014 enero 2003 c

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Esquina sudeste de Boedo y Venezuela. Allí, en el sótano de tres frentes de largo por dos de ancho, vivían los gitanos. Por lo que batían los memoriosos, estaban desde siempre y en ése, su lugar en el barrio, de mañana, y fragua y martillo mediante, se forjaban unas enormes pailas de cobre con destino a las fábricas de caramelos y dulcerías que abundaban allá por el cuarenta y tantos. Al mediodía, en una enorme mesa circular y bajita, se agrupaba la familia bajo la mirada atenta y vigilante de don José y doña María. El, presidiendo el almuerzo desde su metro noventa y su rostro cetrino, orlado por unos poblados mostachos de manubrio que lo hacían imponente, y ella –con su escaso metro sesenta–, compartiendo la autoridad sobre hijos, nueras y nietos. Por las tardes, en el centro de esa misma mesa, un gran samovar de plata exhalaba un agradable aroma a té especiado que llegaba hasta la calle y nos envolvía, mientras espiábamos lo que para nosotros era una rara ceremonia donde el clan volvía a reunirse y, por las noches, convertía el ámbito en un inmenso dormitorio. Allí se ubicaban mullidos colchones separando los ambientes por floridos cortinados a manera de biombos y asegurando así una supuesta y relativa privacidad. Enterarnos de su quehacer cotidiano era parte del espionaje de los pibes, quienes veíamos en los gitanos a los monstruos elaborados por los viejos, que nos criaron repitiendo inútilmente la famosa frase: “No salgas a la calle que te van a llevar al sótano”. A medida que el tiempo transcurría, el misterio y el temor fueron desapareciendo y la vecindad alimentó una tranquila convivencia matizada periódicamente por algún despelote familiar que, convenientemente denunciado por algún vecino ortiba de turno, hacía llegar al “autito” de la octava para restablecer el orden por una temporada. Eran famosas las fiestas de casamiento que

llegaban a durar hasta una semana –con sus días y sus noches–, transcurrida en un incesante desfile de ida y vuelta al horno de la panadería de las asaderas con lechones y otras delicias que luego se consumían junto a incontables barriles de cerveza, culpables de las alegres curdas ineludibles en los festejos. Numerosas familias de paisanos invitados se congregaban vestidos con sus mejores galas, exhibiendo los enormes autos de los varones y las polleras y blusas multicolores de las gitanas, quienes además lucían en sus trenzas medallas y monedas de oro que, aunque de uso cotidiano, parecían despertar una reiterada competencia. Recuerdo entre las gitanas de la familia vecina algunas de singular belleza, destinatarias de admirados comentarios non sanctos, en nuestra afiebrada y libidinosa adolescencia. Era frecuente, por las tardecitas, ver a don José llegar al boliche esquinero que nos congregaba y, ya ubicado en su mesa, siempre junto a la ventana, escabiarse una cervecita para, previa cabeceada, quedarse de apoliyo. Al rato, como formando parte de un ritual, aparecía la figura chiquitita y encorvada de doña María, quien, entrando muy decidida al café, se acercaba a su dorima y tirándole del mostacho le ordenaba imperativamente: “¡¡¡Vayadurmirrrr!!!”. Y allá iba, mansamente, el gigantesco patriarca precedido por su consorte que le recitaba furibunda algunas previsibles imprecaciones en aquel idioma para nosotros ininteligible. Ya mayores, tuvimos algún trabajoso diálogo por el tarzanesco castellano de don José, quien estaba orgulloso porque el comisario de la octava lo saludaba al pasar de ronda con el “autito” (un saludo entre amistoso y preventivo, fruto de reiteradas y periódicas citaciones). Otro personaje notable era uno de los varones de la familia que solía pasearse por la cuadra de rigurosa pilcha y zapatos blancos

contrastantes con su piel oscura y sus cabellos negros prolijamente peinados con gomina. Lo llamábamos “Fenómeno”, en alusión a una notable cabeza inversamente proporcional a su escasa estatura. Carlitos –uno de los primeros nietos de don José– era muy servicial haciendo los mandados para la familia. Creció a la par nuestra y, aunque no nos daba demasiada bola, entre viaje y viaje compartidos al almacén, nos enseñaba las malas palabras que le decíamos en castellano, traduciéndolas a su lengua, para ser repetidas por nosotros hasta llegar a una perfección digna del mejor alumno. Era frecuente que algunas personas, de paso por la cuadra, se decidieran a bajar al recinto de nuestra historia, en busca de la lectura de las manos y conocer su suerte futura, a raíz de

la presunta y difundida habilidad de las gitanas en la quiromancia y predicción. Por supuesto, esto era hábilmente aprovechado y más de un conocido nuestro dejó sus buenos mangos en el intento de averiguar un porvenir deseado y venturoso. Recuerdo a una de las gitanas comentarnos con una sonrisa pícara: “Nosotras no llamamos a nadie, pero si baja...” (...no le vamos a negar atención, ¿verdad?, agregábamos). Un buen día, a comienzos de la década del setenta, asistimos a un desfile de colchones, alfombras, almohadones, cortinas y otros enseres que, escoltados por el hermoso samovar, fueron acomodándose en varios camiones y automóviles que, en una jornada, se llevaron del barrio a los gitanos y su historia. Era el desalojo que las quiromantes de la familia no habían podido prevenir ni detener. El desfile de sus caras tristes en la despedida así lo demostraba. Esa única y última vez, la suerte había abandonado al sótano y sus habitantes. Desde la esquina, un pequeño coro de voces amigas, entre ellas las nuestras, exclamaba el “Chauuuuuuu...” del final. Y unas manos nunca leídas se agitaban devolviendo el saludo de los que partían, hasta que el séquito en un par de cuadras dejó de ser. Esa noche, al pasar frente a la puerta de madera cerrada con cadena y candado, un imaginario aroma a té especiado nos hizo lamentar de veras no haber aceptado nunca la reiterada invitación a compartirlo. Abajo, reinaba el silencio, mientras una ronda de duendes gitanos multicolores giraba lentamente alrededor de un brillante samovar de cristal. Horacio Di Giuseppe

De los muchos e ingeniosos cantos de la tribuna cuerva hay uno que se repite inalterable generación tras generación culminando con el estribillo: “...desde Boedo salió el nuevo campeón”, reafirmando la indisoluble raigambre barrial, y aunque el “viejo” Gasómetro ahora sea “nuevo” en Flores, aunque el Dante haya bajado sus persianas como párpados que se entornan para el recuerdo, la fiesta se hace en casa, en la vieja esquina que Manzi evocó antigua. Allí cuando la alegría se tiñe de azul y grana se junta el cuervaje rememorando carnavales que dejaron de serlo. No faltan abuelos fatigados por obedecer la orden: “El que no salta...”, ni bebés en su cochecito con los consabidos colores y hasta el perro luciendo su camiseta y vincha correspondiente. Un pequeño recreo que no borra la pesadumbre de un año difícil. Mañana habrá que pelear de nuevo contra el hambre y la desocupación. Pero hoy..., hoy, ¡somos campeones otra vez!


EL TEATRO DEL BARRIO Boedo 1759 * 4 932-3390 / 4 956-1060 TALLERES DE VERANO: abierta la inscripción Taller de actuación: Virginia Lago 4 932-3390 (Fabiana), 4 931-7960 (Pablo) Realizaciones Culturales “Club de Teatro” BOEDO XXI - Boedo 853 - Informes y reservas: 4 957-1400 - E-mail: boedo21@hotmail.com Jueves de 19 a 22: Cursos de teatro a cargo de Omar Sucari. Informes e inscripción en Boedo XXI los jueves de 19 a 22. Actividad teatral en receso durante enero. BIBLIOTECA “LUBRANO ZAS” de la Junta de Estudios Históricos del Barrio de Boedo.Enero: receso Centro Cultural y Teatro Independiente EL QUIJOTE - Av. Independencia 4053 * 4 957-6218 CURSOS: *Teatro para adolescentes y adultos *Teatro para niños *Gimnasia *Tango *Salsa Espacio “VIDA Y ARTE” del TEATRO BOEDO Boedo 878/80 - 4 957-6702 E-mail: vidayarte@hotmail.com Actividad teatral, cursos, talleres y exposiciones en receso durante el mes de enero. Permanece en actividad el espacio de venta y servicio de comidas artesanales y vinos regionales. Centro Cultural JULIAN CENTEYA Av. San Juan 3255 - 4 931-9667

LUZ DE GIRO - Alejandro Paludi En esta obra, el doctor Alejandro Paludi enfrenta a su lector con novedosa trama, en un lenguaje desacostumbrado, que muestra inevitable precaución frente al argumento central, y convierte en nuevo y atrayente el motivo de lectura. Así es que tanto en Luz de giro, como en sus historias complementarias, el autor provoca un magnético y novedoso recurso que nos conmueve en la emoción y motiva la razón a perseguir: persistir en el trayecto de su lectura. Verdadero tránsito por sus regiones ya cálidas o heladas, en la incesante búsqueda que supone toda calificada narración. Ejemplo singular que convierte a Luz de giro en la historia inesperada y anhelada a la vez por quien la recibe. (A.D.L.F.) Ediciones Agón, Bs. As., 2002

EL HOMBRE QUE ESCRIBE Poemas y canciones - Oscar R. F. García Este CD reúne algunos de los trabajos de sesgo más intimista del poeta, junto con otros que fueron musicalizados por el folclorista Alberto Zapata. Asimismo, la selección incluye el tango Concierto pasional, con música de Arturo Penón. Participaron en este trabajo, además de los nombrados, las actrices Claudia Atrio y Betty Raiter. Se trata de una aproximación a una poesía en la que, según Alberto Vanasco, “lo que hay que ensalzar no es sólo la natural y eficiente inserción en lo mejor de nuestra tradición literaria, sino también, desde luego, la originalidad, riqueza y profundidad de cada una de sus líneas”. (H. B.) Buenos Aires, 2002

CENIZAS DE LA TARDE Norberto Barleand Como poeta, Barleand camina en sentido contrario a la época. Mientras nos ahogan los corruptos él habla de dignidad. La gente se olvida de todo y él nombra la memoria y la nostalgia. Cuando el mundo se encamina una vez más hacia la guerra, él canta sostenidamente por la paz. En esta mediocridad vergonzante otra vez un poeta nos pone su poesía por delante como una indagación para escalar la cumbre o despeñarnos. En épocas de calamidad puede ocurrir que estas Cenizas de la tarde se trastroquen en el fuego del alba, porque cuando a la gente se le cae de la esperanza toda la paciencia acumulada, o se le rompe la imagen de algún mito, no tiene más remedio que ampararse en el regazo oscuro debajo de la tierra o en la transparente desnudez de la poesía. (N.C.) Ediciones La Luna Que, Bs. As., 2002

Dicen que después del matrimonio, es la amistad el vínculo personal más íntimo, dispuesto a dar mejores frutos; decía Voltaire: “La amistad es un don del alma entre dos hombres virtuosos; porque los malos sólo tienen cómplices, los voluptuosos compañeros de vicios, los interesados socios, los políticos partidarios, los príncipes cortesanos; únicamente los hombres honrados tienen amigos”. Según Cicerón la amistad engrana su manera de ser con el carácter, por eso necesita almas libres e independientes, que no sufran la servidumbre de otros sentimientos apasionados. Así en el diálogo Lelius sive Amiticia, dice: “La mujer, sacrificada al amor y a la maternidad, no es capaz de grandes amistades”. Pero desde entonces a ahora, las mujeres hemos podido darles algunas vueltas a las clavijas de los artificios restrictivos del mundo. Contrariando los asertos del orador romano, con Aurora Alonso de Rocha alimentamos y protegemos una amistad de “rioba”, zarandeada por aulas, calles y recintos varios, de nuestra entrañable Bue-nos Aires. Imposiciones de la vida –que le dicen– nos separaron muy pronto –geográficamente– sin dañar para nada aquel primigenio y bien nacido sentimiento. Es más: nuestros esporádicos y nutridos encuentros han ido revalorizando esa unión. Desde Olavarría, donde reside esta escritora, abogada, docente universitaria y actual directora del Archivo Histórico de aquella ciudad, cambio y correspondencia de esos afectos han procurado estas noticias que me dispongo a compartir. Acepten pues, el preámbulo que me ha de permitir remover el grano de la mazorca. Paso a transcribir el meollo de la carta portadora de este “descubrimiento”, fechada el 3 de setiembre de 2002.

Desde épocas precolombinas, los indios guaraníes conocían la yerba mate y le atribuían poderes excitantes tónicos de carácter mágico, que justificaban con un origen cuasi divino. Hoy día sabemos que la infusión de yerba, en cualquiera de sus formas, es realmente estimulante y tónica. Un estudio realizado –que corrobora lo observado en los soldados de las guerras por la Independencia (ver número anterior)– sobre los

Actividad teatral en receso durante enero.

JUNTA DE ESTUDIOS HISTORICOS DEL BARRIO DE BOEDO “Cardellino o gardellino”, según la región, o sea gardelito, es una palabra italiana que designa a un pajarito multicolor de frente y garganta rojas, faja amarilla sobre las alas, pico cónico, muy buen cantor; es pequeño, de la familia de los fringilidos, parecido al mirlo. Hasta aquí llega la escueta información ornitológica. Una de las más famosas canciones napolitanas se llama “lu cardillo”, il cardelino, y trata de la partida de la ingrata mina (término usado con similar connotación a la que por estas orillas se le suele dar), que se puso un vestido con volados y un sombrero con cerezas para irse a Francia a trabajar de bataclana (a fá la sciantossa) mientras el bulín la extraña y el gardelito ya no quiere cantar. ¿Verdad que suena conocido? Ahora bien, sigue diciendo mi oportuna corresponsal; los pájaros no son iguales en todos los lugares de la tierra; el zorzal, que pertenece a la especie turdus mussicus, es apreciado por su melodioso canto y ¡oh coincidencia!, su nombre es usado en el sur de Italia para decir muchacho. Yo me imagino –sigue diciendo mi amiga– a los changarines del Abasto llamándole muchacho a Gardel con el nombre del pájaro cantor. Creo que es una coincidencia tan mágica que merece conocerse. Y concluye preguntándose: ¿Cómo no nos habíamos dado cuenta antes que Gardel había nacido predestinado por su nombre? Otilia Da Veiga efectos fisiológicos ejercidos por el uso del mate los clasifica asi: Acción económica: Repone de la fatiga y excita al trabajo y la actividad. Acción calorífera y sobre la circulación y respiración: Es un acelerador del ritmo cardíaco y elemento que ayuda a disminuir la tensión arterial. Acción sobre el tubo digestivo: Activa los movimientos peristálticos del intestino, favorece la evacuación y la micción y actúa como estimulante de las contracciones del estómago. Acción nutritiva: En resumen, tiene dos aspectos: retarda la desasimilación y a la vez contiene elementos resinosos y albuminoides capaces de ser asimilados. Es un anticonsumidor y un dinamógeno. Eduardo “Mano” Berón (artesano) Fuente: Pilchas criollas de Fernando O. Assunçao. Imagen: la inolvidable foto de Pascual Contursi mateando.

Actividades de enero Los sábados de 10 a 13.30: En la vereda, bajo los tilos de Boedo 853, se despliega la mesa de publicaciones de la Junta, compartiendo su espacio con “Ediciones Papeles de Boedo”, “Desde Boedo” y “Boedo XXI”. Biblioteca pública “Lubrano Zas”: receso en enero.

En el diario local de mañana seguramente titularán: “Fuertes ráfagas de hasta 40 km/h...”. Pero hoy, ahora, en esta playa agreste, nadie podía preverlas, así que cada quien las vive a su manera. Desde mi bunker, una sombrilla de cuya mitad pende un telón opuesto al viento, espero –con vana esperanza– que amaine, acordando un poco más con el cielo límpido, la temperatura agradable y la calidez del agua. Rueda la arena fina castigando tobillos, empanando piernas mojadas mientras un joven guarece con el torso su guitarra empeñándose en un único y repetido rasguido. Una retinta mujer mayor, indiferente a las ráfagas, sigue tomando sol confirmando, a pesar de todo, su vocación de lagarto. Me imagino a Eolo a los codazos con Febo en la disputa de su altar pagano. ¿Qué sabor tendrá el mate de arena? Es lo que cabe preguntarse observando la pasividad y presunto deleite de una pareja que lo sorbe entrecerrando los ojos. Una pelota con alma de boomerang retorna –insistente– al lugar de donde fue pateada y el partido sigue, imperturbable, en la “magnífica jornada –según confirma la radio– algo ventosa”. Sólo los juegos de naipes se interrumpen: aún no se han inventado las barajas de plomo. Ante la generalizada y fatalista absorción del fenómeno –a fin de cuentas nadie puede detener los ventiladores celestiales– pienso si no lo estaré magnificando por mi cuenta. Pero no. Aquella sombrilla que levanta vuelo y la guitarra sacudida para extraer arena de su caja confirman mi percepción. Sin embargo, ahí están los estoicos playeros, negando molestias, gozando como pueden lo que pueden. ¿Será cuestión de repetirme internamente: es una brisa, una brisa..., para que el mate vuelva a tener sólo yerba, las sombrillas no despeguen y la guitarra suene como en concierto? ¿Habrá un nuevo balneario de masoquistas agregado al de nudistas? O sólo será que ante tanta desventura cotidiana ha prendido fuerte la vacuna de la resignación. Mario Bellocchio


No hace mucho tiempo escribí, en un libro que ahora está en proceso de revisión, es decir una cantidad de hojas a la espera de visita en el cajón de mi escritorio, lo siguiente, Agradezco a Gabriel por haber derribado la traba que me impedía marcar los libros que leía. Ya llevo unos siete años de marcas en lápiz, en lapicera de color rojo; siete años de fragmentos subrayados y de anotaciones al margen. Gabriel me hizo ver el valor incalculable de consignar nuestro rastro en los libros. Algo así como dejar nuestras marcas para que, en un hipotético futuro de buscador, podamos tener pista del que fuimos o reconocer al que todavía seguimos siendo. Algo así como una invitación a la relectura de ese texto fragmentado por nuestra propia mano, volver al sabor elegido con solo abrir el libro, y a través de cada marca, poder asomarse a alguno de sus momentos, los notables, aquellas líneas para recordar que sumaremos a los recuerdos, destacados o no, de nuestra vida. Una única alternativa me ofrecen hoy el libro y la vida, la contemplación fragmentada y es así como vuelvo a ellos. Armado con un lápiz y mi memoria, así leí en la casa de las sierras. Gabriel, mi amigo, es el escritor Gabriel Montergous, y así ocurrió, marco los libros desde que él tentó la apertura de esa ventanilla. Desde que sucedió la primera marca, la primera flecha, porque a veces se me da por la flecha indicativa (desde acá y hasta que te encuentres con la otra flecha en dirección contraria), desde que en mi biblioteca comenzaron a aparecer los libros con pequeños fantasmas paridos de mi puño y letra, desde que dejé de ser nada más que lector para erigirme en una especie de colaborador de márgenes y ácaro presuntuoso de todo hueco, digo, desde que empecé a marcar los libros que leía y en los que efectivamente encontraba algo que disparaba mi mano hacia el lápiz o la lapicera roja hasta la marca, el subrayado, la anotación, la flecha, siempre estuve convencido de que así debía ser, de que así era mejor. Charlando con Gabriel sobre las idas y vueltas que me presentaba la cuestión del marcado de los libros, y a esta altura queda claro que este escritor va teniendo bastante que ver con el asunto, él me recordó un artículo de la escritora Mónica López Ocón, publicado en Desde Boedo, donde afirmaba, (...) encontrarme con mi padre, que hace ya muchos años que no camina por los barrios tangibles que figuran en la Filcar, me cito en un libro subrayado por él. Digamos en Flor nueva de romances viejos, de Don Ramón Menéndez Pidal, sólo por dar un título. Y allí, a poco de comenzar la lectura, aparece él, mi padre, por unos senderitos de pentagrama que dibujó con tinta roja sobre un párrafo, hace ya mucho tiempo, quizás sentado a la mesa de un bar de la ciudad tangible. Pues entonces que no queden dudas, lector que todavía no marca los libros. ¿Cómo no marcarlos después de Gabriel y de Mónica? Pienso en José Saramago, con sus libros llegó una variante; algo distinto me suele suceder cuando leo a Saramago. De repente no son tantos los fragmentos marcados. Con el portugués ocurre que logra, y no pocas veces, capítulos enteros en los que es imposible elegir unas líneas. Todo el capítulo respira en unidad provocando la parálisis de mi mano derecha. Hay capítulos completos que figuran en mi ejemplar señalados con un gran signo o con varios signos de admiración, tres es el máximo, porque su escritura simula ser el mejor travelling literario jamás visto, ¿dónde detener el cochecito de bebé que tiembla en las escaleras de Eisenstein? A esta altura, mi colección de marcas, flechas, subrayados, signos de admiración en

soledad o en grupo, afirma la sospecha; entonces nace la certeza para luego llegar la prenda de la condena, sí, otra vez, de mi pasado, porque digamos que mi pasado ya me condenaba sin esto de la marca en los libros. Mi pasado me condena desde que rápidamente me di cuenta que leo desde mis ocho años y sólo dejo rastro de colaborador desde hace siete amarretes y piojosos años. Una y otra vez pensé en lo acertado de la acción; como escribí, volver al que fui o descubrir al que todavía sigo siendo. Las objeciones al marcado generalmente provenían de personas que no lo practicaban porque veían al libro como un bien ganancial más; es decir, como si el libro fuera una mesa, y no nos engañemos, ¿cómo vas a rayar la mesa que nos regaló mamá? (cualquier mamá, la de ella o la de él). Pero, y aquí la palabrita, porque siempre aparece el pero, un pero (nuestro pero, amigo lector que sí marca los libros), un pero que no muerde porque le falta una r, pero que lleva a la reflexión. El “pero” me lo planteó Alfredo Gialdini, amigo de Montergous, ya un ácaro privilegiado entre estas líneas. Alfredo es un lector destacado, amplia cultura, un enamorado de la música y de la pintura, y al que tuve el gusto de conocer a través de un amigo al que ahora no hace falta mencionar otra vez. Alfredo fue amigo de Manuel Puig, es placentero escuchar la relación de la anécdota que los ubica en una mesa de La Academia mientras Alfredo lee uno de los capítulos manuscritos de La traición de Rita Hayworth. Fue Alfredo, en uno de nuestros encuentros, y hablando de su última lectura, que dijo algo así (trato de subrayar sus palabras), No marco los libros, a veces creo que debería tener dos ejemplares del libro; como en este caso, porque me gustaría poder mostrarte en forma exacta las expresiones destacables de esta lectura; pero no marco los libros, porque si en el futuro quiero volver a la obra, no quiero ser condicionado por mi lectura anterior; por eso digo que a veces tendría que tener dos ejemplares, uno para que quede libre, por si el regreso, y el otro, marcado, nada más que para poder expresar mi admiración. Alfredo aclaró que no muchas veces tiene necesidad de dos ejemplares; coincidimos en que no son las mejores épocas para andar con el cuore henchido de admiración. Mi lápiz es HB y mi lapicera con tinta roja es de punta fina, quizá más cercana a una punta de lápiz 2H, y he aquí una posible encrucijada, un enigma, pero de esto acabo de darme cuenta. No ocurre lo mismo con esto de marcar los libros. Durante años me pregunté sobre el por qué de mi abstinencia, pero fue otra de las respuestas a las que nunca llegué. Luego me sentí feliz por mi accionar. Ahora veo la marca en el libro y me digo que por ahí estuve, y a veces, a través de la marca recupero el paisaje donde esa marca llegó al papel, recupero ideas, emociones, recupero cafés, departamentos alquilados, trenes, colectivos, los rostros de los regaleros que hicieron posible algunos libros en mi mano. Entonces es que me parece tan cierto aquello que explica Alfredo, es tan cierto que no va a haber forma de detener mis incursiones en los márgenes de la escritura de los elegidos. Nada más soy como un pibe con juguete nuevo eligiendo uno de los caminos posibles, uno de los caminos hacia el inevitable condicionamiento que acompaña todo intento de posesión de una obra de arte, quizás el más notable de los egoísmos humanos. Ahora todo parece más claro, entonces, dejo mis rastros, pero, ¿con mi lápiz HB o con mi lapicera roja de punta fina? Edgardo Lois

Quizá la vida sea un concierto de preguntas de las que sólo obtenemos respuestas para unas pocas y sin mayores seguridades de ejecutar la partitura acertada. Tal vez ese sea el motor de los hurgadores del pasado: tener claro de dónde venimos para construir el presente mientras dilucidamos hacia dónde dirigirnos. El modo indicativo de la búsqueda comienza con el pretérito indefinido personal. Es sólo el principio: una pequeña piedra lanzada al agua de nuestra propia historia. Para algunos, más inquietos que el resto, no pasan inadvertidas las ondas que genera. Los círculos se expanden y tocan entornos que fueron moldeándonos. El barrio es uno de ellos. Hay quienes –entonces– perciben que ciertos muros son mucho más que un trozo de mampostería. Albergan recuerdos nutrientes, ideas formadoras, ecos de pasos que siguen caminando a través de nosotros. De allí su afán por preservar lo hecho, releer lo escrito, evocar lo vivido, reuniéndose en agrupaciones con tales fines, como las juntas barriales. En diciembre pasado, la Junta de Estudios Históricos del Barrio de Boedo, a través de su presidente, el señor Aníbal Lomba, me invitó a incorporarme a ella como miembro de número, un hecho que me complace y compromete para llevar a cabo en un marco mayor que el de esta publicación, los objetivos que la junta proponga y desarrolle. Mario Bellocchio

Si en el plexo céntrico de algún barrio de la ciudad, existiera aún una pizzería donde fuese posible comer de pie una porción de pizza bien cargada de mozzarella a dúo con un rectángulo desparejo de fainá, y acompañarlos con un moscato, que lo diga ahora o calle para siempre. Porque estoy hablando de las antiguas pizzerías, indispensables para el conocimiento de un pasado no tan remoto y para la degustación gastronómica de otra Buenos Aires que, en su apuro de modernización a la virulí –como decíamos de pibes–, permitió que desaparecieran. Pero una, al menos, de la que doy fe, resiste a la prepotencia del engañoso tiempo y rescata en su interior para la historia belgranense, fragmentos de murmullos de una ciudad menos atropellada, sólo perceptible para aurículas afinadas en la porteñidad. “Burgio” es su nombre y constituye domicilio en la avenida Cabildo 2477, casi esquina Monroe; vive allí desde la década del 30, cuando algunos comercios de los hoy existentes no estaban en el lápiz de ningún proyectista, y alguno que otro café apenas si gateaba. En sus comienzos supo tener mejores vecinos: quiero decir, negocios con nombres en castellano y venta de artículos de industria nacional; hoy no entiende la lengua que, sin pertenecerles, la mayoría estampa en sus marquesinas, y es reluctante por sana cuestión de identidad al megavideo de juegos paredaño y a la profusión de chinerías del comercio esquinero. No es ambiente apto para una clientela de berretines posmo, necesitada de playa de estacionamiento para bajarse a saborear una pizza, ni para la nueva oleada de muchachos de ronda de cerveza bebida por el pico, desparramados en los umbrales. Pero eso sí: tanto estos como aquellos pueden hacer uso de sus baños –conste que no digo instalaciones sanitarias–, pues la casa entiende que las necesidades fisiológicas no son privativas de su clientela. Tampoco hay cartel con prohibición de entrada a vendedores ambulantes, porque saben que todos deben ganarse la vida. Ambos gestos pertenecen a gentes de una ciudad que ya no es, pero aquí sobreviven. Cerca de la entrada, pegado a la pared, hay un escrito; como resulta imposible leerlo dado lo amarillento de la hoja, más la distancia que media entre lector y medianera, uno recurre a quien está detrás del mostrador. Y es el propio dueño que se acerca e informa: “Lo escribió un señor, que no cobró nada, y apareció en un diario”; pero no lo lee, y uno se queda sin saber qué dice. A duras penas alcanzo a distinguir la firma: Ignacio Xurxo. Entonces me digo que se lo preguntaré a su autor si logro verlo, mientras me alegro de que haya soltado su buen decir en homenaje a esta pizzería, tal vez decana entre las pocas que deben subsistir de aquella ciudad –aunque la misma– que algunos conocimos. El largo salón de “Burgio” está recubierto de venecita multicolor –si bien predominan los tonos flavos–, similar a las que tenían muchas pizzerías; en la actualidad, por ser casi inexistente, se creería que el detalle fue buscado por un arquitecto preciosista para entornar al ambiente con un aire kitsch; error: ese aire siempre le fue propio, es su más importante vestidura, que luce desde cuando la venecita era lo más moderno en recubrimientos; su

“Burgio”, fotografía gentileza de Andrés P. Estrada

puesta en valor no es gracias a complicadas restauraciones, se debe sólo al hecho de haberla conservado. Este interior no necesita del verde vegetal –natural o artificial– para cargar o aligerar muros, ni de luces dicroicas u otras garambainas para enmascararse. Su identidad está en la simplicidad, en no pretender ser más de lo que se es. Se corporiza en el sobresalto que reciben los ojos, debido a la policromía, al entrar en el sector de las mesas. También se halla entre sus particularidades: los golpeados e indestructibles platos de metal, el cuchillo y el tenedor modestos, la prieta y abollada pizzera donde la humeante masa se prodiga en olor y color, los vasos de grueso vidrio, todo apoyado sobre la fórmica de deslucido brillo. Este conjunto resulta aquí tan integrado al ambiente, como una panoplia medieval sobre un hogar de leños en una sala Tudor. “Burgio” brinda lo que las modernas pizzerías ya no pueden: sosiego a los que eligen comer solos, y refugio a los que comen solos por soledad. Y el mínimo imprescindible de silencio para comer, ya que el solitario de pizzería come, no medita; el pensar lo reserva para la mesa de café. Alguna vez sentado en “Burgio” tuve el convencimiento de que en las pizzerías se come frugalmente, sin aparatosidad, con la sencillez del hambre buena, el de la certeza de que hay que alimentarse para seguir, y punto. Las pizzerías son el “Ritz” de los humildes; para los discípulos de Heliogábalo siempre existirán los restoranes ad hoc. Hay tantas anécdotas posibles de desovillar sobre Belgrano y este lugar que permanece, que si algún habitué, acodado frente a su vino blanco (a falta de semillón), decidiera soltar historias en vez de mascullarlas, tendríamos como para grabar varios casetes, y luego armar la vida comunitaria desde antes de la mitad del siglo pasado, porque aún es posible hallar en “Burgio” parroquianos recordadores a punto para la reconstrucción biográfica de encumbrados vecinos, y también para las antihagiografìas de sujetos más proclives al feite que al diálogo. Si fuera de este barrio sería uno de sus clientes fijos; por no serlo, suelo llegarme hasta aquí ex profeso cuando quiero entrar a una auténtica pizzería. Con “Burgio” pueden ocurrir dos cosas: que la tiren abajo para construir en su valioso predio un nuevo colmenar en torre, o que lo “descubran” los escribas mediáticos incapaces de pensar cuatro líneas sin garrapatear icono o paradigmático, y lo pongan de moda por ser, precisamente, icono entre las pizzerías, y lugar paradigmático de Belgrano. No sé cuál de las dos cosas podría ser peor. Rubén Derlis (De la Junta de Estudios Históricos del Barrio de Boedo)


4 Los viejos gusanos exiliados de Cuba todavía –¡todavía!– juegan a algo que se llama “El yo la cocina abrazando el libro como un náufrago. tenía” y se mandan esa cantilena… “Yo tenía ¡Joder con el desarraigo! Hacete el machito, un negocio con los marineros... Yo tenía un bar ¿ves lo que te pasa? Y fue una de esas paradojas. Aceptando ese y en la pieza de atrás, claro... Yo tenía unos arreglos con la policía... Yo tenía mi clientela... desamparo, haciéndolo salir a la luz, me Yo tenía algunas muchachas que trabajaban empecé a acomodar, a encontrarme y a salir un para mí… Y ese chacal sangriento de Fidel me poco de todo ese “yo tenía”. Ese verano voy a arruinó la vida, el negocio, todo… ¡Todo, fíje- St. Mark's-In-The-Bowery a escuchar a los se usted, don Carlos!” ¡Y me retorcía las entra- poetas y lo conozco a Paul Blackburn, que está traduciendo los cronopios y me invita a visiñas para no reírmeles en la cara! Pero yo, muy macho, cuando me vine, en el tarlo los jueves, cuando llegan los amigos, y ya 67 o 68, me vine del todo. No me gustaba hacer me van conociendo, y me hago amigo de Brad las cosas a medias, así que cuando dejé el Stark y otros, y hasta me ayudan a traducir pago… ¡se acabó! ¡Chau! Y pretendí desarrai- unos poemas… Se habla mucho de política, la garme así, sin problemas, y Nueva York tan guerra… No quieren que vaya (a Vietnam) y modern and dinamic. Hasta tienen una dicen que matan también a los fotógrafos… carnicería en Queens con bifes de chorizo Pero entre muchos miedos, el de andar seco en argentinos de tamaño natural... Y en Casa un pueblo así, que no te mata pero te estrangula Moneo, en la calle catorce, la yerba… ¡Fijate lentamente, fue el peor. Me pagaban bien y La nao de Orlando Agüero firmé los papeles y ya me estaba preparando vos qué suerte, che! En El Consuelo de la Filosofía escribió cuando Paul me dijo que lo visitara y ahí, en el Boecio de su exilio que la nostalgia es el único living-room estaba sentado un tipo alto de traje lujo de los expatriados… Eso y algunos hábi- color vainilla con una pinta…, ¡una pinta! “Lou conouses a Courtazar, Carlous?” tos. Pero a mí era la charla argentina lo que más “No. Es decir sí, claro… ¡Pero no! Es que… me faltaba. Esas agarradas largas y llenas de meandros y posturas emocionales… Que si el (resignado a tragarme ese nudo en la garviejo Borges, que si la última de Truffaut, que ganta)… ¡Hola!” Cortázar lo hacía reír a Paul hablando en si Saer era un Henry James de segunda o de tercera mano… Que si a la Silvina le decían la “spanglish” como si fuera otro “newyorican”; yunta porque yegua sola era muy poco… ¿Y esa mezcla de puertorriqueño y neoyorquino aquí, con quién podía hablar de Arlt o Mace- que –los que saben– llaman “interlingüismo” y donio? Y la soledad era un asalto y un insulto, que a los puristas les cae como una patada en los quimbos. Paul se reía a las carcajadas, yo porque aquí… ¿a nadie, no? Y en abril alguien me manda Buenos Aires, contribuía con mi lista personal de términos Buenos Aires con las fotos de la Facio y la locales y se nos iban las horas… Y Cortázar D'Amico y Cortázar y me largo a llorar solo en hablaba de Buenos Aires, de ese cariño duro y

La comunidad de judíos sefardíes en Buenos Aires –Villa Crespo contó con una de las más numerosas– puso gran celo en conservar su habla: el ladino, castellano antiguo, o judeoespañol que se llevaron al ser expulsados de España, en 1492. Lejos de perderlo, lo atesoraron y enriquecieron, incorporando nuevas palabras de los países donde se radicaron. Esta nota –que hemos preferido no traducir, sino solo glosar algunos vocablos, pues creemos que no es difícil de entender– nos muestra en su escritura el resguardo puesto a uno de los mayores pilares de la identidad: el idioma.

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H O RA S

Tengo munchos rekodros, ke solo estan agora vivos en mi memoria... En BuenosAires, mozotros moravamos en Villa Crespo, kartier onde avia una grande Djuderia arodeando la Kilá de la kaleja Camargo... Eramos todos los djudios komo una grande famiya! Moravan endjuntos sefaradim i ashkenazim... Todos mos konosiyamos. Mi Padre era nasido en Buenos-Aires, ma la famiya era de Izmir, mi alkunia es Guní, y los Guní eran todos de Izmir. Mi avuelo (nono) padre de mi padre, era muncho kerido i respektado, el arivo mancebo de Izmir i fondo, endjuntos kon Sinyor Emanuel, la Kilá Sefaradi Madre de Buenos-Aires, onde mi karo Padre, Marquitos Guní, era munchos anyos Inspector de kulto, i tenia una grande amor por la Kilá i por la komunidad. Kuando yo era criatura, me akodro komo se meldava, en una chika kamareta de la caleja Camargo, onde vivía mi avuelo Shumuel Guiní (en serka de la kilá). Mozotros moravamos a la vuelta, en la kaleja Serrano. Kon muestra madre Beky, rodeslía ke arivo a Buenos-Aires criatura de 5 anyos kon su famiya, i kon muestros ermanikos, la vida era de azer muestras costumbres, lo mas ermozo era

las fiestas, indemas Rosh-Ha-Shaná, Sukot, Los Jatanim, i aziamos en Yom Kipur i el tahanit, paseábamos kon las chikas... Uno de los rekodros mas vivos de las oras en la kilá era de alavar i admirar ke avia una lampa grande de cristales briyantes, ke las criaturas mos embelekavamos de mirar; en las munchas oras de las orasiones... Mis ermanikos Leon i Reinaldo, siempre era meldando en el kal kon mi Padre... I los viernes todo el dia las mujeres a kuzinar i azer roskas, panes esponjados, burrequitas de patata i keso, andrajo..., boyos, fritadas, guevos haminados, arros kon frito, pachá kon garbanzos, tomat reynado, bamia! (Mi madre rodeslía, guisava kon karne la bamia “arefinada”, esto es ke kuando estava pronta, la metia al orno, kuaji tostada i la gostavamos siempre kon aros...). A vezes me dizian de ir a buscar la “fila”, (masa fina) para azer la baklavá, azian i kadaiff en kaza, komo era muestro uzo. ¡Bendichas manos! Todos biviyamos en serka, komo mi tio Avramachi Guiní, ermano de mi Padre (“el Colorado” le dizian por los kaveyos rohos). ¡Era muy relijioso! ainda mas kuaji ke el Rabino i meldava siempre kon ermoza boz. La vida era ansina i se aprontava todo de viernes para el Shabat, ke era un dia maraviyozo, ke meldar, kantar, komer, mirar por el balkon las djentes, ¡i sentir la famiya tanto unida! Shabat demanyana viniya una mujer no-djudia i amatava la luz de la kaza... En muestra kaza, venia siempre a kuzir Matilde, una mujer sastra, ke era turka. Eya teniya una kostura elegante, i la yamavan de kaza de munchos djudios: kon eya avia el menester de tomar i avia de demandar los dias de antes, ke siempre estava ocupada... Era de uzo que viniya la demanyana. I ya saviamos ke era dia por entero para kostura. Mos kuzia a mi madre, mi ermanika Avelina i a mi. Eran todas

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Por Carlos “Paty” Suárez San Francisco, EEUU crítico que él le tenia a la ciudad, “esa puta encorsetada” como decía Oliveira, y trataba de explicarle un poco a Paul, que estaba asombrado, enternecido y hasta un poco envidioso y celoso, y que de vez en cuando decía cosas que empezaban con... “Pero nousoutros aquí en New York también tenemous…” Pero no había nada que hacer, che. La presencia de Buenos Aires había sido conjurada por el maestro y la ciudad había llegado a ese departamento, con su luz veraniega de noches infinitamente hondas, llenas de jardines y de boliches de barrio donde se hablaba de fútbol… Historias de gente y gente de la historia. Paul escuchaba sediento por ese viaje que nunca hizo mientras Cortázar me llenaba generosamente los bolsillos del alma con esa conversación que yo tanto había extrañado sin saber que ese jueves tendría frente a mí “il miglior fabbro” –T. S. Eliot dixit–, el mejor artista, artesano, constructor… Describirle una tallarinada de aquellas a Paul fue un ejercicio surrealista, y los sonidos del puerto o los pregones de barrio, la luz de un boliche y los rezongos de los fueyes… Los refinamientos del lunfardo... Se nos fue esa noche única entre pitidos y tragos de una botella enorme de algo español con gusto a ropero viejo. Me sentía mejor, le aguanté las perradas de princesa a ésa, hasta que se volvió a suburbia y me quedé solo. Y fui a Saigón y volví, y después pasaron unos años y llegó el Cacho Costantini y eso fue otra cosa. Cacho corría peligro de que las mujeres lo rifaran a cien dólares el número. A todo el mundo le gustaba el Cacho. Uno de esos tipos

que son porteños cien por cien, no como Cortázar, que ya estaba bastante alejado, creo. Cacho era fresquito, recién exiliado, y una cosa era decirlo, pero cuando fuimos a lo de la Valenzuela a una reunión de amigos y se largó a cantar tangos… Yo me rajé otra vez a la cocina a tragarme las lágrimas, porque a ése sí le dolía de verdad, sabés. Y aquí, si llorás, te llaman la ambulancia. “¡Te salió bien el pollito, che! Vamos a bajarlo con una caminata. A mí me gusta mucho Nueva York, ¿sabés? México es una desgracia… ¡Una ciudad para los automovilistas y los dioses! ¡Pero aquí sí se puede andar!” Y hasta las fabriqueras portorriqueñas del Lower East Side lo silbaban al Cacho; les gustaba mucho esa pinta de porteño canchero a la antigua y esos ojos. “¡Míra que pollo, chica!” “¡Ven con mami!”. ¡Las fotos que nunca tomé! ¿Y ahora, qué? Primer plano de ama de casa con cacerola abollada en la mano, del pañuelo blanco en la cabeza de una abuela y al fondo la Casa de Gobierno, listas de tipos que uno conocía, y en una revista para turistas una foto del Tortoni y un artículo diciendo que hay que aprovechar y comprar zapatos y sweaters de lana fina… Y vos allá, lectora, escribiéndome que el jacarandá está en flor otra vez, y que ya no se consiguen las frutillas y que la albahaca que planté en la maceta esta llena de florcitas chiquitas del color de la bandera… Y que si quiero me mandás unos nugatones de Bonafide, y yo… ¡Qué te voy a decir! Daría diez años de esta vida de boludo por caminar por Boedo una sola noche más con vos, lectora.

Por Matilde Gini de Barnatan* Madrid, España las mujeres kuziendo este dia i munchas beves iyne kon la avuela Meryam. Ma mi madre aparejava una buena kumida. Al mediodia era meter meza i komer en derechura, i dempues continuar asta tadre, bever kafe kon gayetas i avlar... i riyir... podia ser ke Matilde venia al otro dia, o unotra semana. Era un hermosura komo kuzia! Munchos anyos mos kuzió... I lo mijor es ke de ella me ambezi un poko komo avlan el djudezmo de los turkos. Mizmo me ambezi el kante “Ushkudara”. Asta agora lo rekodro, i me kontava kuentos, i eya se pasava ansina con famiyas de la Komunidad, ke era konosida y apresiada por todos... Kuando era ke estuve de novia i me iva a espozar, mos kuzio a todas mozotras, y a mi el ajugar por entero; ¡I me akodro ke yo kiriya todo djusto sovre el kuerpo! i eya me dizia : “No, mira ke te puedes engordar...” ma yo keria ansina... Es vedrad ke kuando me kazi, pronto kedi emprenyada i nasio mi ijiko antes del anyo. ¡Ke kantes kuando lo trayivan para la milá, endriva las almohadas: “ke venga el novio!” ¡I se izo El Pidion! komo es muestra costumbre... ¡tanto ermozo kon una fiesta kon toda la famiya! I era vedrad lo ke me disho la Matilde, ke me engodri, i me kedo muncho del ajugar muevo, sin uzo... Eramos tanto inosentes... ¡ke tiempos! ¡Este ijiko agora tiene mas de 40 anyos y mora en Yerushalayim, Mashalá! Dempues vinieron mis otros dos ijos: Marcelo i Rajel... grasias al Dio... Ansi se pasa la vida... ¡Komo un esfuenyo! (*) La autora dio a conocer esta nota en la revista Lettre Sépharade, París, 2002, de donde la hemos tomado. Desde Boedo agradece a su director, Jean Carasso, el habernos permitido su publicación.

Pequeño glosario chikés: infancia. ajugar: ajuar. amatar: apagar / matar. ambezar: aprender / educar. ashkenazim: judíos centroeuropeos. baklavá: una especialidad de dulce oriental. bamia: chaucha turca. burrequitas: empanaditas. djudezmo: djudeo-español. embelekar: distraer / engañar. esfuenyo: sueño. haminados: hervidos / cocidos. kadaiff: una especialidad de dulce oriental. kal o kilá: sinagoga / comunidad / colectividad. kaleja: calle. kamareta: habitación / dormitorio. mashalá: que Dios lo guarde. meldar: leer / recitar. milá: circuncisión. rodeslí, lía: oriundo de la isla de Rodas. roho: rojo. sefaradim: judíos españoles. shastra: modista, costurera. tahanit: ayuno / mortificación.


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