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Misa dominical qeqchí

Por lo general, los domingos celebro misa en las aldeas. Hoy me tocó por casualidad celebrar en la ciudad de San Pedro Carchá, Guatemala.

Amaneció lloviendo mucho, un poco de frío y mucha neblina.

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Pensé: La iglesia estará prácticamente vacía. Porque la misa comienza a las 7.30 am y la gente llega caminando desde las aldeas cercanas.

De hecho, cuando iniciamos la procesión de entrada desde la puerta principal, los pocos fieles se encontraban esparcidos en la amplia nave central. Tienen razón en no venir, pensé. Con este tiempo tan malo…

Llegado al altar, levanté la vista y, sorpresa, la iglesia estaba totalmente llena. Y continuaban llegando más fieles, bien envueltitos en abrigos de ocasión.

La misa dominical en qeqchí en esta comunidad indígena tiene la grandeza de una misa celebrada en la basílica de san Pedro, en Roma.

P. Joaquín Montero Umaña

1926 - 2017

Nació en San Pablo de Tarrazú (hoy, de León Cortés), en las partes altas y frías de la zona de los Santos, en Costa Rica. Su familia, compuesta por papá, mamá y siete hermanos, vivió las estrecheces de la pobreza dura.

Con las debidas proporciones, por supuesto. Una liturgia bien cuidada, numerosos los servidores: acólitos, coro, lectores, ministros de la eucaristía. Y una participación viva de los asistentes.

La duración de la misa no se mide con reloj. Es una celebración pausada. Es el momento más importante del domingo para este pueblo de Dios.

Aquí sí que se disfruta de una celebración eucarística, que no es un precepto a cumplir, sino una vivencia profunda de fe y un encuentro comunitario que fortalece la adhesión a Cristo y la pertenencia al pueblo de Dios.

Lo de si llueve o no, tiene escasa importancia.

Heriberto Herrera

1934 - 2017

Amigo y ayudante del párroco, entre sus responsabilidades estaba cuidarle el caballo.

Terminada la primaria, trabajó como mensajero del telegrafista de su pueblo. Terminó aprendiendo el oficio y ganando veinte colones al mes.

Vivió la revolución de 1948. El P. Montero quedó en el lado de los vencedores, lo que le deparó un ascenso: telegrafista en San José, la capital.

Allí frecuentó la iglesia de Los Ángeles, donde se hizo amigo del sacristán, quien asistía al oratorio salesiano. En su compañía conoció a varios salesianos.

Acudió al P. José Molina, director del aspirantado, para explorar la posibilidad de entrar allí. Era la mitad del curso escolar. Respuesta del P. Molina: - Decídase pronto.

Se decidió. Un par de años en el aspirantado de San José y, en 1950, viajó a El Salvador para continuar en el aspirantado de Ayagualo. Siguió todo su proceso de formación de modo tranquilo hasta ser ordenado sacerdote en 1963.

Casi toda su vida sacerdotal ha transcurrido en casas de formación de jóvenes aspirantes a la vida salesiana o en parroquias salesianas en varias partes de Centro América.

Durante la revolución sandinista fue expulsado de Nicaragua, donde se encontraba como párroco en la Parroquia San Juan Bosco de Managua. Se le acusaba de ser el líder intelectual de la “contra”, el grupo opuesto a los sandinistas.

Una acusación divertida, pues el P. Montero era la encarnación de la sencillez, la bondad y la mansedumbre, incapaz de matar una mosca. Disfrutó siempre con regocijo de ese título “honorífico”.

Tenía vena de artista cómico . “No había zarzuela, drama o comedia en que no tuviera yo un papel”, afirmaba con inocente orgullo. Quienes lo conocimos en esos dorados tiempos podemos recordar cómo nos dester- nillábamos de risa con la pareja de cómicos formada por el P. Joaquín Montero y el P. Eduardo Castro.

Fue el salesiano a quien todo el mundo quería. Su fragilidad y sencillez le atraían el cariño de grandes y pequeños.

Hasta que las fuerzas se lo permitieron fue un confesor infatigable. A quien le recomendó buscarse, como Juan Pablo II, un “Castelgandolfo” para descansar, contestó: – Es que me da lástima no atender a la gente que necesita confesarse.

Salesiano de buen humor fino, ingenioso, chispeante. Sus sorpresivas y agudas frases humorísticas provocaban la hilaridad. Después de una visita al geriatra alguien le preguntó cómo le había ido. – Me dijo que estoy envejeciendo; no sé cómo se da cuenta.

Murió en San Salvador (El Salvador) el día 15 de junio de 2017 a los 91 años de edad, 63 de profesión y 54 de sacerdocio.

Esta fórmula sintética expresada por el P. Mangana como consejo para los salesianos jóvenes, podría ser también su autoretrato.

Sus exalumnos lo recuerdan con cariño y admiración. Hombre recio, trabajador tenaz, firme en sus exigencias de disciplina y estudio, se diría que es el prototipo del salesiano que ha vivido totalmente su vida volcada al servicio educativo.

Nació en Junquera de Ambia, Orense, España, en una familia compuesta por siete hijos y dos hijas.

A los catorce años aceptó la invitación a seguir a Don Bosco.

Terminado el año de noviciado en Antequera del Valle, pronunció sus votos de religioso salesiano a los veinte años de edad.

Sus diez años de formación salesiana y sacerdotal los vivió sucesivamente en Antequera (España), San Salvador (El Salvador), Guatemala (Guatemala) y Salamanca (España).

En Salamanca fue ordenado sacerdote en 1964. Desde entonces trabajó incansablemente en el ámbito educativo con largos periodos no consecutivos en el Instituto Técnico Don Bosco, de Panamá, y en el Colegio Santa Cecilia, de El Salvador. También trabajó por periodos más breves en varias obras salesianas de Centro América.

Descolló como director de estudios y como administrador de colegios. Apasionado por el orden, la disciplina y el deporte, su fuerte personalidad dejaba huella profunda en los jóvenes. Se ha distinguido por la educación técnica.

En el año 2009 sufrió un hematoma craneal que lo afectó severamente. Murió en Panamá el 24 de junio de 2017 a los 82 años de edad, 62 de profesión religiosa y 53 de sacerdocio.