Clase 66

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Clase ´66

M a r c o s A r i e l

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T a t i á n a l a c


C l a s e ´ 6 6 Marcos Tatián pinturas 1999-2009 Ariel Halac, textos 2009- 2011 Cr Balmes 17 17194 Camallera Girona España NIF X 5794597 T

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Alta en el Cielo

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Está preso. Lo leo en Internet. Veo su foto y lo reconozco. Busco el álbum. Las viejas imágenes de los compañeros del curso. En cada foto lo veo. Axel Casino, el Chato. Solo ahora cobra sentido lo que sucedió esa madrugada de 1981. Fue un día de invierno tan oscuro como cualquier otro. Se nos reunió en el patio de la bandera. Desfilamos. Los cursos fuimos llevados al gimnasio. Cada sección encontró su lugar, marcado con tiza en las baldosas heladas. Los celadores nos acomodaron en hileras, de menor a mayor, tomando distancia. La Regente y el Teniente Coronel Retiro Efectivo controlaron en persona que todos estuvieran quietos en las filas. Todos pasamos por los gabinetes. Sin excepción, desde los más pequeños de 11 de primero hasta los de octavo año, de 18. Fue toda una mañana de interrogatorios y careos, de a uno y de a tres. Rescato la foto de los cuatro en Bariloche. Viaje de egresados. Inseparables, el Chato, el Flaco, el Forro y yo, el Pescado. Axel “ el Chato” Casino era el mejor de la clase. Jamás hablaba de una mujer, ni parecía interesarle ninguna. Por lo demás era incondicional. Jamás botoneó. Se podía contar con él. A la luz de la noticia que leo en internet, una nueva explicación se instala sobre su fobia, su comportamiento, su desenlace.

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En el viaje de egresados nos mezclamos todos. En esta foto el Cerdo abraza al burro Liturgia, ambos borrachos, insólito. Durante ocho años lo habíamos cagado a palos, entre los cuatro, al Cerdo. Fue divertido al principio. Se tornó rutina. El burro Liturgia es agente inmobiliario. Dicen que está lleno de guita, el burro. En francés y geografía hacía honor a su apodo: nunca aprendió a decir oui, a diferenciar La Rioja de Dinamarca.. Videla, Viola, Galtieri estaban ahí. La Junta Militar iba cambiando, pero era siempre la misma: Fuerza Aérea, Marina, Ejército. Había que luchar contra los ingleses. Había que vitorear nuestro celeste y blanco, hasta que las gargantas no dieran más. Salimos campeones del Mundial. El Juvenil de Japón fue testigo: éramos los mejores del mundo. Invadimos Malvinas. Cada año había que ser más patriota que el anterior. La Aurora se cantaba con orgullo: Alta en el cielo, un águila guerrera. Se izaba esa bandera que ondeaba victoriosa en cada rincón del planeta. Gracias a la guerra y al fútbol. Sesenta desaparecidos, nos enteramos en octavo. Antes no se sabía que había pasado con los desaparecidos, no se sabía que había desaparecidos. Los desaparecidos eran invisibles. Invisibles como nosotros.

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Llegaba siempre tarde: cuarto de falta. Abrían la puerta quince minutos más tarde que el último acorde de la Aurora. Había que correr al aula. Eran dos colectivos en la madrugada. El viento cortaba la respiración. Salían burbujas de humo de las bocas, se agarrotaban las manos. Los dedos de los pies se deslizaban por la rampa dentro de los mocasines gastados. Morían congelados. La Regente de Estudios increpaba “sin patinar, señor, la corbata señor”. Esa voz aguda era un recordatorio: uno ya estaba en el Belgrano, el día sería largo. El Cerdo llevaba una campera estampada con una pequeña banderita inglesa. En el 82 estábamos en Guerra de Malvinas. Había que cagarlo a palos por eso. Había que cagarlo a palos seguido al Cerdo, cualquier excusa era buena. No se lo podía dejar sin un moretón. Había que pegarle con algo contundente. Porque el Cerdo era un tipo culto, instruido, sabía de geografía y de historia, le gustaba el arte. En el 83 cada cosa empezó a llamarse por su nombre. Comunistas, se decía que eran los de la familia del Cerdo. Aurora, la canción de la madrugada, se llamaba como Aurora, la nena de 4ª que me gustaba. Acá está, esta es la foto de las olimpíadas con las dos secciones. Me pregunto cómo estará ahora. Tal vez está mucho mejor su hija que ella. Siempre pasa.

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Vivíamos sumergidos en fantasías lacerantes, compartidas a oscuras. No había chances de un lance, una charla, aunque fuera inocente y amistosa. Ni hablar de un beso o del soñado contacto erótico. No estaba en los cánones de la realidad lograr hazañas así. Pegarles al Cerdo y a otros al Enano, al Tero, era un alivio mezquino. También nos desquitábamos al fútbol. Dejábamos afuera a los “chotos” en los equipos de las olimpíadas. Los seres superiores decidíamos quien jugaba y quién no. Nuestra arbitraria selección de los más aptos no servía de nada. De primero a octavo, ganaron los de cuarta. Quedamos últimos todos los años. Las de cuarta eran las diosas del Olimpo, literalmente. Aurora, Miriam, Fernanda, Karina, Alejandra. El equipo de handball femenino de cuarta. Miro la foto y podrían ser hijas mías. ¿Qué misterio atroz se escondía bajo los guardapolvos blancos? ¿Qué hubiéramos perdido si las hubiéramos encarado? ¿Las hubiéramos convertido en seres reales? En el invierno del Belgrano el frío se colaba en todos los rincones. Con una sola excepción: el aula de Taller. Allí, al fondo del sótano, bajo la cooperadora, se respiraba aire cálido. Cualquier otro aula era tan helada como los patios.

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La intervención militar no había pensado ni en calefactores, ni en reponer vidrios rotos. No consideraba que para aprender el alumno tiene que sentir calor en el cuerpo. Ni siquiera en la cantina se dejaba de sentir el hielo. “Dedos largos” apodaban al hombre de la caja. Tenía un tic nervioso el viejo. Se metía un índice particularmente largo en la nariz cada vez que pasaba una bandeja de comida. Con el mismo dedo tecleaba los duros números de la registradora. “ Dedos largos” tampoco había pensado en el calor de los comensales. Nos agrupábamos en las duras banquetas en torno al rancio sabor del menú del día. El dudoso sabor se mezclaba con las heladas que entraban por los huecos de la cantina. El aire se filtraba desde un desolado patio interno al que tenía vista el comedor. Todos los patios internos eran atroces. Pero los grandes patios monumentales eran letales. A algún arquitecto creativo se le había ocurrido que los grandes espacios abiertos con orientación Este eran excelentes para que circulara el aire. Las columnas gigantes, los techos de más de 40 metros de alto generaban un efecto visual espectacular . El edificio de la Escuela Manuel Belgrano era una obra homenaje. Su inspiración era una pieza de arquitectura de un lugar cálido de la India, Calcuta tal vez. Ahí no había invierno, por eso quizás tenía

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que circular el aire. Aquí ese viento helado atravesaba a 100 km por hora las baldosas y los techos estaban perforados de goteras. Cualquier abrigo era atravesado como si no existiese. La temperatura del cuerpo descendía a niveles intolerables. Las diez horas promedio que duraba la permanencia en el edificio eran una prueba de resistencia que culminó en más de una neumonía crónica. El aula de Taller era el único espacio cálido de la escuela: un sótano calefaccionado que más bien parecía una mazmorra. En la primera hora de la mañana de los martes, nos tocaba encontrarnos allí con la mirada azul de López. El Ingeniero López era el mejor amigo del Teniente Coronel, Director de la Escuela. Sus ojos nos enfrentaban en la primera hora de clase. Manualidades creativas. “Bochado Jiménez, está especulando” decía después del primer recreo, arrastrando levemente la e con dejo riojano. Seguía nombrando a unos cuantos, que iban derecho al infierno. Su mutismo era amenazante. Para aprobar la misteriosa asignatura de Taller había que adivinar. López no compartía ni instrucciones, ni metodología de trabajo. Para los maceteros o los veladores que había que hacer un buen trabajo, pero nadie sabía realmente como hacerlos. Le tenía miedo a López. Otros, como Facundo Almada de contabilidad, eran decididamente perversos. Almada

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no dejaba que nadie promoviera. Salvo cuatro o cinco amantes de los cálculos de IVA y las retenciones del agro no había nadie que sobreviviera a sus preguntas a quemarropa. Él elegía solo a los que todo perdido para los demás. Pero la amenaza de Almada era clara, la de López no. Tampoco me asustaba la rata Churita. La roedora ponía disposición de los incautos fórmulas que solo el Chato Casino podía resolver en un machete que luego compartía. La vieja Zárate, que hubiera hecho odiar la física al mismísimo Einstein ni me salvaban bien al final del cuatrimestre, cuando ya estaba todo perdido. Todas esas materias me las llevaba a marzo de cualquier manera. Desde el primer día de clase eso era un hecho irremediable. Era la hora de las manualidades la que me preocupaba. La mirada clavada en el suelo del Ingeniero López escondía un peligro mucho más atroz que llevarse una materia. Por lo menos así lo intuía en la cálida mazmorra que tocaba en la primera hora de los martes. El propio Teniente Coronel Retiro Efectivo nos lo hacía saber en un breve discurso admonitorio antes del primer acorde de la Aurora: Nos debemos a nuestra patria y a nuestra bandera. En gimnasia nos hacían desfilar: izquierda, izquierda, izquierda, derecha, izquierda. Como si la única derecha fuera

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mejor que todas las izquierdas juntas. Acá tenemos una foto de todos levantando la pierna derecha, en uniforme de gimnasia. Aprendíamos a amar a nuestro país desde las cinco y media de la madrugada. A esa hora había que levantarse. No había tiempo de desayunar: el 158, el verde, se pasaba. Ese único vehículo abarrotado me dejaba en el centro. Tenía que caminar quince minutos en la oscuridad del barrio para llegar a la parada. No faltaba el día en que simplemente pasaba de largo. Llevaba una hora desplazarse de la puerta de adelante hasta la de atrás fundido en una masa humana comprimida, al borde de la asfixia. En el centro todavía había que alcanzar el 129, el azul. Alguna vez mi padre tenía que salir temprano. Me acercaba, aunque más no fuera, a la primera parada. Recibía ese gesto como un milagro. Igual de contundente hubiera sido que Aurora me distinguiese del resto de hubiera dedicado una mirada. Pero eso sí que no sucedió ni una sola vez en toda la historia del Belgrano. Por lo menos no en la historia que yo conozco. Los horarios de los colectivos eran aleatorios. Se llegaba siempre tarde. Los cuartos de falta acumulados hacían que a fin de año se avecinara la suspensión por faltas. En los últimos días de junio

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hubiera llorado porque un vehículo cualquiera se detuviese. Alguien que me obsequiase una bocanada de calor y me salvara ya no de llegar siempre tarde, si no de llegar Alguien que me llevara a otro sitio, lejos de las rampas, la regente y la mirada del Sr. López. Los años pasaron sin que nos diéramos cuenta. Estábamos tanto juntos que nos terminamos queriendo. Armamos un mundo paralelo. Nuestro propio idioma. Organizamos una ciudad que nos pertenecía. “ Pescado Santa Perpetua” era la contraseña para un viernes al sol. Una chupina en la plaza frente al colegio de monjas. Salían las nenas de polleras a cuadros del Santa Perpetua. Si lográbamos juntar la “ luca” para la Coca Cola se mezclaba el sabor dulce con los cuadros de las polleras. El Chato ni se inmutaba, ni las miraba, su cabeza en otro mundo. Creo que yo era el más calentón de los cuatro.“Sos un bramón Pescado”, me gritaban. Me empujaban hacia la vereda frente a la plaza, a la hora de la salida de las nenas. Querían que muriera de vergüenza en medio de las alumnas del Santa Perpetua, obnubilado de deseo. El otro universo, caníbal, quedaba del otro lado. Los que estaban solos se enfrentaban a él solos.

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Hablábamos noches enteras. Tanto hablar de lo mismo nos dejaba agotados. El Chato jamás decía nada. El Forro y el Tero tuvieron algo que se parecía a una relación. Había que creerles. Nunca eran minas del cole. Eran mitos y hazañas que se mezclaban en relatos oscuros, llenos de maldad. Al final de la dictadura, además de las minas, apareció la política. El Chato y yo estábamos con Alfonsín. El Forro y el Flaco decían que nada podía ser mejor que los milicos. Las Americanas las asumíamos los varones con una botella de Coca Cola bajo el brazo. Las chicas llevaban papas fritas y maní. Lo pantalones baggy y los carpinteros nunca me quedaban bien. Me sentía extraño con esos cortes de ropa que nada tenían que ver con la camisa celeste y la corbata azul. Más de una vez una iniciativa de moda se ahogó con una risotada cruel del grupo. Flash Dance se reproducía en Winco phone. No imitábamos a John Travolta, no era cómico: éramos John Travolta. El estilo “Fiebre de Sábado a la Noche” no era mágico . Era lo que se usaba.

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Cuando el código cambiaba había que enterarse. Los que no lo sabían o no lo entendían estaban tan condenados como los que recibían cuartos de falta en el cole. Las chicas se esforzaban en comportase como remilgadas, tontas e histéricas. Las americanas nos dejaban tan vacíos como cuando hablábamos de ellas en los rincones. Solo ahora entiendo lo que pasó aquella mañana de 1981. Nos separaron en grupos de tres y nos interrogaron en los gabinetes psicopedagógicos. Allí era donde se controlaba la calidad de la enseñanza impartida y la salud psíquica de los alumnos. En esas cajas con forma de caballeriza, sin techo, separadas con dos puertas. Mientras uno pasaba, los otros esperaban afuera. Se fueron alternando las respuestas y los careos. Al final del día, analizando la investigación realizada, se extrajo la conclusión de que a Patricio Herrera no lo había matado nadie. La versión oficial lo dictaminó: él mismo había subido al techo de hormigón y se había tirado a la calle Rioja desde 40 metros de altura. La caída le causó la muerte instantánea. Axel Casino, el chato, nos confesó el año pasado al Flaco, al Forro y a mí, por separado, que es homosexual. Me citó en un bar de Madrid, donde vivo con mi mujer y mis cinco hijos. Frente al teatro García Lorca se confesó:

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-Siempre me gustaron los hombres Pescadome dijo- Estoy en pareja, soy feliz. – Le noté un destello extraño, casi devoto en la mirada. Los cuatro reaccionamos bien, lo aceptamos. Ya han pasado suficientes años para algo que en su momento hubiera sido el fin. Entiendo ahora que Patricio Herrera, el macho, el campeón de Rugby, había sido su amor de adolescencia. Aquella historia había sido alimentada en los pasillos, en los vestuarios y en los baños.. Había sido exagerada por una fantasía tan desmedida como la de todos en ese tiempo. Esta es una foto con los chetos de octava, los rugbiers. El del medio es Patricio Herrera. Tanto Axel como Patricio habían ocultado lo suyo a las psicopedagogas, celadores, regentes, compañeros y demás inquisidores. El Chato tuvo que explicarles al Teniente Coronel y a la Regente en el gabinete psicopedagógico que vio por última vez a Patricio solo sobre el techo de hormigón. Esa explicación selló la hipótesis final de las autoridades. Ahora que leo que el Chato Axel Casino está preso por matar a su pareja, por tirarlo de un balcón, lo entiendo. “ Crimen en matrimonio homosexual” reza el artículo y distingo al Chato en esa foto. Lo hizo, igual que en 1981.

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Americana

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Ana Bombona era tan intensa como su nombre. Con los primeros acordes de Staying Alive se levantaba y le mirábamos el culo. Era la única que venía. Solíamos ser cinco varones de la clase. Venía Ana Bombona y algún amigo del barrio del Flaco Delgado. Siete en total. Dos coca colas. Tres paquetes de papas fritas, dos raciones de maní. Un Winco oxidado y seis boludos con una mina esperando la madrugada. Ana Bombona tenía un culo perfecto. Nos turnábamos para sacarla a bailar. Más disfrutaban los que la veían que los que reprimían un avance en la pista. “En esta Americana va a pasar algo” . Siempre pensaba lo mismo. “ Me va a elegir a mí. La llevo en el cuartito del fondo” . Los techos estaban repletos de gatos. Había muchos coches estacionados en la calle. Hasta nos podíamos imaginar que venían a nuestra fiesta en auto. La fiesta de la otra cuadra era de los de quinta. Ana Bombona movía sus labios pintados y acariciaba su vaquero ajustado con manos largas de uñas pintadas de verde: “Tito Gómez está de disk jockey. Las luces psicodélicas las organizaron el Tato y el gordo. Tienen luz negra, se ve blanco cuando se apaga. Me contó Silvia”. Nosotros no conocíamos bien a los de quinta, pero Tito, Tato el gordo tal vez ni siquiera iban al cole. Eran chetos reclutados por otros chetos.

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El entusiasmo de Ana se terminaba cuando empezaba a bailar con nosotros. “El Turco Atala montó las luces y la Pato Richardson juntó a todas las del barrio con las del curso. Hay como cuarenta minas” alardeaba el flaco Delgado. Ana Bombona nos quería a todos por igual. Al menos eso decía. Todos teníamos la intriga de si había alguno de nosotros que le moviera un pelo o el culo o algo a Ana. Al Cheto Rawson, al enano Fito, a mí, al flaco Delgado y a la chancha Millar nos hubiera gustado que Ana nos eligiera en forma exclusiva. Tito Luque era amigo del flaco Delgado y venía para verla a la Ana Bombona. El flaco se hartaba de contarles historias míticas sobre Ana a los de su barrio. De vez en cuando aparecía alguno. Pusimos el único single que habíamos conseguido “ Staying Alive” . Bailábamos de a uno con Ana. La misma canción sonaba en el Winco una y otra vez. A ver como mierda hacíamos para jugar a la botella. Ana decía: “ besos en la boca no”. Eso condicionaba aún más la cosa. Habíamos hecho girar la botella una vez. Entonces saltó el enano: “ Por la tapia se entra fácil, estos culiados ni se van a dar cuenta que estamos”.

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“ ¿Tienen cerveza Fernet?” el flaco Delgado le hablaba a Ana. Todos sabíamos que se la quería o llevar. “Hay vidrio cortado en la tapia y se escucha un doberman” dijo el Cheto. Decía haber ido a una de estas americanas. Pero nadie le creía nada nunca al Cheto. “Silvia me invitó” dijo Ana. La botella dejó de girar y se hizo silencio. El flaco se adelantó. Se le puso al lado a Ana. Lo vimos todos desde la tapia Tocaron la puerta y ahí quedó el flaco.. Sabíamos que no se iban a tragar lo de que el flaco entraba con ella. Lo vimos escabullirse por un baldío y atrás las sombras persiguiéndolo. El resto de la noche no lo recuerdo con claridad. El flaco terminó con la clavícula dislocada,. Lo agarraron entre cuatro y no alcanzó a rozar a ninguno. Los gritos me los acuerdo. El flaco se tuvo que quedar un mes en cama. El cheto y yo nos alcanzamos a esconder debajo de una grúa. La chancha se metió en el garage del fondo. Cuando nos agarraron enarbolamos un par de botellas rotas para espantarlos.

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Pelaron navajas. Nos tajearon la cara. Nos desfiguraron con nuestras propias botellas. La cicatrices nos duran. Esa semana faltamos todos al cole. No queríamos que nos viera Ana,. El único que no volvió nunca más fue el enano Fito. Se quedó debajo de la grúa, estaqueado con una botella y no se levantó más.

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Atrás de las vías

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Cuando me busca el Cara de Lija es tarde. La calle está desierta. Es la hora en que se deja de respirar. Como esa serie de los sábados: “ La Dimensión Desconocida”. Un calor quieto ha calcinado el pasto raquítico que asoma entre baldosas derretidas. El sol lo golpeó todo el día el portón del garage. Los barrotes calientes apenas se pueden tocar. Me deslizo por el portón hasta la vereda. La motoneta del Cara de Lija tajea la noche con su estruendo. El Cara de Lija se ha pasado la tarde cambiándole rulemanes y bujías. Esperemos que aguante hasta la calle 24, donde nos encontramos con los demás. Mi hermano duerme en la habitación del lado. En el armario de mi habitación están los juguetes que ya no usamos. Hay libros de la colección Robin Hood. Eran esenciales para matar el tiempo cuando todavía no tenía amigos en el barrio. Hay un Tarzán, un Principito, uno de la Familia Robinson, un par de Julio Verne. Hay una enciclopedia Salvat desde la A hasta la C. Están los libros que le he robado a mi viejo de su biblioteca. Mow y el Tero han venido a leerlos en mi cama cuando los he dejado entrar. Hemos leído fragmentos con los que me quedado horas solo. Los he releido una y otra vez, tocándome hasta quedar extenuado. Mi escritorio, en un rincón del costado a la terraza, es testigo de todas esas horas perdidas.

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El apunte de matemáticas no funciona. Ni siquiera entra con el concierto para piano de Mozart. El sol ha ido calcinando la terraza. En cinco días ese casette azul con el concierto para piano ha pasado cien veces por el grabador. Las cintas del Flaco Spinetta, Alma de Diamante, Seru Girán y la de Vox Dei, León Gieco y La Máquina de Hacer Pájaros no las he puesto. Esas me distraen. La de Mozart supuestamente me ayuda a concentrarme. A las tres suena Alternativa, el único programa de radio que escucho en el día, música progresiva. La cinta de Mozart acusa el uso intensivo. Se pliega y la tengo que desenredar con un pequeño cuchillo que deposito al costado del grabador. Eso me lo enseñó el Morsa, a desenredar cintas. El escritorio está atiborrado de notas manuscritas que ni yo entiendo. Hay carpetas que aún no he abierto, fórmulas ininteligibles que no logro enfrentar. La noche es parca. No hay luna. Las estrellas están tapadas por nubes. No va a llover. De vez en cuando desvalijan una casa en esta zona, a la siesta. La vecina de enfrente, doña Herminia, duerme con bata y ruleros hasta las seis de la tarde. Muchos más se calzan pijamas o se arrojan desnudos en sus lechos con la esperanza de eludir el calor africano. Los ladrones aprovechan ese sopor y se llevan todo.

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Los vecinos pierden sus pertenencias, asfixiados de calor, demasiado aletargados como para reaccionar. Mi casa aún no ha sido desvalijada porque soy amigo del hijo del comisario Rosales, que vive a la vuelta. Están involucrados en la mayoría de los delitos, se quedan con parte del botín, los Rosales. Yo solo voy de vez en cuando a su casa a tomar la leche. Vivo en la calle Uno. Mis amigos son del otro lado. Ahí no se llega si no es cruzando las vías, lo cual implica que uno se tope con los de Barrio Chino. Avanzamos con la motoneta del Cara de Lija para encontrarnos con el Tuerto, el Morsa y Mow. En las últimas semanas lo hemos intentado todo. El objetivo: seducir a las de la 24. Les ganamos un picado de fútbol a los chetos en el baldío de la 13. Al día siguiente fuimos al club de su barrio y los desafiamos en una partida de Poker por guita. Con un truco del Cara de Lija los fundimos. Todavía éramos siete la semana pasada. Los podíamos desafiar a cualquier cosa. Ana Borgatello estaba ahí, mirando la partida, con un par de nenas más. Creo que se enamoró del Cara de Lija cuando vió como los cagó al Poker a los de la 24.

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A las nueve de la noche no había levantado la cabeza del escritorio en todo el día. En todo el día, más de 10 horas sentado, no avancé ni un milímetro con matemática. Lo que es peor, ahí quedó intacto el apunte de física. Me la llevo, seguro. Mañana es el examen. La terraza se ha carbonizado. No ha habido viento Sur que me salvase de este desastre, de esta falta de oxígeno y de concentración. El ventiladorcito que compró el viejo no sirve. Solo ha removido una y otra vez el aire caliente. No me ha entrado ni una sola fórmula en las neuronas quemadas. Me he asomado por la terraza a cada rato, aún bajo el más inclemente sol de la siesta. Hace cuatro días me pareció verla a Ana Borgatello, con las otras y desde entonces pienso que puede volver a aparecer. Me asomo cada media hora. La motoneta exhala humo negro como el asfalto. Nos transformamos cuando el sol se escapa. Como en La Dimensión Desconocida, los alienígenas vencen a los terrícolas. Ya vamos por la 12, faltan 12 cuadras para llegar. La motoneta tose como si tuviera tuberculosis. Y se clavaLos otros deben estar todavía por los Altos, al lado de las vías. Van a pie. Si no se encontraron con los de Barrio Chino puede que estén acá en media hora. Si se los encontraron quizás no lleguen. Porque los van a matar.

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El Rata Mijan es el enemigo público número uno de nuestra banda. Nos ha hecho cagar a todos. Sobre todo a mí. Cuando bajo del 158 tengo que pasar sí o sí por la 12. Ahí es donde anida el Rata. Me agarran entre cuatro o cinco para darme una paliza. Ni siquiera en mis fantasías más salvajes me la había imaginado a Ana Borgatello como la veo ahora. Lleva una falda corta y una pupera que le marca lo mejor que tiene. Está abrazada al Rata. Nuestra motoneta se ha parado en seco y no hay forma de moverla. El calor no ha bajado ni medio grado. Transpiro como un jabalí. Mi cabeza está mojada. “La Puma no tiene batería”, dictamina el Rata. “No negro, lo que pasa es que son bujías de Honda” responde con igual solvencia el Cara de Lija, concentrado en limpiar la bujía que sacó del bolsillo. El Cara de Lija no es como Morsa, que quiere ir a recitales de Spinetta, Vox Dei, Porcheto y Serú Girán. Morsa colecciona discos de Led Zeppelin, Deep Purple y Yes. El Cara de Lija usa All Star y sabe hablar con minas. A Mow lo queremos expulsar. Morsa no lo puede ni ver. No quiere pasar por la cinco para no tener que arrastrarlo con nosotros. La

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Su casa tiene en el frente un jardín con enanos. Mow Aparece a la hora de la leche solo si ha estudiado. Nunca se lleva una materia. Sale empilchadito y peinado con raya al costado. Morsa sostiene que Mow es un cheto frustrado, además de un botón de mierda. Que es demasiado pelotudo como para encajar con los de la 24 y por eso se tiene que quedar que nosotros. “ Hay que matarlo” concluye. Entre el Cara de Lija y el Morsa hay pica. El Tuerto nunca se mete con nadie. Tampoco habla mucho. Parece que al padre se lo llevaron los milicos. O algo así. Dicen que tiene un hermano en Malvinas y que la madre es médica pero está sin laburo por política. Nunca le preguntamos nada. Los demás se han ido con la banda de la 24. Han sido abducidos, como los terrícolas de “ La Dimensión Desconocida”.. La semana pasada el Pitu, el flaco Escabeche y el gordo Da Vinci se fueron con los de la 24. Quedamos cinco. Hacer un picado contra los de la 24 como hicimos la semana pasada es imposible. Jamás me hubiera imaginado estar tan cerca de Ana Borgatello, tanto tiempo. El Cara de Lija no parece preocupado. No transpira el hijo de puta. Lleva las All Star blancas y la remerita Fred Perry como si recién se las hubieran planchado

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. Conversa con el Rata como si no tuviera que atravesar el barranco y las vías para cruzar desde los Altos. Como si a la vuelta no se arriesgara a que no lo dejen vivir los de Barrio Chino. Ana Borgatello está tan cerca que siento su perfume.. El Rata y el Cara de Lija siguen hablando de motos. Ni la miran . Con un gesto fastidiado ella se mete en su casa. Pone algo de música disco y se asoma por la ventana. Planifico: si paso y le pregunto alguna boludez sobre música disco, el Rata ni se entera. De música disco no tengo ni idea. Fue por ella que salté la tapia y me metí en el calor de la noche. Si mañana el Cara de Lija se va con ellos, solo vamos a quedar cuatro de este lado. Encima Mow no vale nada. Tres. Mañana rindo física y si no apruebo voy a tener que repetir el año. Ya le estoy viendo la cara de fruncida a la vieja Churita. Se la voy a ver en serio si es que mañana logro tomar el 158 a las seis y presentarme. Tengo que decidir: me vuelvo a casa y le pego una leída al apunte de física o la encaro a Ana Borgatello. Está sola en su casa y se asoma por la ventana. Es ahora o nunca.

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“ Existe además de la línea convencional del liberalismo económico una filosofía denominada materialismo dialéctico”. Magariño, el Pelado, está sentado sobre el escritorio. Sus piernas están extendidas, su mirada, perdida. Es el final de la hora de contabilidad. Miramos el reloj. “La próxima clase vamos a debatir el marxismo en términos económicos” concluye. Toca el timbre del recreo de las diez. Nos evaporamos. El pelado no nos ha hablado ni de balances ni de retenciones en toda la hora. Llevársela con Magariño es una tortura Cuando nos sentemos a repasar, solo podremos recurrir a nuestras propias notas. En el cuatrimestral seguro que cae una pregunta sobre un tema que no figura en los apuntes. Por eso solo aprueban cuatro o cinco. El resto se la lleva. “Es una línea invisible “, digo. El cabello negro de brilla en el calor del local de la calle Caseros. “Hay varias líneas invisibles Harabendian”. Nunca lo llamo por su nombre de pila, como cuando nos sentábamos juntos en la hora de contabilidad. ¿Qué pasa Abrahamovich, te estás poniendo nostálgico?” El igual. Traen cuatro empanadas salteñas. “ No pruebo esta comida hace por lo menos diez años, es espectacular Harabedian”.

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“ Me estoy dando cuenta de que no tenés ni una sola cana. ¿Cómo hacés culiado?” “ Es la raza loco” “Esa es la línea invisible”. -“¿Qué línea?” “La que une a nuestras razas perseguidas. Aunque no somos razas.. Somos culturas. Lo nuestro es una condición. El pueblo armenio, el pueblo judío. Compartimos la historia. Genocidios, persecuciones. Nos han usado de chivo expiatorio”. “¿Y Alfonsín? ¿Crees que claudicó?” “Alfonsín no claudicó pero está muerto”. dice Harbedian y saborea el relleno dulce de la empanada. “ Me había olvidado que en este país no se usa el aire acondicionado”. “ Es el cambio climático. El hielo de la Antártida se derrite”. Harabedian sabe de esa cosas. Estudió geología.

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El patio está frío. Peperina es una niña menuda Siempre anda con otra, más llamativa que ella . Se la muestro al flaco Chollo. “ Ni me había dado cuenta que existe, la otra está buenísima” me dice. Reproduce la noción que todo el mundo tiene de ella. Soy el único que la sigue a Peperina, los demás están con Pepa. A Harabendian le dicen la Morsa Azul. No sé por que le agregaron Azul a Morsa. Decirle Morsa ya estaba bien, Azul no le agrega nada. En los recreos, Zanahoria, Chucho y Paco se concentran. Se desafían para ver quien lo jode más al Morsa Azul. La broma clásica es colgarlo por el balcón que da al gimnasio. Lo dejan cabeza abajo apuntando al vacío. Queda ahí un rato largo después que termina el recreo de las 10, que dura veinticinco minutos . Zanahoria hace de campana. Chucho y Paco López lo agarran de las piernas. Abajo hay siempre alguno mirando. Si se cae se mata. Son 15 metros de altura. Cada uno tiene 23 amonestaciones. Una vez un celador los pescó. Si los agarran de nuevo los expulsan. Dicen que Pepa calienta y al final no se queda con ninguno. A mí la que me enamora es la que nadie ve. Me la encuentro de frente a Peperina, junto al anfiteatro. Es la larga hora del almuerzo, pero no le hablo. Solo pienso en las puntas de mis dedos, congeladas Los mocasines gastados no me protegen del frío. Peperina y Pepa pasan de largo, ni me ven.

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. “ La ví el otro día” . “ ¿A cuál?” “A la qu e iba con Pepa, Peperina” “¿Qué tal está?” “Arruinada”. “¿Te has mirado al espejo Abrahamovich?” “ Arruinada, me sigue gustando”. “ ¿A dónde la encontraste?” “ En internet, en una red social”. “Sos un pajero. Esas redes no sirven para levantar minas”. “Si verla en el cole era lo mismo que verla en internet, era todo virtual, nunca pasaba nada”. Cuando termina el recreo no hago más que mirar el extremo del patio, a ver si aparece Peperina. Veo el guardapolvo blanco. La hilera queda mirando hacia las aulas. Me doy vuelta para verla. La regente se acerca. “ Señor, vista al frente” susurra. .”Alfonsín no capituló, te lo aseguro. Salvó la democracia”. “¿Y ahora?” “Otra línea invisible. En España, en todos lados es igual”. “¿Qué?”

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“Las mismas cadenas, los mismos nombres. Más gente, cada vez más pobre. Las ciudades han trazado sus fronteras contra los excluidos. Las catedrales son los centros comerciales. Los que se quedan afuera de la línea no cuentan. Los que cuentan son los que compran. Y las cosas mismas cuentan hasta que se acaban los compradores”. “¿Y el arte?” “Etiquetas, catálogos, anuncios, cosas. Las cosas solo existen por eso. Se compran, si no se compran desaparecen. Ley del mercado, dicen”. Banalización de la vida, diría Walter Benjamin. “Pepa calentaba a todo el mundo y después no daba bola” . “A Peperina nadie la veía, no estaba en el mercado”. “¿Por qué te gustaba?” El acto se celebra el día anterior al 25 de mayo, que este año cae sábado. Rezamos. Simulo que rezo, no sé el Padrenuestro. Los platillos enormes coinciden en el patio central, lleno de todos los cursos. Los siguen los acordes de la banda con la marcha de San Lorenzo. . La precisión de un gordo de uniforme verde hace que cada tanto los platillos resuenen en el enorme patio abierto. Está justo al lado de nuestra fila la banda. Los soldados llevan uniformes de camuflaje como para que no los identifiquen en la selva.

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Son la banda del III Cuerpo de Infantería. Sus instrumentos dejan los tímpanos temblando. El viento polar del Sur nos deja tiesos y el de las trompetas, sordos. Hoy nuestros uniformes tienen que estar impecables, el saco con la escarapela puesta. La corbata bien anudada. Y el pantalón azul, sin excepciones, nada de vaqueros. Todos los de nuestro curso sentimos el ruido. Suena seco , un segundo después del último acorde de la banda, Bajamos en manada por la rampa. Las ocho secciones, clases 66 y 67, desembocamos desordenadamente en la cortada Suecia. Ahí están los dos coches. De ahí salieron los tipos de traje. Los vemos subir por la rampa y mirar para abajo. Lucen amenazantes con sus gafas negras. Llevan itakas y pistolas. Vemos, desde arriba, como corren a los dos celadores y al profesor de contabilidad, el pelado Magariño. Los meten en el coche, los llevan por la calle. Nunca más aparecerán por el colegio. Durante el juicio a las juntas nos citaron uno por uno al juzgado. Declaramos lo que vimos. El director fue imputado,

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junto con unos cuantos profesores. No se habló más del tema. -

Salió en el diario Zanahoria ¿viste? Sí, millonario. Lo estafaron, le secuestraron la hija. Conozco la historia. Está destruido. No puede haber algo peor… La única hija perdió, encima divorciado. ¿Qué va a hacer? No quiere hablar con nadie, hace meses.

Tocaba cambiarse tres veces por semana en el vestuario. Nos refléjabamos en un espejo, una superficie raída. Una mancha oscura, cada vez más extendida, fue desfigurando nuestros rostros a lo largo de los años. Al final se nos veía a todos tan deformados que parecíamos monstruos. . Durante meses preparamos la presentación con la remera blanca. Mi madre me compró una Ogga, la marca de los pobres. Impresentable frente a Peperina. Melanino nos hacía desfilar por el gimnasio

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Era el ensayo para el acto en el Estadio del Mundial „ 78. Las formaciones recreaban el escudo argentino, una cruz, una imagen de la virgen y una enorme bandera que atravesaba el campo olímpico de fútbol. Nuestra sección era un punto blanco en la extensión del escudo. Por eso las remeras blancas. Sesenta escuelas participaban. El obispo oficiaba misa. Miles de alumnos, cada uno con su camiseta de color, rojo, celeste o blanco conformaban una unidad impecable. Por casualidad nos había tocado el ala Este del estadio, a la sección segunda y a la nuestra. Era una ocasión magnífica para verlas a Peperina y Pepa e intentar algún acercamiento. “Me vine de España por unos días, tenemos que hacer un asado”. “Abrahamovich, imposible. “¿Qué pasa loco?, pago el asado, vengo con euros”. “¿No te enteraste?… “¿De qué?” “El país, ha cambiado de nuevo”. “España también. Para peor. Consumismo, crisis, hipotecas. Gente sin trabajo. Una mierda. El clima está cambiando. Mirá el calor que hace. Ya ni hacen falta picos para picar el hielo. Se derrite solo.” “¿Te acordás de los dos que me colgaban del balcón al gimnasio?”

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“Sì, Chucho y Paco, jugaban al rugby, ¿qué fue de esos personajes?” “Están en la Municipalidad”. “¿Y qué hacen ahí, esos fascistas?” “Manejan los arrestos”. “No te puedo creer”. “Están chupando gente, de nuevo”. “¿Y con quién se la agarran ahora?” “Con nosotros”. “¿Quiénes somos nosotros?” “Los de clase „66 ´67 y ´68 que vieron lo que pasó. Es por la declaración en el Juicio a las Juntas. Hay un expediente abierto con nuestros nombres. Hay un pacto de silencio.” “¿Qué estás diciendo Morsa Azul?” “¿Has intentado hablar con alguien más desde que llegaste?” “No me contestó ni uno. Supuse que estaban todos laburando, ocupados.” “No están”. “El acto de mayo…Magariño, los tipos esos..”. “…” “¿Y a vos, por qué no te llevaron todavía?” “La línea invisible Abrahamovich, la crucé.” “¡Hijo de puta!” “Trabajo para ellos. Con Chucho y Paco en la Municipalidad. Va a ser mejor que adelantes tu vuelo a España, Abrahamovich”.

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