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La ventana deviene viento de Nicolás Consuegra

“De ser cierta esa teoría según la cual las sensaciones no anidan en la cabeza, y sentimos una ventana, una nube o un árbol no en el cerebro, sino más bien en el lugar donde los vemos” dice Walter Benjamin en Dirección única, entonces –podemos continuar nosotros–, al observar las ventanas del colombiano Nicolás Consuegra instaladas en el Parque Cultural Ruinas de Huanchaca, caemos en cuenta de que las sentimos girando en el tiempo de las grandes piedras junto al antiguo polígono industrial. En general, el campo del arte concibe el objeto instalado de forma específica como una forma de abrir una relación con el espacio donde la obra y su contexto resulten afectadas y propongan una tensión escénica propia. Lo que llamamos instalación específica, en este caso, no solo permite la apreciación de la propia obra, sino también la aparición de otro modo de ver el lugar donde se la emplaza.

Una ventana se entorna como un dispositivo destinado a abrir una conexión entre dos espacios, se podría pensar que actúa como una membrana conectiva. O tal vez, ¿es la propia ventana la que genera los espacios? Seguramente, lo primero que nos permite una ventana es mirar. Su forma rectangular enmarca una perspectiva entre el interior de un edificio y lo que está afuera. Una ventana es, por lo tanto, un visor que enfoca sobre determinada perspectiva. Al mismo tiempo, es una fuente de luz que, simbólicamente, nos permite romper el encierro y hacer visible lo que está contenido al interior de un recinto. Visión, luz, conexión: todos estos elementos están de alguna forma presentes en la instalación realizada. Pero también debemos agregar una dimensión temporal que, al tratarse de una instalación puesta en un complejo patrimonial, abre una conversación con la historia, con lo que alguna vez existió allí solo, sobre todo, con lo que ya no está. Las ruinas.

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Asomarse a una época asociada a los antiguos engranajes de la maquinaria para el procesamiento de la plata nos lleva a pensar en la molienda de la piedra que contiene el metal, en los ruidosos procesos de una industria pesada, en la agitada actividad de los operarios y obreros empeñados en obtener el recurso deseado bajo el sol. Esa imagen de faena extractiva rota en algún punto de la visión de las ventanas de Consuegra, que incorporan un mecanismo giratorio, una rejilla metálica que evoca el movimiento de un molino. Ese ancestro industrial reaparece en un dispositivo para medir el tiempo que pasa soplado. La ventana deviene viento titula el artista su propuesta. Y ese viento, podríamos añadir, sopla con la historia.

Dispuestas en tonos pasteles como los edificios del fondo, que incrementan el contraste con la oscura presencia de los bloques de piedra del complejo de Huanchaca, estas tres ventanas nos permiten oír el viento que se cuela por la rejilla giratoria y nos trae los rumores que la memoria de ese lugar guarda. Por supuesto, todo aquello que se instala en la proximidad de una ruina tiene el inevitable mandato de convivir con los restos rescatados del pasado para restituir alguna forma de relación histórica. En este caso, Consuegra irrumpe con una obra geométrica y colorida que la reabre entre lo recién llegado y lo que forma parte del lugar. Esa especulación sobre el viento de la historia se cuela a través de estas ventanas y, en algún punto, nos recuerda nuevamente las palabras de Benjamin: aquel viento tempestuoso que nos empuja hacia el futuro, dejando ruinas a su paso, es lo que llamamos progreso.