La Aldea: Historias para volver a conversar Mostrario

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E D S O M A J E D I ¿Y QUÉ TAL S ? N Ó I C A Z I R A L O LADO LA P

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La Aldea es una estrategia pedagógica para que niños y adultos conversen de forma divertida sobre la realidad del país y piensen los desafíos de vivir en comunidad.


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Después de las elecciones, La Aldea nunca volvió a ser la misma. Los días de tranquilidad y armonía se convirtieron en un pasado lejano y borroso, y era difícil recordar, o siquiera imaginar, cómo era que en algún tiempo todos los animales habían logrado vivir en paz.

Arnulfo, la zarigüeya, y Efrén, el tapir, se aliaron para vencer a la gran favorita, Carmen, la osa de anteojos. Paco, el puercoespín, en cambio, decidió retirar su candidatura convencido de que la osa ganaría. Pero no sucedió así. A pesar de haber tenido problemas en el pasado con algunos animales, Efrén y Arnulfo lograron convencer a muchos de que solo ellos podían asegurar la estabilidad de La Aldea.

era uno de esos. Sus púas se erguían como lanzas y parecían a punto de explotar.

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La osa, como siempre conciliadora y pacífica, aceptó con dignidad el resultado, les deseó lo mejor durante su periodo como líderes de La Aldea y se ofreció a ayudarles en lo que pudieran necesitar.

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—¡Somos nosotros quienes podemos garantizar la protección de todos los animales! Si no ganamos pueden suceder cosas terribles, y entonces ya será demasiado tarde para pedir nuestra ayuda —enfatizaba Efrén, al final de sus discursos.

Durante su campaña electoral, estas frases se repitieron sin cesar y llegaron a escucharse incluso en los rincones más alejados de La Aldea. Así, cuando llegó el momento de votar, no fue sorpresa para muchos que la zarigüeya y el tapir consiguieran adelantar por pocos votos a Carmen y llevarse el triunfo. Las guacamayas, encargadas de narrar las noticias de la Aldea, anunciaron en directo los resultados. Sin embargo, el ambiente se tornó gris y podía percibirse en el aire espeso la rabia de algunos animales. Paco, el puercoespín,

—Para que algo funcione de verdad, se necesita el esfuerzo de todos —dijo, pensando como siempre lo hacía, en el bienestar de la comunidad.

Paco, se enfureció más al escucharla, ¿cómo era posible que aceptara su derrota y además ofreciera su ayuda? Desconfiaba de los ganadores.

—Ellos solo han querido asustarnos con mentiras sobre lo que iba a ocurrirnos si no los elegíamos. No me extraña, Arnulfo demostró no ser confiable en el pasado y Efrén sólo piensa en los privilegios que cree merecer por ser hijo de uno de los fundadores de este lugar, en el fondo solo piensan en ellos —mascullaba con rabia.

Varios animales estaban de acuerdo con él:

—Nunca han aceptado a los que no piensan como ellos —dijo enojada Inés, la jaiba, que desde su llegada a la Aldea había tenido dificultades para adaptarse, en gran parte debido a Efrén, quien no terminaba por aceptar su presencia.

Arnulfo y Efrén, en vez de intentar acercarse a los que dudaban de sus intenciones, más bien buscaron que quienes los seguían fueran cada vez más radicales.

—Si no están de acuerdo con los líderes es porque no quieren que vivamos mejor y progresemos —se quejaban unos tapires repitiendo lo que decían Arnulfo y Efrén.

—No debemos escuchar sus propuestas, solo nos harán retroceder —agregó una zarigüeya.

Los nuevos líderes no tardaron en introducir reformas importantes en la manera como venían haciéndose las cosas en La Aldea: modificaron turnos de trabajo, cambiaron lugares de siembra y decidieron que las raciones de comida no tenían porqué ser iguales para todos, sino que quienes se demostraran más comprometidos con las nuevas medidas podrían obtener más. Una parte se alegró por lo que sucedía y percibió que todo mejoraba rápidamente. Los dudosos, por el contrario, se sintieron relegados, tratados de manera desigual y, además, señalados como culpables o posibles causantes de cualquier adversidad que ocurriera en La Aldea. Las discusiones entre unos y otros surgían en cualquier momento y empezaron a subir de intensidad con el paso de los días. A esto se sumó que la producción de alimentos disminuyó, lo que les dio un motivo más para culparse mutuamente.


Después de las elecciones, La Aldea nunca volvió a ser la misma. Los días de tranquilidad y armonía se convirtieron en un pasado lejano y borroso, y era difícil recordar, o siquiera imaginar, cómo era que en algún tiempo todos los animales habían logrado vivir en paz.

Arnulfo, la zarigüeya, y Efrén, el tapir, se aliaron para vencer a la gran favorita, Carmen, la osa de anteojos. Paco, el puercoespín, en cambio, decidió retirar su candidatura convencido de que la osa ganaría. Pero no sucedió así. A pesar de haber tenido problemas en el pasado con algunos animales, Efrén y Arnulfo lograron convencer a muchos de que solo ellos podían asegurar la estabilidad de La Aldea.

—¡Somos nosotros quienes podemos garantizar la protección de todos los animales! Si no ganamos pueden suceder cosas terribles, y entonces ya será demasiado tarde para pedir nuestra ayuda —enfatizaba Efrén, al final de sus discursos.

Durante su campaña electoral, estas frases se repitieron sin cesar y llegaron a escucharse incluso en los rincones más alejados de La Aldea. Así, cuando llegó el momento de votar, no fue sorpresa para muchos que la zarigüeya y el tapir consiguieran adelantar por pocos votos a Carmen y llevarse el triunfo. Las guacamayas, encargadas de narrar las noticias de la Aldea, anunciaron en directo los resultados. Sin embargo, el ambiente se tornó gris y podía percibirse en el aire espeso la rabia de algunos animales. Paco, el puercoespín,

era uno de esos. Sus púas se erguían como lanzas y parecían a punto de explotar. La osa, como siempre conciliadora y pacífica, aceptó con dignidad el resultado, les deseó lo mejor durante su periodo como líderes de La Aldea y se ofreció a ayudarles en lo que pudieran necesitar.

—Para que algo funcione de verdad, se necesita el esfuerzo de todos —dijo, pensando como siempre lo hacía, en el bienestar de la comunidad.

Paco, se enfureció más al escucharla, ¿cómo era posible que aceptara su derrota y además ofreciera su ayuda? Desconfiaba de los ganadores.

—Ellos solo han querido asustarnos con mentiras sobre lo que iba a ocurrirnos si no los elegíamos. No me extraña, Arnulfo demostró no ser confiable en el pasado y Efrén sólo piensa en los privilegios que cree merecer por ser hijo de uno de los fundadores de este lugar, en el fondo solo piensan en ellos —mascullaba con rabia.

Varios animales estaban de acuerdo con él:

—Nunca han aceptado a los que no piensan como ellos —dijo enojada Inés, la jaiba, que desde su llegada a la Aldea había tenido dificultades para adaptarse, en gran parte debido a Efrén, quien no terminaba por aceptar su presencia.

Arnulfo y Efrén, en vez de intentar acercarse a los que dudaban de sus intenciones, más bien buscaron que quienes los seguían fueran cada vez más radicales.

—No debemos escuchar sus propuestas, solo nos harán retroceder —agregó una zarigüeya.

Los nuevos líderes no tardaron en introducir reformas importantes en la manera como venían haciéndose las cosas en La Aldea: modificaron turnos de trabajo, cambiaron lugares de siembra y decidieron que las raciones de comida no tenían porqué ser iguales para todos, sino que quienes se demostraran más comprometidos con las nuevas medidas podrían obtener más.

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—Si no están de acuerdo con los líderes es porque no quieren que vivamos mejor y progresemos —se quejaban unos tapires repitiendo lo que decían Arnulfo y Efrén.

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Una parte se alegró por lo que sucedía y percibió que todo mejoraba rápidamente. Los dudosos, por el contrario, se sintieron relegados, tratados de manera desigual y, además, señalados como culpables o posibles causantes de cualquier adversidad que ocurriera en La Aldea. Las discusiones entre unos y otros surgían en cualquier momento y empezaron a subir de intensidad con el paso de los días. A esto se sumó que la producción de alimentos disminuyó, lo que les dio un motivo más para culparse mutuamente.


La división entre partidarios y opositores a los líderes era cada vez más extrema: no les interesaba escucharse, ni contemplaban que hubiera algo de razón en lo que decía la parte contraria. Pronto, en La Aldea, solo existían dos bandos y era como si nunca alguien se hubiese atrevido a pensar distinto.

—¡Envidiosos! —gritaban unos—. ¡Dejen de retrasar el progreso, trabajen y dejen de quejarse por todo! —¡Mentirosos, egoístas! —respondían los otros—. ¡Cuenten la verdad de lo que hacen!

La situación llegó a tal punto que, al cabo de unos días, se habían terminado amistades y algunas familias se habían separado. La rabia y la tristeza se esparcían como hojas en el viento y todos los animales se daban la espalda para no tener que verse a la cara. En medio del alboroto y la polarización, algunas guacamayas vieron una oportunidad única: no había necesidad de que las noticias fueran objetivas y neutrales, bastaba con alimentar las visiones de ambas partes para mantener a su audiencia contenta y satisfecha. Así que eso hicieron: llenaron las noticias de aseveraciones, juicios, sobresaltos y alarmas. No hubo un rincón que permaneciera ajeno al ruido y entre más parloteaban las guacamayas, más discutían

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los habitantes de La Aldea entre sí. Por varios días nadie supo a dónde había ido a parar el silencio. La división se propagó al territorio: las hormigas, gran parte de los tapires y las zarigüeyas, quienes apoyaban a los nuevos líderes, optaron por trasladarse a la parte alta, para alejarse de quienes no pensaran como ellos. Abajo, quedaron los opositores, las gallinetas, los búhos, Inés, la mayoría de tortugas y Paco, acompañado por los demás puercoespines. Lorena, la tortuga y antigua líder de La Aldea, Carmen y las abejas, aunque se quedaron en la parte baja, no estaban de acuerdo con la división ni mucho menos con el aumento de las hostilidades.

—¿Hasta dónde nos va a llevar ?— esta polarización sin sentido suspiró preocupada Carmen.


La división entre partidarios y opositores a los líderes era cada vez más extrema: no les interesaba escucharse, ni contemplaban que hubiera algo de razón en lo que decía la parte contraria. Pronto, en La Aldea, solo existían dos bandos y era como si nunca alguien se hubiese atrevido a pensar distinto.

—¡Envidiosos! —gritaban unos—. ¡Dejen de retrasar el progreso, trabajen y dejen de quejarse por todo! —¡Mentirosos, egoístas! —respondían los otros—. ¡Cuenten la verdad de lo que hacen!

La situación llegó a tal punto que, al cabo de unos días, se habían terminado amistades y algunas familias se habían separado. La rabia y la tristeza se esparcían como hojas en el viento y todos los animales se daban la espalda para no tener que verse a la cara. En medio del alboroto y la polarización, algunas guacamayas vieron una oportunidad única: no había necesidad de que las noticias fueran objetivas y neutrales, bastaba con alimentar las visiones de ambas partes para mantener a su audiencia contenta y satisfecha. Así que eso hicieron: llenaron las noticias de aseveraciones, juicios, sobresaltos y alarmas. No hubo un rincón que permaneciera ajeno al ruido y entre más parloteaban las guacamayas, más discutían

los habitantes de La Aldea entre sí. Por varios días nadie supo a dónde había ido a parar el silencio. La división se propagó al territorio: las hormigas, gran parte de los tapires y las zarigüeyas, quienes apoyaban a los nuevos líderes, optaron por trasladarse a la parte alta, para alejarse de quienes no pensaran como ellos. Abajo, quedaron los opositores, las gallinetas, los búhos, Inés, la mayoría de tortugas y Paco, acompañado por los demás puercoespines. Lorena, la tortuga y antigua líder de La Aldea, Carmen y las abejas, aunque se quedaron en la parte baja, no estaban de acuerdo con la división ni mucho menos con el aumento de las hostilidades.

—¿Hasta dónde nos va a llevar ?— esta polarización sin sentido suspiró preocupada Carmen.

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—¿Diálogo? —le contestó enojado Paco—. ¡Lo que dices no tiene sentido! Hablar no va a cambiar nada. Lo que necesitamos es que no sean ellos los líderes de La Aldea y detener todo lo que están haciendo ya. Los días pasaron y la rabia de Paco se había convertido en odio. Sus púas habían permanecido tan erguidas desde las elecciones que ni siquiera había podido acostarse para dormir. Estaba desesperado, ya no podía contener más sus emociones y mucho menos, quedarse con las manos cruzadas.

—¡No soporto más! —exclamó exaltado—. Los nuevos líderes jamás nos van a escuchar. No podemos quedarnos sin hacer nada y ver cómo destruyen todo por lo cual trabajamos durante años.

Ellos jamás aceptarán nuestras propuestas, tú los conoces, toca detenerlos y eso no va a pasar con palabras y paciencia.

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—No te desesperes Paco, ellos ganaron las elecciones. Sin embargo, eso no significa que no podamos dialogar con ellos y hacernos escuchar —le dijo Carmen.

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Esa misma noche, mientras la mayoría de los animales dormía, Paco realizó una reunión clandestina en una esquina de La Aldea. En ella convenció a muchos otros animales, que también estaban disgustados con la situación, de seguirlo para luchar contra las injusticias de una buena vez por todas. Los vieron irse al día siguiente armados con palos y piedras y con rumbo desconocido. No se supo de ellos durante un tiempo pero, un día, de repente, empezaron a hacerse sentir. Aprovechaban la oscuridad de la noche o cualquier descuido de los habitantes de La Aldea para destruir madrigueras, dañar sus caminos e incluso robar raciones de comida. Algunas hormigas dijeron haber sido amenazadas, unos tapires, incluso, fueron golpeados un día que volvían del trabajo. Paco y sus seguidores justificaban sus actos violentos como maneras válidas para luchar contra las desigualdades. Además, no toda la comida que robaban era para ellos, una parte la entregaban a los animales que siempre se veían desfavorecidos en la repartición de alimentos.

—¡Si no nos escuchan por las buenas, tendrán que hacerlo por las malas! —vociferaba el desafiante puercoespín.

Arnulfo y Efrén no tardaron en responder: acusaron a quienes eran amigos o parientes de Paco de ser cómplices de los rebeldes y, poco a poco, también los fueron inculpando. Al escucharlos, un grupo de tapires y zarigüeyas, se unieron para cobrar venganza por lo sucedido.

—Paco no está aquí, nosotros no fuimos — dijeron las abejas asustadas, pero eso no los detuvo.

—¡Ustedes son aliadas de Paco y sus seguidores! —les contestaron decididos, y destruyeron todos los hogares con los que se toparon, sin consideración, asustando a todos.

Inés, la jaiba, hizo lo posible por defender el depósito de comida, pero no pudo evitar que fuera saqueado. El caos era total. Los animales se gritaban, se insultaban y se empujaban. Habían sellado las entradas a sus madrigueras, y ya ni salían a cumplir con sus labores pues temían ser atacados. Carmen miraba aterrada lo que sucedía sin saber qué hacer. Era la más grande de todos, pero se negaba a utilizar la violencia.

—Tiene que haber otra manera de detener esto, pero ¿cuál? —se preguntaba inquieta.


—¿Diálogo? —le contestó enojado Paco—. ¡Lo que dices no tiene sentido! Hablar no va a cambiar nada. Lo que necesitamos es que no sean ellos los líderes de La Aldea y detener todo lo que están haciendo ya. Los días pasaron y la rabia de Paco se había convertido en odio. Sus púas habían permanecido tan erguidas desde las elecciones que ni siquiera había podido acostarse para dormir. Estaba desesperado, ya no podía contener más sus emociones y mucho menos, quedarse con las manos cruzadas.

—¡No soporto más! —exclamó exaltado—. Los nuevos líderes jamás nos van a escuchar. No podemos quedarnos sin hacer nada y ver cómo destruyen todo por lo cual trabajamos durante años.

—No te desesperes Paco, ellos ganaron las elecciones. Sin embargo, eso no significa que no podamos dialogar con ellos y hacernos escuchar —le dijo Carmen.

Ellos jamás aceptarán nuestras propuestas, tú los conoces, toca detenerlos y eso no va a pasar con palabras y paciencia.

Esa misma noche, mientras la mayoría de los animales dormía, Paco realizó una reunión clandestina en una esquina de La Aldea. En ella convenció a muchos otros animales, que también estaban disgustados con la situación, de seguirlo para luchar contra las injusticias de una buena vez por todas. Los vieron irse al día siguiente armados con palos y piedras y con rumbo desconocido. No se supo de ellos durante un tiempo pero, un día, de repente, empezaron a hacerse sentir. Aprovechaban la oscuridad de la noche o cualquier descuido de los habitantes de La Aldea para destruir madrigueras, dañar sus caminos e incluso robar raciones de comida. Algunas hormigas dijeron haber sido amenazadas, unos tapires, incluso, fueron golpeados un día que volvían del trabajo. Paco y sus seguidores justificaban sus actos violentos como maneras válidas para luchar contra las desigualdades. Además, no toda la comida que robaban era para ellos, una parte la entregaban a los animales que siempre se veían desfavorecidos en la repartición de alimentos.

—¡Si no nos escuchan por las buenas, tendrán que hacerlo por las malas! —vociferaba el desafiante puercoespín.

Arnulfo y Efrén no tardaron en responder: acusaron a quienes eran amigos o parientes de Paco de ser cómplices de los rebeldes y, poco a poco, también los fueron inculpando. Al escucharlos, un grupo de tapires y zarigüeyas, se unieron para cobrar venganza por lo sucedido.

—Paco no está aquí, nosotros no fuimos — dijeron las abejas asustadas, pero eso no los detuvo.

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—¡Ustedes son aliadas de Paco y sus seguidores! —les contestaron decididos, y destruyeron todos los hogares con los que se toparon, sin consideración, asustando a todos.

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Inés, la jaiba, hizo lo posible por defender el depósito de comida, pero no pudo evitar que fuera saqueado. El caos era total. Los animales se gritaban, se insultaban y se empujaban. Habían sellado las entradas a sus madrigueras, y ya ni salían a cumplir con sus labores pues temían ser atacados. Carmen miraba aterrada lo que sucedía sin saber qué hacer. Era la más grande de todos, pero se negaba a utilizar la violencia.

—Tiene que haber otra manera de detener esto, pero ¿cuál? —se preguntaba inquieta.

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