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de Efrén

Entonces, la zarigüeya preparó lo que iba a decir frente a la comisión. Fue una noche larga, llena de dudas, en la que Arnulfo no sabía si arrepentirse por su falta de honestidad o si sentirse orgulloso de la gran reserva de nueces que había acumulado. Recordaba tanto las voces de las gallinetas agradecidas con él como las imágenes de los animales protestando por la falta de alimentos.

A la mañana siguiente, mientras se dirigía a la comisión, escuchó a unas hormigas preocupadas que gritaban: —¡Algo grave está pasando con el río, debemos ir cuanto antes! ¡Necesitamos a Lorena con urgencia! 23

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Historia 2

Los privilegios de Efrén

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Paco, el puercoespín, y Carmen, la osa de anteojos,

fueron los primeros en llegar al río tras la alerta de las hormigas. Encontraron que su caudal se había reducido drásticamente y que el agua era turbia y de color extraño. No tardó en llegar la tortuga Lorena, líder de La Aldea, en compañía de otros animales: —Esto puede ser muy grave, necesitamos el agua para beber y para regar los cultivos —dijo angustiada. —Si vamos hacia arriba, en contra de la corriente del río, seguramente encontraremos respuestas —propuso Carmen.

Aunque Lorena dudó en aceptar, se convenció al ver que los demás animales apoyaban la idea.

Remontar el río implicaba subir a la parte alta de La Aldea, en la que en un principio se habían asentado gallinetas, tapires, búhos, hormigas y muchos otros animales que habían construido cómodos refugios y madrigueras. Allí, las tierras eran fértiles y crecía con facilidad la papa, un alimento apreciado por todos.

Con el tiempo, algunos animales (como Paco, Carmen, Lorena y todas las hormigas) prefirieron instalarse en la parte más baja, donde la temperatura era cálida y era fácil cultivar banano, maíz y diferentes cítricos. Además, a orillas del río, se podía disfrutar de una pequeña playa de arena amarilla. Otros, como el tapir Efrén y su familia, se quedaron en la parte alta, donde estaba la despensa de alimentos y desde donde se podía apreciar una vista privilegiada.

Aunque todos pertenecían a una misma comunidad y se distribuían las diferentes labores de manera equitativa, de vez en cuando había diferencias y se producían enfrentamientos y rencillas entre las dos partes, sobre todo porque los de arriba tendían a sentirse superiores y poco les gustaba salir de su zona.

Gran sorpresa se llevaron Lorena, Carmen, Paco y los demás animales que caminaron río arriba cuando descubrieron una construcción hecha con palos y piedras. Esta desviaba parte del curso del río; al otro lado, se podía ver un vertedero de desechos fabricado con guaduas y lianas. —Yo no he autorizado ninguna construcción sobre el río —aclaró Lorena sorprendida—. ¿Qué es todo esto?

No tardó en aparecer el tapir Efrén, hijo de uno de los fundadores de La Aldea y muy apreciado por los habitantes de la parte alta. Orgulloso, el tapir procedió a explicarles que lo que estaban viendo no era otra cosa que el resultado de muchos días de trabajo. —Lo hicimos en nuestras horas libres y funciona desde ayer. ¿Qué les parece? —dijo, y luego destacó que el desvío les permitiría regar mejor sus cultivos de papa y abastecerse de agua directamente en sus casas, sin necesidad de desplazarse—. ¡Ahora aquí todos vivimos mejor!

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Después los llevó al vertedero de desechos, otra invención que tenía contentos a los habitantes de la parte alta. Cansados de llevar la basura al depósito que quedaba a medio camino entre la parte alta y la parte baja de La Aldea, construyeron un canal para evacuarla a través de las aguas del río. —¿No es innovador? —continuó Efrén—. Funciona a la perfección, ya no perdemos tiempo transportando los desechos, no hay malos olores y todo se ve limpio.

—¡Nos están quitando el agua y la están ensuciando! —exclamó Paco molesto—. Venimos de abajo y la poca agua que llega del río está amarilla.

—Aquí nadie debería tener ningún privilegio. En La Aldea todos somos iguales y tenemos los mismos derechos —agregó Carmen—. El agua es de todos. ¿No se dan cuenta de que es un bien público?

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—Creo que exageran —respondió Efrén sorprendido—. Solo tomamos un poco de agua para regar nuestros cultivos y consumimos lo que nos corresponde. ¿O acaso no podemos usar el agua del río? Además, los desechos se los lleva la corriente y los desaparece rápidamente. ¡Procuramos vivir en un lugar limpio!

La discusión entre las dos partes fue subiendo de tono hasta que Lorena se impuso:

—¡Paremos ya esta pelea que no nos lleva a ninguna parte! ¡Vámonos! —dijo mirando a quienes la acompañaron—. Pensaré en una solución.

Fue entonces que los animales de la parte baja abandonaron el lugar y volvieron indignados a sus hogares a narrarles a sus familiares lo que estaba sucediendo.

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La situación

se agravó con el paso de los días.

Río abajo el agua se mantenía turbia y empezaba a escasear; las crías se enfermaron y los cultivos empezaron a secarse. Al ver que Lorena no resolvía la situación, varios animales decidieron trasladarse a la parte alta de La Aldea para tener acceso a los mismos privilegios que el tapir Efrén. —¿No se dan cuenta de que así no solucionan nada? Simplemente están huyendo del problema. Van a terminar empeorando la situación. Entre todos podríamos buscar una solución —dijo Carmen. Sin embargo, los animales la ignoraron y siguieron empacando, haciendo oídos sordos a sus palabras.

En la parte alta no estaban preparados para recibir a todos los animales que fueron llegando a instalarse con sus pertenencias. Efrén no tardó en ir a donde se encontraban y les ordenó que se fueran de ahí. —No lo haremos —contestaron con firmeza—. Abajo tenemos muchos problemas; aquí se vive bien porque hay agua y los desechos no ensucian el lugar.

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Aunque ofuscado, a Efrén no le quedó más que aceptar la situación. Con el paso de los días, fueron creciendo los campamentos improvisados que construyeron en la parte alta los recién llegados. Por primera vez, era necesario hacer fila para verter los desechos, y las estructuras construidas para albergarlos empezaron a caerse por tanto peso.

Finalmente, terminaron por romperse, y el lugar se inundó de basura y un desagradable olor se extendió por todas partes. Desolado, Efrén vio cómo los cultivos de papa se veían afectados por esas aguas nauseabundas.