2 minute read

Cosas de Don Bosco LA GRAMÁTICA DE ALEMÁN

Nota

Hacia 1847 Don Bosco aprendió los rudimentos del idioma alemán para confesar y consolar a soldados austríacos y familias alemanas que residían en Turín. Compró una gramática de alemán y recibió dieciséis clases. Durante tres años realizó este apostolado (MBe II, 215-216).

Advertisement

La gramática de alemán

Palabras que son vida

Soy una gramática de alemán. Nací en una imprenta de Frankfurt. Me crearon para unificar los varios dialectos que han coexistido desde antiguo en Alemania. Me preparé para recalar en alguna universidad de Berlín, Múnich o Colonia…

De pronto, me obligaron a emprender largo viaje. Crucé los Alpes en la caja de una carreta. Arribé a una vetusta librería de Turín. Lejos de mi tierra y de mis sueños.

Recuerdo la indolencia con la que aquel librero me depositó en un anaquel. El polvo se enseñoreó de mi cuerpo. Grité con fuerza: «Hilfe, holt mich hier raus!» (¡Socorro, sacadme de aquí!). Silencio. Nadie escucha el lamento de un libro ajado.

Meses después llegó él. Lo consideré un eslabón más en mi larga cadena de infortunios. ¿Qué novedad podía traer un cura rodeado de niños pobres en un barrio de Turín? Las risas de sus muchachos me atarantaban. Sustantivos, verbos y pronombres se confundían en mi interior. Grité: «Befreie mich von dieser Qual!» (¡Que alguien me libre de este tormento!). Pero mis gritos de papel fueron ahogados por la barahúnda de los muchachos.

Cuando todo parecía perdido, ocurrió lo inesperado. Don Bosco me tomó entre sus manos. Con gran esfuerzo deletreó las declinaciones de los sustantivos. Memorizó los verbos. Me estudió noche tras noche. La tenue luz del quinqué de su habitación fue faro en mi oscuridad. Le susurré palabras fáciles. Me hice gesto para que aprendiera los verbos. Le ayudé a balbucir sencillas frases…

Una mañana, Don Bosco me introdujo en la oscuridad del bolsillo de su sotana. Cuando abrí mis ojos, me hallaba en un hospital. Él estaba sentado junto a la cama de un joven soldado austríaco herido. Gemía. Añoraba su tierra. Nadie le entendía.

Fue entonces cuando Don Bosco le susurró la primera frase en alemán. Aunque pronunciada deficientemente, obró el milagro. Se iluminaron los ojos de aquel joven, más lacerado por la soledad que por las heridas. Sonrió. Las palabras chapurreadas por Don Bosco se transformaron en plegaria. La plegaria, en misericordia. La misericordia, en paz.

A este encuentro le sucedieron otros muchos. Sugerí a Don Bosco las frases más oportunas para cada ocasión. Cada letra de mis páginas se convirtió en la gota de un bálsamo que cura las heridas de la vida.

Años después creció la enemistad entre Austria y Piamonte. Austríacos y alemanes regresaron a su país. Yo me quedé en la estantería de la habitación de Don Bosco. Él me olvidó. Pero yo siempre le repetí con mi voz de libro que nadie escucha: «Danke, dass du meine Worte in Wege des Lebens, der Hoffnung und der Vergebung verwandelt hast» (Gracias por transformar mis pahast» (Gracias por transformar mis palabras en caminos de vida, esperanza y perdón).

José J. Gómez Palacios, sdb