5 minute read

CAPITULO 2 – LA ISLA DE LOS SIMIOS

Después de unos minutos en el cielo, el carrito comenzó a perder fuerza y velocidad, y empezamos a descender. En la caída, por suerte, se nos interpuso unos árboles que amortiguaron el golpe. Quedamos todos colgados de las ramas, boca abajo, incluyendo el carrito que había sufrido desperfectos. Tu papá, el más ágil de los tres, logra zafarse del enredo de ramas y nos ayuda a liberarnos y poder bajar de los árboles.

Pasado el mediodía, el sol pegaba fuerte al igual que el hambre que teníamos, pues habían pasado varias horas desde la partida de nuestra casa. Nuevamente nos juntamos y organizamos tareas: Angela se queda reparando el carrito para poder seguir de viaje y con tu papá salimos a buscar alimentos para comer buscando ver a esta criatura, pero en un movimiento piso mal y se resbaló quedando colgado. Entre las hojas salió la bestia velozmente a atacar a tu papá. Afortunadamente para nosotros, la bestia piso unas cascaras de bananas que había en el piso, resbaló y termino chocando contra un árbol. El animal, que es una especie de tigre de gran tamaño y con dos colmillos enormes que sobresalen de su boca, quedó desmayado por el golpe. ¿Y ahora qué hacemos? nos preguntábamos, ya que habíamos pensado en las trampas pero no en qué hacer cuando atrapáramos a la bestia. El rey propone llevarla a una parte de la isla donde los primates no corren peligro, ya que el sector está aislado por una cadena de rocas gigantes.

Advertisement

Al caminar nos encontramos con un lugar que aparentemente no tenía habitantes y que estaba lleno de árboles con gran variedad frutos. Tu papá me pide ayuda para trepar el árbol más alto, se agarra de una de las ramas cuando de repente ve pasar por encima de él una sombra velozmente, que nos asusta y hace que terminemos los dos en el suelo. Ninguno sabe que fue eso, quizás algún pájaro que paso volando, así que lo intentamos otra vez.

Nuevamente cuando tu papá se agarra de una rama, se escuchan murmuros entre los árboles y las plantas, y muertos del miedo, comenzamos a correr. Yo miraba el piso mientras corría y podía ver como sombras iban de un lado al otro persiguiéndonos. Cuando parece que dejamos atrás a nuestros perseguidores, tu papá tropieza con una piedra y rueda cuesta abajo. ¡Ahí nomás me arrojo por su rescate!

Después de semejante golpazo, al abrir los ojos se nos aparecen un grupo de simios que tenían lanzas y se comunicaban entre ellos por señas. Entre la multitud aparece un simio de apariencia más vieja que los demás, con plumas de muchos colores en su cabeza y con el cuerpo todo pintado. Indudablemente era el líder, con un gesto de cortesía extiende sus brazos y nos ayuda a levantarnos, mientras nos pide disculpas. ¡Sí! ¡El simio habló! Y se presentó como Cesar II, rey de “La isla de los Simios”. Se disculpó porque nos confundieron con una bestia que se escabulle entre la vegetación para cazarlos, y nos seguían para avisarnos de tal peligro. El rey nos cuenta que son un grupo muy bueno, que ayudan a las personas o animales que están de paso por su isla, y que el miedo ha provocado que a veces no actúen de la mejor manera. Muy amable, el rey ordena a varios simios a recolectar frutos para nosotros, los suficientes para sobrevivir en nuestro camino de regreso a casa.

Al volver con Ángela, compartimos con el pueblo un rico y muy nutritivo almuerzo, con bananas, manzanas, naranjas, cerezas y duraznos. Mientras conversábamos y los simios nos contaban por las dificultades que debían pasar por evitar esta bestia, Ángela no pudo con su bondad e ingenio y se ofreció a trazar un plan para capturar esta bestia. El rey muy contento, pone a disposición nuestra toda su gente y sus recursos para cumplir con el objetivo.

Ángela comienza a hacer trampas atando ramas de árboles y fabricando redes resistentes con lianas. Nosotros solo le alcanzábamos lo que ella necesitaba, su habilidad para construir es única. No habíamos terminado, cuando vemos en el cielo una bandada de pájaros huyendo hacia nuestra dirección. El rey grita ¡es la bestia! y de inmediato ordena a todo el mundo a trepar a los árboles, a mí me tuvieron que ayudar dos simios ya que había perdido esa habilidad hace unos años.

Desde lo alto podíamos ver entre la vegetación algo moverse a gran velocidad y a medida que se acercaba a nuestra ubicación se desplazaba más lento hasta quedarse prácticamente quieto. Un silencio se adueñaba del momento, todos nos mirábamos esperando una señal de que se alejaba la bestia. Tu papá se manejaba por las ramas como un simio más, buscando ver a esta criatura, pero en un movimiento piso mal y se resbaló quedando colgado.

Entonces, con cuidado y sobre todo con mucho miedo, cargamos a la bestia en el carrito y la dejamos donde nos recomendó el rey. En la orilla de la isla, despidiéndonos de los simios, el rey nos regala una balsa hecha de troncos y muchas frutas para el camino de regreso a casa. Y así emprendimos viaje a través del mar.

Íbamos de regreso a casa, pues habíamos pasado mucho tiempo fuera de ella y tu abuela seguro que ya nos esperaba con la comida. Todo estaba tranquilo, hasta que de pronto apareció un fuerte viento que provenía del sur, trayendo consigo mismo unas nubes negras. Una gran tormenta se avecinaba y las olas comenzaron a ser cada vez más grandes, provocando en más de una ocasión que nos cayéramos al agua. Con una mano nos sujetábamos entre nosotros y con la otra a la balsa, que de a poquito se iba desarmando por los bruscos movimientos del mar.

Es así, que terminamos aferrados los tres al carrito, con frío y a la espera de que el mal momento pasara.

Después de un tiempo, todo volvió a la calma, pero habíamos perdido la balsa y las frutas. Mientras pensábamos como volver a casa, a lo lejos se asoma un barco. Con tu papá empezamos a gritar lo más fuerte que podíamos pero no lográbamos captar su atención. Ángela, como siempre la más ingeniosa, saco de su mochila un espejo y utilizó la luz del sol para hacer señales de auxilio. El barco emitió un sonido con su bocina y cambio su dirección hacia nosotros. Felices, recibimos la ayuda de un joven llamado Gulliver, que nos facilitó ropa seca y comida.

Pasamos la merienda conversando sobre las aventuras que tuvimos, nosotros sobre la ciudad de los constructores y la isla de los simios, y él sobre los habitantes de un pueblo llamado Lilipud. Gulliver estaba sorprendido por como sobrevivimos a la tormenta en nuestro carrito, cuando él lo logró con lo justo en su barco. Le fuimos de gran ayuda, ya que solo le costaba mucho controlar el barco. Gulliver manejaba el timón y daba las órdenes, tu papá se subió a lo más alto y con unos binoculares nos avisaba lo que veía, Ángela reparaba una de las velas del barco y yo servía de apoyo a lo que necesitara cada uno

Los cuatro navegábamos por el mar una canción que nos había enseñado Gulliver, cuando de repente tu papá grita ¡tierra, tierra! A lo lejos se podían ver algunos edificios de nuestra ciudad. Ya estacionados en el puerto, cada uno tomó diferentes caminos. Gulliver nos invitó a subirnos a su barco cuando quisiéramos y Ángela tomo su mochila y se despidió con un fuerte abrazo. Y así volvimos en el carrito tranquilamente a casa.

Y así, mi abu me contó cómo fueron las primeras aventuras que compartieron con mi papá cuando era niño. Al igual que en su momento al volver a casa en el barco de Gulliver, cuando llegamos mi nona nos espera con la comida servida en la mesa. ¡Ya se siente el olor a las milanesas con papas fritas que tanto me gustan! Otro día mi abu prometió contarme otras aventuras, y hasta explorar las nuestras propias. ¡¡Son geniales mis abuelos!!