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Sinrumbo de Yosmel Araujo

sinrumbo

[9] se van de la casa en el momento dado para el primer machetazo, luego adviene el pisotón, último designio de todos mis pasos, instancia de enfermedad que concluye el encuentro. Nadie sale de su cueva a buscar míseras y magníficas palabras. Te traeré al barrio, donde no hay conexión y la comida se mide por cuanto nos miramos en la desidia. Si nos alejamos del techo, la cosa que soy se desmorona en intentos a ser más que el hogar dispuesto como «eres». Para tantear sin derrumbar escombros, volteamos nuestras ansiedades, situando cada mejilla en una masacre que huele a aserrín. En la ciudad de estos años fantasmagóricos, nos escupen la salina. Vista de cielo sangriento. Es y habita el ruido que en todo nos proclama vestigios. Al afirmar mi finitud, recuerdo no haber tenido casa, caigo en el desconocimiento. Caído porque la duda es un hueco y mis pies no entienden esto, la gente no recuerda y el dolor no reconoce pasillos, laberintos. Me pierdo en el estruendo, vagón a vagón hasta cierta eternidad, frenado. Fragmentos es lo que percibo ante la gran duda que ha sido el (…). Sin importancia, me he visto andar por senderos —irrefutables— hacia la nada. Me he bendecido, maldecido con tantos nombres que el sinrumbo se adapta con firmeza. María, el arraigo no es sitiar aberturas. La calle nos ve inertes, castigos enjaulados en nuestro deseo, lugar donde enfrentar aullidos entrañables, escondidos. Mirar la reminiscencia de un Ellos como excusa por parte de la memoria; árbol que ha perdido sus hojas a candor de la brisa. El país de los viejos, de los inadecuados que, al caer, jalan. Me arden los ojos que heredé de mi madre, indomables. Para salivar mejor, nos volvemos acto incestuoso que bajo la luz del resquicio nos logra.

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