que denota lo efímero, lo vano, lo pasajero, soplo leve que parte veloz. Así, este sello quiere ser un gesto de frágil permanencia de las palabras, en ediciones siempre preliminares, que se lanzan por el espacio y tiempo para hacer bien o simplemente para inquietar la vida, que siempre está en permanente devenir, en especial la de este "humus que mira el cielo".

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ÍNDICE

UNA HERMOSA ESPERANZA Reducto

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EN ESTE TIEMPO EXTRAÑO Encarcelado en el silencio

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HOMENAJE A HÖLDERLIN Al sur del norte

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¡LA TRISTEZA! Al sur del norte

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CURVA BLANCA Estar sin estancia

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POR MORIR Estar sin estancia

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NECESITABA LLAMARTE Estar sin estancia

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ASESINADO UN BAMBI 34 posiciones para amar a Bambi

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MUCHACHAS Otoño en el jardín de Pancho Villa

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EL TIPO DEL ESPEJO El tipo del espejo

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ESTAMOS SOLOS El tipo del espejo

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ELLA SE PARECE A ELLA Margot en la Plaza de Castilla

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EL ROJO DE SUS LABIOS El rojo de sus labios

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DE GOLPE TÚ Verano

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TODA TU TERNURA Verano

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EL TIPO DEL VIDEOJUEGO Alumbrado público

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QUIERO VERTE CAMINAR DESCALZA La soledad de Mickey Mouse

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EL AVIÓN LOCO La soledad de Mickey Mouse

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¿QUÉ HACER YO CON ESTE JUEGO… La soledad de Mickey Mouse

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¡OH, BETTY BOOP! La soledad de Mickey Mouse

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LITERATURA Las palabras

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SOY UN TIPO DEL REVÉS Biografía

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EL AZUL, EL ROJO, EL BLANCO Biografía

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YO SOY YO Biografía

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UN POEMA QUE TÚ ESCRIBES Como necesidad, el silencio

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MILAGROS Como necesidad, el silencio

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POEMA DE AMOR ESCRITO… Como necesidad, el silencio

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LLOVÍA (inédito)

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UNA HERMOSA ESPERANZA

Ya no teníamos donde habitar. Por eso nos fuimos a las ruinas de los templos paganos y buscamos en las islas de Grecia la tumba de nuestros nombres. Ya no teníamos donde respirar. Fue por eso que llegamos al desierto, para construir nuestra casa donde hace siglos existió un vergel. No teníamos ahora donde morir. Con los ojos abiertos quisimos descansar entre líquenes como ánforas sepultadas de aquellos galeones fenicios naufragados en el mar de la tormenta, olvidados en el vendaval del rayo, nosotros como olvidados navegantes de nuestro amor, como navegantes. Las murallas de las ciudades cercan con su altura nuestra libertad. Los ruidos de los coches rompen con su prisa nuestra sed de amor.

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En todas partes nos persiguen. De todos los rincones nos apartan. Pero ella y yo seguimos buscando un lugar para levantar nuestra tienda, nuestra casa; un lugar para levantar nuestro templo, levantar un templo y que sus columnas sean ramas, ramas verdecidas por la primavera. De todos los rincones nos apartan. Pero ella y yo volvemos a repetir siempre nuestras palabras: No queremos prisiones en el asfalto ni pájaros cautivos con la ilusión de un bosque artificial de rejas. No queremos árboles enanos sembrados en el sólo espacio yermo de macetas y jardineras yermas. No queremos la nula libertad de no ser libres. No queremos la nada libertad de ser civilizados, entes de consumo, ciudadanos ejemplares con corbatas multicolores, corbatas ejemplares y familias dignas al precio alto del hormigón, del terreno y el espacio planificado, geométricamente planificado en parcelas de mil metros, 10


en coches de cuatro plazas, en besos de un minuto, en jardines falsos y artificiales con sus verjas artificiales de hierro artificial. No queremos cárceles en el asfalto donde habitar hasta la muerte. Fue por eso que llegamos desnudos como el mar, envueltos con la espuma de las olas, con sólo un manto de olas cubriendo el temblor de nuestros hombros. Fue por eso que llegamos, que buscamos sin encontrar el gesto que anule con silencio los clichés manidos, los estereotipos; tanta absurda repetición de malos hábitos que se dan por buenos; el amor que nunca tenga un solo cuerpo único establecido de antemano por contrato al que abrazarse. Fue por eso nuestro viaje, para llegar al fin más lejos 11


y ser enteramente nuevos disponiendo qué hacer cada vez de nuestras vidas. Somos millones de átomos distintos que se entrecruzan cada noche: en nuestro sudor, nuestra saliva; principio de una identidad hecha forzosamente de materia nueva y vieja a un tiempo. En cada beso somos agua mezclándose a la tierra; somos arcilla en nuestros besos. Hemos vuelto a los bosques y la casa que habitamos está dentro de nosotros. Nuestra casa está en ella. En su vientre yo renazco, renazco en tu vientre cuando respiramos, y yo soy siempre ella abarcando con mis brazos el perímetro de su cintura. También ella resulta tan idéntica a mí que nos confunden. 12


Nuestra casa está en nosotros. Nosotros somos todo lo que ella tiene, anhela, busca en sus trasiegos de persona inquieta. Ella se mira en mí y dice: – Soy tu espejo –; yo no dejo de mirarme en sus ojos como uno de esos niños solitarios que descubre el arco iris. Nos fuimos huyendo de la monotonía de casas iguales con iguales tejados, de ciudades iguales, calles iguales, amaneceres iguales donde no se puede ver el cielo, donde sólo el humo y la fábrica, el humo de la fábrica, donde sólo la fábrica, donde sólo el mismo uniforme, donde sólo la muerte se llama soledad en compañía y la música tiene arpegio de ruido y la música se escribe sobre pentagramas de muerte. Nuestro reducto no tiene alambradas. Nuestro reducto no tiene rejas. Nuestro reducto no tiene fronteras. No existe una puerta que abra armarios siempre repletos 13


de pertenencias absurdas que guardar con llave. La habitación muerde espacio a la montaña: la erosión de una cueva donde se oye correr un lento goteo del agua o el arañar afuera de una rama que azota el viento. Aunque a veces dormimos en la playa, nuestro amor es una cueva y el mar nos besa y yo la beso a ella. Hemos hecho un largo camino y no tenemos sueño, sólo el sueño que venimos arrastrando, sólo el proyecto de construir la propia casa. Hemos hecho una larga espera y no tenemos ninguna huella de cansancio al despertarnos: yo con su pelo haciéndome cosquillas en la nuca; sus manos que se cobijan bajo el peso de mis manos. En nuestros labios soy sus labios. Yo nazco cada mañana en el vientre de la mujer amada y no queremos más hijos que nos continúen ni más padres que nos antecedan 14


en la misma rama del tronco de una gran familia numerosa. Nos basta con este mundo y no buscamos ir más allá de la playa solitaria, de nuestro reducto compartido, nuestra cama unida donde entrelazar los cuerpos, juntamos nuestras bocas. Habitamos uno en el otro trabado por sólidos lazos. Hemos ya olvidado el miedo al abismo de las simas más hondas de la tierra. Hemos vencido el terror ciego de cada madrugada, cuando las aves a cientos salen chillando de entre las grietas, la luz en el agua desvela la figura de un monstruo marino surgiendo del fondo. Hemos reconocido, al fin, que sólo el hombre es el ser más peligroso de los seres vivos. Los recuerdos nada valen tampoco. Nuestros nombres, incluso nuestros nombres hemos olvidado, para ser un nombre en el aliento, para pronunciar un sólo nombre, la forma única del cuerpo 15


que se estira y despereza, sueña aún ovillada contra el cuerpo que más ama y siente próximo. ¡Hemos olvidado tantas cosas lejanas! ¡La prohibición de tantos sentimientos, la censura que amordaza, la complicidad que nos vuelve dóciles y torpes ciudadanos productivos de bienes que se amontonan y despilfarran! Hemos olvidado lo prohibido, lo negado, lo que debíamos antes de callar, hemos olvidado. Decimos “quiero” para decir “quiero”, somos como decimos al fin, y apetecemos ser libres, aquí sobre las playas. Sobre la soledad de las playas buscamos la esperanza de la libertad: caminar desnudos con los pies descalzos en la arena. ¿Y quién en la ciudad al ver un árbol no recuerda, no añora el bosque primitivo? ¿Y quién al ver morir a un árbol no grita no querer morir su propia muerte, no querer morir su muerte como un árbol? Hemos hecho un largo camino con la ilusión y la esperanza de que nada se desvanezca. Ahora sabemos que el hombre, 16


cuando construyรณ sus catedrales, quiso imitar la grandeza del bosque. Ahora sabemos que nuestro amor serรก enteramente libre. Aunque muera, nuestro amor, serรก libre como el viento entre los acantilados que se yerguen y las rocas que nos cobijan. Y nada importa, en el recuerdo nada importa, porque no hay ausencia en nuestros corazones. Sรณlo el bosque anida en la memoria y las รกguilas van volando con movimientos impredecibles a la torpeza de nuestros ojos. Para nuestro amor el bosque ha sido una hermosa esperanza.

(Reducto, 1977/2011)

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EN ESTE TIEMPO EXTRAÑO

En este tiempo extraño donde ingrávidas tormentas suburbios sin luz en el alma acurrucados desposeídos de todo indiferentes sombras indiferentes nidos indiferentes lechos bañados en sangre inoperante olvido inoperante círculo donde volver a ti a través del aliento sobre tus brazos de piedra donde volver a ti en este tiempo extraño inclinado sobre el vértice de una locura imposible porque imposible olvido imposible nube tarde cuando llega el sueño imposible amarte dónde potenciar al máximo el pretexto absurdo de ser cantor de un pueblo

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o militante voz de auditorios clandestinos de círculos cerrados cárceles cerradas labios cerrados sobre la noble espuma sobre la insípida saliva con el beso herido con el beso del caracol sobre la frente herido en este magma incandescente de abrazo pegajoso clavando las uñas en tu cuerpo en tu carne de esperma contenido por no gritar ya no gritar que a mí también me duele tu soledad de horizonte solo y tanto campo tanta tarde tanto sueño desesperado sobre el cráter de un volcán

(Encarcelado en el silencio, 1978/2011)

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HOMENAJE A HÖLDERLIN

Las islas griegas son un laberinto de dos mil islas y siete mil quinientos kilómetros de costa los nombres de unas se confunden con los nombres de las otras los templos donde se adoraba a las deidades la arquitectura convertida en ruinas pero quien estuvo en Delos en Lipsí quien visitó Creta Lemnos Naxos Salamina acaba comprendiendo que deja luego tras de sí la huella rota de un universo inexplicable ajeno al suyo pese al esfuerzo de la arqueología para clasificar cada telamón atlante cariátide columna de guirnaldas o el panel de un friso El turista que camina por el mar en el Egeo saliendo de la stazione marittima de Venecia no sabe dónde acaba Grecia para comenzar ahí territorio de Turquía qué restos del mundo llevan la huella cristiana de Bizancio o la armonía de líneas de los capiteles de la acrópolis la parte que es más alta en la polis griega En Atenas hay que visitar el rastro de Monastiraki la Biblioteca de Adriano la colina de Filopapo en Corfú el templo de Hera y San Teodoro pero en la isla de Paros es mejor quedarse

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durante horas sorprendido viendo el mar desde las playas de arena blanca que se prolongan en el blanco de las paredes encaladas de las casas Con Skirion se anuncia el invierno con Perséfone llega la muerte que mutila los brazos de todas las estatuas de Hermes con Dionisio Niño ya no quedan viajeros el último trotamundos se refugia bajo los soportales de Mikonos a ver las olas jugando con la proa de un barco de pescadores o entra en una licorería antigua del barrio del Plaka en la ciudad de Atenas el Mediterráneo sigue siendo un mar cálido cuando emigran las grullas a tierras de Egipto y amenaza invadirnos de golpe la tristeza al sur de la península buscamos siempre el norte de las islas más meridionales del Egeo pero los ojos nuestros ojos no ven con tanta claridad como acostumbraban siendo jóvenes

(Al sur del norte, 1982/2011)

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¡LA TRISTEZA!

La tristeza es gris en las salas de cine las tumbonas en la cubierta de proa de los barcos y las cabinas con ducha de los balnearios la tristeza es gris en los remontes de las pistas de nieve y los salones donde celebramos los aniversarios de una boda a veces cuando vamos por la calle caminando olemos la tristeza de los edificios vacíos y nos llega la humedad cancerosa de las paredes de las casas en ruinas la tristeza es el aviso de un alma a punto de romperse deshacerse en polvo yeso cascote de ladrillos La tristeza es gris en las salas de cine durante los diez minutos eternos de espera hasta que las luces de la sala se apagan la oscuridad nos deja desconcertados como un fundido en negro cinematográfico y los primeros anuncios en la pantalla nos advierten de que desconectemos el teléfono móvil y de que está prohibido grabar la película con videocámara

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La tristeza es gris como la ropa al peso de los hipermercados de la moda el faro de costa sin luz del faro una calesa de caballos sin campanillas y no estoy hablando de los cielos oscuros grises de la ciudad de Soria las mellas en los dientes de una boca que sonríe enseñando las caries sino del hondo dolor que nos conmueve y del llanto sin lágrimas en una mejilla suave como la porcelana pero rota por la cicatriz de un cuchillo A veces cuando vamos por la calle caminando la tristeza se percibe en los gestos de la gente que pasa por la calle caminando a nuestro lado en los charcos sucios de la lluvia el ¡chaf! gutural repentino del agua cuando nos salpica los pantalones algún coche demasiado rápido o juega un niño a meterse sin aviso con sus botas entre la multitud que se mueve despacio sujetando los paraguas de las ráfagas de viento La tristeza es gris en las salas de cine las carreras del hipódromo las piscinas de techo cubierto acristalado 23


desde donde se ve correr las nubes los miradores de la playa con vista al mar encrespado a comienzos de los días más cortos del otoño A veces sí es tan triste la tristeza tan dolorosa e ingenuamente triste esa tristeza que cerramos los ojos nos cuesta respirar en medio justo del océano que nos trae piezas de motores diésel rotos y chapas metálicas perforadas del casco sumergido de un trasatlántico moderno naufragado en un naufragio

(Al sur del norte, 1982/2011)

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CURVA BLANCA

Curva blanca en el camino tendida apenas como un cuerpo o la piedra aprisionada en la mano Curva blanda de ceniza de cintura junco esbelto y alto y dulce voz de río inmenso río sin el mar Curva apetecible en el lecho curva que rueda hasta dormir gritando en sueños otro nombre de ciprés Curva cuerpo

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entrelazado amor que respira suspira late inmensamente amor

(Estar sin estancia, 1983/2011)

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POR MORIR

Por morir mortal será la hora del adiós caballo en pos de mí de ti de los de aquí Por morir reír gemir inútilmente asir la voz al remo y continuar andar caer Por morir bailar cantar permanecer en el gesto en el disfraz la careta el reloj

(Estar sin estancia, 1983/2011)

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NECESITABA LLAMARTE

Necesitaba llamarte con las manos y me vieras tan sólo me supieras allí gesticulando Necesitaba entenderte en una seña un gesto que indica la distancia Necesitaba saberte decir algo mover los labios y no oírte Necesitaba trazar una línea suficiente una vertical del aire que a ti te llegue Necesitaba comprender que me comprendo que un leve movimiento basta que el signo de la derrota es sí siempre otro signo

(Estar sin estancia, 1983/2011)

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ASESINADO UN BAMBI

Asesinado un Bambi se busca la última huella de sus patas sobre el cuarzo la sábana de plástico transparente para envolver su cadáver si dejó esperma orgasmo marca alguna reconocible con que enjuiciar el óbito si acaso era comunista anarquista masón infiltrado en el bosque o simplemente Bambi muchacho que recorre en silencio las aceras pues nada tiene nada lleva las manos a la espalda se detiene a ver anuncios luminosos en las cornisas y saledizos de las casas golpea botes de cerveza a la entrada semioculta de un garito con portero uniformado de una noche donde mujeres desnudas manos de pantera ofrecen

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cálices ya saciados de mosto para que el muchacho beba A las puertas de la noche un Bambi juega con las ramas de los árboles juega con la lluvia con sus patas eh vendedor de marihuana viajero de la autopista eh pacifista de ensueños qué lejos de casa y tú ladrón de amaneceres muchacho se llevaron mucho más al norte mucho más al sur al este la semilla de los campos aquí sólo se cultivan las macetas el verdor es un negro pensamiento para que no puedas no entiendas para que nadie diga que esta ciudad incumple las normas corporativas una mariposa disecada en la frente no es un signo de esperanza

(34 posiciones para amar a Bambi, 1988/2011)

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MUCHACHAS

Muchachas corriendo por estas calles llevan puestos calcetines de lana, les da el viento en el pelo un aire de haberse recién bañado, secado aprisa el cabello, peinado con un aroma de acacias para saltarse la valla o el parpadeo de los semáforos. Muchachas que cruzan de acera sonríen a la cámara oculta de un dios fotógrafo mirón de vírgenes que asesina ancianas. Triste fiebre, espectáculo de porteros automáticos y timbres, ciudad de lunes, camaradería de salón de billares donde venden cigarrillos de americano emboquillado, salida de ver Ben Hur en el cine, asiento reservado para caballeros mutilados. Sólo ellas salvan retraso a los autobuses escolares de la periferia, sueño profundo a primeros transeúntes matutinos. Tiempo que dura un instante, muchachas a las que traer

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por la cintura abrazadas. Se enfrían cafés con leche sobre mostradores de mármol, señoritas dejan su marca de labios en el papel de las servilletas, epidemias de gripe fuerzan cola con urgencia ante la cruz que parpadea de las farmacias. El atardecer será una fea cortina de lluvia, una demora de trenes, sentarse en el suelo de húmedos bancos de piedra. Muchachas llevan sonrisas de baile cautivas en sus piernas de licra, ajustadas rebecas de lana, en sus brazos excitantes cadenetas, pulseras, y nosotros las vemos de repente quietas ante un escaparate ya camino de sus casas, las agujas de sus tacones en el reloj de baldosines de la acera, las arañas de rímel de sus pestañas, muy negras; el pelo oxigenado como el rubio platino de una Marilyn Monroe en la ventana de su apartamento en la ciudad de California, fuerte el carmín de los labios que mancha de dulce los dientes, rosa el rubor de las mejillas, las caderas anchas y redondas 32


como si la curva de un aro gigante en las manos torpes de un niño comedor de milhojas de nata. Así el deseo y todo tan confuso, parada en la puerta la voz de una tristísima sirena de ambulancia se confunde con el ruido de los vendedores ambulantes. Peligroso vivir en un ático, caminar bajo las cornisas en días de viento. Niñas niñeras empujan cochecitos blancos, la tarde se orilla en los árboles, se bebe la sed de las fuentes públicas. Muchachas que el río de la vida se lleva, posando para páginas de calendario saltan sobre números con gesto de cocotas procaces, adornan con boa de plumas el cisne de sus cuellos. Muchachas que son hermosas, son todo risas, cruzan al anochecer caminos de regreso sobre un mapa de postales, y un corazoncito de plata les tintinea en el pecho. Muchachas que guardan frascos

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de colores con perfume, saborean caramelos de menta, ponen vestidos de invierno a muĂąecos de su infancia.

(OtoĂąo en el jardĂ­n de Pancho Villa, 2011)

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OTOÑO EN EL JARDÍN DE PANCHO VILLA

Cuando el otoño dora las hojas de los árboles que el invierno dejará desnudos, toda la tristeza de nuestras vidas se asoma a las verjas del patio como si cesaran los rumores de las fuentes, el ruido de la calle hubiese dejado de sonar. De repente pasa un automóvil pintado de amarillo o se detienen unos niños a trazar grafitis en la madrugada, y nos sentimos solos. De repente nos sabemos solos, inmensamente quietos junto a la fuente de piedra o los muros de la propia casa, en medio justo de la rotonda con flores que se mueren. Cualquier banco es bueno entonces para descansar en el jardín de Pancho Villa tardes como ésta en que siestea un sol penúltimo sobre los cristales.

(Otoño en el jardín de Pancho Villa, 2011)

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EL TIPO DEL ESPEJO

El tipo del espejo se acomoda en tu sillón predilecto, se adormece oyendo sonar tristes violines. Cuando despierta, eres tú mismo viéndote en él y la claridad de la tarde penetra aún por las ventanas. No importa que esta luz difusa os descubra sin poner a salvo las pupilas de ese brillo que dora el reborde de las cosas ni que un niño os espíe apoyando su frente en el cristal de la calle. El tipo del espejo sonríe al niño, que dispara ahora dos revólveres ruidosos de juguete, y, por un instante, también tú eres el defensor de la ley en una peli del Oeste en blanco y negro, el pirata más temido del Caribe, el príncipe que sorprende a la princesa con un beso de sus labios en la boca.

(El tipo del espejo, 2010)

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ESTAMOS SOLOS Estamos solos en un largo viaje, sin señales luminosas que nos guíen, sin maletas que guarden el caudal de nuestras vidas. Nadie vendrá esta tarde a conversar con nosotros. Estamos en medio del océano de olas que se elevan sobre la cabeza varios metros a cada envite de las olas, de golpes de viento que nos azotan con saña una y otra vez la cara hasta hacernos surcos, visibles huellas imborrables en el rostro; el bosque, donde los árboles impiden ver en un asomo el horizonte; la cumbre nevada de los más altos picos del mundo. No se puede cerrar los ojos al cruzar de acera, mirar al sol sin deslumbrase, huir uno de uno mismo. En el mar azul e inmenso, la espesura de una selva, el techo de las montañas, vivimos también rodeados de personas ocupadas de continuo en lo suyo: una pequeña multitud está cerca de nosotros; pero siempre solos, a merced de quien nos empuja, zarandea con su fuerza. Como Ulises,

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queremos matar a Polifemo de un golpe certero en la frente, para regresar de nuevo a Ítaca; volver sobre nuestros pasos en el laberinto, juntar el hilo de tantos recuerdos que apenas hoy nos parecen nuestros recuerdos, memoria de gente amiga que quisimos mucho antaño, cuando aún nuestro corazón era capaz de sentir y de dolerse, dejarse llevar por la alegría. Estamos solos en un largo viaje, el ilimitado mar que no se alcanza, la espesura de la selva, el techo de las montañas, el ruido de la calle que no sofocan las contraventanas. Yedras de un bosque golpean los cristales, las ruedas de un coche patinan en la carretera, el cielo se encapota de repente con densos nubarrones negros. Nadie vendrá esta tarde a conversar con nosotros, cogernos de las manos, besarnos en los labios, porque estamos solos en un largo viaje sin señales luminosas que nos guíen de regreso.

(El tipo del espejo, 2010)

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ELLA SE PARECE A ELLA

Si caminas en línea recta por las calles, aunque te detengas en cada bar a tomar una copa de anís, un vaso de vino, varias cervezas; o recuperar el aliento frente a los escaparates de las tiendas de lencería femenina, ojear las portadas de las revistas en los quioscos de prensa, las primeras páginas de los periódicos, acabarás al fin por encontrarla a ella. No siempre sucede, darse de sopetón una mañana a nuestro lado con la vida que fue, instante tras instante, minuto luego de un minuto, parte de nuestras mismas vidas; dejarse acaparar por esa imagen. Ella juega a esconderse de ti en las estatuas sin brazos de las plazas, las fotografías en blanco y negro de las viejas carteleras de cine, que ningún cine exhibe ahora bajo el cristal de sus marquesinas; o en los ojos de piedra de los puentes por donde huye el agua mansa de los ríos, el fondo de los armarios sin fondo, bajo las mantas de la cama, el último vagón del metro. Tú 39


como quien no quiere te la encuentras en la cola del supermercado, la larga fila de las ventanillas donde se tramitan los impuestos, el mostrador de los aeropuertos internacionales, los hoteles con vistas a la playa. Ella se parece a ella, se parece en todo a ella. Sus labios rojos son sus mismos labios rojos, su pelo sigue siendo igual que el trigo, su piel despide el mismo aroma; pero las uñas descuidadas de esos pies descalzos no se corresponden con la hermosura de su cara ni con la fragilidad de sus piernas muy delgadas. No te gusta el elástico de los bajos de su pantalón vaquero porque le ciñe los tobillos, a los que asoman unas ridículas finísimas pulseras; tampoco, el bolso de bandolera hecho de la piel de las sandalias, haciendo juego. Va además ¡tan despeinada! y con un escotado suéter de color frambuesa. Pero, cuando sonríe, ella se parece en todo a ella, solamente se parece a ella.

(Margot en la Plaza de Castilla, 2013)

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EL ROJO DE SUS LABIOS

El rojo de sus labios es el rojo de un cuchillo clavado en la garganta y el mismo color rojo de sus medias de cristal desnudándole las piernas. Es el rojo de su bolso de piel a juego con el rojo de los zapatos de tacón alto, los botones forrados en cuero rojo de su traje sastre y las flores del foulard que luce al cuello. El rojo de sus labios es la sangre roja de la luna, la sangre que empapa los capotes de los toreros en la plaza de toros una tarde de domingo, la sangre de los decapitados por el hacha del verdugo en el cadalso y de los asesinos que matan a navajazos a sus víctimas por sorpresa. Es el rojo de las guerras y del amor que se mastica con furia en la boca hasta hacerla sangrar por las encías. El rojo de sus labios es el rojo de un incendio y el rojo de las llamas reflejado en los ojos de los animales del bosque que huyen del incendio. Es el rojo de la cresta de los gallos prisioneros en las jaulas de una granja de animales, el rojo del hierro que se funde para hacer acero y el rojo de los semáforos en rojo de las calles.

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El rojo de sus labios es el color que prefieren los suicidas y el color de la hemoglobina de la sangre que huelen los tiburones a varias millas de distancia en una gota de sangre perdida en el ocĂŠano.

(El rojo de sus labios, 2013)

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DE GOLPE, TÚ

Y de golpe tú, tus ojos claros, tu pelo rubio, la mirada que deja de mirarme. De golpe tú, dándome de golpes, despertán– dome. Puesta en jarras frente a mí y a la ventana. Con una mano en el pomo de la puerta para irte. Tú que me llamas al orden, y me conturbas. Tú en un asalto, un combate. Tú hablando para mí, pero hablando sola.

(Verano, 2015)

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TODA TU TERNURA

Me sorprende la ternura que pones en todo cuanto tocas, cómo acaricias con la mirada, dices en un susurro. La forma en que sujetas un vaso, te lo llevas a los labios; abres el picaporte de una puerta, y te quedas viendo atrás que– riendo ver si por ahí se escapa el mundo. Con qué delicadeza cada noche dices no a tus fantasmas. Con qué esmero combinas el rojo y el azul marino de tu ropa de calle. Con qué paciencia coleccionas tazas de porcelana. Me sorprende, sí, que mientras el universo en rededor tuyo se extingue, arde, se inflama; sigas regando las petunias, las camelias; preguntándome si hará sol esta mañana o amanecerá con nieblas bajas y con lluvia.

(Verano, 2015)

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EL TIPO DE UN VIDEOJUEGO

Era el tipo de un videojuego. Se dio un golpe con el árbol, se dio un golpe con el árbol, se dio un golpe con un árbol, y nos reímos. Caminó confuso un trecho por la acera de la calle. En el cruce le cayeron los ladrillos de gafa de una obra desde un octavo piso, pero logró esquivarlos. Alguien le lanzó un piano de media cola lacado en negro desde una azotea, que se estrelló a un metro de alcanzarle. Unos aliens le secuestraron en su nave, le pasearon por el espacio intergaláctico y le devolvieron ileso junto a la taquilla de un cine a la hora justa en que empiezan las pelis. Le atropelló un taxi en un semáforo, y perdió dos de sus vidas; pero tenía vidas de repuesto, vidas de recambio. Siempre una vida de reemplazo. Con un ¡clic! desapareció de la pantalla. Comenzó a moverse con un ¡clic! de nuevo.

(Alumbrado público, 2016)

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QUIERO VERTE CAMINAR DESCALZA

Quiero verte caminar descalza, sin zapatos, sin sandalias. Quiero verte llevar un vaso de agua en la cabeza como un equilibrista sin volcar el agua, derramar líquido; yendo a la carrera de puntillas. Escapar de un león en una selva, hurtar tu yugular a un vampiro una noche, nadar en el océano mejor que unos tiburones asesinos sedientos de sangre tras un buceador incauto, ingenuo. Quiero verte en una habitación cerrada, un sótano sin ventanas ni puertas de salida, sabiendo que al final escapas, tú eres la gran maga. Quiero verte atrapada minutos, tal vez horas, un día entero; en ese ascensor averiado de pronto en la planta cincuenta y tres de una torre de cristal, un rascacielos en Nueva York, y saber que de nuevo pronuncias mi nombre, deseas que sea la mano de dios en el hueco oscuro del ascensor que te rescate.

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Quiero mirarte mientras atraviesas decidida el fuego pavoroso, las llamas de un incendio, y en este tiempo nuestro sin hĂŠroes, que me salves tĂş o salvarte yo. Pero no se puede derramar, dejar caer ni una sola gota del vaso: esa es la condiciĂłn del juego.

(La soledad de Mickey Mouse, 2017)

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(EL AVIÓN LOCO, 1929)

Ahí estaba Mickey Mouse en blanco y negro como Charles Lindbergh queriendo volar en avión en un viaje sin escalas, cruzar el mar a la otra parte del océano. Mickey Mouse construyendo un aeroplano en una granja de animales, soñando ser un héroe, viéndose el flequillo en un espejo, un espejito de mano de una sola faz. Sin ser una gaviota, una paloma, tampoco un águila; sino el primer ratón del mundo en la carlinga de un extraño aparato con hélice y con dos alas. Nadie creería que iba entre las vacas y algún pavo, destinado sin duda a Acción de Gracias; a elevarse dos palmos sobre el suelo ni que Minnie, la eterna Minnie, le acompañaba en su loca y fallida aventura. Ahí estaba Mickey Mouse con larga cola de ratón, orejas grandes, ojos sin pestañas y pantalones cortos, a quien en sus orígenes llamaron Mortimer; tan ocupado, tan atareado, deseoso de ser Lindy, cruzar en línea recta por el cielo desde la ciudad de Nueva York a París, la capital de Francia. Era tal su pasión, tanta su alegría, su goce tan grande ya en el cielo, que se hizo claro es acreedor a un beso robado a los labios de Minnie.

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Es mentira que Mickey mouse haya estado solo alguna vez en su vida de ratรณn y que su novia, Minnie Mouse, le diera aquella ingenua bofetada.

(La soledad de Mickey Mouse, 2017)

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¿QUÉ HACER YO CON ESTE JUEGO DE CANICAS?

¿Qué hacer yo con este juego de canicas, el vidrio de su esfera? ¿Jugar en el suelo al gua, llevarlas en el bolsillo interior de una chaqueta, el pantalón con ese enorme descosido en siete? Con su vida de cristal, su tacto a materia fría, ¿qué hacer? Con el blanco, el azul, el rojo. Con negro, amarillo y rojo. Blanco, verde, rojo. Amarillo, azul, rojo. ¿Cómo golpear un tiro, evitar la mano negra, no ser nunca ahogado, colocar las palmas en forma de una araña, hacer la roncha, chitar dos canicas, entrar al hoyo? Así, en cuclillas, arrodillado en un solar frontero con mi casa, me recuerdo pasando la tarde hasta que anochece con los primeros amigos de la infancia, y luego el frío, el viento, la lluvia de esta ciudad inhóspita de posguerra.

(La soledad de Mickey Mouse, 2017)

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¡OH, BETTY BOOP!

Betty Boop nunca sonríe, no asoman a su boca de fresa los dientes manchados de rojo. Parece incluso que Betty Boop fuera muda, una flapper, ya lo ven, que no tuviera voz propia en la vida con la que hacerse notar. ¿Cómo pensar en ella si resulta sólo un bonito dibujo en una cartulina? Betty Boop luce sus adorables piernas infinitas. No es Helen Kane sino la pícara Mae Questel que canta como Helen I wanna be loved by you. Yo siempre la veo con zapatos de tacón alto, esos aros de oro que encajan en el lóbulo de las orejas y en las muñecas como el anillo del hula hoop; el pelo ondulado y sus pestañas largas, gigantes, capaces de magnetizar a cada parpadeo hipnótico. Yo sueño con Betty Boop y su vestido ceñido a las caderas, el corazoncito que adorna sus ligas, sus torpes movimientos mientras camina, estira hasta el cielo los brazos cuando se despereza. ¿Es el diablo que nos enamora poniendo cara de niña? ¿Es un ángel que anuncia un perfume?

(La soledad de Mickey Mouse, 2017)

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LITERATURA

Los ojos azules de Yves Bonnefoy de pronto llenan de lágrimas las páginas blancas de un libro. La seriedad del poeta Tristan Tzara de golpe contagia al invierno de dibujos amarillos y lluvia. La voz callada de Gerardo Diego se enrosca en las gafas de sol de Emilio Prados en Málaga. El último trago de whisky puro adormece al ínclito Rubén Darío, al tocar un instante los labios; entontece su cara redonda. Yo he venido con Vicente Huidobro, Neruda, Rimbaud, José Hierro a salvarte de caer en el abismo negro de un pozo profundo, te hablo de la alegría del amor que a cada instante comienza, con versos de Pedro Salinas; te recito al oído con la prosodia cantarina, ronca, rota de Alberti un poema que lleva a tus ojos las aguas del mar azul en Cádiz, te duermo con una nana triste,

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repetitiva de Miguel Hernández. Constantino Kavafis rehúye siempre la palabra altisonante, solemne. Juan Ramón Jiménez un día halla la eternidad oculta en los versos de Estío. Baudelaire se tropieza con la modernidad en el fondo de una copa de ajenjo.

(Las palabras, 2018)

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SOY UN TIPO PUESTO DEL REVÉS

En una caja de zapatos guardo la sonrisa de un elefante africano de sabana, el diente de oro de un anciano pensionista, el cancán almidonado de alguna bailarina. A veces cuando despierto de mi sueño, en medio de la noche me atenaza una mano firme la garganta, y me hiere entonces en los ojos el blanco hielo de las paredes desnudas. –Busco a alguien que me dé su apoyo, un perro lazarillo, un ciego menos ciego, un tuerto del otro ojo al que yo tengo tuerto. No puedo salir a solas sin luz del laberinto, estoy tan bobo que doy pie con pie, choco a cada poco los tobillos, me he vuelto patizambo, desnivelado, cojitranco, un tipo del revés; y eso me preocupa no tenga, al fin, remedio –digo con voz inaudible, hablando para mí, y abrazo ansioso como un niño ese osito de tela que me regaló un pariente algo lejano y el plumier con mil lapiceros, la goma de borrar mis garabatos y el sacapuntas de mis tareas escolares. Sobre una hoja con renglones escribiré mi nombre con torpeza de escritor neófito, palotes

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verticales de caligrafía; con mi goma de borrar tinta intentaré quitar las nubes de aquel cielo color como de leche que me sigue desde la infancia igual que un indio a un cowboy en la pradera; con la cuchilla de afilar mis lápices, sacarles mina; iré lanzando al mundo viruta tras viruta de madera. Después, cuando la luz de la tarde y la negrura del crepúsculo se sobreponen y confunden, será hora de guardar objetos inservibles, cromos de ciclistas, bolitas de plata, un mechón de pelo en un sobre de visita, que nada a los demás significan sino un peculiar signo mío de desorden, divergencia: yo ando fuera de la fila ordenada del desfile. ¡Oh, esta cabeza siempre en otra cosa, los dedos tamborileando sobre la mesa, mi manía de mirar desde cualquier ventana hacia la calle oscura y las cornisas con molduras de los saledizos punzantes de las azoteas! Me llevo todos los fantasmas al paladar de la boca, y los muerdo como a un puño crispado, agarrotado con rabia, prieto; puesto de sopetón frente a mi cara. Trago saliva, toso para arrancar algo que me asfixia, impide decididamente respirar. Avanzo despacio por el pasillo de casa, yo, con una caja de cartón 55


para guardar zapatos y dentro la sonrisa de un elefante. Un mamut congelado en un bloque de hielo hace diez mil aĂąos. (BiografĂ­a, 2019)

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EL AZUL, EL ROJO, EL BLANCO

Me pongo a masticar sin prisa, llorar sin ganas, a veces respirar tan despacio, tan lento casi que ya no respiro. Cuento en voz baja el uno dos de mis latidos, con el reloj de pulsera me tomo el pulso en la muñeca, setenta golpes por minuto. En este azul de tus ojos apenas te veo a ti que vistes de amarillo, el rojo de los labios es un pálido pinta labios. Lanzo serpentinas y vítores desde la ventana del pasillo, me arrebujo en la lana de mouton de mi jersey a cuadros. Lleno este vaso vacío de vida, risas, muchachas que pedalean hacia mí en bici. Me pongo a masticar un bistec con sangre, un caramelo de eucaliptus; muerdo un cubito de hielo, y en el colmo de una torre leo tu nombre escrito con el hilo blanco desflecado de una nube.

(Biografía, 2019) 57


YO SOY YO

Yo soy yo, lo que escribo, lo que mis labios besan; y salgo a la calle, y piso la nieve, y me mimetizo, me confundo con un tronco de árbol, he aprendido a estar muy quieto, durante horas. Me abrazo a mí mismo, con los dedos me toco la espalda, el revés del mundo, del siglo en que –a contracorriente– gasto zapatos, camisetas, una gabardina dos tallas más grandes; y camino a zancadas, veo escaparates, me salto los semáforos, hasta subo los escalones de dos en dos; consumo flanes, yogures desnatados, una baguette, latas de sardinas en aceite. Yo soy yo, un hombre de muchas palabras, que elevo la voz en exceso, grito, y no debiera; de nulos apretones de manos, secretos al oído; alguien que apenas sí sonríe. A veces toco la tierra húmeda, la humilde tierra de una maceta de geranios, y percibo que ya pasó el invierno, lo peor de este larguísimo naufragio. Yo soy yo, un náufrago sujeto a un listón de madera, salvado en última instancia de morir, por las orejas. Paseo descalzo sobre ascuas encendidas, lumbre viva, madera ardiendo; y es mi propio fuego quien después me quema en las mejillas, me sonroja. Yo soy yo, un trazo de caligrafía, borrón de tinta, y palabras escritas con tilde, con acento; sustantivos huérfanos, adjetivos sonoros, adverbios de lugar;

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también una línea recta, un mapa callejero de esta ciudad que recorro tan a menudo, sé metro a metro, cada baldosa, todas las esquinas. ¿Quién no la conoce de memoria: portales, jardines, bancos, azoteas; piel pegada a piel, como otro cuerpo? Yo soy yo, alguien vestido con traje de hojalata en las apreturas del bus que cierra de golpe la puerta, la cola del cine, la vitrina de una confitería con tartas, milhojas, monas de pascua; y llevo un periódico bajo el brazo, y miro los anuncios luminosos, y me paro a ver tus ojos de animal herido.

(Biografía, 2019)

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UN POEMA QUE TÚ ESCRIBES

En algún momento de tu vida comprenderás que la chica rubia de tus sueños tiene hoy el pelo de color ceniza y te quedarás viendo el azul de las venas de sus manos y las arrugas de los párpados en el borde de sus ojos. La tocarás con las yemas apenas de los dedos para que la magia de este silencio a dos no se deshaga y le volverás la espalda porque ella está ya sólo viva en el poema que tú escribes. En algún momento de tu vida pondrás el mundo boca abajo: cuadros, muebles, libros… del revés, puesto a buscar con prisa aquella foto que ningún álbum guarda y pensarás que la llave del cofre del tesoro sigue en lo alto de un armario –entonces torre, campanil inaccesible por su altura–

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donde tu madre la ocultaba a la codicia de tu infancia. No tendrás nunca otra vez ocho, nueve, diez años; aunque seguirás viendo con semejante emoción –tan boquiabierto casi que entrarían, sí, moscas negras en tu boca, si a ti no te gustara llevar los dientes que tu escondes apretados– cómo vuelan mariposas sobre las flores del cantueso o saltan pececillos de colores en el agua de un estanque. ¿Dónde quedan la inocencia, pescar cangrejos con reteles desde la orilla del río, una tarde columpiar tu cuerpo, ¡tan frágil, sumamente flaco!, en las cuerdas de tender la ropa blanca, acercar de golpe tus labios a las trenzas de ella, ella que jamás sonríe? ¿Lo ves?: en algún momento de tu vida, hoy y ayer se confunden en un poema que tú escribes.

(Como necesidad el silencio, 2020)

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MILAGROS

Si no fuera rubia, Milagros sería pelirroja, pelirroja y judía, una judía de Nueva York. Yo la veo con sus botas katiuskas pisando con miedo a tropezar, con pánico; la nieve helada y el hielo en los charcos de la ciudad de Nueva York, y Milagros me parece ahora Blanca Nieves, Caperucita roja salida, sí, de un cuento. Si no tuviera los ojos tan azules como el mar Egeo junto a las islas Milo, Milagros tendría unos ojos negros, profundos; y a mí me asustaría mirarlos, unos ojos así: ¡tan insondables, tan misteriosos, tan hondos! Pero yo prefiero que no sea pelirroja, no viva en Nueva York, no tenga los ojos tan negros como dicen que tiene a veces los ojos la noche.

(Como necesidad, el silencio, 2020)

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POEMA DE AMOR ESCRITO EN NOVIEMBRE

Esta venta está destinada a sólo yo mirarte. Cuando paseas, cuando vas con prisa, te paras con alguien un buen rato a conversar del tiempo o de la política, cómo se hace una salsa bearnesa; y te demoras, te vuelves una mujer invisible para mí, que te aguardo acodado en la ventana –ya sé que no debiera nunca llamar al teléfono, marcar tu móvil; aunque no oiga sonar el toc-toc tuyo en la escalera, se enferme, ¡con qué ansiedad!, mi corazón–. Desde ella, yo lanzo un beso fuerte que roza los árboles y te abraza sorteando coches aparcados. ¡Qué ternura, en mi silencio, si te veo! ¡Qué soledad difícil, si no te tengo muy próxima, cercana como esas nubes con figura de esquimales besando la nariz del otro! Esta ventana entreabierta me cobija igual que un muro de edredones, mantas; y yo asomo una mano del embozo, la almohada; que roza tu mejilla, y me duermo con un rizo rubio de tu pelo, que me hace en un camafeo de fetiche como ése de la abuela Iluminada que tuvo el abuelo. Esta ventana está destinada a sólo yo mirarte, ver con todo mi embeleso; vuelto un bobo de Coria –poco más o menos– si tú giras, como de milagro, la cabeza para, también, verme a mí. –Hola, ¿estás ahí? ¡Hola, hola, hello! Mira, mira…; te saludo

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sobre los hombros de los peatones–. Puedo adivinar, apoyado en el alféizar de esta ventana, un mar azul en el azul de tus ojos; resbalar en tu piel, ¡tan suave!, como en la arena del desierto de Nubia, en el valle del Nilo; y acariciarte en una mesa, bajo la mesa: en el café Gijón, Les Deux Magots, un rinconcito frente a la calle en el gran café Majestic de Oporto. Te visto y te desnudo, pongo un traje, otro traje; desde esta ventana a resguardo de la lluvia, del sol en los ojos; y alcanzo los gestos de tu mano, choco con tus botas katiuskas, hoy que es noviembre gris y la tristeza, un pozo hondo. Esta ventana nunca se cierra, está a salvo de las ramas de los árboles, que en días de viento golpean, ¡ton, ton!, el cristal, y del ruido, que es un oleaje que atraviesa por medio de junturas y tabiques. Yo besaría la saliva cálida de tu lengua en la boca, pintaría pelo a pelo bigotes de ratón –no, no es Mickey Mouse– sobre tu labio, pondría número una a una a tus efélides, tus pecas. Te filmaría en vídeo casero con una cámara PoverL, grabaría tu voz con una grabadora de voz digital, y me reiría con tu risa, te haría caminar hacia atrás para que cruces el verde del semáforo, desde ella: la segunda ventana a la izquierda del cuarto piso. Esta ventana está destinada, sí, a sólo yo mirarte.

(Como necesidad, el silencio, 2020)

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LLOVÍA

Llovía por favor hablabas muy despacio la raíz de un tronco subía hasta las ramas del árbol Llorabas mucho todo un caudal de lágrimas (en el cuenco de las manos) Llorabas gracias tenías (todo) tu pelo mojado por la lluvia

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Por favor llorabas sĂ­ llorabas

(poema inĂŠdito)

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Poemas seleccionados por el propio autor, a mediados de febrero de 2020, en Madrid, por solicitud del editor, para difundir su valioso trabajo poĂŠtico.

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MANUEL LACARTA nació en Madrid, estudió música en el Conservatorio Superior de Música de Madrid y es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense. Ha publicado libros de poesía, narrativa, novela y ensayo. Como poeta es autor de Reducto (1977), Encarcelado en el silencio (1978)), Al sur del norte (1982), Estar sin estancia (1983), 34 posiciones para amar a Bambi (1988), que fue “Premio Ámbito Literario de Poesía”, El tipo del espejo (2010), Otoño en el jardín de Pancho Villa (2011), reconocido con el “Premio de la Crítica de Madrid” al mejor libro de poesía aparecido en 2011, El rojo de sus labios (2013), Margot en la Plaza de Castilla (2013), Verano (2015), Alumbrado público (2016), La soledad de Mickey Mouse (2017), Las palabras (2018), Biografía (2019) y Como necesidad, el silencio (2020). En narrativa, de Cuentos de media página (1983) y Cuentos de Madrid (2008). En novela, de Dame tus manos (2010) y Yo, Lope de Aguirre, rebelde hasta la muerte (2014). Su obra de ensayo comprende los libros Madrid y sus literaturas. De la generación del 98 a la posguerra (1986), Felipe II. La idea de Europa (1986), Cervantes. Simbología de lo universal (1988), Diccionario del Quijote (1996), Diccionario del Siglo de Oro (1996), Felipe II. La intimidad del rey Prudente (1997), Carlos V (1998), Lope de Aguirre. El loco del Amazonas (1998), Madrid y sus literaturas. Del modernismo y la generación del 98 a nuestros días (2002), Madrid (2003), Felipe III (2003), Cervantes. Biografía razonada (2005), La Casa de Austria y la monarquía de Madrid (2006), Diccionario del Renacimiento (2006) y La poesía española del exilio interior y otros ensayos (2017).

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