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Encuentros breves y despedidas | Eric Conrad

Eric Conrad

Llegué a Antofagasta con un calcetín gigante y un gran par de calzoncillos. Todo lo demás se realizaría in situ en la Biblioteca Regional. En las semanas siguientes desarrollé una rutina diaria. Me levantaba con voces familiares que llegaban desde la cocina, entonces bajaba las escaleras y saludaba al equipo de SACO y a los colegas artistas de distintas partes del mundo. “¡Buenos días, Bartek, Kinga, Elodie. Hey, Carole. Hola, Miguel!”. Nos habíamos reunido aquí en el hemisferio sur, en el sur del continente americano, en Chile, en la desértica ciudad costera de Antofagasta, en esta cocina de residencia de artistas, para comer, beber, conversar, y comenzar nuestro día. Entonces, partía a la biblioteca con un propósito. Alimentaba a los perros en el camino, compraba una empanada, tomaba un colectivo al centro, y me sentaba en una banca en la Plaza Colón. Esos 15 minutos previos a que la biblioteca abriera cada mañana eran un tiempo precioso para mí. Señalaba con mi dedo índice la fachada y dibujaba en el aire, imaginando y planeando el día de trabajo mientras engullía mi desayuno.

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En el transcurso de una semana había aparecido un gigantesco par de calzoncillos, instalado de manera precaria en la ventana del tercer piso. En las mañanas siguientes vi a la gente pasar, mirar el blanco resplandeciente ondeando en la ventana, dar un codazo al amigo, sonreír y tomar fotos antes de continuar con sus rutinas. Poco después, alguien me mostró una foto de los calzoncillos publicada en Instagram. Para mi sorpresa recibió más de 4000 likes en Antofagasta. Muchos publicaban comentarios especulando sobre la historia detrás de esta prenda íntima colgando de este importante edificio público.

Llegué a este proyecto con objetivos vagos referentes a la vulnerabilidad, las contradicciones y el apocalíptico tema del aluvión. Pero mientras ajustaba y miraba, cada día me fue revelando algo más. Respondía a los hallazgos, a la gente y al contexto con el que interactuaba.

“Nota personal: Debo agregar banderines con lentejuelas brillantes para atrapar la luz de la mañana y celebrar estos calzoncillos en el momento humillante de estar en el asta. Volver lo negativo positivo”.

A medida que la estructura interna tomaba forma, comencé a trabajar en un taller con estudiantes. Cada día nos reuníamos en las últimas horas de la tarde en una sala en la parte posterior, música fuerte, cortar, coser, trenzar y planear juntos. Estudiante: “Me gustan más las banderas subiendo hacia la ventana”. Yo: “Ok, bueno… lo consideraré”. Puedo ser testarudo. Unos minutos después, yo: “¡Ok, dale, hagámoslo!”. Y seguimos así, conversando y haciendo de ida y vuelta, lo que condujo a un resultado dentro de lo planeado y a la vez mejor, porque se hacía en conjunto.

Terminé la pieza el último día y tomé un taxi de regreso a la residencia antes de partir. El conductor me preguntó por qué estaba en Antofagasta. “Ropa-gigante-frente-edificio-biblioteca-arte”, respondí en un español rudimentario. Él sonrió emocionado, ya que también lo había visto. Tiró de su propia ropa interior y reímos al unísono. Hablamos de la familia y el trabajo, luego nos despedimos.